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Teresa de Lisieux… Santa
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Libro electrónico349 páginas5 horas

Teresa de Lisieux… Santa

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Teresa de Lisieux ha sido llamada «la mayor santa de los tiempos modernos» y su influjo se deja sentir por todo el mundo. Sin haber escrito apenas nada más que su diario, ha sido declarada doctora de la Iglesia y «experta en la ciencia del amor» (san Juan Pablo II); sin haber traspasado los muros del convento, es la patrona de las misiones. Esta biografía presenta a Teresa contestando a tres preguntas: por qué quiso ser santa, cómo lo hizo y cómo concebía ella la santidad. A lo largo de estas páginas, podremos seguir paso a paso su itinerario de santidad; la escucharemos hablar sobre las virtudes y las mortificaciones hasta llegar a su punto de convergencia, que es el amor; leeremos las palabras que pronunció sobre los defectos, el abandono y la debilidad de los hombres, que son también puerta de entrada a la santificación, y conoceremos sus enseñanzas sobre la pobreza de espíritu, la perfección y la santidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 sept 2023
ISBN9788428569668
Teresa de Lisieux… Santa
Autor

Véronique Gay-Crosier Lemaire

Veronique Gay-Crosier Lemaire se licenció en Derecho y en Filosofía en la Universidad Saint-Louis de Bruselas, y es doctora en Teología Moral por la Universidad de Friburgo (Suiza). Ha publicado un estudio en profundidad sobre la Doctrina Social de la Iglesia y este libro sobre Teresa de Lisieux, fruto de su tesis doctoral. Dirige un programa mensual de espiritualidad en Radio Maria Suisse Romande, la emisora en francés de Radio María Suiza.

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    Teresa de Lisieux… Santa - Véronique Gay-Crosier Lemaire

    Cronología de Teresa

    2 de enero de 1873: nacimiento de Marie-Françoise-Thérèse Martin, llamada Thérèse.

    28 de agosto de 1877: fallece su madre, Zélie Martin.

    2 de octubre de 1882: Paulina ingresa en el Carmelo de Lisieux.

    Del 25 de marzo al 13 de mayo de 1883: «extraña enfermedad» y recuperación de Teresa.

    8 de mayo de 1884: primera comunión.

    Mayo de 1885: «terrible enfermedad de escrúpulos» y curación gracias a sus «hermanitos del Cielo» en octubre de 1886.

    15 de octubre de 1886: ingreso en el Carmelo de Lisieux.

    25 de diciembre de 1886: «gracia de Navidad».

    Noviembre de 1887: viaje a Roma.

    9 de abril de 1888: Teresa ingresa en el Carmelo de Lisieux.

    10 de enero de 1889: toma de hábito.

    8 de septiembre de 1890: profesión.

    Del 8 al 15 de octubre de 1891: retiro predicado por el padre Prou.

    5 de diciembre de 1891: muerte de la Madre Genoveva, fundadora del Carmelo de Lisieux.

    29 de julio de 1894: muere el padre Louis Martin.

    14 de septiembre de 1894: Celina ingresa en el Carmelo de Lisieux.

    Enero de 1895: comienza a escribir el Manuscrito A.

    11 de junio de 1895: se ofrece al Amor Misericordioso.

    15 de agosto de 1895: su prima Marie Guérin ingresa en el Carmelo.

    5 de abril de 1896, Domingo de Pascua: comienzo de su «noche de fe».

    Septiembre de 1896: redacción del Manuscrito B.

    3 de junio a 10 de julio de 1897: redacción del Manuscrito C; Teresa ingresa en la enfermería.

    30 de septiembre de 1897, 19:00 h: muerte de Teresa.

    1910-1911: proceso informativo ordinario de Teresa.

    1915-1917: proceso apostólico de Teresa.

    29 de abril de 1923: beatificación.

    17 de mayo de 1925: canonización.

    19 de octubre de 1997: Teresa es proclamada Doctora de la Iglesia.

    Abreviaturas

    CEC Catecismo de la Iglesia católica.

    CJ Cuaderno Amarillo (Carnet Jaune) de la madre Inés de Jesús.

    CSG Conseils et souvenirs recueillis par soeur Geneviève de la Sainte-Face (Céline),

    Cerf, París 1996². Consejos y recuerdos recogidos por su hermana Celina, sor Genoveva de la Santa Faz.

    CSM Consejos y recuerdos relatados por sor María de la Trinidad.

