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El Porqué Me Acojo a La Ley De Víctimas: Historia De Una Vida
El Porqué Me Acojo a La Ley De Víctimas: Historia De Una Vida
El Porqué Me Acojo a La Ley De Víctimas: Historia De Una Vida
Libro electrónico353 páginas4 horas

El Porqué Me Acojo a La Ley De Víctimas: Historia De Una Vida

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El historiador y filosofo Christian Jaramillo, presenta un documento de gran valor histrico sobre la violencia en Colombia, visto dentro de la concepcin de una Filosofa Liberal, que comprende desde la dcada de los aos 1942 hasta el 2012.
70 aos de violencia en Colombia, narrados con una prosa gil, vibrante y agradable, en donde describe su experiencia al describir los hechos de que fue vctima, hasta que los Estados Unidos le concedi el asilo poltico en el ao 2000. Todo ello enmarcado en un contexto histrico.
Hace fuertes crticas al liberalismo aplicado en Colombia y a sus lderes, culpndolos del estado actual en que se debate el Pas.
Formula importantes correctivos a las Instituciones y a los partidos. Y plantea una interesante agenda de desarrollo.
Este nuevo libro de su produccin literaria complementa su visin del mundo contemporneo plasmada en su ensayo Disquisicin sobre la Religin la Ciencia y el Estado, publicado por esta misma editorial.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento13 jun 2013
ISBN9781463339609
El Porqué Me Acojo a La Ley De Víctimas: Historia De Una Vida
Autor

Christian Jaramillo

El historiador y filosofo Christian Jaramillo, presenta un documento de gran valor histrico sobre la violencia en Colombia, visto dentro de la concepcin de una Filosofa Liberal, que comprende desde la dcada de los aos 1942 hasta el 2012. 70 aos de violencia en Colombia, narrados con una prosa gil, vibrante y agradable, en donde describe su experiencia al describir los hechos de que fue vctima, hasta que los Estados Unidos le concedi el asilo poltico en el ao 2000. Todo ello enmarcado en un contexto histrico. Hace fuertes crticas al liberalismo aplicado en Colombia y a sus lderes, culpndolos del estado actual en que se debate el pas. Formula importantes correctivos a las instituciones y a los partidos. Y plantea una interesante agenda de desarrollo. Este nuevo libro de su produccin literaria complementa su visin del mundo contemporneo plasmada en su ensayo Disquisicin sobre la Religin la Ciencia y el Estado, publicado por esta misma editorial.

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    El Porqué Me Acojo a La Ley De Víctimas - Christian Jaramillo

    Copyright © 2013 por Christian Jaramillo.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 16/09/2013

