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Economía española y del País Valenciano
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Economía española y del País Valenciano

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Uno de los objetivos de este libro es que el lector conozca de manera sencilla, pero con rigor, cuál es la realidad económica valenciana y española en el marco europeo. Una obra que interesará a un público amplio porque, además de ser un manual universitario, quiere ser al mismo tiempo una referencia para los actores que protagonizan diariamente la vida económica valenciana y española.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 may 2015
ISBN9788437082837
Economía española y del País Valenciano
Autor

Varios autores

<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</em> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>. <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <is>La estrella roja</is> (1910) y <is>El ingeniero Menni</is> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>

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    Economía española y del País Valenciano - Varios autores

    1.  Crecimiento y cambio estructural

    Vicent Soler

    Universitat de València

    1.1  Introducción

    Europa occidental –el marco natural de análisis de la economía española y del País Valenciano– ha experimentado un crecimiento económico en los últimos dos siglos que no tiene precedentes en la historia de la humanidad (Maddison, 2001), tal y como muestra el gráfico 1.1.

    Crecimiento, pero también cambio estructural, por el hecho de que es sustituida la base agraria de la economía por otra en la que la presencia de la industria, primero, y de la industria y los servicios, después, se ha hecho determinante. La combinación de ambos fenómenos ha supuesto un aumento importante de la renta per cápita en esta parte del planeta, que permite hablar de un proceso de desarrollo económico.

    Además, este cambio ha incluido el pleno reconocimiento de la propiedad privada y un papel creciente del mercado como asignador de recursos (de los bienes, de los servicios y de los factores de la producción: trabajo y capital). Estos dos aspectos (propiedad privada y mercado) son los ingredientes básicos del sistema económico que convenimos en llamar capitalista.

    Así pues, industrialización y capitalismo serán las formas en las que se concreta el desarrollo en nuestro entorno económico –y, por extensión, en todo el mundo occidental–, es decir, las formas en las que se concreta el cambio estructural que acompaña al crecimiento económico inusitado de la época contemporánea.

    GRÁFICO 1.1

    Crecimiento económico de la Europa occidental, en términos de PIB per cápita (en miles de dólares y a precios de 1990)

    Fuente: The Economist, 31-12-99.

    Este proceso lo abre una ingente cantidad de innovaciones técnicas y de organizatión de la producción, a las que se suman otras de carácter social y político que convenimos en llamar revolución industrial. La máquina de vapor es el paradigma del inicio de estas innovaciones técnicas. Es, pues, la era de la máquina y la producción seriada, pero también la de patrones, por una parte, y de obreros asalariados, por otra, y de nuevas formas de sociedades mercantiles, como la sociedad anónima.

    A pesar de las semejanzas que al final tienen las sociedades industriales, el camino seguido ha sido muy diferente. No hay un prototipo de revolución industrial. No es adecuado tomar como único referente el vivido por algunos núcleos de Gran Bretaña (el modelo manchesteriano) a finales del siglo XVIII, por haber sido históricamente el primero y el más estudiado. Al contrario, debemos admitir que las circunstancias históricas en las que tienen lugar las diversas revoluciones industriales son diferentes, como también son diferentes, por lo tanto, las formas socioeconómicas que toman.

    Es decir, históricamente, las posibilidades que ha ofrecido el avance científico y tecnológico no han sido aprovechadas en todos los lugares por igual. Ahora bien, los factores de crecimiento son bastante similares en todas partes: la acumulación de capital (físico o de cualquier otra clase, como el financiero o el humano), el progreso técnico, la apertura al exterior o la mejora de la igualdad de oportunidades en la sociedad. La progresiva acumulación de estos medios de producción ha representado para los países también la progresiva desvinculación de las restricciones impuestas por la naturaleza.

    Kaldor identificó en los años sesenta del siglo pasado los hechos estilizados de los procesos de crecimiento económico: crecimiento de la producción por habitante, incremento del capital por trabajador y mantenimiento a lo largo del tiempo de la relación capital/producto, incremento de la tasa de beneficios por unidad de capital y de la participación de los beneficios y de los salarios en el valor de la producción. La experiencia histórica muestra, fehacientemente, que el esfuerzo de acumulación de capital físico, aunque es condición necesaria, no resulta suficiente para alcanzar el crecimiento sostenido. Sólo si la inversión realizada resulta productiva es posible que el proceso de acumulación se realimente.¹

    No hay mejor futuro que un buen pasado. De hecho, para disfrutar de altos niveles de productividad y renta hay que mantener en el tiempo la inversión en los diversos tipos de capital. Por otro lado, es falaz la visión del crecimiento a escala internacional como un juego de suma cero, en el que un participante debe perder lo que gana otro. Otra cosa muy distinta es que, cada día más, las interrelaciones entre los países crecen y la competencia también, o que las estrategias competitivas en este marco sean diversas y cambiantes (Pérez, 2007: 25-29).

    En todo caso, como los países han recorrido caminos diferentes, los historiadores distinguen entre unos y otros, e intentan hacer tipologías al respecto. Una muy útil es la que distingue entre first comers (los primeros países industrializados) y second comers.

    Los países del sur de Europa son países retrasados en el cambio estructural en comparación con los del centro y norte europeo (Gran Bretaña, Francia o Alemania). Es decir, son second comers, como lo demuestra el hecho de que la convergencia en términos de renta per cápita en los del sur ha sido lenta e incompleta (a excepción de Italia) y muy tardía. Prácticamente, hasta la segunda mitad del siglo XX no hay un claro acercamiento socioeconómico, un catch-up, de la Europa mediterránea (e Irlanda) a la Europa central y septentrional.

    1.2  Perspectiva histórica comparada: etapas principales

    Tanto España como el País Valenciano siguen, pues, la senda mediterránea hacia la sociedad industrial, es decir, son claramente casos de second comers, si bien se constata la existencia de núcleos industriales sólidamente implantados desde principios del XIX.

    En el marco español, tendríamos el caso vasco (particularmente Vizcaya y Guipúzcoa) y el catalán (particularmente Barcelona y Gerona). En el caso valenciano, la comarca de l’Alcoià y, a finales de ese siglo, la Conca del Vinalopó, la Foia de Castalla, l’Horta y la Plana. Sin esta base industrial preexistente, todo hay que decirlo, difícilmente el arranque industrial generalizado posterior habría sido posible. Un arranque que deberá esperar a la segunda mitad del siglo XX y, por ello, hablamos de second comers.

    Además, la economía española ha estado siempre por debajo de las economías centrales europeas, en términos de producto real per cápita. Las causas de este menor ímpetu en el crecimiento y la modernización social y económica son múltiples. Aun así, podemos destacar algunas que son comunes a los otros países mediterráneos (García Delgado, 2007: 25).

    Causas como la desigual distribución de la propiedad de la tierra y la ineficiencia que eso generaba en momentos en los que la agricultura era decisiva para crear oportunidades de cambio en el conjunto de la economía; la falta de una cultura empresarial generalizada que apostara por la acumulación del capital físico, humano y tecnológico como estrategia de cambio y progreso; la ineficacia fiscal y financiera del Estado que le incapacitaba para implementar el crecimiento económico, y todo eso hay que aderezarlo con un importante aislamiento económico que dificultaba la asimilación de los impulsos que pudieran venir del exterior.

