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Leopoldo Solís y la realidad Económica
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Libro electrónico572 páginas6 horas

Leopoldo Solís y la realidad Económica

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Es una colección de ensayos y testimonios que conmemoran la publicación de La realidad económica mexicana obra fundamental para comprender la economía mexicana moderna , además de reflejar la profunda huella intelectual que Leopoldo Solís ha dejado en toda una generación de economistas liberales del México moderno, entre los que se encuentran: Luis de Pablo, Francisco Gil Díaz, Fernando Solana Morales, Ernesto Zedillo Ponce de León, Manuel Camacho Solís, Jaime Serra Puche, Guillermo Ortiz y David Ibarra.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ene 2013
ISBN9786071612922
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    Leopoldo Solís y la realidad Económica - Enrique Cardenas

    Leopoldo Solís

    y la realidad económica mexicana

    Enrique Cárdenas / Jaime Zabludovsky (coords.)


    Primera edición, 2012

    Primera edición electrónica, 2012

    D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Fax (55) 5227-4649

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-1292-2

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Introducción

    Primera Parte

    SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA

    Economista, no médico

    Al Banco de México por presión paterna 16

    Economía, pero en serio: Yale

    Doctorado saboteado; economista multichambas

    Frustraciones en (y con) la Presidencia

    La realidad económica mexicana y otros escritos

    Reintegración plena al Banco de México

    Segunda Parte

    TESTIMONIOS

    Coordinadora para la Programación Económica y Social, por Luis de Pablo

    Si descubres que estás con la mayoría, es tiempo de cambiar

    El grupo

    La planeación

    A fuerza de tolerar llegará lo que no puede soportarse

    Carpe diem

    Retirada

    Leopoldo Solís, formador de economistas, por Francisco Gil Díaz

    Leopoldo Solís, por Fernando Solana

    Leopoldo Solís y el intento de la reforma económica en México, por Guillermo Ortiz

    Como presidente, haga usted su trabajo, por Ernesto Zedillo

    Reminiscencias de Leopoldo Solís, por Aurelio Montemayor

    Reflexión personal sobre Leopoldo Solís, por Jorge Espinosa de los Reyes

    Tercera Parte

    ARTÍCULOS, TRAYECTORIA ACADÉMICA Y PROFESIONAL

    En el filo de la navaja: desigualdad y desarrollo en el pensamiento de Leopoldo Solís, por Rodolfo de la Torre

    Introducción

    Distribución del ingreso

    El desarrollo integral

    Comentarios finales

    Bibliografía

    Formador de economistas y creador de instituciones, por Arturo Díaz León

    Introducción

    Un acercamiento personal al doctor Leopoldo Solís

    Leopoldo Solís y la educación

    A modo de conclusión

    Bibliografía

    Cuarenta años de La realidad económica mexicana: retrovisión y perspectivas, por Soledad Loaeza

    Leopoldo Solís: el sentido práctico de la economía, por José J. Sidaoui

    Introducción

    El entorno intelectual de Leopoldo Solís

    El funcionario y mentor

    Algunas vetas de la obra de Leopoldo Solís

    Conclusión

    Bibliografía

    Cuarta Parte

    CONTRIBUCIONES DE LEOPOLDO SOLÍS A LA ECONOMÍA MEXICANA

    Origen, presente y futuro del Sistema de Cuentas Nacionales de México, por Carlos M. Jarque y Antonio Puig Escudero

    Introducción

    El Sistema de Cuentas Nacionales

    Los orígenes del Sistema de Cuentas Nacionales de México

    El SCN y las estadísticas en México

    Conclusiones

    El modelo de equilibrio general aplicado a México (Megamex), por Jaime Serra Puche

    Introducción

    Megamex

    El modelo de equilibrio general del comercio interno

    Observaciones finales

    Bibliografía

    Funciones de producción con capital externo a las empresas, por Luciano Barraza

    Introducción

    Apéndice

    Economía y educación, por Enrique Barraza

    Importancia del capital humano: valor económico del conocimiento

    Leopoldo Solís, precursor del análisis del crecimiento económico en México basado en la teoría del capital humano

    Dos modelos de crecimiento económico endógeno para la economía mexicana

    Comentarios y conclusiones

    México y los Estados Unidos: una comparación de las políticas agropecuarias, por Sergio Cházaro Loaiza

    Introducción

    Breve cronología de las políticas y programas de apoyo al sector agropecuario en México y los Estados Unidos

    Evolución y política reciente en México

    Ley Agrícola y Alimentaria de los Estados Unidos (Farm Bill 2008)

    Conclusiones

    La planeación del desarrollo, un ejercicio frustrado. Ensayo en honor a Leopoldo Solís, por Pascual García Alba Iduñate

    Introducción

    La estrategia del desarrollo y la planeación

    La planeación compulsiva

    Los planes recientes

    Hacia dónde la estrategia

    Leopoldo Solís y la estrategia de desarrollo

    Conclusión

    Notas sobre derechos de propiedad y su relevancia para analizar los efectos económicos de la reforma agraria en México, por J. Enrique Espinosa

    Marco conceptual

    El reparto agrario en México bajo la óptica de un análisis de derechos de propiedad

    Comentarios finales

    Bibliografía

    Quinta Parte

    TEMAS DE ACTUALIDAD

    El remedio en la desdicha, por Francisco Gil Díaz

    Comentarios introductorios

    Economistas agoreros

    Políticas públicas imprudentes y una frágil arquitectura del sistema financiero mundial