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    429199

     Índice 

    PRÓLOGO

    INTRODUCCIÓN

    DEDICATORIA

    PREÁMBULO

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO PRIMERO

    Antecedentes históricos

    CAPÍTULO SEGUNDO

    Antecedentes recientes

    CAPÍTULO TERCERO

    Antecedentes presentes

    CAPÍTULO CUARTO

    Oposición y tipos de violencia

    CAPÍTULO QUINTO

    El cuarto intento de hacer la paz

    SEGUNDA PARTE

    CAPÍTULO SEXTO

    Mi temprana experiencia con la violencia y la política

    CAPÍTULO SÉPTIMO

    Mi juventud y la violencia

    CAPÍTULO OCTAVO

    Mi experiencia en el ejercicio de la Ingeniería

    CAPÍTULO NOVENO

    Nuestra experiencia en Tibú

    CAPÍTULO DÉCIMO

    Plato-Bosconia

    CAPÍTULO DECIMOPRIMERO

    Mi experiencia en el Magdalena Medio

    CAPÍTULO DECIMOSEGUNDO

    Mi experiencia en la Minería

    CAPÍTULO DECIMOTERCERO

    Mi experiencia como interventor

    CAPÍTULO DECIMOCUARTO

    Mi experiencia en el Magdalena

    CAPÍTULO DECIMOQUINTO

    Mi experiencia agropecuaria

    CAPÍTULO DECIMOSEXTO

    Mi experiencia como urbanizador

    CAPÍTULO DECIMOSÉPTIMO

    Mi experiencia con el distrito especial de bogotá

    CAPÍTULO DECIMOCTAVO

    El asilo político

    TERCERA PARTE

    CAPÍTULO DECIMONOVENO

    Depurar el estamento político

    CAPÍTULO VIGÉSIMO

    La libertad de prensa

    CAPÍTULO VIGESIMOPRIMERO

    La justicia

    CAPÍTULO VIGESIMOSEGUNDO

    Qué es ser liberal

    CAPÍTULO VIGESIMOTERCERO

    Educar, educar, educar y… educar

    CAPÍTULO VIGESIMOCUARTO

    Alimentación prenatal y postnatal

    CAPÍTULO VIGESIMOQUINTO

    Libertad económica y libertad política

    CAPÍTULO VIGESIMOSEXTO

    Del desarrollo agrícola e industrial al tecnológico

    EPÍLOGO

    Mi mensaje

    NOTAS

    NOTAS GENERALES

    REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

    ANEXO II

    Calificación de ICONO

    ANEXO II

    Presidentes de Colombia

    PRÓLOGO

    Ser testigo de un proceso donde la violencia es el actor principal de transformación humana que se desarrolla en los más diversos estratos de nuestro país, Colombia, y narrar de manera descarnada los hechos hasta lograr que los recuerdos dolorosos de la vida, esfuerzos y sacrificios, trasciendan el silencio y lo anónimo, señalando con el índice firme las diversas fuerzas que han convergido desde diferentes direcciones para llevar a cabo una desintegración, que parte desde la historia remota, de cuando en l499 se iniciaron los conflictos sociales en Colombia; y desnudar las vivencias violentas y consolidar unas reflexiones al respecto, hasta lograr un derrotero de nuestra historia, significa subrayar el valor y la dignidad de la vida mediante una narración limpia y oportuna que envuelve ese mundo de inmoralidad, afán de lucro, ansia de poder a cualquier coste, de demenciales desafueros de la guerrilla, ambiciones electorales desmesuradas, envidia, secuestro, robo, tráfico de estupefacientes, rapiña, y violación de los derechos humanos.

    Desnudar la palabra en momentos cuando se habla de un nuevo intento de búsqueda de la paz, tras 40 guerras civiles, de una guerra nacional denominada de Los Mil días que marcó el devenir subsiguiente del país; de recorrer un camino de violencia y sangre, donde la corrupción administrativa, el narcotráfico, el paramilitarismo o gobiernos como el de Ernesto Samper Pizano, donde se pisotearon todos los principios éticos y morales; de intentar por tres veces el logro de la paz y de que Pastrana Arango agotara las opciones de diálogo con su consecuente fracaso; de gobernantes obtusos, de celebrar cada año la huella que dejó el vil asesinato de Gaitán un nueve de abril de l948, del exterminio de la Unión Patriótica o de los falsos positivos. Entre tanto desastre junto, Christian Jaramillo asume con valentía que no se trata de una preocupación individual sino de una urgencia acerca de las cualidades y de los valores humanos.

    El autor se sume en un profundo análisis de todo cuanto significa la violencia política, la violencia común, la violencia social, la violencia estatal, la violencia guerrillera, la violencia narcotraficante, la violencia laboral y la violencia paramilitar, que son las cicatrices grabadas en su piel desde cuando de niño, durante la dictadura de Rojas Pinilla, corrió por las calles entre el zumbido de las balas; de cuando, con el paso y el peso del tiempo fue testigo de asesinatos, de secuestros, de ver como pululaban los cadáveres a la vera del camino por él caminado en días de huida; de amenazas psicológicas y de mirar asombrado el terror expuesto en familias enteras, con los ojos de la muerte en espantosa visión, colgando de las ramas de los árboles en Santander, del miedo acosándolo por San Juan del César; de la extorsión haciendo cabriolas siniestras en Plato-Bosconia, los aciagos días en La Jagua de Ibirico entre minas de carbón, y los gritos sofocantes provenientes de las gargantas en paro cívico, boicoteos, amenazas de secuestro, y traición; de las asfixiantes presiones sufridas cuando el autor se desempeñó como interventor, de las inmundas contradicciones de la experiencia agrícola en los Llanos Orientales, o cuando trató de ensayar como urbanizador en Yopal, de donde escapó a las ya permanentes amenazas; hasta la podredumbre de las licitaciones corruptas en el Distrito Especial de Bogotá.

    Son muchos los casos en Colombia de empresarios privados y particulares que utilizan la coyuntura creada por la guerrilla para utilizarla como brazo armado y, de esta forma, amenazar perseguir y secuestrar, expone Jaramillo para dejar claro el grado de descomposición, una más de las actitudes perversas, malignas, que sirven a fines que también lo son.

