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Violencia misógina: Diseño integral de programas y de sistemas de evaluación
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Libro electrónico375 páginas5 horas

Violencia misógina: Diseño integral de programas y de sistemas de evaluación

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Este libro se define a partir de la presentación de una investigación doctoral realizada sobre la base de la experiencia ObSBA con relación al abordaje integral de las violencias por razones de género, desde una construcción compleja que articula la perspectiva de género, la irreductible posición en defensa de los Derechos Humanos y la consideración del paradigma del Curso de la vida. El diseño propone un sistema de evaluación en violencia
misógina con vistas a la promoción de políticas públicas responsables: el sistema de evaluación diagnóstica, de procesos, y de resultados habilita un campo de intervención enriquecido, capaz de definir parámetros precisos de transformación singular.
Del dictámen con relación a la tesis doctoral: "El tema presentado es relevante, de gran importancia social. Su originalidad reside en la descripción de un dispositivo institucional que promueve un cambio cultural y en las fuertes potencialidades transformadoras que exceden ampliamente una mirada contextual. El planteo de la investigación desde una perspectiva compleja, así como el enfoque holístico que enmarca el modelo ecológico investigativo para el abordaje de la violencia, se vuelve un aspecto de altísima originalidad, algo que se ve potenciado por la evaluación de los dispositivos de atención, que le otorgan solidez y confiabilidad a la labor realizada".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 oct 2022
ISBN9789878971193
Violencia misógina: Diseño integral de programas y de sistemas de evaluación

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    Violencia misógina - Liliana Carrasco

    PRIMERA PARTE

    MARCO TEÓRICO

    El núcleo entre complejidad e integralidad

    El cuerpo teórico general del trabajo incluye diferentes áreas temáticas, necesarias para elucidar los vínculos y los factores influyentes: lo complejo social; el género y la violencia de género; las instituciones y su dinámica; las víctimas de la violencia y sus vidas en riesgo, en el curso de su historia de vida.

    El enhebrado conceptual pretende ofrecer un modo flexible de reconstruir lo elaborado, sumando aportes que permitan enriquecer la visión social del problema de la violencia y elucidar alternativas de abordaje. El sentido del uso del vocablo enhebrar persigue la intencionalidad de describir tanto el alcance y funcionalidad del término (palabra cuya significación verbal es «pasar una hebra de hilo por el ojo de una aguja de coser, o bien, «pasar un hilo, cordel o alambre o una serie de cosas») como su uso y sentido coloquial, vinculado a «encadenar palabras o frases».

    En este trabajo intentamos promover una mirada crítica, reflexiva, transgresora de lo instituido, compleja, atravesada por la perspectiva de género y habilitadora de la multicausalidad y multipluralidad de sentidos y significados; proponemos una redefinición del término —revalorizando el acto de encadenar y enlazar palabras— a través del análisis de un dispositivo específico (los servicios que asisten violencias), representado por la invisibilidad de la problemática de la violencia contra la mujer y por el ojo, en el sentido kaminskyano (1994, p. 10) institucional, como ojo de la aguja.

    Además del significado del vocablo, existe un sentido práctico del uso del término, asociado linealmente a una acción vinculada a lo femenino en un mundo patriarcal: «enhebrar la aguja para coser». Una imagen del lugar de la mujer puede verse en la obra La costurera, de Velázquez (1640 a 1649): coser, tejer y enhebrar, en el mundo patriarcal, forma parte del rol femenino esperado, por lo tanto, asignado culturalmente a la mujer. Para Pelossi (2014, p. 17),¹ el telar representa la atadura de la mujer al rol tradicional femenino, y convierte el binomio mujer-telar en objeto de posesión del hombre. Coincidimos en que la imagen y su representación han sido objeto de luchas en sentido de su deconstrucción; una de las formas de lucha activa se expresa en la producción de conocimientos sobre los cuales resignificar aquello que es necesario poner en tensión.

    Así entonces, la perspectiva holística de la investigación se centra en el modelo ecológico integrativo para el abordaje de la violencia, en enlace indisociado con la perspectiva de género desde la teoría feminista y con el soporte operativo que expresa los aconteceres desde el ontosistema del curso de la vida. Su capacidad de relación surge de la observación y caracterización de la población general (focalizando específicamente en la población de hombres asistidos), resaltando los cambios en la vida cotidiana, analizados a la luz del impacto en el sistema de salud, con reorientación de las demandas de asistencia.