    La pirámide invertida

    El rompimiento de la cadena y de la confianza

    Medidas para alinear incentivos

    Comentarios finales

    Crisis, consumismo, dolarización, por David Ibarra

    Introducción

    El cambio del paradigma económico

    La situación en México

    Conclusiones

    Revisitando a Leopoldo Solís, por Manuel Camacho Solís

    Recapitulación (1970-2011)

    Los años setenta: la primera oportunidad perdida

    1982-2011, errores de concepción y reformas pervertidas

    Malos resultados, peor debate

    2012: un nuevo rumbo como condición para reconstruir el Estado, crecer y distribuir

    Bibliografía de Leopoldo Solís

    Libros

    Artículos

    INTRODUCCIÓN

    Hace más de 40 años, en junio de 1970, apareció la primera edición de un libro central en la vida moderna de nuestro país: La realidad económica mexicana: retrovisión y perspectivas, de Leopoldo Solís. De entonces a la fecha, las reediciones y reimpresiones han alcanzado niveles de best seller: cerca de 70 000 ejemplares. Sobra decir que, en nuestro entorno, son muy pocos los libros especializados que registran tales niveles de ventas, los que, seguramente, han hecho de esta obra el texto de economía de un autor mexicano con mayor difusión e influencia.

    No es exagerado afirmar que generaciones enteras de economistas, sociólogos, politólogos y, en general, todos aquellos interesados en comprender a nuestro país han aprendido mucho leyendo y releyendo La realidad económica mexicana. En su momento, el libro constituyó uno de los primeros esfuerzos sistemáticos de aplicación del herramental de la teoría económica moderna, los modelos de crecimiento económico y los métodos econométricos para presentar una visión integral y de largo plazo de la economía de México. También ahí se presentaron los resultados de los primeros esfuerzos —a los que contribuyó Leopoldo—por conjuntar las cuentas nacionales y las estimaciones detalladas del producto interno bruto, por sectores, desde 1885, exceptuando los años de la Revolución.

    La realidad… combina una visión histórica de México, desde la Colonia hasta nuestros días, con un análisis sectorial de las principales actividades económicas y de la incidencia de las políticas públicas adoptadas en los diferentes periodos del país. Fiel a la tradición de Joseph A. Schumpeter, Solís afirma categóricamente que un buen economista debe saber teoría económica, matemática y estadística, e historia económica. Su libro utiliza ampliamente ese enfoque.

    La publicación de la obra no pudo ser más oportuna. Coincidente con el inicio de la administración de Luis Echeverría, fue pionera en apuntar los cuellos de botella del modelo de sustitución de importaciones y del crecimiento hacia dentro, que entonces comenzaban a hacerse evidentes. De alguna manera, el libro identificaba los cambios indispensables que era necesario emprender.

    La realidad económica mexicana, sin embargo, no se quedó en los años setenta. Además de las múltiples reimpresiones, Leopoldo Solís continuó su actualización para analizar en ediciones posteriores los periodos que siguieron al desarrollo estabilizador: el desarrollo compartido y el auge petrolero de los setenta; la estabilización macroeconómica y la reforma estructural de los ochenta, y la internacionalización de la economía de los noventa.

    Como podemos ver, la autoría original y las actualizaciones sucesivas de este libro serían motivo suficiente de celebración y reconocimiento. La obra de Leopoldo Solís, sin embargo, va mucho más allá. Como académico, como funcionario público, como creador de instituciones y como formador de capital humano, su huella es enorme.

    Como académico, Leopoldo Solís es probablemente el economista más prolífico del México contemporáneo. La temática que ha tocado en sus escritos de economía es exhaustiva. Ha abordado el pensamiento económico, la micro y la macroeconomía, las finanzas internacionales y el sistema financiero mexicano, sectores específicos como el comercio y la agricultura, así como temas internacionales de muy diversas especialidades. En el anexo presentamos su bibliografía, con temor de haber dejado fuera algún texto pertinente. Solís ha sido también un funcionario público visionario y ejemplar. En el Banco de México, la institución que lo acogió en un inicio y a la que estuvo ligado prácticamente toda su vida profesional, fue pionero, entre otras cosas, del desarrollo de series económicas en diversos temas e incluso del Sistema de Cuentas Nacionales.

    A principios de los setenta, desde la Secretaría de la Presidencia, pugnó por un ambicioso paquete de reformas económicas que permitieran construir sobre lo logrado en el desarrollo estabilizador, corrigiendo, al mismo tiempo, los cuellos de botella que asfixiaban ya a la economía mexicana. El paquete propuesto, anclado en una profunda reforma fiscal y una apertura económica, hubiese ampliado la base tributaria y permitido programas de gasto social distributivos, sin amenazar la tan preciada estabilidad macro-económica que México mostraba desde la segunda mitad de los cincuenta. Incluso propuso la adopción de un sistema de flotación del tipo de cambio tras la caída del sistema monetario de Bretton Woods, en concordancia con los avances mundiales en la materia. Finalmente, luego de que el gobierno del presidente Echeverría rechazara la reforma fiscal y, en su lugar, promulgara una ley de inversión extranjera proteccionista y una política de gasto público muy expansiva financiada por emisión monetaria, Leopoldo dejó su cargo para hacer un periodo sabático en la Woodrow Wilson School de la Universidad de Princeton. Desde ahí, escribió un valiente testimonio sobre la oportunidad de reforma perdida. A casi 40 años de distancia seguimos hablando sobre la tan necesaria reforma fiscal, aunque no es tan fácil encontrar a quienes estén dispuestos a sacrificar sus posiciones por defenderla.

