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Los pacientes de Freud
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Libro electrónico387 páginas5 horas

Los pacientes de Freud

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"Todo el mundo conoce los personajes descritos por Freud en sus historiales clínicos: "Elisabeth von R.", "Dora", el "Hombre de las ratas", el "Hombre de los lobos". Pero, ¿se conoce a las personas reales que se ocultaban detrás de estos famosos seudónimos: Ilona Weiss, Bauer, Ernst Lanzer, Sergius Pankejeff?
Más en general, ¿qué se sabe de todos esos pacientes sobre los cuales Freud nunca escribió nada, o muy poco: Pauline Silberstein (quien se suicidó tirándose desde el edificio de su analista), Olga Hönig (la madre del "pequeño Hans"), Elfriede Hirschfeld, el arquitecto Karl Mayreder, Viktor von Dirsztay, la heredera lesbiana Margarethe Csonka, el psicótico Carl Liebman, y muchos otros?
Mikkel Borch-Jacobsen reconstruye aquí con precisión sus historias, a veces cómicas, a menudo trágicas, siempre impactantes y conmovedoras.
En total, treinta y ocho destinos que a menudo se cruzan, treinta y ocho retratos vívidos –de pacientes a veces desconocidos hasta ahora– que nos enseñan más sobre la práctica clínica real de Freud que sus propios relatos de casos. En el trasfondo, revive todo un mundo desaparecido ante nosotros, el de la Viena de finales del Imperio austrohúngaro, como un último vals."
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 mar 2024
ISBN9786319040531
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    Los pacientes de Freud - Mikkel Borch-Jacobson

    Imagen de portada

    Los pacientes de Freud

    Los pacientes de Freud

    Destinos

    Mikkel Borch-Jacobsen

    Índice de contenido

    Portadilla

    Legales

    Prefacio

    BERTHA PAPPENHEIM (1859-1936)

    ERNST FLEISCHL VON MARXOW (1846-1891)

    MATHILDE SCHLEICHER (1862-1890)

    ANNA VON LIEBEN (1847-1900)

    ELISE GOMPERZ (1848-1929)

    FRANZISKA VON WERTHEIMSTEIN(1844-1907)

    FANNY MOSER (1848-1925)

    MARTHA BERNAYS (1861-1951)

    PAULINE SILBERSTEIN (1871-1891)

    ADELE JEITELES (1871-1970)

    ILONA WEISS (1867-1944)

    AURELIA KRONICH (1875-1929)

    EMMA ECKSTEIN (1865-1924)

    OLGA HÖNIG (1877-1961)

    WILHELM VON GRIENDL (1861-1898)

    BARONESS MARIE VON FERSTEL (1868 -1960)

    MARGIT KREMZIR (c. 1870-1900)

    IDA BAUER (1882-1945)

    ANNA VON VEST (1861-1935)

    BRUNO WALTER (1876 -1962)

    HERBERT GRAF (1903-1973)

    ALOIS JEITTELES (1867-1907)

    ERNST LANZER (1878 -1914)

    ELFRIEDE HIRSCHFELD (1873-1938)

    KURT RIE (1875-1908)

    ALBERT HIRST (1887-1974)

    BARON VICTOR VON DIRSZTAY (1884 -1935)

    SERGIUS PANKEJEFF (1887-1979)

    BRUNO VENEZIANI (1890-1952)

    ELMA PÁLOS (1887-1970)

    LOE KANN (1882-1944)

    KARL MAYREDER (1856 -1935)

    MARGARETHE CSONKA (1900-1999)

    ANNA FREUD (1895-1982)

    HORACE FRINK (1883-1936)

    MONROE MEYER (1892-1939)

    SCOFIELD THAYER (1889-1982)

    CARL LIEBMANN (c. 1900-1969)

    FUENTES

    AGRADECIMIENTOS

    © Grama ediciones, 2024.

    Manuel Ugarte 2548 4° B (1428) CABA

    Teléfono 4781-5034

    grama@gramaediciones.com.ar

    http://www.gramaediciones.com.ar

    © Mikkel Borch-Jacobsen y Sciences Humaines 2011, para la edición original

    Traducido del inglés publicado originalmente como Freud’s Patients. A Book of Lives por Reaktion Books Ltd,

    Londres 2021, para la traducción al inglés.

