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Luminarias Checas: Jan Huss - Su Jornada
Luminarias Checas: Jan Huss - Su Jornada
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Libro electrónico566 páginas8 horas

Luminarias Checas: Jan Huss - Su Jornada

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Romance histórico de la época del despertar de la conciencia nacional checa.

La obra recibió MENCIÓN DE HONOR por la Academia Imperial Rusa de Ciencias

En su prefacio hay fuentes que afirman que All

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 jul 2023
ISBN9781088232873
Luminarias Checas: Jan Huss - Su Jornada

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    Luminarias Checas - Vera Kryzhanovskaia

    Romance Histórico

    LUMINARIAS CHECAS

    Dictado por el Espíritu

    CONDE J. W. ROCHESTER

    Psicografía de

    VERA KRYZHANOVSKAIA

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Febrero, 2022

    Traducido al Español de la Edición Portuguesa

    © VERA KRYZHANOVSKAIA

    Houston, Texas, USA      

    E– mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    LUMINARIAS CHECAS

    Romance histórico de la época del despertar de la

    conciencia nacional checa.

    La obra recibió MENCIÓN DE HONOR por la

    Academia Imperial Rusa de Ciencias

    Texto en checo:

    Exaltemos solemnemente la fama de los gloriosos eslavos de la obra Slavy Dcery" de Jan Kolar

    Texto en alemán:

    "¿Crees que eres inalcanzable?

    En este caso, allá abajo están los bosques de Bohemia que agitan su follaje en soñolienta y silenciosa paz.

    ¡Ese es el mundo de los eslavos!

    ¡Cuando este mundo despierte será el adiós de la vieja Europa!"

    Max Haushofer

    Editorial Cooperativista

    PETROGADO

    1915

    De la Médium

    Vera Ivanovna Kryzhanovskaia, (Varsovia, 14 de julio de 1861 – Tallin, 29 de diciembre de 1924), fue una médium psicógrafa rusa. Entre 1885 y 1917 psicografió un centenar de novelas y cuentos firmados por el espíritu de Rochester, que algunos creen que es John Wilmot, segundo Conde de Rochester. Entre los más conocidos se encuentran El faraón Mernephtah y El Canciller de Hierro.

    Además de las novelas históricas, en paralelo la médium psicografió obras con temas ocultismo– cosmológico. E. V. Kharitonov, en su ensayo de investigación, la consideró la primera mujer representante de la literatura de ciencia ficción. En medio de la moda del ocultismo y esoterismo, con los recientes descubrimientos científicos y las experiencias psíquicas de los círculos espiritistas europeos, atrajo a lectores de la alta sociedad de la Edad de Plata rusa y de la clase media en periódicos y prensa. Aunque comenzó siguiendo la línea espiritualista, organizando sesiones en San Petersburgo, más tarde gravitó hacia las doctrinas teosóficas.

    Su padre murió cuando Vera tenía apenas diez años, lo que dejó a la familia en una situación difícil. En 1872 Vera fue recibida por una organización benéfica educativa para niñas nobles en San Petersburgo como becaria, la Escuela Santa Catalina. Sin embargo, la frágil salud y las dificultades económicas de la joven le impidieron completar el curso. En 1877 fue dada de alta y completó su educación en casa.

    Durante este período, el espíritu del poeta inglés JW Rochester (1647– 1680), aprovechando las dotes mediúmnicas de la joven, se materializó y propuso que se dedicara en cuerpo y alma al servicio del Bien y que escribiera bajo su dirección. Luego de este contacto con la persona que se convirtió en su guía espiritual, Vera se curó de tuberculosis crónica, una enfermedad grave en ese momento, sin interferencia médica.

    Vera Ivanovna comenzó a psicografiar a los 18 años. Según V.V. Scriabin, sucedió algo sobrenatural cuando escribió: A menudo, en medio de una conversación, de repente se quedaba en silencio, se ponía pálida y se pasaba la mano por la cara, empezaba a repetir la misma frase: ¡Dame un lápiz y papel, rápido! Por lo general, en este momento, Vera se sentaba en un sillón en una mesa pequeña, donde casi siempre había un lápiz y una libreta de papel. De repente, comenzó a escribir sin mirar el papel. Era una verdadera escritura automática. (...) Este estado de trance duró de 20 a 30 minutos, después de los cuales Vera Ivanovna generalmente se desmayó. (...) Las transmisiones escritas siempre terminaban con la misma palabra: Rochester. Según Vera, ese era el nombre (o más bien, el apellido) del Espíritu que recibió. (V.V. Scriabin. Recuerdos. Ver # 65 de la bibliografía, p. 24– 25).

    Un testimonio similar se puede encontrar en las Notas literarias de M. Spassovsky: "En el estado inconsciente, ella siempre escribe en francés... Sus escritos son traducidos al ruso y escritos juiciosamente por la propia autora o por una persona de su confianza. (M. Spassovsky. Notas literarias –. Veshnie Vody", 1916, volumen 7– 8, p. 145).

    En 1880, en un viaje a Francia, participó con éxito en una sesión mediúmnica. En ese momento, sus contemporáneos se sorprendieron por su productividad, a pesar de su mala salud. En sus sesiones de Espiritismo se reunieron en ese momento famosos médiums europeos, así como el príncipe Nicolás, el futuro Zar Nicolás II de Rusia.

