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Si ellas tienen la palabra…
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Libro electrónico315 páginas4 horas

Si ellas tienen la palabra…

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"Estas diecisiete entrevistas aparecieron originalmente en Opus Habana. La autora quiso para el libro el empaque que tuvieron en la revista, una de las más bellas entre las actualmente editadas en Cuba. Es cierto que pierden esas otras posibilidades, pero ganan, como siempre pasa en el tránsito de la publicación periódica al libro, otras resonancias. Puestas en relación las unas con las otras —amén de que se ha seguido un criterio cronológico— resultan respectivamente iluminadoras y conforman un retrato poliédrico de un grupo de mujeres cubanas en el tránsito entre un siglo y otro. Son muchos los hilos que se tejen entre estas historias, pues historias son, recorridos por existencias marcadas por el trabajo y la pasión por aquello que se hace, devenir de una plática pausada, o la historia de la misma conversación, con mucho de crónica en algunos casos". (María Antonia Borroto Trujillo).
IdiomaEspañol
EditorialRUTH
Fecha de lanzamiento30 dic 2023
ISBN9789591113405
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    Si ellas tienen la palabra… - María Grant González

    cover.jpg

    Instituto Cubano del Libro

    J. Castillo Duany No. 356

    Santiago de Cuba

    oriente@cubarte.cult.cu

    www.editorialoriente.wordpress.cult.cu

    www.facebook.com/editorialorienteoficial/

    Tabla de contenido

    Prólogo

    Deudas de gratitud

    Marta Arjona

    Carilda Oliver Labra. El lugar, el tiempo, el destino… la Poesía

    En Los Sitios de Nancy Morejón

    Mujeres en Línea con Luisa Campuzano

    Oficio de remembranza con Graziella Pogolotti

    Latidos para el recuerdo con Ada Kourí

    Nara Araújo. Mi huella en la huella

    Isavel Gimeno y Aniceto Mario

    Magia que cristaliza

    Invitación a un recorrido

    Isabel Bustos: Retazos de una ciudad en movimiento

    Para escribir y leer, con María Dolores Ortiz

    Amelia Carballo: La lumbre de la cerámica raku

    Terracota 4

    La técnica raku

    Cámara en ristre con Rebeca Chávez

    Ania Toledo. Ser del paisaje

    De tú a tú con Nisia Agüero

    Los primeros años

    Habanera de nacimiento

    El arte y la amistad

    Alicia de la Campa Pak: puramente habanera

    Aimée García, tejiendo como los ángeles

    El comienzo

    Sus contemporáneas

    Etapas no. Mejor: Grupos y series

    ¿Fotógrafa o pintora?

    Madre y artista

    Ni postmedieval ni feminista

    De Limonar a La Habana

    Olga Portuondo, la ciudad de Santiago y el caudal inagotable de lo esencial cubano

    Sobre la historia de Santiago de Cuba

    Datos de la autora

    A nosotros no nos toca todavía —ni aquí, ni en el resto de nuestra América— sumarnos a la pintoresca algarabía de los voceros del apocalipsis editorial; quiero decir, del fin del libro tal como lo conocemos.

    Ambrosio Fornet

    El libro es fuerza, es valor, es fuerza, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor.

    Rubén Darío

    Prólogo

    De la conversación se ha dicho que es un arte. Y uno se siente tentado a creer que sí lo es, pues ese hilvanar ideas, seguir el hilo de los pensamientos propios y aun de los ajenos, o saltar con riesgos de equilibrista de un tema al otro, bifurcación que es como la vida misma, es un asunto bien complejo. Se debe escuchar y casi al instante reaccionar, bien con palabras, gestos o inflexiones de la voz, habilidades que ­aunque muy cotidianas devienen todo un desafío para los estudiosos de la comunicación.

