Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Tecnopersonas: Cómo nos transforman las tecnologías
Tecnopersonas: Cómo nos transforman las tecnologías
Tecnopersonas: Cómo nos transforman las tecnologías
Libro electrónico535 páginas9 horas

Tecnopersonas: Cómo nos transforman las tecnologías

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Las sociedades informatizadas e hiperconectadas han sobrevenido veloces y plantean grandes desafíos. ¿Cómo conceptualizar un mundo entretejido en bits? ¿Cómo actuar en el espacio y el tiempo tecnológicos? ¿Hay libertad y democracia en las redes sociales? El fracaso del cyborg, ¿es reversible? ¿Cuáles son las relaciones de poder que configuran la vida onlife? ¿Qué mecanismos de subjetivación moldean hoy las identidades? ¿Dónde se sitúa la esfera pública en el ecosistema informacional? Estas son algunas de las preguntas abordadas en este libro, que analiza los mecanismos de control y dominación (des)de las nubes de datos, reivindica los derechos de las tecnopersonas y propone la rebelión de quienes usamos dispositivos digitales, gracias a los cuales las grandes empresas multinacionales de la información y la comunicación han adquirido un tecnopoder sin precedentes.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2023
ISBN9789878941639
Tecnopersonas: Cómo nos transforman las tecnologías

Relacionado con Tecnopersonas

Libros electrónicos relacionados

Computadoras para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Tecnopersonas

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Tecnopersonas - Javier Echeverría

    Imagen de portada

    TECNOPERSONAS

    JAVIER ECHEVERRÍA

    LOLA S. ALMENDROS

    TECNOPERSONAS

    Cómo nos transforman las tecnologías

    Índice de contenido

    Portada

    Portadilla

    Legales

    Prólogo-carta por Vilma Coccoz

    Introducción

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO 1 Conceptos de persona

    Personas y lenguajes

    Personas y máscaras

    Pronombres personales y nombres propios

    Definiciones medievales de persona

    La noción moderna de persona

    Nociones contemporáneas de persona

    Concepción jurídica y dimensión económica de las personas

    Dimensión política de las personas

    La crisis de los Estados y de las democracias liberales

    CAPÍTULO 2 Técnicas, tecnologías y tecnociencias

    De las técnicas a las tecnologías

    De las tecnologías a las tecnociencias

    De la filosofía de la tecnología a la filosofía de la tecnociencia

    CAPÍTULO 3 Tecnopersonas: primera aproximación

    Tres tipos de tecnopersonas

    La hipótesis de los tres entornos

    Tecno-nombres

    Tecno-percepciones

    Tecnomiradas

    CAPÍTULO 4 Tecnogenios malignos

    Un experimento conceptual: preámbulo

    El cogito cartesiano, por escrito

    La duda metódica de Descartes aplicada a la tecnolectura

    Consecuencias del experimento

    El genio maligno, según Descartes

    Conclusión final del experimento

    CAPÍTULO 5 Tecnopoderes

    Tecnociencias de control, vigilancia y dominación

    El tecnopoder como dominación de las mentes

    Programadores y administradores de las redes

    Ausencia de democracia y neofeudalismo en el tercer entorno

    Extender la Declaración de Derechos Humanos al tercer entorno

    Empoderamiento tecnológico

    CAPÍTULO 6 Tecnovidas y tecnomuertes

    Pluralismos

    De los genes a los tecnogenes

    De la genética a la ingeniería genética

    Los tecnogenes como innovación tecnocientífica

    Cuerpos, ciborgs y tecnocuerpos

    Posthumanos, transhumanos y tecnohumanos: crítica del transhumanismo

    Tecnomuertos

    Fin del experimento

    CAPÍTULO 7 Segunda aproximación a las tecnopersonas

    Tipos de tecnopersonas

    Tecnopersonas humanas

    Los robots en tanto tecnopersonas

    Los robots patentados

    Robots, tecnorobots y daños

    Tecnomultitudes y tecnocomunidades

    Tecnosujetos

    La rebelión de las (personas) usuarias

    SEGUNDA PARTE

    EXPERIMENTO 1 Tecnolenguaje: cómo es un tweet

    EXPERIMENTO 2 Tecnocomunicación: qué (se) hace (con) un tweet

    EXPERIMENTO 3 Tecnoespacio y tecnotiempo: la vida onlife

    EXPERIMENTO 4 Postverdad y transparencia en la sociedad informatizada

    EXPERIMENTO 5 Tecnopoder y tecnopolítica

    APÉNDICE: Virus y Tecnovirus

    Referencias bibliográficas

    © Grama ediciones, 2023

    Manuel Ugarte 2548 4° B (1428) CABA

    Teléfono 4781-5034

    grama@gramaediciones.com.ar

    http://www.gramaediciones.com.ar

    @ Javier Echeverría y Lola S. Almendros, 2023.

    Diseño de tapa: Gustavo Macri

    Primera edición en formato digital: mayo de 2023

    Versión: 1.0

    Digitalización: Proyecto 451

    Hecho el depósito que determina la ley 11.723.

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por medios gráficos, fotostáticos, electrónicos o cualquier otro sin permiso del editor.

