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Siete horas en manos de la DINA
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Libro electrónico131 páginas1 hora

Siete horas en manos de la DINA

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Información de este libro electrónico

Un joven de 24 años es aprehendido por la DINA, policía secreta de Pinochet. Siete horas permanece en manos de sus captores, sometido a diversas torturas, da una batalla con inteligencia, memoria y rebeldía, de la que sale victorioso.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento2 ene 2024
ISBN9789560017734
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    Siete horas en manos de la DINA - Sergio Zamora Villablanca

    © LOM ediciones

    Primera edición: septiembre 2023

    Impreso en 1000 ejemplares

    Traducido desde el francés.

    Sept heures en mains de la Dina, Francia, 1993.

    ISBN Impreso: 9789560017406

    ISBN Digital: 9789560017734

    RPI: 2023-a-9524

    Diseño, Edición y Composición

    LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago.

    Teléfono: (56-2) 2860 68 00

    lom@lom.cl | www.lom.cl

    Tipografía: Karmina

    Impreso en los talleres de GrÁfica LOM

    Miguel de Atero 2888, Quinta Normal

    Santiago de Chile

    Este libro es una forma de homenaje a la inteligencia y al coraje de un hombre confrontado a la violencia y a la barbarie de sus torturadores. Las dos características de la obra escrita por Sergio Zamora son que es una historia singular con una enseñanza universal. Este libro podría también llamarse: «Manual perfecto del resistente político sometido a la tortura». Universal, porque confrontado a la realidad de su detención por la policía política de Pinochet, la DINA, su autor tendrá un comportamiento ejemplar. Debido a su experiencia y a su formación militante, pero también por su práctica de la clandestinidad durante dos años, Sergio Zamora se negará inmediatamente, desde el momento de su detención, a actuar como víctima pasiva. Él decidirá luchar con las armas del intelecto y la psicología de que disponía, y a partir de ahí tomará la iniciativa de reaccionar, actuar y estar contantemente alerta, recurriendo a su experiencia, a sus capacidades sensoriales y de observación, a sus facultades de análisis de la situación, a su imaginación y todo esto a lo largo de su relato.

    Sergio Zamora, obstinadamente, intentará identificar los lugares sucesivos de su detención, a sus torturadores y analizar sus comportamientos, anticipando sus reacciones, desestabilizándolos e imaginando las posibles soluciones que se le pueden ofrecer para fugarse. Es un verdadero combate con armas desiguales que Sergio Zamora va a librar, victoriosamente, durante siete horas. Será la victoria de la inteligencia y de la determinación en contra de la mediocridad y la brutalidad, demostrando un remarcable dominio de sí mismo y lucidez en el análisis, rechazando ser una víctima de sus reacciones susceptibles de perjudicarlo, desplegando un coraje y una resistencia poco comunes, haciendo frente al dolor físico al que lo sometieron sus torturadores. Preocupado incluso bajo la tortura de coordinar, de juntar sus facultades de reflexión y de análisis, no abandonará en ningún momento su sentido de la solidaridad, rechazando absolutamente el poner en peligro tanto a su familia como a sus camaradas del partido. Sin embargo, Sergio Zamora en este relato no disimula su lado humano, legítimamente paralizado por el sufrimiento psicológico, por la angustia, la ansiedad y el miedo, considerando hasta la hipótesis del suicidio y llevarse consigo en el acto a sus carceleros. Él sabrá también utilizar y sacar ventaja de las escasas ocasiones que se le presentan y de aprovecharlas.

    La universalidad del relato de la historia de Sergio Zamora reside, además, en la descripción del comportamiento de sus torturadores y los métodos utilizados. Independientemente del lugar en el mundo donde hacen estragos, queda su sello de inhumanidad, barbarie salvaje y violencia bestial con la que cometen sus crímenes. Creen beneficiarse de una total impunidad en el nombre de la pretendida justificación de sus actos. Evolucionan en una zona sin derecho ni respeto en el cual sus víctimas están privadas de su derecho universal y fundamental a la integridad física, y además generalmente, de toda forma de protección jurídica. Antiguos nazis, oficiales latinoamericanos de los países del Plan Cóndor u oficiales franceses que capitalizan su «experiencia» de Vietnam o de Argelia, constituyen esta «internacional de torturadores» que no tiene fronteras.

    La ejemplaridad y la utilidad del relato de Sergio Zamora se comprueba también en el plano político. De hecho, él será uno de los escasos prisioneros que pudo escapase de uno de los centros de detención y tortura administrados por la policía política de Pinochet, y de este modo dar testimonio, incluso a través de las huellas y las secuelas físicas, sobre la realidad de las prácticas de tortura que Pinochet se obstinaba en negar. Él contribuirá al alineamiento de la posición de la Iglesia Católica chilena frente a la dictadura de Pinochet, obligada a admitir que la tortura utilizada no era un hecho aislado de militares de niveles inferiores, sino el resultado de una voluntad política y de una estrategia deliberada definida en las esferas del poder, directamente por el dictador. La Iglesia Católica, hasta el momento en que el dictador deja el poder, constituirá una de las únicas fuerzas de oposición, de apoyo y de ayuda a los prisioneros políticos, a sus familiares y a las familias de los desaparecidos. La movilización y las protestas internacionales se verán reforzadas por esta actitud.