    Todo lo narrado en el libro pertenece al conocimiento común, aunque pareciera que no es reconocido, que se trata de algo intrínseco a la cotidianidad, como si al contemplar los hechos, adoptaran un aspecto diferente, como una corriente de acontecimientos distante y ajena.

    Los horrores de la violencia infrahumana, el proceder bestial de quienes han perdido el concepto que define los valores, hacen que se conforme un espectáculo propio para que los medios de comunicación, en su afán desatado por el poder para su propio beneficio, utilicen al lector como el perífono de sus odios e intereses; con noticias tendenciosas, especie de anarquía soslayada en la Libertad de expresión y la libertad de prensa.

    El libro presenta pruebas y nombres propios sobre hechos claros de desintegración del proceso social, político y económico, que ha llegado a afectar la estructura de la sociedad y a amenazar con vulnerar la ya de por sí lacerada y compleja democracia, perturbando profundamente el equilibrio del hombre.

    Christian Jaramillo se declara liberal desde siempre y ello le permite clamar que La aplicación del modelo liberal colombiano tiene que ser modificado por un verdadero liberalismo de Estado. Y clama por la ética, por la moral, por normas que purifiquen y decanten; hace un llamamiento al elector primario para que comprenda los problemas en juego y para que al votar adopte decisiones sobre cuestiones reales y abandone su papel de masa ignorante, para que se informe y no caiga en la ley de la oferta y la demanda, para que abandone la plataforma que le promete más al menor coste.

    Queda la impresión de que el dinero y el poder son factores de alienación, que la justicia deambula dando golpes de bastón desde su simbolismo de mujer con los ojos tapados, dejando a su paso una sensación de soledad.

    El autor grita desde su exilio en los Estado Unidos ¡Educar! ¡Educar! ¡Educar!, mediante una campaña enmarcada en un currículo cívico que enseñe cómo se desarrolla y ejerce la democracia. Esgrime argumentos basados en la teoría económica de James Heckman sobre la alimentación prenatal y postnatal y afirma que el funcionamiento de la economía y el desarrollo agrícola, industrial y tecnológico dependen de cómo se organice la política.

    El ejercicio de la política tiene que ser prístino y egregio a partir del respeto a los principios filosóficos que se defienden y siempre ha de buscar el beneficio del conglomerado social y del ser humano como ciudadano que forma el Estado, define, y termina haciendo un llamamiento a las futuras generaciones para que tengan presente que está en sus manos cambiar las condiciones para que sus nietos y las generaciones venideras puedan vivir en un País mejor.

    El porqué me acojo a la Ley de Víctimas es un libro duro, escrito con sencilla expresión idiomática, motivador, doloroso y optimista, crítico y metódico, dolorosamente verídico, esperanzador y responsable.

    Carlos Eduardo Uribe Botero

    Escritor y Director de teatro

    El Refugio, octubre de 2012

    INTRODUCCIÓN

    Tal y como he afirmado categóricamente en todos mis escritos, clases, foros y conferencias nacionales e internacionales, la violencia es consustancial a la naturaleza del colombiano. Para citar una fecha de iniciación, es preciso remontarse al 3 de agosto de 1492, cuando Cristóbal Colón zarpó con la Pinta, la Niña y la Santa María de Palos de Moguer con destino a las Indias Orientales; cito esta fecha porque a partir de entonces la violencia se ha enseñoreado en campos y ciudades de Colombia.

    La ubicación geoestratégica de Colombia en la esquina noroccidental del subcontinente, con costa sobre los dos océanos y próxima al canal de Panamá, única vía acuática interoceánica, en lugar de ser un privilegio para su desarrollo armónico, ha sido causa de los males que hoy la azotan sin consideración alguna, males que he señalado como Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis: la subversión, el narcotráfico, la corrupción y la delincuencia organizada (narcotráfico y paramilitarismo).

    Los orígenes de la violencia en Colombia se remontan a las épocas del Descubrimiento y la Conquista, cuando los españoles tomaron posesión del nuevo continente, provocaron y aplastaron el levantamiento de los aborígenes y generaron resentimientos que después enfrentarían a criollos y peninsulares en una guerra sin cuartel durante la Colonia y la Independencia. En esta última fase se alcanza el clímax natural de un deterioro político, económico y social que, agudizado con el implacable paso de los años, fue el motor que originó las causas propicias para una revolución armada que cambió el orden establecido y dio paso a la República después de abolir una monarquía absolutista.