    Prólogo-carta

    Vilma Coccoz

    Si has decidido sumergirte en la lectura de estas páginas, una disposición que desde ya celebro, se debe, supongo, a que el subtítulo –Cómo las tecnologías transforman nuestras vidas– promete orientarte en la búsqueda de respuestas a una inquietud existencial, la cual, no por afectar a todos, requiere menos del empeño de cada uno.

    Por tal razón, si he optado por escribir esta introducción en forma de epístola, es porque he aceptado gustosa la invitación de sus autores a participar de su juego (1) hasta incluirme en él desde mi condición de destinataria de esta y otras cartas, aunque no siempre mi respuesta haya sido inmediatamente consecutiva, como se podrá deducir de este texto.

    En esta ocasión y gracias a la Editorial Grama, te dirijo a ti, lector, lectora latinoamericana del último libro de Javier Echeverría –escrito en colaboración con Lola Almendros– una misiva que se encontraba a la espera de su concreción y cuya escritura inicié hace cuarenta años, cuando elegí el exilio con la esperanza de vivir sin temor, y de acceder libremente a los saberes censurados por la dictadura militar que sembró el terror en Argentina.

    Conocí a Javier Echeverría en la Facultad de Zorroaga de Donosti, donde un grupo de profesores e intelectuales formados en el espíritu del 68 que reinó en las universidades europeas mientras agonizaba el franquismo, se dio cita para llevar adelante un ambicioso proyecto, una Facultad de Filosofía y Letras a la altura de los tiempos e imbuida del movimiento político de reapropiación de la cultura en la lengua ancestral del pueblo vasco, el euskera, prohibida y perseguida durante la dictadura. En el programa de esa carrera universitaria se incluía el estudio del Psicoanálisis orientado por la enseñanza de Lacan, el primer paso institucional hacia la recuperación de la lengua freudiana, pervertida y adulterada durante los años oscuros.

    En el mes de enero de 1982 tuvieron lugar en un edificio antiguo y sin calefacción, las primeras jornadas internacionales que con el título Jerarquía y diferencia reunió a destacados representantes del debate filosófico y antropológico del momento.(2) Puede atisbarse la dimensión de la apuesta si tenemos en cuenta que se llevaron a cabo –traducción mediante– en las tres lenguas: francés, español, euskera. El nivelazo y en ocasiones, ardor de las discusiones que tuvieron lugar entonces dejaron una huella indeleble en mí, así como el propósito de participar un día en un banquete semejante.

    Más tarde comprendería que un espíritu leibniciano animaba el convite y la elección de los ponentes de ese histórico encuentro, y que ese mismo espíritu merecía su actualización y su propagación a fin de reunir los medios para afrontar de manera crítica y argumentada, en un franco diálogo con diversos autores, los efectos de la llamada revolución tecnológica que se tematiza en Tecnopersonas.

    Pero, ¿a qué me refiero al hablar de espíritu leibniciano? Se trata, fundamentalmente, de una orientación favorable al reconocimiento de los puntos de enlace simbólicos que engarzan nuestros tiempos con otros, anteriores, temporalmente, pero, sobre todo, lógicamente. No se trata de una búsqueda de un orden de sucesión progresiva o jerárquica del pensamiento, sino de una perspectiva analítica, si admitimos, con Echeverría y Almendros, que los distintos paradigmas o marcos conceptuales no se suceden ni se superan –en plan darwinista– como fases evolutivas del conocimiento, sino que cada vez se aportan nuevas perspectivas, nuevas lecturas acerca de los grandes enigmas de la existencia que hacen posible valorar otros factores hasta el momento ignorados o desconocidos. La obra de Leibniz es ejemplar en este sentido, artífice del diálogo entre los Antiguos y los Modernos, los historiadores le consideran un representante de la philosophia perennis.(3)

    Podemos reconocer en Javier Echeverría una auténtica filiación intelectual con su maestro, deseada y cultivada con esmero. Gran conocedor de la obra del filósofo alemán y comprometido con su edición y divulgación (también de sus manuscritos), es posible tender un hilo rojo entre las clases de Filosofía de la ciencia que dictaba en Zorroaga durante la década de los 80, en las que nos daba a conocer al sabio del siglo XVIII, y esta última publicación –Tecnopersonas– de crucial importancia para entender la época que estamos atravesando.

    Es la razón por la que no nos sorprende encontrar, por ejemplo, en un texto de Echeverría,(4) citas del diálogo El político de Platón que merecen ser recuperadas en el contexto actual: por una parte, nos ilustran acerca del modo en el cual el filósofo griego afrontaba por primera vez el dilema trascendental de la articulación del saber y el poder en la polis, postulando como deseable la importancia de la formación filosófica de los aspirantes al gobierno –algo que sería retomado y relativizado posteriormente entre otros, por el propio Leibniz– a la vez que no hacía distinción de género en las figuras capaces de conducir al demos, ya que según Platón mujeres y hombres gozaban del mismo derecho. Una consideración que llega a convertirse en un principio vital para Leibniz, como lo demuestra su relación con las princesas y filósofas en el ejercicio de una filosofía cortesana cuyo aspecto político destaca Echeverría cuando aboga por cultivar en nuestros tiempos una filosofía mundana, capaz de conectar y de, eventualmente, influir en el poder que en los países democráticos se confiere a los ciudadanos. Este es uno de los aspectos nodales del recorrido que podrás realizar leyendo el libro Tecnopersonas, el enlace del aspecto epistémico y el político que comportan nuestras tec-noexistencias, a fin de localizar de forma precisa dónde y cómo se genera el poder en el universo digitalizado hasta quedar en manos de los señores de las nubes o señores del aire, y las consecuencias que se derivan de este hecho para los denominados usuarios, despojados, entre otros aspectos, del nombre propio que caracteriza nuestra existencia singular, no menos que de su saber y de su capacidad de acción.

