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Ensayos de filosofía, lingüística y economía
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Ensayos de filosofía, lingüística y economía

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Ensayos de filosofía, lingüística y economía es parte vital e importante del proyecto de investigación que se desarrolla en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Distrital Fran-cisco José de Caldas, en el área de Linguística Computacional, respecto al análisis de los len-guajes naturales que se consideran en los actos de habla y las maneras de ver y juzgar a través del lenguaje determinadas ideas u objetos contenidos en los modos de hablar y escribir. La obra comprende los siguientes aspectos de importancia: 1) en filosofía del lenguaje se muestra la diferencia entre lenguajes formales y naturales, y se acomete la pregunta acerca del pensar de una máquina, considerando la posibilidad de estructurar maquinas biológicas con capacidad de entenderse con el hombre, pero con autonomía evolutiva independiente a este; 2) en lingüística, se destaca la importancia de la interpretación textual alrededor de la ontología semántica y la gramática del lenguaje desde una perspectiva lógica, y 3) la sección de economía conlleva dos enfoques: los propios de la economía matemática y las principales fuentes de las premisas o fundamentos que sustentan la economía moderna y contempo-ránea, y la que pertenece a economía política está enfocada a la lingüística y a los sistemas ideológicos, porque a partir de la dimensión y apertura del discurso lingüístico y político se pueden indagar las vivencias y los juicios de valor que se construyen a partir de las diferentes ideas propias de las capas sociales e intelectuales. Las sucesivas historias de las ideas recrean cosmovisiones de mundos imaginarios o reales; de esto surge la posibilidad de una teoría de los actos racionales e irracionales de la acción y los hechos humanos. En síntesis, la reflexión del hombre conlleva una exploración sistemática de los diversos tipos de discursos. Solo así es posible caer sobre las preguntas: ¿cuándo hablas o escribes de qué hablas? o ¿cuándo hablas o escribes que es lo que dices o quieres decir?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 sept 2020
ISBN9789587874884
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    Ensayos de filosofía, lingüística y economía - Orlando Martínez Montoya

    I. Ensayos de filosofía

    Ensayo I

    1. Lenguajes naturales: significado, interpretación, sentido, relaciones e intencionalidad

    1.1 Introducción

    Este ensayo tiene como propósito una reflexión y síntesis de la investigación Ontologías semánticas aplicadas a la interpretación textual (Martínez, 2013), de la cual se desprenden algunas preguntas interesantes: ¿qué ocurre cuando se escucha una conversación trivial, cuando actuamos o participamos en un diálogo común o cuando se lee un texto?, ¿de dónde procede el sentido que provoca en los participantes cierta sensación de coherencia sobre la temática que se escucha o se lee?, ¿qué es significar?, ¿qué es lo que en una conversación o en un texto entendemos como relación para establecer elementos vinculantes que apreciados conducen a los protagonistas a pensar en sentidos únicos y exactos sobre lo expresado o escrito?, ¿por qué sobre lo conversado o lo escrito creemos tener un sentido de interpretación que, suponemos, permite inferir su significado o decir que se ha formado una imagen que facilita entender sus constituyentes y relaciones?, ¿cómo actúa la intencionalidad respecto a lo hablado o escrito? La investigación emprendida ha sido crucial en estos aspectos al asumir que los distintos protagonistas utilizan el lenguaje y lo operan a partir de unidades semánticas, y que estas unidades y sus relaciones pueden definirse y describirse.

    Se trata de un terreno común a diferentes disciplinas que conlleva la concurrencia de interdisciplinariedad y que da lugar a serias dudas y problemas en la medida en que superpone o puede dar preferencia a un campo de investigación sobre otro, o por la tendencia que contribuye a que una disciplina alcance mayor peso trascendiendo sobre otra. Los contenidos del «significado», la «interpretación», el «sentido» la «intencionalidad» pueden ser entendidos en forma diferente desde la semiótica, la poética, la estética, la metafísica, la religión, la estadística, la filosofía del lenguaje, la propia lingüística o la inteligencia artificial, ya que la «interpretación» supone la coherencia entre lo conversado o lo escrito.

    1.2 El análisis a partir de la forma interpretativa de los campos semánticos

    El método de campos semánticos¹ alrededor del Crátilo de Platón y el escrito bíblico de la Primera Carta a los Tesalonicenses, de Pablo de Tarso (Martínez, 2013), junto con su descomposición en unidades semánticas, permite afirmar que «un texto no es reducible solo a la descomposición de los campos semánticos empíricos para interpretarlo», sino por el contrario, el significado, la interpretación, el sentido y sus relaciones morfológicas dependen de los contextos en los cuales se desarrolla el objeto lingüístico para facilitar o precisar las especificidades y relaciones que son comunes con los enunciados y la morfología constitutiva de las expresiones lingüísticas. Esto permite distanciarse del pragmatismo ingenuo que pretende, a partir del enfoque exclusivo de la lectura y la comprensión literal de los elementos que son constitutivos del campo semántico, afirmar la posibilidad intuitiva de descodificar un texto. Este es un aspecto crucial que a lo largo del texto el lector podrá corroborar.

