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Los instrumentos de la noche : episodios para una historia de lo soñado
Los instrumentos de la noche : episodios para una historia de lo soñado
Los instrumentos de la noche : episodios para una historia de lo soñado
Libro electrónico246 páginas3 horas

Los instrumentos de la noche : episodios para una historia de lo soñado

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Nuestros sueños están habitados por historias pero, si miramos bien, dentro de estas podemos identificar siempre una multitud de artefactos y objetos tecnológicos. Estos parecen estar ahí por casualidad, pero en ocasiones llegan a ser el objeto central de todo el evento, como la jeringa en el famoso sueño de Freud. Los instrumentos de la noche estudia la presencia inquietante de estos objetos en nuestra vida onírica y como se les ha ido dando significado a lo largo del tiempo. A través de la lectura de textos clásicos sobre teoría e interpretación de los sueños y la revisión de los registros personales de distintas personas entre las que destacan Cardano, Swedenborg, Lichtenberg, Hervey de San Denis o Benjamin, se va hilando la historia de estos objetos oníricos, lo que nos cuentan del soñante y de su presente, y lo que nos dicen de ellos mismos, artificios para la vida diurna que nos habitan de noche. Una historia a partir de lo que ha sido soñado, que muestra cómo la imagen onírica de esos objetos, está dotada de vida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 jul 2023
ISBN9786078918614
Los instrumentos de la noche : episodios para una historia de lo soñado

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    Los instrumentos de la noche - Ernesto Priani Saisó

    Introducción

    de sueños, que bien pueden ser reflejos

    truncos de los tesoros de la sombra,

    de un orbe intemporal que no se nombra.

    Jorge Luis Borges

    Ocurre una noche muy precisa, la del 23 al 24 de julio de 1895. Sigmund Freud sueña que se encuentra en un gran vestíbulo recibiendo a los invitados, entre ellos, una mujer llamada Irma, paciente suya, a la que conduce aparte para "reprocharle que todavía no acepte la solución. Como ella se queja de dolores y él la ve pálida y abotagada, piensa que quizás ha pasado por alto algún malestar orgánico. Conforme examina su boca encuentra manchas y otras formaciones que le lleva a llamar al doctor M" para que él también la analice. De pronto, junto a él están sus amigos Otto y Leopold,¹ quienes también la examinan.

    Continúa Freud:

    M dice: No hay duda, es una infección, pero no es nada; sobrevendrá todavía una disentería y se eliminará el veneno […] Inmediatamente nosotros sabemos de dónde viene la infección. No hace mucho, mi amigo Otto, en una ocasión en que ella se sentía mal, le dio una inyección con un preparado de propilo, propileno […] ácido propiónico […] trimetilamina (cuya fórmula² veo ante mí, escrita con caracteres gruesos) […] No se dan esas inyecciones tan a la ligera… Es probable que la jeringa no estuviera limpia.

    El sueño de Freud tiene como protagonista un dispositivo tecnológico muy preciso: la inyección, que ocupa el espacio más importante del relato onírico. Se trata de un procedimiento médico consistente, según el diccionario, en introducir en el cuerpo, mediante una aguja unida a una jeringuilla, un líquido o disolución de un medicamento. Para que tal procedimiento sea posible, es necesario, en consecuencia, contar con una jeringa –de preferencia esterilizada, claro– y un medicamento, en este caso el propilo/trimetilamina.

    La jeringa con que Freud sueña que su amigo Otto inyecta a Irma –y que a lo mejor no estaba esterilizada porque, entre otras cosas, no era desechable– fue ideada hacia mediados del siglo xix por el médico francés Charles Gabriel Parvaz.

    Parvaz adaptó para ello la aguja hipodérmica hueca que produjo, hacia 1844, un médico irlandés llamado Francis Rynd.³ El primer prototipo de jeringa medía unos tres centímetros de largo por 0’5 de diámetro, era totalmente de plata y se operaba mediante un tornillo en lugar de émbolo para controlar mejor la sustancia inyectada. Es muy probable que Otto utilizara, en el sueño, una jeringa muy similar a esa para inyectar a Irma con los resultados que conocemos.

