Roberto Castrillón, fundador del sitio de verificación El Editor de la Semana, se ríe al recordar que su carrera como perseguidor de fake news (noticias falsas) inició como un juego entre él y otros periodistas para evidenciar a los colegas que no hacían bien su trabajo. “Empezamos a encontrar que había periódicos que publicaban cosas que no tenían nada que ver con la realidad”, recuerda Castrillón.
Inmersos en el boom de las redes sociales, Roberta Garza, Rogelio Villarreal, Miriam Canales, Daniel Herrera, Héctor Villarreal y él crearon en 2013 el hashtag #MiseriasDelPeriodismo, que utilizaban para resaltar noticias incorrectas entre ellos. Con el tiempo, Castrillón entendió que, la mayor parte de las veces, los verdaderos responsables de la información publicada en los medios eran los editores, por lo que llevó el juego a un nuevo nivel.
Un viernes de 2013 juntó las tres fake news más impactantes que encontró y las publicó en Facebook para que las personas votaran por cuál ganaría el premio del #EditorDeLaSemana. El concurso pasó sin pena ni gloria entre sus seguidores, pero Castrillón continuó repitiendo el experimento sin saber que pocos años después él se convertiría en el verdadero editor de la semana buscando corregir la información falsa esparcida por el mundo. También ignoraba que muy pronto su labor pasaría de ser un juego a una necesidad.
Fake news: una epidemia sin control
En 2021, según statista.com, el 56.4% de los usuarios de internet en todo el planeta dijo estar preocupado ante la incertidumbre para distinguir si la información que estaba recibiendo era cierta. Brasil encabezó el primer lugar global con un 84% de adultos intranquilos. Le siguieron Sudáfrica y Estados Unidos, mientras que México ocupó el séptimo escaño.
Para los expertos, esto era algo predecible. En 2013, el Foro Mundial proyectó que para 2023 el orbe estaría inmerso en una crisis de desinformación, que se define de Blogger, el inicio de WordPress, y era la posibilidad de que yo, con una cámara digital, la conectara a la computadora y subiera fotos y videos y tuviera mi propio pequeño medio”, explica Castrillón. Por primera vez las ideas, opiniones y el conocimiento podían ser compartidos sin depender del veto de los filtros institucionales. Pero también dificultó aún más filtrar lo real de lo ficticio.