    Publicado por acuerdo especial con

    Éditions Sciences Humaines en conjunto con su agente designado 2 Seas Literary Agency y la co-agencia SalmaiaLit.

    Traducción: Leticia Acevedo, Alejandra Glaze y Rodrigo Arenas

    Diseño de tapa: Gustavo Macri

    Imagen de tapa: BERTHA PAPPENHEIM /n(1859-1936).

    Paciente de Sigmund Freud, Anna O. fotografiado c1890.

    GRANGER - Historical Picture Archive / Alamy Foto de stock

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por medios gráficos, fotostáticos, electrónicos o cualquier otro sin permiso del editor.

    Prefacio

    Todos conocemos a los personajes descriptos por Freud en sus estudios de casos: Emmy von N., Elisabeth von R., Dora, Juanito, el Hombre de las Ratas, el Hombre Lobo, la Joven homosexual. Pero, ¿conocemos a las personas reales que se esconden tras estos ilustres seudónimos: Fanny Moser, Ilona Weiss, Ida Bauer, Herbert Graf, Ernst Lanzer, Sergius Pankejeff, Margarethe Csonka? En términos más generales, ¿conocemos a todos esos numerosos pacientes sobre los que Freud nunca escribió nada, o al menos no directamente? Pauline Silberstein (que se suicidó arrojándose desde lo alto del edificio de su terapeuta), Olga Hönig (la madre del pequeño Hans), Bruno Veneziani (cuñado del novelista Italo Svevo), Elfriede Hirschfeld, Albert Hirst, el arquitecto Karl Mayreder, el barón Victor von Dirsztay, el psicótico Carl Liebmann y tantos otros. ¿Sabemos que Bruno Walter, el gran director de orquesta, fue uno de los pacientes de Freud, al igual que Adele Jeiteles, la madre de Arthur Koestler? ¿Y que Freud también hipnotizó a su propia esposa, Martha Bernays, antes de analizar a su hija Anna?

    En lo que sigue he intentado reconstruir las historias, a veces cómicas, la mayoría de las veces trágicas y siempre cautivadoras, de estos pacientes que durante mucho tiempo han permanecido sin nombre y sin rostro: en total, 38 retratos esbozados y necesariamente incompletos, extraídos de los documentos disponibles hoy y contados sin prejuzgar las revelaciones que, en el futuro, podrían surgir de aquellos que todavía están cerrados a los investigadores dentro de la Colección Freud de la Biblioteca del Congreso en Washington, DC. Treinta y ocho retratos, y eso es todo: he seleccionado solo aquellos pacientes de Freud sobre los que ya tenemos suficiente información para justificar una nota biográfica, por breve que sea. Se ha excluido, por ahora, aquellos de los que sabemos poco, aparte de sus nombres o iniciales. Por tanto, esta recopilación no pretende ser exhaustiva, sino meramente representativa. Por parcial que sea, esta muestra debería al menos permitirle al lector hacerse una idea de la práctica clínica real de Freud, más allá de las fabulosas narraciones que él mismo extrajo de ella.

    Me he limitado a los pacientes de Freud, sin incluir a las numerosas personas que se acostaron en el diván de Freud, principalmente, para formarse como analistas (como Anna Guggenbühl o Clarence Oberndorf, por ejemplo) o por simple curiosidad intelectual (como Alix y James Strachey, o Arthur Tansley). Esta encuesta solo incluye a las personas que acudieron a Freud por síntomas de los que buscaban curarse o por dificultades existenciales de las que no podían salir. Por esta razón he incluido a Anna Freud, Horace Frink y Monroe Meyer, aunque es evidente que en sus casos el análisis era también de formación. Los tres estaban, ante todo, necesitados de cuidados, y es como que deben evaluarse sus tratamientos, al igual que en el caso de los demás pacientes aquí citados.

    Por último, me he abstenido en la medida de lo posible de tener en cuenta las interpretaciones de Freud, que son las que hacen que sus historias de casos sean tan fascinantes e interesantes. En comparación, las historias que el lector encontrará aquí son prosaicas y cotidianas. Sin teorías ni comentarios: me he ceñido a la superficie de los hechos, documentos y testimonios disponibles, sin especular sobre las motivaciones, conscientes o inconscientes, de ninguna de las personas implicadas. Quienes busquen en estos relatos una confirmación de los de Freud pueden, por tanto, sentirse decepcionados, ya que no encontrarán aquí a su Freud. Por otra parte, encontrarán otro Freud, el Freud de sus pacientes y su entorno. No estoy seguro de que podamos conciliar estos dos Freud, o estas dos formas de contar historias. Pido disculpas de antemano a aquellos a quienes este enfoque basado en la historia pueda confundir o escandalizar. El lector encontrará las fuentes en las que me he basado al final del volumen. Algunas son primarias, como dicen los historiadores, otras son secundarias.

