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La educación laica en México: Estudios en torno a sus orígenes
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Libro electrónico743 páginas10 horas

La educación laica en México: Estudios en torno a sus orígenes

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La educación laica es una construcción social, compleja, históricamente determinada, que se edifica desde diferentes actores colectivos, concepciones políticas, proyectos sociales, relaciones de poder y contextos geográficos, en una paradoja que mientras reafirma la libertad de creencias, prohíbe esa misma libertad dentro del ámbito educativo público, bajo el argumento de que sólo en un espacio ausente de connotaciones religiosas es posible garantizar la plena libertad de todas las creencias y la formación de una ciudadanía democrática y respetuosa de la diversidad cultural. En el laicismo subyace la convicción de que la educación encierra tanto el potencial de control e instrumentación humana como de liberación, humanización y universalismo; de ahí que se promuevan espacios públicos no sólo neutrales con respecto a los asuntos religiosos, sino ajenos totalmente a ellos. La construcción de un régimen de educación laica ha pasado por procesos complejos, difíciles, conflictivos, de rupturas, combates, avances y retrocesos. Este libro ofrece una visión panorámica de esos momentos de generación de proyectos de educación laica en México, que revisten un interés universal, porque fueron también los comienzos de la institucionalización de la educación laica en el mundo
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 ene 2023
ISBN9786078838554
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    La educación laica en México - Adelina Arredondo

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    1. Un clero en transición. Población clerical, cambio parroquial y política eclesiástica en el arzobispado de México, 1700-1749

    Rodolfo Aguirre Salvador

    ISBN: 978 607 7588 66 5

    2. Espacios de saber, espacios de poder. Iglesia, universidades y colegios en Hispanoamérica siglos

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    Rodolfo Aguirre Salvador (coordinador)

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    XVI-XX

    Clara Inés Ramírez González

    ISBN: 978 607 7588 96 2

    Esta publicación fue financiada por el Conacyt mediante el Proyecto de Investigación número 240293, La Educación Laica en México: conceptos, políticas y coyunturas (1821-1917).

    Esta publicación fue dictaminada por pares académicos bajo la modalidad doble ciego. Su contenido es responsabilidad de quienes lo firman y no refleja necesariamente la postura institucional.

    Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.

    Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de su legítimo titular de derechos.

    La educación laica en México: estudios en torno a sus orígenes

    D.R. © Adelina Arredondo (coordinadora)

    De la presente edición:

    D.R. © 2019, Bonilla Artigas Editores, S.A. de C.V.

    C. Hermenegildo Galeana 111

    Col. Barrio del Niño Jesús

    C. P. 14080, Tlalpan

    Ciudad de México

    Tel.: 55 44 73 40 / Fax 55 44 72 91

    editorial@libreriabonilla.com.mx

    www.libreriabonilla.com.mx

    D.R. © 2019, Universidad Autónoma del Estado de Morelos

    Av. Universidad #1001

    Col. Chamilpa, C.P. 62209

    Cuernavaca, Morelos

    publicaciones@uaem.mx

    libros.uaem.mx

    ISBN: 978-607-8636-01-3

    (

    Bonilla Artigas Editores

    )

    ISBN: 978-607-8639-01-4 (Universidad Autónoma del Estado de Morelos)

    ISBN ePub: 978-607-8838-55-4 (Bonilla Artigas Editores)

    Cuidado de la edición:

    Bonilla Artigas Editores/

    UAEM

    Maquetación de interiores: Saúl Marcos Castillejos

    Diseño de portada: Mariana Guerrero del Cueto

    Realización ePub: javierelo

    Hecho en México

    Contenido

    Introducción

    Primeros pasos hacia una educación laica en México

    Anne Staples

    La reconfiguración del orden letrado:

    del rector eclesiástico al rector seglar. El Colegio de San Juan de Letrán (1816-1863)

    Rosalina Ríos Zúñiga

    El Establecimiento de Ciencias Eclesiásticas de la Ciudad de México.

    ¿Avance hacia la laicización educativa? (1833-1834)

    Cristian Rosas Íñiguez

    De teólogos, juristas y científicos:

    la construcción de la laicidad educativa desde el Instituto Literario de Chihuahua (1835-1868)

    Adelina Arredondo López

    Aportes masónicos a la educación laica en México (1833-1917)

    Carlos Francisco Martínez Moreno

    La educación laica en Oaxaca:

    legislación, discursos y estrategias (1860-1926)

    Daniela Traffano

    Francisco José Ruiz Cervantes

    La experiencia de la laicidad en las escuelas primarias en la Ciudad de México (1867-1910)

    María Eugenia Chaoul Pereyra

    Laicización de la instrucción primaria en Zacatecas: polémicas en la enseñanza de la moral laica (1870-1912)

    María del Refugio Magallanes Delgado

    Centralización política, liberalismo popular y pedagogía cívica informal en Puebla (1880-1910)

    Jesús Márquez Carrillo

    Disputas en torno a la educación laica en el estado de Morelos durante el porfiriato.

    El caso de los semanarios El Grano de Arena y El Despertador

    Héctor Omar Martínez Martínez

    La laicidad en los congresos pedagógicos de finales del siglo xix

    Amalia Nivón Bolán

    Debates en torno a la educación religiosa y la educación laica en el estado de Chiapas (1882-1940):

    ¿el crepúsculo a la alborada educativa?

    Antonio Padilla Arroyo

    Discursos y prácticas en torno a la educación laica en Aguascalientes (1914-1917)

    Yolanda Padilla Rangel

    Problematizar la historia de la educación laica. Emergencia, consolidación y declive del régimen liberal de laicidad

    Roberto González Villarreal

    Adelina Arredondo López

    Semblanzas

    Sobre la coordinadora

    Introducción

    En sociedades preindustriales los poderes estatales y eclesiásticos han estado fundidos, sin distinción clara de límites y ámbitos de influencias, con traslapes, negociaciones y conflictos de los diferentes agentes, con coincidencia de funciones distintas en las mismas personas, con tendencia a lograr acuerdos tácitos y expresos para la dominación de las élites sobre todos los sectores sociales y, pretendidamente, en todos los ámbitos de la vida social. Desde Constantino, en el siglo

    IV

    , el predominio de la Iglesia católica fue extendiéndose por el continente europeo y más allá de sus límites geográficos, hasta constituir el sustrato ideológico que siglos después justificó la conquista desde Europa de los territorios del llamado Nuevo Mundo y de otros continentes. En Europa occidental el fortalecimiento de la economía de mercado, el ascenso del poder económico de la burguesía, la diseminación de las ideas ilustradas y la Reforma protestante, sustentaron el clamor de los sectores burgueses en ascenso exigiendo la separación entre la esfera del Estado y la esfera de las Iglesias, la separación de los asuntos públicos y los privados, la separación de la gestión política y la gestión religiosa. Se alzaron las voces demandando que las viejas alianzas nebulosas entre gobiernos autocráticos y jerarquías religiosas fueran sustituidas por una delimitación clara de la sociedad política y la sociedad civil, formalizada legalmente.

