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Espacios afectivos: Instituciones, conflicto, emancipación
Espacios afectivos: Instituciones, conflicto, emancipación
Espacios afectivos: Instituciones, conflicto, emancipación
Libro electrónico235 páginas3 horas

Espacios afectivos: Instituciones, conflicto, emancipación

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En «Espacios afectivos», Laura Quintana se enfrenta a estas y a otras preguntas en un diálogo fecundo con Damián Pachón, quien con agudeza lee entre líneas las obras anteriores de la autora para ensayar una síntesis de su pensamiento. De forma sencilla y austera, aunque con un estilo que quiebra las formas hegemónicas de decir y pensar, se invita al lector a profundizar en cuestiones como los afectos, los conflictos, las violencias que nos atraviesan y los deseos de enfrentarlas. Así, el diálogo con un otro se convierte en la ocasión de reflexionar sobre cuestiones centrales que asedian a la reflexión crítica actual.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 sept 2023
ISBN9788425450716
Espacios afectivos: Instituciones, conflicto, emancipación
Autor

Laura Quintana

Laura Quintana es doctora en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia. Desde hace varios años se desempeña como profesora asociada del Departamento de Filosofía de la Universidad de los Andes (Colombia). Ha publicado diversas contribuciones en el área de filosofía política contemporánea y estética moderna y contemporánea. Sus trabajos de investigación recientes abordan, particularmente, la dimensión estética de las formas de poder y emancipación, y sus efectos sobre el mundo, desde un enfoque transdisciplinario que se nutre de un diálogo con visiones contemporáneas de la antropología y del arte. Para más información sobre sus publicaciones ver: https://uniandes.academia.edu/LauraQuintana En Herder ha publicado Política de los cuerpos; que, luego se ha publicado en inglés en Rowman & Littlefield.

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    Espacios afectivos - Laura Quintana

    Laura Quintana

    en diálogo con Damián Pachón

    Espacios afectivos

    Instituciones, conflicto, emancipación

    Diseño de la cubierta: Herder

    Imágenes en cubierta e interior: Eulalia de Valdenebro

    Edición digital: José Toribio Barba

    © 2023, Laura Quintana y Damián Pachón

    © 2023, Herder Editorial, S.L., Barcelona

    ISBN EPUB: 978-84-254-5071-6

    1.ª edición digital, 2023

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

    Índice

    PRÓLOGO

    1. ¿PENSAR SITUADAMENTE?

    2. COMPRENDER LA POLÍTICA DESDE LOS CUERPOS

    3. ESPACIOS AFECTIVOS Y VIDA RELACIONAL

    4. EL CAPITALISMO COMO RÉGIMEN AFECTIVO

    5. EMANCIPARSE

    6. CONFLICTO Y VIOLENCIA

    7. RESENTIMIENTOS Y DIGNA RABIA

    8. INSTITUCIONES, ESTADO Y PRODUCCIÓN DE LO COMÚN

    EPÍLOGO. LAURA QUINTANA Y LA FILOSOFÍA POLÍTICA ACTUAL EN AMÉRICA LATINA

    LECTURAS EN EL CAMINO

    Prólogo

    La filosofía no es, esencialmente, una práctica erudita, burocratizada, donde los filósofos se dedican a la producción serializada de papers —paperfordismo— o a la exégesis y comentarios infinitos de textos. Tampoco es un saber inane, repetitivo, alejado de la realidad: no es, ni ha sido, pensamiento en la torre de marfil de espaldas a las circunstancias real-concretas que habitamos. Pensar la filosofía de esa manera es la muerte y la esclerosis del pensamiento; es la ruina del pensar y es una mecanización y domesticación de la disciplina que la torna cómplice del orden normalizado e injusto del mundo, de sus desajustes. De esta manera, se asesina su capacidad de sospecha y se la condena al vampirismo y a la regurgitación de ideas, tal como se hace en ciertas prácticas filosóficas hegemónicas e institucionalizadas, donde la producción filosófica queda sometida al totalitarismo de la cantidad, de la cifra, del número, del ranking.

