¿Linchamiento judicial?: ¿Tierra de corrupción?
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Esta frase vale tres años de prisión, con la accesoria de inhabilitación para el ejercicio del derecho de sufragio pasivo durante el tiempo de dicha condena, multa de seis meses, con una cuota diaria de 15 euros y dos años de inhabilitación especial para el ejercicio de empleo o cargo público por el delito de falsedad.
En un Estado de Derecho se condena a un inocente por falsificar un documento oficial, se oculta dicho certificado, así como la falsificación, y se libera de toda sospecha al firmante del escrito. No se aplica la normativa correspondiente, no existe falsificación y no existe delito. Todos los demás estamentos se tapan los ojos y dejan caminar al caballo. ¿Qué ley se aplica?
Maurilio Parrado Castro La vida es como un tren que va pasando por distintas estaciones. El mío arranca el 25 de diciembre de 1956, en la primera estación de Zotes del Páramo, un pequeño pueblo de la provincia de León y afectado por el síndrome de la España vaciada. Continúa dicho convoy cruzando las estaciones de la escuela, el instituto, el juniorado de los Maristas, la universidad, el trabajo, la oposición, el trabajo como funcionario. Se presenta una terminal con muchos obstáculos y el tren descarrila, ese apeadero se llama el penal El Dueso. Hay que parar, bajar, limpiar la vía, montar de nuevo en el ferrocarril y seguir el camino. Ahora ese vagón circula por la cornisa del Cantábrico, disfrutando de las estaciones del presente y observando las del futuro, la jubilación, la familia, los nietos… En definitiva, la tranquilidad.
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¿Linchamiento judicial? - Maurilio Parrado Castro
PRÓLOGO
El libro que el lector tiene en sus manos es, por suficientes razones, un documento singular. Se trata, en esencia, de un relato autobiográfico en el que se pormenorizan las vicisitudes de un episodio que ha marcado los años clave del protagonista. Una vida acomodada y plácidamente enfocada a un prometedor y merecido futuro, tanto para él como para su familia que se vio sometida, de manera inesperada, a una vorágine brutal. Inexplicable vuelta del revés de lo que parecía calmo y ordenado, a caballo desbocado sobre un complejo y largo procedimiento judicial que se deslizaba por una pendiente con matices cada vez más kafkianos.
El drama que se narra podría parecer, en una visión superficial o distante, más relacionado con el mundo de la psiquiatría que con el derecho. El autor, juzgado y sentenciado, habiendo cumplido la pena de prisión y abonado las compensaciones impuestas, mantiene que su actuación ha sido en todo momento acorde con la legalidad. Está convencido de haber sido objeto de una persecución con matices ideológicos que ha colocado en su contra a decenas de personajes de esta tragicomedia que o actuaron de mala fe o con saña injustificada, y a cuya cohorte se unieron jueces y magistrados que interpretaron erróneamente los hechos, no se detuvieron en analizar las circunstancias y no supieron o no quisieron aplicar correctamente un derecho especial: el minero.
Aunque el derecho penal no es mi especialidad, he defendido a suficientes presuntos infractores para confirmar que, con carácter general, todos están convencidos de su inocencia o encuentran justificaciones que estiman suficientes para eximirles de culpabilidad. Ni el autor de este libro ni el caso jurídico concreto se ajustan a esta tipología. Eso hace su relato especialmente interesante, merecedor de provocar una reflexión general, convirtiendo las peripecias y desventuras del autor en el asunto que trasciende de lo personal para poder ser visto como una invitación a reflexionar sobre cuestiones que pueden afectarnos o nos afectan a todos.
Maurilio Parrado es ingeniero de minas y licenciado en Derecho, con muchos años de experiencia en la administración pública como funcionario. Miembro de la Junta Directiva del Colegio de Ingenieros de Minas de Centro, solicitó sorprendentemente una Junta extraordinaria para explicar su situación procesal que muchos de sus colegas ignorábamos. En mayo de 2013 había sido condenado por la Audiencia Provincial de Valladolid a tres años de cárcel por falsedad en documento oficial.