    Concretamente, hasta los años cincuenta del siglo pasado, la Formación Bruta de Capital sólo representaba el 10% del PIB y, lo que es más grave, el 90% de la población no tenía ningún nivel de instrucción completado. Las cosas cambian cuando, posteriormente, la inversión alcanza el 20% del PIB y se mejora sustancialmente la formación de capital humano.

    En este contexto, la economía valenciana encontró lógicas dificultades de crecimiento, si bien lo vivió con más intensidad que la española y con rasgos muy peculiares. Porque fue una parte importante de la agricultura valenciana la que garantizó pautas de modernización económica. Nos referimos a la que trascendió la etapa de producir para subsistir, caracterizada por mercados de ámbito local, y pudo convertirse en agricultura comercial, incluso –mejor dicho, sobre todo– con mercados internacionales. La pasa, el vino y, posteriormente, la naranja fueron los productos que permitieron el salto, en la segunda mitad del siglo XIX.

    Así podemos entender que, a principios del siglo XIX, hacia 1802, los ingresos medios de la población valenciana se situaban alrededor del 70% de la media española, según ha estimado Gabriel Tortella, y sólo Galicia, Murcia, Canarias y Asturias tenían una renta per cápita más baja. Pero que, en 1860, los ingresos por habitante llegan ya en torno al 95% de la media. Y que nuevamente las tres primeras décadas del siglo XX refuerzan este mejor comportamiento relativo de la economía valenciana hasta llegar, en los años treinta, a un nivel superior en un 20% a la media española.

    Posteriormente, se tenderá a la convergencia hacia esta media, particularmente a partir de los sesenta, ya que, aunque la dinámica económica es superior, también el crecimiento demográfico valenciano (por los saldos migratorios positivos) será mayor que el español.²

    ETAPAS PRINCIPALES:

    •  1870-1913

    La primera etapa se caracteriza por la «Segunda Revolución industrial» –la revolución tecnológica derivada, entre otros, de la electricidad, la química o el cemento artificial–, la hegemonía económica del Imperio británico y el poder ascendente de la Alemania unificada, un sistema monetario basado en el patrón oro y un sistema comercial basado en el bilateralismo. En todo caso, para muchos historiadores es aún parte del largo siglo XIX.

    España empieza esta primera etapa cuando acaba de conseguir la unión económica y monetaria mediante la desaparición de las aduanas interiores, la construcción de la red ferroviaria y la creación de la peseta en 1868. Además, una serie de hechos contribuyen a la transición hacia un sistema económico homologable con el resto de Europa, como la desaparición del régimen señorial y sus bienes vinculados y la revisión del marco jurídico-mercantil (Ley de sociedades anónimas de 1856, por ejemplo).

    Ahora bien, a pesar de la incorporatión de capitales extranjeros en sectores básicos y estratégicos como los de los recursos mineros, la banca o el ferrocarril y de una inicial política de apertura al exterior, simbolizada por el Arancel Figuerola de 1868, muy pronto –prácticamente desde el inicio del régimen de la Restauración, en 1875–, los intereses cruzados de la industria periférica y los cerealistas del interior llevaron a un largo período de aislamiento comercial mediante el proteccionismo arancelario.

    De hecho, a partir de 1890 el proteccionismo habrá conseguido los primeros éxitos significativos, que se consolidarán en la Ley de bases arancelarias de 1906, muy influida, además, por la pérdida de las colonias en 1898. En los años veinte, la economía española era la que tenía los muros arancelarios más altos de toda Europa, según la Sociedad de Naciones, el precedente de las actuales Naciones Unidas.

    Es la reacción al fenómeno de la revolución de los transportes, que originó la incorporación de la máquina de vapor a los transportes (barcos y ferrocarriles) y que redujo drásticamente los costes del transporte, lo que hizo competitivos productos de países alejados. El cereal europeo, por ejemplo, ya no podía competir con el transatlántico de las llanuras tejanas y del oeste medio de EE. UU., ni las industrias de los países menos avanzados tecnológicamente con las de los países líderes. Se habla de la gran depresión en Europa.

    En el País Valenciano, por su parte, las finanzas, pero sobre todo la agricultura, son las principales vías de penetración de las nuevas formas de organización productiva. Las finanzas, en concreto, vivieron una efímera eclosión de modernidad, a mediados de siglo, con la creación de la Sociedad Valenciana de Crédito y Fomento (a iniciativa de José Campo –con el tiempo marqués de Campo–, el representante más genuino de la burguesía emergente) y de la Sociedad de Crédito Valenciano (a iniciativa del rival de Campo, Gaspar Dotrés).

    Aunque las dos sociedades de crédito (era el nombre que recibían los bancos entonces) estaban vinculadas inteligentemente a negocios de las infraestructuras derivadas de la revolución de los transportes (la construcción del ferrocarril y la del puerto del Grao de Valencia, respectivamente), fueron los problemas de gestión de estos mismos negocios los que crearon dificultades añadidas a la gran crisis financiera de 1866, que se volvió, de este modo, insuperable.

    Pero, para una economía que aún se sostenía sobre las actividades primarias principalmente, son los avatares de la agricultura los que marcarán de manera determinante los cambios del conjunto de la economía. Así, debemos constatar que, a partir de la década de los cuarenta del siglo XIX, se inicia el proceso de tránsito de la agricultura de subsistencia a la agricultura comercial. Un tránsito que sólo era posible si había una demanda que no hiciera vano el esfuerzo de mejora cuantitativa y cualitativa de la oferta productiva.

    Así ocurrió cuando la pasa y el vino, primero, y la naranja, después, protagonizaron un gran auge de la demanda (externa). La naranja, en concreto, se vio beneficiada por el incremento de las rentas familiares en la Europa industrializada y por la mejora dietética que comportaba, lo que permitió el consumo masivo de fruta de invierno de importación. La naranja valenciana se beneficia, además, de que los países consumidores no tenían, ni tienen, las condiciones climáticas para pasar a ser productores.

    La incorporación de una serie de innovaciones técnicas –máquinas de vapor para elevar aguas subterráneas, uso de fertilizantes importados, naturales, o artificiales más tarde– permitió incrementar la producción, así como los nuevos medios de transporte –el ferrocarril y la navegación a vapor– facilitaron el acceso a los mercados europeos. Eso no quita que hubiese también una cierta expansión del cultivo de los cereales –incluido el arroz–, de las hortalizas y una recuperación de la ganadería, que completarían las transformaciones del panorama agrario del último tercio del siglo XIX y el primero del XX.

    La mayor propensión a exportar de la agricultura valenciana se mantiene a pesar de las vicisitudes de la estricta política proteccionista practicada por el Gobierno español, lo que hace que la controversia que enfrenta a los proteccionistas (fundamentalmente los industriales catalanes y vascos y los cerealistas castellanos y andaluces) y los librecambistas (fundamentalmente vinateros, naranjeros y productores de frutos secos mediterráneos) se viva, por lo tanto, de manera particular en las tierras valencianas.

    Los sectores proteccionistas (manufacturas –Alcoy, como paradigma– y cereales, también el arroz –Sueca, como paradigma–), mayoritarios a nivel español, eran minoritarios en la economía valenciana, mientras que los sectores exportadores librecambistas, minoritarios a nivel del Estado, eran claramente predominantes en el País Valenciano gracias a la presencia del vino, los productos hortícolas y, especialmente, la naranja.

