Ppr, La Guerra No Está En La Calle
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Javier Urdaneta Colón
Javier Urdaneta Colón nació el 18 de marzo de 1969, en San Juan, Puerto Rico. Abogado y Notario de profesión. Evolucionó dentro de la Rama Judicial desde Guardalmacén hasta Oficial Jurídico. Posteriormente, se desempeñó como abogado en la Oficina de Asuntos Legales de la Policía de Puerto Rico. Como parte de su formación universitaria, completó estudios en Tecnología para la Ingeniería Industrial, en el campo de la Psicología y en Derecho. Su compromiso con los ideales de justicia, libertad, responsabilidad y rectitud, lo muestra como un hombre serio y meticuloso en el plano profesional. En su entorno personal se proyecta como un hombre familiar, amoroso, generoso, comprometido con su crecimiento personal y con el de aquellos que le rodean.
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Ppr, La Guerra No Está En La Calle - Javier Urdaneta Colón
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431760
ÍNDICE
Prólogo
Introducción
Mis Comienzos En La PPR
Un Edificio
Una Oficina (OAL)
Algunos Compañeros De Oficina
El Retrato De Lo Absurdo
El Reclutamiento Policiaco
La Supervisión
Del Trato Policiaco A Los Asuntos Del Pueblo
De La Violencia Que Puede Provocar Quien Está Llamado A Controlarla
De Las Quejas Presentadas Ante La PPR
El Camino De Menor Resistencia, El Camino Del Caos
Disciplina Diferenciada
Los Traslados
Las Querellas En La Oficina Legal
Las Demandas En La Oficina Legal
El Día Que Los Federales Preguntaron: What The Hell Is This?
Los Tarjeteros De La Discordia
Adiestramientos
Los Ascensos
Los Combos
Confidencialidad
Los Escorpiones
Oficinas De Apoyo
La Tragedia De Lastimarse En Servicio
Los Sin Sabores De Ser Policía
La Madre Ingrata
Modalidades Administrativas
De Los Síndromes En El Cuerpo Policiaco
De Los Contratos Y Patólogos
Empleados De Carrera V. Empleados De Confianza
Cosas De La Legislatura
De Un Ciudadano Común Con Herramientas Excepcionales
Mis Últimos Días En La Agencia
¿Qué Se Espera Públicamente De La PPR?
El Resultado
Luego De Mi Salida
Factores Que Comprometen Negativamente A La PPR Y Que Deben Ser Corregidos
La Percepción Pública
Informe Del Departamento De Justicia Federal
Informe De La ACLU
Conclusión
Agradecimientos
Dedicado a la memoria de mi amado viejo, Víctor Urdaneta Hernández, quien vivió su vida con humildad y responsabilidad, mientras me inculcaba valores de laboriosidad, persistencia, respeto y libertad. Siempre te recordaré con amor.
PRÓLOGO
Cuando el escrito de PPR La Guerra no está en la calle llegó a mis manos, confieso que me embargó una gran curiosidad. El Lcdo. Javier Urdaneta Colón ciertamente tuvo un toque de genialidad al escoger un titulo tan sugestivo y finalmente tan apropiado. Yo conocía previamente que su intención era escribir y publicar un libro sobre la Policía de Puerto Rico. Lo mejor de todo era que la información a ser revelada emana de una fuente directa como él y constituía el producto de arduo trabajo e investigación realizada por varios años. Lo que yo no sabía o anticipaba era que a través de la lectura iba yo -poco a poco- a entrar en un estado de ansiedad intensa. Le llamo ansiedad porque no quiero y me resisto a llamarle desesperanza; después de todo lo último a perderse es la fe.