    Significado, interpretación, sentido y relaciones guardan estrecha interdependencia con el nivel de lectura de las distintas oraciones, sentencias o proposiciones derivadas de los actos de habla o del texto escrito, ya que el objeto que se analiza será el que provenga no de la simple conversación o de la lectura superficial de un texto, sino del nivel de lectura y las jerarquías logradas que se desprenden de los campos o unidades semánticas que conducen a distintos «significados», «interpretaciones», «sentidos» y «relaciones» que, constituidas como constituyentes últimos, «hablan» acerca de su objeto. Como ejemplo tomado del análisis de la Primera Carta a los Tesalonicenses (Martínez, 2013) podemos apreciar algunos aspectos relacionados con lo anterior en la tabla 1, que nos muestra una síntesis de la introducción a la Carta y la correspondencia de los términos (campos semánticos) con sus clases de acuerdo con los niveles de lectura y el tipo de estructura.

    Tabla 1. Primera Carta a los Tesalonicenses: síntesis de términos usados

    Tabla 1. Primera Carta a los Tesalonicenses: síntesis de términos usados

    Fuente: Martínez (2013).

    Todo diálogo, sea conversado o escrito, conlleva diferentes mundos interpretativos y la experiencia obtenida del signo está signada por el grado específico de «intencionalidad» acerca de lo que se dice. La coherencia, en sentido general, habla a oyentes específicos y oculta a otros su verdadera intención. Es decir, se dirige modalmente hacia aquellos que reúnen la capacidad de estar en «sintonía» con lo expresado o lo escrito, a otros les permite imaginar un aparente decir de lo que se cree escuchar. Cuando hablamos o escribimos, ocultamos el mensaje real. Nuestra intención es diferente a lo que la generalidad cree entender. Hablamos en sentido general posiblemente en forma convencional, dejamos que las palabras tomen su curso, escuchamos su sonido, la gravedad, pero lo importante consiste en desentrañar lo específico, lo que concierne, y esto se decodifica en la mente de los reales protagonistas o interlocutores del proceso dialógico. Se tiene casi una imposibilidad de comprender qué hace del hablar o escribir una tarea difícil. Mentalmente los conceptos se unen, son relacionados entre sí y la imagen de lo conversado o lo escrito surge con nitidez.

    La investigación doctoral de Martínez (2013) no solo ha considerado la idea de estructura lingüística a partir de estructuras sintácticas y semánticas que acompañan toda la cadena de jerarquías y niveles formados por los signos, sino que también ha procurado abordar una especie de teoría interpretativa que la aleja de cierto inmanentismo que caracteriza al estructuralismo lógico para establecer que lo hablado o lo escrito no contiene todo lo que requiere la interpretación y que solo es probable postular cierto acercamiento al sentido real del signo, desde la intención. Hay hechos, expresiones, comprensiones, que escapan al texto y dependen más de los contextos sociales asociados a la forma como se induce cierta intención.

    Es fundamental reconocer que la lingüística y la filosofía del lenguaje brindan en la actualidad importantes logros, pero destacando que a partir de la semántica se realiza el tratamiento del contenido lingüístico. En este caso, avances como la semántica de Montague, que asume como problemas centrales la referencia y la verdad desde las cuestiones filosóficas (cf. W. Quine, Palabra y objeto), por tratarse de una gramática basada en las explicaciones de significados veritativos, aplicada a los métodos que se utilizan para la interpretación de lenguajes lógicos. También los aportes de Austin, Frege, Wittgenstein, o de las escuelas pragmáticas de Charles Sanders Peirce, Willard van Orman Quine, W. James, etc. Frege, en Significado y referencia, aborda el problema de la tautología; Wittgenstein adopta la postura sobre la idea de lenguaje como expresión para sugerir que «la figura lógica de los hechos es el pensamiento, y el lenguaje es la forma de representar la realidad tomándola como un referente de expresión»; Peirce, para quien el uso ordinario de un término no ha de entenderse en sentido absoluto; W. James concede que «la verdad es esencialmente una relación entre dos cosas, una idea y una realidad fuera de la idea por otra»; Austin, acerca de lo que podemos hacer con palabras y los distintos actos de habla. Destacables son también las llamadas semánticas intencionales que se definen en relación con esos problemas, como la pragmática que surgida de la filosofía anglosajona supone una teoría de la intencionalidad; o el análisis microsociológico apoyado en teorías de interacción como la de Goffman.

    En la actualidad, el enfoque lingüístico considera la fuerza de una proposición y los aportes de la filosofía del lenguaje. Este enfoque de carácter microsemántico utilizado en la investigación descompone lo hablado o lo escrito en pequeños segmentos coherentes, que si bien pueden llegar a ser independientes entre sí, sucesivamente brindan la oportunidad de entender las relaciones que se desprenden entre las cadenas de oraciones, frases o sentencias, cuyos elementos vinculantes son isotopías, pero a la vez destaca que sobre la descomposición surgen clases y subclases a partir de los senemas. No obstante las dificultades, se supone la existencia de un sentido «extralingüístico» a nivel social o textual, que afecta tanto el significado y sentido de lo hablado como lo escrito.

