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Las aulas de 0 a 3 años: Su organización y funcionamiento
Las aulas de 0 a 3 años: Su organización y funcionamiento
Las aulas de 0 a 3 años: Su organización y funcionamiento
Libro electrónico254 páginas6 horas

Las aulas de 0 a 3 años: Su organización y funcionamiento

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El objetivo fundamental que se persigue en la etapa educativa que comprende de los 0 a los 3 años del pequeño es acompañarle en sus primeros pasos hacia su autonomía moral, en especial en lo referido a la adquisición de buenos hábitos de sueño, alimentación e higiene.

Este libro nos ayuda a conocer mejor el proceso de maduración física, cognitiva y psicológica de los niños en esta etapa, y se ofrecen pautas y actividades a los educadores de las escuelas infantiles para trabajar con ellos en este sentido.

Por último, se presenta una propuesta clara y bien fundamentada sobre cómo organizar un centro de educación infantil: sus espacios comunes, las aulas específicas para cada edad, sus horarios, el periodo de adaptación y la colaboración de las familias con el centro escolar en la educación de los más pequeños.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 may 2023
ISBN9788427730199
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    Las aulas de 0 a 3 años - Cristina Lahora

    1. Los primeros pasos hacia la autonomía moral en la educación infantil de 0 a 3 años

    Iniciamos esta obra dedicando un capítulo a la autonomía moral ya que toda actividad educadora tiene un propósito, que es el fin mismo de la educación: conseguir personas autónomas, personas que tengan una autonomía moral.

    Hablar de autonomía moral, de educación moral cuando nos referimos a los tres primeros años de vida, nos puede parecer prematuro; el bebé no tiene capacidad de decisión; el niño de un año o el de dos años no tienen malicia; esto es cierto. Sin embargo, nos preguntamos como educadores qué podemos hacer para lograr un desarrollo moral adecuado desde el inicio de la vida.

    Por esto, en este primer punto, nos vamos a referir más a nuestras actuaciones como educadores que a los comportamientos de los niños y niñas¹, puesto que ellos van a actuar de un modo natural a estas tempranas edades.

    Para tener un punto de referencia, y situarnos en un constructo teórico donde movernos, lo haremos desde las reflexiones y estudios de Jean Piaget difundidos por varios de sus alumnos; en este caso haremos referencia concretamente a Constance Kamii.

    Piaget (1977) en sus trabajos subraya dos conceptos importantes: autonomía moral y heteronomía moral. La autonomía moral constituirá el fin mismo de la educación.

    Ser autónomo, moralmente hablando, significa que cada cual es dueño de sí mismo, que se gobierna por una moral regida por los principios generales de la ética basada en el buen hacer, en el respeto a las leyes universales.

    Por el contrario, una persona heterónoma, es una persona gobernada por otros, es alguien que se rige por la moral de los demás, de la mayoría, independientemente de que sea acorde o no, a principios morales como el respeto, la justicia, etc.

    Dentro de las personas heterónomas están aquellas que viven siguiendo lo que hacen los demás: «como todo el mundo lo hace…», «como todos…», y actúan bajo este cobijo de la generalidad. Sin embargo, una persona autónoma sabe que lo que hace todo el mundo no es decisivo para saber qué debe hacer, y de este modo actúa, coincidiendo o no con la mayoría.

    EDUCAR PERSONAS AUTÓNOMAS

    Este punto es el que nos va a marcar la dirección a seguir cuando educamos; nos va a situar en lo que queremos conseguir: educar personas autónomas.

    Si sabemos situarnos y queremos conseguir que los niños en su desarrollo alcancen una autonomía moral, tendremos que actuar con ellos, desde que son pequeños, para potenciar la construcción de la moral desde lo cotidiano, sabiendo qué les decimos y qué alternativas les damos a sus actuaciones, para que de esta forma les encaminemos hacia una moral autónoma.

    Por tanto, la pregunta que nos planteamos, a continuación, es, ¿qué podemos hacer a este respecto con niños y niñas tan pequeños? En primer lugar tenemos que conocer cómo es el desarrollo moral y para esto, nos referiremos a los estudios realizados por Piaget y Kohlber. Este último realizó varias investigaciones apoyadas en las teorías de Piaget.

    Piaget nos demuestra a través de sus investigaciones que la moral es, en un primer momento, heterónoma. Por ejemplo, sus estudios nos revelan que el niño pequeño considera que es peor decir que «un perro es más grande que una vaca», porque eso ni existe ni es posible, que decir que «en clase me han puesto una buena nota», cuando la profesora no ha puesto nota alguna, porque eso sí es posible. Es decir, para el niño la primera mentira es mayor que la segunda porque es imposible. Esta moralidad de heteronomía se observa también cuando el niño mide el daño por la medida del castigo: «si miento y el adulto no dice nada, no me pone castigo, lo podré hacer aunque sepa que está mal engañar».