Mantengo las notas que tomé, el 12 de junio de 2013, en el curso de aquella reunión, en la que un emocionado Maurilio desgranó los antecedentes y detalles de una pesadilla que, entonces, apenas comenzaba. No tiene sentido ni creo procedente que yo exprese aquí mi opinión personal ni que recoja los pareceres emitidos ya en ese momento por compañeros, algunos de ellos, también funcionarios. Con la sentencia aún caliente, se abría un camino procesal que el autor de este libro estaba decidido a recorrer sin dilación, en la confianza de que su inocencia sería puesta en evidencia.
La historia que se cuenta en el libro tiene interés en lo personal y en lo jurídico. Al margen de las circunstancias concretas del caso, se describe el itinerario emotivo, profesional y legal de una persona normal que se ha visto atrapada por una mecánica procesal de la que no consigue zafarse, en una mezcla idónea, actuando en su contra como un mejunje malévolo de testarudez, conocimientos técnicos, convicción de haber actuado conforme a los principios éticos y haber cumplido con la normativa legal. Nunca le abandonó el propósito, convertido en coraza insoslayable, de llevar su verdad hasta donde fuera necesario y sin detenerse en las consecuencias.
Estamos, pues, ante una narración de hechos reales, adobados continuamente por la referencia a la valoración subjetiva de lo que estaba sucediendo a su protagonista, convertido en paladín de su propia causa, empecinado en seguir adelante en un itinerario procesal en el que se le iba negando la apertura de nuevas puertas.
El detalle de los devenires judiciales puede parecer aburrido al lector a quien no interesen demasiado los entresijos de lo jurídico, pero resultan imprescindibles para valorar en su justa medida el esfuerzo de voluntad que llevó a Maurilio a agotar todos los recursos, apelar a cualquier instancia, en los que pudieran encontrar acogida sus argumentos y poder obtener la satisfacción que reclamaba para su inocencia.
Estamos ante un protagonista de hechos reales que se expresa con una inusitada resistencia frente al abatimiento o el desistimiento. Su fuerza de acción es la de creerse inocente, desde luego, aunque ella sola no justificaría su persistencia. La comprensión de esos otros elementos que conforman el corpus de móviles de Maurilio debería mover la curiosidad del lector.
La herida que supuró violentamente, cuando el autor estaba confinado en la cárcel de El Dueso, con el envío de varias cartas a algunos jueces, magistrados y periodistas, en las que expresaba, sin ambages, su no acatamiento formal a la sentencia que lo había condenado y apuntaba a retorcidos designios superiores, no está cerrada. Creo que no lo hará nunca, pero, como jurista y amigo de Maurilio, le recomiendo que extreme su prudencia en los juicios personales a las actuaciones de terceros. Debo admitir que no siempre me ha hecho caso.
Porque una cosa es estar en desacuerdo con una sentencia, exponer las razones que fundamentan la discrepancia —una especie de voto particular del propio sentenciado, experto en este caso en el derecho especial que no se le aplicó— y otra, distinta, es ver en el fallo judicial voluntad de dañar al acusado. Fui abogado de Maurilio en la parte más tortuosa de su periplo, tratando de hacer ver el efecto perturbador sobre su ánimo de su verdad subjetiva (con factores que la hacían parecer la única objetiva) sobre la procesal. No tuve éxito en lo principal, pues la mecánica judicial, llegado el caso, da amparo preferente a las más rancias esencias corporativas y no siempre quienes asumen la responsabilidad de juzgar tienen tiempo o ganas para meterse en honduras farragosas.
Puede que el mayor error de Maurilio surgiera con su carácter y fuera fruto de su innata voluntad justiciera, sostenida con una formación amplia y rigurosa, que le hicieran imaginar que su función principal como ciudadano fuera poner orden en un mundo convulso, sin ser consciente de las limitadas herramientas con las que contaba.