    En 1886, en París, se hizo pública su primera obra, la novela histórica Episodio de la vida de Tiberio, publicada en francés, (así como sus primeras obras), en la que ya se notaba la tendencia por los temas místicos. Se cree que la médium fue influenciada por la Doctrina Espírita de Allan Kardec, la Teosofía de Helena Blavatsky y el Ocultismo de Papus.

    Durante este período de residencia temporal en París, Vera psicografió una serie de novelas históricas, como El faraón Mernephtah, La abadía de los benedictinos, El romance de una Reina, El canciller de hierro del Antiguo Egipto, Herculanum, La Señal de la Victoria, La Noche de San Bartolomé, entre otros, que llamaron la atención del público no solo por los temas cautivadores, sino por las tramas apasionantes. Por la novela El canciller de hierro del Antiguo Egipto, la Academia de Ciencias de Francia le otorgó el título de Oficial de la Academia Francesa y, en 1907, la Academia de Ciencias de Rusia le otorgó la Mención de Honor por la novela Luminarias checas.

    Del Autor Espiritual

    John Wilmot Rochester nació en 1ro. o el 10 de abril de 1647 (no hay registro de la fecha exacta). Hijo de Henrique Wilmot y Anne (viuda de Sir Francis Henrique Lee), Rochester se parecía a su padre, en físico y temperamento, dominante y orgulloso. Henrique Wilmot había recibido el título de Conde debido a sus esfuerzos por recaudar dinero en Alemania para ayudar al Rey Carlos I a recuperar el trono después que se vio obligado a abandonar Inglaterra.

    Cuando murió su padre, Rochester tenía 11 años y heredó el título de Conde, poca herencia y honores.

    El joven J.W. Rochester creció en Ditchley entre borracheras, intrigas teatrales, amistades artificiales con poetas profesionales, lujuria, burdeles en Whetstone Park y la amistad del rey, a quien despreciaba.

    Tenía una vasta cultura, para la época: dominaba el latín y el griego, conocía los clásicos, el francés y el italiano, fue autor de poesía satírica, muy apreciada en su época.

    En 1661, a la edad de 14 años, abandonó Wadham College, Oxford, con el título de Master of Arts. Luego partió hacia el continente (Francia e Italia) y se convirtió en una figura interesante: alto, delgado, atractivo, inteligente, encantador, brillante, sutil, educado y modesto, características ideales para conquistar la sociedad frívola de su tiempo.

    Cuando aun no tenía 20 años, en enero de 1667, se casó con Elizabeth Mallet. Diez meses después, la bebida comienza a afectar su carácter. Tuvo cuatro hijos con Elizabeth y una hija, en 1677, con la actriz Elizabeth Barry.

    Viviendo las experiencias más diferentes, desde luchar contra la marina holandesa en alta mar hasta verse envuelto en crímenes de muerte, la vida de Rochester siguió caminos de locura, abusos sexuales, alcohólicos y charlatanería, en un período en el que actuó como médico.

    Cuando Rochester tenía 30 años, le escribe a un antiguo compañero de aventuras que estaba casi ciego, cojo y con pocas posibilidades de volver a ver Londres.

    En rápida recuperación, Rochester regresa a Londres. Poco después, en agonía, emprendió su última aventura: llamó al cura Gilbert Burnet y le dictó sus recuerdos. En sus últimas reflexiones, Rochester reconoció haber vivido una vida malvada, cuyo final le llegó lenta y dolorosamente a causa de las enfermedades venéreas que lo dominaban.

    Conde de Rochester murió el 26 de julio de 1680. En el estado de espíritu, Rochester recibió la misión de trabajar por la propagación del Espiritismo. Después de 200 años, a través de la médium Vera Kryzhanovskaia, El automatismo que la caracterizaba hacía que su mano trazara palabras con vertiginosa velocidad y total inconsciencia de ideas. Las narraciones que le fueron dictadas denotan un amplio conocimiento de la vida y costumbres ancestrales y aportan en sus detalles un sello tan local y una verdad histórica que al lector le cuesta no reconocer su autenticidad. Rochester demuestra dictar su producción histórico– literaria, testificando que la vida se despliega hasta el infinito en sus marcas indelebles de memoria espiritual, hacia la luz y el camino de Dios. Nos parece imposible que un historiador, por erudito que sea, pueda estudiar, simultáneamente y en profundidad, tiempos y medios tan diferentes como las civilizaciones asiria, egipcia, griega y romana; así como costumbres tan disímiles como las de la Francia de Luis XI a las del Renacimiento.

    El tema de la obra de Rochester comienza en el Egipto faraónico, pasa por la antigüedad grecorromana y la Edad Media y continúa hasta el siglo XIX. En sus novelas, la realidad navega en una corriente fantástica, en la que lo imaginario sobrepasa los límites de la verosimilitud, haciendo de los fenómenos naturales que la tradición oral se ha cuidado de perpetuar como sobrenaturales.

    El referencial de Rochester está lleno de contenido sobre costumbres, leyes, misterios ancestrales y hechos insondables de la Historia, bajo una capa novelística, donde los aspectos sociales y psicológicos pasan por el filtro sensible de su gran imaginación. La clasificación del género en Rochester se ve obstaculizada por su expansión en varias categorías: terror gótico con romance, sagas familiares, aventuras e incursiones en lo fantástico.

