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Vicio
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Libro electrónico451 páginas6 horas

Vicio

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El placer es la esencia del ser humano, como lo son dormir o alimentarse. Forma parte de un mecanismo de recompensa imprescindible para la vida, que despierta el deseo y mueve nuestras decisiones, desde las más básicas, emparentadas con todas las criaturas, a las más complejas, fruto del imparable flujo del pensamiento. Nos sitúa frente a ese delicado equilibrio entre la carencia y el exceso, presente en todas las facetas de la existencia. Y como en todo, el sueño de la razón produce monstruos. Es entonces cuando el deseo se convierte en vicio.

Vicio lo componen tres novelas cortas que giran en torno a esa contradicción. Es la cuarta obra de Sergio Lozano Mateos, y otra vuelta de tuerca a su estilo y sus intenciones. Aquí se plantea un ritmo ágil e intenso, radicalmente opuesto a sus trabajos anteriores, en un intento permanente de explorar los límites y sorprender a los lectores. Pero sobre todo, Vicio es un caleidoscopio de nuestra sociedad y sus valores, una mirada hacia esas zonas de sombra que a menudo tratamos de evitar.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2023
ISBN9788417687250
Vicio
Autor

Sergio Lozano Mateos

Nace en Salamanca en 1977. Su infancia y adolescencia transcurren entre la capital charra y Ciudad Rodrigo. Tras su experiencia universitaria en Zamora, cursando estudios de ingeniería, se traslada a Madrid, donde se diploma en Dirección de cine. Desde entonces reside en esta ciudad y trabaja como realizador audiovisual, labor que compagina con su actividad como escritor. En la literatura encuentra el espacio idóneo para dar rienda suelta a su creatividad y capacidad expresiva.Se presentó como autor literario en 2013 con Los desahuciados, una compleja historia de ciencia ficción. En el calor de un género tan querido para él, halló la semilla para crear una distopía de tintes futuristas, prolija y caleidoscópica. Ahora presenta su segundo trabajo, Por el camino de Esperanza, un cambio de registro tan profundo como natural.

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    Vicio - Sergio Lozano Mateos

    Colección Contrasentido

    Diseño de cubierta: Agustín Pellicer Ausina

    Editorial Gradiente 2023

    ISBN: 978-84-17687-25-0

    www.editorialgradiente.com

    La frontera entre el perjuicio y el beneficio no existe en la droga, sino en su uso por parte del viviente.

    Antonio Escohotado

    Vicio

    Sergio Lozano Mateos

    Pandemia de vino y rosas

    Feedback

    Luna nueva de agosto

    Pandemia de vino y rosas

    I

    Las trompetas del Apocalipsis

    Distancia, gel y mascarilla

    Cara de póquer, de dados, de damas chinas. Voltea el aparato, lo levanta, lo agita, lo inclina de un lado a otro. Tintineo de minúsculas piezas metálicas cayendo por una suave pendiente.

    ⁠‌—⁠‌¿Y bien? ⁠‌—⁠‌Ya un poco molesto por la intriga.

    ⁠‌—⁠‌Tendré que mirarlo. No le puedo asegurar nada.

    ⁠‌—⁠‌Vale, no tengo prisa.

    Cara de sorpresa ahora en el dependiente, un toque de espanto. Deja el aparato con asco, se le retuerce el gesto.

    ⁠‌—⁠‌Vuelva... ⁠‌—⁠‌Mira el tipo el ordenador, toquetea el teclado⁠‌—⁠‌. La semana que viene.

    ⁠‌—⁠‌No, no. Es una cuestión simple, saber si el disco duro sigue funcionando o no. Basta con sacarlo y probarlo en otro dispositivo. De hecho ⁠‌—⁠‌coge aire, templa la voz⁠‌—⁠‌, lo habría hecho yo mismo si no estuviera en garantía.

    Sonrisa estúpida e innecesaria de empleado corporativista.

    ⁠‌—⁠‌En este estado no creo que vaya a servirle de mucho la garantía. ¿No cree? ⁠‌—⁠‌Triunfal, ridículo.

    ⁠‌—⁠‌¿No me diga? Es usted muy perspicaz. También tengo un seguro a todo riesgo, ¿qué le parece? ⁠‌—⁠‌Contraataque devastador del Tuco⁠‌—⁠‌. Estuvieron muy persuasivos sus compañeros cuando lo compré. Pero lo que son las cosas... Ahora creo que fue una buena idea, ¿usted no?

    Ojos de pánico, tecleo de datos, espirales de ratón.

    ⁠‌—⁠‌Hum... ⁠‌—⁠‌El majadero.

    No es más que una treta para desesperar al adversario, pero el fulano no sabe con quién se las está viendo. El Tuco aguanta el tipo, sin mover una pestaña. Reclamador profesional, de esos que no escatiman el tiempo que han de dedicar a conseguir que se haga justicia. Actitud firme, voz templada, del que no va a moverse de allí sin dejar el asunto resuelto.

    ⁠‌—⁠‌Tengo que rellenar el parte. ⁠‌—⁠‌Derrotado el infeliz, miserablemente contrariado, manotea por los estantes buscando algún impreso que hace tiempo que no usa⁠‌—⁠‌. Discúlpeme un momento.