    El ácido propiónico que le inyecta tan descuidadamente fue descrito por primera vez por Johann Gottlieb, el mismo año en que Rynd produce la aguja hueca, es decir, 1844, unos cincuenta años antes de que Freud soñara con ella. Puesto que Freud ve su fórmula en caracteres gruesos, también debemos considerar como una tecnología presente en el sueño la notación química establecida por Jöns Jacob von Berzelius a principio del siglo xix. Asimismo, aparecen algunos otros procedimientos técnicos, específicamente en la forma en que los cuatro médicos, Freud incluido, auscultan a Irma.

    La presencia de toda esa tecnología en un sueño despierta algunas preguntas. ¿Hay alguna diferencia entre soñar con objetos tecnológicos y soñar con otro tipo de elementos como aves, perros, montañas o árboles? Y si es así, ¿en qué consiste esa diferencia? ¿Qué nos dice acerca del sueño, de la tecnología misma y de quien sueña?

    Sabemos que la presencia de objetos cotidianos dentro del sueño se explica porque constituyen residuos de nuestra vigilia. Aristóteles ya pensaba que no es absurdo que algunas de las imágenes aparecidas durante el sueño sean causa de las acciones relacionadas con cada una; mientras que muchos siglos después, Freud mismo atribuiría la aparición de la inyección a que Otto había referido que en el breve lapso que estuvo en casa de la familia de Irma hubo de acudir a un hotel de la vecindad para aplicar allí una inyección a alguien que se había sentido mal repentinamente. A fin de cuentas, nuestras herramientas del día lo son también de la noche.

    Pero soñar específicamente con una inyección, un ácido y ciertos procedimientos de auscultación que se utilizan a partir de un tiempo determinado debe hacernos pensar sobre la forma particular como estas imágenes tecnológicas llegan al sueño. Las más de las veces, los sueños no nos permiten relacionar los objetos con los que soñamos con un tiempo histórico determinado. Soñar con partes del cuerpo, animales, aves, árboles o nubes, o incluso con una casa, una escalera, un muro, por pensar en algunos ejemplos, puede ocurrir en cualquier momento de la historia. Pero soñar con tecnología es diferente, porque su presencia es una marca temporal. Si Freud sueña con una inyección es porque lo hace años después de 1844, cuando las agujas y las jeringas han sido inventadas y las inyecciones son un procedimiento común en la vida de médicos. De modo que soñar con ella tiene un significado para el soñante que puede relacionar la inyección con un procedimiento que conoce. Algo que, antes de la aparición de la inyección, es imposible.

    La presencia de tecnología en el sueño permite entonces identificar un arco temporal que va de la fecha de la creación de la jeringa, 1844, a la fecha del sueño, 1895, en que la inyección habría irrumpido, quizás por primera vez, en el mundo de las imágenes oníricas.⁴ Lo que no es poca cosa, pues quiere decir que las inyecciones y las jeringas se han hecho ya de una significación para el soñante por la cual, finalmente, ha podido pasar del estado de la vigilia al del sueño.

    Las implicaciones de este hecho son varias. Primero, la presencia del objeto tecnológico se muestra como marca temporal que ayudaría a fechar algunos sueños, pero segundo y más importante aún, revelaría el carácter histórico de esa imagen onírica. Esto último deja entrever, finalmente, lo que ya se ha descrito: que el objeto tecnológico tras un periodo de gestación a través de su uso regular y cotidiano finalmente ha alcanzado un significado para quien sueña con ellas. Como si naciera al sueño para hacer evidente ese significado, de modo que su presencia pudiera resultar incoherente, pero no carente de sentido.

