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El secreto de adopción
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Libro electrónico251 páginas3 horas

El secreto de adopción

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Es una historia interior de como se llevaba a cabo la adopción de huérfanos rusos por familias españolas. En el libro se revelan todos los entresijos, es decir, el lado oscuro sobre ese proceso complejo y arduo que muchas parejas que lo pasaron entre los años 2000-2015 ni siquiera sospecharon.

Se trata de unos casos dramáticos, complicados, a veces dolorosos, a veces divertidos. Además, se tocan los temas de actitudes hacia la adopción en la Federación Rusa y España, los temas de orfandad y niños abandonados, trabas de funcionarios, financiación y distribución de fondos. Se describen también unas diferencias culturales y dificultades de traducción. Todo esto ocurre en medio distintivo de Siberia, algunos detalles propios de Siberia que se han convertido en estereotipos se mencionan bajo una nueva luz diferente.

Los protagonistas son familias españolas, niños huérfanos, funcionarios rusos, médicas jefas de casas cunas y directoras de orfanatos, y los representantes regionales de las agencias de adopción –cada uno con sus preocupaciones, angustias, deseos y actitud.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 nov 2023
ISBN9788411817103
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    El secreto de adopción - Larissa Kuijken

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Larissa Kuijken

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: María V. García López

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1181-710-3

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    La historia de la insider sobre cómo realmente

    se llevaba a cabo el proceso de adopción de

    huérfanos de Rusia por familias españolas.

    Basado en hechos reales

    Agradecimientos

    Quisiera dar las gracias a mi hija, la única persona con la que compartí la idea de convertir mi historia en un libro y con quien discutí el concepto de la narración. Su aprobación y apoyo ha significado mucho para mi. Como ella ha sido una especie de testigo de los eventos descritos en estas páginas, sus sugerencias contribuyeron a una mayor profundidad y belleza de la historia.

    Esta obra no hubiera sido escrita ni hubiera visto la luz sin el generoso apoyo de mi esposo, el mejor del mundo. Le agradezco muchísimo la ayuda y el aliento que me proporcionaba durante la escritura del proyecto (incluso sin saber de qué se trataba).

    Agradezco a todas las familias españolas que han adoptado o han tratado de adoptar a un niño de Rusia.

    También quedo agradecida a mi editora Rocío Fuentes y a la correctora Celia Jiménez por la supervisión del manuscrito. Gracias por guiarme en el mundo editorial.

    Un secreto formidable

    Esperábamos en el pasillo de una de las numerosas oficinas para recibir uno de los certificados necesarios, un documento más en una extensa colección burocrática que ya habíamos reunido. Había pedido la cita de antemano y nos la dieron para las 10 de la mañana. Ya eran las 10:30, pero la funcionaria no se daba prisa.

    —¿Y por qué es la adopción un secreto aquí en Rusia? —me preguntó Maribel, una mujer atractiva de intensos ojos negros, tan negros que parecía que no tenían pupilas, y de pelo corto, muy negro también. Su marido Fernando, alto y ancho de espaldas, un importante ejecutivo de una empresa farmacéutica, también quería saberlo:

    —En efecto, Larissa, ¿por qué debería ser un secreto? —dijo.

    —Por la ley rusa —contesté—. Nuestra ley protege el secreto de adopción. Es un término legal, significa que el proceso judicial tiene lugar a las puertas cerradas, no se permite en la sala del tribunal nadie más que las personas a quiénes refiere el proceso.

    —¿Y para qué todo este ocultamiento? A mí me parece muy raro —siguió sin entender Maribel.

    —Es que se supone que nadie debe saber que el niño ha sido adoptado. Pues, en nuestro país es un tema muy delicado, incómodo, con muchas contradicciones. La actitud de la gente hacia la adopción puede ser, por decirlo suavemente, desfavorable. Entonces, las familias rusas prefieren que no se sepa que su hijo o hija ha sido adoptado…

    —¿Pero lo dicen al menos al hijo cuando crezca? —en la voz de Maribel se pudo oír algo de recelo sorprendido.

    —Normalmente, no —dije tristemente—. Hacen todo lo posible para que nunca se entere.—¿Y cuando el hijo o la hija les hace preguntas, que les responden? —preguntó Fernando desafiante.