    Desaparece en la trastienda, cuchichea con un compañero, o con su jefe, o quien quiera que tenga allí metido. Al Tuco se le está agotando la paciencia. No la global, esa que es capaz de sostener un pleito durante años por una nadería. Se le va agotando la otra, la que mantiene un gesto sosegado y buenas palabras en lo que el capullo de turno entra en razón. Vuelve a salir el dependiente.

    ⁠‌—⁠‌Aquí está. ⁠‌—⁠‌Todo un adelanto, formularios en papel en una tienda de ordenadores con pedigrí⁠‌—⁠‌. Vamos a ver... ¿Naturaleza del accidente?

    ⁠‌—⁠‌¿Qué importa eso? ⁠‌—⁠‌Se tambalea su sosiego.

    ⁠‌—⁠‌Importa, ya lo creo. Hay situaciones que la póliza no contempla.

    Bien, ahí le ha pillado. Tendría que haber buscado el contrato y haber mirado la letra pequeña. Ante la duda decide que es mejor decir la verdad, o al menos acercarse lo más posible a ella.

    ⁠‌—⁠‌Se me cayó.

    ⁠‌—⁠‌¿Al suelo? ¿Como así? ⁠‌—⁠‌Hace el gesto de despeñar el formulario desde el mostrador.

    ⁠‌—⁠‌Sí, algo así. ⁠‌—⁠‌Cauto, calculador.

    ⁠‌—⁠‌Parece que eso no concuerda mucho con el estado del aparato...

    ⁠‌—⁠‌¿Ah, no? ¿Y qué es usted, investigador forense? ⁠‌—⁠‌se abren las hostilidades.

    ⁠‌—⁠‌Oiga, no me corresponde a mí juzgar nada. Tengo que consignar aquí lo que usted quiera decirme, eso es todo. Es el departamento de siniestros de la aseguradora quien tiene que determinar si dice la verdad o trata de engañar a alguien, ¿de acuerdo? Yo solo trato de ayudarlo.

    ⁠‌—⁠‌¿Ayudarme dice? ¡Si no ha hecho usted más que poner pegas! Anote ahí lo que de sobra sabe que tiene que poner y zanjemos esto.

    Cierto brillo en la mirada. El memo vuelve a tener parte del control y es consciente de ello.

    ⁠‌—⁠‌Mire, se cayó, quizá de un poco más alto. ⁠‌—⁠‌Retrocediendo el Tuco para coger impulso.

    ⁠‌—⁠‌Ajá, ¿como de una estantería? ⁠‌—⁠‌Simula la altura con la mano.

    ⁠‌—⁠‌Más o menos.

    Mirada de duelista al amanecer de Kansas. El Tuco aguanta el reto.

    ⁠‌—⁠‌¿Está seguro? ⁠‌—⁠‌El muy bastardo manipulador.

    Quizá en el puñetero contrato esté incluido que una novia cabreada le tire a uno el ordenador por la ventana, y que además tenga la mala suerte de que pase en ese momento un camión por la calle y acabe de hacerlo trizas. O quizá no sea una de esas cosas que convenga poner en un parte de daños, ¿quién sabe? Pero esa ya no es la cuestión. Lo que ya no le apetece de ningún modo es que ese subnormal sepa el más mínimo detalle de su vida personal.

    ⁠‌—⁠‌Ponga mejor que se me cayó por las escaleras. ⁠‌—⁠‌Más ambiguo, de consecuencias más imprevisibles.

    ⁠‌—⁠‌¿Está seguro? ⁠‌—⁠‌Insistente, el cabrón.

    El Tuco aguanta de nuevo una mirada feroz, más desafiante que nunca. El memo anota y calla. Rellena un sinfín de casillas. Hace un garabato.

    ⁠‌—⁠‌Vuelva el miércoles de la semana que viene.

    ⁠‌—⁠‌Vendré el lunes, ¿le parece bien? Le pagaré la urgencia.

    Se lo piensa unos instantes en los que se abre un incómodo silencio.

    ⁠‌—⁠‌Venga el miércoles mejor, se va a ahorrar un paseo.

    Sale el Tuco desbravado de la tienda de electrónica. Enfila el camino a la agencia. El mundo se hunde y la gente sigue a lo suyo como si no pasara nada. Hora punta y metro hasta las trancas. Ni distancia, ni gel, ni mascarillas. Vaya panda de tarados. El Tuco se hace a un lado para evitar un codo de origen desconocido que amenaza con taladrarle el bazo y una señora gorda le planta la mano en las pelotas.

    ⁠‌—⁠‌Disculpe. ⁠‌—⁠‌Azorada, suplicante.

    ⁠‌—⁠‌No pasa nada. ⁠‌—⁠‌Amable, seductor.

    Pero quizá no causa el efecto deseado y la pobre mujer se escabulle hacia la puerta. Lleva semanas sin afeitarse y una eternidad sin pisar la peluquería. Un tipo tristón y demacrado le devuelve la mirada. Es su reflejo en el cristal.

