Guía para escribir historia
Por Marcos Cueto
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Esta guía tiene como objetivo mejorar la escritura de los historiadores. El autor analiza en detalle la íntima relación entre los procesos de escritura e investigación, y resalta el equilibrio que debe existir idealmente en los textos de historia entre originalidad de ideas, evidencia e interpretación.
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Guía para escribir historia - Marcos Cueto
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Escribir e investigar; investigar y escribir
La importancia de un esquema
Es cierto que antes de iniciar una investigación es obligatorio conocer lo escrito por otros historiadores sobre el personaje, el periodo, la región o el problema a ser estudiado y pensar en la plausibilidad de encontrar documentación para acometer las preguntas sugeridas en otras investigaciones, asegurar la existencia de debates entre los especialistas o cubrir las lagunas en el conocimiento que puedan existir. De esta manera se van perfilando cuatro asuntos esenciales que se pueden modificar en el transcurso de la investigación. Estos son: primero, las fechas de comienzo y fin de lo que se va a estudiar. En segundo lugar, el tema o los temas acerca de los que versará el estudio. Tercero, una exploración preliminar sobre la existencia y accesibilidad a fuentes en archivos o colecciones en bibliotecas, ya que su ausencia bien puede hacernos desistir de un tema. Es decir, no basta identificar un documento singular desconocido, sino encontrar un conjunto documental o bibliográfico que potencialmente brindará evidencias a la investigación. En cuarto lugar, al comenzar una investigación histórica es necesario tener una pregunta original o el esbozo de una interpretación propia. Formular esa pregunta o proponer tal interpretación —que obviamente se va a pulir a lo largo de la investigación— es fundamental para que el estudio acabe diciendo algo original, relevante y pertinente.
Una vez resueltos los asuntos mencionados en el párrafo anterior es imperioso elaborar un esquema preliminar; una suerte de índice que suponga los capítulos o secciones del texto final sin importar que posteriormente los apartados del texto definitivo sean diferentes. Este esquema debe permitir avizorar los apartados que tendrá el texto final; simplistamente pueden ser, por ejemplo, el origen, el desarrollo y la conclusión de un proceso. El esquema es un asunto vital y difícil porque debe haber un esfuerzo por cumplir dos objetivos aparentemente contradictorios: empezar a escribir lo antes posible y no empezar a escribir sin un esquema. La existencia de un esquema permite escoger el destino de las fuentes recogidas y concatenar la redacción futura. Sin duda ayuda también a enfocar la atención en un trabajo más profundo en los archivos o los asuntos con los que el investigador se ha comprometido y evita además irse por las ramas (inevitablemente, en los archivos se encuentran datos interesantes de temas variados que pueden distraer del objetivo de la investigación). Por ello puede ser útil etiquetar con pequeñas anotaciones la fichas, cuaderno de notas o textos de internet donde los datos de los archivos son recogidos y almacenados indicando su potencial ubicación en el esquema. Generalmente, la escritura de los capítulos y secciones se puede realizar a partir de estas fichas de acuerdo con la parte de la obra a la que pertenecen. Los anterior no oblitera la licencia de que una cita pueda estar potencialmente en más de un capítulo y dejemos la decisión del lugar de su inclusión definitiva para más adelante.
Algo vinculado a lo anterior. Es más fácil, productivo e inteligente empezar a escribir en borrador casi desde el comienzo de la investigación de acuerdo con las secciones del esquema, aunque se escriban párrafos o pocas páginas. No es cierto que el proceso de investigación se divida por muchos meses iniciales en archivos y unos pocos finales de escritura. Quienes así trabajan muchas veces sienten después de algún tiempo el peso de informaciones que los abruman y a veces paralizan su escritura. En realidad, no existen fronteras definitivas de por medio entre recoger información de un archivo, analizarla y escribir los resultados. Por ejemplo, se puede necesitar volver a un archivo cuando se está en la etapa de redacción final de un texto. Corolariamente, no se puede escribir por mucho tiempo sin atascarse ante una página en blanco, por lo que es necesario reconocer que el proceso de escritura guía la investigación y viceversa. De igual manera, anotar datos de una manera productiva y centrada en el objetivo final requiere de un acto de decisión, o por lo menos de intuición, sobre qué datos se van a citar —e idealmente con y sin cursivas— y de qué manera se van a utilizar en la redacción final del texto. Al tomar esta decisión hay que estar consciente de un riesgo: investigar pensando a dónde irán los datos recogidos puede influir negativamente en la recolección objetiva de las evidencias e inclusive permitir que ideas preconcebidas intervengan en la pesquisa. Sin embargo, es necesario reconocer dos realidades: los historiadores —con contadas excepciones— no pueden pasar su vida en los archivos—, y para muchos de ellos la objetividad absoluta es una meta ideal que nunca será totalmente alcanzable porque viven en una época determinada y están vinculados a una historiografía previa que induce a producir ciertas preguntas.