    Las fuerzas modernizadoras impulsaron procesos de secularización que condujeron hacia diversas formas de relación entre las instituciones gubernamentales y las instituciones religiosas, desplegando estrategias que lograron desde la sumisión de los poderes religiosos a los gubernamentales, hasta la marginación de los primeros del ejercicio del poder político y de las agencias de formación de ciudadanía, como fue el caso de México. En otras palabras, los procesos de secularización que separaron los asuntos gubernamentales de los asuntos eclesiásticos –que colocaron al Estado en un lugar de pretendida neutralidad frente a las diversas manifestaciones religiosas– no fueron suficientes en aquellos gobiernos intervenidos por la Iglesia católica, de carácter universal y ultraoceánica (más que ultramontana), por lo que los sectores liberales más radicales instrumentaron procesos de laicización que llegaron a prohibir y sancionar toda injerencia religiosa en los espacios públicos. Es decir, mientras la secularización implicó la separación entre Estado e Iglesias, la supremacía del Estado sobre los poderes eclesiásticos, pero no necesariamente su exclusión del ámbito público, la laicización fue más allá pues no sólo separó jurídicamente las esferas políticas y religiosas, no sólo subordinó las iglesias al poder estatal, sino que excluyó todo poder eclesiástico de los poderes y los espacios públicos, recluyendo lo religioso al ámbito estrictamente privado.

    Por lo anterior, por secularización entendemos aquí los procesos de separación entre Iglesia y Estado, mientras que por laicización abarcaríamos los procesos que van instituyendo la exclusión de todo lo eclesiástico y lo religioso del ámbito de lo público. La secularidad sería entonces la condición de estar separado de lo religioso, mientras que la laicidad sería la condición que indicaría no sólo la separación de lo estatal con respecto a lo religioso, no sólo la neutralidad del Estado con respecto a las iglesias o las religiones, sino la condición que jurídicamente excluye, prohíbe, sanciona, erradica lo religioso del ámbito político. En un contexto histórico, el secularismo sería el movimiento que busca la separación entre el Estado y las Iglesias y las religiones, y el laicismo sería el movimiento (entendido como pensamiento, actitud y acción política) que busca instituir que las funciones públicas se mantengan ajenas a poderes, actores, manifestaciones y símbolos religiosos.

    En el caso de México, la descolonización de Europa tuvo dos frentes fundamentales de lucha: la autonomía política con respecto a la monarquía española y la autonomía frente al poder que la Iglesia católica romana ejercía sobre la sociedad política y civil. Dado el carácter supranacional de la Iglesia católica, el poder económico que había adquirido como administradora de bienes, inmuebles y capitales, su filiación al conservadurismo político y sus viejas alianzas con las oligarquías premodernas, la Iglesia católica devino en un obstáculo para la modernización. Modernización entendida como el progreso de la producción capitalista agrícola e industrial, la concentración financiera privada, la expansión de nuevas relaciones de trabajo y patrones de consumo, la difusión de las ideas liberales y la construcción de proyectos de reconstrucción estatal que representaran también los intereses de las burguesías regionales. Los conflictos entre los representantes eclesiásticos y los sectores burgueses conservadores contra los estadistas innovadores condujeron a éstos a posiciones liberales radicales que propusieron, defendieron y conquistaron no sólo la separación sino la institucionalización de la marginación de las instituciones religiosas y sus agentes del ejercicio del poder político, de las formas simbólicas públicas y sobre todo de la educación formal.

    Si bien fueron los ilustrados europeos –y, particularmente, Condorcet en su proyecto de instrucción pública de 1792– quienes primero propusieron la idea de un sistema nacional de educación laico, fue en México donde esta idea se concretó en proyectos políticos, ordenamientos jurídicos y prácticas pedagógicas. El caso de México es emblemático de esta concreción radical de una educación laica que se plasmó en legislaciones claras y objetivos de formación ciudadana. Desde 1861, los procesos de laicización educativa se fueron asentando en instrumentos jurídico-políticos y complejizando paulatinamente, sin perder continuidad a lo largo de un siglo y medio, excepto por el breve interregno del Imperio de Maximiliano de Habsburgo (1864-1867). La laicización de la educación se produjo no sólo con la separación total entre Iglesia y Estado, sino con la erradicación de todo lo religioso de las instituciones educativas, esto es, con la prohibición expresa de contenidos, medios, actores, financiamiento y símbolos religiosos en las escuelas. Éste es uno de los problemas sobre lo que es necesario continuar discutiendo, pues desde las traducciones del término laico a lenguas anglosajonas hasta las concepciones implícitas en la historiografía, ambos términos –educación laica y educación secular– tienden a equipararse, a utilizarse como sinónimos, a confundirse, a traslaparse, cuando hay que clarificar sus diferentes contenidos, su genealogía y sus límites.

    ¿Cómo se llegó a un régimen de educación laica tan amplio y preciso, esbozado desde 1861 y plasmado en la Constitución de 1917? Contribuir a responder esta pregunta es el propósito de este libro. Las autoras y autores de este volumen aportan resultados de investigaciones particulares que permiten reconstruir las múltiples condiciones históricas que hicieron posible el modelo nacional de educación laica, el primero y el más puro en la historia global.

    Este libro reúne a investigadores de la historia del siglo

    XIX

    en México que exponen, discuten, enriquecen las interpretaciones conceptuales, las formas de institucionalización y las prácticas en torno a los orígenes de la educación laica. Con este libro se contribuye también al conocimiento de la historia de la educación, comprendiendo la emergencia, los cambios y las permanencias que hicieron posible la educación laica de manera más temprana que en otras formaciones sociales. A través de los diversos capítulos de este libro se consideran y analizan experiencias educativas en diversos espacios geográficos, sean estados, localidades o regiones, condicionadas por distintas relaciones de poder, tradiciones y culturas. Los contenidos de los capítulos se mantienen dentro de la temporalidad exigida por el concepto de génesis, comenzando con algunas de las primeras formas de emergencia de la laicidad educativa, teniendo como límite temporal la Constitución de 1917. Se coloca el énfasis en los esfuerzos de secularización y laicidad en el siglo

    XIX,

    intentando identificar las influencias e interrelaciones que se tejieron desde la periferia y el centro del país, y desde la capital hacia fuera, rompiendo las visiones centralistas que han permeado el estudio de este problema.