    Por fin llega a la estación. Se abren las puertas. Afuera el clima es más relajado, pero se percibe la premura en el ambiente. Recogerse, atrincherarse en casa, protegerse de la amenaza. Apresurado él también, a buen paso hasta la agencia.

    ⁠‌—⁠‌Hostia, Tuco, ¿dónde coño estabas? Te han llamado una docena de veces.

    Mira el móvil y constata que es cierto.

    ⁠‌—⁠‌He tenido un contratiempo.

    ⁠‌—⁠‌Nos mandan a todos a casa.

    ⁠‌—⁠‌¿A casa? ¿Qué quiere decir eso?

    ⁠‌—⁠‌Que se cierra la oficina. A partir del lunes todos a trabajar desde casa.

    ⁠‌—⁠‌Bueno, a mí eso no me afecta.

    Pero sí, le afecta. Se congelan las sesiones de estudio. El evento del próximo viernes en el aire. Y acaba de pagar el IVA. Directo al despacho del jefe. Cara de circunstancia. Le explica pacientemente la situación. Las fotos de la convención del lunes atrapadas en un ordenador hecho pedazos. Y eso, esperando que sigan ahí. De lo contrario, todos tienen un problema.

    ⁠‌—⁠‌Hostia, Tuco, no me jodas, que me mata la clienta.

    ⁠‌—⁠‌Coño, Paco, hostia, que no lo he hecho adrede. Es pura mala suerte.

    ⁠‌—⁠‌La suerte, Tuco, coño. Me cago en mi estampa. Más te vale que siga ahí. Y ya te digo, estate atento porque no pinta bien la cosa.

    Con el sofoco, para casa. Vuelta embutido de metro. Mocos, toses, una sinfonía de comportamientos de riesgo. Pasamanos, superficies metálicas y ni Dios se atreve a abrir las puertas. Un cuadro.

    ⁠‌—⁠‌Majadero. ⁠‌—⁠‌A un tipo que esquiva la puerta de salida que se estrella en su nariz.

    Desconfianza por la plaza de Lavapiés, se interna por las callejuelas. Un par de choques bruscos, entre bolardos, carretillas y despistados. Y ya en casa se calma un poco. Deja sus cosas en la entrada, se lava a conciencia las manos, intentando no tocar nada y tocando todo. Aprovecha para lavarse un poco la cara. Se sienta en el sofá y conjura la suerte. Ya no está en sus manos. Solo puede esperar.

    Pone la televisión y le vuelve el pánico. Recomendaciones, avisos, normas de higiene. Le entran las dudas sobre su protocolo de llegada a casa. Vuelve al baño y se lava de nuevo las manos. Pero no va a caer en la psicosis, tampoco es para tanto. Abre el cajón de la mesita y saca el tarro de las esencias. Lo destapa y comprueba con estupor que apenas queda nada.

    ⁠‌—⁠‌¿¡Será hija de puta!?

    Se ha llevado también la hierba, esto ya empieza a ponerse serio.

    Llamada un poco desesperada al Venancio.

    ⁠‌—⁠‌Olvídate, no me queda nada. ⁠‌—⁠‌temblón, como si tuviera a la policía aporreando su puerta⁠‌—⁠‌. Ha estado la gente pillando como loca.

    ⁠‌—⁠‌Venga, Venancio, no me jodas. ¿Cómo que no te queda nada? Te llegará más, ¿no?

    ⁠‌—⁠‌Pues no lo sé, está la cosa un poco jodida. Ahora nadie se atreve a mover nada.

    ⁠‌—⁠‌¿Pero qué estás diciendo, tío?

    ⁠‌—⁠‌Hostia, Tuco, que esto no es un servicio público, tronco. Si no hay, pues no hay. No me toques más los huevos.

    ⁠‌—⁠‌Te llamo mañana, ¿vale?

    ⁠‌—⁠‌Tú mismo.

    Pangolines y otros animales

    Bajar al Clister, ¿qué iba a hacer, si no? A ver, que le expliquen a uno qué hacer cuando acaba de dejarle su novia y no tiene en casa ni hierba ni una gota de alcohol. Tiempos de miseria nos esperan.

    En el garito poca cosa, los mismos de siempre. Ramonet dando la matraca con el bicho, que si contagios, que si pangolines en la selva china. ¿Qué coño sabrá él? Un puto ejemplo viviente de la desinformación y los bulos. Pero claro, en esta situación, en la que nadie sabe nada, parece que tuviera un doctorado. Por si la estupidez también es contagiosa, se aleja un poco de la barra y se arrima al Pelanas, a ver si se ofrece un canuto o algo.

    ⁠‌—⁠‌¡Nah! Te digo yo que todo esto está orquestado y bien orquestado por los de arriba. ⁠‌—⁠‌El Pelanas, serio como un cura.

    Esquema recurrente. Ya es el tercero hoy que le va con la misma historia. Al Tuco no es que le parezca imposible la intencionalidad, es que le cabrea. Le pone de mala hostia, sobre todo, la posibilidad de que no sea más que otra mentira, otro maldito bulo.

