Migración interna y desarrollo en México
Por Jaime Sobrino
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Migración interna y desarrollo en México - Jaime Sobrino
Introducción
LA RELACIÓN ENTRE población, crecimiento económico y desarrollo ha recibido gran atención en los estudios urbanos y regionales. Su punto de partida consistió en que la principal diferencia entre el análisis del crecimiento económico nacional y el que ocurre en las regiones reside en que estas últimas contienen sistemas más abiertos, por lo que se enfatiza su mayor apertura y libre movimiento de capital y mano de obra, esta última es expresada en términos de migración laboral (Isard, 1975: 157-194; McCann, 2013: 193-233; Richardson, 1969: 45). La mayor apertura entre territorios al interior de un país propicia que las relaciones económicas interregionales se presenten de cuatro maneras fundamentales: i) comercio de bienes y servicios; ii) flujos financieros por comercio interregional y por transferencias financieras del gobierno central; iii) flujos de capital e inversión, y iv) migración laboral (Budd y Hirmis, 2004; Temple, 1994: 159). Las especificidades en el tratamiento del estudio económico regional ponen de manifiesto la existencia de elementos que interrelacionan la evolución económica con procesos sociales en el territorio: i) disparidades en el crecimiento interregional; ii) tamaño, número y distribución espacial del sistema urbano nacional y los subsistemas regionales; iii) dualidad campo-ciudad y desigualdades rural-urbana; iv) diferenciales en la estructura, composición y dinámica de la población, y v) patrones y tendencias de la migración interna.
Las naciones, regiones y ciudades enfrentan una serie de imperativos en el mundo capitalista globalizado, como desarrollar su economía, crear empleos, insertarse a los mercados mundiales, proteger el medio ambiente, coadyuvar a mitigar las desigualdades sociales y territoriales, y promover un desarrollo sostenible. Estos elementos establecen una diferencia conceptual y operativa entre crecimiento y desarrollo: el crecimiento se mide con el aumento en alguna de las variables (producto, inversión, empleo e ingreso, por ejemplo), en tanto que el desarrollo incluye aumento cuantitativo y cualitativo en términos de cambio estructural, cambio en la productividad y mejora en las condiciones de vida de la población (Malecki, 1997: 2). El concepto de desarrollo, a diferencia del de crecimiento, significa algo diferente y no simplemente algo más.
Las causas y particularidades de los diferenciales en el crecimiento económico entre territorios se han tratado de explicar con la formulación de teorías o modelos. Algunas aportaciones hacen hincapié en las condiciones de la demanda, como el de base exportadora, en la cual se establece que el crecimiento territorial depende de la demanda exterior y no considera factores endógenos para el crecimiento económico, al tiempo que el multiplicador de empleo se constituye en indicador de competitividad. Por otro lado, los postulados orientados a la oferta se apoyan, por ejemplo, en tablas insumo-producto y enfatizan la disponibilidad de insumos como determinantes del crecimiento. La oferta y la demanda son necesarias para lograr una producción rentable y con ello el crecimiento económico, por lo que ambas perspectivas de análisis deben ser vistas como complementarias.
Otra vertiente paradigmática alude a la incorporación del territorio en las teorías neoclásicas del crecimiento económico, enfatizando la movilidad de factores, la migración laboral y los flujos financieros en respuesta a los diferenciales interespaciales de beneficios. Ejemplos de lo anterior lo constituyen las propuestas de Roy Harrod (1939) y Evsey Domar (1946), quienes, apoyados en ideas keynesianas, priorizaron la inversión en capital fijo como elemento principal del crecimiento económico. Planteamientos posteriores reconocieron la importancia del capital humano como motor del crecimiento (Ballance, 1987; Kuznets, 1966), en tanto que otros aludieron a la capacidad endógena del cambio técnico (Solow, 1979), a las ventajas que se logran por la productividad y los salarios relativos (Krugman, 1994), a elementos de la economía institucional relacionados con un desempeño más exitoso por parte de las unidades productivas dentro del mundo empresarial (Porter, 1982), o a la relación de las tres variables macroeconómicas más importantes del sistema capitalista: i) la relación capital/ingreso; ii) la participación del capital en el ingreso, y iii) la tasa de rendimiento del capital, así como el vínculo a mediano y largo plazo entre la relación capital/ingreso y la tasa de crecimiento del ingreso nacional (Piketty, 2014). Los planteamientos contemporáneos establecen de manera general que el crecimiento económico territorial depende de su capacidad de renovación, innovación y uso más eficiente de factores productivos, lo que se traduce en incremento de la productividad y mejor posición competitiva en el contexto nacional e internacional, así como en la atracción de población migrante, en especial aquella con mayores niveles educativos (Saunders, 2010).