    Para elaborar este volumen se convocó a diversos especialistas de la historia de la educación en el siglo

    XIX

    en México, que investigan problemas nacionales, regionales, sectoriales e institucionales. Nos reunimos en un coloquio celebrado en Cuernavaca, en mayo de 2016, para presentar nuestras propuestas sobre el tema, discutirlas y enriquecerlas, tanto con los comentarios recibidos como a través de compartir en ese foro las propuestas, hallazgos e interpretaciones de otros colegas. Tuvimos un amplio periodo para reelaborar, complementar y cotejar y contrastar nuestros trabajos antes de ser presentados como capítulos de este libro. Las colaboraciones abordan distintas problemáticas, se diversifican en diferentes objetos de estudio dentro del gran tema que nos reúne, toman y ofrecen varias perspectivas teóricas y metodológicas, pero todas coinciden en su sustento en fuentes primarias y secundarias. Las autoras y los autores se ocupan de ideas, actores, instituciones, procesos de institucionalización, practicas pedagógicas y sus resistencias, espacios geográficos y coyunturas históricas, dentro de los límites temporales fijados de antemano. Las primeras versiones de estos artículos circularon entre pequeños equipos de pares para su evaluación, pudiéndose intercambiar preguntas, sugerencias, comentarios, precisiones, a fin de elaborar segundas versiones de las contribuciones de cada uno. Reconozco que los trabajos finales no reflejan la retroalimentación que se dio a través del conocimiento del trabajo de los demás colegas y, sin embargo, el haberlos discutido en el coloquio permitió fortalecer, modificar o reafirmar las hipótesis iniciales.

    A través de las cordiales y enriquecedoras presentaciones y discusiones del coloquio se manifestaron diferencias conceptuales que se reiteran en algunos de las aportaciones. En las contribuciones que se ofrecen en este libro se observan diferencias sustanciales en el uso implícito o explícito del concepto de educación laica; por ejemplo, al señalar como educación laica la que imparte un profesor laico, por oposición a otro perteneciente a una congregación religiosa, sin cuestionar los contenidos ni los medios; al aludirse a instituciones particulares administradas por organizaciones civiles sin atender al proselitismo confesional de sus docentes; al referirse a los procesos de separación entre Iglesia y Estado sin objetar las finalidades de la formación pretendida; al analizar los regímenes de gobierno sin mirar los límites jurídicos establecidos entre los espacios públicos y los privados; al estudiar los sistemas educativos sin definir las jurisdicciones sectoriales o sus fuentes de financiamiento; o al utilizar indistintamente los conceptos de secularización y laicidad, o de secularismo y laicismo, entre otras cuestiones. Se optó por respetar las diferencias que resultaron de las diversas maneras de mirar la problemática, desde perspectivas teóricas y metodológicas y no sólo históricas.

    Mejor que agrupar temáticamente los artículos se decidió que el hilo conductor del orden de presentación de los mismos fuera el tiempo de los acontecimientos que se estudian, es decir, se siguió una secuencia cronológica en la presentación de los capítulos. Eso no impide que muchos de los temas y formas de tratarlos se prolonguen en periodos más largos que otros y, por tanto, haya traslapes y omisiones. Eso permite que en este recorrido cronológico se salpiquen aquí y allá diversos aspectos del campo educativo, actores y puntos en la geografía nacional, permitiendo una comprensión más acabada de cómo se va construyendo –desde diversas condiciones– ese modelo de educación laica y cómo se va tejiendo la trama que terminará por consolidar el dominio del Estado sobre la educación formal de los mexicanos.

    El libro se inicia con la contribución de Ann Staples, reconocida historiadora de la educación y de la Iglesia en México, titulada Primeros pasos hacia una educación laica en México. En este capítulo se rescata la enseñanza técnica, científica y militar de las instituciones coloniales ilustradas de finales del siglo

    XVIII

    , como un puntal de la secularización de la educación, así como la trayectoria de los institutos literarios de las primeras décadas del México independiente, que promovieron conocimientos sin enseñanzas religiosas, pero aún inmersos en una cultura católica. Las leyes de Reforma generaron un ambiente que facilitó flexibilizar los contenidos religiosos de materias y lecturas escolares. Las denuncias contra el indiferentismo religioso mostraron que se transitaba desde la secularización al laicismo. Este planteamiento nos conduce a subrayar las diferencias entre educación secular y educación laica, y entre laicismo y laicidad, que se irán oscureciendo en ocasiones y en otras aclarando a través de las contribuciones siguientes.

    Rosalina Ríos Zúñiga analiza el proceso de transformación de un orden letrado religioso eclesiástico a otro secular durante las primeras décadas del México independiente. En el capítulo La reconfiguración del orden letrado: del rector eclesiástico al rector seglar. El Colegio de San Juan de Letrán (1816-1857), Ríos examina la trayectoria de cuatro rectores del Colegio de San Juan de Letrán de la Ciudad de México, para mostrar cómo transita su perfil de eclesiásticos al de profesionistas laicos. Cristian Rosas, en su artículo sobre El establecimiento de Ciencias Eclesiásticas de la ciudad de México. ¿Avances hacia la laicización educativa? (1833-1834), abunda en este tema que se presenta en el contexto de las reformas de Gómez Farías –de 1833– que permitieron transferir capitales y bienes inmuebles de la Iglesia y las corporaciones religiosas al Estado federal y que significaron, en palabras del autor una disociación ideológica, desde un plano jurídico-teleológico, entre el modelo educativo novohispano y el sistema republicano que estaba en gestación. El autor explica la manera en que el gobierno fue interviniendo a través de la implementación de nuevas prácticas institucionales y la formación de las élites de ciudadanos. Los liberales radicales de ese momento histórico propiciaron el paso de un orden corporativo relativamente autónomo a otro controlado por el gobierno, lo que condujo a la reconceptualización de un orden académico distinto. Cabe preguntarse si el interés por controlar la formación de clérigos, tanto al elegir rectores laicos como al fundar una institución estatal específica, en ambos casos sin disociarse de la formación esencialmente religiosa, tenía que ver más con un régimen de secularización que con la formación de un régimen de laicidad.

