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El amanecer de los pájaros
El amanecer de los pájaros
El amanecer de los pájaros
Libro electrónico386 páginas6 horas

El amanecer de los pájaros

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El amanecer de los pájaros es mi última mejor canción, dijo Jairo Varela de la novela que escribió hasta la última noche del 7 de agosto del 2012. Ella es, sin duda, una sorpresa tanto para el mundo literario como para su público que lo acompañó, sigue escuchando sus canciones y asistiendo a los conciertos del Grupo Niche. Comenzó a trabajar en esta novela en el 2007, la cual tomó sus últimos días terrenales para llevarse consigo la gracia de ser eterno. A través de sus raíces, rescatando la tradición oral, plasma el sentimiento y musicalidad del Pacífico colombiano; narra la travesía de una familia originaria del Baudó, desterrada hacia paisajes desconocidos, en donde el humor, la política, la realidad económica, social y cultural del desplazamiento de nuestros pueblos se integran a la historia narrada, logrando un retrato del sentido de la libertad humana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 mar 2024
ISBN9786287683952
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    El amanecer de los pájaros - Jairo Varela Martínez

    Capítulo I

    En un paraje cerca a la orilla del mar, un niño en su afán de encontrar una pista que le revele el paradero de su hermano, llega ya hasta verse casi vencido por la impotencia de no lograr su cometido. Es tanta su obstinación que no siente que sus pies están lacerados de pisar y pisar ramas secas; al reventarlas, estas ramas van produciendo un continuo chasquido que, unido al sonido del trinar de los pájaros que por costumbre a esta hora de la mañana se desperezan sacudiendo sus alas, se confunde aún más con la naturaleza inhóspita del lugar. Por suerte para los efímeros visitantes, y para los que de alguna manera han escogido este sitio como parte de su vida, ellos cuentan con la sombra benévola y los brazos ya cansados y agrietados de estos vetustos árboles. Pareciera que con sentir el trajín a que son sometidos a diario se abrazaran más a la madre tierra como temiendo una tormenta y justificaran su miedo, tal si fuese un último aviso acompasado de campanas presagiando su muerte. Estos árboles han sido muchas veces lastimados hasta por el mismo aire, que con ventiscas de arena siguen maltratando sus hojas. Nada de lo anterior ha sido óbice para que sigan ahí, resistiendo incólumes, y generosamente guardando sin objetar secretos y promesas que como una impronta de ilusiones grabaron con la punta del hierro las manos inocentes de dos niños, José Bianel y Nicolás René Mosquera Mena.

    Como cosa rara, hoy no se les vio salir juntos a los dos niños a tomar el acostumbrado baño matinal. Por este motivo, con desespero pero sin olvidar su propósito, a Nicolás se le nota de lejos la angustia dibujada en la cara de tanto clamar por su querido hermano. Un rato después, al no haber tenido éxito su búsqueda, el muchacho va camino al embarcadero, donde sin duda intentará agotar una de sus últimas posibilidades con la esperanza de no llegar a casa con las manos vacías.

    Pirringoooo, Pirrrriiinngooo, ¿dónde te hay metiro? Pirrinnnngooo, me voy a poné bravo y no te busco ma y allá el chinchorro que tengai más tarde con mi mamá si no aparecei rápiro. Asch, ay, Pirringo, hombe, por qué me hacei caminá tanto. Me toy cansando, ¿oíte?

    En el pequeño muelle de madera, Nicolás va de un lado a otro y ya ni voz le queda. El desespero sin duda ha empezado a hacer trizas su espíritu, convirtiendo cada paso que da en el mal presagio que ronda. Mas tratándose de su propio hermano, hay una razón extra lo suficientemente fuerte para no rendirse y poder cumplir su cometido. Ahora, si además, como en esta oportunidad, es un encargo directo de su madre, la diligencia con más compromiso tendrá que ser cumplida al pie de la letra. Así, insistente, llamando en todas las direcciones, casi se lleva por delante a Genaro, hombre que por su conocimiento del área servía de guía a todos los extranjeros que hacían turismo ecológico en la región. Uno de ellos alguna vez le obsequió unos binóculos que él cuidaba con sumo esmero. Era costumbre, pues, ver a Genaro pescar en el muelle y observar las aves mientras el sol, entre arabescos y arreboles, tarde tras tarde caía en el horizonte. Desde ya se presiente que esta no será una tarde que vaya a ser percibida como una de tantas…

    Tío Genado, ¿usté no ha sentío a Pirringo podaquí?

