Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Frankenstein
Frankenstein
Frankenstein
Libro electrónico297 páginas4 horas

Frankenstein

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Frankenstein o El moderno Prometeo es la creación de una joven Mary Shelley en 1815. El relato, iniciado en una temporada de encierro y tertulias, se convirtió en una de las novelas imprescindibles del romanticismo góti­co. Mary Shelley, a quien solo en una segunda edición se le permitiría asumir la autoría, es la madame del te­rror moderno. En esta se destaca de manera grandiosa la febril imaginación de una joven novelista atrapada una temporada en una gran mansión, en compañía, además, de algunos de los personajes más interesantes y elo­cuentes de la época, como Lord Byron, quienes ins­piraron uno de los más importantes relatos de la literatura. Lo más impresionante de la hazaña de Shelley, no fue solo concebir este monstruo, o extraordinario fue dotarlo de espíritu humano.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 may 2023
ISBN9786287642843
Autor

Mary Shelley

Mary Shelley (1797–1851) was the only daughter of the political philosopher William Godwin and Mary Wollstonecraft, celebrated author of A Vindication of the Rights of Woman. At the age of sixteen, Shelley (then Mary Godwin) scandalized English society by eloping with the poet Percy Bysshe Shelley, who was married. Best known for the genre-defining Frankenstein (1818), she was a prolific writer of fiction, travelogues, and biographies during her lifetime, and was instrumental in securing the literary reputation of Percy Shelley after his tragic death.

Relacionado con Frankenstein

Libros electrónicos relacionados

Cómics y novelas gráficas para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Frankenstein

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Frankenstein - Mary Shelley

    CAPÍTULO I

    Soy de Ginebra por nacimiento y mi familia es una de las más distinguidas de esa república. Mis ancestros han sido, por muchos años, cancilleres y síndicos, y mi padre ha ocupado varios puestos públicos con honor y buena reputación. Era respetado por todos los que lo conocían por su integridad y su infatigable atención a los asuntos públicos. Pasó sus días de joven ocupado perpetuamente con los temas de su país; una variedad de circunstancias habían prevenido que se casara pronto y no fue sino hasta el declive de su vida que se convirtió en el esposo y el padre de una familia.

    Como las circunstancias de su matrimonio ilustran su carácter, no puedo evitar relatarlas. Uno de sus amigos más cercanos era un mercader, quien, a pesar de tener una propiedad muy rica, cayó, gracias a numerosos infortunios, en la pobreza. Este hombre, cuyo nombre era Beaufort, tenía una disposición orgullosa y terca y no podía vivir en la pobreza y el olvido en el mismo país en donde antes había sido reconocido por su rango y magnificencia. Habiendo pagado sus deudas, entonces, de la manera más honorable, se retiró con su hija al pueblo de Lucerne, en donde vivió en medio del desconocimiento y la miseria.

    Mi padre amaba a Beaufort con la amistad más pura y lamentaba profundamente su retiro bajo estas circunstancias desafortunadas. Deploró con amargura el falso orgullo que llevó a que su amigo se comportara de una manera tan indigna del afecto que los unía. No perdió tiempo en esforzarse para encontrarlo, con la esperanza de persuadirlo para que empezara un nuevo mundo a través de su crédito y asistencia.

    Beaufort había tomado medidas efectivas para esconderse a sí mismo y pasaron diez meses antes de que mi padre descubriera su morada. Regocijado por el descubrimiento, se apresuró a esa casa, la cual estaba situado en una calle cerca de Reuss. Pero cuando entró, solo le dieron la bienvenida la miseria y la desesperación. Beaufort solo había ahorrado una muy pequeña suma de dinero del desastre de sus fortunas, pero fue suficiente como para proveerle sustento por algunos meses. Mientras tanto, él esperaba procurarse algún empleo respetable en la casa de algún mercader. El intervalo fue, consecuentemente, invertido sin hacer nada; su pena solo se hacía cada vez más profunda e incapacitante cuando tenía tiempo para pensar. Y, al final, se apoderó tanto de su mente que después de tres meses quedó postrado en una cama, enfermo, incapaz de hacer cualquier esfuerzo.

    Su hija lo atendía con la ternura más grande, pero ella veía con desesperación que su pequeño fondo estaba haciéndose cada vez menor y que no tenían ningún otro prospecto para sostenerse. Pero Caroline Beaufort poseía una mente de una composición poco común y su coraje se alzó para sostenerla en su adversidad. Se consiguió un trabajo simple: trenzaba paja y, a través de varios medios, lograba ganar el dinero apenas suficiente para mantenerse con vida.