    También hizo aportaciones desde la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial, a principios de los setenta, cuando la encabezaba Fernando Solana. Entonces inició el estudio sistemático del comercio interior del país para darle mayor coherencia funcional a este sector.

    A finales de los años setenta, ya de regreso en el Banco de México, dirigió el diseño de los certificados de la Tesorería (los Cetes, como hoy los conocemos). Años más tarde, como coordinador general del Comité de Asesores Económicos del presidente Miguel de la Madrid, participó en el ambicioso proceso de reforma económica de la segunda mitad de los ochenta. Ahora, presidiendo el Instituto de Investigación Económica y Social Lucas Alamán, continúa analizando los problemas contemporáneos y promoviendo el liberalismo económico.

    Como académico en El Colegio de México y en el Instituto Tecnológico Autónomo de México, y a través de las muy importantes posiciones que ocupó en el sector público, Leopoldo ha sido uno de los formadores de economistas más destacados del país. No es exagerado afirmar que fue el primero en impulsar, sistemática y permanentemente, a jóvenes economistas mexicanos a realizar programas doctorales en los Estados Unidos. El reconocimiento y la amistad hacia Leopoldo de los académicos estadunidenses fueron las llaves que abrieron las puertas de las universidades más prestigiadas a varias generaciones de economistas del país. Y si hoy México tiene escuelas de economía de prestigio internacional se debe, en buena medida, a las semillas sembradas por él desde las diferentes trincheras que ha ocupado.

    Para conmemorar el cuadragésimo aniversario de La realidad económica mexicana y reconocer, así sea modestamente, las deudas con su autor, hemos reunido esta colección de ensayos y testimonios.

    El libro se organizó como sigue. La primera parte la integra una semblanza autobiográfica. En un par de amenas conversaciones de sobremesa, Leopoldo tuvo la generosidad de platicarnos su vida: cómo se alejó de la vocación familiar médica para incursionar en la economía; su camino desde la Escuela Nacional Preparatoria hasta la Universidad de Yale, y su paso por diferentes áreas del gobierno mexicano. En la segunda parte, Luis de Pablo, Francisco Gil Díaz, Fernando Solana, Guillermo Ortiz, Ernesto Zedillo, Aurelio Montemayor y Jorge Espinosa de los Reyes presentan testimonios de su relación personal y profesional con Leopoldo. Tres de estos textos, los de Gil Díaz, Ortiz y Zedillo, son transcripciones de sus intervenciones en el acto conmemorativo del cuadragésimo aniversario de La realidad económica mexicana, llevado a cabo el 22 de noviembre de 2010 en el Club de Industriales de la Ciudad de México y en el que participaron también Jaime Serra Puche y Soledad Loaeza, con José Enrique Espinosa Velazco como moderador.

    En los artículos de la tercera sección, Rodolfo de la Torre, Arturo Díaz León, Soledad Loaeza y José Sidaoui presentan sendas semblanzas de la trayectoria académica y profesional de Solís, y analizan sus muy importantes contribuciones a la disciplina económica en México y a la formación de cuadros profesionales e instituciones académicas.

    La cuarta parte contiene siete ensayos sobre temas en los que Solís ha hecho contribuciones a lo largo de su trayectoria profesional. Carlos Jarque y Antonio Puig Escudero escriben sobre cuentas nacionales; Jaime Serra Puche acerca de comercio interior; Luciano Barraza se ocupa de funciones de producción con capital externo; Enrique Barraza de educación; Sergio Cházaro de agricultura; Pascual García Alba de planeación económica, y Enrique Espinosa de derechos de propiedad. Tres artículos sobre temas de actualidad integran la quinta parte: Francisco Gil Díaz, David Ibarra y Manuel Camacho Solís escriben sobre la crisis financiera internacional y algunos de los retos que enfrenta la economía mexicana. Finalmente, se incluye la bibliografía con las principales publicaciones y trabajos de Solís.

    La calidad y pluralidad de los colaboradores que integran este volumen es el mejor testimonio de la huella intelectual de Leopoldo Solís. A todos ellos nuestro agradecimiento por el entusiasmo y la dedicación con que participaron en esta empresa. También queremos reconocer a Pepe Carral y al personal del Club de Industriales por su apoyo para la realización del acto conmemorativo; a Karla Romero Cervantes por la organización del mismo, y a José Luis Barros, Odracir Barquera y Laura González por su colaboración en la integración y edición de este volumen. Finalmente, nuestro agradecimiento al Fondo de Cultura Económica y a su director Joaquín Díez-Canedo por el entusiasta apoyo para su publicación.