    Se dice también que es un arte eminentemente femenino, idea de la que discrepo, pues soy enemiga de los esencialismos, de esa reducción tanto de lo masculino como de lo femenino a un repertorio de etiquetas, habida cuenta, además, de que existen hombres parlanchines y mujeres muy calladas. Sí es innegable que hoy en día, bajo el imperio de nuevos dispositivos, en vez de conversar, chateamos o texteamos, neologismos un poco desconcertantes que implican un tipo de roce diferente, sucedáneos de la charla animosa, pues si bien un chat permite acortar distancias —tanto como lo hizo en su momento el teléfono— nunca es igual a esa activación de los sentidos que implica la conversación en vivo.

    La entrevista de prensa, forma peculiar de la conversación, entraña otros desafíos. Los teóricos aseguran que cuando surgió en tanto género, se asumió como un aporte a esa sensación de verismo tan cara a los periódicos de todas las épocas, sobre todo, en las postrimerías del siglo xix, momento de una verdadera revolución en la idea misma de lo periodístico. Leer una interview —al ser una práctica importada desde el periodismo anglosajón demoró un poco, al igual que reporter, en tener su equivalente en español—, leer una inter­view, decía, era como ver al personaje. Curioso sería rastrear en la prensa de finales del siglo xix las declaraciones explícitas de que una necesidad eminentemente informativa obligaba a "uno de los reporters" a realizarle una interview a alguien, como mismo sería muy revelador apreciar el uso de las preguntas explícitas, con sus respuestas supuestamente textuales, en tanto garantes de una mayor verosimilitud.

    Pero ya no estamos en esa época ni es este un libro sobre la historia de la prensa. Ya la entrevista está plenamente constituida en tanto género, se usa —y abusa de ella— y hasta se le llama así a la simple toma de declaraciones. Pero eso tampoco es asunto para estas páginas, muy del siglo xxi, que muestran cómo el género, siempre fecundo, puede contener toda la gracia y sabrosura de la buena conversación. Es cierto que es el remedo de la charla que en algún momento se sostuvo, que transcribir —solo quien lo ha hecho lo sabe— obliga, aun en el más locuaz y correcto de los hablantes, a una labor de poda que reconvierte lo dicho, pues solo así se logra la legibilidad. Sí, porque sin las inflexiones de la voz, los gestos enfáticos y hasta las sonrisas, lo que queda casi siempre es una masa informe que muchas veces desconcierta al propio entrevistador. Y este debe, con paciencia y mucho amor, apropiarse de esas que no son sus palabras pero que es como si lo fueran, para desbrozarlas, acomodarlas, podarlas… Hacer lo que un jardinero. O lo que un traductor: llevar de un código, el de la lengua hablada, al del texto escrito.

    Si lo hace bien el entrevistado se verá a sí mismo allí, en ese texto que es y no es suyo, y el lector creerá que frente a él se han descorrido los velos que le permiten atisbar, entrever, al otro. Ese es el sentido que más me gusta para la entrevista: esa suerte de juego propiciatorio, como si de pronto los lectores fuéramos fisgones de esa charla amena donde una de las partes propone el temario.

    Eso son, precisamente, estas entrevistas realizadas por María Grant. Y uno, aun sin haberla leído (fue mi caso) puede suponerlo, pues es una excelente anfitriona, la delicadeza misma en el trato, en el reconocimiento de los afectos y en el acortamiento de las distancias. Cómo, entonces, no lograr buenas entrevistas. Pero no bastan estas cualidades personales, me digo al reparar en la minuciosidad con que ha preparado cada charla, tanta que no se nota. Sí, así mismo, porque tampoco abruma a sus entrevistadas con datos que ni ellas mismas recordaban ni cosa por el estilo: el conocimiento previo, o el haber compartido con ellas en otros espacios, es intercalado suavemente para lograr confidencias. La diferencia generacional tampoco implica un alarde de experiencia, que muy bien puede pasar —lo he visto, y sé que usted también, caro lector— que la autoridad del entrevistador abrume al pobre entrevistado.

