El despertar de Carla
Por Sandra Brito
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El despertar de Carla - Sandra Brito
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© Sandra Brito
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de cubierta: Rubén García
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1068-042-5
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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INTRODUCCIÓN
Esta historia que os voy a contar es auténtica, real y genuina. Transcurre en el Madrid de los años ochenta, cuando todo comenzaba a resurgir de aquel letargo en el que habíamos estado inmersos tantos años de políticas dictatoriales. Era el renacer en todos los sentidos y aspectos de la vida. Época de grandes avances tecnológicos, de reproductores de vídeos, comercialización de videojuegos…, la era de los ordenadores; y por otro lado, época también de grandes cambios y movimientos sociales con manifestaciones sindicales reivindicando derechos, y cómo no, se daba paso a una nueva década bañada en arte, cine y música, de donde precisamente viene la famosa y popular conocida «movida madrileña» de la que tanto se oyó hablar en esta dorada época en la que los jóvenes mostraban y expresaban sus ideas libremente en las letras de sus canciones, por ejemplo. Por fin podíamos saborear esa libertad tan anhelada.
CAPÍTULO I
ESTO ERA OTRA HISTORIA
La protagonista de esta historia es Carla, una joven estudiante nacida en un barrio de Madrid. Carla cursaba su primer año de instituto. Era una chica entusiasta como cualquier chica de su edad, soñadora, chispeante y, a la vez, ingenua, pero con una visión de futuro ilusionante y, sobre todo, con mucha curiosidad por aprender, por vivir aventuras, conocer y saborear ese universo de estímulos que la rodeaban.
Nació en el seno de una familia de clase media y, aunque no pertenecían a la alta alcurnia, como se suele decir, eran personas con clase. De buena educación.
Carla había cursado su infancia en un colegio religioso y, posiblemente, ese adoctrinamiento tan recto y encorsetado resultó decisivo para el posterior desarrollo de sus intereses y motivaciones. Solo tenía un hermano, Daniel, cinco años más pequeño que ella. La madre era una ama de casa relegada a sus labores como la tradición había mandado hasta ahora y, al igual que muchas de las madres de su generación, con pensamientos bastantes conservadores. Una señora de carácter complicado, quizás por su enmarañado y duro pasado familiar, el cual voy a obviar. Su marido, el padre de Carla, era agente comercial en una compañía de seguros. Básicamente, un modelo de familia tradicional en la que el padre trae el dinero a casa y la madre se encarga de las cuestiones relacionadas con los hijos.
La relación con su hermano no era muy fluida, tal vez por la diferencia de edad, por ser varón o por ambas cosas. Daniel era un niño muy consentido por sus padres y el ojito derecho de su madre, puede que por ser el menor o, en parte, por la educación machista que ellos mismos habían recibido; educación que seguía instaurada aún en estos años, producto del régimen vivido hasta el momento. Pero a Carla eso no le importaba demasiado; lo tenía muy asumido. Ella hacía su vida y no reparaba excesivamente en esos favoritismos. Su interés se centraba en sus amistades, sus compañero/as de clase y, en especial, en Mario, del que hablaré más adelante.
Carla estaba descubriendo un mundo nuevo, nada que ver con aquel recio y sobrio colegio de monjas. Esto era otra historia; había chicos con toda clase de estilos y vestimentas, pijos, roqueros…, pero, sobre todo, lo más motivador era el poder compartir aula y pupitre con jóvenes del sexo opuesto; cosa que, hasta ahora, había sido inviable.
En poco tiempo, sus faldas de tablas y calcetas hasta la rodilla dieron paso a esos pantalones de pitillo bien ceñidos, a las minifaldas de cuero y a camisetas serigrafiadas con las imágenes de los grupos más punteros del momento. Ese ambiente de camaradería entre alumnos/as y profesores/as que se respiraba por cada rincón del centro era mágico para Carla; nada que ver con lo puramente estricto y de carácter conventual propiamente dicho de lo anteriormente conocido.
Carla se había convertido en una joven muy atractiva. Tenía un cierto magnetismo que no dejaba indiferente a nadie. Su larga y dorada melena, sus ojos rasgados azules y su rostro sonrosado angelical cautivaban; podría decirse que parecía estar extraída de un libro sobre valquirias. Pero era esa personalidad que se estaba forjando en ella lo que más te atrapaba. Intrépida, rebelde y defensora de injusticias y causas nobles. Generosa, afable de sonrisa infinita, pero, sobre todo, era muy amiga de sus amigos.
CAPÍTULO II
EL ACOSO
Poco a poco, iba haciendo más amistades, las cuales caían rendidas ante su carisma y poder de liderazgo. El ser sumisa quedó atrás.
Había entablado una relación muy buena con un compañero llamado Mario. Desde que lo conoció, sintió curiosidad por ese halo de misterio que lo envolvía. Carla se había percatado de que era un chico muy especial; siempre permanecía algo apartado del resto y, en más de una ocasión, pudo observar cómo otros jóvenes se reían y mofaban de él. Sin más, al principio pensó que se trataría de bromas entre compañeros, pero pronto se dio cuenta de que esas situaciones se repetían cada vez de manera más continuada. No era un hecho aislado.
Ella sabía que dentro de ese cuerpo grandullón y fuerte se escondía un niño muy tímido, reservado y de extrema sensibilidad, incapaz de hacer daño a un mosquito. Su intuición le decía que Mario estaba en peligro y no estaba dispuesta a permitirlo.
Como cada mañana, Carla se levantó de la cama. Esa noche no había dormido bien; alguna que otra preocupación rondaba su cabeza. Mientras el agua de la ducha cubría su cuerpo, pensaba en el examen de matemáticas —no estaba segura de haber aprobado—, y mientras se enjuagaba el pelo, tuvo por unos segundos la visión, cuando menos nefasta, de la profesora de inglés arrancándose los pelos de uno en