    Desde la perspectiva sociohistórica y cualitativa de Miguélez (2018), el carácter hermenéutico del estudio permite comprender, interpretar y analizar los datos obtenidos en la investigación como parte de un contexto situacional, siendo sensible a la complejidad de la vida humana actual, sin desestimar las necesidades de consolidación de un estudio riguroso y crítico.

    Siguiendo a López Ramírez (1998, p. 100), el pensamiento complejo permite construir una teoría general en busca de la integración de miradas disciplinares que permeabilicen a las personas hacia una actitud más solidaria y compasiva. Coincide con Morín en la importancia de lograr conocimientos cruciales, los puntos estratégicos, los nudos de comunicación, las articulaciones organizacionales entre órbitas disjuntas para tender a un nuevo conocimiento organizado y articulado (López Ramírez, 1998, p. 102). También acuerda en la necesidad de promover, desde el equipo de trabajo, habilidades para el desarrollo de una actitud solidaria, compasiva y sorora.² En su perspectiva, es central el desarrollo de la ética de la compasión y la solidaridad humanas —con anclaje en el contexto sociohistórico como vía de acceso a mayores niveles de autoconocimiento—, que impulse una renovación del pensamiento tendiente a transformar la incertidumbre en posibilidad. Desde allí, se vuelve compatible la visión global sobre la realidad, con su aplicación específica al marco de referencia para violencias de género.

    La lectura crítica de la información surgida del trabajo de investigación procurará desvendar los aspectos institucionales y organizacionales que puedan facilitar la tarea de multiplicar acciones en salud sustentables e inclusivas de la problemática de la violencia, basada en la desigualdad de género.

    El presente trabajo intenta visibilizar la capacidad potencial de las obras sociales para lograr integralidad en el abordaje de la temática, a la luz de la incidencia de los movimientos obreros, coincidiendo en la búsqueda incesante de la supresión de la injusticia social en función de la cual ella se define (Horkheimer, 1990, p. 270).

    En términos de Bronfenbrenner (1987, p. 60), un experimento transformador comprende la modificación y la reestructuración sistemáticas de los sistemas ecológicos existentes, de una manera que desafíe las formas de organización social, los sistemas de creencias y los estilos de vida que prevalecen en una cultura o subcultura en particular. Desde lo social, podemos considerar aspectos constitutivos de su complejidad, como la influencia del sistema patriarcal, sus expresiones a través de las políticas públicas y sus mediaciones de orden institucional.

    Las bases patriarcales y la complejidad social

    En Argentina, el Plan nacional de acción para la prevención, sanción y erradicación de la violencia contra las mujeres (2016, p. 8), en cumplimiento de las disposiciones de la Ley N.° 26485 y a través del organismo responsable del diseño de política públicas en el tema, posicionándose desde la perspectiva feminista, deja en evidencia que el origen de la subordinación de las mujeres es, sin lugar a dudas, el sistema patriarcal, en tanto las ubica en situación de inferioridad en relación con los hombres.

    Dora Barrancos afirma que el patriarcado es en sí mismo un orden violento y reconoce la imposición de la jerarquía masculina en todas las culturas, como fenómeno universal (2015). Resulta interesante revisar la construcción de tal inferioridad desde las mitologías antiguas.

    Bachofen descubre (1861, citado en Linares García, 2008) cómo en ellas se establece un enfrentamiento que busca el antagonismo entre los principios femeninos y los masculinos. Así, lo femenino suele asociarse al lado izquierdo, mientras que lo masculino, al derecho; la mujer está relacionada con la noche y el reino de lo nocturno; el hombre, con el día y el régimen diurno; el astro asociado a ella y a lo femenino es la Luna, mientras que, a él, el Sol. A la primera se la vincula con el elemento tierra, mientras que el agua y el mar pertenecen exclusivamente al imaginario del hombre. Lo femenino se asocia a la muerte y a los difuntos; lo masculino, al mundo de los vivos. Debido a esto, el luto es propio de la mujer, y la alegría, del hombre. Asimismo, la mujer siempre es vinculada a la tierra (en tanto es madre), mientras que el hombre, al cielo: el Padre. El mundo femenino es el mundo del sentimiento, de la religiosidad; el masculino, el de la racionalidad y, en consecuencia, posee el dominio del derecho civil, de la cultura y, por tanto, de la sociedad.