El estudio del crecimiento regional ha desarrollado modelos para la explicación y prospectiva de la convergencia o divergencia interregional. El concepto de convergencia alude a tres aspectos (Esquivel, 1999: 3): i) absoluta, cuando el ingreso per cápita de una economía converge al de otras, independientemente de las condiciones iniciales; ii) condicional, cuando converge el ingreso per cápita de economías con características estructurales similares, independientemente de las condiciones iniciales, y iii) de clubes, cuando el ingreso per cápita de economías con estructuras similares converge entre sí, siempre y cuando las condiciones iniciales hayan sido también parecidas.
La economía espacial ha hecho importantes aportaciones para la comprensión de la migración interna. Los modelos de crecimiento regional tomaron como premisas las aportaciones sobre el crecimiento económico de Robert Solow (1979). El propósito de estos modelos consiste en dilucidar por qué crece la economía de una región, y por qué unas regiones crecen más que otras. El modelo neoclásico de movilidad de factores explica el crecimiento interurbano o regional a partir del movimiento diferencial en el territorio del capital y la mano de obra, es decir, los factores de la producción. En una situación inicial, la distinta provisión de recursos naturales en el territorio propicia una distribución desigual de la población y del capital, lo que conforma regiones con procesos productivos intensivos en el uso de mano de obra, y otras con uso intensivo de capital fijo; en las primeras habrá menor productividad y salario real con respecto a las segundas.
Tomando como premisa que no existen barreras para el libre movimiento del capital y de la mano de obra entre ciudades o regiones, la mano de obra optará por migrar de aquellos territorios de baja remuneración relativa hacia los de alta remuneración. De manera paralela, los propietarios del capital evaluarán la posibilidad de invertir en aquellos puntos del territorio con menor remuneración relativa, lo que implicaría disminución en los costos de producción. Un aspecto adicional a considerar es que existen rendimientos decrecientes a escala en el uso del factor trabajo, por lo que un aumento en la demanda ocupacional ocurrirá ante una caída en el salario real de la clase trabajadora. La tendencia a largo plazo será, entonces, hacia la similar combinación de factores en todos los territorios que conforman al país, es decir, una convergencia regional; habría corrientes migratorias entre regiones deprimidas y prósperas, en donde el flujo dominante sería de población y el contraflujo, de capital. La movilidad se detendría en el momento en que se lograra la igualación en el ingreso real de todas las regiones.
Gunnar Myrdal (1962) expuso que la divergencia interregional era la característica intrínseca de los países en el sistema capitalista, por la existencia de fuerzas acumulativas y circulares que potencian ventajas absolutas de las regiones centrales en detrimento de las periféricas. Su planteamiento hablaría de la migración interna como un fenómeno permanente. David Keeble (1976), en otro orden de ideas, reconoció un patrón de localización de las actividades económicas de tipo centro-periferia, pero ofreció una serie de factores que permitirían el tránsito hacia el modelo periferia-centro, tales como abundancia de mano de obra en zonas periféricas, desarrollo de los sistemas de transporte y telecomunicaciones, y políticas públicas para la promoción y el fomento económico en áreas deprimidas. Su postura estaría de la mano con cambios en los puntos de origen y destino de la migración interna, así como la generación de corrientes migratorias. Albert Hirschman (1981), en un sentido más positivo, estableció que la desigualdad interregional, o divergencia, era un efecto inevitable y condición del crecimiento económico nacional durante sus primeras etapas, pero que en el largo plazo se tendería a la convergencia por el aprovechamiento de ventajas absolutas por parte de las diversas regiones del territorio nacional. Este planteamiento significaría, entonces, la disminución de la intensidad y el volumen de la migración interna.
En el contexto de la globalización, los estudios urbanos y regionales han mencionado que la búsqueda de la convergencia interregional sigue siendo asunto pendiente, mientras que la divergencia al interior de las regiones ha ocurrido tanto por procesos de concentración de actividades económicas como por la existencia de etapas de metropolitanismo al interior de dichas urbes que se traducen en el despoblamiento de las áreas centrales, descentralización relativa de las actividades industriales y comerciales, y propensión a la concentración de las unidades de los servicios modernos. En este contexto, la intensidad de la migración interna ha disminuido (Anderson, 2015: 402-424; Rodríguez, 2008).