    El número de ediciones de las obras de Rochester, repartidas por innumerables países, es tan grande que no es posible tener una idea de su magnitud, sobre todo teniendo en cuenta que, según los investigadores, muchas de estas obras son desconocidas para el gran público.

    Varios amantes de las novelas de Rochester llevaron a cabo (y quizás lo hacen) búsquedas en bibliotecas de varios países, especialmente en Rusia, para localizar obras aun desconocidas. Esto se puede ver en los prefacios transcritos en varias obras. Muchas de estas obras están finalmente disponibles en Español gracias al World Spiritist Institute.

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc, nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrada en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    INDICE

    PREFACIO

    UN POCO DE HISTORIA

    EL TIEMPO DE LAS REFORMAS

    Las Herejías

    Las Corrientes de Pensamiento

    La Época de las Reformas  Los siglos XIV y XV

    La Crisis del Cristianismo

    El Gran Cisma

    – Juan Wyclif –

    Profeta de una Nueva Era

    Bohemia y el Imperio

    Jan Huss

    El Legado de Jan Huss

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    CAPÍTULO VIII

    CAPÍTULO IX

    CAPÍTULO X

    CAPÍTULO XI

    SEGUNDA PARTE

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    CAPÍTULO VIII

    CAPÍTULO IX

    CAPÍTULO X

    CAPÍTULO XI

    CAPÍTULO XII

    CAPÍTULO XIII

    TERCERA PARTE

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    CAPÍTULO VIII

    CAPÍTULO IX

    CAPÍTULO X

    CAPÍTULO XI

    CAPÍTULO XII

    EPÍLOGO

    Bibliografía Prólogo

    Bibliografía – Un Poco de Historia

    PREFACIO

    LA CUESTIÓN KARDEC – JAN HUSS

    Cuando recibimos la traducción de esta nueva novela de J.W. Rochester, Las Luminarias Checas, publicada originalmente en ruso en el año 1915, nos interesó mucho saber que Jan Huss1 era uno de los personajes.

    Varios autores, desde la afirmación del Espiritismo como Ciencia, Filosofía y Religión, han mencionado el hecho de que Jan Huss fue una de las encarnaciones de Kardec.

    El mismo Rochester, en otro libro suyo, Herculanum2, publicado en 1888, escribe sobre esto. En la segunda parte del libro citado, llamado Júpiter y Jesús, en el primer capítulo, El Ermitaño3, encontramos el relato del encuentro del patricio Cayo Lucilio con un ermitaño, el padre Juan.

    El patricio Cayo había resultado herido en su huida de la ciudad de Herculanum – afectada por la erupción del Vesubio – y había sido encontrado y salvado por el solitario anciano cristiano. Durante su convalecencia, se interesó por el cristianismo y finalmente se convirtió cuando escuchó al padre Juan hablar de Jesús.

    El padre ermitaño Juan le había contado al muchacho sobre el momento en que, sirviendo como soldado en Galilea, tuvo la oportunidad de conocer a Jesús. Como el centurión Quirilius, se le había encomendado la tarea de penetrar en las asambleas de los seguidores del Nazareno y, estando allí, fue conmovido por la figura y la palabra de Cristo.4 Más tarde, estando Jesús en la cárcel, siendo responsable de su guardia, le ofreció la fuga, proponiéndole para quedarme en tu lugar.5 Al darle las gracias, Jesús le dijo que aun moriría por él, pero que sería en un futuro más lejano. Es cuando el padre Juan le dice al patricio que tuvo un sueño profético, asegurándole esta gloria para una existencia futura.

    En este punto, Rochester coloca una nota a pie de página explicando que este evento tuvo lugar varios siglos después, cuando el padre Juan, reencarnado como Jan Huss, fue quemado vivo en Constanza en 1415.6

    En el epílogo del mismo libro – Las Sombras de la Ciudad Muerta, Rochester relata el encuentro, siglos después, de Caius; es decir, él mismo, Rochester, con Allan Kardec.7 Caius–Rochester se dirige a Kardec: Tú mismo, tú, valeroso centurión que no hace mucho fuiste Allan Kardec; tú que en tu última encarnación te entregaste a la fundación de una Doctrina que ilumina y consuela a la humanidad, cuántos sinsabores no probaste.

    En la declaración de Caius–Rochester, queda claro por la forma en que está redactado el texto que el centurión Quirilius – padre Juan –, Jan Huss y Allan Kardec habrían sido la reencarnación del mismo espíritu. En nuestra investigación encontramos otras afirmaciones sobre estas encarnaciones.

    En una de las ediciones del diario Mundo Espírita8, hay un reportaje, de autor no especificado, que dice: Según anales espíritas fidedignos, Allan Kardec (1804–1869), el Codificador del Espiritismo, fue la reencarnación de Jan Huss (1369–1415). Lamentablemente, el autor no aclara cuáles serían esos anales espíritas confiables, pero nos remite al libro "La Misión de Allan Kardec", de autoría de Carlos Imbassahy.9

    En ese libro, en su primera parte, hay un capítulo sobre Jan Huss. Aquí es donde se especifican las fuentes de la declaración anterior. Citando al Dr. Canuto Abreu, Carlos Imbassahy relata que la información que Allan Kardec fuera de Jan Huss data de 1857. Agrega que la información le llegó por medios mediúmnicos a través de la psicografía de Ermance Dufaux.10