    La Conquista fue violenta en todo su contexto. Los conquistadores españoles, con algunas excepciones que confirman la regla, fueron sujetos de la más baja ralea y dejaron una estela de muerte en su infausto recorrido para incorporar las tierras descubiertas al Imperio español.

    La Colonia fue violenta porque la ubicación del Nuevo Reino de Granada en plena zona tórrida propició que los colonos no fueran familias, como aconteció en otras latitudes del Nuevo Mundo, venidas por una causa u otra del viejo continente, sino forajidos, expresidiarios y aventureros atraídos por el oro y la riqueza de estos contornos geográficos, que en su loca avidez destruyeron todo lo que se oponía a su paso para la conquista de El Dorado. Por otra parte, el poderío español era indiscutible y la rivalidad con Inglaterra ocasionó que, para disminuir la influencia de los españoles, los ingleses decidieron atacar sus prolongadas líneas de comunicación marítimas y de esta manera impedir que los tesoros encontrados en las tierras descubiertas por Colón llegaran a la península Ibérica. Para alcanzar este propósito recurrieron a la guerra de corzos y filibusteros, y seleccionaron como teatro de operaciones corsarias el Mare Nostrum del Caribe. Éste se colmó de piratas ingleses promotores de una sangrienta violencia en sus aguas y sus costas, y naturalmente se extendió a la Nueva Granada como el virreinato más importante por su extenso litoral en el mar de las Antillas al norte y en el océano Pacífico al oeste.

    La guerra de la Independencia fue la más violenta del Nuevo Continente. Para lograr su cometido, Bolívar declaró la Guerra a muerte en 1813 y la bandera de la libertad se enarboló en los cielos de la patria con cuantiosas víctimas.

    La República fue violenta porque, sin haberse consolidado la unidad, las facciones políticas, fruto de la ambición desmesurada y del apetito desmedido de los Supremos, desataron cruentas guerras civiles desde el alba de la Nación hasta la guerra de los Mil días, que concluyó con el Tratado de Wisconsin.

    Desgraciadamente, la violencia arraigó en la naturaleza del colombiano y por ello la paz fue esquiva. Los enfrentamientos ideológicos no se dirimieron en el terreno de las ideas sino que se llevaron a los campos de batalla al ser más propio de nuestra idiosincrasia imponer la voluntad por medio de las armas. Así se sucedieron enfrentamientos entre centralistas y federalistas, liberales y conservadores, escribiendo cruentas páginas de nuestra historia nacional, con una sucesión interminable de guerras intestinas, que más o menos seguían las pautas de la ortodoxia militar, con jefes y tropas muchas veces improvisados, pero con recurrencia a las técnicas de la guerra convencional. Los cortos periodos de paz se sucedían con el fin de prepararse para la próxima acción armada. Las numerosas guerras intestinas se extienden desde el enfrentamiento entre centralistas y federalistas hasta la guerra de los Mil días. Entre el siglo XIX y los albores del XX se sucedieron las siguientes conflagraciones sin paralelo en el continente americano:

    1.   Guerra entre centralistas y federalistas (1812-1815)

    2.   Guerra de Antioquia o rebelión de José María Córdova (1829)

    3.   Guerra de los Supremos (1839-1841)

    4.   Guerra Civil de 1851

    5.   Guerra Civil de 1854

    6.   Guerra Civil de 1860 a 1862

    7.   Guerra Civil de 1876 a 1877

    8.   Guerra Civil de 1884 a 1885

    9.   Guerra Civil de 1895

    10.   Guerra de los Mil días (1899-1902)

    Para los líderes políticos y militares, la afiliación política no era significativa, transitaban de un partido a otro partido como Pedro por su casa y luchaban encarnizadamente unas veces en nombre de los liberales y otras de los conservadores. Ésta fue una herencia de la guerra de Independencia, en la que los padres de la patria también cambiaban de bando conforme a sus antojos. José María Obando pasó de ser un enfurecido realista a prosaico héroe en las filas patriotas. Sin escrúpulos, en ocasiones fusilaban a liberales y, en otras, a conservadores. Todo dependía del interés político que en ese momento tenía El Supremo.

    El asesinato político, como en tiempo de los Borgia, era una de las armas preferidas y, de paso, una manera muy efectiva para consolidarse en el poder. Un incontable número de caudillos liberales y conservadores fueron inmolados durante las contiendas civiles. Así cayeron sacrificados, por ejemplo, José María Córdova, Antonio José de Sucre y Rafael Uribe Uribe.