    Pero la evidente hegemonía agraria no debe hacer olvidar la presencia de una relativamente importante base manufacturera. En la primera mitad del XIX, ya sucede el tránsito a la industria de la manufactura textil lanera y del sector papelero en Alcoy. Otras actividades manufactureras existentes en la época, como la sedería de la ciudad de Valencia o el textil de Morella o Enguera, perderán fuerza a lo largo del tiempo. Pero es a finales del XIX cuando se extiende por todo el país la actividad manufacturera, aunque este sector no fue nunca un importante receptor de capitales.

    Esta base industrial finisecular estaba formada por una manufactura diversa y dispersa en el territorio, pero aglomerada por sectores en ciertas comarcas. En unos casos estaba vinculada al comercio de la exportación agraria (papel, madera, química-fertilizantes), en otros al crecimiento urbano (mueble, calzado, cerámica y azulejo, transformados metálicos, etc.) o, incluso, a las insuficiencias de las rentas agrarias (caso paradigmático del textil o el metalomecánico alcoyano). Se inicia también la producción de máquinas de vapor y turbinas y arrancan las primeras industrias metálicas, químicas y de la alimentación.

    •  1914-1959

    La segunda etapa se despliega en el mundo occidental entre 1913 y 1945 e incluye dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945), la revolución bolchevique (1917), la gran crisis del 29, una hegemonía económica compartida por EE. UU. y los grandes países europeos y unas reglas de juego en el comercio y el sistema de pagos permanentemente en crisis, dado que aún predominaba el bilateralismo.

    En España este período se alarga hasta 1959. Es un período en el que España mantiene el aislamiento económico, el cual tendrá en los primeros veinte años de la dictadura franquista (1939-1959) su expresión más radical en forma de autarquía económica. El profesor García Delgado nombrará a este largo período el de la vía nacionalista española de crecimiento económico.

    El crecimiento económico se basará, por lo tanto, en la sustitución de importaciones, hecho que permitirá la existencia de actividades económicas que serían inviables en otras circunstancias. Ahora bien, esta forzada reserva del mercado interior dificulta, por la parte de la demanda, el propio crecimiento económico porque, como los niveles de renta per cápita son muy bajos, la capacidad de compra de las unidades familiares es muy limitada y, en consecuencia, también la demanda agregada.

    Pero hay, durante las primeras décadas del siglo XX, una cierta extensión y diversificación del tejido industrial alimentadas por las innovaciones técnicas de la época, la repatriación de capitales a raíz de la pérdida de las colonias en 1898 (que se traduciría, también, en una expansión del negocio bancario) y los beneficios extraordinarios derivados de la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial.

    Los efectos de la crisis del 29 que afectan a la estabilidad económica y social del período republicano, la Guerra Civil (1936-1939) y el período autárquico posterior detienen esta aproximación a los estándares europeos y ampliarán aún más la brecha tecnológica y de nivel de vida.

    En el País Valenciano, una vez pasada la coyuntura extraordinaria de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) –que había beneficiado en exclusiva a la industria y cereales como el arroz–, el auge comercial de la naranja comporta que cantidades ingentes de capitales se inviertan en la transformación de terrenos y en la captación de aguas subterráneas: a la década de los veinte se la llamará la década dorada de la naranja. En 1930 se llega al hito de un millón de toneladas exportadas, cifra que no se volverá a alcanzar hasta bien entrados los cincuenta. Sin embargo, la modernización y la capitalización de la agricultura no fueron generales porque amplias zonas interiores del País quedaron al margen.

    La base manufacturera, por su parte, se refuerza durante la coyuntura extraordinaria de la Primera Guerra Mundial gracias a las exportaciones a los países en guerra y a la profundización del fenómeno de la sustitución de importaciones. El proteccionismo, en todo caso, ayudó a la pervivencia de esta manufactura, pero también puso límites –como ya se ha señalado antes para el conjunto de la economía española–, dada la escasa importancia del mercado interior español como marco de expansión potencial. Además, el complicado decenio de los años treinta –guerra civil incluida– y, particularmente, el período autárquico de 1939-1959 frenaron bruscamente la línea de progreso económico secular, como en el resto de España.

    Por una parte, por las dificultades en el mercado exterior para acceder a inputs de importación vitales para mantener la productividad económica en los diversos sectores –particularmente, los abonos químicos en la agricultura de exportación– o el efecto negativo de un sistema de tipo de cambio múltiple en casi todo el período. Por otra parte, en el mercado interior, por el impacto que ocasiona el estancamiento o retroceso de los niveles de vida sobre una actividad industrial incipiente orientada a la manufactura de bienes de consumo y por el sofocante intervencionismo gubernamental (Fabra, 2000: 128). Lógicamente, el aislamiento impide beneficiarse de la recuperación europea posbélica.

    •  1959-1975

    La tercera etapa empieza a nivel mundial con la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Será de un auge continuado de la Europa occidental sin precedentes, de un mundo bipolarizado políticamente entre EE. UU. y la URSS, de una economía americana indiscutiblemente pionera (que fijará las nuevas reglas de juego mediante el sistema monetario de Bretton Woods y la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial para ayudar a los países más retrasados) y de unos importantísimos acuerdos comerciales –por primera vez, de carácter multilateral– en el seno del GATT (Acuerdo General de Comercio y Aranceles). Asimismo, en esta etapa tiene lugar la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE) (1957) –la futura Unión Europea (UE)–, con seis miembros, los tres del Benelux (Holanda, Bélgica y Luxemburgo), Italia, Francia y Alemania Federal.

    Pero para la economía española y la valenciana el comienzo de la etapa se retrasa hasta 1959, cuando las cosas empiezan a cambiar profundamente gracias al Plan de Estabilización. La razón es que, a pesar del imponente crecimiento económico que la Europa occidental estaba viviendo desde la reconstrucción posbélica, con la ayuda del Plan Marshall (la Segunda Guerra Mundial había sido intensísima en el escenario europeo), España, en su cerrazón autárquica, sólo recibía los impulsos de este crecimiento del entorno europeo de manera muy débil. Aun así, los acuerdos con el Vaticano y EE. UU. en 1953 y ciertos cambios en los ministerios económicos hacen de los cincuenta una década de transición. Los acuerdos mencionados facilitan la entrada de España en la ONU en 1955 y, posteriormente, en las grandes instituciones económicas internacionales: FMI y Banco Mundial y, finalmente, OCDE (el club de los países avanzados).

    De hecho, el año 1959 es, sin duda, un año clave en la historia económica española porque, con el mencionado Plan de Estabilización –una iniciativa en buena parte exigida por los organismos internacionales en los que se acaba de entrar–, se inicia la definitiva apertura económica.³ Pero tan importante, o más, es el comienzo de un lento pero imparable proceso de desintervencionismo estatal en la economía, lo cual, en la medida que permite que la lógica de mercado vaya teniendo más papel en la asignación de recursos, hace que la eficiencia de la economía crezca significativamente.⁴

    Una etapa, pues, en la que la economía española obtendrá muchas ventajas y se enfrentará a algunos retos importantes. Una etapa en la que se dan unos cambios en profundidad que llegan a la vida cotidiana porque se pasa de un mundo de escaseces a una sociedad de consumo. La adquisición masiva de electrodomésticos y la generalización de la motorización, emblematizada por el Seat 600, son los paradigmas de esta nueva etapa.