El autor aquí nos conduce y nos descubre un mundo absurdo en el diario funcionamiento de esa agencia conocida como la Policía de Puerto Rico. Un laberinto aterrador de ineficiencia brutal de la institución responsable de proteger vida y propiedad. Cuando uno lee PPR La Guerra no está en la calle identifica a la Policía de Puerto Rico como un microcosmos que es reflejo de la sociedad del país en que vivimos. De los grandes problemas que se tienen es aquel que trata sobre la poca profundidad de las raíces que conforman nuestras diversas instituciones. Esto es, la estructura gubernamental de cada agencia responde al personaje de turno nombrado para dirigirla y no está enfocada precisamente para servir y responder a la expectativa ciudadana. Por ello es que no existe, por ejemplo un Departamento de Educación, sino un Secretario de Educación, un Departamento de Salud sino un Secretario de Salud, y así otros tantos. Funcionarios que hacen y deshacen a su gusto y donde la ceguera partidista nubla la responsabilidad de una sana administración. Esa dinámica resulta, la más de las veces, en consecuencias adversas para el país. En el caso particular de la Policía de Puerto Rico, los resultados de tal política, son nefastos.
El autor Urdaneta Colon enfoca su narrativa en ese mundo que se llama la Policía de Puerto Rico de la forma más objetiva en que puede hacerlo alguien, que experimentó personalmente las vivencias y experiencias en un ambiente muchas veces surrealista. Este libro es el primero en su clase. No es que no haya habido otros, es que éste se aparta de la guerra sangrienta callejera y se centra, cual cirujano, en la autopsia del cuerpo que se nos descubre como uno gravemente enfermo y encartonado. Nuestra ventaja como lectores aquí es formidable, porque nos sumergimos literariamente en las aguas turbias de la dinámica policiaca puertorriqueña, y lo hacemos tomados de la mano del llamado conocimiento de causa a través del autor. Me permito tener la impresión de que éste ha optado en su narrativa por una diplomacia literaria, quizás anticipando y evitando así, consecuencias de naturaleza legal. Con frecuencia y tristemente no hay muchas opciones para el que escribe.
Por primera vez en una obra de esta clase, el autor ha incursionado en la mentalidad de los personajes que diestran y siniestran el honroso cuerpo. Estos son de carne y sangre y están o estuvieron allí. Urdaneta Colon ha considerado a los involucrados, en su mayoría, como funcionarios honestos, dedicados e inteligentes. Sin embargo, como seres humanos, algunos son brillantes y otros incompetentes, otros con una visión panorámica y algunos con mente obtusa, pero cada uno falible, capaces de cometer errores por omisión o comisión. Algunos, y éstos son los menos, tienen agendas delincuentes y criminales como si fueran predadores en época de caza.
Pero el autor no pretende juzgar o condenar, sino todo lo contrario. Más que un grito de auxilio es una advertencia a llamar la atención a la reflexión y la racionalidad a una sociedad que se ha dejado secuestrar como rehén por una clase política mediocre e irresponsable. En el caso de PPR La Guerra no está en la calle ese llamado a la reflexión es a lo que aspira este libro. Espero que usted, amable lector, lo disfrute; esto también es la finalidad de un buen libro.
Finalizo con esto. A la edad de 86 años, a raíz de la entrada al nuevo milenio, un muy estimado y distinguido profesor a quién llamaré Bernardo me narró el siguiente incidente. Bernardo tendría unos 23 años, casi para recibirse de bachiller, y fungía como secretario personal de un ilustre letrado que además pertenecía a la aristocracia local. Transcurría el año 1937 y un domingo en la ciudad de Ponce, se encontraba Bernardo y el ilustre letrado ordenando en un expediente los documentos a ser utilizados en el Tribunal al siguiente día. Mientras esto hacían, de pronto escucharon detonaciones y gritos propios de gente en pánico. El ilustre letrado dijo a su joven ayudante: -Bernardo, asómate al balcón y averigua que es esa terrible conmoción. Era el balcón de una casa de dos plantas estilo señorial de esas que abundan en la ciudad de Ponce. Bernardo salió al balcón y cuando vio lo que sucedía se llevó las manos a la cabeza y gritando fuera de sí dijo: -Licenciado, Licenciado, los policías se han vuelto locos y están matando gente a palos y a balazos. Venga, venga usted y mire. El ilustre letrado, que no salía de su asombro, exclamó: - Éntrate Bernardo. Cierra la puerta.