    ENRIQUE CÁRDENAS

    JAIME ZABLUDOVSKY

    PRIMERA PARTE

    SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA

    Con la colaboración de

    ENRIQUE CÁRDENAS Y JAIME ZABLUDOVSKY

    ECONOMISTA, NO MÉDICO

    Yo estudié economía pese a los deseos de mi papá, que era médico y quería que todos sus hijos estudiaran medicina y pusieran una clínica. Opté por la economía cuando estaba en tercer año de la secundaria, que se llamaba Iniciación Universitaria. Estaba prácticamente a un lado de Palacio Nacional, entre las calles de Moneda y Guatemala. Si bien esta secundaria dependía de la UNAM, la universidad de hecho funcionaba a partir de la preparatoria. Mi papá me inscribió ahí para asegurarse de que me aceptaran en la Escuela Nacional Preparatoria, y de ahí pasar a la Escuela Nacional de Medicina de la UNAM.

    Sin embargo, en la secundaria tuve un profesor de civismo que era abogado, muy buen maestro, y su curso era en realidad una atractiva introducción a la administración de empresas; supongo que él mismo era empresario. Yo le pregunté en dónde podía estudiar algo similar, y su respuesta fue que en la Escuela Nacional de Economía. Y ahí voy. Cuando entré en la Escuela Nacional Preparatoria, en San Ildefonso, escogí el bachillerato en ciencias sociales con ese objetivo.

    Mis dos hermanos sí entraron a medicina, pero uno de ellos, Marco Aurelio, terminó también como economista. Inicialmente siguió los deseos de mi papá, y cuando llegó al cuarto año se tuvo que enfrentar con pacientes internos y las clases clínicas. Decía que eso de estar con gente que sufría dolores no era para él. Así que le anunció a mi papá que estudiaría otra carrera. Mi padre, quien creía que medicina era la gran cosa, le respondió que debía terminar el cuarto año —terminarlo bien—, y entonces estudiar lo que le diera la gana. Así lo hizo, terminó cuarto año e ingresó a economía un año después que yo. Le ha ido muy bien en cuestiones comerciales del cacao. Mi otro hermano, Jorge, sí acabó la carrera en la Facultad de Medicina de la UNAM, y luego se fue becado a la Clínica Mayo. Ahí estuvo como ocho o 10 años. Mi papá quería que se regresara, pero le tuvo que ofrecer un complemento de ingresos para que pudiera vivir aquí sin problemas económicos graves. Gracias a eso volvió a México. Le fue extraordinariamente bien como cirujano gastroenterólogo y ahora está jubilado.

    Puesto que yo me encontraba en la Nacional Preparatoria, lo más sencillo era pasar a la UNAM a estudiar economía. Fue a finales de la década de 1940 cuando ingresé. Era una escuela bastante mala, en manos de marxistas. Si uno se declaraba marxista o miembro del Partido Comunista, no había problema: obtenía buenas calificaciones, aunque no estudiara. Muchos economistas que posteriormente tuvieron puestos importantes, como Octaviano Campos Salas y Emilio Mújica Montoya, fueron en su momento rojillos, porque en la Escuela Nacional de Economía había que ser eso para que no te mentaran la madre.

    AL BANCO DE MÉXICO POR PRESIÓN PATERNA

    En ese tiempo las clases en economía eran nocturnas. Entonces mi papá, que era bien codo, me preguntó qué pensaba hacer por las mañanas. Leer, fue mi respuesta. Y la suya, que tenía que ponerme a trabajar. Por ese entonces apareció en el tablero de la escuela un aviso de que el Banco de México (Banxico) buscaba estudiantes para fungir como auxiliares de economista en el Departamento de Estudios Económicos. Yo sabía que el banco becaba gente para estudiar fuera de México, que era una de mis ambiciones, por lo que me interesó. Así me aproximé al Banxico, por presión paterna, porque a mi papá no le gustaba tener flojos en casa.

    Al llegar al edificio Guardiola, sede de la institución, le tuve que preguntar al policía de la entrada dónde estaba el departamento de personal o dónde empezaba a hacer los trámites de ingreso. Me mandaron al tercer piso del edificio del banco en la calle 5 de Mayo, en donde inicié el papeleo. De ahí me enviaron al Departamento de Investigación Especial, donde estaban los policías que encabezaba Alfonso Quiroz Cuarón. Posteriormente me llegó un telegrama en el que me convocaban a entrevista. Me dijeron que las contrataciones eran para estudiantes de tercer año de economía en adelante, a los que pagaban 325 pesos al mes, y que a mí, como era de segundo, me ofrecían 250; yo, muy generoso, me sacrifiqué por esa cantidad. En esa época el director general del Banxico era Carlos Novoa.

    ¿Y qué tipo de trabajo hacía ahí? Era vil achichincle en estadísticas bancarias. En ese entonces los bancos comerciales llenaban un cuestionario detallado sobre sus balances, que debían enviar a la Comisión Nacional Bancaria. Allí se vaciaban los datos en unas máquinas y se elaboraban unas tarjetas con la información de todos los bancos. La comisión nos daba copia de los estados financieros de los bancos. Había que crear una estadística bancaria agregada a partir de esos datos. Esto era en la sección de Moneda y Banca. Nos pasábamos el día con sumadoras mecánicas, para después llenar unas verdaderas sábanas de información. Era una friega.

    Cuando estuve en Estudios Económicos se reintegró al banco Ernesto Fernández Hurtado, quien venía de hacer una maestría en Harvard. En ese entonces, quien hubiera estudiado ahí era considerado toda una autoridad; se convirtió por ello en una especie de gurú, que lo orientaba a uno sobre qué debía leer. Fernández Hurtado alcanzó pronto mucho éxito en el banco y fue nombrado jefe de la Oficina Técnica de la Dirección General, formada por un pequeño grupo de economistas que asesoraban al director, que para entonces ya era don Rodrigo Gómez.