    Mientras los artículos de Ríos y de Rosas se centran en la Ciudad de México, capital de la república, Arredondo nos conduce a una distancia de mil seiscientos kilómetros, a la ciudad de Chihuahua, en el camino real que conduce a los límites fronterizos de la nueva nación, y lejano de los mares, por tanto, de difícil acceso. En su artículo De teólogos, juristas y científicos: la construcción de la laicidad desde el Instituto Literario de Chihuahua (1835-1868), Arredondo explica cómo surgió una institución educativa de nivel medio y superior –secular desde su origen–, y cómo se sustituyeron sus catedráticos, carreras, planes de estudio, contenidos, medios enseñanza, finalidades educativas para ir soltando, paulatinamente, todo lazo con la iglesia católica y sus ministros, con los temas, textos y ritos religiosos, hasta volverse una institución laica, es decir, no sólo separada de la Iglesia, sino de la religión y las religiones. De aquí surgió la primera generación de liberales chihuahuenses que contribuyeron a institucionalizar el Estado y la educación laica. La autora ejemplifica la trayectoria institucional con una contrastación entre la caída de la carrera de teología frente al ascenso de la de jurisprudencia. Maneja la hipótesis de que la laicidad educativa se construyó en un ir y venir entre las prácticas y las normas, entre la periferia y el centro del país, como parte de las estrategias de lucha de los poderes emergentes contra el viejo orden social representado en el modelo de Estado confesional, centralista y autoritario.

    Carlos Francisco Martínez participa en este volumen con el capítulo Aportes masónicos a la educación laica en México, 1833-1917. Es interesante su enfoque sobre la educación laica como una conquista, un resultado del triunfo de reformistas liberales y constituyentes sobre conservadores y eclesiásticos. El autor destaca el liderazgo ideológico, político y programático de elementos de la masonería en esta conquista. Martínez se detiene puntillosamente, por así decir, en los masones que lucharon contra la educación confesional y fueron fraguando un modelo laico de educación durante un siglo y medio, formalizado en la Constitución. La problematización que guía al autor atraviesa por las diferencias entre laicismo, secularismo y laicidad, la relación entre laicidad y masonería, y entre ambos y las luchas por el poder entre los diferentes grupos.

    Daniela Traffano y Francisco Ruiz se proponen reconstruir los procesos que conducen a la aparición del concepto de laicidad en los discursos políticos de la sociedad política y de la sociedad civil. En el capítulo La educación laica en Oaxaca, discursos y estrategias (1860-1926) se explora el tema de la prensa oficial y la legislación educativa. No deja de ser relevante su trabajo en el tema que nos ocupa, en tanto Oaxaca fue la cuna de Benito Juárez, de Porfirio Díaz y de los hermanos Flores Magón, que tuvieron una función tan importante en la concepción y construcción de las bases ideológicas del sistema educativo nacional. Desde esa plataforma los autores avanzan en el análisis de las relaciones entre los discursos políticos y la intervención en las aulas.

    En la misma época que exploran Traffano y Ruiz –los orígenes de la laicidad en Oaxaca–, María Eugenia Chaoul Pereyra incursiona en La experiencia de la laicidad en las escuelas primarias en la ciudad de México, 1867-1910, de la República Restaurada al inicio de la Revolución Mexicana. Muy importante es la distinción que hace la autora, siguiendo a Roberto Blancarte, entre laicidad y laicismo, conceptos empleados en otros capítulos de este libro. La autora constata que lo que los actores políticos y educativos están intentando construir en este periodo histórico es precisamente la laicidad, sin que se presente un declarado antagonismo contra las creencias religiosas, y que si bien hubo momento de conflicto no repercutieron en la organización escolar.

    Desde Oaxaca y la Ciudad de México, convergiendo en la construcción de la laicidad en la escuela primaria en las últimas décadas del siglo

    XIX

    , María del Refugio Magallanes Delgado nos conduce a Zacatecas con Laicización de la instrucción primaria en Zacatecas. Polémicas en la enseñanza de la educación laica (1870-1912). Si se estaban omitiendo e incluso prohibiendo los contenidos religiosos que orientaban la conducta de los escolares y los ciudadanos, se presentaba para los liberales de la época el problema de cómo sustituir esos contenidos desde una perspectiva laica. De allí que comenzaran a escribirse y difundirse nuevos libros de texto con ese objetivo, uno de ellos el libro Moral práctica, de cuyo análisis se ocupa la autora. Maestros y profesores se asociaron para proponer reformas a la enseñanza primaria y a la formación de maestros, concretando en la asignatura de moral laica en la escuela sus planteamientos sobre la separación entre Estado e Iglesia.

    Jesús Márquez Carrillo nos conduce al este con Centralización política, liberalismo popular y pedagogía cívica en Puebla (1888-1910). El autor describe y analiza el proceso de concentración y centralización del poder político en Puebla, que caracterizó el porfirismo. Márquez explica cómo, desde 1878, el control de la entidad estuvo en manos de un grupo político de la Sierra Norte, que favoreció el liberalismo popular, las prácticas escolares laicas, la formación cívica en el espacio público, el fomento al asociacionismo, incluyendo los maestros. Metodistas, masones y otras agrupaciones civiles compartieron nuevos espacios sociales, arropados por el contexto liberal. Frente a ellos habían pervivido los proyectos del grupo serrano, de enfoque krausista, quienes intentando conciliar el racionalismo y la moral desarrollaron una pedagogía cívica orientada a la formación de ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes constitucionales, que tuvieron un papel importante en la resistencia porfirista y la Revolución de 1910.

    La laicidad se construye frente a la resistencia eclesiástica y de grupos conservadores. Héctor Omar Martínez muestra el enfrentamiento de la Iglesia católica al poder estatal en "Disputas en torno a la educación laica en el estado de Morelos durante el porfiriato. El caso de los semanarios El grano de Arena y El despertador". Impresos en 1896 en Tepoztlán, Morelos, ambas publicaciones presentan argumentos a favor y en contra de la enseñanza religiosa en las escuelas. La localidad se vuelve un escenario del conflicto expresado en los discursos contendientes, que puede considerarse un estudio de caso generalizable, ya que ambos semanarios representan oposiciones no sólo locales sino institucionales, de las organizaciones más poderosas de la época, el Estado y el clero.

    Mientras el clero sigue apuntalado en la defensa de la enseñanza religiosa, el magisterio organizado y los gestores de la educación se manifiestan por la laicidad en las escuelas. En "La laicidad en los congresos pedagógicos de finales del siglo

    XIX

    ", Amalia Nivón Bolán explica los debates suscitados en el seno de los congresos para normar, reformar, uniformar la instrucción elemental y la formación de los maestros. Los conceptos de enseñanza libre y enseñanza laica fueron centrales en estos debates, en un contexto de disputas latinoamericanas en torno a los derechos individuales, la ciudadanía y la responsabilidad del Estado en la instrucción pública.