    Hace diez años se publicó en francés una versión anterior de este libro, que se ha ampliado y actualizado considerablemente gracias a los nuevos materiales aparecidos entretanto. Se han rectificado errores y omisiones (al menos los que se han detectado), se han completado varias viñetas biográficas con nueva información y se han añadido siete nuevos pacientes identificados a los 31 que figuraban en la edición francesa. Sin embargo, estas adiciones no cambian mucho la conclusión general que puede extraerse de estos estudios informales de seguimiento: con algunas excepciones ambiguas, como los tratamientos de Ernst Lanzer, Bruno Walter y Albert Hirst, las curas de Freud fueron en gran medida ineficaces, cuando no francamente destructivas.

    Automóviles salían disparados de calles largas y estrechas al espacio libre de luminosas plazas. Hileras de peatones, surcando zigzagueantes la multitud confusa, formaban esteras movedizas de nubes entretejidas. A veces se separaban algunas hebras, cuando caminantes más presurosos se abrían paso por entre otros, a quienes no corría tanta prisa, se alejaban ensanchando curvas y volvían, tras breves serpenteos, a su curso normal. Centenares de sonidos se sucedían uno a otro, confundiéndose en un prolongado ruido metálico del que destacaban diversos sones, unos agudos claros, otros roncos, que discordaban la armonía pero que la restablecían al desaparecer. De este ruido hubiera deducido cualquiera, después de largos años de ausencia, sin previa descripción y con los ojos cerrados, que se encontraba en la capital del Imperio, en la ciudad Imperial de Viena. (1)

    1 Musil, R. (1930), El hombre sin atributos 1, Lectulandia, epub on line.

    1

    BERTHA PAPPENHEIM (1859-1936)

    Bertha Pappenheim, siempre presentada bajo el nombre de Anna O., como la paciente original del psicoanálisis, en realidad nunca fue tratada por el propio Freud, sino por su amigo y mentor Josef Breuer. Sin embargo, si hemos de creerle a Freud, ella pertenece por derecho propio a la historia del psicoanálisis. En 1917 recordaba cómo [.] de hecho, por este camino Breuer restableció a su paciente histérica, vale decir, la liberó de sus síntomas […] El hallazgo de Breuer es todavía hoy la base de la terapia psicoanalítica. (1) Que Bertha Pappenheim pueda reducirse a Anna O. es otra historia.

    Nació el 27 de febrero de 1859 en Viena, de padres judíos. Su padre, Siegmund Pappenheim, era un millonario que había heredado una empresa de comercio de cereales. Su madre, Recha Goldschmidt, procedía de una antigua familia de Frankfurt. Los Pappenheim eran estrictamente ortodoxos y Bertha recibió la educación tradicional de una höhere Tochter (una chica de clase media alta a la espera de entrar en el mercado matrimonial): educación religiosa (estudio de textos hebreos y bíblicos), lenguas extranjeras (inglés, francés, italiano), bordado, piano, equitación. Bertha, que era una joven vivaz y enérgica, se sentía asfixiada en esta vida confinada, que más tarde denunciaría en el artículo Sobre la educación de las jóvenes de clase alta (1898). Como Breuer revelaría en un informe médico enviado a su colega Robert Binswanger, también se rebelaba secretamente contra su educación religiosa: No es nada religiosa; hija de judíos muy ortodoxos y religiosos, siempre ha estado acostumbrada a cumplir meticulosamente todas las instrucciones por su padre e incluso ahora está dispuesta a hacerlo. En su vida la religión solo sirve como objeto de silenciosas luchas y silenciosa oposición.