    Don Rodrigo era contador privado, lo que equivalía a haber terminado la preparatoria y nada más. Era muy inteligente, simpático y, además, marrullero. Digo marrullero, mañoso, porque sabía tratar con el secretario de Hacienda, con el presidente. Incluso era medio tramposo. Por ejemplo, si la reserva internacional iba aumentando mucho, no la metía en el balance, sino que la apartaba en una cuenta especial, para que el aumento no fuera evidente. Don Rodrigo la llamaba el escondido, y de vez en cuando venía la pregunta: A ver, Leopoldo, ¿cuánto tenemos en el escondido? Sumando esa cantidad, se tenía la verdadera reserva monetaria. Y, cuando hacía falta, sacaba del escondido y lo pasaba a la reserva. Eso ayudó a evitar una devaluación en momentos en que, por ejemplo, se tenía un súbito deterioro en los términos de intercambio. Era prácticamente un imperativo, con un tipo de cambio fijo y libertad de cambios, el tener un poco de doble contabilidad. Posteriormente, como director general del Banco de México, Fernández Hurtado también maquillaría los montos de la reserva internacional.

    Fue el mismo Fernández Hurtado quien me llevó de Estudios Económicos a la Oficina Técnica de la Dirección General, que encabezaba. Éramos cinco o seis economistas. Por esa oficina pasó gente como Diego López Rosado y Agustín López Munguía. Era un buen lugar, y tener acceso al director general, por supuesto, resultaba muy importante. A don Rodrigo, por ejemplo, yo le llevaba una información semanal que recibíamos de la Comisión Nacional Bancaria, una especie de informe provisional semanal de los bancos; él siempre quería estar bien informado de qué estaba pasando.

    ECONOMÍA, PERO EN SERIO: YALE

    Le caí bien a don Rodrigo. Un día me dijo: Ay, Leopoldo, yo quiero platicar con usted. Estábamos en su oficina, enorme, que daba a la orilla de 5 de Mayo y el callejón, y tenía un escritorio igualmente gigantesco. Me preguntó sobre mis planes para cuando terminara la carrera, qué tipo de orientación profesional quería seguir. La verdad, no me acuerdo ni qué le contesté, pero sí la frase que entonces me soltó: Oiga, ya decidí que es tiempo de que se vaya usted al desapendeje. Y prosiguió: Mire, está aquí en México el profesor Robert Triffin, de la Universidad de Yale. Me preguntó qué gente iba a mandar el banco becada a Yale. Yo le dije que usted. Vaya a hablar con él, conózcalo, pues quiere que platiquen. Siempre me he preguntado si tuvo razón y de veras me desapendejaron en Yale. Ojalá que sí. Hice una cita con Triffin, que se hospedaba en una pequeña suite del Hotel del Prado, frente a la Alameda. Él hablaba español más o menos bien, pero me puso a hablar en inglés, del que yo tenía un dominio regular. Ya me dijo don Rodrigo que lo va a mandar allá con nosotros. Espero que le vaya muy bien, ahí va a aprender economía.

    ¡Carajo, qué razón tenía, porque llegaba a Yale después de la UNAM! Eso sí fue sufrir en serio. Había varias clases de posgrados en economía en Yale, especie de maestrías light de un año de duración, que buscaban atraer estudiantes extranjeros. Pero en mi caso, gracias a la recomendación de Triffin, entré directamente al programa del doctorado. Pasar de la UNAM a la Universidad de Yale fue un choque cultural terrible. El rigor intelectual era muy estricto, y en ninguna de las materias tenía idea de qué me estaban hablando. Recuerdo que me la pasaba estudiando todo el día. Mi mujer, con quien me casé antes de ir a Yale, es estadunidense, e inmediatamente encontró trabajo allá. Gracias a eso teníamos una situación económica más o menos bonancible. Pero si yo no estaba en clases, durmiendo o comiendo, entonces estaba estudiando; absolutamente en friega.

    Mi profesor de teoría económica, la materia más importante al principio de la maestría, era James Tobin. No era su materia, pues impartía teoría monetaria, pero el profesor Feller, el titular, estaba de sabático y entonces lo sustituyó Tobin, que era un hombre muy inteligente y con una cultura económica amplísima. Y con él, como con todo buen profesor, todo el mundo que llegaba ahí era un pendejo pero con el potencial de desapendejarse. Otro curso que fue fundamental fue el de economía agregada, impartido por Arthur Okun, quien posteriormente encabezaría el Consejo de Asesores Económicos en el gobierno estadunidense. En ese entones era una materia novedosa y diferente; en aquel curso no se describían modelos integrales, sino que se enseñaba a construir modelos atendiendo a la preocupación analítica del estudiante. En Yale, además, tuve la oportunidad de leer con detenimiento a John Maynard Keynes. Aun cuando ya había leído a Keynes, y lo había hecho con cuidado, distaba mucho de haberlo entendido.