    Según el Dr. Canuto Abreu, las fuentes estaban, en 1921, en la Librería de Leymarie; allí los había copiado casi en su totalidad. En 1925 fueron trasladados a los archivos de la "Maison des Spirites." Durante la invasión de París en 1940, los alemanes los destruyeron.11

    Respaldando la información dada por el Dr. Canuto Abreu, encontramos en la literatura espírita algunas afirmaciones más al respecto. En el libro de Victor Hugo, a través de la psicografía de Zilda Gama, "El Solar de Apolo"12, encontramos la confirmación del célebre escritor que Allan Kardec fue la reencarnación de Jan Huss.13

    Más interesante aun fue la lectura del libro Léon Denis en la intimidad, más concretamente el prólogo de Wallace Leal Rodrigues.14 De este prefacio destacamos un extracto de un artículo de Léon Denis para la Revue Spírite de enero de 1923, titulado "L'Spiritisme: la Theorie et lês Facts: ¿Hay una conexión misteriosa entre el discípulo y el Maestro? que mi nombre está incrustado en el de Allan Kardec que, de hecho, se llamaba: Hippolyte Léon Denizard Rivail."

    Analizando la referida conexión entre el discípulo (Denis) y el Maestro (Kardec), Wallace Leal Rodrigues informa que: Eruditos y estudiosos que tuvieron acceso a los documentos privados de la Sociedad Espírita de París afirman que los espíritus se habrían revelado a Allan Kardec, además de su encarnación como druida, su vida en Bohemia, bajo la personalidad de Jan Huss, encontramos en este caso una valiosa pista para la comprensión de estas vidas casi borradas por completo y esta misteriosa conexión a través de Jerónimo de Praga, espiritual guía de Léon Denis y quien fue igualmente el mayor amigo y el más eminente discípulo de Jan Huss.15

    Además de estos dos, un tercero es fundamental en esta articulación histórica: el reformador inglés John Wyclif. Cuando era joven, Jerome había estudiado en Inglaterra y había sido muy influenciado por las ideas de Wyclif,16 que más tarde traería a la atención de Jan Huss.

    Lo que más nos interesa de este interesante prólogo es la hipótesis planteada por el autor: Allan Kardec sería Jan Huss reencarnado y Léon Denis sería Juan Wyclif reencarnado, con el espíritu de Jerónimo de Praga como guía espiritual. No se presenta más evidencia acerca que Denis es una reencarnación de J. Wyclif, pero el argumento del autor está fuertemente respaldado.17

    Terminando nuestra búsqueda de fuentes complementarias para la afirmación que Kardec era Huss, nos referimos a un artículo de Hermínio Miranda en el Jornal Espírita da FEESP.18

    En este artículo, el renombrado estudioso espírita analiza dos comunicaciones de la Revista Espírita de 1869,19 la primera del 14 de agosto de 1869, firmada por Jan Huss, y otra comunicación del 17 de agosto de 1869, firmada por Allan Kardec.

    Según Hermínio Miranda, en la segunda comunicación Kardec sutilmente confirma que fue Jan Huss.

    Confiando en las afirmaciones expuestas hasta aquí, solo podemos aceptar la veracidad de la afirmación que el espíritu de Allan Kardec era el mismo espíritu que animaba el cuerpo carnal de Jan Huss.

    Es con la aceptación de esta verdad que volvemos al libro Herculanum con el que comenzamos este prefacio.

    Hemos visto que Rochester cuenta que el padre ermitaño Juan, que ayudó y convirtió al patricio Caius, fue más tarde Jan Huss. Entonces, siendo esto válido, el centurión Quirilius, nombre y cargo del padre Juan cuando era más joven, que se ofreció a ocupar el lugar de Jesús, tenía en sí mismo el mismo espíritu que 19 siglos después habitaría el cuerpo de Allan Kardec, el codificador del Espiritismo...20

    Así finalizamos este prefacio, que comenzó con la intención de exponer algunas fuentes para la afirmación que Allan Kardec era la reencarnación de Jan Huss, con la frase en la que el futuro profesor Hippolyte Léon Denizard Rivail (Kardec), entonces como centurión Quirilius, pide a Jesús que lo deje morir en su lugar:

    Déjame morir en tu lugar, porque la vida de un soldado oscuro no vale la vida de uno que, como tú, es providencial y benéfico para los enfermos y desdichados...

    Orphila Conte Rodrigues

    Solange Vaz

    Maurício Brandão

    UN POCO DE HISTORIA

    EL TIEMPO DE LAS REFORMAS

    Todos somos husitas.

    Lutero

    ¿En qué contexto histórico podemos situar la vida y obra de Jan Huss,21 sacerdote checo, mártir y reformador, protagonista principal de este libro? ¿Cuál fue el panorama político–religioso europeo en los siglos XIV y XV, época en que vivió Huss?

    En cuanto a la historia de las religiones y de la Iglesia, con todo su significado espiritual y político, Jan Huss, su amigo y principal discípulo, Jerónimo de Praga, así como el reformador y pensador inglés John Wyclif, que los influyó mucho, pertenecen a el período que la historiografía más tradicional llamó la época de la pre–reforma de la Iglesia. Siguiendo el punto de vista del historiador francés Pierre Chaunu, en una magnífica obra – El Tiempo de las Reformas – que indicamos a todos, la situamos en el contexto de lo que él llama la Primera Fase de la Reforma.