    Cta Cartas de Teresa, numeradas del 1 al 266.

    DE Últimas conversaciones (otras últimas palabras de Teresa).

    DE/G Últimas conversaciones recogidas por sor Genoveva.

    DE/MSC Últimas conversaciones recogidas por sor María del Sagrado Corazón.

    DP Últimas palabras a la madre Inés, sor María del Sagrado Corazón, sor Genoveva o sor Teresa de San Agustín.

    DS S. De Fiores-G. Tullo (dirs.), Diccionario de Espiritualidad, San Pablo, Madrid 1983.

    MsA Primer Manuscrito autobiográfico de Teresa.

    MsB Segundo Manuscrito autobiográfico de Teresa. Se corresponde con la Carta 196 con el fin de dar a conocer su «doctrinita».

    MsC Tercer Manuscrito autobiográfico de Teresa con vistas a la redacción de su «Circular necrológica».

    OC Obras completas de santa Teresa de Lisieux editadas por Monte Carmelo, Burgos 1996⁴ [Todas las obras citadas de santa Teresa, cada una de las cuales tiene su propia abreviatura, están tomadas de esta edición]

    Or Las veintiuna oraciones numeradas de Teresa.

    PA Proceso de beatificación y canonización de santa Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz II: Proceso apostólico 1915-1917, Biblioteca Mística Carmelitana, Burgos 1935.

    PN Las cincuenta y cuatro poesías numeradas de Teresa.

    PO Procès de béatification et de canonisation de sainte Thérèse de l’Enfant-Jésus et de la Sainte-Face I. Procès informatif de l’Ordinaire, 1910-1911, Theresianum, Roma 1973 (Proceso de beatificación y canonización de santa Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz I. Proceso informativo ordinario 1910-1911).

    PS Las ocho poesías «suplementarias» de Teresa.

    RP Las ocho Recreaciones piadosas –obras de teatro– de Teresa (Obras recreativas, en Obras completas en Cinco tomos, Centro de espiritualidad San Juan de la Cruz, San José de Costa Rica 1996).

    VT Vie thérésienne, Lisieux (revista trimestral, desde 1961).

    VS Vie spirituelle, Cerf, París.

    Introducción

    «Al mostrar que era posible para todos los cristianos, santa Teresa universalizó la elevada santidad»[1].

    Los santos son como «delatores». Cada uno de ellos, con su personalidad y sus carismas propios, hace brillar más una parte de la santidad. Teresa del Niño Jesús[2] y de la Santa Faz hizo brillar sobre todo el prisma de la humildad humana. El atributo de Dios que más la conmovía era su amor misericordioso. De ahí que el papa Juan Pablo II le concediera el título de experta en la ciencia del amor[3], que nos sitúa en la interrelación entre la moral y la mística, la «teología vivida de los Santos»[4].

    Teresa no elaboró ningún tratado sistemático, sino que compartió sus pensamientos, sus intuiciones y su experiencia. Al final de esta obra esperamos que el lector haya quedado cautivado por esta gran «maestra de la vida espiritual»[5].

    Vamos a presentarla contestando a tres preguntas: por qué quiso ser santa, cómo lo hizo y cómo concebía ella la santidad. Porque la santificación fue el motor de su vida, pero su empeño sufrió giros inesperados. La seguiremos paso a paso en su itinerario de santidad. Veremos cómo se pregunta por la perfección, que asociará siempre a la santidad. La escucharemos hablar sobre las virtudes y las mortificaciones hasta llegar a su punto de convergencia: el amor. Leeremos las palabras que pronunció sobre los defectos, el abandono y la debilidad humanos, que son también puertas de entrada a la santificación. También nos enseñará sobre la experiencia de su miseria, sobre la pobreza de espíritu y sobre los santos.

    Varios elementos correlativos a la santidad influyeron, al mismo tiempo, en su concepción. Todo está relacionado, pero nosotros hemos estudiado por separado los temas, y a menudo hemos tocado otros solo superficialmente antes de ahondar en ellos; de ahí la similitud de algunos títulos.