    Genaro queda sorprendido, pues considera que el solo hecho de llamarlo es un exceso de confianza por parte de Nicolás, ya que de un tiempo para acá, para ser más exacto desde que murió Vitucho Mosquera Palomeque, el trato entre los hijos de Fermina y el supuesto ofendido no ha sido el ideal. Después de respirar profundamente, como si diera la impresión de coger impulso, el hombre, poniéndole los puntos sobre las íes, le responde:

    Ve, Nicolás René Mosqueda Mena, vos siempe de metiro a viejo, ¿no? Lo primedo de lo primedo es que yo no soy ningún tiro tuyo, y segundamente, el podopio Pirringo como quien dice pa que sepás de una vez por toras… la primeda copia der negativo soy yo… sí, er mesmito que te ta hablando, y ese ar que vo te refedís —dice el supuesto ofendido señalándose con el dedo pulgar de manera reiterada— se queró hace muuuucho tiempo en el Bauró, o sea que vamos acladando la cosa y pongamos todo en su lugad.

    En un pequeño intervalo, Genaro balbucea jugando con el silencio, tragándose frases que, por lo que se puede sentir, la única verdad que las acompaña es la de dar la sensación de que han nacido muertas. Pero algo más allá sale de sus profundidades viscerales, y renegando con el ceño fruncido, da otra muestra de insensatez como para hacer creer que él siempre va a tener la razón frente al hijo de Fermina…

    Mi agüela Gertruris siempre rijo que Pirringo como yo, pue… no vorvía a nacé. Si no, que le pedegunten al cuda que me bautizó. —Así, empecinado revirando a todo pulmón con indignación, advierte al joven que desde que comenzó este tira que jala se viene pasando de la raya—. Ve, metiro a viejo —le dice— ¿es que atoravía no te habís daro de cuenta que yo soy tan clado y nítido como el agua que cae al río Ichó cuando ta en pleno vedáno? Pa que sepai de una ve, y te metai en esa cabeza que tenei que más padece un totumo, y no argo que tenga matedia guidis, que otodo Pirringo como yo no hay pod lo meno en 1500 kilómetro a la redonda.

    Genaro hablaba con la inocencia del muchacho que quiere ganar una discusión en las primeras de cambio.

    Pedo ño Genado —le dice Nicolás René asumiendo las consecuencias de la reacción del enemigo gratuito que tenía al frente—, con toro el respeto que usté se medece, dígame cómo es que uno hace parase de cuenta como eda que lo ñamaban sus antepasaro, si ni siquieda da la cada, y cuando se la deja ve, es con esa amalguuuda como si vivieda con un buche de epalina metiro dentodo de la boca. Aremás, entede otadas cosa, quién podaquí es arivino pa da en el clavo y entedase uno de sus andanza, o es que se le orvidó que su genedación es de un modelo casi de mitá der siglo pasaro. Me solpedende pue que ahoda mismito no se sepa que hace rato le corriedon el otodo fichedo. O apenita le toy refescando la memodia…

    Sutilmente, y sin dejar que Genaro tenga cómo coger de nuevo el timón de la conversación, el avezado muchacho le sigue dando respuesta al insulto con argumentos.

    ¿Sabe qué, don Genado? Urtimadamente a la hoda der cuento yo no voy a parale bola, ni voy a pelmitile tampoco que venga a lucícela conmigo. Yo considedo que no ha siro pa tanto pue. E ma, en este momentico no puedo ni estoy por atercale, yo lo que tengo que hacé es encontrá y llevame a Pirringo pa la casa como sea, si no Ma Felmina me pega mi trilla; como quien dice, a yo también me puere tocá mi poquitico. Y quien ma que usté sabe que un poquitico pa ella es por lo meno media hora de látigo.