    Así pues, Bertha se escapó, primero hacia un mundo de fantasía que ella llamaba su teatro privado, y luego hacia la enfermedad. Los primeros síntomas aparecieron en el otoño de 1880, cuando Bertha cuidaba de su amado padre, que había enfermado de una pleuresía que resultó fatal. Bertha tenía una tos persistente, y a finales de noviembre se recurrió a Josef Breuer. Breuer, un internista muy respetado, era el médico de la alta burguesía y la aristocracia judías de Viena. Breuer diagnosticó una histeria, tras lo cual Bertha se retiró a su cama y desarrolló en rápida sucesión una impresionante serie de síntomas: dolor en el lado izquierdo del occipucio, visión borrosa, alucinaciones, diversas contracturas y anestesias, neuralgia del trigémino (o facial), afasia (a partir de marzo de 1881 solo hablaba en inglés), doble personalidad y estados alterados de conciencia (ausencias) durante los cuales tenía rabietas que luego no podía recordar.

    Breuer, que acudía a verla todos los días, observó que su estado mejoraba cada vez que le dejaba contar, durante sus ausencias, las tristes historias de su teatro privado, un proceso que ella denominaba (en inglés) "talking cure o, de nuevo, chimney sweeping. Sin embargo, su estado empeoró tras la muerte de su padre, el 5 de abril de 1881. Se negaba a comer y ya no contaba cuentos de hadas a lo Hans Christian Andersen, sino tragedias" mórbidas. También tenía alucinaciones negativas: no veía a la gente a su alrededor y solo reconocía a Breuer. El 15 de abril, Breuer le pidió una segunda opinión a su colega, el psiquiatra Richard von Krafft-Ebing. Poco convencido de la autenticidad de los síntomas de la paciente (que afirmaba no darse cuenta de su presencia), Krafft-Ebing le sopló en la cara el humo de un trozo de papel que había encendido. Esto provocó una explosión de ira por parte de Bertha, que comenzó a golpear violentamente a Breuer. Finalmente, el 7 de junio, Breuer la metió a la fuerza en un anexo de una clínica para trastornos nerviosos que dirigía su amigo el Dr. Hermann Breslauer en Inzersdorf. Allí la calmaron con grandes dosis de hidrato de cloral, el sedante preferido en aquella época. Como resultado, Bertha desarrolló una adicción al cloral. Una vez estabilizada la paciente, se pudo reanudar la cura parlante.

    Las historias de Bertha habían cambiado. Durante sus estados alterados, ya no contaba historias imaginarias ni tragedias: Lo que contaba se refería cada vez más a sus alucinaciones y, por ejemplo, a las cosas que la habían molestado durante los últimos días.

    Cuando relataba una frustración que había sido el origen de un síntoma concreto, desaparecía milagrosamente. Breuer se propuso eliminar uno a uno sus innumerables síntomas (por ejemplo, los 303 casos de sordera histérica). Lo que siguió fue un maratón terapéutico que dio como resultado –si hemos de creer la historia del caso publicada trece años más tarde por Breuer en Estudios sobre la histeria, que escribió conjuntamente con Freud– la recuperación completa para el 7 de junio de 1882, aniversario de su ingreso en la clínica de Inzersdorf. Esto siguió a una narración final durante la cual Bertha revivió una escena junto a la cama de su padre que supuestamente había desencadenado su enfermedad: […] Inmediatamente después habló en alemán. Además, estaba libre de las incontables perturbaciones a que las antes estuviera expuesta. Dejó Viena para efectuar un viaje, pero hizo falta más tiempo para que recuperara por completo su equilibrio psíquico. Desde entonces, gozó de una salud perfecta. Freud también describiría siempre la cura por la palabra [talking cure] de Anna O. como un gran éxito terapéutico (1923).

    Como han establecido las investigaciones de los historiadores Henri Ellenberger y Albrecht Hirschmüller, la realidad fue muy distinta. De hecho, el tratamiento de Bertha Pappenheim había sido un auténtico calvario para Breuer, como le escribió más tarde a su colega el psiquiatra August Forel. El tratamiento nunca había mostrado ningún progreso real y, ya en otoño de 1881, Breuer pensó en internar a Bertha en otra clínica, el sanatorio Bellevue, dirigido por el psiquiatra Robert Binswanger en Kreuzlingen (Suiza). Además, como sabemos por una carta enviada el 31 de octubre de 1883 por Freud a su prometida Martha Bernays, Mathilde Breuer se había puesto celosa del interés de su marido por su joven y atractiva paciente, y habían empezado a circular rumores. De modo que cuando Breuer le puso fin al tratamiento en junio de 1882, no fue porque Bertha Pappenheim se hubiera recuperado (a mediados de junio seguía sufriendo una ligera locura histérica), sino porque él había decidido tirar la toalla y trasladarla a Bellevue. Allí ingresó el 1 de julio de 1882 tras haber viajado brevemente para visitar a unos parientes en Karlsruhe.