    Antes de entrar de lleno en el tema, ofrecemos algunos detalles sobre la familia de Teresa. Sus padres, Azélie-Marie Guérin y Louis-Joseph-Aloys-Stanislas Martin, tuvieron nueve hijos. Dos de los niños, que llevaban el nombre de José, fallecieron en su primer año de vida, en 1867 y en 1868. Hélène y otra niña llamada también Teresa fallecieron durante su infancia. Al final sobrevivieron cinco hijas, y todas se hicieron religiosas. María (1860-1940) optó por el Carmelo de Lisieux y tomó el nombre de Sor María del Sagrado Corazón. Paulina (1861-1951) siguió sus pasos y eligió el nombre de Sor Inés de Jesús. Leonia (1863-1941) ingresó en las Hermanas de la Visitación en la ciudad de Caen[6] mucho más tarde que sus cuatro hermanas, y tomó el nombre de Sor Francisca Teresa. Celina (1869-1959) emitió sus votos perpetuos en el Carmelo de Lisieux con el nombre de Sor Genoveva de la Santa Faz, seis años después que Teresa (1873-1897), la más joven de todas ellas. Y no podemos olvidar a su prima María Guérin, que ingresó también en el convento carmelita de Lisieux un año después que Celina; su nombre religioso era María de la Eucaristía.

    [1] M.-E. de l’Enfant-Jésus, «Docteur de la vie mystique», en AA.VV., Thérèse de l’Enfant-Jésus. Docteur de l’amour, Rencontre théologique et spirituelle, «Centre Notre-Dame de Vie», Éd. du Carmel, Venasque 1990, p. 360.

    [2] Teresa casi siempre omitía la conjunción en su nombre.

    [3] Cf Juan Pablo II, Carta apostólica Divini amoris scientia.

    [4] Id, Carta apostólica Novo Millenio ineunte, n. 27.

    [5] Id, Carta apostólica Divini amoris scientia, n. 6.

    [6] Su tía materna –sor Marie Dosithée– había sido religiosa en ese convento.

    PRIMERA PARTE

    INFANCIA, ADOLESCENCIA Y POSTULANTADO

    Teresa acababa de cumplir veintiún años. En enero de 1895 empezó a escribir su primer manuscrito autobiográfico. Al año siguiente, entregó el cuaderno a la reverenda Madre Priora, que le había pedido que escribiera sus recuerdos. Estaban muy lejos de ser recuerdos meramente anecdóticos: elaboró un retrato de su «alma» a través de las «gracias que Dios se ha dignado concederme»[7].

    Existe el temor de que su narración perdiera precisión, y podríamos preguntarnos dónde está la línea que separa el verdadero recuerdo de la fantasía y la imaginación. Pero no tenemos nada que temer por ninguna de ambas partes. Por un lado, Teresa admite que había recibido una memoria precoz excepcional que su humildad no le impidió reconocer al comienzo de la redacción de su autobiografía: «Dios me concedió la gracia de despertar mi inteligencia en muy temprana edad y de que los recuerdos de mi infancia se grabasen tan profundamente en mi memoria, que me parece que las cosas que voy a contar ocurrieron ayer»[8]. E incluso: «No tenía gran facilidad para aprender, pero sí buena memoria»[9]. La madre de Teresa lo decía ya cuando su hija tenía tan solo tres años: «Es una niña muy nerviosa. De todas maneras, es un encanto, y muy inteligente, y se acuerda de todo»[10]. Por último, Celina tampoco tenía dudas: «Tenía una memoria excelente, y retenía fácilmente todo lo que leía o escuchaba; y sabía sacar provecho en el momento oportuno de las observaciones sensatas y de las curiosidades más pequeñas»[11].

    Por otra parte, Teresa no buscó nunca «más que la verdad»[12]. Siempre le horrorizó el «fingimiento»[13]. La mayor parte de su información procede de las cartas que su madre escribió a Paulina y que esta prestó a Teresa cuando estaba redactando sus Memorias. Con una madurez recién adquirida, Teresa citaba textualmente las cartas de su madre, que solía hablar extensamente sobre su «diablillo».

    [7] MsA, 4v°.

    [8] MsA, 4v°.

    [9] Ms A, 13v°.

    [10] Ms A, 8r°.

    [11] CSG, p. 79.

    [12] Todos los textos entrecomillados son palabras textuales de Teresa. Solo indicamos la referencia de los textos más extensos que el lector puede encontrar con facilidad. [Todas las citas, con referencia o sin ella, están tomadas de Obras completas de santa Teresa de Lisieux Monte Carmelo, Burgos 19964 (N. de la T.)].

    [13] Expresión típicamente normanda para hablar de la mentira.

