El Hombre que Parafraseaba: Un encuentro de consecuencias eternas
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Luis Lara Gilberto
Luis Lara Gilberto nació en Angostura del Orinoco, Venezuela, en el año 1957. Es productor audiovisual y cineasta, oficio con el cual ha dirigido los largometrajes: Rock Venezolano, Píntalo de Negro y En Lo Más Angosto Del Río. Este es su primer libro publicado. Actualmente habita el Casco Histórico que lo vio nacer, donde graba y escribe.
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El Hombre que Parafraseaba - Luis Lara Gilberto
I
Estaba empezando mi adolescencia cuando escuché por primera vez negar la existencia de Dios. Por supuesto, en mi casa Dios siempre había sido una ficción, un personaje inaccesible más parecido a un actor de moda que a un amigo o un compañero de vida. Cuando me tocó hacer la primera comunión lo hice más por el jolgorio que por convicción, y luego nunca volví a visitar una iglesia.
Pese a todo, jamás había puesto en duda la existencia de aquel ser tan intenso y atemorizante, a pesar de que mi enciclopedia de ciencias no lo nombraba por ningún lado. Así que yo vivía plácidamente pegado del suelo sin preocuparme si había alguien en el lejano cielo, y eso no me significaba un problema. Hasta aquel día en que mi profesor de Geografía, nuevo en el liceo, a su llegada y después de presentarse, lanzó con desparpajo a sus desprevenidos alumnos:
—Del mismo modo que Charles Darwin eliminó la posibilidad de un creador en el campo de la biología, las nuevas teorías científicas hacen imposible el papel de un creador universal.
Nos fue explicando el origen del universo usando la teoría del Big Bang
y cómo la casualidad originó toda la vida que habita este planeta azul.
—En beneficio de la verdad y por el bien de la sociedad, estoy convencido de que debemos enseñar a ustedes, que son los ciudadanos del futuro, lo que es un hecho definitivamente probado: Dios no existe.
Sin darnos tiempo para asimilar el primer golpe, sin pausa para tomar aliento o para mirar el asombro en el rostro del compañero, continuó:
—Por lo tanto, queda prohibido en esta clase, no solo nombrar a Dios, sino además referirse a él como una posible causa de algún fenómeno de nuestro mundo; pues nuestro mundo, todo el universo que nos rodea, solo puede abordarse a través de un método único e infalible: El método científico
.
Allí sí hizo una pausa, durante la cual fue al escritorio para tomar agua del frasco puesto estratégicamente al lado de un vaso plástico. Sin embargo, nosotros seguíamos sin parpadear, sin respirar siquiera esperando las siguientes palabras de aquel prestidigitador que acababa de desbaratar el andamiaje de nuestra inocencia.
—El método científico se basa en el razonamiento para sacar hipótesis, y en la observación y la medición para comprobarlas. Un experimento científico debe poder repetirse en cualquier lugar y con cualquier persona. Por ello podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Dios no existe, pues no puede ser probado usando el método científico, ¿y por qué no puede ser probado? Pues porque jamás se ha observado a Dios y no se puede hacer ciencia de algo que jamás se ha observado. Entonces, como el primer paso del método científico, es decir la observación, falla, no podemos seguir con mediciones ni con hipótesis, ni con comprobaciones o reducción a leyes matemáticas.
—Profesor, hay un hombre en la plaza Miranda que dice que Dios existe —se atrevió a comentar Ricardo Gutiérrez.
—¿Un evangelista?
—No sé lo que es un evangelista.
—¿Usa una Biblia?
—Sí, está allí desde hace tres días y la gente que pasa se detiene a escucharlo. Él dice que hay un Dios en el cielo.
—La próxima vez, Ricardo, le cuentas que cuando los astronautas fueron al espacio vieron muchísimas estrellas, planetas, meteoritos, satélites, pero ni rastro de Dios… y con este comentario termina la clase, el lunes hay interrogatorio sobre la unidad uno
, así que quítenle un poquito de tiempo a la diversión y estudien algo, pásenla bien.
Yo me sentía conmovido, aunque más que conmovido me sentía estafado. Tanto hacer la primera comunión, tanto portarme bien porque Dios todo lo ve y todo lo sabe, y resulta que solo somos una casualidad
. Metí mis cosas en el bolso sin ver bien lo que hacía, me uní a la corriente de chicos que salían al corredor. ¿Por qué los adultos se toman tanto esfuerzo y trabajo construyendo iglesias, levantando imágenes y escribiendo libros santos para mantener una mentira? Recorrí la mitad del pasillo sin hablar con nadie, avanzaba lentamente, dejándome llevar… Miedo, esa debe ser la razón. Están atemorizados de saber que no somos más que polvo en el viento… además, a diferencia de los animales, arrastramos la facultad de saber lo poquito que somos… pero se siente bien, se siente bien haber eliminado completamente a Dios de mi vida… ¡soy libre! …
A esas alturas de mi razonamiento, ella desembocó por la puerta del aula hacia el pasillo. Hablando de seres superiores
, murmuré mientras disminuía la marcha. Se puso a mi lado como al azar y caminamos lentamente hacia la salida, sin hablarnos, sin mirarnos pero rozando nuestros brazos al andar. Aquella caricia, aquel leve roce me mantenía con vida y justificaba la existencia miserable de mis doce años…
Si tuviera la suerte de poder acompañarle a su casa, de estar solo con ella… pero ay, fútil fantasía, en la salida la esperaban sus amigas y a mí los chicos más impertinentes del mundo. ¿Se imaginan si llegaban a enterarse de que ella y yo nos gustábamos? Si les llegas a contar a tus amigos no te hablo más
, me decía haciendo un gesto que me arrugaba el corazón. ¿Y si voy a tu casa y te visito?
Tendría que preguntarle a mi tía, lo malo es que es muy brava y amargada, y no le gustan las visitas
Está bien, hazlo y yo te llamo
No, no me llames que me puedes meter en líos, mi tía es demasiado estricta, yo te llamo a ti
. Pero llevaba dos semanas prometiéndome hablar con ella y nada.
—¡Así que Dios no existe, Dios no existe!
Habíamos llegado a la salida, ella se alejó de mí y yo volví a ser un espécimen humano común, pero transformado con la buena nueva traída por el profesor: Ya no tendría que sentirme mal por mis acciones.
Los amigos me esperaban en la acera de enfrente para empezar la marcha hacia la plaza Bolívar en donde nos quedábamos un rato, antes de irse cada uno a su casa. Ellos tampoco podían pensar en otra cosa que no fuera la inexistencia de Dios.
—Eso significa que somos libres, ¿verdad? Cero problemas de conciencia, cero portarse bien… ¡podemos hacer lo que se nos venga en ganas!
—Esto sí que es una revolución.
—Golpe de estado al cielo.
—¿Pero por qué nos lo tenían tan escondido?
—Para podernos controlar.
—Eso es, has dado en el clavo, mi pana… Dios es un invento para controlarnos.
—Mi padre siempre dice que, si Dios no existiera, habría que inventarlo.
—Estos adultos, sólo son buenos para confundirnos.
—Oye, ¿por qué no vamos a la plaza Miranda y nos vacilamos al predicador?
—Tronco de idea, mi pana. Vamos a poner a ese tipo en su sitio.
Y claro, fuimos. Éramos cinco hombrecitos empezando a vivir, pero habíamos mordido el fruto prohibido y queríamos poner en práctica nuestra capacidad de hacer el mal.
El evangelista era un hombre viejo, con barba blanca, sombrero y bastón. Se sentaba en un banco de la plaza