    La invención del término Tecnopersona para nombrar nuestro modo de estar –que no habitar– en el tercer entorno,(5) inaugura un auténtico abanico semántico desde el cual se va tejiendo una red de significaciones en cuya compleja trama Echeverría y Almendros nos guían a fin de cernir cada detalle de la mutación a la que estamos asistiendo. Este libro es una auténtica guía para desorientados y despistados, nos ayuda a despertar, nos incita a discutir, a no satisfacernos con una idea aproximada de las cosas. Es una invitación al debate, a la controversia, al juego más serio y elevado de la dialéctica. Es una carta abierta en cuya lectura cada uno es convocado a poner de su parte hasta convertirse, activamente, en su destinatario.

    En el primer capítulo del libro encontrarás los fundamentos de la noción de tecnopersona, cuyos orígenes se remontan, por un lado, al etrusco phersu, –que significaba enmascarado– y al latino prosopon, lo que se presenta de sí a la mirada de los otros y; por otro, a la dimensión invocante que se desprende de la otra acepción etimológica: per-sonare, y que hace alusión a las emisiones que tienen lugar en el teatro. El acento implícito en la mirada y en la voz (que Freud y Lacan suscribirían por denotar un carácter de satisfacción pulsional acéfala) lo hace preferible a la noción de ciborg o inforg, y es justificado claramente por los autores. Porque en ambas acepciones se acentúa su función social, esencial en la concepción filosófica de Leibniz y en el planteamiento crítico de este libro, digno de la Escuela de Frankfurt.

    Y ello en tanto nos acerca a un modo muy distinto de hacer filosofía del que resulta de la introspección, solitaria, de una mente brillante, o del vinculado a la enseñanza en el marco de una institución universitaria; la independencia intelectual que supone ocuparse de esta manera en un tema de tal enjundia revela una firme toma de posición epistémica, ética y política.

    En la introducción de Filosofía para princesas (un acicate evidente para el texto que te remito) y escrita en forma de carta-dedicatoria del epistolario que G. W. Leibniz intercambió con Sofía de Hannover, Sofía Carlota de Berlín y Carolina de Anspach, despliega Javier Echeverría un singular retrato del filósofo alemán, más aún, describe su posición en la vida y en la búsqueda del saber llegando a otorgarle, con razón, un lugar aparte en la historia del pensamiento occidental.

    Retengamos de esa presentación el calificativo de filósofo perspectivista, precursor de la Ilustración y la Enciclopedia, en cuya fructífera inmersión en los diversos campos del conocimiento podemos reconocer los signos propios de un espíritu inquieto y cultivado, ciertamente, a la altura de la subjetividad de su época. Considerado el filósofo barroco por antonomasia,(6) su obra y su propia existencia se presenta ante nuestros ojos como una respuesta al cogito cartesiano –en cuyo enunciado pienso, luego existo, pudo apuntalarse la ciencia en sentido moderno. Una cuestión de envergadura y que llega hasta nosotros a través de Echeverría y Almendros, en la recuperación de la figura del tecnogenio maligno,(7) a fin de alertarnos acerca de los riesgos que asolan nuestro acceso a la información, así como la opacidad que caracteriza la manipulación de los datos que aportamos gratuita e inconscientemente al hardware cada vez que actuamos en el tecnomundo por medio de los dispositivos que anexamos a nuestro cuerpo y que Echeverría había anticipado con su concepto de consumo productivo, en una obra que revela ser, a todas luces, premonitoria de estos tiempos: Telépolis.(8)

    Más aún, la insistencia de Echeverría y Almendros en interrogar desde una perspectiva axiológica la aplicación de las tecnociencias, profundizando en su distinción precisa de la técnica, la tecnología y la propia ciencia, alcanza la cima cuando la interrogación se centra en las nuevas necesidades (y satisfacciones) generadas por el tecnocapitalismo, incluyendo las vinculadas a expectativas y profecías transhumanistas que llegan a tomar la forma de tecnorreligiones.

    Porque no se trata en la existencia de las tecnopersonas –y este es, a mi entender, uno de los aportes esenciales de este libro– de una nueva dimensión ontológica, de un nuevo modo de ser, sino del establecimiento de un nuevo modo de hacer, de una nueva praxis que impone sus condiciones de uso, o de funcionamiento. Una diferencia sustancial que requiere, por nuestra parte, el cuestionamiento de su inexorabilidad, a fin de recuperar nuestra capacidad de acción, cedida a los programadores, a los algoritmos, y a los propietarios de sus patentes que nos relegan a la condición de agentes.

