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Biblia s. XXI: Dios no existe. Pruebas científicas y racionales que lo demuestran
Biblia s. XXI: Dios no existe. Pruebas científicas y racionales que lo demuestran
Biblia s. XXI: Dios no existe. Pruebas científicas y racionales que lo demuestran
Libro electrónico267 páginas5 horas

Biblia s. XXI: Dios no existe. Pruebas científicas y racionales que lo demuestran

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Información de este libro electrónico

¿Tiene cabida y sentido la religión en nuestros tiempos?
¿Se puede demostrar la no existencia de Dios?

Biblia s. XXI demuestra que Dios es mito.

Su autor, Jesús del Mundo Veintiuno, con la autoridad que le confieren sus estudios de filosofía y de teología se atreve a cuestionar los dogmas y las verdades establecidas de las religiones mayoritarias y nos muestra todo el mal que estas le han hecho a los hombres y su desarrollo. Una recopilación de argumentos sobre la no existencia de Dios, que van desde las demostraciones científicas del origen del universo y la vida en nuestro planeta hasta el nacimiento del pensamiento mágico y las religiones.

Se desvelan argumentos históricos que ocultan las religiones para que cualquier lector, independientemente de su postura ante las creencias, pueda discernir por sí mismo la
verdad. Este libro no solo es el resultado de varios años de estudios científicos e investigaciones históricas bajo la lupa de la razón, sino también una guía hacia una espiritualidad racional.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 mar 2021
ISBN9781005793425
Biblia s. XXI: Dios no existe. Pruebas científicas y racionales que lo demuestran

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    ¡Rayos! Quiero leerlo, pero no tengo PLATA PARA COMPRAR EL LIBROOOOOOOOOO

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Biblia s. XXI - Jesús del Mundo Veintiuno

Primera edición: febrero de 2021

Copyright © 2021 Jesús del Mundo Veintiuno

Editado por Editorial Letra Minúscula

www.letraminuscula.com

contacto@letraminuscula.com

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.

ÍNDICE

DIÁLOGO INTERIOR

UN TEMA PARA LA REFLEXIÓN

ANTIGUO LEGADO. EL LEGADO DE LA RAZÓN

PRIMER LIBRO. EL GÉNESIS XXI

El surgimiento

Desarrollo del surgimiento

El Homo

Edad de Piedra

Edad de los Metales

Historia escrita

SEGUNDO LIBRO. RELIGIONES

Religiones y filosofía

El hombre primitivo no entendía los poderes de la naturaleza

Evolución de las religiones

Tradición oral

De la tradición orala los textos sagrados

Las cinco religiones más grandes del mundo

TERCER LIBRO. DIOS

Dios

¿Qué es Dios? ¿Quién es Dios?

Evolución del concepto de dios

El dios que predican las religiones

Siete pruebas racionales que demuestran que el dios de las religiones es mito

La cadena alimenticia

La historia del pueblo escogido por dios

Personajes mitológicos y hechos falsos en la historia del pueblo escogido

Las guerras del reino de israel

Las manifestaciones religiosas de la actualidad

Inspirado por dios

Fe

CUARTO LIBRO. DOCTRINAS PERPETUAS

Doctrinas perpetuas

¿Por qué realmente se mantienen las religiones?

¿Cómo se manifiesta el temor a dios en el siglo XXI?

QUINTO LIBRO. APOCALIPSIS XXI

Apocalipsis XXI

NUEVO LEGADO. FILOSOFÍA DE VIDA

EL EVANGELIO SEGÚN JESÚS DEL MUNDO

Siglo XXI Un buen anuncio nos está llegando

Discurso de Jesús del Mundo a la humanidad

ESPIRITUALIDAD RACIONAL

Espiritualidad racional

Buscar la felicidad y eliminar el sufrimiento

Razonar correctamente para vivir a plenitud

El arte de meditar

La primera causa

Aportes del pensamiento ateo a la sociedad

Discriminación de la mujer

Discriminación a los homosexuales

Esclavitud

Las ciencias

Carta de Jesús del Mundo a su amigo Daniel

¡Pare, no lea este libro!

No lea este libro si tiene fe en Dios.

El contenido de este libro puede debilitar e incluso anular la fe en Dios y en cualquier religión.

Contiene pruebas científico-racionales que demuestran que Dios no existe.