    Así entonces, las bases del condicionamiento social para la determinación binaria de lo que supuestamente compete a hombres y mujeres en razón de su sexo biológico se expresan entrelazando naturaleza y misticismo, cercando las cualidades, que devienen en estereotipos de género, nuevamente dicotómicos y discriminatorios de otros sexos biológicos, otras sexualidades y posiciones disidentes.

    En la misma obra, Bachofen (1861) describe cuatro fases de la historia de la humanidad. En un principio, la humanidad se hallaba en un estadio de la civilización conocido como el hetairismo, en el que los hombres dominaban por la fuerza y las mujeres estaban sexualmente sometidas a su capricho y voluntad. Como reacción frente a esta situación absolutamente arbitraria, las mujeres respondieron o bien violentamente, haciéndose guerreras y creando una civilización amazónica, en la que el hombre ocupaba un lugar secundario, o bien pacíficamente, introduciendo a la vida cotidiana la institución matrimonial, la agricultura, y fundando la ginecocracia, conocida también como sistema de derecho materno, en la que prevalecían los valores de lo femenino, anteriormente expuestos: los lazos de sangre, la maternidad, la afectividad y la religiosidad.

    Este sistema no se caracterizaba por ser lo suficientemente estable. No permitía el desarrollo de las energías de la civilización en su grado más elevado. Consecuentemente, el advenimiento del patriarcado se hizo necesario. Los valores masculinos avalaban el desarrollo del derecho civil, frente al derecho natural matriarcal, la racionalidad y los aspectos considerados «superiores» de la cultura.

    El tránsito del matriarcado al patriarcado tendría su punto de inicio en Grecia, y quedaría definitivamente consolidado en Roma, a partir del establecimiento del derecho y la idea de Estado.

    La definición de patriarcado desde la concepción de Fontenla (2008, p. 260) lo explica como aquel sistema de relaciones sociales sexopolíticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclase e intragénero, instaurado por los hombres, quienes, como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva, se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y productos, tanto a través de medios pacíficos como mediante el uso de la violencia.

    Engels (1884, p. 55) resalta que el tránsito del matrimonio sindiásmico a la monogamia tuvo como finalidad asegurar la fidelidad de la mujer; se funda en el predominio del hombre, con el fin de procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible, en su cualidad de herederos directos. La familia monogámica estrecha los lazos conyugales y reproduce la adhesión al ideal de amor romántico, por el cual no es posible la disolución, especialmente para la mujer.

    Máximo Kovalevski (1890, citado en Engels) define el concepto de comunidad familiar patriarcal aludiendo a la consecuencia de la transición entre la familia de derecho materno (fruto del matrimonio por grupos) a la monogamia moderna, con la cual se desarrolla el derrumbamiento del matriarcado.

    Fontenla (2008), sin embargo, delimita el uso exclusivo familiar del concepto, por cuanto señala el riesgo, en ese caso, de dejar fuera de consideración a otras instituciones sociales que el patriarcado comprende. Siguiendo su planteo, las teorizaciones sobre el patriarcado fueron esenciales para el desarrollo de las distintas corrientes del feminismo en sus versiones radical, marxista y materialista, entre otras.

    Anna Jónasdóttir (1993) plantea que el patriarcado constituye una cuestión de lucha de poder sociosexual específica acerca de las condiciones políticas del amor sexual, mientras que Shulamit Firestone (1976) lo postula como base de la opresión social de las mujeres, en particular, en referencia a su capacidad reproductiva. En este caso, desde su mirada radical feminista, focaliza en la familia como «fuente de represión psicológica, económica y política», afirmando que «la naturaleza de la unidad familiar es tal que penetra en el individuo más profundamente que cualquier otra organización social que tengamos» (p. 293).

    El orden social patriarcal se sustenta en la misoginia: estructura de dominación destinada a desvalorizar, inferiorizar, discriminar y violentar a las mujeres. El desprecio por lo femenino misógino ha dotado de poder y control a los hombres sobre las mujeres, con el fin de reproducir y sostener la estructura patriarcal. Pérez Vázquez (2014, p. 57), en el mismo sentido, considera que «la misoginia se reproduce mediante actos y discursos que median las relaciones sociales de los individuos y que, de manera natural, justifican la hegemonía de lo masculino tanto en el ámbito público como en el privado».