    El lenguaje como acto de habla, ya sea general o escrito, parece manifestar una especie de imposibilidad lingüística que impide capturar el significado, sentido e intencionalidad como un todo del cual pueda derivarse una comprensión real de lo hablado o lo escrito, como se concluye de un análisis pragmático, dado que el entendimiento de los protagonistas o los beneficiarios depende no solo del mundo en el cual estén situados, sino también de factores extralingüísticos, o como sugiere la hipótesis posmoderna: sobre un texto existen infinitas lecturas derivadas de diferentes morfemas, senemas o semas, a lo cual se sumaría la idea de diferentes cadenas interpretativas y estados de sentido, conectados al tipo de lectura empleado que pretende develar lo oculto.

    Este estado de cosas lleva al relativismo lingüístico y por defecto, hacia una teoría alternativa de precomprensión y comprensión que comparta una lingüística consensual de significados, afirmando que la comprensión y el entendimiento del acto de habla junto a su intencionalidad están inmersos en un discurso consensuado del idioma sujeto a reglas predeterminadas y a creencias establecidas desde el lenguaje natural, con la finalidad de asegurar la coherencia dentro de ciertos límites lingüísticos, de forma que lo dicho o escrito delimita la frontera natural del entendimiento, la precomprensión, y lo situado por fuera para cada individuo carece de significado, sentido e interpretación, aunque los hablantes se encuentren en campos comunes. Es decir, subsisten diferencias y exclusiones entre los diversos lenguajes de sentido común. Los hablantes no vinculados al diálogo inicial participan de algo que es referencial y logran el entendimiento de lo dicho en forma diferente. Transforman y actualizan el lenguaje según sus propias necesidades, las cuales no se corresponden con aquellas inicialmente inmersas en la comunicación originaria.

    Lo hablado y lo escrito es dependiente de factores extralingüísticos surgidos de contextos específicos o de determinados retos extratextuales. La razón la encontramos en los diferentes mundos de cultura, donde los interlocutores emplean su propio lenguaje. La distancia entre el lenguaje primitivo y el contemporáneo expresa una especie de reconocimiento vital del mundo, que modifica la forma comprensiva y el entendimiento de lo dicho. Nuestra mente y las imágenes condicionan y crean el diálogo para adaptarse al cambio y la finalidad de las expresiones lingüísticas. Estas juegan sobre la mentalidad del contexto social inicial y posteriormente son modificadas por referentes opacos² en los extracontextos. Las palabras empleadas junto a sus significados, sentidos, interpretaciones e intenciones difieren, ya no son el calco de las primitivas porque se reproducen «actualizadas». Desde lo externo nunca serán las primitivas imágenes preconceptualizadas.

    Las diferencias de lenguaje entre autor y oyente originario a destinatarios derivados o futuros son cruciales. Cada uno es ser de su tiempo. El hombre es ser «de las circunstancias», porque es ser del lenguaje actuante desde el mundo donde está situado. Esa distancia entre origen, estados intermedios y futuros, entre mundos o submundos, que relativizan el lenguaje dándole un sentido universal es el producto espontáneo y libre de la acción humana. Lo llena de nuevos contenidos que transforman la intención del decir, establece variadas modalidades de comprensión que llegan a muchos, atrapa las mentalidades, transforma la mente y las imágenes de los protagonistas, a la vez que encierra trampas lingüísticas a partir de los significados, ya que todo significado implica intención de decir, a la vez ocultamiento y distorsión de lo que no se desea decir pero que es latente. De ello, es necesario encontrar aquello que ha querido decirse, de lo que se habla sin decirlo. Es decir, transculturiza los diversos protagonistas, los transforma, amolda a circunstancias específicas y permite que cada uno «crea» o todos «crean» que han entendido. Por eso es difícil hablar o escribir y es permisible o necesario callar frente a la manipulación del decir.

    1.3 Sobre la composición de las palabras

    Es crucial indagar cómo ocurre la composición de las palabras. Estas tienen significado y referencia en tanto que al combinarse conlleven sentido. Esto ocurre porque el lenguaje tiende a formar estructuras definidas, pero la estructura tiene sentido en la medida en que designa la falta de lo no dicho. Las estructuras dependen de sus constituyentes generales y particulares. Los primeros son sintagmas, los últimos se llaman senemas. Los sintagmas están asociados a uniones de senemas y las relaciones que generan, de manera que la cadena de senemas se llama morfosenemas. Los constituyentes últimos son semas, que a la vez originan relaciones. Entre senemas tenemos relaciones de senemas que pueden ser inherentes y exinherentes. Las relaciones inherentes son productos constitutivos de sentidos expresivos, las exinherentes son relaciones entre sintagmas y sirven para expresar hechos externos no constitutivos de sentidos, sino tal vez de significados. Por ello, los sintagmas establecen clases de morfemas, que a su vez dependen de los constituyentes últimos llamados elementos de semas y estos determinan los rangos de dominio de los sintagmas.

    Ocurre tanto en el habla como en lo escrito que un elemento constitutivo y único determine el sentido y sirva para que otros constituyentes tengan significado. A este tipo de elemento relacional lo llamamos isotopía, por cuanto al facilitar con dificultades la interpretación, la lectura de lo hablado o lo escrito, establece una posibilidad vinculante sobre la cual recae la plausibilidad del diálogo. En sí limita el espacio natural de todo lenguaje y la diversidad de lecturas exclusivas. Ello establece la implicación acerca de si ¿una clase de semas determina la referencia, el sentido y la intencionalidad de lo dicho o lo escrito?