Nunca me preocupé ni expresé jamás mi curiosidad al autor del libro por conocer los entresijos que forjaron las enemistades que se crearon a su alrededor, y qué voluntades pudieron sentirse afectadas por sus convicciones ideológicas, actuando de filtro distorsionador para valorar sus decisiones. Pero me resulta evidente que en su periplo personal y judicial han contado, en variada medida, motivaciones políticas, confrontamientos del campo de las ideas, llevadas al terreno de lo personal.
En algunos momentos de su proceso, parece evidente que a Maurilio le perjudicó ser demasiado sabio, alardear de ser al mismo tiempo abogado e ingeniero en su causa, defendiendo sus argumentos sin el distanciamiento que permite seleccionar y enfatizar los aspectos esenciales. Le faltó la distancia en la percepción de los elementos claves para su defensa que le permitiera concentrarse en lo fundamental, abandonando en el olvido lo accesorio. En el proceso principal por el que fue condenado, su conocimiento técnico y legal le hizo aparecer como juez y parte, con declaraciones a los medios informativos, cuando estaba pendiente la sentencia, en las que alardeaba, no solo de su inocencia, sino de que, si prosperara la denuncia de que había sido objeto «no se le podría penalizar por cohecho o corrupto, sino por imbécil o idiota».
Desde el punto de vista procesal y jurídico, el autor de este libro padeció un terrible hándicap a la hora de que se valorara exactamente su caso y es no haber contado con una verdadera segunda instancia. La denuncia se condujo directamente a la Audiencia Provincial y los tribunales superiores a los que acudió posteriormente no entraron en la revisión de los hechos que consideraron probados.
Quedó por lo tanto sin considerar una cuestión que hubiera sido fundamental para apreciar la no culpabilidad de Maurilio. No hubo delito porque, según el derecho minero, su actuación como inspector de una explotación de caliza (plasmada en un documento que no firmó y en el que, según su testimonio y el de varios testigos, se registraron hechos ciertos) no era relevante para decidir sobre la continuidad de la concesión de derechos.
Este libro seguramente tiene, para Maurilio, vocación de catarsis, en cumplimiento de la necesidad de poner borrón y cuenta nueva para poder disfrutar de los años que le queden de vida con la satisfacción de no dejarse nada en la mochila, de haber conseguido explicarse. Así se lo deseo.
La inquebrantable apreciación subjetiva de haber sido condenado injustamente, el peso de haber sido tratado como recalcitrante delincuente en una de las cárceles más duras de España, la pérdida de su carrera profesional y la ruina económica, el abandono de amistades y la destrucción de su prestigio tuvieron que provocar en Maurilio un efecto devastador, del que se sobrepuso, como muestra de su peculiar personalidad y de su fuerte carácter.
Me incorporé, como letrado, a los devenires judiciales de Maurilio cuando, en una carta enviada desde el penal de El Dueso en el que cumplía condena, me solicitó que lo defendiera en un juicio por calumnias a los magistrados que lo habían condenado. Imposible olvidar el momento al que se unieron, para mí, las circunstancias personales de la brusca eclosión de uno de mis tumores. Autorizado para la visita profesional, me presenté el día antes de la vista ante el guardia civil que custodiaba la entrada expresando mi voluntad de ver a mi cliente. Se me condujo a un cuartucho miserable, en el que, al cabo de un buen rato, compareció Maurilio, del que me separó en todo momento un cristal blindado y con el que solo pude hablar por un interfono. Ninguna intimidad con el cliente, ausencia de comodidad. Tensa situación que solo paliamos, en parte, con la manifestación en gestos y palabras de recíproca simpatía.