    Según Novo (2003, p. 5), el «paradigma patriarcal ha sido antropocéntrico y consecuentemente, androcéntrico», entendiendo de ese modo que existe una diferenciación jerárquica que ubica a lo masculino como referencia generalizable. Fue Charlotte Gilman quien promovió el debate sociológico acerca del concepto «androcentrismo» a partir de su publicación, en el año 1911. El concepto instala lo masculino en términos genéricos y amplía su uso para todas las personas, indistintamente del sexo y de la adscripción de género.

    Dentro de las corrientes feministas, hacia 1990 surge un enfoque particular, que tiende a cuestionar las bases de comprensión de la estructura patriarcal, en el seno de la visibilización de otras sexualidades no heteronormativas: se ponen en cuestión nociones como género y patriarcado como normatizadoras de lo heterosexual.

    Butler, retomando la idea foucaultiana de la producción política de los sujetos y su representación, cuestiona la naturalidad del concepto sexo por considerar que incluye, en su afirmación, la construcción de la cualidad de género, que es la interpretación cultural del sexo. Así, «el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza» (2007, p. 55). Entiende al género como una complejidad incompleta normativa, desprovista de «fuerza coercitiva» (p. 68); por lo tanto, esa cualidad inestable en el campo de luchas de poderes normativos es una oportunidad política para deconstruir la misma heteronormatividad. Para Butler, «no existe una identidad de género detrás de las expresiones de género; esa identidad se construye performativamente, por las mismas expresiones que, al parecer, son resultado de ésta» (p. 85). Este aspecto —el cuestionamiento a la lógica patriarcal y a los factores de reforzamiento positivo respecto de su uso— será un elemento relevante al momento de desarrollar el análisis del presente trabajo.

    Von Werlhof (2006) define al patriarcado como sistema bélico, cuya función es la destrucción del matriarcado, a través del uso de una estrategia que se amalgama con la lógica de acumulación capitalista y con el orden cristiano. La estrategia que requiere para lograr el derrocamiento del matriarcado y, simultáneamente, su negación es la alquimia, en sentido de anular una regla —visión— fundamental: «Toda vida proviene de la mujer, y no debe ser puesta en peligro» (p. 60). El carácter utópico del patriarcado, entonces, se construye a partir de una noción central: para que este perdure, necesita confluir en un escenario dócil, con seres humanos que anhelen el ideal de lograr una vida completa priorizando la noción de propiedad. La propiedad de las cosas, de la naturaleza para su explotación y de las mujeres; desde allí es que la meta del patriarcado deviene en el logro de su autonomía respecto al matriarcado.

    De esta manera, la autora vincula la vida de las mujeres con la vida de la madre naturaleza y, desde allí, colige que ambas vidas, ante la meta fundamental, deben ser muertas: la creación de la necesidad de hostilidad entre los sexos, la visión binaria (que también requiere el capitalismo) y la existencia de un sistema basado en el origen del padre (del cual la autora desconoce su existencia, la religión) son estrategias que, en conjunto, buscan garantizar el logro de la implantación del patriarcado como sistema único, indiscutible, dominante, hegemónico.

    Es interesante la hipótesis de la autora, por cuanto, desde una perspectiva posestructuralista, no considera al patriarcado como orden social independiente, sino como un proceso que, al invadir a la sociedad matriarcal desde su mismo seno, destruye sus modos de vivir, sentir y pensar, imponiendo puntos de vista propios, naturalizándolos como «los únicos que han existido siempre», generando su existencia y creando la imposibilidad de poner en cuestión los términos de su producción.

    Se adoptará para esta investigación la concepción de patriarcado considerado como un sistema de opresión que establece jerarquías genéricas, en supuesto favor de los hombres y en detrimento de las mujeres, desde una perspectiva feminista posmoderna,³ alojando, para su análisis, las consideraciones respecto a la génesis del sistema, la concepción binaria del sexo y sus condicionantes de género inherentes al lenguaje y, particularmente, respecto a las estrategias de lucha para su deconstrucción y/o vaciamiento simbólico.