    Precisamente, estos congresos descritos por Nivón se realizan en el momento en el que se inicia el trayecto histórico delimitado por Antonio Padilla Arroyo en el extremo sur de México. En Debates en torno a la educación religiosa y la educación laica en el estado de Chiapas (1882-1940): ¿del crepúsculo a la alborada educativa?, el autor explica los argumentos de quienes se oponen a la educación laica desde la jerarquía católica en Chiapas y sus contrapropuestas centradas en la educación religiosa en un contexto histórico caracterizado por transformaciones políticas y sociales profundas. Padilla rescata los debates en torno a las concepciones que se tenían localmente y sobre la función de la educación para mitigar o suprimir los valores y comportamientos culturales de los pueblos indígenas. Desde la perspectiva de la historia conceptual, y apoyándose en documentos de la época el autor considera los puntos de vista de defensores de la educación laica y de la educación religiosa, y sus relaciones con otras corrientes de pensamiento, como el protestantismo, el liberalismo, el espiritismo, el anarquismo y el materialismo histórico. Para Padilla esta fue una época definitoria en un proceso civilizatorio que produjo una nueva sensibilidad, así como novedosos comportamientos y prácticas culturales.

    Yolanda Padilla se ocupa de estudiar el tema durante un periodo en plena efervescencia revolucionaria y un espacio geográfico cargado de resistencias. En Discursos y prácticas en torno a la educación laica en Aguascalientes (1914 y 1917), la autora analiza los discursos antagónicos de los revolucionarios y la oposición católica en torno a la educación laica. Los representantes de los colegios particulares fueron quienes más resistencia ofrecieron a las políticas del gobierno carrancista. Hay que tener presente que la laicidad educativa no se aplicaba en las escuelas particulares sino hasta que fue promulgada la Constitución de 1917. En un contexto de pobreza social y de precariedad en las finanzas públicas los recursos destinados a la educación en Aguascalientes fueron desviados hacia otros fines, lo cual provocó la inconformidad del magisterio que se opuso a las medidas gubernamentales por considerarlas abusivas y no sólo por su intención de defender la laicidad educativa. La autora explica la problemática con base en fuentes de primera mano, mostrando que la laicidad era ante todo una cuestión inmersa en las relaciones de poder local y nacional, y que no siempre pudo ser instrumentada de conformidad a la legislación.

    El capítulo que cierra este libro fue el resultado de la colaboración, no siempre fluida, menos aún tranquila, pero siempre entrañable, entre una historiadora de la educación y un arqueólogo de las gubernamentalidades. Roberto González y Adelina Arredondo en su contribución Problematizar la historia de la educación laica. Emergencia, consolidación y declive del régimen liberal de laicidad, a través de una revisión y reorganización de los datos, interrogan las fuentes, cuestionan las interpretaciones, identifican las fuerzas en contienda, los momentos de quiebre y las continuidades, los elementos que irrumpen o se omiten en los instrumentos jurídicos, las innovaciones que impactan y definen los momentos históricos, a través de la educación. Los autores reflexionan sobre las razones de estudiar la educación laica desde una perspectiva histórica, sobre la conceptualización de los términos, comenzando por el de la propia educación laica, sobre las herramientas teóricas y metodológicas para estudiarla, sobre la oportunidad para señalar una fecha o varias fechas para ubicar su emergencia, sobre cómo la laicidad se fue dando en las diversas entidades del país, sobre las diversas formas jurídicas de la laicidad, sobre las oposiciones y resistencias, sobre las reformulaciones y reformas y sobre los riesgos de desconocer su historia e ignorar su futuro.

    En esta línea zigzagueante del tiempo –cuyos vértices tocan diversos actores, momentos, objetos y espacios geográficos–, se rescata una visión más precisa de este proceso de laicización, que sólo se enfocaba a la legislación emitida desde la Ciudad de México, a una historiografía centralizada en la capital con pretensiones de nacional y con un modelo lineal de la historia. Este conjunto de trabajos permite esclarecer un poco más la historia de la educación laica en México. Se analizaron diversos subtemas, se plantearon problemáticas disímiles, se utilizaron distintos enfoques y formas de estudiar el problema, se tocaron los agentes y sus ideas, los discursos políticos, las normas, las instituciones públicas y privadas, los grupos de poder, diversas coyunturas históricas, la capital, estados en el norte y en el sur, el este y el oeste, los contenidos educativos, los libros de texto, los periódicos, el financiamiento de la educación, las agrupaciones civiles. Pero quedaron aún muchos huecos que resolver. A pesar de las exposiciones, intercambios y discusiones que se dieron en el coloquio, a pesar de las lecturas y las evaluaciones de las primeras versiones de las ponencias entre los pares, no llegamos a un lenguaje común, a una conceptualización de la educación laica, a una visión compartida de su historia. Todavía hay muchas preguntas que responder, muchos huecos que llenar, pero así es este trabajo nuestro, un proceso continuo, una construcción que no se acaba. Nos hicieron falta regiones de México, como sus dos penínsulas nos hicieron falta muchos actores sociales nos hicieron falta instituciones fundamentales en esta historia, como la Escuela Nacional Preparatoria; nos hicieron falta actores aguerridos como los magonistas o los migrantes extranjeros. La ausencia de estos y otros elementos tienen que ver más con la falta de investigadores que con la falta de historia.

    Tanto el coloquio como el presente libro han sido financiados con los recursos brindados por Conacyt para el proyecto de ciencia básica titulado La educación laica en México: conceptos, políticas y coyunturas (1821-1917), con el apoyo del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

    Además de los autores que conformamos este volumen, agradecemos a los colegas que participaron en el coloquio y enriquecieron nuestros planteamientos, a Mílada Bazant, Beatriz Alcubierre, Salvador Camacho, Jorge Luis Piña, Jesús Vargas, Adán Arias –director del

    ICE–

    , a los estudiantes que ayudaron llevar a cabo el coloquio, Carlos Capistrán y Elvira Alvear, a Ricardo Fuentes por su apoyo en la organización del libro. También, de manera muy especial, agradecemos a los dos dictaminadores o dictaminadoras, quienes generosamente han mantenido el anonimato, por sus revisiones puntuales y rigurosas y sus recomendaciones tan pertinentes, que permitieron mejorar el contenido de las contribuciones que integran este libro. Las imperfecciones que mantenga la obra son de nuestra entera responsabilidad. Por último, agradecemos a la Dirección de Publicaciones de la

    UAEM

    y al editor, Juan Luis Bonilla, por el cuidado que han puesto para ofrecer una versión impresa y electrónica de calidad.