    La filosofía es, ante todo, una actividad atenta a lo que nos circunda, nos ocurre, nos pasa y nos atraviesa. La filosofía es una disciplina anclada en la realidad, en sus dinamismos, composiciones, problemas, tensiones, contradicciones y encrucijadas. La atención mencionada es apertura a lo que nos rodea; es tener oídos, tacto y disposición frente al mundo con sus problemas y vicisitudes. En este sentido, la filosofía es una práctica y un saber que se ocupa y se preocupa de los distintos estratos de la realidad y de lo que somos en ella. Por eso atiende a las cosas cercanas y a las lejanas, como decía Aristóteles. No es, pues, y no puede ser, una disciplina indiferente, apática, meramente profesoral, distante. Debe cumplir una labor crítica del presente, y, en este sentido, su tarea debe ser incómoda e impúdica. Al incomodar, el pensamiento filosófico perturba la comprensión habitual que tenemos de un presente osificado, esclerótico, naturalizado, normalizado, que se presenta con pretensiones de perpetuidad; al ser impúdica, desnuda críticamente los problemas de esas capas y ropajes inadvertidos que bloquean y obturan una mayor comprensión de estos.

    La filosofía, tal como se practica en este libro, trata de aspectos epistemológicos y ontológicos clave para enfrentarse y comprender la realidad, la forma de vida actual; además, se ocupa de ella, la esclarece, disloca sentidos y ataca maneras habituales de entenderla. Estos aspectos son clave para pensar maneras de superar muchos de los problemas contemporáneos. Porque no se trata solo de un pensamiento crítico, sino, también, de un pensamiento alternativo que va más allá y que puede otear otras maneras de ver, pensar, sentir (habitar y morar en) la realidad. Ahora, esto no implica asumir un mesianismo filosófico en el que la disciplina pretenda cambiar el mundo a partir de un pensamiento normativo fuerte como si pudiera calcular y determinar todas las posibilidades de su transformación. Al contrario, frente a esa pretendida soberbia del pensamiento se practica una humildad del pensar con todo lo que ese concepto implica: atención, cuidado, escucha, proximidad y consideración a la alteridad.

    El mesianismo filosófico supone asumir una omnipotencia que la filosofía no tiene; y, por otro lado, se sume en un solipsismo que deja de lado el aporte de otras disciplinas; igualmente, olvida que las y los filósofos somos un actor más que disputamos el sentido político de lo que es. Ese solipsismo es un pensar ciego, autosuficiente, que pretende subsumir la realidad con su complejidad, diversidad y pluralidad. Ese mesianismo conlleva una epistemología de la unicidad que engulle la riqueza de la realidad. Pero esta riqueza del mundo, con sus posibilidades y fragilidad, con sus tensiones, requiere, para su mejor comprensión, de otras disciplinas, de otras miradas. Hoy, prácticamente, sin los aportes de la sociología, la antropología, las ciencias naturales, y sin esa mirada profunda, entrañada y abismal que ofrecen la literatura y las artes, la mirada del mundo se torna miope, distorsionante. Pero «nada real debe ser humillado»,¹ decía María Zambrano, lo que también quiere decir que el mundo no puede ser visto de manera recortada, de manera simplista, ocultadora. En este texto, estos presupuestos se toman en serio.

    Espacios afectivos: Instituciones, conflicto, emancipación contiene ocho diálogos y busca introducir y acercar al público, de una manera sintética, a las apuestas realizadas por Laura Quintana en sus libros Política de los cuerpos (Herder, 2020) y Rabia. Afectos, inmunidad, violencia (Herder, 2021). Las conversaciones introducen las propuestas filosóficas trasversales a sus dos libros, su pertinencia para pensar el presente, sus implicaciones ético-políticas. Se trata de que las y los lectores puedan tener, gracias a estos diálogos, una aproximación sencilla, pero no por ello menos precisa, cuidadosa y profunda, a dos textos bastante extensos y densos filosóficamente, de modo que la propuesta general pueda ser comprendida sin mayor dificultad por un público amplio.