    Capítulo I

    Infancia

    Los catorce primeros años de vida de Teresa coincidieron con los dos primeros periodos de su vida, según la división que ella misma hace:

    En la historia de mi alma, hasta mi entrada en el Carmelo, distingo tres períodos bien definidos. El primero, a pesar de su corta duración, no es el menos fecundo en recuerdos. Se extiende desde el despertar de mi razón hasta la partida de nuestra madre querida para la patria del cielo […] A partir de esta época de mi vida entré en el segundo período de mi existencia, el más doloroso de los tres, sobre todo tras la entrada en el Carmelo de la que yo había escogido para que fuese mi segunda «mamá». Este período se extiende desde la edad de cuatro años y medio hasta la de catorce, época en la que recuperé mi carácter de la niñez, a la vez que entraba en lo serio de la vida[14].

    Los escritos que hemos seleccionado aquí tratan fundamentalmente de la naturaleza moral de Teresa, de su educación y de otros factores resultantes. Su gran «amor propio» fue enseguida contrarrestado por un fuerte deseo de mejorar y un no menos intenso amor por la bondad. Esta relativa ambivalencia desembocó en su opción radical por Dios. Una opción preferencial definitiva que no era ajena a una nostalgia del Cielo avivada por un sentimiento de exilio permanente, alentado, a su vez, por la muerte prematura de su madre. El acontecimiento de su primera comunión le permitirá vivir su primera experiencia mística.

    Su naturaleza y su personalidad

    Entre el 4 de abril de 1877 y el 2 de octubre de 1886, Teresa redactó veintiuna cartas que no contienen ninguna alusión a la santidad. Pero hay dos cartas que escribió con un intervalo de tres años que llaman nuestra atención.

    Pruebas de su deseo de mejorar

    La primera carta está dirigida a la madre superior del Carmelo de Lisieux, madre María Gonzaga: «Querida Madre […] Paulina me ha dicho que usted estaba de ejercicios, y quiero pedirle que ruegue al Niño Jesús por mí, pues tengo muchos defectos y quisiera corregirme»[15]. Teresa tenía nueve años. Se lamenta de sus «defectos» –que, como veremos, son la ira, la obstinación y el amor propio, principalmente–. Teresa revela también un motivo que sería un asunto principal en su vida: el deseo de mejorar. Tenía para sí misma grandes ambiciones morales. Este anhelo centró firmemente los impulsos de su alma hacia el Bien; y no le impidió encomendarse a la madre superiora para que orase por ella.

    El segundo fragmento nos presenta a una persona cuya naturaleza tuvo inefables consecuencias en el ser y el devenir de Teresa: Luisa Martin.

    Al crecer, veo tu alma

    repleta del Dios de amor;

    tu santo ejemplo me inflama

    y quiero imitarte yo

    […]

    imitarte, padrecito,

    amar como tú al Señor[16].

    Teresa sintió siempre una admiración infinita. Su «Amor de Dios», su «ternura», su «dulzura» y su «bondad» componen el panegírico que compuso Teresa en ocasión de la festividad de «su Rey»[17], de su «padre amado». Teresa amaba estas virtudes porque expresaban claramente la particular ternura de la madre Martin. Con sus cualidades paternales, Teresa encontró un poco de su madre, de quien se había quedado huérfana desde los ocho años, sin recurrir a ninguna «traslación». En este momento Teresa había quedado ya cautivada por esos rasgos de personalidad que ella también quería adquirir para sí misma. Porque tenía temperamento. Era «íntegra». Su naturaleza, «efusiva» y «vivaz» la llevó a dejarse llevar rápida y apasionadamente. Estas breves líneas que escribió su madre lo ilustran bien:

    Celina está entretenida con la pequeña jugando a los dados, y riñen de vez en cuando. Celina cede para añadir una perla a su corona. Yo me veo obligada a reprender a esta pobre niña, que coge unas rabietas terribles cuando las cosas no salen a su gusto y se revuelca por el suelo como una desesperada pensando que todo está perdido. Hay momentos en que es más fuerte que ella, y se le corta la respiración. Es una niña muy nerviosa [Y Teresa responde ante estas palabras:] ¡Ya ves, Madre mía, qué lejos estaba yo de ser una niña sin defectos![18].

    Su impetuosidad, aunque se fue debilitando con el paso del tiempo, siguió siendo siempre una lucha para ella. Hasta el atardecer de su vida: «¡Cuántas [luchas interiores] he tenido! Tenía un temperamento nada fácil; no lo parecía, pero yo lo sabía muy bien. Y puedo asegurarle que no he pasado un solo día sin sufrir, ni uno solo»[19].