    Primeros pasos hacia una educación laica en México

    Anne Staples

    El Colegio de México

    ¿Puede haber educación laica en una sociedad que estuvo, y en gran medida sigue estando, inmersa en una cultura católica? Y, ¿cómo se define esta cultura, que puede constituir un obstáculo al laicismo, y en qué sentido? Al referirse a la educación de primeras letras, hay que relacionarlo con la religión popular y con dos de sus elementos más importantes: los ritos y las rutinas. En las sociedades tradicionales, con poca movilidad física, en tiempos normales un día se parecía mucho al siguiente. Los cambios, por lo general, eran obligados por circunstancias negativas tales como guerras, enfermedades o desastres naturales, en los cuales el instinto de sobrevivencia actuaba para vencer las calamidades. Invocar a toda la corte celestial era el primer paso, pues el tamaño del problema sobrepasaba los recursos individuales y comunitarios. No era el momento de promover las novedades. El pueblo creía que el mínimo cambio en materia religiosa provocaba eventos en cadena que terminaban en desastres. Nuestras sociedades mexicanas, ya que de ninguna manera podemos hablar de la sociedad mexicana, fueron y han sido adversas a cambios en el culto, en la disciplina eclesiástica o en cualquier tema relacionado con la religión, por miedo a las consecuencias desconocidas, el qué vendrá o el qué dirán. Al ser, para algunos, la esencia de la religión el cumplimiento exacto de los ritos y de las rutinas, cambiarlos o eliminarlos se convierte en un campo minado. Nada más recordemos la rebelión que surgió dentro de la Iglesia católica cuando el Concilio Vaticano

    ii

    eliminó el latín de la misa. Prácticamente hubo un cisma. En el momento en que se considera que seguir los ritos al pie de la letra, o lo que se entiende por la manera correcta de realizar el ritual, es sinónimo de virtud, entramos en el terreno de creencias a las que se aferra la población. El laicismo ataca esos dos aspectos de la religión: la celebración de ceremonias y festividades y la percibida exactitud en llevarlos a cabo.

    Se ha visto que las fiestas religiosas ocuparon un porcentaje importante de días del año escolar. La enseñanza de primeras letras se basó, en primer lugar, en observar las festividades con devoción y aprender la doctrina cristiana de cubierta a cubierta como un elemento salvador en sí.¹ De allí la resistencia a remplazar esta instrucción religiosa con materias de civismo.

    Un aspecto de la ritualización² es la de adquirir significados, independientemente de las acciones en sí. Y estos significados asignados a los actos religiosos cambian a partir del siglo

    XIX

    mexicano debido a una nueva realidad política y al papel cívico de la educación. Incorporar al individuo al cuerpo político de la nación se volvió prioritario. Para lograrlo, algunos actos perdieron importancia (el ritual religioso) y otros adquirieron gran peso (las festividades patrióticas). Recordamos los cambios subterráneos que buscaron no inquietar a la sociedad, como cuando se conservaron los nombres tradicionales de las materias, pero con distinto contenido. Pasaba lo mismo, hasta donde tenemos testimonios, con el significado asignado a los ritos y a los rituales que formaban parte de la vida escolar y de la vida religiosa. Un ejemplo es el vestirse de traje talar, una costumbre que recordaba constantemente el modelo de vida monacal que seguían los alumnos internos. Liberarse del traje talar y vestir frac negro o azul significó una secularización exterior que concordó con la interior experimentada por muchos estudiantes de educación superior, ansiosos de pertenecer al presente y no a un pasado medieval.³

    La premisa de que la cultura católica que permeaba todo lo que acontecía en la Nueva España y en el México independiente fuera un obstáculo al desarrollo del laicismo, encierra una falacia. Por un lado, no fue una cultura homogénea, como no lo fue la misma Iglesia. Había cuarteaduras, opiniones encontradas, matices diferentes, visiones contrastantes acerca del progreso y la modernidad. Sobre todo, durante la primera mitad del siglo

    XIX

    , cuando la jerarquía de la Iglesia estaba debilitada por falta de arzobispo y obispos, y no había un portavoz que presentara un frente unido de las posturas católicas, las quiebras en esa cultura supuestamente universal no hicieron más que volverse más evidentes. Estuvieron presentes desde siempre, pero de manera más notoria desde la ilustración. La búsqueda de la modernidad y del progreso se acentuó con el liberalismo del siglo

    XIX

    y prosperó a la sombra de católicos que no cuestionaron su fe pero que pelearon en contra de los abusos de la Iglesia institucional. Fueron los famosos anticlericales de los siglos

    XVIII

    y

    XIX

    , capaces de atacar frontalmente los privilegios y la riqueza de la Iglesia, sin apartarse un ápice del dogma, los que marcaron las pautas del laicismo.

    Hubo antecedentes al laicismo que remontan a la temprana colonia, ya que ciertas carreras fueron básicamente laicas. A pesar de las apariencias, existían campos donde no entraban de lleno la Iglesia, sin olvidar, desde luego, que el catolicismo normaba todo el pensamiento novohispano. Conviene recordar la carrera de medicina; aunque como se ejercía dentro de un contexto católico, es obvio que había ciertas restricciones. Por ejemplo, costaba trabajo conseguir cadáveres para las disecciones. Los estudiantes de medicina debían esperar una ejecución pública para trabajar sobre el cadáver del reo, ya que la idea de donar un muerto a la ciencia no concordaba con las creencias de aquel entonces. La Facultad, o Escuela (según la época) no tuvo un director ni maestros clericales, ya que a la Iglesia no le interesaba, o a veces prohibía a los sacerdotes, el estudio de la medicina. Las materias en sí eran laicas, aunque restringidas en su práctica por los usos y costumbres del momento.

    La moral

    Se habla mucho a lo largo de la historia de la educación en México del aprendizaje de la moral, que consistía, en gran medida, en aprender el catecismo, no tanto vivirlo. Siempre ha sido una utopía el seguir preceptos irrealizables de disciplina eclesiástica. Las interpretaciones distintas a estos preceptos y la manera de observarlos son obvias a lo largo y ancho del país, entre pueblos tan distantes como los de Sonora y Yucatán, que se deben a la geografía y a su historia particular. Los preceptos morales fueron cuestionados menos por el laicismo que el culto externo basado en usos y costumbres. Entre estos valores, ¿qué más fundamental que ‘No matarás’? El laicismo no tuvo dificultades en aceptarlo formalmente, aunque fuera un precepto violado por individuos y por el Estado. Fueron más bien las prácticas exteriores de disciplina eclesiástica vistas por el pueblo como inherentes a sus creencias que el gobierno consideraba y considera inaceptables como parte de la enseñanza tanto privada como pública, por la amenaza que representaba (y representa) a la soberanía de la nación y a la fidelidad del individuo a la patria.