    Finalmente, se trata de miles de testimonios de víctimas de tortura, similares al de Sergio Zamora, que sin duda han contribuido a una legislación universal específica en la batalla contra la tortura, vista la gravedad de los crímenes cometidos. La prohibición de la tortura inscrita ya en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, será el propósito de una Declaración sobre la Protección de Todas las Personas contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1975, y también de una Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, adoptado por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1984, que entró en vigor el 26 de junio de 1987. Convención internacional contra la tortura: dispone que el Estado bajo cuya jurisdicción se descubre al autor presunto de una infraccion de tentativas o prácticas de tortura, si no extradita a esa persona, debe someter el caso a las autoridades competentes para el ejercicio de la acción penal. Casualidad o vuelta de mano de la historia, es en virtud de ese principio de competencia internacional para juzgar los crímenes de tortura, incorporados en la legislación del Reino Unido en 1988, que el arresto de Pinochet en Londres el 16 octubre de 1998 fue posible. Desde ese momento, para los torturadores el miedo cambió de bando. Esta evolución se inscribe en el rango de progreso de la historia de la humanidad. Agradezcamos a Sergio Zamora y a todos aquellos que contribuyeron a esto.

    Claude Katz

    Abogado del Colegio de Abogados de París y

    exsecretario general de la Federación Internacional

    de los Derechos Humanos

    Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino.

    Superarán otros hombres este momento gris y amargo

    en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que,

    mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas

    por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

    ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

    Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano,

    tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará

    la felonía, la cobardía y la traición.

    Extracto del último discurso del presidente Salvador Allende

    desde el Palacio de La Moneda, el 11 de septiembre de 1973

    Están matando mucha gente. Tienen necesidad de matar para que puedan dominar los mediocres. Matarán mucho. Mandarán los mediocres, dominarán en todo los mediocres. Y cuando ya no puedan matar más, entonces se pondrán benévolos, los gobernantes besarán a los niños pobres en las poblaciones. Pero entonces serán más peligrosos que nunca.

    Palabras de Pablo Neruda en su lecho de muerte, el 22 de septiembre de 1973

    A mi esposa

    Ocho de la mañana

    Jueves 15 de mayo de 1975, me levanto con mucha dificultad. Como todas las noches después del Golpe de Estado, largos momentos de ansiedad han precedido mi sueño. Percibía mi vida en suspenso. Mientras miraba por la ventana en dirección del patio, y a pesar de mi inquietud, sentía una agradable sensación de bienestar. El sol brillaba casi como en primavera. Para variar, el día empezaba bien. Habitualmente era el momento en que la nostalgia me asaltaba; duraba solamente algunos minutos, pero inevitablemente pensaba en todos aquellos que ya no estaban, en mis amigos detenidos o asesinados, en los que habían partido al exilio. Ese jueves, sin razón alguna, el optimismo había remplazado la melancolía y la ansiedad de mi vida clandestina.

    Sin embargo, mi alegría fue de corta duración. La señora Falcon¹, la dueña de casa en donde había pasado la noche, quería hablarme. Antes de que ella hubiera pronunciado una sola palabra comprendí por su actitud que había un problema. Conocí a la familia Falcon a finales del año 1974. Ellos habían respondido de manera favorable a la petición de mi organización, el Partido Socialista, de albergar a cuadros de la resistencia y me habían ayudado permanentemente. El 26 de septiembre de 1973, fui nombrado responsable militar del regional² Centro de Santiago en la última reunión de la dirección política –dirigida por el secretario político del regional Juan Bustos– que existío durante el gobierno de la Unidad Popular, celebrada en un restaurante próximo al parque O’Higgins. Mi nombramiento –yo tenía 24 años– era parte de los cambios impuestos por la partida al exilio de la antigua dirección. Esta función era en principio puramente formal, pues no existía antes del Golpe de Estado y nuestro regional no poseía ninguna fuerza militar. Se trataba de una respuesta ingenuamente voluntarista ante la situación de violencia extrema creada por la dictadura³.

    Mi nominación en el transcurso de una reunión en la que participaban una quincena de personas resultaba imprudente. Y el hecho de aceptar este cargo me transformaba automáticamente en un objetivo prioritario para los servicios secretos del régimen. Pero había aceptado esta responsabilidad y había orientado mis esfuerzos hacia la reconstrucción del partido. El estado en que se hallaba nuestra organización como consecuencia del golpe militar hacía de esto una tarea

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