    Estas entrevistas aparecieron originalmente en Opus Habana. Me consta que María quiso para el libro el empaque que tuvieron en la revista, una de las más bellas entre las actualmente editadas en Cuba. Es cierto que pierden esas otras posibilidades, pero ganan, como siempre pasa en el tránsito de la publicación periódica al libro, otras resonancias. Puestas en relación las unas con las otras —amén de que se ha seguido un criterio cronológico— resultan respectivamente iluminadoras y conforman un retrato poliédrico de un grupo de mujeres cubanas en el tránsito entre un siglo y otro.

    Son muchos los hilos que se tejen entre estas historias, pues historias son, recorridos por existencias marcadas por el trabajo y la pasión por aquello que se hace, devenir de una plática pausada, o la historia de la misma conversación, con mucho de crónica en algunos casos. Y uno va suavemente desde la delicadeza con la que Aimée García reivindica oficios muy femeninos y tenidos por conservadores y su forma de transmutarlos en arte, hasta el sobrecogimiento de Carilda Oliver Labra frente a la muerte y el amor, sustancia misma de sus versos; para luego llegar al compromiso feminista de Rebeca Chávez y sus reflexiones sobre cuán difícil es para una mujer hacer cine. Y están también esas palabras en las que Nara Araújo, sin mencionarlo explícitamente, anuncia lo que sería esa novela excelente y apenas valorada por la crítica —hasta dónde sé— que es Navío en puerto. La interculturalidad que atraviesa la obra de Alicia de la Campa, la cercanía a la magia primigenia en el hacer de Amelia Carballo y de Isavel Gimeno, la herencia mambisa de Marta Arjona, las conco­mitancias entre la danza y las artes plásticas en Isabel Bustos, entre el trabajo en favor del medio ambiente y el arte en Ania Toledo, y entre investigación y docencia en Olga Por­tuondo y en María Dolores Ortiz son otros de los entra­mados de este libro.

    Ada Kourí evoca a su esposo, Raúl Roa, antidogmático por naturaleza y antisectario. Insistía en que la gente pensara con su cabeza, sin orejeras, libremente. Es interesante asomarse a mujeres que como ella, al ser compañeras de grandes hombres, muchas veces no han recibido toda la atención que su propio devenir merece; a las intimidades de Nisia Agüero, a quien sus múltiples tareas de dirección no le impidieron el goce del hogar; leer —escuchar— a Graziella Pogolotti confesando su terror frente a la excesiva especialización, y a Nancy Morejón reivindicando el uso de la palabra poetisa, porque no hacerlo implicaría renegar de la condición femenina…

    Los desafíos de la Academia y el ir entre las literaturas clásicas y la cubana marcan el itinerario de Luisa Campuzano, según nos cuenta en una charla que deviene una excelente retrospectiva de una época memorable para la cultura cubana, matizada por las confesiones de alguien que existe por su trabajo, por lo que le interesa en la vida como destino intelectual. En ese sentido, soy lo que he querido ser: independiente, dueña de mi espacio, de mi tiempo y, hasta donde es posible, de mis actos. Y uno sabe que es la certidumbre de muchas, aun cuando no lo hayan expresado así, tan enfáticamente.

    Se nota en algunas entrevistas la voluntad editorial de acompañar las imágenes escogidas para Opus Habana, revista que deviene una sui géneris galería. En todas, el reconocimiento a la belleza de La Habana, bien en forma de recuerdos, reencuentros tras experiencias en otros lares o resonancias en la obra propia. Uno siente la brisa que acompaña a Luisa en las primeras horas del día, por ejemplo, o los recuerdos de una Nara niña a quien se adivina inquieta, o respetuosamente mira a Ada caminando del brazo de Raúl Roa mientras la tarde cae en el malecón… Algunas ya no están físicamente entre nosotros, así que las entrevistas adquieren otras dimensiones: aprehensión del élan no ya de la charla, sino de la persona misma, reencuentro propiciatorio que invita a revisitar obras y trayectorias, que aclara, cuando ya ellas no pueden hacerlo, detalles, o que también suma incógnitas para hacer de la hermenéutica de sus obras una tarea exquisitamente desafiante.