    ⁠‌—⁠‌Lanas, tronco, ¿no tendrás por ahí un canuto? La Silvia se ha largado y me ha dejado tieso.

    ⁠‌—⁠‌¡Hostia, tú! De película. ¿Se ha largado, así, sin más?

    ⁠‌—⁠‌Bueno, no tan fácil. Más bien haciendo mucho ruido. Pero vamos, que sí, que se ha largado y punto.

    ⁠‌—⁠‌Igual se olía ya el apocalipsis. ¿Sabes que los animales y las personas más sensibles son capaces de presentir la onda expansiva de las grandes tragedias mientras se van acercando?

    Otro tarado. Definitivamente se contagia.

    ⁠‌—⁠‌Oye, tío, ¿qué hay del canuto ese?

    ⁠‌—⁠‌Pues me ha pillado la cosa también en horas bajas. Luego si quieres te aviso y te paso unas caladas.

    Caladas de la boca pastosa del Pelanas. Pero es lo que hay. Aguantar con valentía su perorata y la de los tres fulanos que pasan por la mesa, dejan su mierda verborreica y se van. Dejar que se les una Ramonet, que sigue encontrando aristas y variables a su terrible historia. Al final, para cuatro pitadas guarras a la puerta del Clister. Ya está bien. Que se vayan todos a la mierda.

    Cuesta arriba por la calle Lavapiés a ver si ve al negro de la hierba. Noche desapacible, ventosa. Se pasea por los cuatro o cinco puntos de reunión de nigerianos, angoleños, ganeses. Ni rastro de su negro. En cambio, un enjambre de solícitos mercaderes desconocidos se ofrecen en su ayuda. Pero ya sabe cómo acaba eso.

    Decide darse por vencido pero ya es tarde. Han captado las señales de radar que emite el pobre Tuco desesperado.

    ⁠‌—⁠‌¿Te crees que soy gilipollas, tío? ⁠‌—⁠‌A un chaval que no debe de tener ni los dieciséis. ⁠‌—⁠‌No voy a darte pasta y esperar en ningún sitio. Si quieres vas tú y yo te espero aquí con el dinero.

    ⁠‌—⁠‌Oye, amigo, no te fía. Yo amigo bueno.

    ⁠‌—⁠‌Ya, y yo no nací ayer, colega. ¿Puedo ir contigo?

    Duda y nervios, remoloneo. Miraditas y compadreo. Cojonudo. Ya sabe todo Lavapiés que está buscando hierba con cincuenta pavos en el bolsillo. Tiene la impresión de que se lo están jugando a los chinos, de que va a encontrar su final en un portal cochambroso. Porque una cosa está clara. A él, gato viejo de barrio, no le pegan el palo. Si quieren lo suyo, se lo tienen que llevar por delante. No sería la primera vez que se ve en una del estilo.

    Movimiento, ir y venir de negrazos esbeltos y necesitados. Al Tuco siempre le llama la atención su buena forma física, lo lustrosos que están para no tener un duro.

    ⁠‌—⁠‌Venga, amigo. ⁠‌—⁠‌Otro tipo al que no había visto hasta entonces.

    Su contacto impúber lo observa desde un banco con ojos llorosos. El rango le ha quitado a su presa. Otra vez será.

    Paseíto nocturno por Lavapiés. Más negros por el camino, miradas que lo dicen todo sin decir nada. Y bingo. Portal hecho un asco. Sin cristales, basura por el suelo.

    ⁠‌—⁠‌Tú no dice nada. Yo hablo, ¿vale? ⁠‌—⁠‌Su negro, al frente de la expedición.

    No pinta muy bien la cosa. Debería echarse atrás ahora mismo. Meterse en la cama y esperar al día siguiente a que el puto Venancio haga su trabajo. Pero un tipo desesperado no piensa en condiciones. La posibilidad de una cuarentena larga sin canutos que llevarse a boca le impele escaleras arriba, tras su negro.

    Piso patera, narcopiso, una delicia. Mosqueo de entrada con bronca bantú. Eso estaba claro, formaba parte del paquete vacacional. A los gerentes de los guetos no les gustan los fumetas. Mucho ruido por poca cosa. Los porros son para los clientes fuertes, por rebajar un poco los envites del caballo, que es el verdadero negocio: clientes fieles y regulares. Una inversión a largo plazo. Media docena de negrazos taladran al Tuco con la mirada. Lo invitan a esperar en una habitación donde un puñado de yonkis moribundos yacen tirados por el suelo.

    ⁠‌—⁠‌¿Quieres que te pinche, colega? ⁠‌—⁠‌En la penumbra, un escuálido desdentado.

    ⁠‌—⁠‌No, gracias, tronco. Te lo agradezco.

    Servicios extraoficiales. Clientes que pinchan a otros clientes por unas migajas. El tipo que tiene a su lado intenta levantarse, pero no lo consigue. Se vomita en los pantalones.

    Al fin aparece su negro.

    ⁠‌—⁠‌Cincuenta, amigo. ⁠‌—⁠‌Solícito, escondiendo una mano que allí no tiene sentido ocultar.