Conocer la verdad puede lastimar e invalidar sus creencias religiosas.

Solo deben leerlo aquellos que se atreven a razonar y no le temen a la verdad.

La imposibilidad de probar la existencia de algo que no compete a las ciencias por pertenecer a un mundo espiritual, hace que sea imposible demostrar su no existencia. Ese es el argumento que sostienen las religiones para decir que nadie puede demostrar la no existencia de Dios, pese a que ellas no pueden demostrar su existencia.

Sin embargo, la posibilidad de probar que esa idea es un mito, es suficiente para convertir este razonamiento en materia verificable a través de las ciencias.

DIÁLOGO INTERIOR

Un día del siglo XXI, en una tierra lejana de la que nací, después de recorrer medio mundo, me detuve a pensar en lo que he vivido. Recordé que conocía mucha gente, culturas diferentes, y traté de entender lo semejantes que somos.

Mi memoria rebosaba de las mejores auroras, cuando salía temprano a recorrer nuevas calles. Entre bellos paisajes encontraba a la gente, que como si de una obra de teatro se tratase, en su andar reflejaban sus culturas, trajes típicos, idiomas y costumbres. Me fue muy grato recordar cada pueblo, cada país, con sus ricas tradiciones.

Aquel día fue diferente. Me levanté más temprano que de costumbre, y cuando me disponía a meditar mi nueva ruta, mi cuerpo me reclamó, que de vivir ya se sentía contento pero agotado, pues los años nos pesan cuando tenemos en mente muchas cosas que contar. Y me mostró una silla, que amenazaba mi viaje porque deseaba un tiempo de descanso.

«Ya entendí», pensé y seguí caminando, como buscando aquel sitio donde reflexionar.

Yo creía estar solo mientras pensaba en mi vida. Y rebuscando algunos recuerdos entre tantos acumulados, me sorprendió la presencia de un niño que de repente me interpelaba.

—¿Qué haces aquí? —dije al sentirlo.

—¿Cómo es el futuro? —respondió preguntando.

Quedé pensativo. Lo tenía a mi lado, con apenas diez años y no sabía responderle. Tal vez porque me sorprendió o por su corta edad, pero sentí que no se conformaría con una respuesta sencilla.

Caminé despacio y me senté en aquel banco al final del parque; donde se divisa toda la ciudad desde lo alto. Desde allí alcanzo a ver el mar a la distancia. Se había convertido en mi lugar preferido.

«¿Cómo es el futuro?», pensé. Si aún fuera joven esa pregunta no preocuparía, pero a mis años…

—Una pregunta sencilla para alguien que ha vivido mucho —comentó, interrumpiendo mi pensamiento aquel niño, que no sé de dónde había salido, y que estaba justo ahí, a mi lado, en mi banco favorito.

—Desde que tenía tu edad me estoy haciendo esa y otras preguntas que aún no sé responder —dije sin más—. Aunque presiento los cambios, creo que el futuro lo vamos construyendo día a día.

—¿Ya sabes qué es Dios? —preguntó nuevamente.

De pronto creí tener a mi lado a un pequeño predicador. Me sonreí.

Sin embargo, no me preguntó si creía en Dios, preguntaba si sabía qué era Dios. Y continuaban sus preguntas como misiles dirigidos a mi conciencia.

—¿Por qué hay tantas religiones? —continuó.

Mientras yo pensaba en su primera pregunta sin atreverme a pronunciar palabras, aquel niño no cesaba de interpelarme.

—¿Cómo puedo conocer la verdad? —prosiguió—. ¿Quién tiene la razón? ¿Dios es bueno? ¿Qué va a pasar cuando muera? ¡Eso, háblame de la muerte!, ¡me interesa mucho saber sobre la muerte!

Sus preguntas resonaban en mi mente como un eco, su presencia me presionaba a responder. Pero, ¿cuál era la respuesta, y cómo podía transmitir toda mi experiencia a un niño, y que me entendiera?

Y me quedé por un largo tiempo en silencio, buscando en el baúl de mi mente el modo de contestar algunas de sus preguntas. El silencio se apoderó de aquel paraje. Creo que él entendió y no quiso molestar.