    A principios del siglo XX, el 21 de noviembre de 1902, el País alborozado celebró el fin de la guerra de los Mil días con la firma del Tratado de Wisconsin. El tratado se rubricó a bordo del acorazado americano Wisconsin, componente de la fuerza desplegada por el presidente Theodore Roosevelt para merodear impune, arbitraria y cobardemente por nuestro litoral, e invadir y ocupar con garrote en mano el departamento de Panamá y apoderarse del incipiente canal interoceánico. El célebre acuerdo puso fin a la guerra pero no a la violencia, que tomó otras formas, aunque no por ello dejó de ser violencia y por contera se convirtió en instrumento para afianzar el gobierno establecido por resultados electorales precariamente democráticos, sin llegar, como en el pasado inmediato, a ser una guerra civil. Ésta es la razón por la cual se habla de la violencia liberal y de la violencia conservadora.

    Como consecuencia de los tratados de paz, y por inspiración genial del consumado estadista y veterano soldado general Rafael Reyes, los partidos políticos fueron despojados de sus brazos armados y se dio tránsito a la organización de un ejército permanente, regular en su concepción y profesional en su capacitación. El primer aliento de vida del actual ejército de Colombia fue la fundación de la Escuela Militar de Cadetes, el 1 de junio de 1907. A partir de esta fecha y hasta la década de 1930 la violencia entra en un periodo de letargo.

    En los comicios de 1930 cae la hegemonía conservadora y se inicia la República Liberal que con su programa de gobierno Revolución en Marcha propone reformas sociales, económicas y políticas de envergadura, pero de la misma manera, sangrientos enfrentamientos con sus opositores y detractores. En esta época aparece en la escena política Jorge Eliecer Gaitán, indiscutible caudillo liberal que seduce particularmente a la clase obrera y plantea la lucha de clases, convirtiéndose en una amenaza para esa peculiar plutocracia que ha regido los destinos del País a lo largo de su accidentada historia.

    En la década de 1930, la avalancha del movimiento popular del gaitanismo, con su Liga de Campesinos y las Asociaciones Campesinas organizadas por el naciente Partido Comunista, marxista-leninista, fundado el 17 de julio de 1930 como sección de la Internacional Comunista, crecía de manera sostenida. En ocasiones actuaban como aliados y en otras como adversarios, por lo que se generó una oleada de violencia que poco a poco se fue extendiendo por el agro y ocasionó el surgimiento de líderes campesinos e indígenas inconformes de la talla de Quintín Lame, que se constituyeron en el objetivo de la represión oficial, dando paso a una nueva etapa de violencia que desdichadamente se ha prolongado hasta la actualidad.

    Las fracciones extremistas colisionaban entre sí, pero ocasionalmente se aliaban para ejecutar acciones conjuntas contra el poder establecido y sus agencias de seguridad, afectando particularmente el centro del País a caballo de la cordillera occidental, el altiplano cundiboyacense, la región campesina de Sumapaz, zonas del Huila, Cauca y Tolima. De aquí surgió la denominada violencia política que tanto dolor y derramamiento estéril de sangre ha ocasionado.

    Gaitán, ante el fracaso de la República Liberal que había zozobrado en el mar de la corrupción y de la inefectividad, movilizó las masas populares y se constituyó en evidente amenaza para esa plutocracia que ha regido los destinos del País, ya que financiaban por igual a los candidatos de los dos partidos tradicionales para no perder su preponderancia política y económica, y que naturalmente se estrelló contra la coraza de moralidad del caudillo liberal que rechazó de plano tan mezquina injerencia.

    En medio de esta coyuntura, se producen las elecciones presidenciales de 1946. Por el partido gobernante se postulan dos candidatos: Gabriel Turbay, autentico representante de la oligarquía criolla, y Jorge Eliecer Gaitán, líder de los desposeídos. El partido de oposición presenta como candidato al conservador Mariano Ospina Pérez. La división liberal propicia que Ospina resulte ganador de los comicios y, con los conservadores en el poder, se recrudecen los enfrentamientos, se exacerban los odios políticos e incrementa la violencia rural.

    En esa etapa, se puede afirmar que curiosamente la violencia política no provenía de la oposición sino del partido de gobierno, que la desataba para consolidarse en el poder. Colombia se desangró en esta lucha rural absurda, cruel, estéril y despiadada, que lo único que produjo fue un odio irreconciliable entre liberales y conservadores.