    —Por lo general, se inventan una historia —Traté de imaginar el comportamiento de aquellos padres—, ¿qué sé yo? Muchas veces los hijos dan por sentada a su familia. A los niños el pasado de sus padres les parece prehistoria. Normalmente no hacen preguntas, creo.

    —Entonces, ¡¿viven toda la vida en una mentira?! —Maribel dio un paso atrás, su rostro hermoso distorsionado en una mueca de disgusto, su boca se abrió sin control unos centímetros.

    —En una mentira y en el miedo que su secreto sea revelado —acordé yo.

    —Entonces, ¿para qué esa ley tan extraña? —siguió Fernando.

    —Al principio, hace muchos años ya, esta norma de la ley soviética fue aceptada para proteger la familia de la gente ajena —empecé a explicar yo—, quiero decir, para que los vecinos, colegas e incluso parientes lejanos de la pareja no interfirieran en la vida privada de la familia y no se dejaran llevar por los rumores.

    —Bueno, supongamos que la gente ajena no debería meter la nariz en los asuntos privados, pero el niño adaptado puede y debe saberlo, ¿no?

    —Sí, pero por desgracia, la aplicación de esta norma de la ley se ha ampliado y comenzó a observarse respeto con el niño también —dije—. Parece increíble, pero creían que actuaban en los intereses de niños, es decir, se imaginaron que un pobre huérfano se pondría triste si se enteraba de que no era nativo. Por eso, se consideraba que sería mejor que esta buena gente que lo había adoptado no le dijera nada.

    —En mi corazón no puedo aceptarlo, creo que cada persona tiene derecho a conocer la historia de su vida —comentó Maribel firmemente dándome una de sus miradas intensas—. Pues, un niño no es un hongo que ha aparecido después de la lluvia, tiene padres biológicos, tiene sus raíces.

    —Tienes razón —estuve de acuerdo yo—. Ninguno de nosotros querría que nos ocultaran una parte tan importante de nuestras vidas.

    —Y ninguno de nosotros querría que nos mientan, creo —dijo Fernando—. Pues no se puede guardar el secreto de la adopción y no mentir, es imposible.

    —Claro, el niño preguntará dónde están sus fotos de cuando era bebé y cosas por el estilo —continué—. E incluso si todo ha sido arreglado a la perfección, aún saldrá la mentira en un nivel no verbal.

    —¿Qué quieres decir? —dijo Maribel fijándome con una mirada densa y minuciosa.

    —Por ejemplo, alguna amiga de la madre ve al niño por primera vez y dice: ¡qué lindo es tu hijito! ¡Y tiene los ojos de papá! Y en ese momento, por una fracción de segundo, se petrifica el rostro de la madre. El niño puede sentirlo perfectamente, no entiende qué ha sucedido exactamente, pero sabe con certeza que algo no está bien.

    —¡Ay, pobre! Puedo imaginarme su desconcierto —Maribel hizo una mueca de compasión sacudiendo la cabeza—. Mucho más fácil sería decirle la verdad y ya está.

    —Estoy de acuerdo, también creo que cuando se adopta a un niño hay que decírselo —dije—. Pero en Rusia aun habiendo alcanzado la mayoría de edad, no puedes recibir información sobre tu origen si tus padres no dan permiso para ello.

    —¡Anda! No es justo —dijo Fernando, un poco enfadado—. ¿Por qué no cancelan esta estúpida ley?

    —No quiero decir que es justo, sino que es así —respondí—. Hay un grupo de activistas que aboga por la abolición del secreto de adopción. Espero que algún día lo consigan, pero por ahora tenemos lo que tenemos.

    —Ojalá lo consigan pronto —Maribel suspiró profundamente—. Nadie quisiera que los seres queridos nos mintieran sobre algo tan importante.

    —Claro —estuve de acuerdo otra vez—. Y lo que es peor es la situación del niño, quiero decir que, para ser adoptado, debe primero perder a su familia de origen. Los psicólogos dicen que los niños tienen una especie de recuerdos, aunque poco claros, muy vagos, y a pesar de que no pueden expresar sus recuerdos verbalmente lo sienten de una manera muy fina, tienen esos sentimientos angustiosos de su familia natal. Para ayudar al niño a abordar esta angustia implícita, hay que hablar con él sobre su historia antecedente.