Tantas manifestaciones religiosas he visto. Tantos feligreses entregándolo todo por su Dios. Tantos crímenes en el nombre de esos dioses, y tantos inocentes caminando hacia su divinidad cegados por la venda de la fe. Todo al desconcertante ritmo de las bellas y emocionantes celebraciones de tantos templos religiosos por todo el mundo. Infinidad de súplicas que no han sido escuchadas, mientras no falta un fanático que diga: «¡Esa es su voluntad!».

«Ya he vivido bastante; ¿pero, será lo suficiente para poder responder a un niño? ¿Y qué es lo correcto?», me pregunté en silencio.

¿Debería darle una respuesta de las ya altamente elaboradas por la sociedad, para que se convirtiera en una posible víctima más de las doctrinas religiosas?

Creo necesario que las nuevas generaciones vayan descubriendo por sí mismas la verdad, sin la influencia de un pasado que nos ha legado una historia llena de misticismos. Si llegan al atardecer de sus vidas caminando por la acera equivocada, sentirán con dolor que pudieron haber disfrutado más de la única vida, y que se prohibieron muchas experiencias por miedo a cruzar la calle o porque nunca entendieron la senda contraria. ¡Es tan triste mirar hacia atrás y lamentar el tiempo perdido!

Pero, ¿será posible?

El mundo está altamente contagiado por las doctrinas religiosas. El pensamiento del hombre ha crecido como el tronco de un viejo árbol, con sus ramas torcidas, y apuntando en varias direcciones, muchas de ellas buscando la luz en la oscuridad. Necesitan ser podadas para que puedan encontrar el sol.

A menudo siento culpa de participar en el gran engaño. Si callo, estoy consintiendo que siga la gran mentira. Pero, ¿podré ayudar a este niño?, ¿si le cuento la verdad, le será posible transformar su mundo?

¿Acaso mi verdad se podrá escuchar en el fragoroso mercado de las religiones? ¿Se alcanzará a oír la caída de un alfiler cuando resuenan las campanas de una iglesia?

Mi conciencia me interpelaba al igual que aquel niño. He pasado una larga vida viajando y escuchando hablar del tema a diversos maestros. He tenido fe. Me he escandalizado. Me he desilusionado. Me he desengañado. Logré pensar diferente y liberarme de las ataduras. Y he aprendido que la mayoría continúa equivocada, que las cosas que parecen sacras a menudo son las cadenas que esclavizan a los pueblos en una ideología obsoleta, mientras unos pocos se aprovechan a costa de sus donaciones. He visto pueblos enteros viviendo de su fe que, aunque equivocada, les brinda esperanza y fuerzas para soportar el sufrimiento. Ya no me escandalizan las cosas humanas.

Lo que sí me perturba es haber descubierto que todo es un gran circo bien montado; que la verdad es otra. Siento a la vez el deber de comunicarlo a los demás, y el temor a no ser escuchado. Presiento al hombre liberado de la caverna que, al regresar para rescatar a sus semejantes, no será oído y posiblemente termine apedreado.

Tampoco quiero robar la fe de los ancianos que esperan por otra vida, los que sueñan con el paraíso; los que creen que obtendrán una recompensa por haber llevado una vida llena de abstinencias, cohibiéndose de muchas cosas que desearon y que creían malas porque así les fueron enseñadas; de aquellos que han pasado haciendo el bien, alentados por una fe sin argumentos racionales, pero que les ha dado paz y miedo durante toda su vida.

Y me pregunto: «¿Qué le respondo a este niño que está a mi lado?».

—¿No me quieres responder o no te atreves? —me interrumpió el niño. Estaba sumergido en mi conciencia.

—No sé cuál sería la respuesta correcta para ti —le dije, porque estaba pensando darle una respuesta diferente.

—No me mientas —insistió—, solo quiero saber la verdad.

—¿Y tú qué piensas? —pregunté.

—Mi pensamiento tendrá mucho que ver con lo que aprenda de los mayores —dijo despacio, con una seguridad impresionante.

Y se hizo el silencio nuevamente. Esta vez sus palabras me dejaron muy preocupado.

En mi mente resonaban una y otra vez: «Mi pensamiento tendrá mucho que ver con lo que aprenda de los mayores». Fue ahí cuando comprendí mi responsabilidad. Lo tenía a mi lado. No le podía mentir. Lo estaría condenando a vivir atado en el interior de una caverna de espaldas a la verdad por el resto de su vida. Entonces el problema no era saber qué decir, sino, cómo expresárselo.