    Fundado en 1857 por Ludwig Binswanger (abuelo de Ludwig Binswanger hijo, promotor del psicoanálisis existencial), el sanatorio de Bellevue era una institución de renombre. Situado en un idílico parque a orillas del lago de Constanza, el sanatorio acogía, con discreción y por una elevada tarifa, a la élite de los enfermos mentales. Era un lugar donde, como escribió el novelista vienés Joseph Roth en La marcha Radetzky, locos mimados de hogares ricos reciben un tratamiento oneroso y cauteloso, y el personal es tan atento como una comadrona. Había un invernadero de naranjos, chaises longues, una bolera, una cocina al aire libre, pistas de tenis, una sala de música y otra de billar. También se podía hacer senderismo y montar a caballo en las inmediaciones (Bertha lo aprovechaba a diario). Los pacientes de Bellevue se alojaban en cómodas villas repartidas por todo el parque.

    Bertha Pappenheim tenía un apartamento de dos habitaciones y traía consigo a una dama de compañía que hablaba inglés y francés. Seguía parcialmente afásica en alemán y padecía más o menos los mismos síntomas que antes. Además de su adicción al hidrato de cloral, ahora también era adicta a la morfina, debido a los esfuerzos de Breuer por calmar su dolorosa neuralgia facial. Su estancia en Kreuzlingen duró cuatro meses y aportó poco progreso en lo que respecta a su neuralgia y su dependencia de la morfina. El registro en el momento del alta de Bertha, el 29 de octubre de 1882, menciona que estaba mejor, pero una carta que le envió a Robert Binswanger el 8 de noviembre cuenta una historia diferente: En cuanto a mi salud aquí, no puedo decirte nada que sea nuevo o favorable. Te darás cuenta de que vivir con una jeringuilla siempre a lista no es una situación envidiable.

    Breuer se negó a reanudar el tratamiento cuando Bertha regresó a Viena a principios de enero de 1883, tras una escala en Karlsruhe. De 1883 a 1887, Bertha volvió a ingresar en la clínica de Breslauer en tres ocasiones. En todas las ocasiones el diagnóstico de los médicos fue el mismo: histeria. Así lo confirma la correspondencia entre Freud y su prometida Martha Bernays. Bernays conocía a Bertha personalmente (el padre de Bertha había sido el tutor legal de Martha tras la muerte del suyo), y Freud la mantuvo informada del estado de su amiga. El 5 de agosto de 1883 escribió: Bertha está de nuevo en el sanatorio de Gross- Enzensdorf, creo [Inzersdorf, en realidad]. Breuer habla constantemente de ella, dice que desearía que estuviera muerta para que la pobre mujer pudiera librarse de su sufrimiento. Dice que nunca volverá a estar bien, que está completamente destrozada. En dos cartas a su madre, fechadas en enero y mayo de 1887, Martha escribió que su amiga Bertha seguía sufriendo alucinaciones por las noches. Así, cinco años después del final del tratamiento de Breuer y de múltiples estancias en clínicas, Bertha Pappenheim aún no se había recuperado.

    En 1888 Bertha se trasladó a Frankfurt, donde vivían la mayoría de sus parientes por parte de madre. Allí, probablemente instigada por su prima la escritora Anna Ettlinger, publicó de forma anónima una colección de algunos de los mismos cuentos de hadas que le había narrado a Breuer durante sus estados hipnoides, bajo el título de Cuentos para niños. Esta cura por la palabra escrita parece haber sido mucho más terapéutica que la cura por la palabra hablada. Dos años más tarde, Bertha publicó una segunda colección de cuentos, En la tienda de segunda mano, bajo el seudónimo de P. Berthold. Además de estos primeros ensayos literarios, empezó a participar en el trabajo social judío en Frankfurt, ofreciéndose como voluntaria en comedores para inmigrantes de Europa del Este y en un orfanato para niñas judías, del que se convirtió en responsable en 1895.