    Así, el objetivo es que los planteamientos teóricos y el potencial político de los dos libros puedan llegar a todos aquellos interesados y preocupados por el actual orden del mundo, sus problemas, sus daños, sus reclamos y las iniciativas que se despliegan desde abajo, desde los cuerpos en relación, desde los afectos simbióticos, desde las distintas utopías y apuestas emancipatorias. De esta manera se puede contribuir a quitarle el signo de fatalidad a las condiciones de existencia y luchar contra lo que Quintana llama la «desposesión del futuro» que nos impone el capitalismo actual.

    Es un libro breve en el que las propuestas de la autora se van desplegando a partir de preguntas puntuales, que articulan cada sección, en las que se abordan temas como el pensamiento situado, los espacios afectivos, la relacionalidad, fragilidad y vulnerabilidad del mundo, la política de los cuerpos, el Estado, las instituciones, el conflicto, la violencia, la crítica del capitalismo, las prácticas emancipatorias, el papel político y emancipador de la rabia y el resentimiento, entre otros. Termina con un epílogo y una indicación de algunas fuentes necesarias para un mejor diálogo con el texto y otras aproximaciones teóricas. Además, en medio de sus páginas, se incluyen algunos dibujos de la artista Eulalia de Valdenebro que resuenan con lo escrito: piensan el movimiento de los cuerpos, sus dislocaciones, contagios, los entramados que surgen en medio de espacios y atmósferas, desde trazos de tinta cuyas líneas rítmicas generan evocaciones sensoriales que, en todo caso, exceden el lenguaje articulado. Así, desde su composición, el libro nos invita a pensar la manera en que la vida y la existencia política se tejen y se transforman en espacios, relaciones, experiencias siempre afectivas. De ahí el título que lleva.

    Este proyecto nació de múltiples encuentros sobre los trabajos recientes de Quintana, y a partir de la sensación de que algunos de sus contenidos y apuestas fundamentales pueden efectivamente alcanzar un público más amplio. De ahí surgió la idea de escribir un texto que permitiera dar cuenta de la riqueza de Política de los cuerpos y Rabia pero, muy especialmente, de su pertinencia en la actualidad, en medio del mundo arruinado que vivimos y de su posible colapso. Es así un libro escrito desde el diálogo, que dialoga consigo mismo, y que espera crear —en los lectores y lectoras— otros diálogos.

    Aquí, el diálogo con un otro se convierte en la ocasión para activar el movimiento del pensamiento y reescribirse: volver sobre ideas ya elaboradas, revisarlas, encontrar sus puntos más productivos, las líneas que llevan a otros lugares, los límites que abren nuevas preguntas, los horizontes por explorar que empiezan a encontrarse, los enredos que siguen impulsando a la reflexión y paralizándola, a veces también con sin-salidas y nudos densos.

    Es una forma de dar cuenta de sí misma, de mirarse desde otros ángulos, desde la interpelación a explicarse: a exponer lo dicho a partir de lo que ha afectado a otro y a exponerse a las desviaciones y alteraciones que produce el trabajo de relectura.

    En todo caso, escribir es quizá siempre, de cierto modo, reescribirse, porque nunca se escribe desde cero, aunque la página esté en blanco y sea la primera vez que se enfrenta. Hay tantas historias, conversaciones, experiencias en un cuerpo, en los lugares que habita, en las relaciones que lo traspasan, tantos signos vinculados a las cosas, a las atmósferas que se respiran, a las calles y paisajes, que el lenguaje escrito retoma y vuelve a leer —reescribe— en imágenes, ritmos, pensamientos. Se piensa también en medio de estos signos, mientras se hace, mientras se habla, mientras se buscan las palabras.

    A veces, sin embargo, nos releemos, volvemos sobre lo pensado y lo escrito, volvemos desde otra luz, con otras necesidades y deseos que van produciendo también otras palabras para decirse. Quizá nunca se dice lo mismo con otras palabras, o en otro estilo, porque el pensamiento habita el lenguaje y se despliega en él, en los surcos que traza, en los hilos que teje, en las imágenes que evoca. Se piensa entonces lo pensado ya de otro modo siempre que trata de decirse de manera diferente, y desde otro cuerpo, porque —como lo decía Nietzsche, evocando a Heráclito— siempre somos otros.