    La gran mayoría de mis compañeros eran estadunidenses, lo que significaba que tenían varias ventajas. Primero, estaban estudiando en su idioma. Además, si habían ingresado a Yale significaba que procedían de un sistema educativo muy bueno, porque en esa época se aceptaba a uno de cada 25 aspirantes que reunían los requisitos. Tuve compañeros extraordinarios, como William C. Brainard y T. N. Srinivasan. Brainard era prácticamente un genio, con una mente muy parecida a la de Tobin; era medio flojo y parecía medio idiota, pero no tenía un pelo de tonto. Y en la clase de estadística, cuando el profesor enfrentaba algún problema con una demostración, le preguntaba a Srinivasan, quien tenía estudios profesionales de estadística en el Indian Statistical Institute y una licenciatura en matemáticas por la Universidad de Madrás. Para Srinivasan, simplemente era un juego de niños lo que nos estaban enseñando.

    DOCTORADO SABOTEADO; ECONOMISTA MULTICHAMBAS

    Al cabo de dos años, concluida la maestría, solicité al Banco de México que me extendiera la beca por un tercer año, para escribir mi tesis de doctorado. La respuesta fue que no. Y el que provocó esa respuesta fue Ernesto Fernández Hurtado. Como él tenía una maestría de Harvard, consideraba que una maestría era más que suficiente para cualquiera. Yo tenía la alternativa de quedarme en Yale con una beca de la universidad. Eran unas becas infames, pero además debía renunciar al banco. La otra opción era regresar a México y reintegrarme a él. Y opté por el camino más fácil, que era volver.

    Yo le tengo mucho cariño a la Universidad de Yale, un lugar excelente donde a uno no sólo le enseñaban economía, sino además buenos hábitos de trabajo. Había que trabajar extremadamente duro, sobre todo para obtener buenas calificaciones. Y, claro, se tenían esas estrellas de profesores. Pero el profesor no te iba a hacer ningún favor, por bien que le cayeras. Fue mi experiencia con Triffin, que tenía un gran prestigio. Triffin era belga, y estaba muy enterado de cuestiones como la de la Unión Europea de Pagos, en esa época en que había una escasez de dólares. Sin embargo, como profesor era bastante malo.

    Cuando regresé al banco en 1957 seguía al frente don Rodrigo. Entré al área de Investigación Económica, de nuevo como vil achichincle; esto es, de analista en el área de estudios económicos. Éramos como 10 personas, entre las que se encontraba Rigoberto González. El Trimestre Económico publicó en 1960 mi primer artículo, que era el proyecto de mi tesis doctoral: Un modelo de análisis a corto plazo para países en desarrollo.

    Tuve que buscar ingresos adicionales. Los sueldos en el banco eran muy bajos, y no me alcanzaba. Mi mujer estaba en el Mexico City College, lo que después se transformaría en la Universidad de las Américas, estudiando su maestría en antropología. Buscando mayores ingresos, me iba a ir a trabajar al Fondo Monetario Internacional (FMI), lo que implicaba renunciar al banco. Víctor Urquidi, que era asesor del secretario de Hacienda, se enteró. Nos conocíamos, aunque no mucho. Me preguntó por qué me iba al FMI, y cuando le dije que mis ingresos no eran suficientes me propuso trabajar con él, como un empleo complementario. Tenía una oficina en la Torre Latinoamericana, y yo salía del banco y me iba a la torre a trabajar con Víctor. Tenía, pues, dos chambas. No hubo problema, porque en esa época el Banco de México permitía hacer cosas adicionales. Esto fue por 1959-1960, ya en el sexenio de López Mateos.

    Una de las cosas que hacía para Urquidi era ser parte del grupo Hacienda-Banco de México, que formalmente estaba ubicado en Motolinía 20. Primero lo había presidido Daniel Cosío Villegas y después Urquidi. La Secretaría de Hacienda estaba encabezada por Antonio Ortiz Mena, un hombre inteligente, de percepción rápida; si bien era abogado de profesión, resultó muy buen financiero. Además, Víctor me introdujo a El Colegio de México, que en ese entonces se encontraba en la colonia Roma (en el número 125 de la calle Guanajuato). Empecé a dar clases en 1962, año en que también fui profesor en el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA) y en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), pero en el Colmex me mantuve durante la década siguiente, hasta 1972, impartiendo entre otros cursos los de teoría económica, teoría monetaria y desarrollo económico, y un seminario sobre la economía mexicana.

    Así mantuve una cantidad diversa de trabajos por varios años; de hecho, hasta que murió Rodrigo Gómez en agosto de 1970. Al parecer, don Rodrigo falleció por beber agua en el Banco de México, que por las obras del metro se había contaminado. Tratando de demostrar que era potable, tomó un vaso y agarró una infección terrible que lo mató. Yo estaba encargado del banco junto con Ernesto Fernández Hurtado, a quien se había nombrado provisionalmente director general.

    FRUSTRACIONES EN (Y CON) LA PRESIDENCIA

    Para entonces ya conocía extraordinariamente bien a Fernández Hurtado. Era un hombre inteligente y honesto, pero un tanto soberbio intelectualmente, con el mundo dividido básicamente entre aquellos que no eran tan listos, por una parte, y él, por la otra. Entonces, cuando lo nombraron director general provisional, tuve que enfrentarme a una decisión: irme a trabajar a otro lado o seguir con Ernesto. Un amigo mío que era subsecretario de la Presidencia, Porfirio Muñoz Ledo, me ofreció que me fuera a trabajar allá, y acepté. Ernesto se portó muy bien conmigo, porque me aconsejó no renunciar al banco, sino pedir un permiso. De esa forma, si no me gustaba, podía regresar. Y entré a la Secretaría de la Presidencia, cuyo titular era Hugo Cervantes del Río, a quien me presentó Muñoz Ledo.