    En resumidas cuentas, hay una importante mejora de la capacidad adquisitiva en el mercado interior gracias a la entrada de capitales extranjeros, pero también a los importantes ingresos generados por un turismo constituido por olas de trabajadores europeos que acaban de conseguir el derecho a las vacaciones pagadas y que buscan fundamentalmente, sol, playa y precios bajos. Tampoco debemos olvidar los cuantiosos envíos de ahorros de los tres millones largos de trabajadores emigrantes españoles repartidos por Europa.

    Al crecimiento de la demanda interna se sumará, a finales de los sesenta, la expansión de las exportaciones, favorecidas por la devaluación de la peseta de 1967 y el Acuerdo de Preferencias Arancelarias con la CEE, de 1970.

    La economía valenciana se beneficiará significativamente de la nueva situación creada por el Plan de Estabilización y el aumento del nivel de vida. Muchas de sus potencialidades latentes podrán desplegarse en un mercado interior con creciente capacidad adquisitiva y en un mercado exterior cada vez más accesible, y aprovechando en parte el know how acumulado durante décadas mediante las exportaciones agrarias a Europa.

    Uno de los fenómenos más trascendentales fue el intenso proceso industrializador que transformó sustantivamente la estructura económica valenciana. Un proceso más intenso que el vivido por la economía española y que se trasladó a la balanza comercial de manera clara en la segunda mitad de los sesenta con el aumento significativo de las partidas de exportación manufacturera. Un proceso que se realizó a partir de la base industrial previa que se había configurado a finales del XIX –el profesor Ernest Lluch lo llamará el hilo industrial- y sin la que difícilmente habría sido posible.

    Se vivirá, pues, un crecimiento y unos cambios y transformaciones sin precedentes bajo el liderazgo de la industria. Desde entonces, la dimensión de la economía valenciana, medida por la producción de bienes y servicios, se ha multiplicado por más de seis, al mismo tiempo que se ha producido una profunda ampliación y diversificación de la oferta productiva.

    Esta diversificación incluye una terciarización progresiva (los servicios aumentarán significativamente su peso en el valor del PIB valenciano, a precios corrientes) tal y como ha sucedido habitualmente en el resto de economías avanzadas. En el caso valenciano, además, ayudada por la extraordinaria expansión del sector turístico, particularmente a partir de los años setenta.

    •  De 1976 a la actualidad

    Finalmente, la última etapa se caracterizará en un primer momento por la larga crisis económica mundial (1974-1985). Después habrá unos años de recuperación, 1985-1991, seguidos de una corta pero durísima crisis, 1992-1993, y una larga etapa de expansión económica que llegará, con altibajos, hasta el 2008. Una crisis de alcance y naturaleza inéditos interrumpirá abruptamente esta etapa expansiva hasta sumir a la mayoría de las economías avanzadas en una recesión.

    La primera de las crisis de los setenta, debida, principalmente, a la crisis del sistema monetario de Bretton-Woods (de 1971-1972, que lleva a la flotación de tipo de cambio) y al encarecimiento del precio del petróleo y de otras materias primas (1972-1973), significó un punto de inflexión en la lógica del crecimiento económico del mundo occidental.

    Europa, por ejemplo, había vivido una expansión basada en la capacidad para beneficiarse de la generalización de una trayectoria tecnológica desarrollada fundamentalmente en EE. UU. La ruptura de estas pautas en Europa no se debió únicamente al encarecimiento de la energía, sino a un conjunto de factores que operaron poco a poco: el posfordismo, el acercamiento a la frontera tecnológica y la necesidad –no cubierta plenamente hasta el momento presente– de mayor flexibilidad en los mercados de trabajo y financieros y en las formas de organización empresarial.

    Además, simultánea y progresivamente, tiene lugar la emergencia de nuevos países industrials en el sudeste asiático y la profundización de la globalización económica, la consolidación de bloques continentales como la Unión Europea y un nuevo salto tecnológico vinculado a las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) –la tercera gran revolución tecnológica–, ya en los años noventa.

    En España, el inicio de esta etapa –es decir, la crisis económica mundial, retrasada aquí un año y agravada por la impericia gubernamental– coincide con la transición democrática. Esta coincidencia impidió la toma de medidas rigurosas anticrisis durante mucho tiempo, a diferencia de lo ocurrido en los países del entorno, por la impericia, efectivamente, de los gobiernos españoles del último franquismo y por la debilidad de los primeros de la transitión.

    Hay que esperar a las primeras elecciones democráticas del 15 de junio de 1977 para ver iniciativas ambiciosas. La más importante, sin duda, la constituyen los llamados Pactos de la Moncloa, por los que partidos y sindicatos acordaban, en otoño de ese mismo año, hacer frente a la crisis mediante, principalmente, la consecución de los equilibrios macroeconómicos.

    Pero el ruido de la crisis mundial no permite escuchar los problemas de fondo: la economía española empieza a quedar afectada por los cambios en la geografía de las ventajas comparativas cuando aparecen en escena países industriales emergentes, particularmente en el sudeste asiático (Corea del Sur, Hong-Kong, Taiwan y Singapur). Una situatión que se agrava, entre otros motivos, porque los cambios institucionales derivados de la superación del régimen dictatorial y la consolidación de la democracia tendrán efectos importantes sobre las estrategias competitivas, ya que crearán una presión alcista salarial incompatible tendencialmente con la estrategia tradicional basada en los precios bajos.

    Efectivamente, las libertades sindicales permitirán a los trabajadores mejorar la capacidad de negociación y, por consiguiente, se conseguirán aumentos sustantivos de los salarios nominales, sin relación con el comportamiento de la productividad, lo que hará aumentar los costes laborales unitarios (CLU). A todo eso hay que añadir el incremento simultáneo de cargas fiscales vinculadas al factor trabajo, como es el caso de las contribuciones a la Seguridad Social.

    Por suerte para la economía valenciana y española, los problemas llegan cuando el cambio estructural iniciado en los sesenta ya está muy avanzado. Aun así, la crisis tendrá graves repercusiones. Por ejemplo, el paro, que en 1975 era del 2,4% (en España, el 4,4%), en 1985 había subido al 21,8% (en España, al 22,0%). La contracción económica supone que, si en el período anterior (1960-1975) la tasa de crecimiento permitía duplicar el volumen de bienes y servicios cada diez años, en este segundo período esta duplicación habría necesitado treinta.

    A pesar de las dificultades políticas y económicas con las que tropezó la transición a la democracia, la Constitución de 1978 permitió transformar profundamente la estructura del viejo Estado centralista en una de base plural, al crear el Estado de las Autonomías. Una etapa nueva, pues, en la que un gobierno propio, la Generalitat, podrá elaborar políticas económicas específicas para la economía valenciana.⁶ Al mismo tiempo, el ingreso en la Comunidad Europea –la actual Unión Europea–, en 1986, abrirá plenamente las economías española y valenciana a los avatares de un mercado entonces de más de 300 millones de personas.