    Con ello, Bertha Pappenheim desempeñaba su papel de miembro destacado de la comunidad judía. Parece que había acabado por reconciliarse con la religión (cuándo y por qué, no lo sabemos), y concebía claramente su labor social como una mitzvah, una buena obra. (Por eso siempre se opuso, en las organizaciones a las que pertenecía, a cualquier remuneración para sus miembros). Sin embargo, no se limitó a las obras de caridad tradicionales. No solo participaba en tareas prácticas, algo poco habitual en una dama de la alta burguesía, sino que aplicaba a la labor social judía los principios y métodos del movimiento feminista alemán, al que había sido introducida por la publicación periódica Die Frau, de Helene Lange.

    En 1899 tradujo al alemán la obra de Mary Wollstonecraft Vindicación de los derechos de la mujer (1792) y publicó una obra de teatro titulada Los derechos de la mujer, en la que criticaba la explotación económica y sexual de las mujeres. Bertha Pappenheim pasó de ser una histérica gravemente perturbada y una adicta, a convertirse en pocos años en escritora y líder del feminismo judío. En 1900 escribió El problema judío en Galicia, un libro en el que atribuía la pobreza de los judíos de Europa del Este a su falta de educación. En 1902 creó el Socorro para Mujeres (Weibliche Fürsorge), que ofrecía refugio, asesoramiento, formación laboral y servicios de referencia para mujeres judías. También lanzó una campaña para denunciar la prostitución y la trata de blancas en las comunidades judías de Rusia y Europa del Este, una iniciativa que suscitó las críticas de los rabinos, que temían que sacar a la luz estas prácticas reforzara los estereotipos antisemitas. A Bertha Pappenheim no le impresionó (parece que pocas cosas podían impresionarla). En su opinión, defender los derechos de las mujeres judías equivalía a defender el judaísmo como tal, devolviendo a estas mujeres alienadas al redil de la comunidad.

    En 1904 fundó la Liga de Mujeres Judías (Jüdischer Frauenbund, JFB), de la que fue elegida presidenta. Bajo su dirección, se convertiría en la mayor organización de mujeres judías de Alemania (en 1929 contaba con no menos de 50.000 miembros). La JFB abrió centros de orientación y formación profesional para animar a las mujeres a trabajar e independizarse.

    Además de su labor al frente de la JFB, que la llevó a viajar por Norteamérica, la Unión Soviética, los Balcanes y Medio Oriente, Bertha Pappenheim creó en 1907 un hogar para madres solteras e hijos ilegítimos en Neu-Isenburg, que consideraba la obra de su vida. También encontró tiempo para traducir del yiddish la Tsenerene (una Biblia femenina del siglo XVII que comprende el Pentateuco, las Meguilot y las Haftarot), la Mayse Bukh (una colección de cuentos e historias talmúdicas medievales para mujeres) y el famoso diario de Glückel von Hameln (1646-1724), un antepasado lejano suyo. A esto hay que añadir innumerables artículos, poemas, cuentos y obras de teatro para niños, así como unas hermosas oraciones que se publicaron tras su muerte en 1936 para consolar a las mujeres judías bajo el nazismo: Dios mío, no eres un dios de la suavidad, de la palabra y del incienso, no eres un dios del pasado. Un Dios omnipresente eres. Un Dios exigente eres para mí. Me has santificado con tu ‘deberás’. Esperas mi decisión entre el bien y el mal; exiges que demuestre ser fuerza de tu fuerza, que me esfuerce hacia ti, que lleve a otros conmigo, que ayude con todo lo que esté en mis manos. ¡Exige! ¡Exige! Para que con cada aliento de mi vida sienta en mi conciencia: hay un Dios (Anruf, 14 de noviembre de 1934).

    En 1920 fue reclutada por Martin Buber y Franz Rosenzweig para enseñar en el Freies Jüdisches Lehrhaus, un centro de estudios judíos que ambos habían fundado en Frankfurt, donde se relacionó con Siegfried Kracauer, Shmuel Yosef Agnon y Gershom Scholem.