    Al llegar a Presidencia tuve que organizar una dirección de investigación económica que antes había dirigido Emilio Mújica Montoya. En los hechos lo que hacía era investigación económica, aunque formalmente le pusieron el nombre de Dirección General Coordinadora de la Programación Económica y Social, o sea, que yo oficialmente ocupaba el cargo de director general. Formé un grupo de gente muy buena, como Luis de Pablo, e integré a estudiantes destacados de economía, así fueran de escuelas malas; por ejemplo, a Ernesto Zedillo, que estudiaba en el Instituto Politécnico Nacional, una escuela tan mala como la UNAM, y de esta misma a Guillermo Ortiz Martínez.

    La experiencia, sin embargo, fue inmensamente frustrante, por decir lo menos. Por ejemplo, con lo que siguió al rompimiento del sistema de Bretton Woods, el 15 de agosto de 1971, cuando el presidente estadunidense Richard Nixon anunció el fin de la convertibilidad entre el dólar y el oro al precio de 35 dólares por onza. Es importante recordar que el peso mexicano se encontraba sobrevaluado desde mediados de la década de los sesenta. Era, pues, una oportunidad dorada para hacer flotar la moneda y corregir ese problema de sobrevaluación ya existente, pero culpando a la inestabilidad del dólar y la inflación estadunidense. En un memorándum al presidente argumenté a favor de esa medida, aduciendo además que permitiría aumentar el crecimiento económico, reducir los desequilibrios con el exterior e incrementar la recaudación fiscal. Esto es, era una estrategia para tratar de cumplir con el cacareado desarrollo compartido de Echeverría. El consejo de las autoridades hacendarias fue mantener fija la paridad de 12.50 pesos por dólar, y por desgracia fue escuchado. No deja de ser irónico que, menos de dos años más tarde, el secretario de Hacienda, Hugo B. Margáin, fuera obligado a dejar el cargo en parte por estar en desacuerdo con la política cambiaria.

    Al año siguiente vino otra decepción. Durante 1972 se inició una verdadera explosión del gasto público, combinada con una laxitud en la política monetaria. El creciente déficit de las finanzas del gobierno hacía imperativa una reforma fiscal que aumentara sustancialmente los ingresos. Hacienda había considerado optar por una vía menos radical, pero de forma sorpresiva fue prácticamente empujada por Echeverría para presentar una reforma fiscal en pocas semanas. Finalmente, fue el mismo presidente quien canceló dicha propuesta en el último momento. Inexplicablemente, se reunió solo, sin el secretario de Hacienda ni ningún otro asesor, con cinco o seis empresarios privados, quienes le advirtieron que iba a haber una fuga de capitales de tal magnitud que acabaría con la reserva del Banco de México. Y entonces le dijo a Cervantes del Río, y con seguridad a Margáin también, que no habría reforma impositiva. Una absoluta estupidez. Por presión presidencial se había improvisado una propuesta de reforma fiscal, y Echeverría optó por su cancelación en el último momento, a finales de diciembre. Por eso, ni siquiera se adoptaron las medidas originalmente planeadas por Hacienda, que incluían el aumento en precios clave como los de la gasolina y la electricidad, que habían permanecido inalterados por más de 10 años. Fue lo peor de los dos mundos, y el déficit fiscal resultante en mucho explica el estallido inflacionario de 1973. Los años siguientes del sexenio echeverrista marcaron la misma pauta de esquizofrenia, con el agregado de una inflación no vista en décadas, un endeudamiento externo explosivo y la retórica demencial, en particular contra el sector privado, que caracterizó a Echeverría.

    Uno de los aspectos positivos de mi paso por la Secretaría de la Presidencia fue que despertó mi interés intelectual por el comercio. Éste surgió cuando nos encargaron el análisis costo-beneficio de la construcción de la nueva central de abastos del Distrito Federal. Se me hizo fascinante porque no había antecedentes: uno debía ingeniárselas para tratar el asunto, buscar, con muy poco apoyo, la manera de poner el problema en condiciones que resultaran manejables. Fue importante comprender con mayor conocimiento la forma en que las actividades comerciales contribuyen considerablemente al desarrollo; cuándo transmiten a los sectores agrícola e industrial las señales apropiadas, y cuándo incorporan a los productores a un sistema donde la incertidumbre se reduce al mínimo.

    Pero fuera de esos momentos y temas específicos, yo estaba harto. Por fortuna, además me desempeñaba como asesor del director general del Banco de México, Fernández Hurtado. Trataba con mucha gente y eso era muy estimulante. En ese sentido, puede decirse que nunca dejé el banco. Entre otras ocupaciones, además de Presidencia y el banco, era miembro del Comité de Planificación del Desarrollo, un órgano consultor del secretario general de las Naciones Unidas formado por 15 expertos de distintas áreas. Entre ellos se encontraba un profesor estadunidense que estaba en la Woodrow Wilson School of Public Affairs de la Universidad de Princeton. Yo me llevaba bien con él y un día le pregunté si podía pasar un sabático en Princeton. Me dijo que sí. Decidí ir a Princeton a reflexionar sobre los inútiles intentos de modificar la política económica. Renuncié a la Secretaría de la Presidencia en 1975 y pedí una extensión de mi licencia al Banco de México. Debo decir que fueron de lo más generosos en Princeton, universidad en la que estuve un año. Había un seminario que yo presidía, en el que prácticamente charlaba con los alumnos. Y entre otras cosas, aproveché el sabático para escribir de mis amargas experiencias dentro del gobierno mexicano. Este escrito habría de sumarse a otros trabajos que ya había publicado. Princeton no tuvo influencia en mi forma de pensar; fue un tiempo de volver a leer con cuidado, volver a tener la sensación de ser economista, bueno o malo.