En estas circunstancias, la economía regional contemporánea redefine el concepto de región hacia una connotación más virtual y menos territorial (Boisier, 1994; Hiernaux, 1991; Ramírez, 1992), mientras que prevalece la dicotomía entre convergencia o divergencia interregional ante los cambios en el entorno económico internacional (McCann, 2013: 303-329). En el marco de la nueva división internacional del trabajo, las políticas de desconcentración territorial y las acciones de los gobiernos locales juegan un papel central en la competencia por atracción de inversiones. La actuación de los gobiernos locales para la promoción del desarrollo y la reconfiguración de espacios económicos se ha conformado como uno de los grandes temas en los estudios urbanos a partir de la última década del siglo XX (Malecki, 1997: 1-2).
Por otro lado, el ciclo del desarrollo urbano es un modelo sobre el proceso de cambio, en el cual las ciudades experimentan distintas tasas de crecimiento poblacional en el tiempo, en función de su tamaño poblacional. Este modelo fue propuesto por los geógrafos Hermanus Geyer y Thomas Kontuly (1993), nombrado urbanización diferencial. En él, la fase inicial del ciclo, denominada de concentración y primacía, se caracteriza porque la ciudad principal experimenta el mayor crecimiento poblacional en todo el país. La segunda fase, de polarización regresiva, se presenta cuando la disminución en la tasa de crecimiento poblacional de la ciudad primada se combina con el mayor crecimiento relativo de las ciudades intermedias, lo que provoca una desconcentración territorial de la población. La tercera fase, de contraurbanización, ocurre cuando las pequeñas ciudades presentan el mayor dinamismo poblacional. Por último, en la cuarta fase, de neoconcentración, las grandes ciudades retoman el comando como las áreas urbanas con mayor crecimiento poblacional, pero estas urbes no necesariamente son las mismas que protagonizaron la primera fase.
Según este modelo, el volumen y el destino de los flujos migratorios son la variable explicativa de la urbanización diferencial. Los movimientos migratorios (de la tipología rural-urbana) son los responsables de la primera fase de concentración y primacía. Posteriormente, el destino de la migración rural-urbana se diversifica, al mismo tiempo que aparece la migración urbana-urbana desde la ciudad primada hacia su corona regional de ciudades; esta movilidad de población propicia la segunda fase de polarización, o desconcentración. Por su parte, la contraurbanización, tercera fase de la urbanización diferencial, es efecto de la migración urbana-urbana, en especial desde centros más grandes a más pequeños, en la que incluso hay migración de retorno. Finalmente, la cuarta fase de neoconcentración significa un reacomodo en la geografía de la actividad económica, en la que intervienen ventajas competitivas relacionadas con la escala, que impulsan la reorientación de los flujos migratorios hacia zonas urbanas con mejor desempeño económico, las cuales ofrecen mejores condiciones de vida o tienen menor riesgo y vulnerabilidad ambiental.
Además de la relación entre crecimiento económico, ciudades y migración interna, existe otra importante producción editorial e investigativa sobre migración interna desde la demografía, la sociología y la antropología. En ellas se han tratado, entre otros puntos, la movilidad y distribución territorial de la población, los factores que explican los movimientos migratorios, y los atributos sociodemográficos de la población migrante. Jorge Rodríguez y Gustavo Busso (2009) señalan que las aportaciones bibliográficas desde una perspectiva social se pueden agrupar según cuatro cuestiones (2009: 26-27): i) la interrelación a largo plazo entre migración y desarrollo, que incluye la magnitud y las características de los movimientos migratorios; ii) los elementos por los cuales el nivel y la evolución del desarrollo se relacionan con las características de los movimientos migratorios; iii) los impactos de la migración interna en los ámbitos social, económico y cultural de los lugares de origen y de destino, y iv) la manera en que los atributos sociodemográficos y económico-productivos de las personas se adaptan y se modifican ante su movilidad territorial. En los factores que intervienen en la migración interna se estudia el rol de los factores estructurales y de los individuales con una perspectiva histórica.