    Sin duda, remplazar la doctrina cristiana por la moral, lo que fue ordenado por el primer ateo mexicano Ignacio Ramírez, marcó un paso adelante en el laicismo del país. Su trabajo de ingreso a la Academia de San Juan de Letrán, presentado en 1836, fue tan herético que más de un siglo después se trató de obligar a Diego Rivera a borrar el retrato de Ramírez del mural Un paseo dominical en la Alameda. No sobrevivió el texto de este discurso, pero sabemos que se tituló No hay Dios. Los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos. Es milagroso que, en la sociedad de su tiempo, no hubiera represalias graves en su contra.

    Una novedad del siglo

    XIX

    fue definir la moral no como católica sino como ciudadana. La moral cultural, las reglas de convivencia pertenecientes a una agrupación humana, no tienen por qué ser uniformes para todos los grupos humanos. Ya no hay una moral universal. Es tanto como admitir que el universo es relativo, dependiendo de desde dónde lo observa uno. Y esto lleva a descubrir que no hay una verdad, sino apenas verdades. Y que lo mexicano no se define en términos de su catolicismo sino por otras características. Es entender que la religión es un fenómeno cultural y, como tal, su forma institucionalizada (pero no su esencia) fue combatida por el gobierno mexicano en distintos momentos y bajo distintas modalidades a lo largo de la segunda mitad del siglo

    XIX

    .

    El trasfondo

    Con gran atrevimiento, algunos pensadores españoles, desde mediados del siglo

    XVIII

    , desafiaron a la opinión pública y a los sectores tradicionalistas de la Iglesia y empezaron a proponer una manera más racionalista de entender la vida. Sin descontar el papel desempeñado en toda la actividad humana por la Divina Providencia, buscaron explicaciones científicas, comprobadas experimentalmente, de los fenómenos naturales. Para cada efecto había una causa que era preciso conocer. Las supersticiones del pueblo que infiltraron el catolicismo, creando unas prácticas populares que para muchos jerarcas hacían irreconocible la fe, eran de todo condenables. Había que entronizar la razón, sacar al pueblo y al clero de su ignorancia, extirpar los males de la sociedad, resolver los problemas del aquí y del ahora. Buscar y divulgar el conocimiento útil, en nombre del bien común, era su meta. Estos hombres ilustrados, por la luz de la razón, no negaban la religión, sino que modificaban sus prioridades; aceptaban, junto al interés de cada cristiano por la salvación de su alma, un afán por resolver los problemas de la sociedad y por encontrar la felicidad común. A este movimiento intelectual se le conoce como ilustración católica,⁴ en contraposición a la ilustración a secas –mucho más independiente de consideraciones religiosas– del norte de Europa o de los países protestantes.

    La ilustración pregonaba la confianza en la razón, en la habilidad de los hombres por solucionar las fallas de la sociedad, en su capacidad por conocer el mundo físico que le rodeaba y promover el progreso. Se hizo a un lado, hasta donde la tradición lo permitiera, al principio de la autoridad, soltando al hombre de la incapacidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro.⁵ El talento personal y el alcance de la propia inteligencia se convirtieron en los instrumentos necesarios y suficientes para comprender los fenómenos de la naturaleza, como para poder afirmar que los cometas no eran de mala suerte, que las enfermedades no eran castigos divinos, que la vacuna protegía de la viruela.⁶ El conocido libro del padre Juan Benito Gamarra, titulado Academias filosóficas, habla sobre la física, la electricidad, la óptica y el alma de los brutos.⁷ El enfoque puede considerarse como uno de los cimientos en la construcción de un nuevo edificio llamado laicismo. El anhelo de fomentar la enseñanza del conocimiento útil conllevaba vencer las resistencias al cambio, modificar los planes de estudios superiores, restarle importancia a la metafísica, agilizar el manejo de las matemáticas y encontrar maestros, libros y material a la altura del reto.⁸ No fue solamente el rechazo a las nuevas ideas de alguna parte de la población o del clero, sino la falta de recursos lo que retrasó la introducción en México de estudios que desembocaran en el laicismo. Esta falta de recursos fue compensada por la divulgación cada vez mayor de folletos, periódicos, libros, relatos de viajeros y actos académicos que daban a conocer las últimas novedades en ciencia y tecnología. México se incorporaba a la comunidad mundial del conocimiento, si no con la alacridad deseada, tampoco con un atraso como el antiguo encierro de tiempos de Felipe II. La palabra impresa estaba más disponible que nunca, a tal grado que muchos alumnos empezaban a tener sus propios textos en donde estudiar, además de los apuntes dictados por el maestro.⁹ La posibilidad de formar un juicio individual y crítico quedaba al alcance de los que tuvieron vocación de intelectuales independientes.

    Esta actitud de querer conocer las bases científicas de la existencia biológica llevó a los estudiosos a querer saber más acerca del ambiente que les rodeaba. Se puso de moda contar las cosas y surgió la estadística como disciplina académica. Se llevaron a cabo series de observaciones astronómicas, se buscó mejorar las técnicas metalúrgicas y los medios de transporte, se organizaron expediciones para conocer el mundo natural, como la de Malaspina y la de Humboldt, se juntaron colecciones de minerales, de curiosidades, de animales disecados o de artefactos arqueológicos, estableciendo gabinetes de historia natural. El hombre empezó a fijarse en su entorno físico y a relacionarlo con otros entornos. Ya no era la dimensión metafísica lo que explicaba el mundo natural y el movimiento de los astros. Surgió la geología, opuesta a la idea de una creación inmutable de una semana bíblica de duración, y se especializaron las ciencias, separándolas del rubro general de filosofía. El dibujo tomó una importancia desconocida con anterioridad, pues se le consideraba una nueva materia que promovía el desarrollo material, desterraba el ocio y ofrecía un entretenimiento saludable al bello sexo, volviéndose tan estratégico como lo había sido anteriormente, para la salvación de la sociedad, la misma doctrina cristiana.

    El término laico se presta a distintas interpretaciones. Dorothy Tanck de Estrada escribió que en 1787 la escuela Patriótica de Veracruz era la primera institución laica de nivel primario y secundario que preparaba alumnos para entrar a los estudios mayores de Artes, esto es, al primer nivel universitario.¹⁰ Desde luego que se refiere a la dirección de la escuela, patrocinada por la Sociedad Económica de Amigos de Veracruz, no al contenido de los estudios. La educación informal desempeñó un papel a la hora de trazar el camino que llegaría a la laicidad. Estos años vieron la creación de instituciones alejadas del quehacer religioso. Las sociedades económicas de amigos del país y la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, de ideales ilustrados, son dos ejemplos. Nacieron asociaciones literarias y musicales, como la Sociedad Filarmónica, otras para promover la agricultura y andando el siglo la Sociedad Minera, todas ellas dedicadas a contribuir a la educación laica al promover el conocimiento útil. La Iglesia misma hizo su parte, gracias a algunos (pocos) clérigos comprometidos con una educación que no sacralizaba conocimientos obsoletos o superados.