    Diversos autores han establecido paralelismos entre la época de Leibniz y la nuestra; si nos inclinamos en esa dirección, destacando algunos aspectos que juzgamos comparables entre el siglo XVIII y el XXI, intentaremos cernir una lógica común a fin de localizar repeticiones y novedades, teniendo en cuenta que entre tanto tuvieron lugar acontecimientos decisivos en la historia de la civilización como la Revolución Francesa, la revolución industrial, la formación de los Estados y, en el siglo XX, la Segunda Guerra mundial y la consumación del capitalismo. Echeverría y Almendros señalan y desmenuzan sus injerencias, recordándonos que las primeras aplicaciones de uso militar de las tecnociencias tuvieron lugar en EE.UU. en los años 50. A partir de entonces el poder del imperio americano se hizo evidente en la geopolítica y en la biopolítica, acrecentado por el programa de influencia que llevaría a cabo la industria cultural –netamente anhistórica e individualista-.

    Pero volviendo al barroco, en aquel período la Iglesia católica se consagró al diseño de un programa político con el propósito de delectare et movere el alma de los fieles y así reconquistar la subjetividad excluida por el método cartesiano. Las escopias corporales,(9) especialmente las del sufrimiento de la Pasión, inundan la Europa católica hipnotizando las miradas, ofreciendo así una regulación del alma, por conferir un sentido culpable a los dolorosos afectos que sacuden el cuerpo.

    Y es que el impacto que causan las imágenes en los seres humanos es consustancial a su formación, porque entre el sujeto y el mundo se impone la realidad del semejante en torno a cuya imagen se forma el yo, como su reflejo especular, en la tensión pasional con el otro que conocemos como narcisismo y que condiciona nuestra imagen del mundo. Pero con la introducción de las pantallas y de la acción de la tecnomirada cuyo alcance ha llegado a nombrarse como capitalismo de la vigilancia, la captura de los mirones se ha desplazado a su gemelo digital, y de ahí al marketing de la propia imagen que se cuantifica a golpe de likes y seguidores. Echeverría y Almendros analizan esta tensión entre la transparencia de la otrora intimidad –ahora ofrecida al espectáculo y anzuelo para su fetichización–, con la oscuridad en la que trabajan los autores de los programas que leen los signos que pulsamos en el teclado, inaccesibles para el público.

    El espejo ha pasado de la representación mental a lo real, el doble virtual aparece en la pantalla y con él se intenta regular la propia imagen pretendiendo declarar una identidad propia que es, en realidad, un señuelo, porque da consistencia a la máscara, a la tecnopersona, induciendo a la cosificación. Los beneficios que ocasiona esta captura adictiva de las masas se contabilizan en los procesadores, en las granjas de datos pertenecientes a los señores del aire.

    No es un detalle menor que Leibniz elabore su filosofía durante el barroco, en un momento de la civilización caracterizado por la emergencia del sujeto en sentido moderno, –el sujeto de la ciencia– cuya investigación se independiza de la omnipotencia de la mirada divina y se afianza en la deducción de las leyes universales. Un filósofo digno de tal nombre no puede desconocer el impacto de las matemáticas en la existencia humana, de hecho, Leibniz dialoga con el mismísimo Newton. Pero ello no le impide conceder importancia a otros aspectos de la subjetividad, muy especialmente al amor, llegando a definirse a sí mismo como amante de la verdad y amante de Dios. Por eso lo fundamental es la forma en que construye un partenaire de su palabra, un destinatario de su discurso filosófico que toma forma en sus cartas, en el lazo que hace posible el deseo de saber, en el despliegue de una conversación que Echeverría identifica como un topos singular, un principio individual que rige su vida y en el que reconoce la semejanza con el inconsciente freudiano.

    Ese lugar del discurso –la princesa– es el signo de lo que no puede escribirse en el lenguaje, matemático o no, por ser su tope real, el hueco en el que podrán alojarse las figuras femeninas, una por una, sin que ninguna consiga entregar una esencia universal. Ese lugar no puede delinearse en el mundo digital, y por razones de estructura, el binarismo excluye lo Otro de su propio lenguaje. Por lo tanto, en los tecnomundos no existen, y por fundadas razones, tecnoprincesas, ni tecnofilósofos. Como tampoco es posible el diálogo que sostienen los pronombres personales, en donde se puede captar y afianzar una enunciación singular; la ilusión de comunicación elimina la dimensión del diálogo donde pueden forjarse y distinguirse, por lo tanto, las posiciones y estilos de unos y otros.

    Diluida la frontera entre la vida on life y on liffe, un eterno presente se convierte en esperanza, en fe, en promesa, mientras el cuerpo se consume y la razón se debilita.

    Por ese motivo tampoco hay lugar para la creación, en el reino de los algoritmos la palabra-amo es innovación, y la invocación cansina de expertos y científicos para difundir las noticias, las fake news, nutre una babel de ruido. La conclusión de Echeverría y Almendros es fuerte: allí se produce nada, o más bien, la producción es imparable y anodina. Y es que en el lenguaje mismo reside la paradoja por la cual un mismo elemento puede ser símbolo del poder o de la potencia, albergar a Eros o a Thanatos, ser un instrumento de liberación o de sometimiento.

    Por esta razón te equivocarías, lectora, lector, al pensar que Echeverría y Almendros son tecnófobos, al contrario, ellos se declaran dominófobos. Alertando contra las servidumbres voluntarias que empujan a teclear la conexión de forma automática, nos incitan a rebelarnos y reclamar nuestra ciudadanía, a luchar por la tecnología como bien público y arrebatarlo a las manos privadas, a comprometernos políticamente a fin de recuperar la dimensión del ser, que es la dimensión del deseo y que se realiza en el decir y en el intercambio con los otros, en las lenguas efectivamente habladas y vivas, es decir, siempre permeables a sentidos nuevos. En palabras del poeta: Un golpe de dados jamás abolirá el azar.