    La recuperación económica –española y valenciana–, iniciada en 1985, fue preparada por las políticas estructurales más perentorias que había emprendido la administración socialista a raíz de su victoria electoral de octubre de 1982, como también por las expectativas que había alimentado el previsible ingreso de España en la Comunidad Europea. En resumidas cuentas, había creado las condiciones para aprovecharse plenamente de la recuperación económica europea, que durará hasta principios de los noventa y estará animada por el descenso de los precios del petróleo. Hay que decir que, a partir de entonces, se intensificará la convergencia del ciclo económico español y valenciano con el europeo, que ya había tomado cuerpo con las medidas de apertura económica de los años sesenta.

    Recordemos que las fluctuaciones cíclicas de las economías se deben a que los factores de oferta que determinan su crecimiento (población, productividad y precio de los factores de producción) y los de demanda (consumo, inversión y exportaciones limpias) no evolucionan de manera gradual y sostenida, sino con frecuencia de forma súbita (shocks), lo que origina desajustes como inflación, desempleo, déficit exterior o déficit público.

    Posteriormente, el ciclo económico se dirige hacia una crisis, corta pero aguda (1992-1993), en prácticamente todos el países de la OCDE, precedida de una desaceleración económica desde mediados de 1990. Varios factores habían intervenido en esta desaceleración económica, entre los que hay que destacar la inicial dificultad para comprimir la tasa de inflación. Coincide la ampliación de las actividades terciarias, que suele ser el sector más inflacionario,⁸ y un fenómeno coyuntural, el encarecimiento del precio del petróleo como consecuencia de la invasión iraquí de Kuwait.

    En Europa, además, la crisis coyuntural había sido alimentada por las dificultades alemanas para financiar la reconversión de la economía de la zona oriental (a raíz de la unificatión que siguió a la caída del muro de Berlín en 1989), que presionaron al alza los tipos de interés. Eso derivaría en tensiones monetarias en el seno del Sistema Monetario Europeo y, en consecuencia, en inestabilidades cambiarias cuando justamente este sistema se había creado para conseguir una zona de estabilidad en el camino hacia la Unión Monetaria y para hacer viable el Mercado Único, que entró en vigor a principios de 1993.

    En España, la crisis se había particularizado en altas tasas de inflación y de paro. Además, el elevado precio del dinero hizo caer la rentabilidad esperada de los proyectos de inversión y, en consecuencia, la tasa de inversiones. En el País Valenciano, la crisis fue especialmente dura porque la política monetaria, que sostenía una peseta de alta cotización (desde que había entrado en el Sistema Monetario Europeo en 1989), creaba problemas a las exportaciones y, por lo tanto, hacía que la crisis adoptara perfiles más agudos porque era una economía con más alta propensión a exportar. Asimismo, cuenta el fin del ciclo del sector de la construcción, explicado en buena parte por los excedentes de la oferta inmobiliaria acumulados, por la endeble actividad turística y por el aumento de los tipos de interés.

    Así, una economía como la valenciana que tradicionalmente había crecido por encima de la media española, entonces lo hará por debajo durante dos años, 1992 y 1993, y la tasa de paro superará a la española –dada la especial sensibilidad de nuestro mercado de trabajo a los altibajos económicos, por su especialización productiva en actividades intensivas en el uso del factor trabajo–, lo que no pasaba desde hacía diez años.

    A partir de 1994, la economía española y la valenciana siguieron –como ya no podía ser de otro modo, por el alto grado de apertura en el que se encontraban– la recuperación económica de los países de la OCDE, con las exportaciones como principal fuente de crecimiento –favorecidas inicialmente por sucesivas devaluaciones de la peseta en 1992 y 1993– y sin que la demanda interior, a pesar de la bajada de la tasa de inflación y de los tipos de interés, despuntara hasta 1998. A partir de este año, fue el consumo interior –y la construcción– el pilar que sostuvo el diferencial de crecimiento respecto a la media europea.

    Hay que decir que la mayor propensión a exportar de la economía valenciana permitió que la recuperación se avanzase a la española, además de mantener una dinámica de crecimiento ligeramente superior –incluso en la pequeña sacudida de 1996-97– hasta el 2002. Con la disminución del ritmo de crecimiento general a partir del 2003, la economía valenciana también empieza a crecer por debajo de la española, hecho inédito en etapas expansivas.

    En resumidas cuentas, hablamos de un ciclo expansivo muy largo y que sólo empezó a aflojar cuando los primeros síntomas del estallido de la burbuja inmobiliaria en EE. UU. y la crisis financiera subsiguiente –con el protagonismo originario de las hipotecas sub prime- originaron la desaceleración del otoño del 2007. Aunque esta desaceleración se convertirá en recesión un año más tarde, cuando ambas crisis, inmobiliaria y financiera, afecten de lleno a la economía real de España y del País Valenciano, como a la del resto del planeta.

    1.3  Crecimiento y cambio estructural

    1.3.1  El caso español

    1.3.1.1  Crecimiento

    Al margen de los aspectos coyunturales, en el análisis a largo plazo podemos encontrar algunos rasgos específicos en la economía española desde los años sesenta. En cuanto al crecimiento económico (Myro, 2007: 48), entre 1961 y el 2006, medido en términos de crecimiento de la renta nacional, éste ha sido importante: se ha multiplicado por seis. Y la tasa media anual ha sido del 3,1, mientras que la de los países comunitarios fue del 2,5, lo que muestra la mayor capacidad de crecimiento de las economías más retrasadas –la española lo era relativamente– cuando las tasas de ahorro y de incremento de la población son parecidas. En todo caso, el perfil temporal seguido por este indicador se parece mucho al comunitario, según se refleja en el gráfico 1.2.

    GRÁFICO 1.2

    Crecimiento relativo en España y la Unión Europea, 1961-2006 (tasas anuales de variación del PIB per cápita)

    Nota: Desde 1991 se recogen los datos de la Alemania unificada.

    Fuente: Eurostat y elaboración de Rafael Myro.

    La mayor tasa de crecimiento ha permitido que la convergencia con la UE-15 en términos de renta per cápita, por ejemplo, haya alcanzado prácticamente 20 puntos en poco más de 20 años. Según Eurostat, en 1985 se lograba sólo el 71,5% de la media europea y en el 2007 el nivel es del 91,2%. En tres fases: un recorte de 9,2 puntos en el tramo 1985-1991, una divergencia de 3,1 en el período 1991-1994 y una nueva convergencia de 13,6 puntos entre 1994 y el 2007. Aunque la desaceleración económica posterior crea las peores condiciones para mantener la lógica de la convergencia.

    Vale la pena dedicar especial interés al largo período de crecimiento que se inició en 1994, por la proximidad temporal, pero también por la singularidad de su naturaleza. Empezamos por hacer patente que esto se puede explicar por varias causas. En principio y como hemos señalado antes, la expansión de las exportaciones a raíz de las devaluaciones de la peseta de 1992 y 1993. Posteriormente, tuvieron un papel más importante los beneficios esperados y reales de un marco económico estable, con la entrada en el proceso de unión monetaria y la consiguiente convergencia a la baja de los tipos de interés, todo aderezado con una política fiscal prudente y una recuperación de la tasa de ahorro público. Fue decisiva la bajada del tipo de interés, que permitió incrementar la inversión empresarial y reducir los costes financieros.