Escribir durante el proceso de investigación es una forma de pensar y repensar los datos, problemas e interpretaciones. También es una manera de pulir lo que pensamos, pues las ideas se aclaran cuando las leemos en un papel o en la pantalla de una computadora; así, posteriormente el ansiado tejido imperceptible de hallazgos, narración e interpretación va cobrando vida. En estos escritos preliminares es inexcusable no empezar a rendir culto a la redacción de textos históricos que tiene particularidades especiales, como por ejemplo colocar los verbos en tiempo pasado, sintetizar eventos, periodos y asuntos, buscar lazos entre procesos sociales e institucionales con biografías, cuidarse del pecado de la oraciones pasivas, evitar generalizaciones vagas y circunscribirse al tema y problema analizados.
Al elaborar un esquema vale la pena recordar que el texto final debe tener la interpretación del historiador. Esto significa intentar ir más allá de establecer subperiodos cronológicos o asuntos descriptivos para introducir un análisis. Es decir, no se trata de narrar lo que ocurrió —aunque en todo trabajo de historia hay una dimensión descriptiva—, sino de preguntarse por qué sucedió. Los primeros textos que pueden ser escritos por historiadores al comienzo de su investigación son el título, el resumen y la justificación del estudio.
Los jóvenes historiadores se van dando cuenta desde el primer proyecto de investigación que tienen que responder a dos preguntas: ¿qué tiene de novedoso este estudio en relación con los existentes? y ¿por qué es relevante conocer esta historia? Una manera de empezar a contestarlas es ordenar la bibliografía inicial de trabajos ya publicados, pero no por orden alfabético —es decir, por la primera letra del apellido como comúnmente se elabora y como debe aparecer en la versión final del trabajo—, sino por orden cronológico —en otras palabras, por el año de publicación—. De esta manera se puede advertir con mayor claridad cómo evolucionó el conocimiento sobre un tema y, al mismo tiempo, tener los primeros elementos para la sección introductoria del estudio que presenta la historiografía existente. Lo anterior significa que las investigaciones empiezan por el final, vale decir, por la elaboración de una bibliografía, que obviamente será preliminar e incompleta en comparación con la que aparecerá en el texto final.
Además de argumentar que el estudio tiene originalidad, su justificación sigue generalmente dos direcciones: la necesidad de llenar un vacío sobre un periodo, localidad o personaje poco conocidos, pero que tienen relación con cuestiones generales y relevantes examinadas por otros investigadores; o la crítica a las conclusiones de algún estudio conocido o la voluntad de participar con ideas novedosas en un debate historiográfico establecido. Un ejemplo de la segunda aproximación es un estudio sobre la caída demográfica (la mortalidad indígena) que acompañó la conquista española en el siglo XVI (un tema en el que hay una tradición de estudios). Un ejemplo de la primera dirección es el estudio de las mujeres médicas en la Amazonía (algo sobre lo que se ha escrito poco, y que sin duda resulta importante). En el primer caso, el énfasis está en concentrarse en la novedad de las evidencias, colecciones e interpretaciones del estudio. En el segundo, el énfasis radica en la aspiración de reformular un debate entre especialistas. Las dos justificaciones son válidas. En una u otra intervienen características personales como la inclinación del autor por la polémica —e inclusive belicosidad académica bien entendida— o la obsesión de quien quiere estar seguro de que su aporte a un tema vital al mismo tiempo que desatendido será reconocido por la mayoría de especialistas. Descubrir cuál de las dos es la más cercana a las características del tema, las evidencias y hasta de la misma personalidad del historiador es una tarea indispensable. Sin embargo, hay que señalar que la mayoría de los estudiantes y jóvenes historiadores prefieren recurrir al primer estilo quizás porque les permite comenzar su carrera con menos conflictos.