    Este libro constituye un verdadero ejemplo de gai savoir, esencial para fortalecer los canales de participación entre uno y otro lado del charco, en la aventura intelectual que supone confeccionar las necesarias cartas de navegación en las procelosas aguas (y las nubes) del lenguaje, a fin de proteger nuestro mayor bien común, nuestra existencia real en la palabra, en los actos y en las experiencias personales y colectivas, en las que la autenticidad aún conserva su valor y tienta las voluntades hacia la colaboración en la gran obra humana.

    1. Alusión al juego de cartas.

    2. En esa oportunidad Jacques-Alain Miller y Eric Laurent anunciaron la ampliación del Campo Freudiano fundado en 1980 por el propio Lacan en Caracas.

    3. J. Echeverría, Prólogo a la segunda edición a Filosofía para princesas, Alianza editorial, Madrid, 2019, p. 14

    4. J. Echeverría, Carta-dedicatoria del traductor, óp. cit., p. 48

    5. Un concepto debido a Echeverría que permite distinguir nuestra existencia como seres físicos en el primero y como ciudadanos en el segundo. Lo característico del tercer entorno es estar estructurado en base a redes, no a territorios, pero necesita, para funcionar, de energías básicas: la eléctrica y la económica en forma de inversiones en infraestructuras y dispositivos. (p. 93)

    6. Por Gilles Deleuze, citado por Echeverría.

    7. Descartes barajó la hipótesis del genio maligno como garantía para su proclama, es considerado por Lacan el mayor pase de esgrima realizado en el pensamiento.

    8. "La novedad estriba en la aparición simultánea de una nueva mercancía, el telesegundo o teletiempo, que sólo tiene valor económico en tanto es consumido por una gran masa de espectadores […] el ocio se convierte en actividad productiva por medio del telemercado […] La masa anónima de telecurrantes produce materia prima a través del consumo de su tiempo de ocio que pasa a ser propiedad de las tele-empresas. Se trata de tiempo no físico, sino social". J. Echeverría, Telépolis, Destino, Barcelona, 1994, pp. 74 /78.

    9. Debemos a Lacan esta concepción del barroco. El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 1981, pp. 127-141

    Introducción

    Hacer una cartografía de nuestro tiempo no es una tarea sencilla. Las sociedades informatizadas e hiperconectadas han sobrevenido veloces, impidiendo creer, confiar y configurar imágenes del mundo que, además de explicar el presente, ofrezcan rutas de futuro. Entre el caos, la incertidumbre y la incomprensión se buscan lugares donde orientarse. Algunos miran a lo político, otros a lo económico, otros a lo social… algunos juntan estas esferas, otros las hilan causalmente. Hay quienes las creen superadas o entretejidas tan fuertemente que no pueden separarse… Relatos hay para todos los gustos, pero lo único que parece claro es que, en la época de la información, somos espectadores extrañados. Es complicado saber qué sucede y qué se nos aventura. Las secuelas del ocaso de la modernidad nos empujan a entrar en juegos tramposos.

    Nuestro tiempo de la innovación, del progreso extenuado, es un tiempo sin devenir; un eterno presente que carece de coordenadas. El cambio climático se acelera; los desarrollos en nanotecnología y biomedicina están plagados de riesgos e incertidumbres; convivimos con dispositivos que nos suben y bajan de las nubes sin considerar los costes energéticos de su virtualidad; nuestras acciones, elecciones y relaciones están atravesadas por redes de comunicación donde hacer y consumir se fusionan; los viejos problemas sociopolíticos se remasterizan y aparecen nuevos pendientes de concretar… En todos los ámbitos de la vida pública y privada proliferan mantras donde catástrofe y optimismo camuflan el fantasma de una incertidumbre que parece provocar vértigo a un pensamiento crítico en letargo. Este momento se caracteriza por la ausencia de referentes.

    ¿Cómo conceptualizar un mundo entretejido en bits? ¿Cómo actuar en el espacio y el tiempo tecnológicos? ¿Hay algún deber en los tecnoentornos? ¿Cuáles son las relaciones de poder que configuran la vida onlife? ¿Qué mecanismos de subjetivación moldean hoy las identidades? ¿Dónde se sitúa la esfera pública en el ecosistema informacional? ¿Es el tiempo de Twitter el cénit de la libertad? Estas son algunas de las preguntas que nos tienen alerta y dirigen nuestro peculiar quehacer filosófico. Y es que, como no entendemos las reglas del juego, no nos queda más remedio que jugar.

    Este ensayo experimental nace del tecnoruido que mueve los pulgares silenciosos, y presenta una indagación conceptual que aspira a escapar de la tiranía muda (des)de las nubes. No perseguimos descubrir nuevas realidades, tampoco razones más correctas o mejores valores. Nuestra idea del lenguaje no se ciñe a la designación, por eso nuestra intención se aleja de pleitesías moralistas o solucionistas. Rehuimos de la filosofía criticona y enferma de nostalgia. Por ello construimos hipótesis y las testamos tratando de comprender dónde estamos, por qué hemos llegado a un momento tan indeterminado y por dónde su devenir parece dirigirnos.