    Cronológicamente, el proceso de transformación del cristianismo latino se inicia en los siglos XIV y XV, esta llamada pre–reforma y las reformas protestantes del siglo XVI son perfectamente solidarias. Son reformas típicas de la Iglesia, cuestionan a la vez la relación con Dios –que quieren que sea más personal – y los fundamentos de la dogmática, no para cambiarla sino para sustentarla mejor, para defenderla, para conservar su identidad. Los reformadores de la Iglesia quieren estar en la Iglesia, no aceptan ser destituidos, no se consideran herejes. Es en este sentido que hay toda una línea de continuidad entre Wyclif, Huss, Lutero y Calvino.

    Europa en el siglo XV

    La hermosa ciudad de Praga,

    donde vivió y predicó Jan Huss

    Los orígenes Iglesia y Estado

    política y religión

    Desde el Edicto de Milán del Emperador Constantino a principios del siglo IV y la oficialización del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano por parte del Emperador Teodosio, el uso de la Iglesia y la religión como instrumento político por parte de Emperadores, reyes, príncipes y duques. ha sido una constante. Al mismo tiempo, por parte de la Iglesia Católica, era práctica común y común participar e interferir en todos los asuntos de la vida política y económica en el mundo secular.

    Si hoy ya podemos practicar una práctica religiosa en muchos países como manifestación de la creencia de un individuo, manifestación de una convicción íntima, esto no fue lo que sucedió en la mayor parte de la historia del cristianismo. En muchos casos, la relación de las entidades institucionales religiosas con los estados, con la política, fue bochornosa y vergonzosa.

    A partir del siglo XI, con el fin de las invasiones de los llamados pueblos bárbaros, Europa entró en una fase de expansión. El renacimiento del comercio que siguió tuvo un efecto perturbador en la sociedad feudal. Una civilización exclusivamente rural fue sucedida por una civilización cada vez más compuesta por ciudades y comerciantes.

    Concomitantemente con esto, la disputa entre el papado y los estados por los poderes temporales y espirituales se hizo aun más intensa. El Papa se vio envuelto en varios conflictos políticos con las monarquías medievales. Un ejemplo sorprendente de este conflicto fue la cuestión de las investiduras, cuando el Papa se enfrentó con el Emperador alemán sobre quién tendría derecho a nombrar sacerdotes para puestos eclesiásticos.

    En el siglo XI, el papado inició una serie de reformas internas en la Iglesia. Las costumbres del clero eran vergonzosas, sombrías; los dos principales vicios del momento eran constantemente denunciados: la simonía – el acto de obtener, por influencia o a cambio de una suma de dinero, un oficio divino – y el nicolaísmo – en lenguaje común, la negativa al celibato de los sacerdotes. Mientras lleva a cabo la reforma interna, el papado afirma su intención de recuperar la independencia de la Iglesia. Proclama la primacía absoluta de Roma sobre la Iglesia y la cristiandad en su conjunto, y prohíbe al Emperador investir sacerdotes en cargos eclesiásticos.

    En el siglo XIII, el poder papal había alcanzado su cenit. El Imperio alemán, aparentemente el estado más fuerte de la cristiandad en ese momento, se había visto obligado a ceder, si no a todas, al menos a muchas de las demandas papales. La excomunión, instrumento esgrimido por una diplomacia brillante y oportunista, había obtenido muchas victorias. En la época del Concilio de Letrán, en 1215, el Papa Inocencio III soñaba con instituir una especie de teocracia, a través de la cual todos los príncipes temporales se someterían al patrocinio del Papa, el Vicario de Cristo.

    Las Herejías

    Este largo período de liberalización del culto, oficialización del cristianismo, conversión de los pueblos paganos, expansión y fortalecimiento del poder de la Iglesia se extiende básicamente desde el siglo III al XIII. Fue el período en el que el cristianismo dejó de ser una religión considerada herética y perseguida y pasó a ser la religión dominante en toda Europa.

    Desgraciadamente, la Iglesia cristiana – tan pronto como se oficializó – comenzó a practicar la misma intolerancia que padecían los cristianos de los primeros siglos, datando del siglo IV las primeras persecuciones y acusaciones de herejía a todos aquellos que se apartaban de la ortodoxia oficial. Por más que padecía, perseguía.

    Durante los siglos que siguieron, se impusieron una serie de sectas o herejías; por su actitud decididamente anti–jerárquica, hostil a Roma, estas sectas llegaron a amenazar seriamente la unidad espiritual del mundo cristiano de Occidente.

    Exaltación religiosa, aspiraciones apocalípticas, esperanzas milenarias, cuestionamiento social, sentimientos nacionales, todo esto multiplicó la fuerza de estos movimientos heréticos. Rechazaron la autoridad de los obispos y del Papa, e incluso a veces la de los soberanos. Proclamaron con insistencia la necesidad de una renovación moral.

    Esto se tradujo a menudo en la nostalgia de una Iglesia evangélica primitiva, considerada modelo de pureza, por el deseo de volver a un orden moral antiguo, el de los primeros tiempos del cristianismo. En todo caso, estas herejías rechazaron a la Iglesia constituida, negando la Misa y la Comunión, todo el clero romano, el culto de la Virgen y de los santos. Estos movimientos se basaron estrictamente en una interpretación particular del Nuevo Testamento. Entre estos movimientos destacamos el de los patarianos, los cátaros, los albigenses y los valdenses.