Soni Packard
19 de octubre de 2012
INTRODUCCIÓN
Desde mi entrada a la Policía de Puerto Rico (PPR) en el 2003, percibí un raro ambiente laboral. Los aires de disfuncionalidad, desconfianza, desmoralización, desapego, desaliento, descontento, improductividad, escasez, insensibilidad, despilfarro, desobediencia, desconsuelo, etc., se difundían libre e ilimitadamente en todos los confines de la agencia. Los aires de superioridad distinguibles en algunos funcionarios, me hacían preguntarme la razón por la cual el ambiente era tan tenso y desagradable. Los rasgos de tristeza y depresión percibida en la cara de muchos empleados me hacían preguntarme cuál sería el epicentro de tanto mal.
Con el paso de los años descubrí que los aires de superioridad estaban ligados, no a capacidades laborales excepcionales, sino a vínculos político partidistas. Igualmente, fui descubriendo como las capacidades excepcionales de algunos empleados fueron causa común de un triste estado depresivo y de desapego. Transcurrido más tiempo comprobé que la PPR estaba enterrada en una crisis de valores tan terrible como la de la sociedad a la que supuestamente intentaba proteger.
Todos los días, por años, me preguntaba ¿Qué puedo hacer yo como abogado de esta agencia para mejorar la desdicha en que se encuentra? ¿Aplicar más medidas disciplinarias a los empleados, poner más énfasis en la sanción, más asesoramiento defensivo, más dureza en la disciplina, más reuniones, más escritos, más combates para imponer la reglamentación o sencillamente, más desapego?
Por años me dediqué a hacer ejercicios, yoga, meditaciones, tai chi y cuanta alternativa encontrara para reducir el exceso de estrés que me causaba la continua lucha. La batalla contra el estrés no estaba resultando. Las largas horas de trabajo que exigían mis funciones, unido a la carencia de recursos y resultados, me alejaron de los ejercicios, la debida alimentación y el requerido descanso. Así, paulatinamente, me fui engranando en la maquinaria rudimentaria de la agencia. Este abandono salubrista resultó en una visita al cardiólogo, cuando mi pulso se negaba a bajar de 102 latidos por minuto, cuando lo usual por años eran aproximadamente 60.
—¿Estás usando alguna droga ilícita?, me preguntaba el cardiólogo, libreta en mano.
—No.
—¿Medicamentos recetados?
—No
—¿Cafeína?
—No, no tomo café.
—¿Estás comiendo bien?
—No como debería.
—¿Estás durmiendo bien?
—No como debería.
—¿Tienes mucho estrés?
—Sí
—¿A qué te dedicas?
En ese momento se fue abriendo el telón del teatro que yo mismo había compuesto, y ambos, el cardiólogo y yo, estuvimos de acuerdo en la importancia de cuidar la salud y en la peligrosidad de desvivirse por el trabajo.
—No podrás resolver todas las situaciones a las que te enfrentas en un lugar como ese, decía mi cardiólogo—, sin embargo, deberías hacer algo por mejorar tu calidad de vida. Eso sí tiene solución.
Calidad de vida
. Nunca borré esa expresión de mi ser mientras laboré en la Policía. Era exactamente lo que no había en aquel lugar.
Un buen libro de auto ayuda, entre otras hermosas decisiones, resultó útil en mi empeño por mejorar mi calidad de vida. El análisis que hacía el libro era fundamentalmente el mismo que pretendo con este trabajo. Ante tanta negativa gubernamental para aceptar que la agencia estaba sumida en una muy peligrosa crisis institucional, entendí apropiado colaborar en dicho reconocimiento. Reconocer que una persona u organización está inmersa en un dilema existencial es requisito primordial de toda transformación positiva. En pos de obtener una Calidad de Vida que propendiera al bienestar de sus recursos humanos y de la ciudadanía, entendí que lo mismo aplicaría a la Policía de Puerto Rico. Es ese el propósito fundamental de este libro.
Después de pensar mucho en la situación que atravesaba la Policía de Puerto Rico, solía pensar que se trataba sencillamente de una agencia pública dominada por la misma ausencia de valores morales y espirituales que afecta a nuestra sociedad. No obstante, tal posibilidad no puede ser justificación. Una agencia como la Policía de Puerto Rico debe ser modelo evidente de los valores que reinan en una sociedad progresista. Si no están presentes, deben estarlo. Puerto Rico no puede darse el lujo de acostumbrarse a que su principal agencia de seguridad actúe fundamentada en la carencia de valores sociales. Aceptarlo así implicaría el desmoronamiento de la justicia y la libertad. Un pueblo que no puede confiar en su cuerpo policiaco (y en sus instituciones públicas) es un pueblo en franco deterioro constitucional, adentrándose así peligrosamente en los modelos políticos de las dictaduras. Percibo que por ahí vamos, pero, ¿es realmente esto lo que desea nuestro pueblo?