    Mientras tanto, Bertha Pappenheim seguía una carrera paralela como Primera Paciente del Psicoanálisis bajo el nombre de Anna O. Públicamente, Freud siguió presentando la cura por la palabra de Anna O. como el origen de la terapia psicoanalítica. En privado, sin embargo, confió a sus discípulos que el tratamiento de Breuer había sido en realidad un fiasco, adornando al mismo tiempo esta revelación con una historia aún más sensacionalista. En 1909, su discípulo Max Eitingon había propuesto en una conferencia interpretar los síntomas de Anna O. como expresión de fantasías incestuosas hacia su padre, incluida una fantasía de embarazo que supuestamente transfirió a Breuer, tomado como figura paterna. Freud, que hacía tiempo que había roto con Breuer y se irritaba de que oponentes como August Forel y Ludwig Frank invocaran a su antiguo mentor en su contra, hizo suya esta interpretación y acabó presentándola a su público como un hecho. Tras el final del tratamiento de Anna O., afirmaba, Breuer había sido llamado de nuevo y la había encontrado en pleno parto histérico, la terminación lógica de un embarazo fantasma (Ernest Jones) del que supuestamente era responsable. Perturbado por la súbita revelación de la naturaleza sexual de la histeria de su paciente, Breuer huyó precipitadamente, llevándose a su esposa en una segunda luna de miel a Venecia, donde la dejó embarazada de un niño de verdad.

    Es de suponer que Bertha Pappenheim nunca oyó hablar de esta perversa historia, que durante mucho tiempo se limitó al círculo íntimo de los seguidores de Freud. Sin duda lo habría rechazado con horror, como rechazaba el psicoanálisis en su conjunto. Según su amiga y estrecha colaboradora Dora Edinger, había destruido todos los documentos que hacían referencia a su temprana crisis nerviosa, y le pidió a su familia en Viena que no diera información después de su muerte; Bertha nunca habló de este periodo de su vida y se opuso violentamente a cualquier sugerencia de terapia psicoanalítica para alguien que estuviera a su cargo, para sorpresa de sus colaboradores.

    Bertha Pappenheim, que se oponía al sionismo y a la emigración de los judíos fuera de Alemania, se dio cuenta tarde de la gravedad de la amenaza nazi. Se le descubrió un tumor en el verano de 1935, justo antes de la promulgación de las leyes raciales de Hitler en Nuremberg. En la primavera de 1936, ya muy enferma, fue convocada por la Gestapo debido a unas declaraciones antihitlerianas de uno de los residentes de su casa de Neu- Isenburg. A su regreso, se metió en la cama y ya no la abandonó. Murió en Neu-Isenburg el 28 de mayo de 1936, justo a tiempo para escapar de los nazis. En su testamento, pidió a quienes visitaran su tumba que dejaran una pequeña lápida, como una promesa silenciosa […] de servir a la misión de los deberes y las alegrías de las mujeres, inquebrantablemente y con valentía.

    En 1953, Ernest Jones reveló la identidad de Anna O. en el primer volumen de su biografía de Freud, añadiendo la historia del supuesto embarazo histérico de Bertha Pappenheim, que Freud le había contado. Los familiares de Bertha se escandalizaron. El 20 de junio de 1954, Aufbau, el periódico de los inmigrantes de habla alemana en Nueva York, publicó una carta de Paul Homburger, albacea de Bertha Pappenheim: Mucho peor que la revelación de su nombre como tal es el hecho de que el Dr. Jones, en la página 225, añade por su cuenta una versión completamente superficial y engañosa de la vida de Bertha tras la conclusión del tratamiento del Dr. Breuer. En lugar de informarnos de cómo Bertha se curó finalmente y cómo, completamente restablecida mentalmente, llevó una nueva vida de trabajo social activo, da la impresión de que nunca se curó y que su actividad social e incluso su piedad fueron otra fase del desarrollo de su enfermedad […] Cualquiera que haya conocido a Bertha Pappenheim durante las décadas siguientes considerará este intento de interpretación por parte de un hombre que nunca la conoció personalmente como una difamación.

    1 Freud, S., 18ª Conferencia. La fijación al trauma, lo inconsciente, Obras completas, t. XVI, Amorrortu, Buenos Aires, 1989, p. 256.

    2

    ERNST FLEISCHL VON MARXOW (1846-1891)

    Simon Ernst Fleischl Edler von Marxow nació el 5 de agosto de 1846 en Viena. Procedía de una prominente familia judía que combinaba riqueza e influencia. Su padre, el banquero y empresario Carl Fleischl Edler von Marxow, fue nombrado noble en 1875. Su madre, Ida, de soltera Marx, era una mujer culta que se rodeó de científicos, artistas y periodistas como el arqueólogo Emanuel Löwy, la novelista Marie von EbnerEschenbach y la poetisa Betty Paoli. Uno de sus tíos, el famoso fisiólogo Johann Nepomuk Czermak, es conocido, entre otras cosas, por haber introducido el uso del laringoscopio.