    Estaríamos viendo así emerger la imagen en el sueño, pero también su sentido. Porque no sólo la imagen tiene vida histórica, sino que también la tiene el significado que se le atribuye a esa imagen, si es que se le asigna alguno cuando se intenta comprender el contenido del sueño pues, a fin de cuentas, las imágenes tecnológicas carecen de significado fijo y unívoco. Freud, por ejemplo, interpreta la inyección como la solución que él le ha ofrecido a su paciente y con la que Otto no está completamente de acuerdo. De esa forma, un procedimiento médico relativamente reciente entonces sirve a Freud para representar otro procedimiento médico novedoso, el de su terapia psicoanalítica. Hoy, sin embargo, difícilmente asociaríamos la inyección con ésta, porque tanto la forma de la inyección como sus significados posibles han variado.

    La irrupción de las imágenes tecnológicas en el campo onírico, primero, y el desarrollo de su historia, en segundo lugar, muestran que existe un proceso constante de renovación de las imágenes con las que soñamos y sus respectivos significados. Es decir, que el mundo de los sueños no está cerrado, ni reducido a unas cuantas imágenes y unos cuantos sentidos, sino que es abierto y en permanente renovación, y lo por mismo está sujeto a la revisión de su pasado.

    Reflexionar acerca de la irrupción, las dislocaciones históricas no sólo en el campo de los acontecimientos, sino particularmente en el de los significados, tiene su fuente en dos ideas elaboradas por el filósofo Giorgio Agamben. Su apropiación del concepto de emergencia, que toma de Nietzsche para caracterizar el momento que precede a la aparición de un fenómeno en el tiempo, y el concepto de vida de las imágenes, con el que se propone indagar en la metamorfosis de las representaciones artísticas con el paso del tiempo.

    Si las imágenes viven y cambian a lo largo del tiempo, como afirma Agamben en Ninfas, ¿hay algún momento en que esas imágenes emergen, irrumpen, nacen entre nosotros? ¿Un momento que es anterior al inicio de cualquiera de sus metamorfosis, en el cual una imagen, sin registro previo, aparece por primera vez? Momento, dirá Agamben asociando el estudio arqueológico de la emergencia con el análisis de Freud, en que no tenemos conciencia de la imagen antes de que ésta se haga presente a nosotros y podamos discernirla.

    Un pensador del Renacimiento, Marsilio Ficino, concibió la idea, que ha tenido importantes repercusiones desde entonces, de que el ser humano no sólo habita el mundo material e ideal, como se pensaba de manera dicotómica, sino que también habita un mundo compuesto por imágenes fantasmagóricas, copias del mundo material. Debido a su acceso a este mundo, para el individuo todo lo que existe lo hace en tres órdenes distintos: como idea, como materia y como simulacro, para lo cual pueden servir de ejemplo los trazos que forma un árbol en el cuadro, pues en él se conjugan la idea de un árbol que se refleja en el árbol material, el que a su vez sirve de modelo para el simulacro de árbol que aparece dentro del cuadro. Pero lo más relevante es que la existencia de ese mundo de simulaciones al que el hombre tiene acceso es que hace posible la existencia del sofista, que es aquel que presenta como verdadero lo que es falso, y del artista, que puede representar lo que es, sin que sea. En ese mundo viven las imágenes y, como el resto de los mundos que habita el individuo, no es ajeno al tiempo ni a la historia.

    De todas las formas que el humano tiene para acercarse a ese mundo, el sueño es quizás la forma más privilegiada, porque se tiene acceso a las imágenes sin mediación alguna. A través de él es posible aproximarse a lo inconsciente, como piensa Freud, pero también se despierta a la conciencia, como propondrá Walter Benjamin.

    Qué mejor lugar para indagar la irrupción, la emergencia de las imágenes, que el sueño, al mismo tiempo abismo hacia profundidades ignotas y pasaje y tránsito hacia la claridad. Por otro lado, qué mejor instrumento para hacerlo que las imágenes de los objetos tecnológicos, estos que en su historia han ocupado, como ha visto Stiegler, el lugar del no saber –recordemos, por ejemplo, el rechazo de Platón a la escritura⁶– y del saber, que es el que ocupa en actualidad, y en donde se manifiesta una fuerte tensión entre racionalidad y creación.