    Pero ¿qué es la significación?, y ¿qué elementos intervienen en lo que llamamos el acto de significar? En principio, aceptemos la siguiente idea: significar es establecer un atributo acerca de algo que se dice. Digo «verde» para significar la cualidad asignada a una expresión que implica un color, una aproximación a un «algo» que caracteriza un objeto, como cuando expreso que el objeto es verde y le atribuyo la propiedad de que es verde; pero también puedo decir que el sujeto estaba verde, y en forma particular pero no definida significo que al sujeto es posible atribuirle el estado «verde»; o cuando digo: el sujeto se puso verde o cambió de color, sugiriendo un estado anímico, actitud frente a un hecho, un señalamiento o quiero por esa vía señalar algo que deseo destacar. De esta manera, significo cualidades, propiedades, estados posibles, cosas reales o imaginarias, que deben ser retenidas por los individuos, como también percepciones o impresiones de cosas en general. Pero exclusiones también que ocultan que no se dicen, al punto de que lo hablado o lo escrito existe por lo que no ha querido expresarse, por la relación entre lo hablado, lo escrito y lo que no se manifiesta.

    A través del lenguaje, sea hablado o escrito, se significa para señalar o excluir ciertas características de las expresiones, pero su uso depende no solo del contexto o del mundo en donde se empleen, también de la frontera de lo significante, de la percepción acerca de algo. De la significación pasamos al sentido como elemento clave para el entendimiento acerca de lo que se dice. Pero antes de adquirir sentido hay pasos previos, porque la significación no es única, ya que existen diferentes clases determinadas por zonas y umbrales de significación. Es decir, valores lingüísticos que presentan muchos matices respecto a sus usos, de forma que no implican la significación singular sino series de significaciones, dando lugar a zonas de significación en las que las expresiones aparecen interminables, en razón a que pueden emplearse para decir lo mismo o son equivalentes a una idea particular; es el ejemplo de verde, rojo, etc. En general, existen clases de significación, zonas y umbrales de significación como en la tabla 2.

    Tabla 2. Clases y zonas de significación, umbrales y sentidos

    Tabla 2. Clases y zonas de significación, umbrales y sentidos

    Fuente: Martínez (2013).

    La significación lingüística tiene que ver con la forma de empleo del lenguaje relacionada con diferentes estructuras gramaticales, que son utilizadas con independencia de su uso. El nivel de uso no proviene del sentido común, sino de la manera como el lenguaje puede adaptarse a una forma funcional que le permita ser consistente respecto a una descripción de hechos y concordante con su correcta utilización. La significación común hace referencia al entendimiento inmediato de una expresión comprendida por los hablantes que entienden y usan las expresiones. Esta zona de significación es cultural y se proyecta en forma intercultural en la babel lingüística y está bañada de la polisemia idiomática.

    El sentido común de lo aparente parte de una tradición que hace decir lo primero que llega a nuestro ingenio, dado que las palabras dicen ciertas cosas. Es algo que puede ser observado en un texto como el siguiente: El peor de los ulemas es el que visita los emires, y el mejor de los emires es el que visita a los ulemas de los ulemas. El texto se ha tomado interpretado, dice Yalal ad-Din Rumi (2000, p. 21), de acuerdo con el sentido común. El oyente común tomará la antinomia entre peor-mejor, pero esto no dice lo que realmente significa, ya que apenas se aproxima hacia algo. El texto puede desdoblarse en otro sentido, en una forma proyectiva que reinterpretada exprese lo que es su contenido real: que no es conveniente para el sabio visitar al príncipe por temor a ser considerado como el peor de todos, pero el sabio es quien adquiere su sabiduría no por causa de los príncipes sino de Dios, y sus actos son dignos y brotan de su propia naturaleza, ese sabio estará guiado por la razón, de lo que se sigue que el sabio que visita al príncipe será el peregrino del emir, y el príncipe es quien recibe la ciencia, mientras que el sabio se basta a sí mismo (Rumi, 2000).

    El sentido del texto es espiritual o analógico, sirviendo como referencia la tradición interpretativa medieval, que tiene como fuente a Orígenes en su obra Sobre los principios, seguida por la exégesis patrística cristiana respecto al desdoblamiento del sentido en la alegoría. Este problema del desdoblamiento se enuncia diciendo que: las escrituras no tienen solo el sentido de lo que aparece claramente, sino también otro que escapa a la mayoría (Rastier, 2005).

    La interpretación exacta es estricta, limita los enunciados y busca coherencia con lo afirmado o dicho, y al estar asociada al hablar o lo escrito, excluye la ambigüedad sin que ello implique una real interpretación, sentido o intención, puesto que corresponde al nivel lingüístico empleado. La interpretación neutral no cambia los sentidos, significados, interpretaciones, intenciones o referentes, sino que se enmarca en el campo descriptivo de lo conversado o escrito, en el terreno que posibilita la confrontación lexical y la oposicional, para surgir la antinomia de lo dicho o escrito, de las contradicciones, etc.