    «Lo escojo todo»

    Teresa habla de otro acontecimiento que no habría pasado de ser anecdótico y una indicación más de su fuerza de carácter si no lo hubiera acompañado de su propio comentario. El fragmento es muy conocido:

    Un día, Leonia, creyéndose ya demasiado mayor para jugar a las muñecas, vino a nuestro encuentro con una cesta llena de vestiditos y de preciosos retazos para hacer más. Encima de todo venía acostada su muñeca. «Tomad, hermanitas –nos dijo–, escoged, os lo doy todo para vosotras». Celina alargó la mano y cogió un mazo de orlas de colores que le gustaba. Tras un momento de reflexión, yo alargué a mi vez la mano, diciendo: «¡Yo lo escojo todo!», y cogí la cesta sin más ceremonias. A los testigos de la escena la cosa les pereció muy justa, y ni a la misma Celina se le ocurrió quejarse (aunque la verdad es que juguetes no le faltaban, pues su padrino la colmaba de regalos, y Luisa encontraba la forma de agenciarle todo lo que deseaba)[20].

    Todos accedieron ante la firme determinación de Teresa. Nadie tuvo nada que decir. Pero habría podido ser una ocasión para que la niña de tres años y medio se diera cuenta de que quizá estaba exagerando un poco. No sabemos si Celina –que por entonces tenía siete años y medio– tuvo que reducir sus alternativas. En perspectiva, ¿sintió Teresa ese mismo malestar? Porque parece justificar su acción ante Celina cuando señala –entre paréntesis– que estaba muy mimada. Suponiendo que esto fuera así, este sentimiento se ve equilibrado por su humor. Y, de todos modos, la clave de la conclusión que se entresaca de este episodio parece radicar en lo siguiente: en lugar de decir «Lo cojo todo», Teresa utilizó la misma expresión de Leonia, «Lo escojo todo»: el verbo escoger parece que no connota tanto el acaparamiento y la apropiación de los objetos que les habían presentado. Con ello Teresa estaría manifestando no el tono imperioso de su decisión, sino su inclinación a la totalidad, a la plenitud, hasta llegar hasta el punto extremo. La verdad es que es en este rasgo de su personalidad donde se centra la lección de vida. Sobre todo porque continúa con la siguiente observación:

    Este insignificante episodio de mi infancia es el resumen de toda mi vida. Más tarde, cuando se ofreció ante mis ojos el horizonte de la perfección, comprendí que para ser santa había que sufrir mucho, buscar siempre lo más perfecto y olvidarse de sí misma. Comprendí que en la perfección había muchos grados, y que cada almaera libre de responder a las invitaciones del Señor y de hacer poco o mucho por él, en una palabra, de escoger entre los sacrificios que él nos pide. Entonces, como en los días de mi niñez, exclamé: «Dios mío, yo lo escojo todo. No quiero ser santa a medias, no me asusta sufrir por ti, solo me asusta una cosa: conservar mi voluntad. Tómala, ¡pues yo escojo todo lo que tú quieres...!»[21].

    Este gesto fue, por tanto, decisivo, e incluso premonitorio en varios aspectos. En primer lugar es un signo precursor de la irrefrenable atracción que sentía por la perfección y la santidad. ¿Quién habría adivinado la connivencia entre la opción de coger todos sus juguetes y su aspiración a «buscar siempre lo más perfecto»? Teresa fue incondicional. En cuanto afirmaba o creía algo, se disponía completamente a ello. ¿Exceso? ¿Desproporción? No. A «Su temperamento la llevaba a lo absoluto»[22]. Nunca dudaba al plantear sus radicales decisiones. Que hacía, además, de manera irreversible. Coherente consigo misma, el «nivel» de su perfección solo podía ser el más elevado. Y su santidad tenía que ser plena.

    ¿Capricho infantil? No. Sino manifestación de la inflexibilidad de su voluntad a sus comienzos, y de lo que tendría que hacer para conformar su voluntad a la voluntad de Jesús.

    Además, la disposición de los matices en su comentario no es intrascendente. Habla en primer lugar de «sufrir mucho», luego de «buscar siempre lo más perfecto», a continuación de «olvidarse de sí misma», para, por último, entregar su «voluntad». Estos objetivos de vida no se dieron de manera simultánea en su persona, sino que le sucedieron con la misma intensidad alternativamente. Enseguida, su «lo escojo todo» se convirtió en un «renuncio a todo»: con nueve años, ofreció su libertad; la entrega de la manifestación excepcional de su voluntad orientaría todos sus otros objetivos.