    ⁠‌—⁠‌Espera un momento, ¿qué es esto? ⁠‌—⁠‌Sacando hacia la luz débil del pasillo una pelota machacada de malas hierbas.

    Se lo lleva a la nariz. No huele mal, pero ahí no hay más de veinte pavos.

    ⁠‌—⁠‌¿Quieres tomarme el pelo?

    ⁠‌—⁠‌Cincuenta, amigo, vamos. ⁠‌—⁠‌Nervioso, como loco por salir de allí.

    ⁠‌—⁠‌Ni de coña, tronco. Quiero hablar con el encargado.

    ⁠‌—⁠‌No lío aquí, amigo. Si no quiere, vamos. ⁠‌—⁠‌Insistente su negro, a la desesperada ante una situación que se tambalea.

    ⁠‌—⁠‌De eso nada. Ya que hemos venido...

    Rápido el Tuco, gato viejo de barrio, se le escabulle por el pasillo en busca del responsable. El negro detrás de él presintiendo lo peor.

    ⁠‌—⁠‌Mira, tío, no quiero líos, pero aquí no hay cincuenta pavos. ⁠‌—⁠‌A un negro que no sabe de qué le hablan⁠‌—⁠‌. ¿Y qué lo has tenido, una semana en el bolsillo?

    Se acerca otro negro que sí se da por aludido, que mira a su contacto con ojos asesinos.

    ⁠‌—⁠‌Fuera. ⁠‌—⁠‌Parco y conciso.

    ⁠‌—⁠‌Ya, supongo que es lo que hay, que no tienes nada mejor. Vamos a hacer una cosa. Te doy veinte por esto. ⁠‌—⁠‌Lo muestra en la palma de la mano, convencido de su oferta.

    No hay opción al regateo. El negrazo se lo tira al suelo de un manotazo y lo termina de machacar de un pisotón seco.

    ⁠‌—⁠‌¡Pero qué haces, tío, venga! ⁠‌—⁠‌Protesta el Tuco, desesperado, con cierta intención de agacharse a coger los restos.

    ⁠‌—⁠‌Fuera.

    ⁠‌—⁠‌No, venga, va. ⁠‌—⁠‌Remolón, suplicante⁠‌—⁠‌. Veinte por eso, pisado y todo.

    Aparecen otros tres bigardos. Su negro le tira de la camiseta por detrás. Le parece ver el brillo azabache de una pipa asomando por la cintura de un pantalón. Puede que sí, que tenga ya que dejarlo estar. Es una pena.

    Al salir del portal, su negro se aleja de él como si tuviera el puto coronavirus.

    Nubes de tormenta

    El cuerpo molido de penar por las calles en busca de un poco de misericordia, el cerebro agujereado por la estupidez humana y esa manía de hablar de todo aunque no se tenga ni idea de nada. Porque, ¿qué iba a hacer, después del varapalo de los negros? ¿Volver al Clister a doblarse a cervezas hasta que se le cayeran los párpados? Pues sí. Estaba claro que el destino no estaba en sus manos.

    Migraña mañanera, por decir algo, porque más bien es la una cuando abre el ojo. Arrastrarse por el apartamento como un alma en pena, hasta convencerse de que no hay en esa casa suministros de ningún tipo. Ni siquiera un puto café. Y entonces se acuerda del Venancio y no se resiste a darle un toque.

    ⁠‌—⁠‌Nada, colega, ya lo siento. ⁠‌—⁠‌Melifluo el puto camello recalcitrante.

    ⁠‌—⁠‌¿Pero y tú? ¿No tienes para pasar esto?

    ⁠‌—⁠‌Yo casi ya ni fumo, tronco, de tenerlo todo el día aquí se le quitan a uno las ganas.

    Ya, los cojones, como si no lo conociera.

    ⁠‌—⁠‌Mira, Venancio, tronco. No es una mera transacción proveedor-cliente. Te estoy pidiendo un favor, por la pila de años que hace que nos conocemos, ¿vale? No duermo bien si no fumo un poco, y además, ya no solo es por fumar, coño, es por tener la tranquilidad de saber que tengo y que si quiero puedo fumar. No sé si me explico.

    ⁠‌—⁠‌Divinamente, pero no sé si voy a poder ayudarte. Llámame mañana, ¿de acuerdo?

    ⁠‌—⁠‌Gracias, tron. Confío en ti.

    ⁠‌—⁠‌No te prometo nada.

    Por supuesto, Pilatos, Iscariote. Pero por tus muertos, Venancio, no me jodas el confinamiento. Con lo bien que podría haber estado la cosa, carajo. Encerraditos en casa quince días, la Silvia y él, de tortolitos, sin tener que trabajar. Porque tampoco estaban tan mal. De hecho, el Tuco tiene la impresión de que podrían haber seguido años así, en ese equilibrio delicado. El confinamiento habría sido un regalo. Todo el día en la cama sin hacer nada. Ver películas, dormitar, comer, follar. Y un canuto de vez en cuando para matar el rato. El puto paraíso. Un oasis en esta puta vida que le va arrastrando por eventos publicitarios, sesiones de productos anodinos, presentaciones de resultados de grandes compañías. Y todo se ha ido a la mierda de un plumazo. Los celos desatados de la loca de Silvia, que se llevaron por delante la sesión de fotos del lunes, su vida conyugal y hasta la puta reserva de maría. Y luego el coronavirus de los huevos. Todo por los aires, como una sucesión de catástrofes encadenadas. Puta mala suerte, copón.