Una división importante en el estudio de la migración de los seres humanos ha sido, por un lado, los aportes de carácter macro, que han tratado de analizar las interrelaciones entre flujos migratorios y características económicas, demográficas, sociales, culturales y ambientales de los puntos de origen y de destino, y, por otro lado, los estudios con una perspectiva micro, que se han enfocado en las circunstancias y los procesos en la toma de decisiones de las personas y las familias para emprender un movimiento migratorio, el papel de los atributos sociodemográficos en la decisión de migrar, las transiciones en el curso de vida, las oportunidades de movimiento y la evaluación de los destinos. Existen otras aportaciones que se ubican en una posición intermedia y que se caracterizan por analizar las características sociodemográficas de los migrantes, para resaltar su selectividad, así como los efectos de este flujo en las estructuras demográficas, económicas y sociales en los lugares de origen y de destino.
El propósito de este libro consiste en estudiar la migración interna en México desde distintas escalas geográficas y con énfasis para el periodo 1900-2020. Se procura abarcar relaciones analíticas entre cambio socioeconómico y redistribución territorial de la población, además de documentar la interrelación entre desarrollo y movilidad territorial de la población, los principales atributos sociodemográficos de los migrantes internos y la manera en que se inserta la población inmigrante a la vida y el funcionamiento de las ciudades en México.
Para cumplir con este objetivo, este libro se divide en ocho capítulos. En el primer capítulo se ofrece una breve discusión a partir de la revisión bibliográfica en temas de población, crecimiento económico y migración interna. En el segundo capítulo se abunda sobre los instrumentos que se utilizan aquí para el estudio de la migración interna en México. En particular, se describe la información cuantitativa disponible sobre migración interna absoluta y migración interna reciente en el país; los indicadores a utilizar y su propósito, y las ciudades de estudio. En el tercer capítulo se presenta una reflexión sobre las principales características de la migración interna y la migración internacional en el contexto global durante los primeros años del siglo XXI, empleando información generada por las Naciones Unidas. El capítulo cuarto, a manera de antecedentes históricos, explora las principales características y los lugares de origen y destino de la movilidad de la población en territorio mexicano desde 2 500 años antes de Cristo hasta el siglo XIX. En el quinto capítulo se trata la migración interna absoluta, o de toda la vida, es decir, la cuantificación de personas que residen en un territorio distinto al de nacimiento. En este capítulo se utilizan tres escalas geográficas: migración interregional, para estudiar los movimientos de población de mayores distancias; migración intrarregional, para identificar reacomodos de población y conformación de lugares centrales o de atractividad migratoria, y migración interestatal, para medir y valorar la redistribución territorial de la población en el país. El horizonte de estudio comprende de 1900 a 2020.
El sexto capítulo se dedica al estudio de la migración interna reciente, la cual se define como el cambio en el lugar de residencia habitual ocurrido en un tiempo específico, en este caso cinco años atrás. Las escalas geográficas de referencia son la migración interestatal, para analizar el volumen y la intensidad de los flujos de migración interna reciente en el país, y la migración intraestatal, para determinar el efecto de la distancia en el movimiento migratorio. La información disponible para este capítulo comprende de 1970 a 2020. Como punto adicional se exponen los resultados de un ejercicio multivariado que procura identificar los factores asociados a la migración reciente interestatal. El séptimo capítulo maneja la ciudad como escala geográfica y se analizan las principales características de la migración reciente que se origina y/o que arriba a las principales ciudades de México. El capítulo se centra en las 99 aglomeraciones urbanas que en 2020 tenían 100 000 y más habitantes, de las cuales 59 son zonas metropolitanas porque su tejido urbano se ubica en suelo de dos o más divisiones administrativas menores, o porque son localidades urbanas ubicadas en divisiones administrativas vecinas y que, si bien no están unidas físicamente, en cambio, mantienen alta interrelación funcional. En este capítulo se ofrecen resultados de la medición indirecta de la migración interna campo-ciudad, el efecto de esta migración en la urbanización del país y los volúmenes y las intensidades de la migración interna en las principales ciudades para el periodo 1900-2020. Por último, el octavo capítulo trata tres temas de discusión que son posibles gracias a la información disponible: uno se refiere a la tipología de movimientos y la exploración de las corrientes migratorias; otro alude a la movilidad residencial intrametropolitana, o cambio de domicilio al interior de una zona metropolitana, y su relación con el crecimiento de la ciudad y con el arribo de población migrante; el último tema consiste en conocer los principales atributos sociodemográficos de la población migrante, para enfatizar el carácter focalizado de esta población hacia ciertas características, las diferentes tipologías de movimientos de migración interna que existen en el país y la definición de la población migrante promedio que arriba a algunas aglomeraciones urbanas. El libro finaliza con las secciones de conclusiones y cuadros anexos.