    Pasaron varios meses de esa manera. Su padre se puso peor; su tiempo se vio casi por completo ocupado en atenderlo; sus medios de subsistencia decrecieron; y diez meses después su padre murió en sus brazos, dejándola como una huérfana y una mendiga. Este último golpe la sobrepasó y se arrodilló junto al ataúd de Beaufort llorando con amargura justo cuando mi padre entró a la estancia. Llegó como un espíritu protector para la pobre joven, quien quedó a su cargo. Y después del entierro de su amigo, se la llevó a Ginebra y la dejó a cargo de uno de sus parientes. Dos años después de este evento, Carolina se convirtió en su esposa.

    Había una diferencia de edad considerable entre mis padres, pero esta circunstancia solo pareció volverlos más cercanos gracias a sus lazos de afecto devoto. Había un sentido de justicia en la mente rígida de mi padre, la cual hacía necesario que sintiera una aprobación muy grande para amar de la manera más fuerte. Quizás durante años anteriores había sufrido por el tardío descubrimiento de la poca valía de alguien amado, entonces ahora estaba dispuesto a conferirle un valor más alto a la valía de una persona. Había una muestra de gratitud y de adoración en su vínculo con mi madre, la cual difería por completo del cariño venerable que llegaba con la edad, pues estaba inspirada por la reverencia de sus virtudes y un deseo de ser, de alguna forma, el medio para recompensarla por las penas que había soportado, pero la cual le daba una gracia inexpresable a su comportamiento con ella. Todo estaba hecho para ceder ante sus deseos y la conveniencia de ella.

    Él se esforzaba por protegerla, como una flor exótica es protegida por el jardinero, de cualquier viento fuerte y por rodearla con todo lo que pudiera tener a crearle emociones placenteras en su suave y benevolente mente. Su salud, e incluso la tranquilidad de su antes constante espíritu, habían sido perturbadas por lo que ella había tenido que soportar. Durante los dos años que pasaron antes de su matrimonio, mi padre había dejado de lado, poco a poco, todas sus funciones públicas. Y justo después de su unión buscaron el clima placentero de Italia, cambiando de escenarios y embarcándose en un tour a través de la tierra de las maravillas, todo como un recurso para restaurar su delicada salud.

    Desde Italia visitaron Alemania y Francia. Yo, su hijo mayor, nací en Nápoles y, como infante, los acompañé en sus viajes. Durante muchos años seguí siendo su único hijo. A pesar de lo mucho que estaban unidos el uno al otro, parecían tener reservas inexhaustibles de afecto de una mina pura de amor para darme. Las caricias tiernas de mi madre y la sonrisa de benevolente placer de mi padre mientras me miraba están entre mis primeros recuerdos. Yo era su entretenimiento y su ídolo, y algo mejor… su hijo, la criatura inocente e indefensa que el cielo les había regalado, a quien debían criar bien y cuya suerte futura estaba en sus manos, ya fuera para la felicidad o la miseria, de acuerdo a cómo cumplirían sus deberes conmigo. Con esa profunda consciencia de lo que le debían al ser al que le habían dado la vida, junto con el espíritu activo de ternura que los animaba a ambos, se puede imaginar que durante cada hora de mi vida infantil recibí una lección de paciencia, de caridad y de autocontrol, las cuales parecían tan guiadas por un hilo de seda, que todo me daba la impresión de ser un tren del disfrute.

    Durante mucho tiempo yo fui su única preocupación. Mi madre había deseado mucho tener una hija, pero yo seguía siendo su única descendencia. Cuando tenía unos cinco años de edad, mientras hacíamos una excursión más allá de las fronteras de Italia, ellos pasaron una semana en las orillas del lago Como. Su disposición benevolente a menudo los hacía entrar a las cabañas de los pobres. Esto, para mi madre, era más que un deber; era una necesidad, una pasión. Al recordar lo que había sufrido y cómo la habían aliviado, le gustaba actuar, a su vez, como el ángel guardián de los afligidos. Durante una de sus caminatas, una pobre choza en las colinas de un valle atrajo su atención, pues se veía singularmente desolada, mientras que el número de niños a medio vestir a sus alrededores hablaba de una penuria en su forma más

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1