    En este libro me propongo recorrer algunos de los momentos de ese proceso de irrupción de las imágenes de los objetos en el mundo onírico, como forma de mirar la tecnología y la manera de hacer sentido de ésta, desde el horizonte representacional del sueño, así como observar, cuando es el caso, la tupida red que se teje entre lo actual y lo soñado, lo irracional y lo racional, la creación y la destrucción de su sentido, una vez que se han abierto los ojos, al despertar, y esas imágenes reciben un significado y, por supuesto, una vida que toman de nuestra propia vida.

    Abrir, pues, una ventana para mirar cómo llegan esas imágenes al vocabulario onírico, cuándo lo hacen y cómo significan para él soñante o su intérprete, y cómo se transforman con el paso del tiempo. Restituir de algún modo su significado primigenio, maleable e inacabado, antes de abrirse paso entre el mar de significados que damos a todo lo que nos rodea y descubrir cómo esas imágenes tecnológicas y oníricas se construyen como metáforas y metonimias de cada época, y al mismo tiempo en expresiones singulares de la vida de quien las sueñan.

    ¿Has dicho tecnología?

    Me referí a la inyección, el ácido propiónico y los procedimientos médicos presentes en el sueño de Freud como tecnología, artefactos o dispositivos tecnológicos. Dado que mi interés en este texto es estudiar la presencia de imágenes tecnológicas dentro del sueño, es importante explicar qué entiendo por tecnología y por qué me referiré a ella sobre todo como artefactos, cosas, objetos o imágenes tecnológicas. Para hacerlo, conviene dar primero un breve rodeo, porque es importante contar con cierta perspectiva histórica del uso del término y la evolución de su significado, antes de pasar a las definiciones.

    Como las imágenes en los sueños, las palabras también tienen su historia. Y ésta sirve para estudiar cómo los hombres otorgan, modifican o abandonan el significado que le dan a ciertas palabras. En el caso del término tecnología, la primera sorpresa es que su origen no es tan antiguo, pese a las raíces griegas de sus dos componentes: logos (razón, discurso) y tekhne (técnica). Si tenemos que ser estrictos, la palabra no tiene más de un centenar de años con el sentido que hoy le damos. En el Diccionario de la Real Academia de la Lengua de 1853, que es el más antiguo en el que aparece, encontramos esta definición:

    Tecnología, s. f. Tratado de las artes en general. Tratado de tecnicismos o de los términos técnicos de ciencias y artes.

    A mitad del siglo xix en nuestro idioma se entendía por tecnología un tratado, escrito o conglomerado de términos sobre cualquiera de las artes. Por arte, palabra latina con la que se tradujo el término griego techné, se identificaba en el mismo diccionario de 1853 al: conjunto metódico de preceptos y reglas para hacer bien alguna cosa. En suma, la tecnología era un tratado de preceptos y reglas para hacer bien algo, por lo que algunos ejemplos de tecnología, en el siglo xix, serían obras como la gramática, los tratados de pintura o los de carpintería.

    Por supuesto, algo tuvo que haber pasado para que en 1994 el mismo Diccionario de la Real Academia de la Lengua defina la tecnología como el conjunto de técnicas que permite el aprovechamiento práctico del conocimiento científico. En menos de un siglo –el cambio en el español es bastante más tardío que en otras lenguas, como el alemán, el francés o el inglés–, la tecnología pasó de ser un libro para convertirse en un grupo de técnicas para aplicar un conocimiento. El cambio es radical, porque borra por completo un sentido, el del tratado, y establece otro nuevo, el del conocimiento aplicado. Pero es que detrás de ese cambio hay una transformación cultural muy profunda donde se fracturó y modificó la muy antigua relación entre el saber y la técnica.

    Para Bernard Stiegler, en El pecado de Epimeteo, para el mundo griego la relación entre técnica y saber era asimétrica:

    En el albor de su historia, la filosofía aísla techné de episteme que los tiempos homéricos no distinguían todavía. Este gesto está determinado por un contexto político en el que el filósofo acusa al sofista de instrumentalizar el logos, como retórica y logografía, medio de poder y de no lugar del saber.