    Pero venga, menos lamentos y más acción. Café, comida, suministros. Porque hay que ver qué pena da asomarse a esa nevera. No todo se va a arreglar con una bolsita de hierba. Hostia, si hasta el papel higiénico parece que se ha llevado la muy zorra. Con las cosas que se dicen últimamente del papel higiénico, que uno espera de corazón que no sean ciertas. Lavado de gato ⁠‌—⁠‌de gato viejo⁠‌—⁠‌, y a la calle, a buscarse la vida.

    El Tuco, Miguel Servet para arriba. Un par de tiendas chinas cerradas por vacaciones. Tócate los huevos con la ironía del pueblo trabajador por excelencia. Miradas recelosas de un par de musulmanas encapuchadas. El saludo cordialísimo del hindú al que le compra los aguacates. No es que sea muy diferente de cualquier día, pero hay algo especial que no sabría definir. Quizá su propia inquietud proyectada por todas partes.

    Al pasar por la puerta del Camariñas, olor a gambas a la plancha. Al Tuco le rugen las tripas. Un alto antes de entrar al supermercado.

    ⁠‌—⁠‌¡Coño, Tuco! ¡Cuánto tiempo! ⁠‌—⁠‌El Tomás, parroquiano persistente, desmemoriado.

    ⁠‌—⁠‌Sí, mucho tiempo. Por lo menos anteayer.

    ⁠‌—⁠‌¿Qué te pongo, Tuco, majo? ⁠‌—⁠‌El Juli, camarero saleroso, displicente y orador.

    ⁠‌—⁠‌Pues me iba a tomar un café, que me acabo de levantar, pero qué coño, cañita y calamares.

    Y después otras dos y unas navajitas, porque nos pille el asunto confesados y con el estómago lleno. Nueva sesión de conspiranoia de bajo nivel. Baratijas, comparadas a las cátedras del Clister. La puta verborrea del Ramonet en el aula magna. Pero tienen nuevas, y eso da mucho rigor.

    ⁠‌—⁠‌Coño, ¿pero no te has enterado? ⁠‌—⁠‌Cogido en renuncio por el Juli, camarero saleroso, con la guardia baja⁠‌—⁠‌. Acaban de declarar el estado de alarma.

    ⁠‌—⁠‌Copón bendito. ⁠‌—⁠‌Se le escapa, se le salta de los labios la tensión⁠‌—⁠‌. ¿Y eso qué coño es?

    ⁠‌—⁠‌Tiempo al tiempo. ⁠‌—⁠‌El Tomás interviniente.

    ⁠‌—⁠‌¿Tú eres tonto? ¿Y eso qué cojones quiere decir?

    ⁠‌—⁠‌Ni caso, no se sabe aún nada. Se concretará mañana.

    Mañana, coño, como todo. Y él con estos pelos.

    ⁠‌—⁠‌Me abro, que tengo que contribuir al desabastecimiento delirante.

    Y la compra complicada también, como todo. Hileras de estanterías medio vacías, con restos desperdigados como roídos por los ratones. Apenas nada de productos frescos ni latas de comida preparada, tan de su gusto. Coge con reticencia la última bandeja de carne: chuletón de ternera gallega a diecinueve pavos el kilo. Por supuesto, un vacío sepulcral en la sección del papel higiénico. Y para qué hablar de guantes o mascarillas, que no tienen ni en los hospitales. En esa tesitura le entran las prisas también a él, que no tenía ninguna. Corre por los pasillos llenando compulsivamente la cesta con cosas que no necesita, porque las que necesita están casi todas agotadas. Trifulca por el turno de la charcutería, se pelea por unas barras de pan, no tiene más remedio que gritar a una rumana que le tose en el cogote. Panda de tarados.

    ⁠‌—⁠‌¿Qué coño ha pasado aquí? ⁠‌—⁠‌A su cajera de cabecera, atenta, cariñosa.

    ⁠‌—⁠‌Ya ves, que se huelen el fin del mundo.

    ⁠‌—⁠‌Vaya ratas asquerosas. ⁠‌—⁠‌Indignado el Tuco⁠‌—⁠‌. Así se mueran con sus madrigueras bien abastecidas de papel del culo.

    Vuelta penosa hasta casa, cargado con cientos de porquerías. La vieja del segundo, que no es capaz de meter el carrito de la compra en el portal, como todos los putos días.

    ⁠‌—⁠‌Deje, deje. ⁠‌—⁠‌Evitando las distancias cortas, imposible maniobra.

    La mujer se convence de una vez, tira para adentro.

    ⁠‌—⁠‌No hay que jugar con estas cosas. ⁠‌—⁠‌El Tuco docente, instructivo⁠‌—⁠‌. Es mejor pedir ayuda.