    Observemos además que Teresa dio un vuelco a la postura jansenista[23] del nombre de los elegidos. Es una adelantada a su tiempo, convencida de que Dios llama a todo el mundo a la santidad. Somos nosotros quienes ponemos «límites» a nuestra «santidad», porque «¡su límite [de Dios] es no tenerlos!». Asimismo, Teresa respondió a esa llamada divina sin límites de su persona. De ahí los «deseos inmensos» y rigurosamente imposibles que más tarde la invadirían: el de ser sacerdote, aunque ella era mujer; el de ser misionera, aunque estaba enclaustrada, etc. Volveremos sobre ello.

    Por último, la radicalidad de su opción por Dios hizo que pusiera –en un primer momento– el sufrimiento en el primer plano de su santificación. Porque para «responder a las invitaciones del Señor» se decidió rápidamente a «hacer […] mucho por Él». Algo que no podrá hacer sin «sufrir mucho» y sin aceptar «los sacrificios que él nos pide». Pero «esto no le asustaba». Ella asumió las consecuencias de su «elección» y plantó las raíces de su estar en el Cielo.

    El Cielo

    El Cielo. Precisamente. En su doble acepción –física y espiritual– desempeñó un gran papel en el pensamiento y en la imaginación de Teresa. Esta palabra aparece seiscientas sesenta y dos veces en sus escritos, a veces con letra mayúscula y otras veces minúscula. Fue también la primera palabra que leyó mientras aprendía a leer.

    Desde su más temprana edad Teresa se sentía como una extranjera en el mundo. Sentía una especie de desconexión que ella traducía como un sentimiento profundo y constante de estar «exiliada» en la tierra. La muerte repentina de su madre y las incertidumbres de su vida la inclinaron a perturbarse ante la incertidumbre y la fugacidad de las alegrías terrenales –antes de alejarla definitivamente de ellas–, pero hubo también otros motivos, que hay que buscar en la personalidad de sus padres, en su propia idea del Cielo y en su elección precoz por Dios. Detengámonos un instante en ello.

    a) Los padres Martin

    El padre había solicitado su admisión entre los canónigos del Gran San Bernardo (Suiza). Se casó a los treinta y cinco años, pero conservó una fuerte inclinación por la soledad y el silencio, que buscaba y conseguía en sus largos paseos junto al río Touques[24], en sus visitas a las capillas y en sus peregrinaciones.

    El carácter un tanto monacal del señor Martin influyó en Teresa desde que ella tenía seis años: durante las muchas horas que pasaron juntos en el jardín o yendo de pesca, durante sus paseos dominicales y durante sus visitas diarias a la Eucaristía. Esos momentos dejaron dulces recuerdos a Teresa. Pero también conservó una cierta nostalgia de ellos:

    ¡Qué hermosos eran para mí los días en que mi rey querido me llevaba con él a pescar! ¡Me gustaban tanto el campo, las flores y los pájaros! A veces intentaba pescar con mi cañita. Pero prefería ir a sentarme sola en la hierba florida. Entonces mis pensamientos se hacían muy profundos, y sin saber lo que era meditar, mi alma se abismaba en una verdadera oración... Escuchaba los ruidos lejanos... El murmullo del viento y hasta la música difusa de los soldados, cuyo sonido llegaba hasta mí, me llenaban de dulce melancolía el corazón... La tierra me parecía un lugar de destierro y soñaba con el cielo... La tarde pasaba rápidamente […] Entonces la tierra me parecía aún más triste, y comprendía que solo en el cielo la alegría sería sin nubes...[25].

    Teresa heredó también su naturaleza soñadora y meditativa. En presencia de su padre podía desarrollar su marcada predisposición a la contemplación, al tiempo que un penetrante bienestar se apoderaba de su alma ante la irresistible belleza de la creación. La inmensidad del mar y la suntuosidad de la naturaleza la sumergían en arrebatos de felicidad y en profundidades muy religiosas, porque, «sin saber lo que era meditar, [su] alma se abismaba en una verdadera oración». La munificencia de la Creación concordaba tanto con su precariedad como con su dimensión sagrada.