    La significación de sentido es aparente y literal guardando concordancia con lo expresado. La espiritual lleva a que las cosas expresadas mediante las palabras signifiquen de nuevo otras cosas; según lo advierte san Agustín: «es necesario cuidarse de tomar al pie de la letra una expresión figurada», o como lo expresa Pablo de Tarso en 2 Cor 3:6: «la letra mata y el espíritu vivifica» (Rastier, 2005). Ellos comprendían que la significación y manipulación oculta lo no dicho, porque es concreta hacia el orden discursivo que se impone al individuo. La espiritual hace que lo expresado se manifieste en nuestro intelecto como única posibilidad que lo abarca todo. La latente refleja una posibilidad de referirse y expresar que debe ser buscada, porque al intelecto manifiesta una serie de hechos gravados en la memoria que es preciso hacer surgir. Este aspecto lo encontramos en la interpretación del sueño, el cual es tratado por Freud como un relato breve que contiene multiplicidad interna; se trata de sustituir este relato que es inteligible en una primera audición hallando un texto más inteligente que sería lo primero.

    Respecto a lo oculto, la teoría del sentido oculto tiene su antecedente en Levi-Strauss, quien lo distingue en el mito junto al sentido ordinario (literal), tal como es dado inmediatamente en el correr de la narración en su apariencia extravagante. Incluso, lo absurdo del sentido oculto que no corresponde al primero. El sentido oculto ya no es narrativo, es aquel sobre el cual el mitólogo y el lingüista están enfocados, correspondiendo a lo que está detrás de las palabras en busca de estructuras estables de la lengua.

    Todo ello conduce a que lo escrito y lo hablado, al conllevar diferentes posibilidades interpretativas, tienda a situarse en diversos niveles de lectura. Como se hizo en el Crátilo al señalar el nivel real-real que podríamos llamar anagónico o secreto. Lo anterior conduce a decir que las expresiones que inducen ideas entre lo dicho o lo escrito ocultan una dimensión. Que nunca hablamos o escribimos directamente lo que queremos decir, sino que empleamos una intención que nos lleva a hablar en sentido figurado, con proposiciones múltiples y nos dirigimos intencionalmente en forma profunda a auditorios «secretos».

    1.4 Sobre la intencionalidad y relaciones

    Del latín intentionem, acusativo de intentio, el término significa: tensión, acción de tender o dirigirse hacia; no es otra cosa que evocar una acción tensionante que manifestada e implícita en las palabras (del discurso o el texto) llama la atención acerca de lo que se quiere comunicar como si el signo significara lo otro, desdoblándose del signo original. La tensión o acción supone el elemento real-oculto de lo que ha querido decirse. Implica que la palabra se abre a lo discursivo, requiere ir más allá de aquello que la sujeta y penetra en el universo del signo. Conlleva verdadero sentido y significado de algo hacia la cosa y desde esta se manifiesta al ser nombrada. La intención habla al lenguaje de la cosa. Recibe de esta la razón de ser que se manifiesta con intención desde ella hacia el nombre. Este, que es su verdadero dominador, ha nombrado el objeto, da el nombre para que la cosa nombrada se manifieste. El nombre dice a través del lenguaje lo que se quiere decir en oportunidad y en tiempo, manifiesta en el signo el propósito discursivo y este signo dinámico llega a la cosa manifestando su realidad. El discurso no es directo entre los hablantes, tiene matices y diversas intenciones y así entendido no es convencional, es lenguaje de uso propio y específico.

    Se interpreta todo discurso hablado o escrito desde la intencionalidad, y el interpretar consiste en buscar la coherencia sobre lo nombrado. Se habla y se trata de interpretar, pero ello depende del propósito intencional. Hecho que no es simultáneo pero requiere una búsqueda continua acerca de lo escrito o lo hablado. No es simultáneo porque la intención busca llegar más allá de la simple nominación. La intención permite juzgar el verdadero sentido que existe entre el signo y su referente. Todo ello lleva una tensión oculta que impide obtener un sentido directo, y esa tensión solo puede romperse en la medida en que fluye el lenguaje libre hacia el real destinatario, posibilitando que la esencia de lo comunicado sea lo más íntimo de quien trata de comunicar y no propiamente la lengua en sí. La lengua comunica el ser lingüístico de las cosas y por tanto su manifestación más clara es la lengua misma, pero a la vez comunica ese «otro», identificado como ser espiritual, expresado en lo lingüístico solo cuando es comunicable. Antes está la cautela, el susurro que oculta lo que apenas se percibe pero que se espera que se propague silencioso, penetre el límite, el umbral de lo discursivo, después está la vía entre el narrador original y el propósito de la comunicación hacia el destinatario real.

    Walter Benjamin (2001) nos dice en «Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres»: ¿qué comunica la lengua? Su respuesta es inmediata: cada lengua se comunica a sí misma. El lenguaje de la lámpara no comunica la lámpara (pues la esencia espiritual de la lámpara, en cuanto comunicable, no es en absoluto la lámpara misma), sino la-lámpara-en-la-expresión. En la lengua el ser lingüístico de las cosas es su lengua, y en ella se manifiesta. La comunicación es inmediata para los interlocutores que están en sintonía con lo que ha querido decirse, otros entenderán en sentido diverso.

    La intencionalidad va de la inmediatez a la vaguedad, pero la intencionalidad encuentra en la riqueza de lo nombrado la simbolización o la imagen interna de lo que ha querido decirse. Ello conduce al aspecto trascendental del hombre, su comunicabilidad con aquello que escapa a su condición material y que aparece como revelado. Esa condición especial es propia de textos sagrados. En el lenguaje de las cosas, este es imperfecto y las cosas son mudas. Pero en la inmaterialidad y en lo simbólico, lo expresado es sonido y símbolo. Por eso, la Biblia, el Talmut, los textos hindúes o el Corán son textos sagrados. La palabra le ha sido otorgada al hombre como don y lo ensalza por encima de la naturaleza.