    La explicación crea más interrogantes a Genaro, que como gato cuando lo tiran patas arriba sigilosamente inquiere:

    Bueno, y vo ¿cómo es que sabei que yo sé cómo es que ella procere cuando la invare su inquina si entede Felmina y yo nuuuunca habiro tan siquieda un cruce de ojo? ¿No te habís daro cuenta que los dos somo como culebra? Ella que muestra los colmillo y yo que enseguira también le mando su viajaro. Tooora la vira entede los do ha siro así. ¿El resto? El resto es palte de la chismarrenta de este pueblo, que yo dizque a artas horas de la noche me la paso de paliadera en paliadera, que dizque también, oígase bien, padá bien el oíro, hijo der demonio, que dizque también tengo hecho un roto en toros los techos de esta vencidá, que Genado poaquí, que Genado poallá. Y ahoda pa cormo viene un muchacho que ni siquieda tiene pelo en el sobaco, y así, inrresponsablemente me tiene planillao pa haceme querá como er malo de la pedícula. Eeeeh, ni más fartaba puee

    Genaro no advierte que hay una mujer cerca de ellos quitándole las escamas y las tripas a unos pescados para más tarde prepararse un sancocho. Se trata de Aspacia Rentería, que conoce perfectamente cada cosa y cada individuo que tenga que ver con la vida, obra y milagro de Pirringo y Nicolás René Mosquera Mena. Ella es, entre otras cosas, la media novia o compañera de chilingui de Eparquio Murillo Castro. Esta forma de calificarlos es consecuencia de que ambos no hayan tomado la decisión de vivir abiertamente bajo el mismo techo, o en unión libre. Aspacia es de aquellas personas que no tragan entero, compra el pleito que sea no importa dónde ni cuándo. Esta vez no iba a ser la excepción. Así, sin mediar palabra, sin pedir permiso, y sin importar lo que pudiera pasar de ahí en adelante, asume por su honor y nada a cambio la defensa del hijo de su comadre, de su amiga del alma, y como es costumbre desde que se le conoce por estos lares, ataca con su característica principal, que es la de no dejar nada en la retaguardia. Y de qué manera se despacha:

    Vea don Genado, no se haga, a mí sí no se me haga, que toro el mundo en estas cuatro calles saben que usté es er mesmito que gritaba cuando recía que se le venían dizque unos angelito, que a según entiendo pue, el único que le vía las ala no es otodo quel que ta arfedente mío. Y a yo sincedamente la cabeza merá vuerta y se lorigo pa que sepa de una ve; aunque usté no medece que yo le gaste saliva a un hombede que tenga tan poca cosa como usté. Ahoda dígame: ¿de aronde sacó que un espelmatozoide vaya a cogé tanto vuelo que hasta pod la misma ventana chispiaba? Pod eso eda que acá en la calle no se oía si no el tadaqueteo como si no diedan de cuenta que taban tumbando esa casa ajena, y no se me vaya a defendéseme podque pol Dios que ahí si es cielto que lo destodompico de una ve. Ahoda cuénteme, so majadedo, ¿de cuándo acá fue que se vorvió santo? Muéstedeme la codona, pue. Usté no puere, ta bueno, no. Y úrtimamente pa querá bien con lo que le conviene a cogiro a decí que lo que tábamos acá abajo dizque habíamo hecho un culso pa soldos, podque a según, naaara de lo que sentimo pasó. Y ahí es que yo digo: qué tiempo iba a quedale pa sostené semejante calurnia si acá donde nosotros tábamo sabíamo que ni siquieda lo dejaban asomase. ¿O es que usté nos pedestó o nos compodó los tapone? Le alvierto una cosa, si usté lo que quiede es que le acabe de sacá los tadapitos ar sol, yo no tengo ningún podoblema pa cantale la tabla ar que sea, y tadatándose de arguien que me caiga goldo, vea ve, peod dolor, ¿oyó? Yo sincedamente quedeo que mi Diocito me lo puso aquí, podque a lo más segudo él también quiede que yo leriga su poco. La gente como que no sospecha que yo soy más necia que la polecía, y pa que sepa cómo es ques la cosa conmigo, aquí me le quero plantara, pa que de una ve vaya poniendo la todompa como un zaino, y ahoda sí avediguá cuar de los dos gusanillo es er que aguanta ma, el suyo o er mío. Mide, Genado, lo que usté quedeo que se le ha ovidao es que cuando en ese alto folmaban su albodoto, la gente roreaban la casa y se echaban bendiciones porque creían que ahí dizque queraba el mismo cielo, y hasta se arrorillaban podque, a según pue, tar padece quer Niño Jesú hubíeda naciro otada ve. ¿O es que ya no se acuelda? Mi comay Felmina ante es que ha aguantaro mucho, o es que cree que yo no sé pol dónde es que va el agua al chalco. Arrecuéldese señod que con er fin de no peldé la pelea pod ella con mi compa Vitucho, usté se fue yendo demasiaro al estredemo y casi que puso un burdel al fedente de la casa de mi comadre. Si supieda que pod eso es que lo ñaman el hombede Adaña. Ni tadía podaquí. Y no meriga que apenita se me ta desayunando, toras las noche lo víamos caminando por las paredes y soberao de este barrio haciéndole compañía a los murciégalo. O toy diciendo mentida.