    Con el acontecimiento del 9 de abril la forma de lucha toma otro cariz. Los liberales, desde las más altas esferas, organizan sus huestes en formaciones irregulares para hacer oposición armada y contrarrestar la violencia oficial. Estas fuerzas insurgentes liberales recurren a las tácticas de la guerra de guerrillas en el escenario de los Llanos Orientales y Santander. Líderes rebeldes de la talla de Guadalupe Salcedo y algunos más jóvenes, como Eliseo Velásquez, Rafael Rangel, Eduardo Fonseca, Eduardo Franco, Eliseo Fajardo o Dumar Aljure, se encargan de la dirección de las guerrillas para hacer oposición armada al régimen conservador recién instalado en el poder supremo de la nación.

    Resulta difícil establecer cuál fue la primera acción armada. Algunos sostienen que fue el levantamiento del capitán Alfredo Silva, comandante de la Base Aérea de Apiay en el Meta; otros que la toma de Puerto López dirigida por Eliseo Velásquez; unos cuantos afirman que fue la acción de Rafael Rangel en San Vicente de Chucurí; algunos que la toma de Barranca de Upía por parte de los hermanos Fonseca. No importa cuál fue en realidad, la verdad es que el Llano se prendió y el País tuvo que vivir un periodo de cinco años de guerra intestina plagado de éxitos y fracasos militares circunscritos sólo a una región específica del País, lo cual provocó la abulia en el resto de territorio nacional. Era frecuente escuchar en los corrillos sociales y políticos que éste era un problema del ejército y la guerrilla; la gran mayoría de la población estaba al margen de los trágicos acontecimientos que afectaron dolorosamente al pueblo llanero y, por un largo lustro, debió soportar los desmanes de un bando o del otro en aras de la guerra cruel que ensangrentó la Gran Planicie.

    El ejército no estaba entrenado, equipado y motivado para este tipo de contienda. En las aulas y en los patios se enseñaban las técnicas y tácticas de la guerra regular, desprendidas de la Segunda Guerra Mundial que había concluido solamente tres años atrás. Ésta fue la causa de los sonados desastres militares y de la indisciplina que surgió en medio del fragor de los combates. La instrucción militar era mediocre y la improvisación generalizada. No se hablaba de la unidades en términos castrenses, ya que apareció una nueva jerga, y a la base de operaciones se le denominaba puesto militar, y a la patrulla, comisión. El uniforme también perdió vigencia. Por ejemplo, los Tigres del Páez, forma como se llamaba a los oficiales del grupo de caballería N.º 1 Páez a órdenes del muy controvertido teniente coronel Alejandro Castillo, usaban sombrero pelo de guama, medias botas rancheras, pañuelo rabo de gallo y una esplendida faja de cuero de tigre para sostener de un lado un revólver y del otro un cuchillo. Ahora, agobiado por el peso de los años, es cuando me doy cuenta de lo grotesco de semejante disfraz que yo también lucí muy orgulloso en esa época, y de la indisciplina que en sí mismo acarreaba.

    La insurrección se prolongó hasta 1953, cuando el general Gustavo Rojas Pinilla asumió la presidencia de la Nación y los jefes liberales aprovecharon la ocasión para restar su apoyo a las fuerzas insurgentes y provocar que los guerrilleros aceptaran la amnistía que ofreció el gobierno, entregaran las armas y se desmovilizaran para ponerle punto final a la Guerra de los Llanos.

    Sin embargo, para quienes no se reincorporaron a la vida ciudadana, la paz nuevamente se tambaleó y la violencia irrumpió rampante en diferentes áreas territoriales. Unos se replegaron estratégicamente a la cordillera para organizarse y desafiar de nuevo al poder establecido, otros ocuparon zonas productivas del País e hicieron de la violencia un negocio. Esta etapa, conocida como el vandalismo o simplemente bandolerismo, fue protagonizada por los llamados hijos de la violencia, quienes sin ley ni Dios se dedicaron a sembrar el terror con sus andanzas macabras, azotando importantes comarcas colombianas. El ejército nuevamente se empleó para conjurar la amenaza.

    Este enfrentamiento causó, además del dolor y el duelo por la sangre derramada, la destrucción del agro, la emigración de la población campesina a las grandes ciudades para generar cordones de miseria impresionantes, que a la vez constituyeron un caldo de cultivo para generar más violencia. De esta etapa son los tristemente célebres personajes que comandaban cuadrillas minúsculas en su composición, pero enormes en crueldad, como Sangrenegra, Desquite,

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