Al día siguiente, en un juzgado de Laredo, esperé la llegada de Maurilio, que se hizo en un furgón de la Guardia civil, esposado. Así se le mantuvo en todo momento, a pesar de que solicité reiteradamente a Su Señoría que se le quitaran las esposas al penado, a lo que no accedió. Fue una de las vivencias más deplorables y crueles con las que me enfrenté en mi larga experiencia profesional. A esas circunstancias lamentables, se añadió la evidencia personal de que tenía que lidiar con una grave retención de orina que me obligaba a morderme los labios de dolor y rabia por el despecho.
Deseo fervientemente que este relato de un proceso singular, en el que se entremezclan múltiples aspectos, personales, jurídicos y técnicos, tenga la acogida y consiga el respeto que se merece. El lector dispone de elementos suficientes para emitir su propio juicio. Y espero también, con aún mayor intensidad, que Maurilio Parrado consiga finalmente la redención espiritual de su pena, el final de su periplo personal porque se le haga justicia.
Ángel Manuel Arias
Dr. Ingeniero de Minas y Abogado
Escrito el último día del año 2022
I EL AMANECER
El sonido de una inesperada y fuerte sirena me hace saltar de la cama interrumpiendo mis horas de descanso. Me encuentro somnoliento, en un estado bamboleante entre el cansancio y la vigilia de la sirena que aún aturde mis oídos. Por la espalda me recorre un fuerte dolor lumbar producto de haber dormido en un precario e incómodo colchón. A lo lejos, oigo voces que gritan, pero no logro entender con claridad qué es lo que dicen. Puede ser que, la difícil noche que acabo de pasar o por el insomnio generado por el constante estrés de los últimos meses de mi vida o ambos factores sean la causa de mi actual malestar.
Por más que me esfuerce, aún no puedo comprender con lucidez qué es lo que está sucediendo a mi alrededor. El bullicio me cautiva y cada vez se siente con más claridad, como si fuera el volumen de una radio que aumenta sin parar. Todo parece indicar que ya ha amanecido, pero aún me encuentro recostado en el mugriento colchón de una fría y húmeda habitación, evitando abrir los ojos para no tener que enfrentar la realidad que me toca vivir. Por el cuerpo me recorre una sensación de cansancio y pesadez embotando todos mis sentidos. No soy capaz de interpretar si aún me encuentro soñando o es la realidad que me golpea desde fuera con la intención de despertarme. O, simplemente, estoy aquí y no quiero abrir los ojos.
Todavía no puedo entender cómo sucedió todo esto ni cuándo ocurrió. No entiendo si estoy viviendo una pesadilla o si fue el deseo de algunos de querer arruinarme la vida por haberlos enfrentado, por haber levantado la voz y no callar cuando quizás lo debería haber hecho. Pero lo llevo en la sangre, ese deseo de ir contra la injusticia, contra lo que está mal, contra el cáncer de la sociedad y que lo podemos resumir con una sola palabra: corrupción. Corrupción en los diversos estratos de la sociedad.
Las voces se acercan cada vez más y más, hasta sentir que me gritan desde la rejilla que asoma por la puerta:
—¡Despiértese! Es hora de levantarse, debemos realizar el recuento de los presos.
—¿Dónde estoy? —murmuro por lo bajo.
De repente, advierto que la pesadilla que creía estar soñando se ha vuelto realidad. Aún no puedo creer la absurda situación que me llevó hasta este extraño lugar. Estoy atónito por la ineficiencia del sistema judicial español y, sobre todo, me encuentro espantado de la condena judicial que me obliga a pasar tres años de mi vida en uno de los lugares más olvidados de la sociedad y que debo cumplir en El Dueso.
Voy a compartir muros con personajes ilustres que han pasado por la cárcel de El Dueso. Este ha sido el caso de Eleuterio Sánchez, El Lute; el general Sanjurjo, condenado tras su fallido golpe de Estado en 1932; los dramaturgos Cipriano Rivas Cherif y Antonio Buero Vallejo; o el líder socialista Ramón Rubial. Otro de los presos destacados fue Rafael Escobedo, único condenado por el crimen de los Marqueses de Urquijo, que se suicidó en su celda de El Dueso en 1988. También, Simón Sánchez Montero, dirigente del Partido Comunista de España.