    La moralidad es algo que el niño va a construir desde dentro, a partir de las oportunidades que los adultos le demos para construirla. Es un proceso de construcción similar al del desarrollo lógico-matemático; no es una realidad que está fuera de nosotros y la asumimos como tal: no; la autonomía moral supone una elaboración a través de las situaciones en las que se va a desenvolver el niño desde pequeño, situaciones en las que tendrá que decidir, aprender de las consecuencias de sus actos, etc. En todos estos momentos la figura del educador es sustancial.

    Ya desde un comienzo las familias van a marcar unas pautas de orden: hora para ir a dormir, lugar dónde comer, etc. Estas pautas son variables de un hogar a otros, pero son un marco para decir al niño dónde están los límites y que sepa que hay un orden en el que nos movemos y nos facilita la vida en común.

    Aparte de estas normas que nos facilitan la convivencia, hay unos valores que son los que nos hacen sentirnos personas: el respeto a los demás y a sus pertenencias, el ser sinceros… La adquisición de estos valores es una carrera de fondo, hay que comenzar desde pequeños y siendo los propios niños los protagonistas, los atletas de esta carrera.

    El educador, como un guía, estará al lado del niño para entrenarle, orientarle en este camino hacia la autonomía. En un comienzo, el niño será completamente dependiente del adulto, pero en la medida que podamos ir dándole capacidad de elección, el niño irá ganando en autonomía.

    ALGUNAS PAUTAS ORIENTATIVAS

    Cerramos este capítulo ofreciendo al educador unas sencillas pautas de trabajo para que el niño se ejercite en autonomía durante el proceso de enseñanza-aprendizaje.

    El educador debe hacer ver al niño que sus acciones tienen consecuencias, para ello le presentará las consecuencias lógicas de las mismas.

    Tomemos como ejemplo esta situación: un niño que grita, molesta y no deja que los demás estén centrados en su actividad. Una consecuencia lógica sería plantearle: «si estás gritando, como los demás no podemos estar a gusto, tendrás que salir del aula». Por el contrario, una consecuencia no lógica de este comportamiento sería quitarle su juguete favorito. No tiene nada que ver quitar el juguete con el hecho de gritar, parece más una venganza que un acto que ayuda al niño a aprender a convivir con el resto de sus compañeros.

    El educador debe dar la oportunidad al niño de que sea él quien busque soluciones, o presentarle diferentes alternativas para que elija entre varias, de este modo el niño será partícipe de la solución a la que se llegue.

    Muchas veces, sin pensarlo demasiado, cuando el niño se enfrenta a un conflicto, sin apenas dejarle pensar, le damos la solución. Actuando así no favorecemos su autonomía; es importante que, en la medida de lo posible, él busque soluciones para que se sienta autor de su propio pensamiento. Por ejemplo, cuando un niño rompe en clase un juguete, el educador puede decirle: «estás castigado y te vas a quedar lo que queda de la tarde recogiendo los cuentos». Pero, no sería mejor decirle: «¿qué puedes hacer ahora que has roto el juguete?». Si no nos da una solución, le podemos dar un tiempo para pensar o ayudarle a que encuentre una; podemos sugerirle si él sabría arreglarlo o quizás nos diga que su madre sabe hacerlo.

    El educador animará al niño a que sea sincero, para ello mantendrá una actitud comprensiva, sin reproches, aunque actuará con firmeza y cariño.

    La sinceridad es la base de la confianza, es fundamental que el niño pueda decir lo que sucede sin miedo a las consecuencias. Esto querrá decir que somos comprensivos con las situaciones que acontecen en el aula. Un niño que ha roto un juguete y se lo dice al profesor es porque sabe que hay un clima de comprensión, porque en circunstancias parecidas el profesor no se ha enfadado amenazando la seguridad afectiva que tanto necesita.

    El talante sereno del educador hace que los niños se sientan seguros y es desde ahí, desde donde pueden madurar, porque sienten que no van a perder la seguridad que tanto necesitan.

    El educador creará situaciones para que el niño se relacione con los otros y aprenda a través de ellos.

    Las situaciones de aprendizaje cooperativo son muy importantes a cualquier edad. Los niños pequeños no tienen en cuenta a los otros, pero ver lo que hacen es una fuente de aprendizaje. Cuando se van haciendo mayores y cuando en un grupo hay diferencia de edad es cuando estamos ante la riqueza intelectual; una niña aprende de lo que dice o hace otra, las explicaciones que le da le pueden resultar muy cercanas, logrando de esta forma que su conocimiento se vea enriquecido o al menos estimulado.


    ¹ Se opta a lo largo de esta obra, en ocasiones, por el uso genérico bien del masculino, bien del femenino, con objeto de facilitar la lectura y sin ánimo alguno de exclusión.

    2. Las necesidades básicas de los más pequeños: sueño, alimentación e higiene

    EL SUEÑO EN LA INFANCIA

    En los primeros años de vida el sueño, junto con la alimentación, es una de las grandes preocupaciones de las familias y de los educadores. La educación del sueño en los niños es una de las tareas que siempre se plantea la familia, y la escuela, en lo que le concierne, debe intentar ayudar a la familia a crear unos buenos hábitos.

