Elocuencia forense
Al revisar las nóminas de aquellos tiempos, es impresionante destacar la cantidad de nombres que hoy figuran en cualquier diccionario biográfico de historia patria. Es tal su influjo, que abundan las remembranzas de aquellos que transitaron por la actual Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México
Narra José Luis Requena, en tono idílico, que “todo el cuerpo docente […] servía en realidad ad honorem, puesto que la remuneración oficial era insignificante y frecuentemente la donaban para obras útiles o caritativas”. Y agrega: “En el profesorado de aquella época figuraban elementos de alta sabiduría y brillante práctica jurídica; pero como en toda la humanidad, aparecían también caracteres y peculiaridades sui generis. Los alumnos sabían adaptarse, no sin esfuerzos”.1
Uno de los contados próceres que no conservaría gratos recuerdos de su breve paso magisterial ahí fue el escritor Ignacio Manuel Altamirano. Así, es raro encontrar en su obra mayor referencia a las instalaciones ubicadas, en ese tiempo, en la calle de la Encarnación, al lado de la iglesia del mismo nombre y que había sido, antes de la desamortización, un convento de monjas. La antipatía fue recíproca, ya que el autor de El Zarco tampoco es recordado como uno de los grandes maestros de jurisprudencia.
Para el año lectivo de 1880 se decidió incluir en el plan de estudios, que era de seis años, la cátedra de elocuencia y bellas literaturas, a impartirse en
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos