El Pozo
Por Sergio Formica
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Junto a su novia, Noemí, tienen planificado formar una familia y desarrollar su vida lejos de la gran ciudad.
Rivaldo heredó de su padre un gran secreto, algo que descubrió cuando era un niño y que luego, una vez recibido, pudo desarrollar y explotar.
Pero llevar adelante ese gran hallazgo, hizo que debiera compartir y difundir lo descubierto.
Rivaldo toma todos los recaudos necesarios, para evitar que el gran beneficio no ponga en riesgo la integridad del resto de los seres vivos.
Rivaldo tiene que enfrentar a un enemigo implacable, la corrupción y el poder.
Los valores que le inculcaron sus padres, lo hacen optar por la mejor decisión, aquella que le permita poner la cabeza sobre la almohada y saber que hizo lo correcto.
El lector se enfrentará a una historia atrapante y a un desenlace inesperado.
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El Pozo - Sergio Formica
1
El sol se asoma y, con su luz, da inicio a una jornada bastante calurosa en Pirayú, una ciudad muy tranquila del distrito de Paraguarí, uno de los lugares más coloniales y llamativos del Paraguay, por sus diversos colores edilicios.
Suena la campana de una vieja escuela del pueblo, el colegio 5672 Paz del Chaco, una construcción de arquitectura colonial, con sus paredes de color blanco y el techo de tejas rojas.
El ingreso al edificio se realiza por una puerta de grandes dimensiones, toda labrada en madera y con un color marrón intenso muy llamativo. El resto de las aberturas, por un capricho de la arquitectura, son de color verde oscuro.
Por sus aulas han pasado varias generaciones de pirayuenses, algunos ocupan cargos importantes en la gobernación y en otros lugares de prestigio de la ciudad.
Los alumnos van llegando y se ubican en el patio central para formarse, cantar el himno e izar el pabellón nacional.
—¡Buenos días, señorita Noemí! – van pasando de a uno frente a la maestra y ella gentilmente, con una sonrisa muy expresiva en su rostro, va saludando a cada uno.
—¡Buenos días, chicos! – responde a cada uno de ellos.
Noemí Cardozo es maestra de tercer grado de primaria. Vive, desde siempre, en Pirayú, junto a sus padres Gloria y Facundo. Es una bella mujer paraguaya de 26 años de edad, sencilla, humilde, muy atenta y servicial. De mediana estatura, piel morena y unos impresionantes grandes ojos color miel. Su cabello negro, lacio y largo le dan un marco a su rostro muy cautivador.
—¡Buenos días, clase! – saluda Noemí a sus alumnos.
—¡Buenos días, seño Noemí! – responden todos a coro.
Este es un ritual que se repite todas las mañanas y que permite que las futuras generaciones se formen para su educación.
Así como una campana indica el inicio de la jornada educativa, el mismo toque avisa que es momento de guardar sus útiles para regresar a sus hogares.
Todos, en perfecto orden, abandonan su lugar en la fila y, en la salida del colegio, está el reencuentro con sus familiares y el regreso a sus casas.
Noemí, con su guardapolvo de maestra y una mochila roja en su espalda, camina por la Avenida Mariscal López, a solo ocho cuadras está su domicilio.
En el trayecto suena su teléfono celular.
—¿Hola? – pregunta Noemí.
—Hola, mi amor, ¿cómo estás? – el que habla es Rivaldo Villalba, un asunceno que a los seis años vino con sus padres a Pirayú para quedarse. Son novios desde que iniciaron la escuela secundaria. Sus planes de matrimonio son a corto plazo.
—Hola, ¿cómo estas, Rivaldo?
—Bien –contesta él – tengo algo muy importante que comentarte, ¿a qué hora nos podemos ver?
—Hoy estoy libre después de las seis de la tarde, ¿podes pasar por mí por la Biblioteca Comunal?
—¡Me parece perfecto! – responde Rivaldo.
Rivaldo vive a solo quince cuadras de Noemí, su casa está ubicada al final de la calle Dr. Rodríguez. Este sector es el más antiguo de la ciudad, en contraste con la arquitectura colonial de los frentes de las edificaciones, su domicilio presenta una fachada muy moderna, un estilo con colores en su frente que van desde los grises a los colores pasteles. Unos amplios ventanales con marcos de madera y vidrios repartidos con grandes postigos de color caoba.
En el frente hay un amplio jardín con amapolas color escarlata, anaranjadas y blancas… pareciera que todo el barrio se funde con sus aromas.
Rivaldo vive junto a su madre Beatriz, ella enviudó cuando Rivaldo tenía quince años. También comparten su hogar con su hermano mayor David. Su otro hermano, César, de veinticinco años, ya no vive con ellos porque fue ordenado sacerdote católico y la suerte hizo que esté a cargo de la parroquia del lugar, Nuestra Señora de la Asunción.
—¡Mamáá! – expresa Rivaldo casi como un grito al ingresar a su hogar.
—¿Qué ha pasado hijo?, ¿por qué esos gritos? – exclama Beatriz un poco asustada.
—Algo maravilloso ha pasado, en media hora busco a Noemí y nos vamos a reunir para contarles de mi gran descubrimiento.
—Mamá, ¿puedes, por favor, llamar a David y César y ver si pueden estar como a las siete de la tarde aquí en casa? – pregunta exaltado Rivaldo.
—Sí, hijo, ¿pero qué les digo? – pregunta su mamá, parada al lado de una mesita con un teléfono fijo.
—Diles que tengo una gran sorpresa que contarles y que no es el casamiento con Noemí – expresa Rivaldo y esboza una sonrisa.
David heredó de su padre toda la maquinaria para la explotación minera y también unos terrenos en las sierras de Pirayú. Sus expectativas son iniciar una empresa que se dedique a explotar el cuarzo que hay en la zona.
Hace tres meses inició los trabajos de excavación a cielo abierto y ya está planificando la comercialización del material extraído.
En medio del ruido que los grandes molinos a bolas hacen al triturar la roca suena su celular
—¿Hola? – atiende su teléfono César.
—Hola, hijo, ¿cómo estás? – pregunta su mamá con una voz que desborda de ternura.
—¡Hola, mamá!, estoy bien, ya casi termina la jornada. ¿Qué pasó? Me sorprende tu llamada.
—Es que Rivaldo me pidió que te llamara y te dijera si puedes estar a las siete en casa, tiene algo importante que contarnos y aclaró que no es el casamiento.
—Es duro de roer ese chico – dice César y larga una carcajada –.
—Sí, es así – expresa su madre – ¿y por casa cómo andamos?, ya estoy vieja y quiero disfrutar de mis nietos – lo reprende Beatriz.
—Bueno, bueno, mamá, ya se va a dar. Yo no tengo novia, Rivaldo está más cerca de lograrlo – responde César, siempre con una sonrisa en su voz. –No hay problema, dile a Rivaldo que a las siete estaré allí. Adiós, mamá, nos vemos más tarde.
—Adiós, hijo, ten cuidado – exclamó su madre.
Una vez que cortó su llamada, hizo señas para que los operadores de la retroexcavadora y el molino a bolas apaguen todo. La jornada ha terminado y se dispone regresar a la ciudad.
En medio de esta gran ciudad en la que se ha transformado Pirayú, frente a la plaza central, está la imponente iglesia Nuestra Señora de la Asunción y, como el resto de la arquitectura del lugar, data de comienzos de 1800.
Su cúpula es de color rojo y su campanario blanco pueden ser divisados varios kilómetros antes de llegar frente a ellos.
Su interior es de estilo gregoriano, con una arquitectura anterior al Concilio Vaticano II.
Al final de la nave principal hay una luz prendida, es la sacristía y suena un teléfono de línea fija. Un antiguo aparato de color negro con un sonido de campanilla.
Tras la insistencia del sonido, por fin alguien atiende.
—¿Hola? – expresa el Padre César.
—Hola, hijo, soy mamá – responde Beatriz.
—¡Mamá!, qué alegría escucharte, ¿cómo estás? – contesta César, que ya no imposta su voz de sacerdote y ahora responde como el hijo mimoso que siempre fue.
—¡Está todo bien, hijo! Te molesto porque Rivaldo me pidió que te llamara y te pidiera si podías estar a las siete en casa. Tiene algo importante que contarnos.
—¡Casamiento! – expresó César casi de inmediato.
—No, hijo, no es casamiento, pero es algo importante, ¿podrás?
—Estoy ocupado a esa hora con las confesiones, pero le pediré al padre José que me reemplace e iré, ¡no me puedo perder lo que sea que Rivaldo quiere contar! – expresa César mientras esboza una sonrisa.
—Bueno, hijo, te espero, ¡muchos besos! – responde Beatriz con ese tono maternal muy característico en su dulce y suave voz.
Rivaldo se recibió hace unos meses de Ingeniero en Agronomía. No siguió los pasos de su padre que fue un reconocido Ingeniero de Minas. Su vocación por la agricultura y el sustentamiento global de los alimentos lo llevaron a realizar una brillante carrera en la Facultad de Ciencias Agrarias en Asunción.
Son las 18 horas y, casi con una puntualidad ejemplar, Rivaldo está a la puerta de la Biblioteca Comunal. Viste una camisa a cuadros gris y blanca, un jean ya gastado y zapatillas deportivas blancas. Su metro setenta, su cabello color negro, corto y bien prolijo, demuestran una persona muy tranquila. Con ambas manos en los bolsillos, espera a la sombra de un árbol.
A la puerta de la biblioteca asoma Noemí, el contacto visual es inmediato y ella apura su paso para unirse en un profundo beso y un abrazo.
—¿Cómo estás, mi amor? – pregunta Noemí.
—Estoy más que bien, ahora nos vamos a mi casa, ¡he organizado una reunión familiar para contarles algo grande! – contesta Rivaldo muy exaltado y alegre.
—¿Puedo tener una primicia? – lo mira seductoramente Noemí.
—No, la regla es para todos por igual – contesta Rivaldo mientras esboza una sonrisa, toma su mano y parte en sentido a su casa.
Ambos caminan, él la abraza y se alejan por la Avenida Mariscal López.
2
Al domicilio de la calle Dr. Rodríguez ya están llegando Rivaldo y Noemí. Es la hora establecida para la reunión convocada por Rivaldo.
—¡Hola, mamá! – saluda con un beso a su madre.
—¡Hola, como están! – Beatriz saluda a Noemí con un abrazo y los invita a que pasen al living.
—Mamá, ¿te confirmaron mis hermanos su asistencia? – pregunta intrigado Rivaldo.
—Si, hijo, ya deben estar por llegar, voy a preparar una limonada y he horneado unas galletas de limón – responde su madre, siempre muy