    Lo sabemos, al releer algo que uno escribió parece —muchas veces, e incluso después de tan solo algunas semanas de haberlo escrito— que fueran las palabras de otro. Simplemente ya no pertenecen, ya no son de uno, se pierden para sí apenas salen del cuerpo y quedan escritas en la página, disponibles para que cualquier otro las lea, las apropie, las haga suyas y las vuelva a perder o a olvidar. Esto también pasa cuando uno mismo es quien se relee: aparecen otros focos de atención, otras preguntas que estimulan la reflexión, otras interpelaciones.

    Y hay tantos diálogos que recorren el pensamiento: palabras de otras y otros que orientan, impulsan o confrontan; encuentros fortuitos con extraños que lanzaron a otro lugar, a otras preguntas; amistades sostenidas por años y conversaciones extendidas que vienen y van; experiencias de extrañamiento y de reflexión libre en las que la pluralidad que lo habita a uno se divide, entra en conflicto o genera diálogos tensos en los que el yo cotidiano interpela al yo que escribe. En todo caso, él es siempre el que —incluso cuando la imaginación vuela más allá de lo vivido o cuando discurre en pensamientos abstractos que hacen olvidarse del cuerpo— encuentra el buen momento, el momento propicio para escribir y el que dicta cómo hacerlo. Para decirlo con Úrsula LeGuin:

    He ahí el buen momento. El momento en el que la escritora plural encuentra lo que debe escribirse. A la luz del alba, viendo con los ojos del niño al despertar, tumbada entre el dormir y el día, en el cuerpo del sueño, en el cuerpo de la carne, que ha sido/es feto, bebé, niña, muchacha, mujer, amante, madre, ha contenido otros cuerpos.²

    Este gesto de inscribirse en lo pensado —desde dónde se habita y qué problemas asedian al yo que piensa— desde el yo cotidiano, está muy presente en Espacios afectivos, como —por caminos más enmarañados y tupidos— también se dejaba sentir en Política de los cuerpos y, más aún, en Rabia. Pero ahora el pensamiento se espacia, se despliega en el espacio que crean las preguntas que otro hace y desde la conminación —autoimpuesta— de decir de la manera más sencilla, austera y menos técnica posible. Se aspira a que cualquiera que se interese en el cuerpo, los afectos, los conflictos, las violencias que nos atraviesan y los deseos de confrontarlas pueda recorrer —sin grandes obstáculos, aunque no sin exigencias— estas páginas. Quizá a veces se logre más o menos, porque nunca se puede decir desde cero, y hay varias conversaciones y palabras de otros que atraviesan lo escrito. Pero aquí está el compromiso igualitario por llegar a cualquier interesado, sin la concesión a reiterar los regímenes de sentido dominantes. Ahora queda en manos de quien lee dejarse atravesar, hacer suyas o dejar pasar estas palabras.

    A varias manos, a varias voces

    Bogotá / Bucaramanga, marzo de 2023


    ¹ M. Zambrano, Claros del bosque, Madrid, Cátedra, 2011, p. 182.

    ² U. LeGuin, Contar es escuchar, México, Titivillus, 2004.

    Sesión de danza contact 1

    Eulalia de Valdenebro, 2023

    Tinta sobre papel

    1. ¿Pensar situadamente?

    En los libros Política de los cuerpos y Rabia abordas problemas de la sociedad contemporánea, cuestiones actuales que asedian el presente, sin embargo, destacas frecuentemente que te sitúas desde Colombia, desde el Sur global. ¿Cómo entiendes el pensamiento situado y qué implicaciones tiene este tipo de abordaje para la filosofía?