    ⁠‌—⁠‌Ay, hijo, ¿y a quién se la voy a pedir?

    ⁠‌—⁠‌¿No tenía usted un sobrino?

    ⁠‌—⁠‌Sí, tenerlo, lo tengo. Pero vive en Galicia ahora.

    ⁠‌—⁠‌Una pena. Yo puedo traerle la compra si quiere.

    ⁠‌—⁠‌No, hijo, no. Si me viene bien salir un poco.

    Sí, eso, salir, ponerse en contacto, transmisiones.

    ⁠‌—⁠‌Ya se lo dejo a la puerta.

    Y se sube a largas zancadas, cargado con sus mierdas y lo que sea que haya comprado la vieja, que pesa un quintal.

    ⁠‌—⁠‌¡Aquí le queda! ⁠‌—⁠‌por el hueco de la escalera, sin esperar respuesta.

    Se mete en su apartamento y cierra por fin la puerta a ese mundo ridículo de ahí fuera.

    Sofá, peli, cárcel y mantita

    Comilona, cerveceo a reventar y siesta gorda. Objetivo del día. Todos los placeres que con Silvia eran imposibles. La comida siempre apresurada, de cualquier manera, pero eso sí, equilibrada, desnatada y deslucida. Salvados, mueslis y yogur. Alimentos básicos. Si él quería comer algo más, ya se las apañaba. Y con tanto ajetreo urbano, tanto apretón y tanta mierda, no había manera. Al final, casi siempre de tapeo por el barrio, hamburguesas, pizza, kebab. Todo lo que no entraba en casa de Silvia, y por extensión, en la suya propia. Así que estaba pidiendo a gritos un poco de exceso culinario. Nada del otro mundo. Un arroz con panceta y champiñones, y chuletón de ternera gallega. Con dos cojones. Sin complicaciones. Regando bien con cerveza entre guiso y guiso, mientras se mete entre pecho y espalda un kilo de comida. Todo un homenaje, sí señor.

    Rascando el fondo del tarro consigue hacerse la ilusión de un canuto. Por un rato ha conseguido sentirse bien, liberado, olvidando incluso la escasez de suministros. Que le den a Silvia y a su manía persecutoria. Al arroz salvaje, la quinoa y el kale. Que le den a todo. Y a dormir a pierna suelta en el sofá, con los pies sobre la mesita.

    Se despierta pasadas las siete de la tarde, embotado, con las arrugas de un cojín marcadas en la cara. Menuda caraja. Y mientras va cayendo el día se disipa toda la ilusión de libertad que había experimentado jugando al reo que acaba de salir de prisión. Para el crepúsculo es ya un amasijo de ansiedad, por todo en general. El recuerdo de su bote repleto de hierba de crecimiento natural, el disco duro de su ordenador con los trabajos que debería entregar antes de fin de mes, la nostalgia de la presencia asfixiante de Silvia, el olor intenso de su cuerpo cuando hacían el amor. Porque otra cosa no, pero follar, follaban de lo lindo.

    Lo suyo tenía que pasar, un día u otro. Simplemente habían ido tirando, capeando los temporales, mal parche al asunto. Cada vez estaban más distanciados. Ella se había encerrado en sus obsesiones y él había vuelto a recorrer con frecuencia los bares. Es fácil y rápido echarle a ella la culpa de todo, pero también el Tuco tiene parte en ello. Y ahora está solo como una rata, con la nevera repleta de mandangas que ni siquiera le apetecen. Puta mala suerte, coño. Así que, claro, a las nueve está ya abrazado a la barra del Clister dándole caña a los tercios de cerveza.

    ⁠‌—⁠‌Un tipo que vive en una gran ciudad. ⁠‌—⁠‌Y dale el Ramonet a las teorías, la madre que lo parió⁠‌—⁠‌. Va el fin de semana a visitar a sus padres, que viven en una pequeña aldea, en medio de la selva. El domingo se levanta temprano y sale con su padre a cazar. Conocen los mejores sitios, entran en una cueva y se levantan una docena de murciélagos de a kilo. Comilona con la familia y los vecinos. Mucho sake y mucho acordeón...

    ⁠‌—⁠‌Qué sake ni que hostias, si eso es japonés. ⁠‌—⁠‌El Pelanas, inquisitivo, certero.

    ⁠‌—⁠‌¡Calla, coño! ¿Qué sabrás tú? ⁠‌—⁠‌Molesto el Ramonet porque le jodan el relato⁠‌—⁠‌. Vuelve el tipo a la ciudad. No se encuentra muy bien por la mañana, pero se va a trabajar, a una fábrica de bandejas alimentarias. A ver quién tiene huevos de no presentarse en el trabajo, en los tiempos que corren. Tira como puede la jornada, la cosa va a peor. Pasa una noche de perros, vómitos y fiebre. Por la mañana llama a la fábrica y le cuenta al encargado de personal lo que le pasa: que se deje de hostias y salga echando hostias para allá. Otro puto día de infierno. El tipo está que ni ve, moqueando y tosiendo por todas partes. El médico de la fábrica dice que a lo mejor no es bueno que esté manipulando las bandejas, y lo meten al almacén a apilar cajas. A la mañana siguiente ya no consigue levantarse de la cama. Está con cuarenta de fiebre y tiritando como una mona. No se molestan ni en llamarlo. Despedido de inmediato, como se hacen allí las cosas.