    —Y cuando los padres adoptivos la ocultan, el niño pequeño se queda solo con sus sentimientos que lo persiguen, pobre —dijo Maribel, sus ojos intensos llenos de empatía angustiosa.

    —Exacto. Los adultos, por así decirlo, lo encierran solo en el calabozo de sus recuerdos que, aunque sean apenas perceptibles, pueden ser muy dolorosos para un niño pequeño. El niño no sabe abordarlo solo, para él simplemente no hay salida de este calabozo.

    —Pero es terrible, es horrible, es… —La voz de Maribel fue muy baja. Movió la cabeza de un lado a otro, triste y pensativa. Hizo una pausa. Después continuó—: ¿Y si algún día, por un modo u otro, los niños llegan a conocer la verdad? ¿Y se lo echan en cara a los padres?

    —No sé —Solo pude encogerme de hombros—. Tendrán problemas, creo.

    —Pues, para nosotros no es ningún secreto. En España todos nuestros parientes, amigos, colegas, saben que vamos a adoptar un niño de Rusia —La negrura profunda de los ojos de Maribel brilló con ternura al pensar en su futuro hijo.

    —Y todo el mundo nos apoya mucho —confirmó Fernando.

    —¡Qué bien! Pues vosotros podéis anunciarlo por la radio si querréis —sonreí yo—. Es una cosa vuestra, pero yo tengo que guardar el secreto. Y os digo algo más. Me lo obliga la ley. Antes de cada proceso judicial me hacen firmar un documento que dice que he sido informada sobre responsabilidad administrativa y penal por la divulgación del secreto de adopción.

    Tan pronto como dije eso, se me ocurrió que, a pesar de participar en una docena de procesos de adopción, todavía no sabía que tipo de castigo disponía la ley por el crimen de hablar sobre mi trabajo con terceras personas que no tenían nada que ver con el asunto, ni siquiera con mi novio o mi mejor amiga. ¿A lo mejor iría a la cárcel un par de años? Además, antes de cada juicio me hacían firmar el documento que decía que yo había sido informada sobre la responsabilidad por la interpretación intencionalmente falsa. Cuando comencé a trabajar para la agencia de adopción, mi español era muy básico. Tuve mi diploma universitario con especialización en inglés como un idioma principal y el español como uno suplementario, lo que me daba derecho de trabajar oficialmente de traductora e intérprete, pero no poseía suficientes conocimientos del idioma para ese trabajo. Para mí interpretar en orfanatos, casas cunas, oficinas de tutela y los juicios fue todo un desafío. Mi vocabulario era bastante limitado, mejor dicho, primitivo, y los términos y locuciones legales y médicos me parecían una altura lingüística inalcanzable. Así que la interpretación falsa sucedía muy a menudo. Por otro lado, aquellos errores no fueron intencionales, no hubo nada por qué castigarme.

    Mi hilo de pensamientos fue interrumpido por Maribel que dijo después de una pausa larga:

    —¿Sabes, Larissa? En el tema de adopción tú eres la única con la actitud humana.

    —¿Qué quieres decir? —pregunté, animada.

    —Es que eres la única persona que nos explica cosas.

    —¿Y eso? —me quedé intrigada.

    Maribel tardó un poco en responder.

    —Pues en Moscú nadie nos hace caso —exhaló finalmente—. Nos llevan de una oficina a otra y nos hacen esperar largos ratos…

    —Ya me imagino —sonreí—. Por aquí, en nuestra región siberiana, aunque estamos lejos de Moscú, todo es lo mismo: iremos de una oficina a otra y tenemos que esperar largos ratos —Señalé con la mano la puerta cerrada del despacho.

    —Ya lo sé, pero tú nos dices: ahora vamos a la oficina esa para pedir el papel ese, lo necesitamos para eso, mañana vamos a hacer tal y cual.

    —¿Y en Moscú? —pregunté.