    Fundamental es la pregunta acerca de: ¿hacia quién van dirigidas las palabras o las que se desprenden del texto escrito? Porque así como todo lenguaje es vivo y se reproduce en la naturaleza, lo es también el texto y este, más allá de la escritura, habla con las palabras. Ya no es simple cosa sino es fusión entre el lenguaje nombrado y el lenguaje intuido. Se exige la coherencia entre el autor y el beneficiario. La coherencia sobre lo expresado está unida al sentido al ofrecer algo: el deleite del placer dado en lo escrito o en lo oído, la entrega del mirar, junto al interés, la receptividad de quien quiere entender. Ejemplo de ello es la excelente obra de Baudelaire (2000) que a los lectores ofrece Las flores del mal. No es una obra dirigida abiertamente al público, sino que sus beneficiarios reales son específicos: «Hypocrite lecteur, — mon semblable, — mon frère!». La intención busca su proyección hacia lectores extraños y los poemas emergen con experiencias delirantes. La intención es provocada desde la mente del autor, pretende llegarles a los otros, cansada y con nostalgia debe recurrir a la intencionalidad para romper ataduras, en un desprendimiento que le permita comunicar. La intencionalidad busca atraer la atención sobre lo que quiere decirse. Contribuye al contacto con el lector, es decir, persigue al beneficiario real. Hace que las evocaciones sean excepcionales, porque la experiencia del lector y sus beneficiarios lleva a distintas experiencias del mundo. Fluyen en el lenguaje a través de una estructura comprensiva que une a autor y beneficiarios para hermanarlos y, aunque el autor sea desconocido, el desdoblamiento de las expresiones permite mutar las experiencias como propias de mundos desconocidos. Por eso, en forma particular todos han entendido, creído entender y todos a la vez pueden opinar.

    En realidad, desde el papel y el juego que desempeña el lenguaje, la preocupación que subsiste es la indagación por la referencia, la curiosidad acerca de aquello que hemos percibido y atrae nuestra atención, que lleva observar rasgos particulares y atractivos. Ya que cuando decimos que algo se refiere «a algo», no se busca la tautología entre expresiones sino que se analiza algo que atrae la atención, que se ha percibido, mirado o escuchado. En consecuencia, se ha detenido la mente en el elemento que permite asumir lo que la lengua habla.

    Desde la intencionalidad, ¿qué es lo que determina la referencia?, o ¿qué es aquello que atrae la atención y lleva a detenernos en rasgos particulares y atractivos? Ya que cuando decimos que algo se refiere «a algo», no estamos confinados a la simple tautología entre enunciados, porque lo crucial atrae la atención, la mirada, lo oído y se asocia con lo que la lengua viva habla.

    Una frase del texto de W. Benjamin (2001) «Sobre algunos temas en Baudelaire» nos dice: Angustia, repugnancia, miedo, suscitó la multitud metropolitana en los primeros que la miraron en los ojos. Para referirnos, en Poe la multitud tiene algo de bárbaro. La disciplina la frena con gran dificultad. Este texto evidencia la relación entre desenfreno y disciplina. Los transeúntes se comportan como si siendo autómatas no pudieran expresarse en forma automática. Su comportamiento es una relación de shocks. Se infiere el elemento intuitivo relacionado con la asociación mecánica de movilidad de la muchedumbre, caracterizada por el desenfreno. El elemento base es la multitud a la cual se asigna el conglomerado que se mueve desarticulado. Es decir, donde cada individuo es un objeto que sigue su camino atrapado de los otros. De manera que las relaciones (R) del texto son:

    Multitud R Disciplina R Desenfreno

    Es decir, subsiste la idea de que la cadena de signos se relaciona con el elemento vinculante: desenfreno. Este elemento surge extracontexto, pero conlleva la vivencia intencional del observador externo, «se observa desde afuera». Las expresiones multitud, bárbaro, disciplina, autómatas son términos que señalan características y que están sujetos al movimiento salvaje y desordenado de la multitud. Indican la necesidad de imponer un orden, que lo caótico debe regularse, de ello la consecuencia del desenfreno. Este señala la intencionalidad de quien observa y no es parte de la multitud, del espectáculo que obliga al otro, que impide ver más allá, que sujeta despóticamente, y del deseo de controlar la masa compacta que es arrastrada por la multitud. En la relación, el término isotópico sobre el cual gira el significado, el sentido, la interpretación y que devela la intencionalidad oculta es el desenfreno.

    De Baudelaire (2000), en Las flores del mal, tomo del poema «Al lector» el siguiente fragmento:

    En la almohada del mal es Satán Trismegisto

    Quien mece mucho tiempo nuestro espíritu encantado,

    Y el rico metal de nuestra voluntad

    Se ha evaporado totalmente por obra de este sabio químico.

    Allí aparece la antinomia bien-mal, que se traduce en la contraposición entre el efecto espiritual y el generalizado. Se tiene además la tensión entre el efecto espiritual y la voluptuosidad de la persona y el animal. La mujer-amante es Satán, que animaliza y degrada, atrae al débil intelectual, al artista refinado. El verso indica que el mal es más poderoso que la atracción del bien. Se adora a Satán, que es tres veces más poderoso. La relación buscada se encuentra entre degradar R envilecer. Pero esta relación que sirve de vínculo no es la oculta, ya que subsisten elementos relacionales que llevan a una relación profunda (real): degradar R envilecer R voluptuosidad. No obstante, la relación oculta es: degradar R remordimiento. La lectura de este texto, como se ha sugerido a lo largo de la investigación en el Crátilo y la Primera Carta a los Tesalonicenses (Martínez, 2013), supone un análisis previo de otros escritos intertextuales o extracontextuales frente a la obra que permitan deducir las circunstancias específicas del escrito y el especial interés que subyace oculto.

    Del análisis literal se desprende la oposición entre bien mal. La primera es manifiesta y la segunda es latente. Esta reclama algo que dice: En la almohada del mal es Satán Trismegisto. Lo oculto es el remordimiento, la isotopía que destaca lo perdido y opacado por el mal. La interpretación que se deduce es: el lugar del hombre no es la decadencia, sino recuperar aquello que ha rechazado, en forma inevitable, al sentir la atracción del espíritu encantado. Puesto que el hombre es sujeto de una fuerza latente que le impele al mal. O en forma sencilla: el remordimiento es una especie de reencuentro que se genera en la pérdida del bien.

    Entre autor y beneficiarios, entre beneficiarios indirectos o lejanos, el lenguaje primitivo o fuente y los distintos lenguajes que actúan como puente respecto al original, se ofrece la posibilidad, la oportunidad única, de adueñarse del texto, de darle vida como propia, se crea vita activa, vita contemplativa, se incurre en la conversión de los oyentes impactados por las distintas imágenes que les son reveladas por la memoria. En una conversión trascendental o espiritual, donde la forma tradicional de hablar o escribir adquiere una nueva visión que altera la imagen del mundo. En ese instante, el lector o el hablante entienden e interpretan algo con desprendimiento de lo tradicional y se sumergen en un nuevo universo del lenguaje diferente al mundo anterior. Este acto de conversión o espiritual es instantáneo y hace que las palabras hablen con un nivel de significación, sentido, interpretación e intención distinto. Esa aproximación del texto a la mente del beneficiario es propia de la actualización intuitiva de imágenes apropiadas en el mundo de cada hablante o lector. Este, desde la sensibilidad aflorada por expresiones que le llegan plenas de vivencias, reproduce las palabras en imágenes. Vive el sentido y la intención comunicativa. En el mismo sentido, ajustada la imagen al mundo específico de los diversos lectores u oyentes, se interpreta la acción que transmite el lenguaje, el acto propio y exclusivo del oyente. Entender es exclusivo de cada oyente, se entiende lo que se quiere entender.

    1.5 Conclusiones

    En la intencionalidad es importante la acción de conocer, porque las expresiones no lo son porque se desee reafirmar un acuerdo entre ellas y el objeto que se designa; sino porque en el signo está la sombra de la realidad y su accesorio. El hablar exige comprensión, de ahí la necesidad de dejar lo aparente o lo imaginado para mirar más allá de la sombra y comprender lo que quiere decirse. La palabra requiere pretexto y contexto, es decir, atraer aquello que indaga y no la simple palabra. Por esto, en los lenguajes comunes se aprecian discrepancias y surge la tensión que origina el lenguaje de la vida que da lugar a la inquietud y a la agitación. El objeto real del lenguaje es único y su sentido e intención es la búsqueda de lo no dicho, no lo aparente sino mostrar las cosas tal como son.

    1.6 Referencias

    Ayer, A. J. (1983). La filosofía del siglo XX. Editorial Crítica.

    Baudelaire, C. (2000). Obras selectas. Edimat Libros.

    Benjamin, W. (2001). Ensayos escogidos (2.a ed.). Ediciones Coyoacán.

    Echauri Martínez, E. (1994). Diccionario básico latino – Español (12.ª ed.). Biblograf S.A.

    Gómez De Silva, G. (2006). Breve diccionario etimológico de la lengua española (2.a ed.). Fondo de Cultura Económica.

    Martínez Montoya, O. (2013). Ontologías semánticas aplicadas a la interpretación textual [tesis doctoral, Universidad Pontificia de Salamanca].

    Rastier, F. (2005). Semántica interpretativa. Siglo XXI Editores.

    Ricœur, P. (2006). Teoría de la interpretación (6.a ed.). Siglo XXI Editores.

    Rumi, Y. al-Din M. (2000). Fihi-Ma-Fiji: en esto está lo que está en eso. Azul Editorial.