Y decidí confesarle lo que pienso.

—La vida es muy corta — le dije para romper el silencio—. Me parece que ayer tenía tu edad.

—Ya eres viejo —replicó con una sonrisa pícara.

—Cuando menos lo imagines serás mayor —le dije—. No te acordarás de mí, pues habré dejado este mundo.

—¿Y en qué mundo estarás? —preguntó nuevamente, pues no se le escapaba ningún detalle.

—Es una forma de decir. En realidad, no existiré en ningún lugar —precisé y le susurré—: Esta es la única vida, la única oportunidad, no hay otra.

—¿Y cómo estás tan seguro? Las religiones dicen que resucitaremos después de la muerte —afirmó de inmediato.

—¿Y tú les crees? —le pregunté.

Quedó pensativo unos instantes.

—Es que todos dicen que sí —insistió.

—¿Todos? —repliqué y enseguida traté de explicarle—, ¿tan seguro estás? Es precisamente ahí donde está el dilema, mi pequeño niño. Todos quieren que sea verdad (yo también desearía tener otra vida) y prefieren pensar que es así antes que aceptar la realidad.

—¿Pero tú no piensas así? —me preguntó.

—Exacto, jovencito. Durante mucho tiempo me interesé en el tema, lo he estudiado razonadamente —continué—, y he llegado a la conclusión de que todo es el deseo de los hombres, que no aceptamos la muerte y queremos vivir por siempre. Tanto así que nos autoengañamos de forma continua. Muchos cierran los ojos a la realidad y no escuchan a las ciencias, que constantemente demuestran lo que las doctrinas nunca pueden: que después de la muerte no hay más vida contigua.

—¿Y si estás equivocado? —preguntó algo incrédulo.

—¡Ya tengo muchos años jovencito! —exclamé con autoridad.

—¡Otros adultos dicen que hay otra vida! —sorprendentemente replicó también con autoridad.

Reflexioné un instante.

—Sé que es difícil explicarlo —continué—. Prácticamente durante toda la historia de la humanidad hemos estado acompañados de creencias, y, en los últimos milenios, de doctrinas religiosas que gobiernan nuestras vidas. Pero tú y las nuevas generaciones pueden usar la razón para liberarse de tantas falsedades. No debes escuchar a los que te quieran adoctrinar.

—¿Y cómo podré encontrar la verdad, si apenas salgo a la calle me quieren adoctrinar? —insistió—. Por eso te he preguntado, porque eres adulto. ¿Me puedes ayudar?

—Tengo aquí mis respuestas —le manifesté mientras pensaba en mis libros—, y te las puedo mostrar. Pero este tema requiere de tu propia convicción para que nadie te vuelva con argumentos ajenos a llenar la mente de embustes y tu futuro estropear.

—Eso suena bonito —expresó más optimista—. De todas formas, quiero aprender de tu experiencia. Prometo escuchar todo, y razonar por mí mismo.

—Siendo así tu decisión —le dije—, te voy a transmitir todo lo que he logrado aprender en una vida. Es muy importante tu disposición, tu interés y que no tengas miedo a ser diferente. Te contaré verdades que jamás te dirán las religiones.

Deberás despojarte de todos los prejuicios religiosos; esos que sin darte cuenta te dictan lo que debes hacer. Piensa por ti mismo lo que es bueno y lo que no lo es. No tengas miedo a leer aquello que te han prohibido. Más bien lee todo el pensamiento posible para que puedas desarrollar tus propios criterios. Date el privilegio de la duda y busca siempre la verdad. Solo entonces debes meditar mis enseñanzas. No busques en ellas mi verdad, tampoco la de las religiones. Piensa, medita, razona, evalúa a profundidad cada criterio antes de aceptarlo o rechazarlo. No temas a equivocarte. Rectifica, si es preciso, las veces que sean necesarias. Solo así serás diferente, solo así serás tú mismo, un hombre realizado y feliz.

—Ahora tengo miedo —dijo el niño.

—¿Temes a la verdad? —pregunté sin mirarlo.

—No lo sé —respondió—, siento que no estoy preparado.

—Nunca lo estamos del todo —insistí—, pero, ¿quieres conocer la verdad?