    Pero están, de una forma u otra están, siguen estando, que esa es la gracia de la entrevista, como lo es también de la fotografía: esa suerte de dialéctica entre una ausencia y una presencia. Se produce la charla a sabiendas de que va a ser publicada. Ese segundo momento da nueva vida a ese instante único e irrepetible, instante de dos, mediado a veces por ángeles guardianes que ayudan a concertar cada cita. Lo salva sin repetirlo, lo preserva sin congelarlo: lo vuelve materia fecunda para otras indagaciones.

    ¿Qué une a estas entrevistas más allá de una misma firma al pie de cada una? ¿O más allá del hecho de ser un libro de mujeres? ¿Qué las une más allá de la circunstancia de desempeñarse todas en eso que llamamos mundo de la cultura? ¿Del hecho de ser casi todas habaneras y referir sus remembranzas de la ciudad? Las une, sobre todo, el hilo de simpatía entre la entrevistadora y cada una de sus interlocutoras; la certidumbre del crecimiento personal, vivenciado muchas veces con dolor; el desafío de existencias marcadas por búsquedas en varios ámbitos a la vez, por pérdidas, renuncias, dilaciones, esperanzas… Lo que a cualquier mortal. Y ello hace que aun cuando no se sepa a ciencia cierta quién es la entrevistada —puede perfectamente pasarle, lector, no se avergüence, disfrute incluso esa incógnita—, usted pueda saborear cada texto y sentirse instado a querer saber más de la persona en cuestión. Puede ser, pero no es eso lo más importante, sino que de seguro va a reconocer gestos, actitudes, anhelos que son también los suyos. Verá aquí más cercana y palpable a cada autora —pues cada una a su modo lo es, sobre todo de su propia vida—, querrá saber más de cada una, tendrá el diagnóstico también de una época —lo que quizás ahora mismo no veamos cabalmente—, sí, todo eso es posible, pero se verá también a sí mismo.

    Tiene ante sus ojos un libro humano, muy humano. Y auténtico. Como uno siente que fue cada charla, ganancia que permeará sus sucesivos encuentros con las obras de las personas aquí iluminadas e incluso con usted mismo.

    María Antonia Borroto

    Deudas de gratitud

    El primero en sugerírmelo fue mi querido y respetado escritor bayamés Ambrosio Fornet. Hace más de diez años, en un mensaje de felicitación me instó a compilar mis entrevistas de Opus Habana en un volumen, quizás, dada su desmedida pasión por el libro. Para él, es mi pensamiento inicial cuando de saldar deudas de gratitud se trata.

    Y por supuesto, también para Eusebio Leal Spengler y Argel Calcines, mis guías primordiales en aquella hermosa y gratificante aventura que resultó para la ya entonces experimentada periodista —más de dos décadas en la Agencia Latinoamericana de Noticias Prensa Latina— la revista Opus Habana, de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Fue volver al periodismo cultural practicado con esmero de principiante en El Caimán Barbudo, a finales de la década de los 60 y principios de los 70, del pasado siglo

    xx

    .

    Sumo a tales adeudos a mi familia originaria, a la manzanillera, a mis raíces; y a la familia fundada: a mi esposo y a mi hijo; al primero por ser mi más severo censor y eficiente colaborador; al segundo, por las horas que le escatimé, únicamente salvadas con la dedicación de su padre-formador.

    Y cómo no agradecer a mis inconmensurables entrevistadas, incluso a aquellas que, sin estar ya físicamente presentes, estoy segura que, desde cualquier dimensión,  podrán unirse al gozo de verse reunidas en letra impresa. Sin sus potencialidades, competencias y vivencias compartidas, nunca hubiera logrado tales resultados.

    A Osmany Romaguera y Susell G. Casanueva, mis jóvenes colaboradores y amigos, quienes sin escatimar tiempo no dudaron en hacer por mí el arduo trabajo de imágenes y textos.

    A Julio Larramendi, por su foto oportuna.

    Para mis colegas y amigos que me animaron a convertir en realidad este sueño, que ahora se hace posible gracias a la Editorial Oriente, de la región de la Isla de la que nunca han logrado desprenderme.

    La Habana, diciembre de 2019.