    El Estado presente y la implementación de políticas públicas

    Partiendo de que la problemática de la violencia de género está profundamente invisibilizada y de que el recorrido de las mujeres en su construcción de ciudadanía ha sido —y sigue siendo— motivo para la continua lucha por los derechos vulnerados, será necesario considerar la postura del Estado y la del sector salud, a fin de comprender tanto la viabilidad institucional para el afrontamiento de las violencias en dicho sector como la «capacidad de generar acciones para solucionar problemas prioritarios» en su condición de políticas públicas (Tamayo Sáez, 1997, p. 2), entendidas como las acciones u omisiones que expresan lógicas de intervención del Estado (Ozlack y O’Donell, 1981).

    La vinculación de la temática de violencia y ciudadanía, en el marco de las políticas públicas en el área, requiere hacer un reconocimiento de la trayectoria en la construcción social de los derechos para las mujeres: en términos de Britos (2003, p. 39), «una mujer trabajadora inmigrante o indígena es el grado máximo de exclusión ciudadana (Ansaldi, citado en Britos, 2003, p. 193). En 1907 apareció la primera legislación para mujeres y niños que trabajaban y fue, a su vez, la primera legislación obrera (Mercado, 1988). Configuró a la mujer obrera como sujeto de derechos sociales en relación con el trabajo, al tiempo que carecía de derechos sociales y políticos (Pautassi, 1995).

    Belmartino afirma lo siguiente:

    Un análisis en clave pública tiene en cuenta que la gestión se despliega en escenarios de conflicto y resistencia en los que se debe velar por los principios democráticos, al mismo tiempo que se debe impulsar un proyecto de gobierno orientado hacia el logro de lo que, desde nuestra perspectiva, constituye el bien común: la justicia social, la opción por la democracia, el respeto por los Derechos Humanos de primera y segunda generación, la perspectiva de género y el desarrollo incluyente. (2015, p. 22)

    La concepción de opresión tomada desde el feminismo marxista se ubica actualmente en un proceso de consolidación hacia la cuarta ola feminista, que se define por su capacidad de organización para la lucha en defensa de los derechos de las mujeres, ante el ataque capitalista, que busca restringir los derechos logrados. En tal escenario, las políticas públicas se encuentran inclinadas a tomar el reclamo de los movimientos feministas y de organizaciones que tienden al pedido por la igualdad social, enmarcadas en una visión antipatriarcal.

    En Argentina, el movimiento Ni Una Menos promueve el alerta respecto a una feroz ofensiva del sistema, que instala una mayor feminización de la pobreza y precariza prioritariamente la vida de las mujeres en detrimento de sus capacidades de autonomía.

    El 3 de junio de 2015, en respuesta a los femicidios crecientes, se realizó una masiva marcha a la Plaza del Congreso, con ecos replicados en convocatorias a lo largo de todo nuestro país. La acción multitudinaria logró confluir a la población y sus múltiples organizaciones en clara posición de lucha por los derechos de las mujeres, exigiendo al Estado respuestas integrales y acordes a la magnitud de la problemática.

    Varios países acompañaron la protesta, y la expresión de la necesidad global se objetivó en el paro internacional de mujeres realizado el 8 de marzo de 2017; así se consolidó, a nivel mundial, la visibilidad de la lucha de la nueva ola feminista. Su lema, altamente significativo («Que produzcan sin nosotras»), buscó poner en relieve el principal ataque consolidado desde la estructura patriarcal y capitalista: el trabajo doméstico no remunerado y la diferencia de salarios para igual trabajo no doméstico, que establecen un orden social que naturaliza el lugar reproductivo de la mujer. De esta manera, se apropian de los beneficios para la reproducción del sistema sin costos, con lo que se invierte la relación entre causa y efecto.

    Si bien en países comunistas la situación de las mujeres es igual de arrasadora que en los países capitalistas, se entiende que este sistema se nutre de modos de apropiación de los cuerpos y singularidades reforzando la magnitud del sometimiento. En Estados Unidos, las leyes contra las violaciones fueron originalmente formuladas para proteger a los hombres de las clases altas frente a las agresiones que podían sufrir sus hijas y esposas. Según Davis (2004 p. 37), «habitualmente, los tribunales han prestado poca atención a lo que pudiera ocurrirles a las mujeres de clase trabajadora y, por consiguiente, el número de hombres blancos procesados por violencia sexual infligida a estas mujeres es extraordinariamente

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