    Para Stiegler, en la Grecia clásica la técnica ocupará un lugar opuesto al saber: el de la falsedad y el no ser. Y con ese sentido negativo cargarán, desde entonces, el artificio y todo procedimiento instrumental, desde la retórica hasta la poesía. Stiegler identifica transformación de esta relación entre saber y técnica con la aparición del cálculo como lenguaje para describir el mundo y las aportaciones posteriores de Lamarck en la biología en siglo xviii. Pero no es sino hasta el siglo xix cuando, de manera efectiva, comienza el desplazamiento de la técnica del ámbito del no saber al del saber.

    Las razones de este desplazamiento son amplias y complejas en el contexto de la Revolución industrial, pero hay indicios que nos permiten conocer parte del proceso: según Eric Schatzberg, uno es el uso que se le otorga en Alemania al término Die Tecknik, con el cual se hace referencia a las artes prácticas –especialmente las asociadas con la ingeniería– como un todo. Es decir, como el conjunto de conocimientos, instrumentos, procedimientos y métodos que constituyen las entonces llamadas artes aplicadas. De manera paralela a la adopción del sentido de este término –ligado con el ascenso social de los ingenieros durante la industrialización en Alemania–, los trabajos de Marx colaboran para dar un lugar a la técnica como parte de los procesos de producción y como factor dentro de la lucha de clases. A la vuelta del siglo xx, la importancia otorgada a la tecnología y el sentido dado al término, como nuevo ámbito del saber (y en nuestros días, el campo privilegiado del saber), pasan del alemán al inglés, desde donde se difunden a otras lenguas y culturas.

    Como se desprende una vez que hemos conocido su origen, una de las dificultades centrales en el uso de una palabra como tecnología es que condensa un universo muy amplio. Se refiere al conocimiento, a su aplicación, así como a los procedimientos, los métodos, las herramientas y los objetos resultados de todo este conjunto. Por tecnología podemos entender un conocimiento, como el de la palanca, pero también su aplicación concreta en la solución de determinados problemas, al hacer palanca, o en sí el instrumento, la palanca, con que lo hacemos.

    Como ya hemos visto, en el sueño de Freud aparece la imagen de una jeringa, de un ácido, de notación científica, de cierta forma (o varias) de auscultación, es decir, los instrumentos, la aplicación concreta y o el conocimiento. Como todos ellos en particular, pero también en su conjunto, forman parte de los que entendemos por tecnología, utilizo este término para hacer referencia a todo este conjunto sin distinción de sus partes, mientras que reservo la palabra dispositivo para mencionar principalmente a las aplicaciones o metodologías, y emplearemos de manera indistinta términos como instrumentos, cosas, artefactos u objetos, para hablar de los instrumentos mediante los cuales se aplica el conocimiento. Finalmente, por imágenes tecnológicas debemos entender la representación onírica de cualquiera de los anteriores.

    Esta definición de tecnología tiene también cierto límite temporal, pues se refiere sobre todo a aquella desarrollada hasta la primera mitad del siglo xx. Algunos autores como Jorge Linares piensan que, en la actualidad, la tecnología dejó de ser un instrumento humano, para constituirse en un entorno de medios y de fines: "El mundo tecnológico del que depende ahora la humanidad entera se ha convertido en una mediación universal y en el horizonte de las relaciones cognoscitivas y pragmáticas entre el ser humano y la naturaleza". Dicho en otras palabras, ya no hay nada que no esté mediado por la tecnología, que se ha convertido así en una suerte de capa alrededor de todo el entorno humano, de la que quizás ni siquiera el sueño se salva.

    En tanto, no deja de fascinarme, y ésta es una de las razones de este libro, que conforme se consolida esta tendencia de identificar saber y tecnología, y de extenderla hasta esa condición de mediación universal, que se haga visible (y objeto de interés) la presencia de la tecnología en los sueños cuya historia sigue exactamente el camino contrario a ésta. De acceso privilegiado

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