    Marta Arjona

    Escultora y ceramista de mérito, no se arrepiente de haber encauzado su temperamento creador hacia el estudio y defensa del patrimonio cultural.

    Marta%20Arjona.tif

    A su juicio, ¿cuáles son los principales puntos de referencia históricos que han de identificarse para un estudio de nuestra herencia cultural?

    Son muchos los puntos de referencia que han de tenerse en cuenta para un estudio de la herencia cultural. En el caso de Cuba, yo diría que la geografía, las fundaciones, las poblaciones, las etnias y los procesos históricos en general deben ser esos puntos fundamentales, sin los cuales no podríamos organizar un criterio ni adquirir conciencia de lo que la naturaleza y el hombre han ido conformando, hasta establecer la imagen que nos identifica como grupo humano y cuyo producto, tangible o intangible, en un proceso histórico de asimilación y decantación, se va a convertir en herencia cultural. Herencia que, por otra parte, no es estática, o sea, que no será siempre la misma, sino que crecerá según evolucione la vida del grupo. Quiere decir que la herencia cultural cubana de finales del siglo xx no será igual que la de finales del xxi pues, sin duda, surgirán descubrimientos, evolucionará el arte, se establecerán nuevos hábitos que irán a nutrir la herencia ­cultural del futuro.

    Quién sabe si el ejemplo más evidente para nosotros sea lo que nos ha aportado la Revolución, que ha sido un fenómeno histórico que nos ha trasmitido nuevos valores, nuevos conceptos, que ha hecho florecer la creación, que nos ha ofrecido nuevos hábitos de vida.

    ¿O es que alguien puede dudar que a partir de 1959 nuestra herencia cultural ha tomado otra dimensión?

    ¿Cuán importante ha sido para usted descender de una familia de tradición mambisa?

    Para mi formación como ciudadana, como cubana, fue muy importante. No quiere decir que haya que tener estos antecedentes para ser buen ciudadano o un buen patriota, pero —en mi caso— creo que el amor por la Patria, el respeto a los símbolos, el rechazo al colonialismo, al imperialismo y todos los ismos que comporten la fuerza represiva de la libertad del hombre… sí tienen que ver con mis antecedentes familiares.

    Mi abuelo fue capitán prefecto de las tropas de Antonio Maceo y Máximo Gómez, además de ser un destacado médico en San Nicolás de Bari, donde comenzó su vida política editando con Juan Gualberto Gómez dos periódicos que después ocuparon los españoles. Al quedar en la ciudad como un vigilado político, en esas circunstancias, mi abuelo escapa a la manigua con su mujer e hijos y crea, por orden de Maceo y Gómez, la prefectura de Nueva Paz. Mi madre tenía nueve años y estuvo con él hasta su muerte, a causa de fiebre y extenuación, ocurrida poco tiempo después de que falleciera Maceo.

    No conocí a mis abuelos, pero la huella que dejó en mi madre la Guerra del 95 fue tan profunda que nos trasmitió sus vivencias con realismo fotográfico. Cuando Maceo y Gómez se reúnen en la prefectura de Nueva Paz, ella conoce a Maceo y, al dar sus impresiones sobre la imagen que de él guardó, siempre lo describía como un hombre excepcional.

    Mi padre, por su parte, se había incorporado al Ejército Libertador, y su hoja de servicios y licenciamiento luego de terminada la guerra está firmada por el general Roloff.

    Mi madre y él se conocieron después de la guerra y se casaron en 1909; su primer hijo nace en Güines en 1910. Así se fundó mi familia, de la cual yo soy su último testimonio.

    ¿Pudiera referirse a su formación profesional?

    Nací en 1923. Recorrí todas las etapas escolares. Fui estudiante de música por interés materno, pero me convencí de que una cosa es que a uno le guste un oficio, una profesión o un arte, y otra es la condición, el virtuosismo para lograr la gran expresión espiritual y mecánica que se requiere para trasmitir con genio un arte. Segura de que yo no tenía nada de eso para ser músico, me dediqué a la plástica, a aquello que por lo menos no solo me gustaba, sino en lo que creía tener empuje para desarrollar una expresión convincente.