    Fue probablemente para seguir el ejemplo de su tío que Fleischl estudió medicina, con la intención de convertirse en investigador. Excepcionalmente brillante y lleno de ideas originales, se doctoró en medicina en 1870 a la edad de 24 años y se convirtió en ayudante del eminente Carl von Rokitansky en anatomía patológica. Al año siguiente, sin embargo, se lesionó durante una autopsia y su pulgar derecho, que se infectó, debió ser amputado. Esto le provocó unos dolorosísimos neuromas que le hicieron la vida insoportable, y por los que el cirujano Theodor Billroth le operó varias veces sin resultado duradero. Incapaz de continuar su trabajo en anatomía patológica, se dedicó a la fisiología, y en 1873 se convirtió en ayudante de Ernst Wilhelm von Brücke en el Instituto de Fisiología. Allí, a pesar de sus persistentes dolores, realizó investigaciones experimentales sobre la excitabilidad de los nervios y pudo demostrar que la estimulación de los órganos sensoriales provoca variaciones del potencial eléctrico en la superficie de las zonas correspondientes de la corteza cerebral, un descubrimiento que acabaría haciendo posible el electroencefalograma. También inventó varios instrumentos de medición óptica, como el espectropolarímetro y el hematómetro.

    Fleischl no solo fue un investigador sobresaliente, sino, según todos los que le conocieron, una personalidad excepcional. Guapo, encantador, ingenioso, ligeramente excéntrico, era un brillante conversador capaz de hablar tanto de literatura y música como de los últimos avances de la física. Era muy amigo de su colega Sigmund Exner y de Josef Breuer, y en su círculo de amistades también figuraban el psiquiatra Heinrich Obersteiner, el filólogo Theodor Gomperz, el escritor Gottfried Keller, el urólogo Anton von Frisch (padre del premio Nobel Karl von Frisch), el compositor Hugo Wolf, el ginecólogo Rudolf Chrobak y el médico Carl Bettelheim. A través de Breuer y Gomperz entró en el círculo social de las acaudaladas familias Todesco, Wertheimstein y Lieben, y durante un tiempo estuvo prometido informalmente con Franziska (Franzi) von Werheimstein (véase Elise Gomperz). Basándose en los experimentos realizados por su tío Czermak, hizo en una fiesta en casa de los Wertheimstein una demostración de hipnosis con una gallina que impresionó profundamente al público y contribuyó al renovado interés por los estados hipnóticos entre los científicos de Viena a principios de la década de 1880. Junto con su amigo Obersteiner, también realizó experimentos hipnóticos consigo mismo. En el Instituto de Fisiología de Brücke, Fleischl conoció a un asistente de investigación, el joven Sigmund Freud, que había empezado a trabajar allí en 1876. Freud admiraba mucho a Fleischl, que representaba para él una especie de ideal, y los dos hombres se hicieron, de a poco, muy cercanos, a pesar de la diferencia de edad y estatus. A través de Fleischl, Freud también conoció al médico Josef Breuer. Juntos, Fleischl y Breuer apoyaron económicamente a su joven protegido, que se quedaba regularmente sin dinero.

    Tras acercarse a Fleischl después de abandonar el Instituto de Fisiología en 1882, Freud descubrió la desgracia que se escondía detrás de la brillantez de su mentor. Pocos lo sabían, pero Fleischl era psicológicamente frágil y estaba sujeto a crisis nerviosas. En una carta a Martha Bernays, Freud llegó a describirlo como un neurótico: ¡Qué terrible es ser una persona nerviosa! (21 de mayo de 1885). Para calmar sus insoportables dolores, que a menudo le mantenían despierto toda la noche, Fleischl tomaba morfina y había desarrollado una adicción a ella, como tantos otros en aquella época. Sus amigos se preocupaban por él y buscaban la manera de ayudarle. Theodor Gomperz consultó al famoso neurólogo francés Jean-Martin Charcot sobre el dolor del miembro fantasma de Fleischl con motivo de una estancia que su sobrina Franzi von Wertheimstein había realizado

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