El autor agradece los valiosos comentarios de las dos personas que dictaminaron la primera versión de este libro. También agradece a Luis Aboites, quien hizo una detallada lectura del capítulo 4. En esta versión final del libro se procuran incorporar todos sus comentarios y sugerencias recibidas; es probable que no haya sido suficiente. Asimismo, el autor agradece a Silvia Giorguli, presidenta de El Colegio de México, a Gabriela Said, directora de Publicaciones de El Colegio de México, y a Manuel Ángel Castillo, Leticia Argüelles y Alina Sánchez, de la Coordinación de Publicaciones del Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México, por su estrecho apoyo y acompañamiento en las distintas etapas de preparación de este texto. Las palabras de Silvia en distintos momentos me permitieron llegar a puerto seguro. Por último, agradezco y dedico este libro a mi familia, con la que platiqué y discutí varias de las ideas que aquí se exponen, además de haber recibido un cálido apoyo en todo el trayecto de este libro. Muchas gracias a mi esposa Isela Orihuela, a mi hijo Luis Fer y a mi sobrina Marifer. A mi mamá Maguito, a mis hermanas Coco y Gelos y a mi hermano Chucho. A Óscar. A mis sobrinas Alexia, Ingrid, Ale y Geraldine, y a mis sobrinos Alejandro, Juan Pablo, Christopher, Alexander y Luis Emmanuel. A David Enrique, Nora y David Aarón. A Sigifredo, quien ya no está con nosotros. Les agradezco por todo el tiempo en el que me distraje para redactar este libro, buena parte de esas horas durante la pandemia de 2020 y 2021.
Ciudad de México, enero de 2022
1. Discusión teórico-metodológica
EL PROPÓSITO DE este capítulo consiste en presentar y en discutir aspectos teóricos y conceptuales que existen en la bibliografía especializada sobre la relación entre población y economía, y el papel de la migración en tal asociación. Para ello, se ofrecen elementos sobre crecimiento y desarrollo económico; territorio y ciudad, y población, dinámica demográfica y migración.
CRECIMIENTO ECONÓMICO Y POBLACIÓN
Uno de los principales tópicos en el estudio de la ciencia económica ha sido el crecimiento de la actividad económica. Éste se ha tratado de explicar a través de preceptos, teorías y modelos, además de que se ha adoptado una perspectiva general o aespacial, pero también territorial, en particular urbana. A continuación se presenta una breve discusión de las aportaciones de la ciencia económica sobre la noción de crecimiento (Piętak, 2014; Sharipov, 2012), así como la intervención de la población en dicha dinámica.
Las teorías del crecimiento económico se originaron en el siglo XV con los mercantilistas, corriente de pensamiento que permaneció hasta el siglo XVII. Los términos mercantilismo y economía política fueron introducidos por el economista francés Antoine de Montchrestien. Para los mercantilistas, la acumulación de riqueza y el excedente comercial, a través de las exportaciones, eran las fuentes del crecimiento económico de un país. Montchrestien definió la economía política como el estudio de las relaciones de producción entabladas entre los propietarios del capital, de la tierra y la fuerza de trabajo. La población estimada en esos años era de 360 millones de personas hacia 1400 y de 640 millones en 1700 (Anderson, 2015: 33), con tasa de crecimiento de tan sólo 0.2% promedio anual. Era una época con altas tasas de fecundidad y de mortalidad, así como elevada dispersión territorial de la población. En 1662, el estadístico inglés John Graunt publicó una serie de boletines sobre mortalidad, actividad que sirvió para señalar a este autor como el iniciador de la demografía y el fundador de la bioestadística (Ordorica, 2015: 16-23). Se estima que la ciudad más poblada en 1700 era Pekín, o Beijing, con un tamaño de 1.2 millones de personas.