    ⁠‌—⁠‌¡Pero qué coño sabrás tú de cómo funcionan en China las cosas! ⁠‌—⁠‌El Tuco al quite, hasta los cojones de la mierda de historia⁠‌—⁠‌. ¡Hay que joderse! Anda, ponme otro tercio.

    Movimiento que aprovecha alguno para escaparse, pero otros se acomodan para escuchar mejor. Hay gente para todo. El Leandro hace caja como en el intermedio de la ópera.

    ⁠‌—⁠‌El caso es que pasan los días y nadie se vuelve a acordar del tipo, hasta que su casero le reclama la renta y llama a la policía. Lo encuentran tieso como la mojama, libre del bicho porque han pasado casi dos semanas. Pero ya se ha liado parda. Han repartido bandejas con comida por un montón de residencias y hospitales, en los que empieza a palmar la peña a espuertas.

    ⁠‌—⁠‌¡Esa sí que es gorda! ⁠‌—⁠‌El Tuco, que se lo llevan los demonios, más violento si cabe⁠‌—⁠‌. O sea, que en China puede un empleado toser a su antojo en las bandejas de comida, sin que a nadie le llame la atención.

    ⁠‌—⁠‌¡A mí que me cuentas! Es lo que me ha contado el chino de Argumosa.

    El chino de Argumosa, otro liante. Y a saber, claro, porque el Ramonet entiende las cosas que le da la gana y luego se inventa la mitad. Anda y que les den por el culo a todos.

    ⁠‌—⁠‌Hala, a más ver.

    Sale el Tuco a la calle. Se lía un cigarro mientras piensa hacia dónde tirar. Está bastante pedo, otra vez, y lo mejor sería irse para casa, pero es incapaz de quitarse de la cabeza la carencia de psicotrópicos. Qué mala suerte, coño, con el fin del mundo a la vuelta de la esquina y sin un triste canuto. Piensa en pasearse de nuevo por los reductos de los negros, pero hoy precisamente no está en condiciones, por si se torciera la cosa como el día anterior. Como una exhalación lo atraviesa un grupito de menas belicosos y vacilones. Se ríen de su tambaleo de chuzo de bareto viejo. Por un momento, mientras los observa alejarse con ese aura de naranja mecánica... No, ni de coña, Tuco. A los menas ni acercarse, bastantes movidas ha tenido con ellos. Por no hablar del asunto de las bacterias fecales en el hachís. Solo de pensarlo se le ponen los pelos de punta.

    ⁠‌—⁠‌Otra hipótesis ⁠‌—⁠‌dentro el Ramonet que vuelve a la carga⁠‌—⁠‌. El contagio a través de terceros, otro bicho intermediario, como podrían ser los cerdos u otros mamíferos.

    Joder, ahora va a contar la puta peli de Contagio, ya le vale. Y sin cortarse un pelo. De repente al Tuco le apetece soledad, ver una película acurrucado en su sofá. Eso es. A la mierda todo, con lo bien que se está en casa.

    La fiesta del fin del mundo

    Después de dos cervezas más y pasearse por el catálogo trillado del servicio de vídeo bajo demanda, ya no sabe qué hacer. Ni puta gracia tiene la cosa. En su pensamiento era más atractivo todo. Es desagradable en parte por el mareo que tiene, que no es capaz de dejar la vista fija en ningún punto. Y luego también por el hartazgo de pasar una y otra vez por las mismas putas películas, las mismas series de mierda que empiezan medio bien y en pocos capítulos se desinflan. El exceso de producción apresurada de los tiempos modernos. Series para tipos duros, para maricas, para transexuales, boyeras, presidiarios, traficantes, chulos, putas. Para todo dios, y ni pizca de sentido. Cubrir el expediente, eso es lo que quieren. ¿Que faltan series sobre conductores de ambulancia, sobre fontaneros autónomos, ciclistas, viticultores…? ¡Lo arreglamos en un momento! ¿Qué importa la calidad?

    Acaba poniendo las noticias. Más alarma, suposiciones, confinamientos y restricción de movimientos por todas partes. Se le empieza a revolver el estómago. Esa sí que sería gorda, que cierren los comercios y prohíban los desplazamientos. Le hacen un hijo de madera. Piensa un instante en el disco duro y se le acelera el pulso. Sin un canuto durante quince putos días. Esto no hay quien lo aguante. Se pone en pie presa del pánico y se tira de nuevo a la calle.

    Son ya cerca de las tres de la madrugada y aún hay gente por todas partes. Parece la fiesta del fin del mundo. Y en esa situación, ¿qué hacer? ¿A qué dedicar sus últimas horas de vida? Después de peinar concienzudamente las calles de siempre, en busca de su negro, tira para arriba por Ave María, a escuchar un poco de música. Será simple la idea, pero le reconforta.

    Entra en el Estéreo que está hasta las trancas, con la música a toda hostia y

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