    Nuestros análisis acerca de lo tecnológico persiguen aportar luz sobre la lógica velada del gobierno (des)de las nubes. Tratamos de escudriñar la extraña lógica que sustenta la circulación de tweets, el éxito de influencers y youtubers, el carácter político y politizante del data marketing… Desempeñamos así la filosofía como ingeniería conceptual. Creemos en el efecto creativo de la incomodidad y el inconformismo, y por ello proponemos un juego de y con conceptos; de nuevos usos y prácticas. Queremos subvertir significados y, sobre todo, provocar discusión. Por ello, las páginas que siguen están llenas de interrogantes, rinden homenaje a la duda y se enfilan al abismo de la crítica. Analizamos significados para romperlos, unas veces por fastidiar; otras por diversión; otras por encontrar sentido al caos de hechos y palabras, de promesas e ideas, de luchas y vencidos pero, sobre todo, de silencios y silenciados. Usamos las palabras para incordiar conciencias, desvelar creencias y sesgos, y reseñar problemas.

    Paralela a la World Wide Web, de la mano de Donna Haraway, nació una fuerte metáfora política: el ciborg. Esta idea híbrida de sujeto habría de dar fin a los encasillamientos, imposiciones y dicotomías que fundamentan las desigualdades mediante la apropiación empoderadora de los avances tecnológicos. Su venida, como la mayor parte de las expectativas y promesas (post)modernas, se ha pospuesto. ¿El fracaso del ciborg es reversible, o (solo) descriptible? Esta pregunta nos inquieta y por ello experimentamos, metódicos pero rebeldes. Sea cual sea la dinámica que rige las relaciones de poder y sean cuales sean estas relaciones, configuran una cultura, una sociedad y unos individuos en los que puede que encontremos tal explicación. El fin de nuestros experimentos es comprender estos nuevos entes que describen el fracaso sociopolítico del ciborg: las tecnopersonas. Nuestros experimentos conceptuales abusan de lo tecno porque lo tecno abusa de nosotros. Te invitamos a jugar con nosotros.

    No hay reglas para el juego. La lectura de este libro puede tener lugar en las cuatro dimensiones del espacio, de un lado a otro, de arriba abajo, antes o después. También es amable con los pliegues informacionales, con las diferentes interfaces, con los múltiples dispositivos donde se alojan los textos manteniendo vivos los conceptos en su evolución.

    Aquellos que opten por entrar en el juego siguiendo órdenes tradicionales encontrarán dos capítulos introductorios donde se disecciona el concepto de tecnopersona. Estas líneas suponen un recorrido gramatical y semiótico por la historia de las personas, desde los teatros griegos a los avatares contemporáneos. El análisis de lo tecno– supone el esbozo de una filosofía de las tecnociencias que ahonda en las diferencias entre técnica, tecnología y tecnociencia como distintos modos de construir, comprender y trascender la realidad.

    Los que prefieran una lectura serendípica encontrarán dos aproximaciones a las tecnopersonas. La primera comienza con una tipología de las tecnopersonas que atiende a los modos de relación y poder que las configuran, a los entornos que habitan, a su carácter informacional… pero también a sus diferentes grados de tecnopersonificación, a sus identidades, pluralidades, heteronomías y heteroconciencias. A su vez, todo ello será cuestionado bajo la presentación de la hipótesis del tecnogenio maligno, donde la duda como método se aplica a las tecnoexistencias y tecnomundos. El juego en esta primera aproximación sigue la estela del poder, entrando en los dominios feudales de los señores del aire y buscando una definición de los derechos humanos para y en un mundo informatizado. La última parada en esta aproximación es una cuestión de tecnovida y tecnomuerte, de saberes y poderes, de cuerpos y tecnociencias, de humanos y posthumanos… de tecnopersonas y posteridad.

    La segunda aproximación es una ruta de profundización en las tipologías y características de las tecnopersonas que va desde la tecnoidentidad donde signo y sujeto se funden a las tecnomasas; de los humanoides a los robotoides; de las capacidades y agencialidad a la tecnoeconomía. Pero las posibles lecturas no acaban aquí.

    Quienes prefieran jugar de un modo más disparatado pueden dirigirse a los experimentos conceptuales que ocupan el final del ensayo. Esta vía comienza con des-dich@s: con lenguajes y tecnolenguajes. Y continúa con la metamorfosis informacional de los elementos comunicativos. La tercera posta es existencial y quiebra el espacio-tiempo. La cuarta es fangosa, pues es la senda de la imagen tecnocientífica del mundo, de la informatización de lo sociocultural y lo epistémico. El juego conceptual aquí pone en jaque las hiperinformaciones, atenta con ironía contra las post-verdades, y desvela el carácter opaco del mantra de la transparencia.

    El último de los experimentos está dedicado a lo (tecno)políticamente correcto. Esta parada conceptual busca las características distintivas de la tecnopolítica, diferenciándola de la bio y la psicopolítica. Comienza con un mapa de entidades, espacios y valores de una vida sociopolítica informatizada y politizada, donde no hay fronteras entre política y marketing, donde el poder no es estatal sino tecnoeconómico, y donde las tecnopersonas suplantan a la ciudadanía.

