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Umbra
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Libro electrónico56 páginas46 minutos

Umbra

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Jesús Llanes Esquivel, Monterrey, Nuevo León, México.

Narrador y poeta. Ha logrado primeros lugares en concursos literarios en ambos géneros, convocados por prestigiosas instituciones y editoriales a nivel estatal, nacional e internacional. Su obra narrativa y poética ha sido publicada en España, Colombia, Bolivia y dirigida a Latinoamérica. Asimismo ha ganado y sido publicado en diferentes estados de la República Mexicana, como también ha participado en múltiples e importantes antologías de diferentes temáticas como Memoria de la Pandemia, Piel de Silencio, entre otras más. Su libro de cuentos Ciudad Ideal, publicado por CONARTE hace más de una década sigue siendo su obra representativa. Su poemario Morir Amor Morir, presentado en varias ciudades recibió un homenaje por el Instituto de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán. Acaba de ser uno de los ganadores en el Concurso Perturbaciones Mentales, convocado por Librerío Editores, con su obra: TRES, rica en personajes y cuyo tema es la personalidad múltiple. Actualmente imparte cursos de literatura, es agente literario y trabaja en una compilación de cuentos ganadores, así como en un poemario.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 feb 2024
ISBN9798224232918
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    Umbra - Jesús Llanes Esquivel

    EL CIRCO

    Soy enemigo de guardar mucho las cosas, y no querría que se pudriesen de guardadas.

    Sancho Panza.

    Valiéndose del hacha guardada para la ocasión, Ragel cercenó la mano donde llevaba el guiñol. Con su sangre escribió en el aire cosas nunca dichas. Su madre lo arengaba a que rayara toda la perra vida. A él le daba risa.

    —Fue en una noche chispeante. Tania y Ragel discutían bajo el resplandor de la luna que hacía años alumbró su primer beso. Ella corrió a refugiarse dentro de la caja de un tráiler. Él fue tras su esposa sólo para encontrarse que de donde antes pendía el cuadro de bodas ahora colgaba la fotografía de una Tania pletórica de gratitud, abrazada al cuello de un anciano de rostro erosionado. Se trataba de Polo Martin, voz en off del circo donde trabajaban. Aprovechando el desconcierto de su marido, lo confrontó—: Grábatelo: no me importas. Siempre me dejabas con la palabra en la boca. Pensaba que pensabas en horas propicias para hablar.

    De rodillas, Ragel abrió los brazos: —Prometo ya no más. Palabra.

    —Ya cállate.

    —Diré lo nunca dicho.

    —Vaya, vaya, nuestro ventrílocuo.

    Interlocutor de nadie, Ragel Mijares buscaba una flor del lenguaje.

    —Saca– le apretó Tania Betancourt, taquillera del circo—. En lo hondo deseaba tocar los labios de su marido, besarlos.

    —Amor, no soy hombre de palabras– pronunció el muñeco que llevaba el ventrílocuo en una de sus manos.

    —Felicidades. Nunca cambies, y recuerda: no soy tu amor.

    Así, de rodillas, se abrazó a las piernas de su mujer.

    —Ay, Ragel, Ragelito, la vida a tu lado es un simulacro, como tus actuaciones.

    Un hombre viejo entró a la caja de tráiler. Cara trenzada de arrugas, parecía salir de todos los siglos. Se trataba del viejales de cuyo esqueleto colgaba Tania en la fotografía colocada donde debería estar el cuadro de bodas. Sin gastar palabras besó a Tania. En esa esquina del mundo no había espacio para Mijares. Con tristeza mundial se levantó. Loca de amor, ella quiso gritarle que no se fuera porque lo amaba; pero, nada dijo.

    Desde la nada, Aurora Mijares reprendió a su hijo. Sergia Font, en otro tiempo maestra de la cuerda floja, ahora mujer abotagada, amante del verbo, vocinglera; administradora del circo, llegó. Les dijo habría reunión en la pista: Marlon del Moral, agonizaba.  

    —Usted voz de trueno– estalló Sergia, encarando a Polo Martin—, déjelos estar.

    Alrededor de la pista, el payaso triste, los trapecistas, el mago, la mujer barbuda, los obreros. Hecho un aro humano llegó rodando la contorsionista. Cargando en un catre la humanidad de Marlon del Moral, se presentaron los enanos.

    —No tiene palabra. Una palabra es una palabra, ¿qué no? –vociferó una mujer, aires de eternidad. Tenía unos ojos huidizos; le dolía hablar.

    —No son horas Diamantina, ayúdelo a bien morir –a modo de reproche le habló Sergia.

    De dos pasos la rigurosa mujer alcanzó el catre, dándose el gusto de no inclinarse.

    —Mi silencio no viene de mí sino de él. ¿No era una lumbrera, artista de la palabra?–replicó Diamantina, edecán, el mejor cuerpo nacido en carpa alguna, cónyuge de Marlon del Moral, el patrón.

    —Mire chula, no conduzca los resentimientos por caminos falsos. Debe hablar. Al hacerlo uno se reconoce en el otro; se escucha a sí mismo. Un día dejaremos de hacerlo. Esta boca es mía –dijo Sergia.

    —Eres el amor de mi vida –intervino el muñeco del ventrílocuo.

    —Tú cállate –gritó Tania, deseando su marido dejara sus ventriloquias y la colmara de caricias.

    Marlon apretó los ojos preparándose para el despegue. Sergia Font hizo andar su barriga, luego sus piernas. Hincada, en sus rodillas puso la cabeza de su jefe.  

    —Diamantina, eres mi diamante –declaró Marlon del Moral.

    El exquisito cuerpo jamás nacido en circo alguno, se inclinó con intención de suplicar a su marido que no se

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