    Si alguna vez buscaba un poco de evasión y el olvido de las cosas terrenales, lo que a Teresa le gustaba, sobre todo, era lo que podía alimentar su retiro. Por ejemplo, «Me había instalado en el cuarto de pintura de Paulina […] En esta habitación me gustaba pasarme horas enteras, estudiando y meditando ante el hermoso panorama que se abría ante mis ojos...»[26]. Ante la vida y ante la armonía de la creación, deducía la existencia de un Dios Bueno, Hermoso, Creador y Providente: «¡Cuánto bien […] hicieron a mi alma todas aquellas maravillas de la naturaleza [como las montañas de Suiza que había contemplado] derramadas con tanta profusión! ¡Cómo la hicieron elevarse hacia Quien quiso sembrar de tanta obra maestra esta tierra nuestra de destierro que no ha de durar más que un día...! […] La contemplación de toda esa hermosura hacía nacer en mi alma pensamientos muy profundos. Me parecía comprender ya en la tierra la grandeza de Dios y las maravillas del cielo...»[27].

    Su madre, por su parte, sintió inclinación por las Hermanas de San Vicente de Paúl antes de conocer a su futuro esposo. Perder cuatro hijos de corta edad probablemente acabó por grabar en ella una ferviente inclinación hacia el Cielo.

    ¡Pero no pensemos por ello que su familia vivía hundida en el pesimismo o en el total abandono! La madre Martin tenía «el don de alentar la generosidad. Su táctica consistía en sacar provecho de lo que había ocurrido durante el día para enseñar a sus hijas a vencerse […] proponiéndoles, con el de provocar su fidelidad, motivos esencialmente sobrenaturales: convertir a un pecador, consolar a Jesús, ganarse el Cielo. Es lo que luego se llamaría, según sus palabras –este término tuvo mucho éxito en su casa– «poner perlas a su corona»[28].

    La poderosa atracción que sentía por el más allá se comprende, entonces, en la perspectiva abierta por Cristo. La sensación de destierro no se confunde con el desprecio por la vida. Lo que se vive en la tierra no está «perdido» ni es «en vano». Al contrario, prepara para algo mejor: para el Cielo, con C mayúscula. Así, en los «excesos de amor» de sus cuatro años, Teresa «deseaba la muerte» de sus seres queridos, porque quería que fueran al cielo.

    Volveremos de vez en cuando sobre su ir y venir constante entre la vida terrenal y el Cielo. Un importante acontecimiento la animaría a ello.

    b) La tierra como antecámara del Cielo

    Este acontecimiento fue la muerte prematura de su madre. Su muerte empañó la alegría de vivir de Teresa, y la afectó profundamente, tanto a nivel afectivo como a nivel emocional:

    Tengo que decirte, Madre, que a partir de la muerte de mamá, mi temperamento feliz cambió por completo. Yo, tan vivaracha y efusiva, me hice tímida y callada y extremadamente sensible […] El corazón tan tierno de papá había añadido al amor que ya tenía un amor verdaderamente maternal... Y tú, Madre, y María ¿no erais para mí las más tiernas y desinteresadas de las madres...? No, si Dios no hubiese prodigado a su florecilla esos sus rayos bienhechores, nunca ella hubiera podido aclimatarse a la tierra, pues era todavía demasiado débil para soportar las lluvias y las tormentas, y necesitaba calor, el suave rocío y las brisas de primavera. Nunca le faltaron todas esas ayudas, Jesús hizo que las encontrase incluso bajo la nieve del sufrimiento[29].

    Teresa tenía tan solo cuatro años y medio y regresaría con regularidad a ese momento. La inesperada desaparición de su madre desencadenó en ella un conjunto de impresiones perpetuas y determinantes. Se fortaleció, ante todo, su idea de que la vida es la antecámara del Cielo; la espera, a veces exacerbada, del encuentro con Dios. Pero la vida terrenal era también una tierra de exilio.

    Como contrapunto, Teresa cinceló una verdad que siempre se repetía desde el fondo de su alma: el Cielo es la perfección del amor. Celebraba los encuentros con todos aquellos a los que había amado en la tierra, y esto le permitió una unión total con Jesús. El Cielo significa una felicidad infinita, pero en la tierra solo se puede anticipar ese mundo invisible con los ojos de la fe. Como recompensa, el Cielo da sentido y profundidad a la vida sobre la tierra; al igual que la tierra da fondo y consistencia al Cielo, también conduce a él. A fin de cuentas, es el dilema

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