En el aire se respira un profundo olor rancio mezclado con el frío matinal de una típica jornada de invierno en Cantabria. Pienso que el olor proviene del único lugar donde puedo realizar mis necesidades dentro de la celda en la que me encuentro transitoriamente. El baño, si se le puede llamar así y del que suelen salir algunas alimañas, es un simple hueco en el suelo de la celda y debo ser bastante certero en el momento de utilizarlo.
¿Quién podría pensar que iba a terminar siendo un preso más de El Dueso? Ni siquiera en la más absurda de las situaciones o escenarios que me podía representar de niño, me hubiese imaginado terminar aquí. Por mi cabeza pasan la imagen de mi esposa, mis hijos, mis amigos, mis colegas ingenieros, mis padres y mis hermanos. Tengo todo el tiempo del mundo para pensar, pero ya nada va a volver a ser igual. Nadie ni nada podrá devolverme el derroche de tiempo que debo cumplir dentro de estos muros. No sé si llorar o poner la mejor cara para enfrentar este extraño momento de mi vida.
En la vida normalmente nos preparamos para estudiar, trabajar, formar una familia, ser libres…, pero nadie nos prepara para vivir privados de nuestra libertad. Sobre todo, siendo injustamente condenado.
Mientras me preparo para presentarme al recuentro de presos, advierto que solamente han pasado dos días desde el inicio del cumplimiento de la pena por haber cometido, teóricamente, el delito de falsificación de documentos. En este momento, utilizando un término de la psicología social, me siento simplemente como un chivo expiatorio de la casta política de la región de Castilla y León.
La orden que recibimos de los oficiales es que debemos presentarnos delante de las puertas de las celdas para facilitar la tarea del recuento, pero yo no dejo de pensar en los argumentos que expondré ante los organismos internacionales de Derechos Humanos de Naciones Unidas sobre mi situación.
Muchas veces he sentido la frase: «Uno nunca sale como entró», y que la prisión te cambia la forma de ver y vivir la vida. Y ya siento los efectos de esa frase en mis pensamientos. El objetivo de una prisión es separar al convicto de la criminalidad, proteger a la sociedad de los sujetos peligrosos, de disuadir a quienes pretenden cometer actos contrarios a la ley y reeducar al detenido para su reinserción social. Pero ¿qué sucede si uno es inocente y termina en un lugar así?
Finalizado el recuento, recibimos la orden de proceder en fila al comedor para recibir el desayuno. En cada paso, pienso cuántas veces no he tomado dimensión de las cosas que tenemos hasta que nos las quitan o las perdemos. Cuántas veces no somos conscientes de nuestra libertad como seres humanos hasta que llega el momento en que nos cercenan uno de los valores más básicos y fundamentales inherentes al hombre, expresado en múltiples tratados referidos a los Derechos Humanos. Y aquí me encuentro, privado de mi libertad por una causa completamente injusta y cumpliendo una sentencia que no me corresponde.
Aquí adentro parece que el tiempo se detiene, que los muros y los barrotes están hechos para que uno no deje de pensar ni siquiera un solo segundo en cada uno de los instantes vividos. Se me vienen tantos recuerdos a la mente, recuerdos de mi niñez, de todo lo que me costó llegar hasta donde he llegado en mi vida, de mis compañeros de escuela, de mi padre trabajando de sol a sol sin tomarse ni siquiera una sola semana de vacaciones para que mis hermanos y yo pudiéramos salir adelante. Y así fue como, gracias a su amor incondicional hacia su familia y por la constancia con la que nos educó, pudimos progresar en la vida.
Mientras bebo una taza de café y como una tostada con mermelada de durazno, no puedo dejar de reflexionar en la historia de mi vida. Mis orígenes se remontan a un pequeño pueblo de la España