La corriente de pensamiento que dominó el campo del crecimiento económico en el siglo XVIII fue la de los fisiócratas, emanada también de economistas franceses, en la cual se establecía que el crecimiento económico de las naciones era resultado de la producción agropecuaria y del trabajo productivo. Los fisiócratas introdujeron los principios del orden natural
, como las leyes que gobiernan el devenir económico, y el laissez faire, laissez passer, que significa dejar trabajar, dejar pasar
; en otras palabras, la flexibilización del trabajo y apertura comercial. En este siglo, el cambio poblacional tuvo un ritmo más dinámico, del orden de 0.4% promedio anual, como consecuencia de los avances en la producción agropecuaria, gracias a la introducción de incipientes desarrollos tecnológicos, sobre todo para el riego de las siembras. La población en 1800 fue de 970 millones de personas (Anderson, 2015: 33). Leonhard Euler, matemático suizo, realizó ejercicios estadísticos para tratar de conocer la dinámica de la población, o su ritmo de crecimiento, y sus aportaciones sirvieron para sentar las bases del concepto de poblaciones estables, el cual alude a la estructura por edades de una población cuando las tasas de fecundidad y de mortalidad se mantienen constantes en el largo plazo (Ordorica, 2015: 38-39). Beijing se mantuvo como la ciudad con mayor tamaño de población, con un volumen de 1.5 millones de habitantes.
Las ideas de los fisiócratas fueron retomadas en las teorías clásicas del crecimiento económico, las cuales dominaron en los siglos XVIII y XIX. El libro del economista escosés Adam Smith sobre la riqueza de las naciones, publicado en 1776, fue el punto de arranque de la economía clásica. A esta corriente pertenecieron también David Ricardo, Karl Marx, Thomas Malthus, John Stuart Mill y Alfred Marshall como los autores con mayor aportación. Para Adam Smith, la riqueza de las naciones estaba sustentada en el intercambio de bienes y no en la acumulación de oro. Las fuentes del crecimiento económico eran la división del trabajo, como elemento principal, además del desarrollo tecnológico. El efecto del trabajo permitió diferenciar entre crecimiento absoluto del producto y crecimiento relativo, o productividad (relación entre producción y uso de la mano de obra). David Ricardo añadió que el intercambio de bienes operaba no sólo a través de diferenciales en la productividad de la mano de obra, sino también de ventajas comparativas, derivadas de la provisión diferencial de recursos naturales. Thomas Malthus fue reconocido por ser el primer pensador que relacionó la demografía y la economía a partir de sus postulados sobre cambio poblacional y crecimiento económico. Para este economista, el crecimiento demográfico se llevaba a cabo de manera geométrica, mientras que la producción agropecuaria lo hacía aritméticamente. Por lo tanto, para contrarrestar la pobreza era necesario controlar el crecimiento poblacional. El error de Malthus fue no haber considerado al desarrollo tecnológico como motor del crecimiento de la producción en general y de la producción de alimentos en particular.
El pensamiento económico de Karl Marx retomó los preceptos fundamentales de Adam Smith y, sobre todo, de David Ricardo, y profundizó su análisis de la economía política. Para Marx, el sistema capitalista se prefiguraba por la combinación de las fuerzas productivas y el desarrollo de las relaciones de producción, en el cual el factor trabajo es el único que generaba valor agregado a la economía. Una de las características intrínsecas del sistema capitalista era la ley decreciente en la tasa de ganancia, situación que ocasionaba recurrentes crisis del sistema y la ampliación de las desigualdades sociales. Asimismo, el territorio ofrecía una serie de condiciones generales para la producción, las cuales de no existir harían imposible la producción de bienes y servicios, o que ésta se llevara a cabo de manera imperfecta. Marx no abundó más sobre el concepto de condiciones generales de la producción, pero fue el punto de partida para el desarrollo de la sociología política y la economía política urbana en la década de 1970.
Para los economistas clásicos, el crecimiento económico estaba en función de la oferta, o de la producción, y existía una mano invisible
, así como el orden natural de los fisiócratas, que movía a los mercados hacia su equilibrio natural. Este equilibro era posible gracias a un mercado de competencia perfecta. Asimismo, en la economía clásica se asumió de manera explícita el asunto de la población: Adam Smith la consideró como una variable endógena y dependiente de la demanda ocupacional. Malthus llamó a la prudencia sobre el crecimiento demográfico. John Stuart Mill sostuvo que la dinámica demográfica dependía del ingreso real de las familias.