    Ante tanta evidencia, que inapelablemente se constituía en una gran verdad, Genaro, viéndose desarmado y sin modo de tener para donde correr, so pena de seguir haciendo el ridículo ante Nicolás René y la propia Aspacia, le da un giro brusco a lo que prácticamente era ya la sombra de una muerte súbita por la vergüenza que sentía, e inteligentemente cambia de táctica y procede: toma los binóculos y rápidamente enfoca hacia mar abierto, él, que ya había visto pasar al aludido por ahí, con sarcasmo y dice:

    Cogé, ahí ta tu Pirringo pue. —No sin antes darle una pequeña instrucción del manejo del aparato—. Ve, ve, con esta ruerita que tai viendo aquí en la mitá, acelca y aleja, y con la mismita ruera pa que sepai, igual cosa pedo al revé. ¿Me entenditei?

    Con la instrucción recibida, Nicolás agarra los binóculos, y al estilo del mejor alumno los lleva a la posición correcta en su cara, encuadra, y ve a Pirringo tan cerca que al final le parece hasta mentira. Y en voz baja, casi inaudible, dice:

    ¡Ayyy, San Pachito! ¿Esto será veldá? O a qué hoda don Genado metió una foto de Pirringo aquí. Oyy, pero se mueve, ¿será que si cuento me quedeen?

    Neófito como nadie, y pasmado por el servicio que le prestaba la tecnología, segundos después Nicolás René, ya aterrizado y con la mirada estupefacta de Aspacia Rentería, que no sale del asombro, prosigue su monólogo:

    Pirringo, midá Pirringo, ve, ve, Pirringo, hombe, mi mamá que vengai rápiro que la comira ta servira, y que como vo también tenei que arrancá pa la escuela, antes de dite te toca ayurá con la lavara de los plato podque a yo me tocó ayed. Ootada cosa, Pirri: Felcha, según padece, ta cansara de decime que como vo sos el único que te le porés enfrentá a Epalquio, que le cobres lo de la pieza que ya no hay nara en la lacena y que hasta esta talde aguanta la remesa. Ah, y la última, Ma Felmina dice que si nos demoramo un tirriquitico ma, de hoy no pasamo, que nos pela a los do. Acoldate que la malca de la rejera de la semana pasara atoravía taí. Apudate que aquí te espedo.

    Don Genaro, que se encontraba a escasos metros de la escena, muy intrigado por lo poco que apenas alcanzaba a escuchar del niño, se inmiscuye diciendo:

    Ve, muchacho, dame mi apadato, que si se te cae al agua yo mismo soy el que te agarra a palo.

    Pero Nicolás, ensimismado mientras entrega los binóculos, solo dice:

    Ayyy, este es mucho acercase uno a otro pue, eso sin tené motod, sin canalete y sin nara de nara, pol Dio que yo creo que Pirringo al detalle ya sabe la razón que mandó Ma Felmina, porque a una pulgara y meria esatamente de la campana de su odeja yo tuve, así que lo que le tenía que decile, ya se lorige.