    LA REALIDAD ECONÓMICA MEXICANA Y OTROS ESCRITOS

    Víctor Urquidi estaba muy involucrado en las actividades de El Colegio de México, y de hecho llegaría a ser su presidente en 1966. Urquidi y yo diseñamos el Centro de Estudios Económicos y Demográficos del Colmex, iniciando con un programa de investigación. Cuando yo trabajaba en el grupo Hacienda-Banco de México él me había encargado un análisis de la situación económica del país con un antecedente histórico. Entonces yo escribí el primer artículo —o ensayo, porque era más largo que eso—sobre la realidad económica mexicana: Hacia un análisis general a largo plazo del desarrollo económico de México. Víctor se lo presentó a Antonio Ortiz Mena, que era el secretario de Hacienda, y lo editaron como un libro pequeño en una serie de publicaciones llamada Jornadas, del Colmex. Ya era el principio de un ensayo largo, al que fui agregando complementos, capítulos, hasta que lo terminé. La idea era dar una visión de largo plazo del desarrollo económico del país, englobando todo lo que se conoce y detectando así las carencias más importantes. Era ver hacia atrás y hacer historia económica. Tenía ya un libro, y entonces empecé a buscar quién me lo publicara. Siglo XXI era una editorial de formación reciente, y con ellos salió la primera edición de La realidad económica mexicana. Esto fue más o menos en 1970. La versión original y más pequeña, publicada por el Colmex, apareció alrededor de 1967.

    Sin embargo, estrictamente hablando, el primer libro mío que se publicó fue uno que escribí con Dwight S. Brothers como coautor. Dwight era profesor de la Universidad de Rice, en Texas, y había recibido un apoyo financiero de la Brookings Institution para escribir un libro. Lo que yo tenía hecho por esa época y lo que él desarrolló se ajustaban muy bien para una obra conjunta. El resultado fue Mexican Financial Development, que la Universidad de Texas publicó en 1966. Al año siguiente salió en español como Evolución financiera de México, editado por el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericano (CEMLA).

    El libro importante que siguió a La realidad… fue sobre controversias en torno al crecimiento económico y la distribución del ingreso. Lo publicó el Fondo de Cultura Económica en 1972. El tema era una preocupación típica en ese tiempo, producto tanto del cambio de modelo por parte del gobierno mexicano, que había pasado del llamado desarrollo estabilizador al desarrollo compartido, como de la evidencia presentada por Simon Kuznets desde 1955. Kuznets era un hombre muy agradable. En cierta forma era como don Rodrigo Gómez, una especie de contador metido a economista. Orador excelente, escribía un discurso y lo memorizaba, y lo daba de forma extraordinaria como si no estuviera leyendo. Al año siguiente, como parte de la Serie de Lecturas del Fondo de Cultura Económica, se publicaron los dos volúmenes de La economía mexicana, con el primer tomo enfocado en cuestiones sectoriales y el segundo centrado en temas de política y desarrollo.

    Podemos decir que los escritos sobre desarrollo económico que siguieron, los posteriores a 1977, muestran un cambio. No un cambio en mi concepción de la economía, pero sí en el nexo que tiene con la estructura cultural, reflexión que me obligó a buscar un cuadro de análisis más amplio que el puramente económico y social, incluir variables culturales y tratar de entender la influencia de la cultura.

    REINTEGRACIÓN PLENA AL BANCO DE MÉXICO

    El regreso a México después de Princeton marcó el inicio de una época muy agradable y fructífera. En primer lugar, implicó otra incursión académica, de nuevo en El Colegio de México, como investigador asociado del Centro de Estudios Económicos y Demográficos. Curiosamente, las actuales instalaciones del Colmex se las debemos a otra locura de Echeverría que me tocó atestiguar. Todo ocurrió en una recepción en el viejo Colmex, de instalaciones ciertamente vetustas. Y llegó Echeverría, revisó los centros y dictaminó que una institución tan importante no podía estar en ese lugar. El Fondo de Cultura Económica, que por ese entonces dirigía Francisco Javier Alejo, tenía unos terrenos muy grandes junto a lo que era el Canal 13. Víctor Urquidi, como presidente del Colmex, concretó la donación de esos terrenos. Ése fue el origen de la construcción del actual Colegio de México, con Teodoro González de León y Abraham Zabludosvky como arquitectos. Una locura (afortunada) de Echeverría, quien inauguró las nuevas instalaciones poco antes de terminar su sexenio, en septiembre de 1976. Precisamente en los meses que pasé en el Colmex fue el cambio de sede.

    La reintegración plena al Banxico ocurrió a fines de 1976, con Gustavo Romero Kolbeck como director general. Mi nombramiento como subdirector general me permitió gozar de una posición influyente en el banco. Llevé a gente a trabajar a la institución e impulsé a muchos para que se fueran becados al

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