    Las Corrientes de Pensamiento

    Las nuevas condiciones de vida, sociales, económicas, urbanas, principalmente a partir de finales del siglo XI, generarán, de forma más marcada a mediados del siglo XII, un cierto renacimiento cultural, aunque de proporciones mucho mayores. y consecuencias modestas que el famoso renacimiento del siglo XVII.

    Las ciudades más grandes tienen universidades, intelectuales y un mayor consumo de libros. Se valora nuevamente el estudio. Pero es importante no salir de la realidad del mundo medieval. Todo esto está muy circunscrito, pasa de los campesinos, los artesanos urbanos, incluso la gran parte de los comerciantes y nobles. Todavía son pocos los que saben leer, si tomamos la sociedad medieval en su conjunto; el libro sigue siendo artesanal, todavía vive de los copistas, aunque el número de libros ya era mucho mayor.

    Lo que no podemos perder de vista es que, en la Edad Media, los destinos de la sociedad civil y de la sociedad eclesiástica estaban íntimamente ligados. El intelectual, el filósofo, el teólogo, en su mayor parte, son clérigos, o han aprendido de ellos. En todo momento, la vida religiosa y las manifestaciones del pensamiento en el ámbito literario están directamente influidas por las estructuras sociales, la evolución de la economía y la sociedad, y las influyen a su vez. Era el clero quien dominaba las escuelas de los monasterios, las escuelas parroquiales y las universidades.

    La escolástica es la forma de pensar que se impuso en este período. Entre muchos otros, en los siglos XII y XIII destacan los nombres de Santo Tomás de Aquino y Alberto Magno, profundamente influidos tanto por la herencia de San Agustín y San Jerónimo, entre los principales autores de los primeros tiempos del cristianismo, como de por influencia de griego–árabe.

    Básicamente, la escolástica es un método de estudio y exposición. Es el resultado de un momento específico, de una confluencia histórica, y digiere el pasado de la civilización occidental. La Biblia, los Padres de la Iglesia, Platón, Aristóteles, los árabes: estos fueron los datos de su conocimiento, los materiales de su obra.

    A mediados de los siglos XII y XIII asistimos a la propagación de un nuevo sentimiento. Desde el momento en que la cristiandad se dio cuenta de su fuerza, se hizo tentador basar la fe en una base racional más amplia que la de una revelación. Esta fue, fundamentalmente, la gran tentación de ese período: privilegiar la filosofía en la lectura de la palabra de Dios.

    Es en este contexto que se desarrolla la obra de los grandes doctores del siglo XIII, especialmente Santo Tomás de Aquino. La escolástica realista de este pequeño renacimiento aceptó la lectura aristotélica del universo y la cristianizó.

    Santo Tomás de Aquino no disminuyó la parte de la revelación, sino que la colocó en la cima, como complemento y no en oposición al sentimiento racional. Trató de reconciliar la filosofía de Aristóteles con la cristiandad. Los escolásticos llamaron a esto razón teológica; es decir, razón iluminada por la fe.

    A pesar de ello, el pensamiento escolástico en su propio desarrollo, a fines del siglo XIII, con la muerte de Santo Tomás y en virtud de su propia profundización, descubrió sus límites y debilidades. En el campo del pensamiento, ha habido desde entonces una viva reacción contra las teorías tomistas, criticadas por su excesiva fidelidad a Aristóteles. Los mayores críticos argumentaron que la dogmática no se basa en la razón, cuyo manejo enseña Aristóteles en su "Lógica, sino en la palabra de Dios confiada a la Iglesia. Según estos opositores, la filosofía de los tomistas" atacaba la esencia de la revelación: la libertad soberana y el poder absoluto del Dios cristiano. La gran síntesis reconciliadora por la que había luchado Santo Tomás se encontrada combatida al final de su vida. El pensamiento del siglo XIV se había vuelto más escéptico, más pesimista.

    Es en la muerte de Santo Tomás de Aquino, en el viraje de la escolástica, donde se sitúa el origen, el punto de partida de lo que llamamos Primera Reforma. Si es válido periodizar por medio de fechas, de rupturas, destacaríamos este período de crisis de la cristiandad entre 1274 – muerte de Santo Tomás de Aquino – y 1517 – fecha en que Lutero fijó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg –, como el período de la Primera Reforma.

    El giro de la escolástica comienza con Duns Scoto (1266–1308). Propone otra concepción de la fe, un Dios más libre, accesible no por la razón, sino por un impulso humano, un acto de caridad, espiritual y no intelectual. Según él, la religión no puede explicarse por la razón, como pretendían hasta entonces los filósofos: es un artículo de fe y creencia directa.

    Duns Scoto ya es un hombre de la época de la Reforma de la Iglesia. Pero es en la primera mitad del siglo XIV, con Guillermo de Ockham, que influyó mucho en Juan Wyclif y Jan Huss, cuando se produce el verdadero punto de inflexión.

    El siglo XIV es una época de crisis. Época de guerra, peste, hambruna, generalmente retratada como una atmósfera gris, en la que el divorcio entre la filosofía y la religión finalmente condujo al misticismo. El pensamiento escolástico tradicional de la élite de la Iglesia ya no respondía a las necesidades de aquellos nuevos tiempos.