    El sueño, junto con el descanso, va a permitir que el niño se recupere de la fatiga ocasionada por la actividad. En algunas ocasiones es suficiente con cambiar la actividad; sobre todo a partir de los dos años, una actividad tranquila será reparadora, en cierta medida y dará lugar a poder realizar de nuevo otra actividad. Sin embargo, en niños más pequeños tendrá que ser el sueño el que garantice la entrada recuperada a una nueva actividad. Los niños más pequeños necesitan dormir para poder seguir en activo, si no duermen se ponen irascibles y nerviosos; dormir equivale a recuperarse y, una vez que hayan descansado, se sentirán con ganas de seguir explorando, descubriendo, etc.

    Todos, adultos y niños, pasamos por las mismas fases cuando dormimos, aunque la duración de cada una de ellas varía; igualmente, dentro de la misma edad, no todas las personas necesitamos dormir la misma cantidad de tiempo ni que el sueño esté distribuido del mismo modo.

    Cuando dormimos, según Lasco (2004), pasamos por tres fases: adormecimiento, sueño y despertar.

    El adormecimiento es la etapa que acontece antes de que nos quedemos dormidos; aparecen los bostezos, los músculos se relajan y el cuerpo se vuelve más pesado. Seguidamente entramos en la etapa del sueño propiamente dicho: NREM. En esta fase poco a poco se pierde la consciencia, aparecen las descargas musculares y el sueño comienza a hacerse más profundo (los músculos se relajan y la presión sanguínea baja) hasta que perdemos la consciencia total, es el sueño profundo. Los sueños que tenemos en esta fase no los recordamos. Resulta muy difícil despertarse, solo un fuerte ruido o un movimiento brusco o continuo lo conseguiría. Al sueño profundo le sigue el sueño REM o MOR (movimiento ocular rápido). En esta fase del sueño el cerebro funciona a gran velocidad, como si estuviera en vigilia; por tanto, aumenta el ritmo cardíaco y la respiración es irregular. Es la fase del sueño paradójico, en la que también es muy difícil despertarse, aunque en caso de hacerlo nos situaríamos en la realidad de inmediato, cosa que no sucede si nos despertamos en la fase de sueño NREM.

    Cuando dormimos, pasamos de esta fase a la anterior de sueño ligero, originándose unos ciclos que cesan cuando el cerebro nos indica que ha llegado el momento de despertarse.

    Si bien los adultos con aproximadamente ocho horas estamos preparados y recuperados para comenzar con la actividad, en el caso de los bebés y de los niños pequeños esto es completamente diferente; además de necesitar más horas de sueño, la fase REM es también más prolongada (es un 50% frente al 20% de los adultos). De la misma forma el sueño profundo (en el adulto es de un 80% y sin embargo en el niño es de un 50%).

    El sueño en el bebé

    El recién nacido pasa la mayor parte del día durmiendo, necesita dormir unas diecisiete horas repartidas durante todo el día; permanece despierto, o más bien, se despierta, porque necesita alimentarse o porque está incómodo o porque está sucio. Exceptuando estos tiempos (una hora por cada toma en una frecuencia de tres horas), el resto del tiempo permanece dormido.

    Cuando el bebé ha cumplido un mes el patrón de sueño cambia, un 60% del sueño se da durante la noche. Y en la medida que va cumpliendo meses, el sueño durante la noche es más prolongado, lo que le permite realizar alguna actividad durante el día.

    Son frecuentes los casos en los que los bebés lloran mucho, y las familias y las educadoras no encuentran una fácil solución para calmarlo.

    El pediatra Harvey Karp (2003) explica cómo el niño cuando nace es todavía muy inmaduro, nace sin estar preparado; por esta causa, este pediatra defiende que el bebé está en el «cuarto trimestre». Cuando estaba en el útero sentía movimiento, estaba en un espacio que le envolvía y, también, oía un ruido constante que ahora no oye. Teniendo en cuenta estos aspectos nos propone cinco soluciones que ayudan a los bebés a tranquilizarse.

    Estas soluciones constituyen lo que él llama el reflejo calmante, un reflejo que es natural en el bebé pero que los adultos tenemos que accionar para que se tranquilice. Estas cinco formas para que se ponga en marcha el reflejo calmante son las siguientes:

    Envolverlo: con un arrullo cuadrado y poniendo al bebé con los brazos estirados a lo largo del cuerpo, de tal forma que no pueda moverlos; esto hace que se calme. Esta forma de sentirse cobijado le tranquiliza.

    Ponerlo de lado o bocabajo: una vez envuelto, lo colocaremos de costado o con el estómago descansando sobre nuestro antebrazo y le sujetaremos la cabeza con la palma de la mano o con nuestra otra mano. Esta postura le tranquiliza y al estar nosotros presentes no corremos riesgos, pues sabemos que por seguridad conviene que los bebés no estén bocabajo.

    Sisear: consiste en que nos oiga un «sch» continuo cuando está llorando, por esto tenemos

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