    Este ensayo está escrito a cuatro manos, con el eco de muchas voces, y con el Atlántico por medio. Es un ejemplo de tecnoescritura en sí mismo, que le debe cada coma a múltiples interlocutores y discusiones; a colegas afectuosos pero críticos; a largos viajes que se han pasado rápido a golpe de tecla; a infinitas notas en la cuenta de algún bar o en los tickets del supermercado; a muchos ratos de risas y muchas horas de pantalla; a la serendipia en las bibliotecas y a las ocurrencias en La Concha o en Chueca … Los títulos y subtítulos se los debemos al Instituto de Filosofía del CSIC, en especial a Concha y Eulalia. La inspiración, cuando irrumpe, proviene del Cantábrico y del Mar del Plata. La paciencia es de Belén, que teje miradas. La ilusión la aporta Irene, más joven que nadie. Los acentos son cosa de Andoni, que guía y entusiasma una de las cuatro manos; de Lola, la (in)formadora de la sensatez; de Clara, Teresa y Hilary, las hermanas, lectoras y lo que haga falta. Los puntos suspensivos son de Alejandro, y continuarán.

    Javier Echeverría y Lola S. Almendros

    10 de octubre de 2022

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO 1

    Conceptos de persona

    Personas y lenguajes

    Antes de introducir la noción de tecnopersona es preciso analizar sus dos componentes: "tecno- y persona". Uno de los propósitos de este libro consiste en fomentar el uso del prefijo tecno– en español, combinándolo con diversos sustantivos, verbos y adjetivos para indagar el sentido y los posibles significados de varios neologismos con el prefijo tecno-. Esos cambios conceptuales son precisos para adaptar los idiomas usuales a la revolución tecnocientífica del siglo XX, que sigue desarrollándose en el siglo XXI.

    Antes de abordar lo tecno– en el capítulo siguiente, comentaremos brevemente la evolución histórica del concepto persona. Analizaremos sus acepciones jurídicas y morales, que son importantes, pero también nos ocuparemos de sus dimensiones gramaticales y lingüísticas. Las filosofías personalistas se caracterizan por sostener el valor superior de las personas frente a los individuos, las cosas y lo impersonal (Ferrater 1990, III, 2764). Pues bien, en este capítulo expondremos la hipótesis de que ese plus de valoración tiene una raíz gramatical. Los lenguajes, incluso los más descriptivos, están cargados de valores. Son constitutivos de los sujetos humanos, no simples herramientas para comunicarse. Los tecnolenguajes del siglo XXI también: generan tecnopersonas. ¿Cabe hablar hoy en día de tecnosujetos? Esta es una de las cuestiones a abordar en este libro.

    Personas y máscaras

    El término persona viene del etrusco Phersu y del nombre de la diosa Perséfone.(10) Hacia el año 550 antes de Cristo, phersu significaba enmascarado, o la máscara misma. El nombre Perséfone significaba máscara porque en las fiestas de esa diosa se utilizaban máscaras.(11) Según Boecio, la palabra latina "persona" traducía el vocablo prosopon, que en griego clásico significaba máscara de teatro.(12) Esta primera acepción nos será muy útil para introducir la noción de tecnopersonas, que aludirá en primera instancia a las actuales máscaras digitales que usan los usuarios de Internet y de las redes sociales. Originariamente designaban las máscaras que se usaban en las fiestas dionisíacas y en otros rituales religiosos y civiles en Grecia. En su libro Netianas (2005), Remedios Zafra ha aplicado esa acepción etimológica al mundo actual: prosopon es "lo que se presenta de sí a la mirada del otro, algo así como un sello de nuestra identidad, la forma individualizada que ofrecemos a cualquiera que nos aborda de frente" (Zafra 2005, 59). Adoptaremos plenamente esta propuesta, la aplicaremos a los actuales entornos tecnológicos y tecnocientíficos y propondremos la noción de tecnomirada. Nuestras tecnopersonas tienen una dimensión teatral y representativa en la mirada misma, no sólo en la imagen externa. Las personas son entidades relacionales que surgen a partir de interacciones humanas basadas en el uso de diversas máscaras por parte de cada sujeto, sea este individual o colectivo. Maquillarse y vestirse han sido y son formas cotidianas de personificarse, es decir, de verse a sí mismo como persona ante el espejo y de presentarse así a los demás para interactuar y hacer lo que corresponda. Hoy en día, las pantallas de los teléfonos móviles, tabletas y ordenadores son tecno-espejos digitales donde cada cual se mira a sí mismo y a los demás, mientras que las pantallas de televisión y las redes sociales son tecno-espejos colectivos y a veces masivos, comparables a los teatros de la antigüedad greco-romana. Hay pantallas íntimas, privadas y públicas. Las tecnopolíticas se desarrollan en ellas. Las máscaras teatrales griegas, como las fotografías digitales y las selfies, fueron diseñadas para ser miradas por otros y para producir efectos emocionales en los espectadores. Hoy en día han surgido nuevos escenarios teatrales a los que la gente acude desde cualquier lugar, gracias a las redes telemáticas y a las tecnologías de información y comunicación a distancia.

