Historias crueles. Cuentos de Perrault sin censura
Por Charles Perrault
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Caperucita Roja se desnudó y se metió en la cama. Grande fue su sorpresa al ver el aspecto de su abuela en salto de cama, y le dijo:
-Abuelita, ¡qué brazos más grandes tiene!
Publicados en 1697 en Francia con el título de Les Contes de ma mère l'Oye, los ocho relatos incluidos en
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Comentarios para Historias crueles. Cuentos de Perrault sin censura
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Ligero y entretenido. No esperaba que tuviera tantas situaciones de humor (muchas veces, negro). Los finales no siempre son felices y, gracias al cielo, no hay atisbo de la corrección política que viene arruinando los cuentos infantiles desde hace décadas.
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Historias crueles. Cuentos de Perrault sin censura - Charles Perrault
HISTORIAS CRUELES. CUENTOS DE PERRAULT SIN CENSURA.
CHARLES PERRAULT. Esmeralda Publishing LLC.
Antecedentes:
Este título fue publicado originalmente en 1697.
©2020, Esmeralda Publishing LLC.
Este libro no podrá reproducirse, transmitirse en forma alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico o mecánico, incluso fotocopia, grabación o cualquier otro sistema de almacenamiento o recuperación, sin el consentimiento escrito del editor, salvo en los casos previstos por la legislación pertinente.
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Esmeralda Publishing y su logo son marcas registradas de Esmeralda Publishing LLC.
ISBN: 978-1-64800-012-6
Información de portada:
Red Riding Hood (1864) – John Everett Millais
Diseño: Ariel Wajnerman
Índice
CAPERUCITA ROJA
PULGARCITO
LA BELLA DURMIENTE
CENICIENTA o LA ZAPATILLA DE CRISTAL
EL GATO CON BOTAS
PIEL DE ASNO
LAS HADAS
BARBA AZUL
CAPERUCITA ROJA
Érase una vez una pequeña aldeana, la más bonita entre todas, tanto que loca de gozo estaba su madre, y más aún su abuela, quien le había hecho una caperuza roja, que tan bien le quedaba que por Caperucita Roja la conocían todos.
Un día su madre hizo tortas y le dijo:
—Ve a casa de la abuela a informarte sobre su salud, pues me han dicho que está enferma. Llévale una torta y este tarrito de mantequilla.
Caperucita Roja salió enseguida en dirección a la casa de su abuela, que vivía en otra aldea. Al pasar por un bosque encontró al compadre Lobo, que tuvo ganas de comérsela, pero no se atrevió porque había algunos leñadores en el bosque. Le preguntó a dónde iba y la pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse para dar oídos a un lobo, le dijo:
—Voy a ver a mi abuela y a llevarle esta torta con un tarrito de mantequilla que le envía mi madre.
—¿Vive muy lejos? —le preguntó el Lobo.
—Sí —contestó Caperucita Roja—, queda pasando el molino que ve allá lejos, en la primera casa de la aldea.
—Pues entonces —dijo el Lobo—, yo también quiero visitarla. Iré por este camino y tú por aquel, a ver cuál de los dos llega antes.
El Lobo echó a correr tanto como pudo por el camino más corto, y la niña se fue por el más largo, entreteniéndose en recoger avellanas, en correr tras las mariposas y en hacer ramilletes con las florecillas que encontraba a su paso.
Poco tardó el Lobo en llegar a la casa de la abuela. Llamó: ¡pam! ¡pam!
—¿Quién es?
—Soy su nieta, Caperucita Roja —dijo el Lobo imitando la voz de la niña—. Le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que le envía mi madre.
La buena de la abuela, que estaba en cama porque se sentía un poco indispuesta, contestó gritando:
—Tira del cordel y se abrirá el cerrojo.
Así lo hizo el Lobo y la puerta se abrió. Se arrojó sobre la anciana y la devoró en un abrir y cerrar de ojos, pues hacía más de tres días que no había comido. Luego cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita Roja, que poco después llamó a la puerta:
¡pam! ¡pam!
—¿Quién es?
Caperucita Roja, que oyó la ronca voz del Lobo, tuvo miedo al principio, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó:
—Soy yo, su nieta, Caperucita Roja, que le trae una torta y un tarrito de mantequilla que envía mi madre.
El lobo gritó procurando suavizar la voz:
—Tira del cordel y se abrirá el cerrojo.
Caperucita Roja tiró del cordel y la puerta se abrió.
Al verla entrar, el lobo le dijo, ocultándose bajo la manta:
—Deja la torta y el tarrito de mantequilla encima de la artesa y ven a acostarte conmigo.
Caperucita Roja se desnudó y se metió en la cama. Grande fue su sorpresa al ver el aspecto de su abuela en salto de cama, y le dijo:
—Abuelita, ¡qué brazos más grandes tiene!
—¡Para abrazarte mejor, hija mía!
—Abuelita, ¡qué piernas más grandes tiene!
—¡Para correr mejor, hija mía!
—Abuelita, ¡qué orejas más grandes tiene!
—¡Para oír mejor, hija mía!
—Abuelita, ¡qué ojos más grandes tiene!
—¡Para ver mejor, hija mía!
—Abuelita, ¡qué dientes más grandes tiene!
—¡Para comerte mejor!
Y, con estas palabras, el malvado lobo se arrojó sobre Caperucita Roja y se la comió.
PULGARCITO
Érase una vez un leñador y una leñadora que tenían siete hijos, todos ellos varones; el mayor tenía solo diez años y el menor, tan solo siete. Puede resultar sorprendente que el leñador haya tenido tantos hijos en tan poco tiempo; pero tenía una esposa muy expeditiva, que los traía al mundo al menos de dos en dos.
Eran muy pobres y sus siete hijos eran una pesada carga, ya que ninguno podía aún ganarse la vida. Sufrían además porque el menor era muy delicado y no decía palabra alguna, e interpretaban como estupidez lo que era un rasgo de la bondad de su alma. Era muy pequeñito y cuando nació no era más grande que el pulgar, por lo cual lo llamaron Pulgarcito.
Este pobre niño era en la casa el que pagaba los platos rotos y siempre le echaban la culpa de todo. Sin embargo, era el más