    Ensayo II

    2. Reflexión analítica acerca del interrogante: ¿qué es pensar? ¿Qué es pensar en un autómata o máquina?

    2.1 Introducción

    La gramática del lenguaje y la forma de uso de las distintas expresiones idiomáticas constituyen el centro de las operaciones fundamentales que permiten entender el lenguaje. Esta actividad no depende en sí de elementos extrínsecos o que ejercen una influencia determinada para comprender lo que quiere decirse cuando se habla o se escribe. Este hecho depende de operaciones internas de los sujetos que son procesadas a partir de una memoria que llamamos biológica. En forma que el pensamiento, lo que llamamos pensar y pensamiento son una misma cosa, y los sucesos que ocurren en la medida en que nuestra composición biológica es impactada es lo que llamamos imágenes. En tal sentido, el sujeto humano como ser biológico por excelencia está determinado por su estructura biológica y en ella están los recuerdos, que son producto de cómo la constitución sensible de captación de las cosas se revela y se procesa internamente. Todo el pensamiento puede situarse en una actividad que llamamos proceso. De eso depende nuestra cognición. Está unida a la cadena de sucesos, la captación de sensaciones y la manera como los signos interrelacionados en forma discreta configuran el campo del hablar, del pensar y del intuir. El lenguaje no es expresión del pensamiento, sino que la guía del lenguaje es el signo expresivo porque sin este no habría lenguaje.

    2.2 ¿Para qué usamos el lenguaje?

    Wittgenstein (1994) expresa dos proposiciones fundamentales acerca de lo que «puede ser pensado y lo que no puede ser pensado mediante proposiciones» y «de lo que no se puede hablar se puede hablar claramente, pero de lo que no se puede hablar, hay que callar dejando plana autonomía a la muda expresividad del silencio o la del propio lenguaje a su nivel mostrativo». La mostración lógica mediante el lenguaje y la mística sin lenguaje alguno. A partir de estos elementos, interrogamos ¿para qué usamos el lenguaje? Lo usamos para referirnos tanto a las cosas que no son materiales como a hechos que son evidentes, signados por una conexión entre las palabras y las imágenes por las que representamos los hechos, la «actividad» o «actividades» asociada(s) a eventos que están allí y atraen nuestra atención; lo usamos también como un descriptor, referido a la manera como intuimos las imágenes de las cosas que nos impactan o crean una impronta.

    El lenguaje, así, consiste en «la expresión del pensamiento», tal como lo enuncia Saussure, pero es más, es la mostración intrínseca y extrínseca de los hechos del mundo, y esos «hechos» pueden ser mostrables o no mostrables. La mostración de los «hechos», de lo no decible, de aquello que no es posible describir en todo su contenido, es una mostración silenciosa que está ahí, pero que no está condicionada por el lenguaje, y cuya manifestación en la esfera de la comprensión es intuida, porque escapa a la descripción, no tiene barrera alguna, dado que el lenguaje no la ata, es un in-mostrable lógico, que señala los límites del pensar y el hablar, los límites del mundo, pero es un mostrable intuido, que se entiende en cuanto intuido, y por ello, también es un hablar que dice solo en el momento de la mostración. Este tipo de lenguaje que proviene es una in-mostración, habla, parece hablar, deja de hablar, es silencioso, místico y paradójico, que recuerda expresiones como las siguientes (Bancroft, 1979):

    «Voy con las manos vacías, pero llevo una pala en las manos;

    Voy a pie, pero cabalgo a lomos de buey;

    Y cuando cruzo el puente, el agua no corre, pero el puente sí».

    O, como los siguientes koans, es decir, problemas que escapan a la lógica, algunos antiguos que dicen:

    «¿Qué sonido tiene una palmada dada con una sola mano?»

    Ummon dijo: «¡Mira! El mundo es grande y extenso. ¿Por qué te pones la ropa de sacerdote al sonar la campana?»

    Y todo esto escapa de los hechos y actos del mundo, surge a la mente como revelación acerca de que su verdadera dimensión expresiva, sus contenidos, aquello que se quiere decir, no está en las opiniones del mundo, sino en lo comprensible que existe, es decir, en la mente del sujeto no aferrado al mundo.

    Los nombres, los signos, las cosas, y en general todo aquello que nombramos o pretendemos decir a través del lenguaje, no hablan por sí solos. Hablan desde su contenido, desde sus propiedades, desde sus relaciones, desde aquello que les es asociado, hablan desde un parecer. Es decir, desde la manera como el pensamiento se proyecta en forma figurativa y desde la manera como el lenguaje representa o trata de describir el mundo, tomando el estado de los hechos del mundo. Tomando el mundo como un todo, sujeto a hechos y actos para darles coherencia interpretativa. Y es desde esta mostración que la asociación entre pensamiento y lenguaje (como signo) está autocontenida en la posibilidad de aquello que se quiere representar o aquello que se quiere hablar.

    Pero ¿de qué hablamos? Hablamos desde la forma y el lugar como componemos los signos, y el lenguaje se sitúa como una herramienta auxiliar del pensamiento, cuya finalidad reside en describir el pensamiento, hace que desde este se piense en los hechos y actos, en los eventos, en las relaciones que encadenan los sucesos del mundo, dando lugar al nacimiento de ideas plausibles, manifestadas como «expresiones del pensamiento».

    «Pensamiento» y «hablar» son un decir de las mismas cosas, de hechos y actos que conforman el mundo, relacionados de distintas maneras entre diferentes mundos. La unión entre pensamiento y hablar puede expresarse de diferentes formas:

    •Como expresiones débiles causadas por los eventos que comprenden los hechos y los actos, en forma débil, cuando estos son ambiguos, es decir, prefigurados, escapando a la comprensión que viene del sujeto; y en estos casos la ambigüedad entre pensamiento y lenguaje es una especie de informalidad, que hace que la explicación y la descripción de un mundo o los mundos suene extraña, puesto que no logra el sentido de coherencia. De ahí que el

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