—Lo que me ofreces es distinto —replicó—. Temo perder el camino en busca de mi verdad.

—Es normal que reacciones así —le aseguré—. Presta mucha atención para que no te lamentes después. Puedes elegir quedarte con las verdades ajenas. Es lo que hace la mayoría de las personas. Pero cuando llegues a viejo y desees leer tu historia, encontrarás que sin querer has vivido otra vida. Estás a tiempo, jovencito, los mejores logros en tu vida serán los que decidas o hagas tú, y la mejor verdad será aquella que has razonado, no la que te puedan inculcar.

—Tienes razón —comentó el niño y exclamó enseguida—: ¡No temeré a la verdad!

—Me alegro mucho de que entiendas lo que tanto me ha costado —alegué mientras revisaba mi maletín para ver si traía conmigo algunos ejemplares de mis escritos.

—Ya puedes darlo por hecho —insistió—. Solo di cuándo empezamos.

—Te dejaré mis escritos —le indiqué con emoción— como un legado precioso. Aunque te asalten las ganas de renunciar, debes seguir adelante si quieres llegar a la verdad. Te surgirán muchas dudas, pero continúa: tendrás las respuestas antes de que termines de leer. En sus páginas encontrarás muchas cosas que no te dicen las religiones, pero que están en la historia, en estudios científicos y que deberías conocer. La verdad que tanto anhelas, la encontrarás con mi ayuda, pero será la tuya, la que logres razonar.

—¿Y dónde están tus escritos? —preguntó el niño—. ¡Quiero comenzar ya!

—En mis preciados compendios —le indiqué mostrándole los libros— te dejo la mejor verdad. Uno lo he titulado «antiguo legado», donde podrás aprender cómo y por qué nuestra historia contiene algunos errores. Léelo todo despacio para que puedas razonar, y terminarás entendiendo que es hora de que la humanidad se libre de aquellas doctrinas y encare la pura verdad. Descubrirás que los dioses que tanto han sido adorados son entidades míticas derivadas de nuestra imaginación. Con lógica y razonamientos podrás desmitificar, sin menospreciar nuestra historia, las religiones que ahora no te dejan avanzar.

El silencio lo invadía, solo podía escuchar.

—El otro lo titulé «nuevo legado» —proseguí—. Úsalo con libertad para que encuentres una vía a una nueva espiritualidad donde lo grande y sagrado seas tú y la humanidad. Sonríele alegre a la vida, que tienes ahora el camino para un nuevo conocimiento. De tu razonamiento dependerá tu futuro.

El niño miraba los libros con asombro. Pude sentir su alegría llena de curiosidad.

—¿Puedo tocarlos? —preguntó y sin esperar respuesta los tomó en sus manos—. ¡Gracias, muchas gracias! —repetía.

Me llamó la atención que sin haber razonado el contenido de los libros ya se manifestaba muy convencido y eso no me gustaba, pues es algo característico de los que se dejan adoctrinar por las religiones. Prefiero al que mantiene la duda hasta que por sus propios raciocinios se puede convencer. Pero es bueno respetar todas las reacciones. Tenía la corazonada de que lo razonaría a su debido tiempo. Tal vez se comportaba de esa manera por agradecimiento.

Me miró fijamente, con los libros en sus manos, y me dijo:

—Y a los demás, ¿qué les digo?; ¿a los que no tienen la suerte que tengo yo?, ¿a los que creen ciegamente en esas doctrinas?

—No intentes convencer a nadie —le indiqué—, pues a nadie convencerás. Jamás a los que ya han crecido con sus creencias podrás mostrarles otros caminos. Ellos son gente buena y quieren para ti lo mejor. Tratarán de persuadirte y de presentarte su religión, pues para ellos es lo único que contiene tu salvación.

Sólo los de mente abierta podrán aprender contigo. Tú solo muestra el camino y deja que ellos decidan. Respeta sus viejas creencias, no sea que te vayan a lastimar.

—Tengo un hermano mayor. Creo que tiene sus dudas, aunque no sé si es creyente —expresó como con vacilación y algo preocupado—. Siempre habla profiriendo bendiciones, y por cualquier cosa que pasa, agradece a Dios. Ya sé —hizo un gesto con la cabeza hacia los lados—, no podré

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