    Guillermo de Ockham, por su parte, restringió más que su antecesor el dominio de la demostración filosófica, acentuando la separación iniciada entre filosofía y teología. Para Ockham, nada debería existir entre lo conocido y el conocedor. No hubo mediador entre Dios y la creación. Su filosofía dejó el camino abierto a una teología limitada al contenido objetivo de la revelación. Ockham elaboró sobre la personalidad del Dios del siglo XIV; es decir, la personalidad del Dios del primer período de la Reforma.

    El Dios de Ockham – Dios de la tradición más antigua y segura de la Iglesia – no es decididamente el Dios de los filósofos. Su Dios es el Dios de las Sagradas Escrituras. Para él, toda la revelación de Dios sobre sí mismo, todo lo que la Iglesia enseña sobre la salvación, está contenido en las Sagradas Escrituras.

    A pesar de la afirmación de la autoridad de las Escrituras, para que las Escrituras confiadas a la Iglesia funcionen como juez práctico de la verdadera Iglesia, todavía sería necesario que se incrementase la disminución del magisterio, del poderío, de la Iglesia visible.

    La corriente que tiende a retomar con el recurso directo a la Escritura, como fuente de pensamiento y crítica, nació incluso con el Gran Cisma y con Wyclif. Culminará en el siglo XVI, cuando los teólogos de la Reforma se esfuercen por establecer la autoridad global de las Sagradas Escrituras.

    La Época de las Reformas

    Los siglos XIV y XV

    El final de la Edad Media es un período de transformaciones. Un período oscuro, del que la historia ha conservado principalmente las catástrofes, los grandes conflictos políticos y espirituales.

    La interrupción del desarrollo demográfico – seguida de un gran reflujo agravado por hambrunas y pestes, entre las que la de 1348 fue catastrófica – y las perturbaciones en el abastecimiento de metales preciosos en la economía occidental – produciendo escasez de plata y agotamiento del oro, agudizada por las guerras – Guerra de los Cien Años, Guerra de las Dos Rosas, guerras ibéricas, guerras italianas –, aceleró la transformación de las estructuras políticas y socioeconómicas de Occidente.

    El siglo XIV, especialmente, se caracteriza por la unión simultánea de los tres grandes flagelos de la humanidad: el hambre, la epidemia y la guerra.

    En cuanto a las mentalidades, a pesar de las fuertes diferencias regionales, es una época acosada por la psicosis del miedo. En las ciudades y en el campo, tanto los ataques de la peste negra como las crisis fecundas eran vistos como castigos de Dios. El sentimiento religioso evoluciona, y muchas veces es angustiante por la muerte y las desgracias que rodean a todos. Surge una fe diferente, más compleja que la de siglos anteriores, más personal, llegando a la mística. Es el tiempo en que las angustias y los males de la época llevan al hombre a buscar una religión más humana, más familiar, un Dios más cercano.

    La sociedad religiosa de la Baja Edad Media – estamos tentados a decir: la sociedad de la primera fase informal del largo período solidario de las Reformas – está profundamente desarticulada. Tanto en el aspecto de religiosidad popular, de sentimiento, como en el aspecto político.

    Las crisis que sacudieron la cúspide de la sociedad eclesiástica a fines del siglo XIV también tuvieron grandes repercusiones en términos de sensibilidad y pensamiento. Esto se debe a que, a pesar de una aparente disociación profunda entre los diferentes estratos de la piedad popular y la religión de élite, la religión popular aceptó sin vacilaciones la mediación eclesiástica de la Iglesia en relación con Dios. Era una intermediación totalmente aceptada en los estratos populares, que representaban la gran mayoría de la población, casi el 90% analfabetos.

    El fervor del bautismo, el temor reverencial a los demás sacramentos, los gestos de imitación eucarística, todo ello refleja una fuerte impregnación de formas de pensar y actuar propias del cristianismo. A pesar de su relativa autonomía, la religión popular depende cada vez más de la elaborada religión del clero.

    En esta situación, todo lo que pudiera afectar a la Iglesia como institución era particularmente grave. Si había dudas, la alternativa era pasar al siguiente eslabón de la cadena de autoridades: el recurso directo a la Sagrada Escritura.

    La Crisis del Cristianismo

    El Gran Cisma

    La Iglesia Católica como institución político–religiosa también entró en crisis a partir de los últimos años del siglo XIII. Las disputas y conflictos entre el papado y los estados se intensificaron. Ya uno, ya otro grupo político ligado a un determinado Estado ejercía dominio sobre el curso de la Iglesia. Jugar a un adversario contra otro para buscar la mejor alianza era un hábito político común de los papas.

    A principios del siglo XIV, tuvimos el episodio que fue bautizado como Cautiverio de Babilonia, en el cual el papado se asentó en Avignon, Francia, ya no en Roma – de ahí el término cautiverio inventado por los romanos.

    La elección del papa Clemente V, arzobispo francés, y la instalación del papado en Avignon durante 69 años (1309–1378) inició un período de serias dificultades y discordias. Este papado de Avignon estaba aliado y sumiso a los reyes franceses, lo que hizo que los papas fueran muy impopulares. Fueron odiados por los italianos, más particularmente por los romanos. Toda la cristiandad condenó violentamente la sumisión papal a los franceses.