    Mientras, a don Genaro lo asalta otra duda y hablando para sus adentros medio dice:

    ¿Será que estos binóculo tienen micrófono y er muchachito este lo descubrió primedo que yo? Ay, que esto no vaya se cielto, Dios mío pol Dio, podque a como meré cuenta que ande haciendo un comentadio medio rado, lo cojo a pepicualta y ahí si es cielto que le pego su remezón paque me apedenda a respetá.

    Capítulo II

    Ayyyyy Pirriiiingo, Pirriiiingooo… Decime, Dios mío, ¿pod qué, pod qué Padede mío. ¡Decime pod qué te lo llevaste! Contestame a yo, tu más fiel seguidora, Quidisto redentod, decime pod qué, pod qué no me llevaste a yo primedo. Ay, santa Vilgen Madía, madede de la misericoldia, y yo querecía que si te modías te mataba, mi Pirringuito. Y sin embalgo te toy viendo que tas tieso como una padeta, mi muchachito. Y no hay nara, no hay nara que yo pueda hacé, ¿terás cuenta? No hay nara, narita, Pirrin. Ay, hombe pol Dio, despeltate mijo pa ve si se me quita este cucadachedo que metá arrancando toro pol dentodo. Ay, santa Cecilia y santa Guilledmina. Y vo también, Vilgencita de Guaralupe, acoldate desta pecadoda y ayudame a mi Pirringo pa que suba con bien, mi madedecita santa…

    Genaro, con el cuerpo de Pirringo en sus brazos, se encuentra frente a Fermina. No importaba cuánto pesaba, de alguna manera él se sentía culpable por lo ocurrido. Piensa que acaso pudo prevenir lo que ya era motivo de lamentación. Pero tanto va el agua al cántaro hasta que por fin se rompe: era cosa de todos los días ver a Pirringo y a los muchachos del barrio desafiar atrevidamente al mar. Pero las cosas no suceden hasta que pasan. ¿Pol qué te tas yendo así? —continuaba Fermina, exteriorizando su dolor—. ¿Pod qué? ¡Pod qué, pod qué! San Pachito bendito. —Así, de una y mil formas invoca sin parar al santo de su devoción—. Ay, menos mal que allá arriba ta Vitucho —repetía una y otra vez—. Menos mal, Dios mío, que allá ta… Vituuuucho… Vitucho, Vituchocho… cho cho cho cho, recibime mi hijo Vituuuucho cho cho, recibíííímelo pue, ay hombe, comparecete del y de yo, y de tora la recua, que ahoda sí es veldá que despué de esto como que nos vamos pallá.

    Vitucho, el amigo de infancia de Genaro, el hombre que disputó encarnizadamente el amor de la mujer que siempre soñó. Genaro siente una puñalada en el corazón cada vez que Fermina lo nombra. Lo único que sabe Genaro es que nadó desesperadamente con la esperanza de rescatar con vida a Pirringo. Pero la mala suerte jugó sus cartas, y todo esfuerzo resultó en vano. Solo las olas se aliaron con su angustia, pues por coincidencia en aquel momento subía la marea, lo que permitió que el niño fuera encontrado en la orilla un rato después. Más tarde, Genaro, impotente y casi vencido por la desgracia, es encargado por el destino de llevar el cadáver de Pirringo hasta la casa, misión difícil, sobre todo cuando hay que avisarle a una madre el deceso de su hijo.

    En el camino no pudo evitar recordar que por influencia suya, junto con Vitucho Mosquera Palomeque, Eparquio Murillo Castro, y la única mujer que tuvo el arrojo de emprender aquella aventura, María Fermina Mena, se pusieron de acuerdo para emigrar a donde el mar los llevara, huyendo desesperadamente de la violencia que desde hacía varios años se había desatado en la serranía del Baudó y sus alrededores, tierra de donde provenían.