    —¡Nada de eso! —dijo Maribel, emocionada, penetrándome con la negrura de sus ojos hermosos—. Solo nos mandan: ¡Esperad! ¡Esperad! Sin explicar nada, sin contarnos que está pasando, sin nada.

    —Además —añadió Fernando en la voz entrecortada—, nos hacen firmar documentos escritos en ruso sin explicarnos el contenido de esos documentos. ¡Imagínate! ¡Ni siquiera sabemos lo que firmamos!

    —Y cuando hacemos preguntas, se enfadan con nosotros —dijo Maribel débilmente, casi llorando de recordar esa experiencia desagradable. Fernando le pasó un brazo por los hombros.

    —¿Y sabes? ¡Eso me da rabia! —dijo Fernando con tono frío.

    —Siento lo que tenéis que pasar —suspiré.

    Solo pude empatizar con ellos. Lo entendía bien. Yo misma había pedido a los padres adoptivos firmar documentos sin traducirlos, ni explicar nada, pero lo hacía porque no supe explicar el contenido de un documento por la falta del idioma. Oh, si supierais vosotros todos los secretos terribles de adopción, es decir, todos los pormenores y trasfondos de este proceso, pensé.

    Una media hora más tarde nos llamaron a entrar en el despacho, por fin la funcionaria estaba lista para atendernos.

    La cita en el cambio de milenio

    Aquella conversación con Maribel y Fernando me hizo pensar en mi primer encuentro con Boris, el representante de la agencia de adopción española en Moscú. Nunca olvidaré como me sobresaltaron sus palabras, frías, arrogantes: «A las familias españolas, no les hagas caso. ¡No importan nada! Los adoptantes son los últimos a quiénes preguntar opinión».

    ¿Cómo es posible? pensaba yo, pasmada. Todo este asunto es para ellos y por ellos. Todo comienza con su deseo de tener un hijo o una hija, todo se paga con su dinero, todo gira en torno a ellos, y ¿su opinión no importa nada?, como si no tuvieran nada que ver con adopción. No podía entenderlo.

    Boris vino a mi ciudad siberiana a finales de diciembre del año 2000. Su objetivo fue lanzar el proyecto regional, es decir, hacer que la agencia funcionara en la región y, de manera providencial, me ofreció a mí que fuera su representante.

    Estábamos hablando durante el almuerzo en un restaurante caro decorado para Año Nuevo y Navidad. Había un ambiente festivo. Estaba sonando una música suave, muy agradable. Olía a mandarinas y agujas de abeto, el aroma jubiloso de Navidad. Quedaban pocos días para empezar las fiestas navideñas que en Rusia duran desde el 31 de diciembre hasta el 10 de enero, pues la Navidad se celebra tradicionalmente el día 7 de enero. Esta época del año siempre está llena de anticipación de algún milagro, algo nuevo, mágico y placentero. Y aquel año el estado de ánimo festivo habitual se multiplicó mil veces: después de todo, nos estábamos preparando para celebrar no solo un año nuevo, sino ¡un nuevo MILENIO! Parecía que el milagro bien anticipado hubiera caído sobre mí en la forma de este moscovita trigueño, estiloso y bien acicalado, de prestancia orgullosa, que estuvo sentando frente a mí. Sus gafas de montura de moda brillaban con los reflejos de las velas que estaban sobre la mesa. Las pequeñas ramas de abeto en un jarrón elegante decoradas con oropel brillante, completaron la atmósfera navideña. Parecía un sitio ideal para declararle a una mujer amor eterno. Pero no fuimos allí para tonterías románticas. En aquel ambiente festivo, entre decoración exquisita, luces navideñas y la música animadora, Boris me explicaba cómo se ejercía el proceso de adopción.

    —De Moscú te mandamos paquetes de documentos primarios. Los llevas al operador regional del banco de datos sobre los niños sin tutela. Allí registran los expedientes de los adoptantes. Luego eligen a un niño para cada familia, eso se puede demorar un largo rato, y te dan la información primaria sobre el niño preasignado. Se la mandas a mi asistente en seguida y ella la pasa a la familia. En cuanto sepas en qué casa cuna está el niño, y puede estar en cualquier ciudad de la región, haces contactos con el médico jefe, normalmente es médica jefa, y la oficina de tutela local para acordar la fecha de la visita de los adoptantes. Ellos vienen de España para conocer al niño. Al final de esta primera visita firman en la oficina notarial el consentimiento o el rechazo a adoptar. La segunda opción significa complicaciones adicionales e implica más costes financieros, es decir, es un lío, no lo queremos —Boris movió la cabeza e hizo una mueca para enfatizar cuánto no lo queríamos.