    Por su parte, el sector de la construcción se benefició mucho de que el sector inmobiliario fuera el más importante receptor del ahorro en este período, hecho que se explica en buena medida no sólo por la bajada del tipo de interés hipotecario, sino también por las sacudidas e incertidumbres bursátiles de los últimos años. Hay que mencionar que, a principios de la década de los noventa, los valores mobiliarios contratados en la bolsa habían sido de especial interés, incluso para los pequeños ahorradores, dada la creciente cultura financiera que se había extendido por todas partes en una sociedad que ampliaba su capacidad de ahorro por el aumento de la renta disponible.

    Todo ello hace que el crecimiento a partir de 1998 cambie de lógica y se haga de manera bastante desequilibrada, porque toman protagonismo la expansión del consumo interno y de la construcción (inversión residencial y negocios conexos) y no la de la demanda exterior y la formación bruta de capital o inversiones productivas. Todo ello genera, entre otros efectos, un alto endeudamiento de las familias y de las empresas, totalmente vulnerables, por lo tanto, a cualquier eventual subida de los tipos de interés. Tradicionalmente, el recurso a la deuda solucionaba temporalmente la escasez de ahorro que era necesaria para mantener una tasa de crecimiento de estas inversiones superior al 4% anual acumulativo.

    Recordemos que, desde la entrada en la UE (1986), esta escasez de ahorro era solucionada en parte por importantes transferencias de capital con cargo a los fondos estructurales europeos. Después, se sumarían los fondos de cohesión, también procedentes de la UE; pero es que, desde 1999, se dispondrá de una importante entrada de capital privado procedente principalmente del área del euro, lo que ha permitido incrementar aún más las dotaciones de capital físico (residencial y productivo) y servicios.

    De hecho, en los últimos años, a pesar de los superávits públicos, la demanda dineraria ha superado de lejos el ahorro interior en España, de manera que la financiación exterior ha sido decisiva. Por otra parte, la convergencia nominal, imprescindible para entrar en la moneda única, redujo la presión en los mercados financieros, como ya se ha señalado anteriormente, y originó la caída de los tipos de interés y, por lo tanto, de las cargas financieras de las deudas.

    Por contraste, la subida de los tipos de interés durante el 2007 y, sobre todo, la falta de liquidez en el mercado interbancario posterior, a partir del otoño del 2008, han creado problemas muy graves en la economía real, a pesar de la bajada del tipo de interés de referencia realizada por el Banco Central Europeo posteriormente.

    Hay que reiterar que se trata de unas circunstancias que han detenido gravemente la dinámica económica anterior y que hacen pensar en una crisis de características inéditas, tanto por su profundidad como por su alcance literalmente global.

    1.3.1.2  Cambio estructural

    En cuanto al cambio estructural, también podemos reiterar algunos rasgos bastante significativos en este largo período de casi medio siglo (Myro, 2007: 61-64). El primero es que el cambio de la estructura productiva ha sido a favor de la industria y los servicios y a costa de la agricultura. En el segundo bloque (capítulos 2 al 6) y en el tercero (capítulos 7 al 12) se verá con profundidad.

    Segundo, que ha habido una gradual apertura comercial al exterior, intensificada a raíz de la entrada en la UE (los flujos de comercio exterior –exportaciones más importaciones– que eran del 26% del PIB en el año 1986, suponían el 43,5% en el 2006, veinte años más tarde). El capítulo 13 lo explica con la atención debida.

    Tercero, se ha asistido a una creciente importancia de las administraciones públicas en la economía (el gasto público sobre el PIB ha pasado en los mismos años (1960-2006) del 15% a casi el 40%) menor, eso sí, que en Francia, Alemania o Italia, pero mayor que en Gran Bretaña, como resultado, en buena parte, de la implantación del Estado del Bienestar (un porcentaje que había llegado prácticamente al 50% en 1993). El capítulo 14 lo trata más detenidamente.

    Y cuarto, se ha dado una mejor distribución de la renta en la medida en que el decil superior de renta familiar disponible ha pasado de disponer del 39% de la renta total, a principios de los setenta, al 23%, un cuarto de siglo más tarde, como se estudia a fondo en el capítulo 3.

    1.3.2  Singularidades valencianas

    1.3.2.1 Crecimiento

    Este crecimiento y este cambio estructural también se han vivido en el País Valenciano si bien con ciertas singularidades. El crecimiento económico, por ejemplo, siempre ha sido superior en el caso valenciano que en el español en todas las fases de expansión económica, mientras que las recesiones también han sido más profundas en el caso valenciano.

    Dicho lo cual, hay que subrayar que, durante el tramo final del último período de crecimiento –desde el 2003 hasta el 2007–, la economía valenciana ha crecido menos que la española, por primera vez en un período expansivo: una media anual del 3,28 frente al 3,49 español, según la Contabilidad Regional del INE.

    Las dinámicas más significativas ocurridas desde los años sesenta han sido el aumento sustancial de la población (un 70%): de 3 a 5 millones, la caída de la tasa de natalidad a la mitad, el aumento de la población extranjera 30 veces (de 25.000 a 600.000), el envejecimiento de la población, el aumento de la esperanza de vida en 5 años, el aumento de los desequilibrios territoriales a favor de las comarcas costeras, el incremento de la movilidad espacial y un cierto cambio del modelo de asentamiento compactado, típicamente mediterráneo, a disperso (Martínez, 2007: 22). Todo también a un ritmo superior al español.

    La renta ha crecido más que la población: en paridad de poder adquisitivo (PPS), el PIB ha pasado de 3.200 a 102.600 millones de euros, se ha multiplicado por más de treinta veces, con períodos de crecimiento muy desiguales. Hasta 1980, más que España, posteriormente se ha mantenido (excepto en el corto período de crisis de 1993) por encima del 9,6%.

    Así pues, la evolución del peso del PIB (o Renta Nacional) valenciano en el total español ha sido la que figura en el gráfico 1.3, teniendo en cuenta que el PIB valenciano a precios corrientes en el año 2007 subió a 102.403.209 miles de euros mientras que el español fue de 1.049.848.000, lo cual significa que el primero representaba el 9,75% del segundo.

    GRÁFICO 1.3

    Participación relativa del PIB valenciano en el español (1965-2006)

    Fuente: Fundación BBVA e INE y elaboración de Aurelio Martínez.

    La combinación de ambas tendencias ha supuesto un avance de la renta per cápita. Ha pasado de 300 a 20.200 euros. Pero respecto a España, el crecimiento ha sido menor desde 1982. A partir de entonces ha habido un proceso de caída relativa: se ha pasado del 105% de la media al 91% en el 2006 (Martínez, 2007: 22-24), como muestra el gráfico 1.4:

    GRÁFICO 1.4

    PIB per cápita valenciano en relación con la media española (= 100) (1965-2006)

    Fuente: Fundación BBVA e INE.

    Si la comparación es con la UE-15, el resultado es bueno. En 1965, la renta per cápita, medida en PPS, era el 72,5% de la media de la eurozona y 40 años después había convergido en 10 puntos, pero con altibajos: entre 1965 y 1975 converge 14 puntos; en el período de 1975 a 1985 diverge y se queda al 73% de la media; entre 1986 y 1992, se recupera todo aquello perdido en el período de crisis anterior. En la corta pero intensa crisis de los años 1992 y 1993, hay nueva divergencia que es sobradamente compensada en la fase posterior, con la entrada en la zona del euro, hasta llegar al 83% en el 2006 (España superará ese año el 90%). Véase el gráfico 1.5.