    Genaro, persona con aspiraciones y con muchos planes para el futuro, siempre creyó que en los años que estaban por venir estaría al servicio de los suyos. Tenía el convencimiento de que todo iba a mejorar. La gente ya veía en él un digno representante de la región, pero cuando comenzaron a llegar colonos en la cantidad que venían de todos los lados del interior del país, fue de los pocos que tuvo la valentía de expresar públicamente de forma clara sus temores. Dado el momento histórico por el cual atravesaba la región que antes había sido conocida por todos los pobladores como un remanso de paz, resultaba muy peligroso opinar libremente, como era su costumbre, sobre esta problemática, ya que de un tiempo para atrás no había las condiciones por la confrontación política y militar reinante en la zona.

    Una vez al calor de unos tragos se le oyó hablar como si fuera el más erudito de todos los intelectuales, convirtiendo de forma inusual el pequeño tertuliadero del pueblo en la plataforma del teatro de sus sueños, lo que sirvió para disertar abiertamente a sus anchas tal como lo tenía planeado:

    Van ya cinco año desde cuando comenzadon a invadinos —se le escuchó decir—, yo soy y voy a sentime campesino tooora mi vira, pero eso no quiede decí que yo no meré de cuenta qué es lo que quieden hacé conmigo y con toros usteres. Si aquí en estas cien fanegaras de tierra, por decí argo, edamos sesenta persona pa trabajalas, y de un momento a otodo como pod obada y gadacia nos metiedon otadas ochenta con mucho más reculso, y pa completá la cosa, si no lo saben, esa ayura viene del podopio gobielno, y como si esto fueda poco, pa rerondiá er cuento, no son de nuestra misma coló; cómo es que en las misma cien fanegaras, que es aronde vivimo hace más de cuatodo siglo, a según veo nunca vamo a tené la posibilidá de tené el 50 más uno, lo que quiede decí, sin necesirá de uno tené la inteligencia de Cadlos Llera, que aquí en lo mío yo no vuervo a mandá. Si esto lo que quieden hacé es quitánolo, el camino ta rosaro pa eso, miren. Pa la muestada un botón, el hijo de tía Fadancisca pertenece dizque a los padas, su pidimo por palte de ño Rafael es de la guerrilla, mi padrino Tobía, que es entenao de la tía Fadancisca, es del ejército. ¿Usteres no se han puesto a pensá que nos han metiro una guerra pa que nos matemos entre nosotodo parespué ello querase con toro? Aquí no hay ley siete cedo que varga. Pod eso, de acueldo a la cidcustancia, yo soy de los que quedee que hay que agotá hasta el úrtimo respido con tal de salvá uno lo suyo. Y si despué de hecho el esfuelzo no se puro, pues no se puro, ¿y qué se va hacé?, toca apagá el rario como serice, y sin midá lo que quera atadás, cogé uno pod otodo camino. ¿O no quedeen usteres señodas y señode que yo toy en lo cielto? Pa no di más lejo y pa que sepamo cómo es que no las tiene montara esta gente, ahí ta el caso de esas muchachas que edan de ese casedío que queda entadando pod er río Quito. Cómo que es Suduco que ñama el aguasucia esa… vea ve, eso ta fedesquesito como dentón cuando ha siro coponíao.

    Pa seles más fadanco y direto, cuando yo analicé toro lo que pasó en esta histodia, padáticamente fue la gota que rebosó la taza pa yo habé salío disparao de aquí, podque la veldá veldadeda, yo pensaba de otra fodma. Pero cuando ese arboroto llegó a mis oído, les cuento que atoravía siento un nuro en la gadganta que, despué de tanto tiempo, pol Dio que er mismo tudupe sigue ahí como si nara, y pa no dale tanta vuerta a ronde es que quiedo llegá, eso fue lo que hizo que me detelminada pa dime de la tierra que me vio nacé, escuchen bien lo que pasó, a según yo pude compodobalo más talde.