    Así fue como en 1941 me matriculé en la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro, fundada por la Sociedad Económica de Amigos del País en 1818, cuyo primer director fue el pintor Juan Bautista Vermay.

    San Alejandro, ubicada entonces en un edificio colonial de la calle Dragones entre Rayo y San Nicolás, era una típica academia de pintura, escultura, dibujo y grabado. Recuerdo mi paso por sus aulas como una etapa fundamental en mi vida. No solo por lo que me aportó como adolescente desconocedora del mecanismo mínimo para plasmar cuanto deseaba expresar en un papel o en el barro, sino porque encontré un mundo nuevo de relaciones que ha dejado en mí grandes recuerdos.

    Recuerdo con admiración y gratitud a profesores como Juan José Sicre, Armando Maribona, Manuel Vega y Florencio Gelabert; mis fraternales relaciones con compañeros como Roberto Diago, Luis Alonso, Hernando López y muchos otros, con quienes mantuve durante cinco años encuentros cotidianos hasta mi graduación en 1945.

    A partir de entonces participé en varias exposiciones y salones, organizados por el Círculo de Bellas Artes, el Centro Nacional Antifascista y el Lyceum de La Habana. En los bajos del Centro Gallego se organizó una importante muestra con el título Menores de 30. En 1950 se lanzó la convocatoria para una beca que ofrecía el Lyceum Tennis Club, una sociedad cultural que representó un papel muy importante en el desarrollo de la cultura de la época. Me presenté y me la gané por reunir todos los requerimientos. Cursé la especialidad de cerámica en París, durante el período comprendido entre 1951y 1952. Regresé a Cuba en noviembre de ese último año, trayendo conmigo el resultado de mi estudio y trabajo en el Taller del profesor Roger Plin, ubicado en la Rue des Boulets.

    En su juventud estuvo vinculada a la sociedad cultural Nuestro Tiempo. Desde la madurez, ¿cómo valora hoy esta etapa de su vida?

    Cuando regreso de París ya se había producido el golpe del 10 de marzo. Me encontré una ciudad alterada, reprimida por nuevas disposiciones, con nuevos personajes, de evidente mala calaña, que personificaban a chivatos, esbirros y politiqueros de toda laya, pero también se había hecho presente una efervescente oposición en respuesta a un proceso que cada vez se hacía más represivo.

    Estaba finalizando el año 1952, y comenzaban los preparativos para la conmemoración del centenario del natalicio de José Martí. La dictadura organizaba como acto central la inauguración del Museo Nacional de Bellas Artes, junto a la Bienal de La Habana patrocinada por el gobierno de Franco, más conocida como Bienal franquista. Yo me había vinculado ya a la Comisión de Cultura del Partido Socialista Popular, que atendían Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Nicolás Guillén y Mirta Aguirre. Ofrecí colaborar y, bajo su orientación, comencé a trabajar en la reorganización de la sociedad cultural Nuestro Tiempo, institución que desempeñó un rol muy importante en esa época entre escritores, artistas y otros creadores. Dentro de ella, yo dirigía la galería de artes plásticas con Eugenio Rodríguez y Cundo Bermúdez.

    Al triunfo de la Revolución, casi todos los que colaboraban allí tuvieron la tarea de organizar y desarrollar diversas ramas de la ­cultura. Por ejemplo, atendían la sección de cine: Alfredo Guevara, Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea; la de teatro: Raquel y Vicente Revuelta; la de música: Harold Gramatges, Juan Blanco, Manuel Duchesne Cuzán y Carlos Fariñas, entre otros compañeros cuyo aporte a la cultura durante todo el proceso revolucionario ha sido muy importante.

    Por mi parte, tuve una tarea principal en el frente de oposición a la bienal oficial por el Centenario de José Martí: trabajé con un grupo de pintores y escultores para evitar que los creadores cubanos participaran, y redactamos un manifiesto para que fuera firmado por todos, el cual se divulgó ampliamente, lográndose la ausencia de los

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