    Quizá se ha vuelto usual reconocerlo: hablamos, actuamos, comprendemos siempre desde un lugar que marca nuestros enunciados, los sitúa y los llena de contenido y orientación. Pensamos al sentir ese lugar, al ser afectados por este. Evidentemente no aludo a un mero emplazamiento espacial, sino a una forma de habitar: modos de tener experiencia, coordenadas que definen lo que es pensable, decible, imaginable; instituciones que regulan, a través de normas, lo que debemos hacer y lo que somos capaces de hacer. Lo que nos hace vibrar, lo que deseamos y valoramos procede de un cuerpo formado de cierto modo, a través de prácticas, saberes, fronteras que delimitan modos de existencia específicos. Desde hace ya varios años, teorías de la ciencia queer, reflexiones vinculadas con el pensamiento decolonial, planteamientos feministas, estudios culturales producidos desde Latinoamérica, así como filosofías afectivas, corporales y existenciales, han insistido en la importancia de reconocer desde dónde se habla. Y esto implica explorar las formas de poder que atraviesan un lugar de enunciación, analizar los marcos de experiencia que condicionan saberes y discursos, asumir los efectos corporales de estos marcos, junto a los regímenes sensoriales que producen (seguramente más adelante podemos detenernos con más cuidado en esto último).

    Debo decir que la filosofía que aprendí, en mis años de formación, no acogía esta localización del pensamiento. En ese entonces el pensum se restringía a un cierto canon (europeo, anglosajón, masculino) que excluía las voces de mujeres filósofas, y otros lugares de producción de pensamiento, sin cuestionar estas marginalizaciones que se terminaban, así, reproduciendo. Además, la filosofía parecía enseñarse como una potencia abstracta de producción de conceptos, desvinculada de los modos de experiencia de los que emergía. Al acentuarlo no aludo, en todo caso, a la necesidad de enlazar una voz filosófica a una biografía o a un cierto contexto histórico-cultural que haga explicables sus enunciados. Esta reducción historicista o contextualista puede ser también muy problemática, pues descarta la emergencia de lo impensado, de lo que puede surgir justamente como inédito, excediendo unas condiciones determinadas de producción o un marco de comprensión previamente asignado como contexto. A fin de cuentas, no puede acogerse la singularidad de un enunciado si se lo explica por completo por lo que era pensable y decible en un cierto momento.

    Tampoco asumo que situar el pensamiento implique abandonar la creatividad especulativa de la filosofía, sus preguntas ontológicas y metafísicas o dejar de lado pensamientos producidos en lugares hegemónicos. De hecho, estas hegemonías son siempre heterogéneas y conflictivas: en ellas se producen también centros y periferias, así como pensamientos contrahegemónicos que resisten a las tendencias dominantes. Por eso puede ser tan problemático hablar de manera totalizante de «Occidente» o «lo moderno» frente a un otro idealizado (no moderno o no occidental) que se puede terminar fijando identitariamente y sustancializando. Es más productivo, a mi modo de ver, cuestionar las fronteras establecidas entre centro y periferia, destacar los lugares problemáticos en las conceptualizaciones que se tornaron dominantes, hacer valer en ellas los lugares transgresivos. Y, a la vez, «provincializar», en el sentido de Chakrabarty (2007), las voces europeas y anglosajonas, al localizarlas y ponerlas en diálogo con voces de otras tradiciones, así como con actores sociales que crean conceptos y narraciones productivas para pensar el presente y que no necesariamente participan de prácticas filosóficas académicas. Pensemos, por ejemplo, en la manera en que visiones del pensamiento indígena elaboran —y asumen en su vida práctica— formas de perspectivismo que bien pueden conectarse con abordajes perspectivistas como el de Nietzsche, un autor que ciertamente no tuvo ningún contacto con estas tradiciones. Al escuchar también a personas comprometidas con la lucha política por su igualdad, en condiciones de existencia muy difíciles, como las que pueden darse en Colombia, tantas veces he constatado una creatividad conceptual para repensar lo común, el territorio, la democracia, la resistencia, la vida, etc., igualmente fructífera que la de teóricos y académicos —y muchas veces más pertinente—. Por eso me ha parecido fundamental tener en cuenta estas voces, al hacer filosofía

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