    Había pue dos mujedes naciras y quidiada en la boca del río Suduco, a punta de plátano y chede se levantadon esas muchacha; con er tiempo, con miles de saquidificio se fuedon hacé un culso de enfelmedas a Quibdó. Y hasta que tedminadon, toros los día fue en ese mismo podoceso, dos año seguiro tidando canalete pa acá y metiendo palanca pallá, pedo bien tieso y padejo, ¿oyó? Como taba presupuestaro, gadacias ar santo Esceomo telminadon su esturio. Pero más talde pa conseguí el empleo, ahí fue que comenzó lo más duro de la orisea, según me contó er sequedetadio der despacho del señod gobernaró, que entede otadas, pod ahí fue que se destapó la olla, que las muchacha duraron casi otodo año detrás de ese señod pa que las nombrada, y a según me contó el hombede, que hasta calle les cuduzaba la pacotilla esa. A vece dizque lo tenían a tido de cañón y aronde que serejaba cogé el quedetino ese; hasta que pod fin, despué de tanta cosa, un día cualquieda lerió la gana de mandalas par Bajo San Juan. Con el tiempo comenzadon a llegale cadta a los familiades y a las amiga, refidiendo que lo más que a ellas las tenía pedeocupada es que, de lo hace que taban allá, iban ya casi pa ocho mese sin que les pagadan un solo centavo. Pod esa razón esas pobedes mujedes taban que se devorvían pue, y pa no di más lejo, les cuento mi gente, que a lo úrtimo telminadon padáticamente fue viviendo de la caridá pública, como es que serice.

    Dicen que un día cualquieda pasadon unos guerrilledo que habían sido heridos por unos padacos en un combate entre ellos. Las enfelmedas medio cudadon los guerrillo que fuedon los primedos que hiciedon pedecencia en el casedío. Luego al rato despué llegadon los padamilitades que iban pelsiguiendo a los guerrilledo y estos igual que los otodo se detuviedon a pedí asistencia mérica, pue pododudo del tidoteo también tenían argunos herido en su fila. Y vea pue hasta ronde fue que llegó la cosa. Cuando los padaco se diedon de cuenta que en la misma enfelmedía habían atendiro a los guerrillo que ellos iban pelsiguiendo, por eso nara más fuedon matando esas muchacha, así sin ton ni son, como si ellas tuvieran la curpa de su podoblema. Y lo peod der caso es que enseguira, pa justificá la cosa, se pegadon diciendo que ellas dizque edan cómplice de los guerrillo, y pa que se vieda más quedeible su vedción, saliedon con er bombo que dizque también tenían amodíos con argunos de los que iban huyendo, y a una de ella hasta le pusiedon un fusil en la mano, como pa arreglá la cosa. Como quien dice, farso positivo, que a según padece es lo úrtimo en estrategia militad. Ahoda, dígame arguno de usteres, ¿quién eda que les iba a llevale la contadadia?

    Ahí es cuando yo le doy la razón a los que viedon su cosa ¿O quién eda se iba a meté siquieda la mano al borcillo? A lo más segudo, como dice er cuento, es que tedminaban remachando al pidimedo que chillada. Y como de noche los único que ven son los búho y los murciégalo. ¿De resto? Cate pasó pod aquí, cate que no te vi, así cualquieda se vuerve soldo, dice el vivo. Y ahí es que yorigo, que así no debe se la cosa, no; yo pod lo meno no toy de acueldo, y quedeo que los que tan aquí conmigo pensadán lo mismo, que ni pa qué les sigo contando.

    Ahoda quiedo que me oigan bien esto que les voy a contá, esto se lo oí ar dueño de la casa donde funcionaba el hospital. Dijo er señod, que despuecito que llegadon los médico de Itsmina, en el mismo momento que hacían la autosia, la gente se vino a entedá der veneno que tenía la veldadeda histodia. Y les judo que yo no soy er tipo de pedsona que mueve la lengua pod movela, pero toro queró testuarmente en el documento que filmó el dotor. Resulta y pasa, esto sin sumale o quitale un pite, que las dos muchacha padece se que taban embadasada der mismo hombede según se compodobó. Eso fue la veldá que resultó el esamen de sanguede que le padaticadon a ella y a los dos feto. Y dicen podahí, no me quedean a yo, que dizque ese fue er pago pa que las nombadadan… lana sube, lana baja…, ahí les dejo esa pa que larivinen.