Alfred Marshall introdujo la diferenciación entre economías internas a la empresa y economías externas a ésta como contribuyentes del crecimiento económico. Las economías externas incluían la concentración espacial del mercado de trabajo y del mercado de factores, así como la oportunidad de las concentraciones de población para la ósmosis tecnológica (Krugman, 1993: 41-62). Esto significa que Marshall fue de los primeros economistas en reconocer la importancia de las áreas urbanas en el crecimiento económico de las naciones.
El primer autor en introducir la relación entre crecimiento económico y movilidad territorial de la población fue el geógrafo alemán Ernst Ravenstein, quien en 1885 publicó un artículo, clásico a la postre, en donde expuso ocho leyes de la migración interna: i) la mayoría de la población migrante realiza un recorrido de corta distancia; ii) la migración frecuentemente ocurre por etapas; iii) los movimientos migratorios de mayor distancia tienen como destino grandes centros comerciales o manufactureros; iv) un flujo migratorio produce un contraflujo; v) la población rural tiene mayor propensión a migrar con relación a la población urbana; vi) las mujeres tienen mayor propensión a migrar que los hombres; vii) el flujo migratorio se incrementa con el desarrollo económico, y viii) la migración es principalmente explicada por razones económicas (Ravenstein, 1885).
A lo largo del siglo XIX, las aportaciones de la economía clásica se acompañaron de la revolución industrial, el avance en la industrialización y con ello la urbanización. La población creció de 970 millones de personas en 1800 a 1 660 millones en 1900 (Anderson, 2015: 33), con un ritmo de crecimiento de 0.5% promedio anual. El mayor crecimiento relativo de la población fue producto del inicio de la transición demográfica, es decir, la caída en las tasas de mortalidad. Esta transición demográfica inició en las grandes ciudades industriales de Europa, y fue producto, en un primer momento, de la introducción del servicio de agua a las viviendas. Con ello comenzó a disminuir la mortalidad por enfermedades gastrointestinales. Según las cifras recolectadas por Adna Weber (1965: 450), Londres era la principal aglomeración urbana del planeta hacia 1890, con más de 4.2 millones de habitantes, seguida de Nueva York con 2.7 millones y París con 2.4 millones.¹ En ese libro, Weber llamó la atención sobre los dos fenómenos sociales de mayor relevancia en el siglo XIX: i) la concentración de la población en ciudades, y ii) la gran velocidad de tal concentración.
La teoría del desarrollo innovativo se genera a inicios del siglo XX con los postulados de Joseph Shumpeter. Para esta teoría, la innovación era el factor fundamental del crecimiento económico. La innovación era generada por iniciativa y creatividad del capital empresarial y se basaba en los supuestos de propiedad privada, mercados competitivos, posibilidad de monopolios y mercados financieros que estimulaban la acumulación de capital e innovación. Un elemento relevante en Shumpeter fue la identificación de la diferencia entre crecimiento y desarrollo; el primero era un cambio cuantitativo en el uso y la acumulación de factores de la producción, mientras que el segundo se definió como una readecuación en el uso de los factores de la producción, gracias a la innovación, lo que dio como resultado la introducción de nuevos productos, nuevos métodos de producción, nuevos mercados, nuevos insumos y nueva organización industrial.
La gran depresión de la economía de Estados Unidos en 1929 fue el preámbulo para la introducción y consolidación de las teorías keynesianas, iniciadas por John Maynard Keynes y seguidas por Roy Harrod, Evsey Domar, Joan Robinson, Nicholas Kaldor, Luigi Passinetti y James Meade, entre otros. Para las teorías clásicas, el crecimiento económico estaba vinculado a la oferta, mientras que Keynes consideró la demanda como el elemento más importante, de tal manera que la demanda efectiva podía ser el motor del crecimiento económico. Un segundo factor explicativo era la inversión física, tanto del sector privado como también del sector público en forma de infraestructura para la producción, o condiciones generales construidas para la producción. Según las teorías keynesianas, el sistema económico, por su naturaleza, tendía al desbalance y al desempleo, por lo que era necesaria la intervención del Estado en la formulación de una política económica y fiscal, así como en la construcción de infraestructura y en la promoción de la demanda efectiva. El desbalance y desempleo eran, asimismo, elementos explicativos de los movimientos migratorios y de la redistribución territorial de la población (Fisher, 2014: 103-125).
Domar y Harrod fueron seguidores de