    En relación con la UE-27, en el 2007 el País Valenciano tenía una renta per cápita (en PPS) que suponía el 96% de la media cuando en 1995 era el 87,5. Ahora bien, España tenía en el 2007 un nivel del 106%, lo cual significa, como acabamos de decir, que la renta per cápita valenciana era menor que la española, concretamente, el 91%. Nivel relativo que perduraba a finales del 2008, según el INE.

    GRÁFICO 1.5

    Convergencia real con la UE-15, en términos de renta per cápita (1960-2006). UE-15 = 100

    Fuente:  Fundación BBVA, INE y Comisión Europea y elaboración Aurelio Martínez.

    1.3.2.2  Cambio estructural

    Los cambios estructurales han alcanzado a la actividad productiva y han sido también más profundos que en España, como refleja el más intenso proceso de desagrarización vivido en tierras valencianas, en los términos que se estudiarán en el capítulo 7. Este cambio de la base productiva se ha sustentado en dos procesos de capitalización fundamentales: de capital humano y de capital físico, según se explica más detalladamente en los capítulos 5 y 6, respectivamente. Habida cuenta de que la dotación de servicios y capital públicos ha estado siempre por debajo de la media española, tal y como se explicita en el capítulo 14.

    En capital humano ha habido una clara mejora y un acercamiento a las tasas medias españolas. En cuanto al incremento del stock de capital físico, este ha sido más grande que en la economía española, si bien el mayor esfuerzo se hizo hasta 1992, cuando el diferencial de stock de capital per cápita llegó a ser del 37% respecto a la media española. Posteriormente, se ha perdido ritmo diferencial y en el 2004 sólo era del 21%, el mismo que el de los primeros sesenta.

    El resultado de todo esto es que actualmente la economía valenciana presenta una estructura diversificada y equilibrada, con porcentajes similares a la media estatal, pero se aprecia, no obstante, un peso ligeramente mayor de las actividades industriales (capítulo 8) y del sector de la construcción (capítulo 12) y una importancia un poco menor de la agricultura y los servicios (este último sector se estudia con detenimiento en el capítulo 9), a pesar de la importancia de las actividades turísticas (capítulo 10). Las tablas 1.1 y 1.2 lo muestran con claridad:

    TABLA 1.1

    Estructura sectorial, en términos de PIB a precios corrientes (%)

    Fuente:  INE.

    TABLA 1.2

    Estructura sectorial, en términos de empleo (%)

    Fuente:  INE.

    Además, la especialización industrial se ha llevado a cabo más preponderantemente en actividades relacionadas con la demanda final. El tejido empresarial está basado en la pequeña y mediana empresa, con algunas excepciones, algunas de las cuales son empresas multinacionals –como ya se ha mencionado en la nota a pie de página 5–, aunque la presencia de este tipo de empresa es mucho menor que en Madrid o Cataluña. El 96,8% son empresas de menos de 50 trabajadores y aglutinan el 60% del empleo registrado.

    Hay una movilidad empresarial alta (alto porcentaje de nacimientos y de mortalidad de empresas), capitalizatión baja y un consiguiente componente tecnológico de los procesos de producción reducido. Es decir, procesos productivos maduros tecnológicamente y poco intensivos en I+D (investigación y desarrollo tecnológicos y su aplicación a la empresa).

    Un tipo de crecimiento similar, según avanzó Ernest Lluch (1976), al que se había vivido en la Terza Italia (las regiones que van desde el Véneto hasta el Lacio, pasando por la Emilia-Romagna y la Toscana) desde los años cincuenta del siglo pasado, según la interpretación hecha por el modelo de Secchi. Un crecimiento característico de las economías «periféricas» del mundo avanzado.

    El énfasis al competir vía precios –aprovechando, como se explicará en el epígrafe siguiente, la ventaja competitiva de bajos CLU– ha hecho que las empresas hayan intentado externalizar de manera sistemática los costes medioambientales (véase lo explicado en el capítulo 4) y también que se haya recurrido demasiado a menudo a la economía sumergida.

    Esta estrategia competitiva ha llevado a que se cultivara en rara ocasión la diferenciación del producto, tanto la vertical –de calidades– como la horizontal –de variedades– y, más raramente aún, las redes comerciales propias y, por lo tanto, las técnicas de marketing y de comercialización. De hecho, las ferias monográficas que fue creando la Feria de Muestras de Valencia –y más tarde, la Institución Ferial Alicantina– solucionaban en buena parte los contactos imprescindibles entre productores y clientes.

    Asimismo, en general, se constata que la gestión empresarial ha tenido y tiene aún una dependencia elevada de la financiación externa, básicamente del crédito a corto plazo incluso para operaciones de financiación de inversiones, según se observa en el capítulo 11. Por lo tanto, se trata de un tejido empresarial muy vulnerable a los avatares del sistema financiero.

    Una gestión empresarial, por otro lado, que refleja falta de bagaje formativo. Los empresarios, sobre todo los de primera generación, tenían dificultades para entender toda la complejidad del mercado, particularmente en períodos de vacas flacas, ya que eran –y son– responsables de pequeñas empresas que toman los precios del mercado sin más y están sometidas, por lo tanto, a todo tipo de avatares.

    Además, la economía valenciana está menos vertebrada que la española, en el sentido de que tiene menos relaciones interempresariales e intersectoriales porque hay poca producción relativa de bienes intermedios o semitransformados. La razón no es sólo que se producen bienes y servicios finales, principalmente de consumo, sino también que se utilizan muchas materias primas de procedencia exterior. Todo eso lo vimos ya en la tabla input-output de la economía valenciana de 1980 (TIOCV-80), elaborada por Prevasa, y también las posteriores de 1990 y 2000, elaboradas por el Instituto Valenciano de Estadística.

    En cuanto a las relaciones exteriores, podemos decir que la economía valenciana está significativamente más integrada en Europa que la española a pesar del aumento relativo de ésta en cuanto a las relaciones con el resto de socios de la UE en los últimos años. De hecho, la economía valenciana es, comparativamente, la economía más exportadora de mercancías de España. El grueso de su exportación va a la UE, alrededor del 70%, pero también es de Europa de donde viene la mayor parte de las importaciones, más del 63%, tal y como se señala en el capítulo 13. El turismo internacional –según las pautas que se explican en el capítulo 10– también es básicamente europeo tanto en el caso español como en el valenciano.

    1.4  La estrategia competitiva tradicional

    Como acabamos de subrayar, el exitoso modelo de crecimiento económico del último casi medio siglo se ha basado fundamentalmente en una estrategia competitiva empresarial centrada en los precios bajos. Una estrategia posible, fundamentalmente, en la medida en que los costes unitarios de producción (CUP), los costes de lo que se producía, eran relativamente bajos. La consecución de estos bajos CUP la propiciaban unos costes laborales unitarios (CLU) más bajos que los de sus competidores del entorno europeo.

    Hay que recordar que los CLU dependen de los costes laborales (w)¹⁰ pero también de la productividad (y). Es decir: . De modo que, si bien es verdad que la productividad (y) era menor, los costes laborales (w) aún lo eran más.

    Lógicamente, esta ventaja competitiva era mayor en las actividades productivas intensivas en la utilización del factor trabajo (L), en relación con el factor capital (K). Dicho en términos ecuacionales: si tomamos una función de producción, como la Cobb Douglas Y = Aka Lß, se trataría de aquellas actividades productivas donde el exponente ß sea mayor que a, teniendo en cuenta que a + ß = 1. Tanto la economía española como, sobre todo, la valenciana tenían una importante especialización en actividades productivas de este tipo.