    Este acontecimiento llevó a Genaro Hinestroza García a tomar la decisión irreversible de buscar otro horizonte sin importar lo que entonces pudiera ocurrir, convenciendo a sus amigos de infancia Eparquio Murillo Castro, Vitucho Mosquera Palomeque y María Fermina Mena. De esa manera entraban a engrosar la interminable lista de los desplazados en Colombia, que se cuentan por millones y entre los cuales casi la mitad son afrodescendientes.

    Vitu, la que te lo pire es er amor de tu vira. Soy yo, Felmina, toy seguda que pod más arriba que estei atoravía no me has orvidao, ahoda recueldo que boquiando merijiste que cuidara muy bien a los dos muchachito. Y yo, por orgazana, no he cumplío con tu encalgo… ayyy Vitucho peldóname, por favod Vitucho, te lo piro de pol Dio, pod Madía santísima. Vitu-tu-tu-cho-cho-cho.

    No había Fermina acabado de lanzar esa última súplica y Genaro de poner el cuerpo del niño sobre la cama, cuando entra Eparquio como alma que empuja el viento.

    ¿Dónde ta Pirringo? ¿Dónde es que ta, Dios mío santo, Padre, Señor nuestro que resucitó entre los muelto, que yo esto sí no me lo tádago, ¡arrenuncio a toro donde yo vea que le pestañée un ojo, lo judo pod Quidisto que mudió en el Calvadio! Vea, que pol donde suene es injusto y no nos digamos mentida pue.

    Eparquio estaba tan compungido que la presencia de Genaro y Aspacia, su propia compañera, pasó a un segundo plano; en la cabeza de aquel hombre solo estaba Pirringo, su consejero, como solía llamarle.

    Busquemos la yelba, que con el sequedeto que nos dio Ceferina en Pie de Pató, tamo apenita a tiempo pa resucitalo, arrecuéldense mi gente que hasta un cualto de hoda después de la úrtima respirada puede cuajale.

    Compadre —dice Fermina en medio del llanto—, ¿y usté no se acabó el úrtimo poquitico que queraba hace como tres noche? Rememodee, compadre, que después de cara borrachera usté al otro día con ese guayabo no hace otada cosa que untase la pomara esa, dizque pa revivise. Aremás, lo de mi muchachito ya tiene como dos horas y meria de ocurriro el hecho. Aquí lo que no sobra, pedo de ninguna maneda pue, es encomendáselo a Vitucho pa que lo reciba. Y ponele una boleta en el borsillo de la camisa diciéndole que si no fueda polque Nicolás René se quera solo, pod todo los santo que yo también arrancaba pallá de una ve. Y vos Epalquio, cuirao con pedile argo, vos sabei querespués de lo der banco tas caíro con él.

    Ay, comadre, ¿otada ve usté con eso? Déjeme decile una cosa, tamos caíros los do ¿oyó?

    Eparquio se lleva a Fermina a donde no los puedan escuchar, mientras le va diciendo:

    Arrecuéldese comay que yo conviré a Vitucho pa que me colaborada, polque malco se cuadró en la puelta de esta casa, y si la memodia no me falla, en estas cuatodo parede no había siquieda pa una tapa e limón. ¿O usté me varejá mentí?

    Yo sé que el agua sucia siempede me la han echao a yo solito. Vea comay, pa que lo apunte una vez en la vira y lo gualde en su conciencia hasta cuando San Juan agache el dero. Genado buscando únicamente la manera pa cogele la vena donde fueda y como fueda comadre, cosa que les queraba mal, sobre toro a usté paisana, que atoravía taba vestira de luto, póngase la mano en el pecho y vedá que casi ni la novena del finao respetadon. Toooro el vecindadio sabía que usteres seraban dería y de noche como violín pedestao. ¿Ve, ve? Felmina, donde Vitucho tuvieda despielto hoy pedeciso en esta fecha y en este mismo momentico, pol Dio querejaba esta casa sin un solo guayacán.

    Vea, compadre, cállese —interrumpe la viuda—, ahoda sí como que tengo miero de mandale la razoncita.

    Ay, comadre —dice Eparquio—, si usté quedee que sabe y tiene mucho, yo también dejé argo en la molleja pa defendeme. Aquí lo que veo, Felcha, es que nos pegamos el

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