Dos asuntos finales para elaborar un esquema. Es posible, en primer lugar, que este suponga materias sobre las cuales es necesario ampliar el conocimiento del investigador. Muchas de las búsquedas del pasado se entrelazan con asuntos de los que se ocupan otras disciplinas —como la economía o la ciencia—, por lo que resulta necesario dominar lo básico de estas áreas del conocimiento. En segundo lugar, hay que tomar en cuenta que en toda investigación científica interviene la subjetividad e irracionalidad del autor. La misma selección de un tema de investigación está vinculada no solamente con los consejos que emanen de otros libros o un profesor, sino además con experiencias individuales memorables, conversaciones aparentemente casuales, episodios contemporáneos, tragedias o encuentros amicales y amorosos que forjan una afinidad indefinible con un momento, una región o un problema que habitan en el pasado. De una manera misteriosa estas experiencias corrigen la indisciplina que a veces nos asalta porque nos hacen recordar que tenemos no solo una obligación intelectual, sino una deuda con nosotros mismos.
Por ejemplo, todos los historiadores tienen una explicación de por qué estudiaron su disciplina y se especializaron en un aspecto de esta. Confesaré mi caso. Durante gran parte de mi infancia y adolescencia viví en el barrio Aurora, en el distrito de Miraflores, que en esa época (los años sesenta y setenta) estaba cerca de la frontera de la ciudad. Bastaba caminar unas pocas cuadras para encontrarse cultivos de fresas y algodón, y en medio de ellos pequeñas huacas derruidas. Acostumbraba incursionar en estas huacas, donde encontraba pedazos bastante completos de cerámicos, huesos y tejidos precolombinos. Los llevaba luego a mi casa, donde los lavaba y guardaba con cuidado sin saber por qué, solo deslumbrado de haber descubierto algo. Seguramente el origen de mi interés en la historia está allí, aunque reconozco que también me fascinaron los libros de historia en la bien surtida biblioteca personal de mi padre y en las conversaciones con sus amigos. Posteriormente, cuando fui a estudiar mi doctorado a los Estados Unidos en los años ochenta, me impresionaron los profesores de historia de la ciencia, como Nancy Leys Stepan, pero también me marcó que un familiar querido y cercano enfermase gravemente de tuberculosis (una enfermedad que entonces era considerada casi erradicada en el país del norte), de la que felizmente se recuperó. Aunque nunca estudié la historia de la tuberculosis, sí me dediqué a la historia de la salud y de la enfermedad.
Regresando y dándole un pequeño giro al tema inicial de este apartado: la lealtad y los mejores resultados de nuestras búsquedas en archivos y bibliotecas están permeados tanto de elementos racionales ordenados y bien autoadministrados, como el conocimiento de la historiografía y los archivos, así como de la elaboración de un esquema y escritos preliminares, como por experiencias personales, varias veces emocionales e irracionales. Identificarse con todo ello es esencial para generar y someterse a un esquema flexible y para mantenerse fiel a este último, y en última instancia a uno mismo.
Fuentes primarias y secundarias
Escribir historia exige presentar pruebas de los hechos, cifras, ideas y prácticas de lo que se está estudiando. Inclusive el historiador tiene que brindar sus evidencias de una manera que permita a otros investigadores visitarlas y eventualmente usarlas en otras pesquisas. Ello demanda al investigador clasificar las evidencias encontradas no solo siguiendo un orden, sino pensando en su utilidad para la redacción del texto. Estas pruebas
se encuentran en la bibliografía del texto, según un orden alfabético, y en notas —a pie de página o al final del texto— conforme a cómo van surgiendo en relación con el tema que aborda el texto. Sin embargo, no todas las evidencias que aparecen en la bibliografía o en las notas son iguales. Las diferencias no radican en su valor, sino en una tradición de las publicaciones de historia acerca de diferencias entre fuentes primarias y secundarias. Como no siempre es fácil distinguirlas, es indispensable tratar de comprender sus características básicas para avizorar cómo serán consideradas en el texto final. Para ello se requiere ser flexible durante la investigación, porque en la práctica no siempre es posible anticipar cómo o siquiera si serán utilizadas, e inclusive algunas fuentes y evidencias pueden ser las dos cosas (primarias y secundarias). En estos casos de duda es útil hacer una anotación en el texto o fotocopia en que se están recogiendo para posteriormente decidir cómo serán clasificadas. Explico a continuación las características principales de cada tipo de fuentes y algunas de las preguntas que surgen cuando se lidian con