    Acorde con estas ideas, la corona española estableció en Nueva España cuatro instituciones que llamamos ilustradas, empezando con el Colegio de Cirugía, copiado de los de Barcelona y Sevilla: el Colegio de Minería, la Academia de San Carlos y el Jardín Botánico. Son instituciones emanadas de una cultura católica, punto que hay que subrayar, porque no se sustraían del ambiente religioso de su tiempo, pero tampoco son instituciones manejadas por la Iglesia.¹¹ Existían capellanes entre su planta docente, cuando había internado, como en el Colegio de Minería, pero ni por las materias que allí se enseñaban, ni por los reglamentos que normaban sus actividades pueden describirlas como enfocadas hacia cuestiones religiosas. Ofrecieron carreras científicas, pero a la vez, no dejaron de impartir instrucción religiosa a los alumnos.

    Hubo avances, pero no sin la oposición, a veces justificada, del clero. El gran ilustrado, José Antonio Alzate se quejó de la decisión de la corona de excluir a los eclesiásticos del plantel de profesores del recién propuesto Colegio de Minería. Alzate proporcionó una larga lista de clérigos que hicieron importantes contribuciones a las ciencias, en un esfuerzo por mostrar lo mal aconsejado de excluir del plantel docente a los hombres más ilustrados, muchos de los cuales eran clérigos.¹² Evidentemente, se consideraba la presencia de los clérigos como obstáculo al conocimiento más reciente de las ciencias geológicas. Fue el mismo gobierno que en 1772 prohibió la publicación de los Asuntos varios sobre ciencia y artes, redactados por el padre Alzate. En este aspecto, los estudiosos estaban más avanzados en el camino de la secularización que el mismo gobierno de las llamadas reformas borbónicas. No importaba que fueran o no clérigos. Por otro lado, y a pesar del ambiente secularizante, según un estudio de Rosalina Ríos Zúñiga, el Colegio de San Juan de Letrán no tuvo su primer rector seglar sino en 1848.¹³

    El Colegio de Minería dio clases para la formación de técnicos o peritos, como se los nombraba; fue un proyecto ambicioso, con un plan de estudios de varios años para jóvenes becados de entre 12 y 20 años de edad, hijos legítimos de españoles o indios nobles, y de externos, que vivían en sus casas y sólo asistían a clases. Los internos debían cumplir con los ritos de la vida escolar como eran: misa matinal, rosario y examen de conciencia al terminar el día y comunión una vez al mes. El capellán estaba encargado de la disciplina, de recibir los informes hechos por los profesores de la mala conducta de los alumnos, de escoger el tipo y la cantidad del castigo. Un divertido artículo redactado por Eduardo Flores Clair titulado Cero en conducta: los lacayos del Colegio de Minería relata los esfuerzos de las autoridades del Colegio por imponer una férrea disciplina a unos alumnos nada timoratos, producto de la dura vida en los reales mineros (y algunos claramente de procedencia urbana, pero igualmente revoltosos). Nos muestra que la secularización ya había penetrado en la mentalidad de los jóvenes y que algunos estaban a un paso de volverse tan seculares que la religión y los ritos acostumbrados ya no significaban más que una obligación impuesta por la sociedad, pero sin convencimiento propio.¹⁴

    La sociedad temía perder su estructura, basada en una relación de fuerzas entre personas y valores.¹⁵ Se intentaba mantener jaladas las riendas a estos jóvenes mineros inquietos. La educación de los alumnos tuvo como base fuertes principios de disciplina sancionada por una autoridad claramente jerarquizada.¹⁶ Y para lograrlo, se echaba mano, como era la costumbre, de la disciplina eclesiástica. La disciplina fue reforzada con la enseñanza exhaustiva de la religión cristiana; el culto abarcó una serie de ritos obligatorios que se cumplían en el transcurso del día.¹⁷ Pero de nada servía:

    Los estudiantes siempre ponían una serie de pretextos y obstáculos para cumplir con las tareas religiosas. Con frecuencia, los alumnos faltaban a la misa de ocho [de la mañana]; algunos lo hacían por ideas y convicciones propias; los más, simplemente aprovechaban esos momentos para dormir más tiempo; varios fingían enfermarse con el fin de justificar su ausencia. En las ceremonias, algunos padecían aridez espiritual, pues era común que se la pasaran platicando, jugando o se sentaban en el momento del evangelio. Otros, con tal de manifestar su disgusto o simplemente provocar el desorden, no se hincaban, no se descubrían, se levantaban antes de tiempo y a juicio del capellán asistían con indevoción. Rezaban el rosario con vocecitas tan apagadas y tan aprisa que nada se entendía. Al entrar a la capilla, algunos no guardaban el debido respeto al templo y a los mayores; entraban con el mayor descaro "dando gritos, aplaudiendo, danzando, [y] dicha conducta animaba a la insubordinación general, que era difícil de controlar.¹⁸

    Los colegiales de Minería abrieron la puerta a una realidad palpable: ya no se podía manejar la disciplina de una institución científica como si fuera un seminario para la formación del clero, pues pertenecía ya a un mundo seglar. La carrera de minería no tenía ningún contenido católico. Cuando mucho, se intentó educar a los estudiantes en los modales de una sociedad urbana culta. Entre otras instituciones de educación superior, los institutos literarios se dedicaron a producir generaciones de abogados, por lo general pero no siempre de tendencias conservadoras. En las escuelas de arte había de todo, como se ve en el catálogo de la Academia de San Carlos, pues en las exhibiciones públicas anuales se exponían pinturas de temas históricos, patrióticos, familiares, costumbristas, naturalistas, además de religiosos.¹⁹

    La ilustración abrió la puerta a otra influencia intelectual mucho más radical que ésta, el liberalismo. Exaltar al individuo iba en contra del concepto de una sociedad cooperativista, de subsumir a la persona dentro de una colectividad, como una cofradía, un gremio, un pueblo, una familia extendida. En la batalla por las lealtades, el nuevo Estado mexicano quería que la persona, no la colectividad, respondiera a sus obligaciones, que no hubiera intermediarios más que la ley entre el individuo y el Estado. De la mano del liberalismo iba el utilitarismo, que volvería al individuo

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