    En ese instante el camarero nos trajo la comida. Boris había pedido un escalope de ternera con papas asadas, yo salmón a la plancha con verduras. El camarero puso los platos en la mesa y rellenó nuestros vasos de jugo de arándano. Boris guardaba silencio esperando hasta que el camarero terminara de servirnos y se fuera. Cuando volvimos a estar solos, continuó con las explicaciones:

    —Bueno, suponemos que hayan firmado el consentimiento. La familia regresa a España. A ti te mandamos dos paquetes de documentos segundarios idénticos: uno para el juicio y otro para la oficina de tutela. Traes el paquete al juzgado y pides la fecha del juicio. Quizá el juez pida que la familia traiga más documentos suplementarios, quizá le basten con los que ya tiene. La familia viene por segunda vez para el juicio. Al acabarse el proceso judicial recibes siete copias de la sentencia. Una la llevas al Departamento de Educación regional, otra a la oficina de tutela y otra a la casa cuna, sin más cambias este papel por el niño. Otra copia es para la oficina de registro civil donde te dan un nuevo certificado de nacimiento y de adopción, tendrás que apostillar los dos más tarde. Una copia más es para pedir el certificado de ciudadanía, otro para pedir el pasaporte para que el niño pueda viajar al extranjero. La última copia de la sentencia judicial, apostillada, la entregas a la familia para que la traiga a Moscú. El apostillo puede tardar unos días, así como cualquier otra etapa. Por eso tienes que hacer todo lo posible para que el proceso no se demore. Luego los billetes de avión, el aeropuerto, el último adiós y ya está —terminó Boris y se puso a comer.

    —Una, dos, tres y ¡ya está! —hice el resumen de sus explicaciones—. ¡Que aproveche!

    La cabeza me daba vueltas. Tenía mil preguntas y no sabía por dónde empezar. Era nuestra primera cita, acepté su invitación por pura curiosidad y él estuvo hablando como si yo ya hubiera aceptado trabajar en la agencia.

    —¿Tienes preguntas, Larissa? —preguntó Boris al encontrarse con mi mirada confundida.

    —¿Por qué elige a un niño una empleada de la administración? —pregunté lo primero que se me ocurrió, pues me gustaría saber más sobre el tema antes de decidir si quería meterme en esa aventura—. ¿Y cómo lo hace? ¿Por qué no lo eligen los padres mismos?

    —Porque los niños no son tomates en un mercado —Boris ladeó la cabeza y me dio una de sus miradas frías características—. Dales a los adoptantes una oportunidad de elegir y nunca acabarán con un hijo. Siempre pensarán que otro niño o niña es mejor, incluso después de adoptar, seguirán con dudas por su elección.

    —¿Y cómo lo elige la encargada del banco de datos? —repetí mi pregunta.

    —No le importa nada ni los niños, ni los adoptantes —pronunció con desdén entre mordiscos—. Lo único que le importa es que el niño se haya quedado en el banco de datos durante un plazo determinado previsto por la ley. A propósito, por eso no se puede adoptar a los recién nacidos —Boris dio otro bocado al escalope de ternera y después de una pausa dijo—. Cómete tu salmón.

    —Ah, sí —Estaba tan llevada por la conversación que me olvidé del plato frente a mí—. Pero, ¿cómo elige la funcionaria a los niños?

    —A quién elige depende de la posición de las estrellas en el cielo y de la fase de su ciclo menstrual —El moscovita lanzó una mirada de burla vigorizada por el resplandor de luces navideñas en sus gafas.

    —Parece un sorteo o una cuestión de azar pura y simple —dije, pensativa.

    —Básicamente, lo es —confirmó él.

    —Pero se trata de tener un hijo, ¡es para toda la vida! —seguía sin entender yo.

    —Tienen que aceptar lo que se les ofrece —se encogió de

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