    Además del aspecto visual, las máscaras griegas tenían un complemento sonoro. La voz emitida desde la máscara era amplificada por un dispositivo que facilitaba que lo dicho fuese oído en todo el anfiteatro. Pues bien, esta fue la segunda acepción etimológica de persona, señalada por Boecio: viene de per-sonare, es decir, de hacer sonar la voz propia en el teatro. Algo similar ocurre hoy en día con quien toma el micrófono para hablar o cantar en público, así como con los altavoces y amplificadores de sonido. Nuestros móviles, ordenadores y tabletas los llevan incorporados. Las máscaras informatizadas que se suben a las redes sociales o a You Tube, sean fotos, sonidos, videos, discursos, tuits u otros objetos digitales, son audiovisuales, aunque también sería posible digitalizar otras impresiones sensoriales: olfativas, gustativas y táctiles. En suma: las dos primeras acepciones de máscara a tener en cuenta son la visual y la auditiva. Este enfoque audiovisual permite hablar de una vida en las pantallas (Sherry Turkle 1996) e incluso de que habitamos las pantallas, como punzantemente ha escrito Remedios Zafra: Habitar en esta pantalla le hace a una sentirse al mismo tiempo cobijada y despojada de alma. No puedo evitarlo (Zafra, 2016: 103). Nuestras tecnopersonas habitan en las pantallas digitales, o mejor, al otro lado de ellas, pero teniendo presente que dichas pantallas son visuales y sonoras, y que podrían ser máscaras pentasensoriales.

    Los seres humanos interactuamos a diario mediante voces y máscaras: son nuestros cuerpos, nuestras maneras de hablar, gritar, cantar, reír o llorar. Somos considerados personas porque practicamos el teatro de la vida. Sabemos cambiar de máscaras, e incluso desenmascararnos. Nuestra habla y nuestra voz son nuestra máscara sonora. Nuestro cuerpo, nuestro atrezzo y nuestro modo de gestualizar conforman otras tantas máscaras visuales. Somos actores en los mundos de vida que frecuentamos. Pues bien, en el caso de los mundos digitalizados, a los que denominaremos tecno-entornos, nos resulta posible cambiar de aspecto con sólo pulsar una tecla. Los tecnoentornos pluralizan radicalmente la identidad de las personas, aunque también la homogeneizan, como veremos a lo largo de este libro.

    Pronombres personales y nombres propios

    El enfoque teatral aporta una primera entrada a los tecnomundos, pero las tecno-personas tienen otras dimensiones. Más adelante aludiremos a las facetas morales, jurídicas y políticas de las personas, que son muy importantes. Previamente conviene subrayar algo bien sabido pero poco comentado: el término persona aporta una categoría gramatical a las lenguas latinas y a otros muchos idiomas, hasta el punto de que suele ser considerado como un universal lingüístico. Por cierto, algo similar sucede con los géneros masculino y femenino y con los números singular y plural, a los que aludiremos a lo largo de este libro.

    Los pronombres personales son de uso general en cualquier lengua porque se aplican a los diversos sujetos posibles, sean individuales o colectivos, estén vivos o muertos. También a los personajes de ficción. Designan sujetos posibles. Al hablar del pasado, del presente o del futuro, estamos obligados a utilizar un sistema de categorías gramaticales que conforman nuestra manera de pensar y de estar en el mundo. Somos personas (pronombres personales) entre personas. En este libro mantendremos una hipótesis fuerte sobre los lenguajes: han cambiado las categorías gramaticales (y semióticas) y por eso hay mundos y tecno-mundos, personas y tecno-personas. Para presentar esa hipótesis es preciso reflexionar previamente sobre la persona como categoría gramatical, no sólo como sujeto cognitivo, moral y jurídico.

    Hay categorías gramaticales lingüísticamente obligatorias para ser persona: por ejemplo las de género y número, pero también la división de las personas en tres, yo/tú/él, con sus diversas variaciones de número (nosotros/vosotros/ellos) y de género (nosotros/as, vosotros/as, ellos/as). Por el mero hecho de hablar, escribir o leer en el presente idioma, los hablantes, escribientes o lectores estamos estrictamente obligados a usar y aplicar esas categorías gramaticales, y muchas otras. Las consideraremos como imperativos categóricos en el sentido más fuerte del término. Son reglas estrictas que determinan al lógos, es decir normas del habla y de la escritura. Asimismo son condiciones necesarias para acciones lingüísticas tan aparentemente sencillas como las de hablar, escuchar, leer y escribir inteligiblemente. Es importante señalar que dichas categorías son asimismo requisitos de los juicios e imperativos morales. Parafraseando a Kant, diremos que no solo rigen la razón práctica, sino también la razón pura y la facultad del juicio. Yendo más allá de Kant, diremos que son modos de jugar lenguajes (Wittgenstein). Permiten expresar sentimientos, experiencias, reflexiones, relatos, invenciones y pensamientos de todo tipo, haciéndolas parcialmente inteligibles a otras personas. Sin el juego de los nombres propios, los deícticos y los pronombres personales no hay diálogo ni comunicación interpersonal. Tampoco hay personas. Los deícticos (esto, eso, aquello; este, ese, aquel; esta, esa, aquella, etc.) y los pronombres no significan nada por sí mismos, salvo en un contexto pragmático, en el que alguien habla o escribe. Son funciones designativas. Pues bien, nombres propios, deícticos y pronombres personales son nuestras máscaras en los diversos teatros/lenguas. Por eso preferimos la palabra persona a la de individuo: porque en primera instancia es una categoría gramatical.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1