    Tenemos informatión para el período 1997-2005, período en el que, según la tabla 1.3 y el gráfico 1.6, se hace bien patente que las diferencias en salarios (w) de la economía española respecto a los de la UE-15 son mayores que en términos de productividad (y), lo cual hacía, como acabamos de mencionar, que los CLU españoles fueran más bajos que los europeos.

    TABLA 1.3

    Comparación magnitudes laborales entre España y la UE-15 (UE-15 = 100)

    Fuente: INE y Eurostat.

    GRÁFICO 1.6

    Costes laborales, productividad y CLU de España frente a UE-15 (por kora, UE-15 = 100) (1995-2005)

    Fuente:  INE y Eurostat.

    Todo ello ha tenido, como decíamos, unas aristas más agudas en el caso valenciano, ya que tanto los salarios (w) como los niveles de productividad (y) tradicionalmente han sido aún más bajos que los correspondientes españoles. Como ya pasaba en la relación España-UE-15, ahora observamos también que el diferencial salarial (coste laboral nominal por trabajador) era más grande que el diferencial de productividad y, por lo tanto, el resultado es que los costes laborales unitarios (CLU) en el País Valenciano eran menores que los medios españoles, tal y como indica el gráfico 1.7:

    GRÁFICO 1.7

    Coste laboral unitario en la economía valenciana (España = 100) (1995-2007)

    Fuente: INE y elaboración de Cristóbal Andrés.

    Todo ello ha permitido a la empresa valenciana tener una estrategia competitiva similar a la española –competir vía precios– pero de manera más intensa. Ha influido, lógicamente, que la especialización sectorial valenciana en actividades productivas intensivas en trabajo es aún mayor que en el caso español.

    Un trabajo barato sólo es posible si el trabajo es abundante. Durante decenios, eso ha sido posible por los excedentes laborales agrarios (a veces, practicando la agricultura a tiempo parcial) y por los abundantes flujos migratorios. Esta movilidad poblacional –junto con la consolidación de un modelo turístico de masas, extrahotelero– ha puesto al sector de la construcción muchas veces en un papel ciertamente protagonista.

    El dinamismo demográfico se ha mantenido en los últimos años mediante la inmigración exterior (capítulo 15). Así, el porcentaje de población extranjera ha aumentado espectacularmente desde 1998, un aumento mayor en el caso valenciano que en el español. En las comarcas alicantinas, el peso de la población extranjera se ha triplicado en poco más de una década y se aproxima al 20%, al sumar a la inmigración laboral la residencial.

    Sin dejar a un lado, además, que un crecimiento económico de estas características ha propiciado a menudo altos costes sociales, urbanísticos y medioambientales. Efectivamente, en el ejercicio de reducción de los CUP, el empresario no ha dudado en continuar trasladando una parte de los costes de producción a la sociedad –transformándolos en exógenos– para preservar la supervivencia. Es el caso de los outputs no deseables, los residuos de afectación medioambiental, o de la práctica de la economía sumergida, para ahorrar costes fiscales o sociales, tal y como se explica sobradamente en los capítulos 4 y 5.

    Ahora bien, el propio gráfico 1.7 muestra que, a pesar de todo, desde el 2004, la remuneración salarial crece a mayor ritmo que la productividad, lo cual erosiona las ventajas en términos de CLU hasta llegar a anular las ventajas relativas anteriores. De hecho, en el 2007, el nivel relativo era ya superior al de la media española, cerca del 102%.

    Además, obviamente, los nuevos escenarios económicos mundiales (capítulo 15) están haciendo obsoletas claramente las ventajas de esta estrategia competitiva tradicional. Es decir, la intensificación del proceso de globalización y la emergencia de nuevos países industriales, la profundización en la integración y ampliatión de la Unión Europea así como la generalización del uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) exigen un cambio de estrategia competitiva. Un cambio de este patrón de ventajas competitivas basadas en costes bajos a otro basado en la tecnología y el capital humano.¹¹

    1.5  Resumen y conclusiones

    La economía española y la del País Valenciano llegaron más tarde –que otras de su entorno europeo– a los cambios estructurales que supusieron los procesos industrializadores contemporáneos. La fecha de 1959, con el Plan de Estabilización, es un hito ineludible al respecto.

    A partir de entonces, la apertura hacia el exterior y la progresiva implantación de la lógica de mercado en la asignación de bienes y factores productivos las dotan de capacidad para recuperar el tiempo perdido. Desde entonces, el PIB se ha multiplicado por seis y la convergencia en términos de renta per cápita ha sido extraordinaria, si bien en el caso valenciano esta convergencia ha sido menor.

    El éxito de este modelo de crecimiento económico ha sido cultivar ventajas competitivas en la lógica de los precios. Precios más bajos porque más bajos eran los costes unitarios de producción, muy propio de los países periféricos en el mundo avanzado.

    Pero esta estrategia competitiva ha producido una especialización productiva en actividades intensivas en el factor abundante que ha sido el trabajo. Primero, por los excedentes procedentes del campo –y en el caso valenciano, además, por un saldo migratorio positivo explicable por los considerables contingentes de personas que llegaron de otras partes de España– y, en los últimos años, por los contingentes laborales masivos procedentes de dentro y de fuera de la Unión Europea.

    El éxito del pasado supone vulnerabilidades para el presente y el futuro en los nuevos escenarios económicos, tal y como se explica en el capítulo 15, que cierra el libro. Como síntoma de lo que decimos, hay que señalar que el crecimiento de los últimos tiempos ha continuado basándose en la creación de puestos de trabajo, pero de puestos de trabajo de baja cualificación, por lo que el crecimiento de la productividad ha sido muy pobre, a diferencia de lo que pasaba en los años sesenta y primeros setenta.

    En un mundo globalizado y con profundos cambios en la geografía de las ventajas competitivas como el actual, una economía que crece de esta manera está erosionando su propia competitividad y su capacidad de conseguir unos niveles de bienestar comparables a los de sus socios europeos.

    PRÁCTICAS

    Práctica 1.1  Macromagnitudes (1)

    En una economía simplificada, en la que sólo se consideran tres sectores, se producen las siguientes transacciones:

    – el sector primario vende al secundario por valor de 1.200 unidades monetarias (u. m.) y al terciario por valor de 800 u. m.;

    – el sector secundario vende al consumo final por valor de 600 u. m. y al sector terciario por valor de 1.000 u. m.;

    – finalmente, el sector terciario vende al consumo final por valor de 2.000 u. m.

    De acuerdo con las definiciones correspondientes de los términos empleados, calcúlese para los varios sectores de esta economía:

    – la producción efectiva de dicha economía;

    – la producción final de la misma, y

    – el valor añadido de los distintos sectores y del conjunto de la economía.

    Práctica 1.2  Macromagnitudes (2)

    Explíquense los tres métodos de estimación del Producto Interior Bruto (PIB). Asimismo, a partir de la información contenida en la tabla P.1.1, calcúlense los valores de las variables macroeconómicas en las que figura un interrogante.

    TABLA P.1.1

    Cuadro macroeconómico de la economía española en el 2006 (adelanto)

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