Ahora pienso que la Policía de Puerto Rico es sencillamente un adolescente engreído, al cual no le han encaminado correctamente. No puede regularse a sí mismo; piensa que está en lo correcto, mientras que el resto de la humanidad no lo está; vive en continua dependencia de los demás o arrebata lo que entiende que le pertenece; sus miedos lo llevan a reaccionar irrazonablemente; actúa fundamentado en que el fin justifica los medios
y se niega a aceptar que sus actos tienen un evidente impacto negativo en la vida de los demás. Es un ego inmaduro, incapaz de percibir las necesidades de los demás. Su único objetivo es sobrevivir, aun cuando tenga que destruir todo a su alrededor para lograrlo.
Pues bien, el adolescente debe madurar, hacerse un adulto responsable y productivo; prudente y razonable
, como espera nuestra normativa jurídica. Para ello, los ciudadanos debemos poner de nuestra parte, comprender que los efectos de las fallidas políticas administrativas y operacionales de esa agencia deben modificarse prontamente —y exigirlo—, con el fin de sanearlos significativamente, de modo que mejoremos y preservemos valores de convivencia social y ética.
A veces, como padres responsables, no nos queda más alternativa que referir a nuestros hijos adolescentes engreídos a un especialista, porque nos damos cuenta de que van por mal camino y se niegan a escuchar nuestros consejos. A veces los adolescentes entienden que todo cambio les perjudica. La asistencia de un especialista, de un procedimiento o terapia externa que les ayude a encaminarse correctamente es meritoria entonces. Tristemente, entiendo que ha llegado ese momento para la Policía de Puerto Rico. La necesidad de guía y controles externos se ha hecho una necesidad ante la continua demostración de su incapacidad para auto regularse.
He aquí mi aportación.
MIS COMIENZOS EN LA PPR
En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario.
—George Orwell
M is comienzos en la Policía fueron difíciles. Solicité ingreso al Registro de Elegibles para un puesto de Abogado I en el Servicio de Carrera. Para aquella época de mayo de 2003, el Superintendente de la Policía era el Lcdo. Víctor Rivera. Admirable personaje, muy preparado, muy pulido, caballero de mucha cultura, de verbo peculiar. Había estudiado Filosofía, Actuación, Derecho y no sé qué más. Se desempeñó como abogado y como Juez Superior. No hablaba mucho. Miraba con seriedad y tenía claro que en su abultada agenda no había tiempo para intermedios. Así que no era raro que limitara rigurosamente las reuniones. Recuerdo una mañana que entré a su oficina para discutir una situación.
—Lcdo. Tiene 7 minutos para explicarme la situación y encontrar una solución.
Aún cuando se dibujó una pequeña sonrisa en mis labios, sabía que él no estaba bromeando. No obstante su seria y resuelta actitud profesional, era un hombre de un gran carisma. No solía llegar a conclusiones sobre sus subalternos ni sobre las situaciones entre policías y ciudadanos sin tener algún conocimiento de los hechos. Saludaba a todo el personal en los pasillos. Se desplazaba por ellos con una cándida firmeza. Era una figura de autoridad diferente. Por ello quizás no fue bien comprendido. Tenía arraigados principios, más de los esperados para ser un ente político —Sí, me refiero al político como la figura que ostenta su autoridad fundamentado en sus contactos con la política partidista aunque participara de la misma activamente o no—. Decían que era PPD. Fue nombrado por Sila María Calderón cuando era Gobernadora de Puerto Rico y fue confirmado por un Senado de ese mismo partido. Entiendo que en su afán por demostrarle al pueblo que trabajaba en su beneficio, tomó decisiones desacertadas y probablemente inadecuadas para su propia imagen como servidor público. Lo recuerdo participando de múltiples operativos policiacos, mostrando ante la prensa del país su cara de entrega al servicio. No obstante, no existía una conciencia del daño que su presencia podía