    En 1377, el Papa Gregorio XI regresa a Roma, pero la situación se acaba complicando aun más. El Papa murió seis meses después y el pueblo romano aprovechó para obligar al Colegio Cardenalicio a elegir un Papa italiano, que creían que restablecería definitivamente el papado en Roma. Los cardenales eligieron al arzobispo de Bari, que tomó el nombre de Urbano VI, y huyeron tan pronto como pudieron, renegando de la elección forzada que habían hecho.

    Mientras el Papa electo permaneció en Roma apoyado por un colegio de cardenales completamente nuevo elegido por él, los otros cardenales disidentes se juntaron y eligieron un nuevo Papa, más de su agrado. Con la elección de Clemente VII como Papa de los disidentes, se inició el Gran Cisma de Occidente (1378–1417), que dividió a toda la cristiandad romana en dos formas de obediencia – el papado de Avignon y el papado romano –, y arruinó el prestigio pontificio

    En un principio, la crisis en la cúspide de la estructura eclesiástica se desarrolló en un clima incluso favorable, reflejo de las disputas políticas y económicas que asolaban Europa en ese momento. Por un lado, el Emperador alemán Carlos IV, Inglaterra y parte del urbanismo italiano se oponen a Avignon, Francia, Escocia, España y algunos otros aliados menores. Las asociaciones reflejan las alianzas políticas del momento.

    La Iglesia como institución estaba enferma; el estancamiento continuaría. Muere Urbano VI y sus cardenales eligen a Bonifacio IX (1389). A la muerte de Clemente VII (1394), los cardenales de este último, reunidos en Francia, eligieron a su vez a Benedicto XIII. La triste verdad es que ningún papa de este período, de ninguna facción, fue digno del cargo.

    Pasarán varios años antes que, en este mundo lento, surjan las condiciones para un retorno a la unidad. Las ideas para romper el callejón sin salida surgieron por primera vez fuera de las estructuras centralizadas de la Iglesia. Justificándose con referencias a principios teológicos, comenzaron a circular propuestas para la convocatoria de un consejo general. Los partidarios de estas ideas defendían la tesis que la verdadera autoridad de la Iglesia residía en el episcopado, como organismo, y que los consejos generales estaban por encima del Papa.

    En respuesta a las solicitudes de la Universidad de París, en 1409 se convocó un concilio en Pisa. A este Concilio de Pisa asistieron una parte de los cardenales de ambos Papas, además de numerosos obispos y doctores en teología. Los dos papas fueron llamados a asistir, y cuando no lo hicieron, fueron, en ausencia, condenados por herejía. Luego, los cardenales eligieron un nuevo Papa, que tomó el nombre de Alejandro V.

    Sin embargo, el apoyo externo al consejo no estaba bien estructurado. Sus seguidores se apresuraron y lo convocaron demasiado pronto. Ni el Papa de Roma ni el de Avignon habían sido privados de la obediencia, mientras se esbozaba la obediencia a un tercer Papa. Este primer intento de consejo conciliador resultó ser un rotundo fracaso. La Iglesia ahora tenía tres cabezas.

    De 1409 a 1414 la Iglesia pasa del cisma al caos. Toda la institución parece desmoronarse en su parte superior. El Papa Alejandro V solo duró diez meses y el partido de Pisa elige a Baldassare Cossa, que fue nombrado Juan XXIII, para su sucesor. Hombre indigno de ocupar cualquier cargo eclesiástico, buscó recursos negociando indulgencias por toda Europa.

    A pesar del fracaso del camino conciliador en Pisa, será a través de otro concilio que la Iglesia saldrá del callejón sin salida. Con la intervención de los laicos y el apoyo político y policial del emperador Segismundo, se preparó con mucha antelación otro concilio y, esta vez, con la necesaria articulación política.

    El Concilio de Constanza – 1415–1417 –, convocado por los laicos, se organiza en naciones. Las decisiones las tomaban las naciones que las componían. Los cardenales no tenían autoridad más allá de la de cualquier miembro individual de su país. Simultáneamente, se afirma, en la práctica, superior al Papa, deponiendo a los tres papas.

    La cristiandad vive algo más de dos años sin Papa, con un singular gobierno de asamblea. El lugar estaba libre para el nombramiento de un Papa, pero el partido imperial pretendía aprovechar la situación. Finalmente, tras una serie de disputas internas, el cardenal Colonna fue nombrado en 1417, proclamado Martín V. El último refractario hizo voto de obediencia y el cisma, aparentemente, quedó resuelto. Sin embargo, ese mismo concilio, que había puesto fin al cisma, había sembrado las semillas de la futura disensión, la Reforma Luterana, que comenzaría exactamente cien años después, en 1517.

    – Juan Wyclif –

    Profeta de una Nueva Era

    La crisis institucional de la Iglesia planteó una serie de interrogantes sobre su estructura y sus fundamentos dogmáticos.

    Vistos dentro de una perspectiva verdaderamente amplia e integral de la historia de la Iglesia, wyclifismo y Husismo son movimientos inseparables de la crisis que se desarrolla en el Gran Cisma de Occidente. Deben entenderse como los principales exponentes de la primera fase de la Reforma, dentro de la línea de continuidad que los une con Lutero y Calvino.

    Con Wyclif y Jan Huss se cruza un umbral en la cadena histórica de la transmisión de la revelación: el umbral del recurso directo, del recurso a la autoridad de la Sagrada Escritura, la palabra de Dios.

    El pensamiento de Wyclif no es el resultado directo del cisma, pero proporcionó un terreno favorable para

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