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Desde la bioética: Comienzo y final del cuerpo humano
Desde la bioética: Comienzo y final del cuerpo humano
Desde la bioética: Comienzo y final del cuerpo humano
Libro electrónico258 páginas3 horas

Desde la bioética: Comienzo y final del cuerpo humano

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El presente texto recorre el abanico de argumentos utilizados en el debate sobre la intervención biomédica en los extremos de la vida, reconociendo que la importancia de estos temas y los valores fundamentales comprometidos, requieren mantener la deliberación participativa, evitando las prohibiciones o permisiones precipitadas, con miras a generar normativas razonables y contributivas a la convivencia social. Nacimiento y muerte han ocupado el imaginario social en todos los tiempos, desplegando reflexiones, creencias y rituales en torno a los extremos de la vida humana. Reciente es el desarrollo de las biotecnociencias y su capacidad de modificar substancialmente los procesos de reproducción humana, y de intervenir en el proceso de muerte de los individuos severamente enfermos y discapacitados. Las intervenciones que posibilitan la reproducción artificial, las diversas legislaciones que prohíben o condicionadamente impiden la fertilización o interrumpen el embarazo, comprometen valores individuales y sociales que debaten sobre la legitimidad ética de estas acciones. Asimismo, hay inacabadas deliberaciones sobre la autonomía de las personas para solicitar ayuda a morir, que recibe apoyo legal en algunas naciones para instaurar, bajo normas estrictas, el suicidio médicamente asistido o la eutanasia médica, amparados por la proclamación de un derecho a morir con dignidad. La posición opuesta indica que la muerte digna es aquella en que se niega todo acto intencional por acelerar el final de la vida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 jul 2022
ISBN9789561127418
Desde la bioética: Comienzo y final del cuerpo humano

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    Desde la bioética - Miguel Kottow

    1. Prolegómenos

    1.1. Palabras preliminares

    Conocida es la frase con que Wittgenstein termina uno de los libros: de lo que no se puede hablar, hay que callar. El presente texto, por el contrario, acoge el clima social actualmente imperante, exigiendo en forma urgente y perentoria hablar de lo que no se puede callar. Desde la política se sostiene que el tabú de mencionar la sexualidad se ha eliminado; ahora existe el rechazo a hablar de la muerte, mientras que otros pensadores tejen sus elucubraciones alrededor de la idea que la vida humana tiene por preocupación principal la muerte. La preocupación tiene escasa cabida en el mundo actual de la ocupación; no hay tiempo para contemplar la vida, no hay ánimo para grandes narrativas ni oportunidad de confiar que tradiciones, filosofía o religión se harán cargo de develar lo que importa más allá de los afanes cotidianos. Los tiempos actuales están marcados por el hiperactivismo, el emprendimiento, el rendimiento, la libertad obligada destacada por Byung-Chul Han. El negocio, decía Humberto Giannini, es la interrupción del ocio; la vida activa opaca la contemplativa, olvida el ensimismamiento solicitado por Ortega. En suma, el individuo humano no tiene espacio ni tiempo para reflexionar sobre su quehacer, no despliega sus propios valores ni piensa en la ética desde que la acelerada marcha del mundo propone e impone cánones de recto hacer, no menos que criterios de verdad científica, leyes del mercado económico y, yendo al tema, las normativas sobre el cuerpo humano.

    Los políticos se disponen a legislar sobre temas que denominan valóricos para referirse a los extremos de la vida humana: concepción, reproducción y muerte; como si hacer leyes en educación, previsión, medicina no se refieren a valores fundamentales. El debate legislativo sobre aborto y eutanasia es destacado como valórico para afirmar que se legislará en conciencia, no en representación de los mandantes, un modo poco elegante de silenciar la democracia representativa y participativa, presentando proyectos de ley imprecisos y escasamente elaborados, sometidos a disputas y negociaciones partidarias. Este turbulento proceso termina por escamotear al ciudadano el espacio de libertad donde ha de tomar las decisiones más personales de su vida: la concepción de un nuevo ser, las complejidades modernas del morir. Al iniciarse el trámite parlamentario del proyecto de ley Despenalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo en Tres Causales, el presidente de la Comisión de Salud de la Cámara es citado diciendo Como este es un tema valórico personal, es natural que las opiniones sean divididas en los diversos bloques políticos. Si efectivamente el tema es sensible a diversidad de valores personales de legisladores, obviamente también lo es para la ciudadanía, y la ley terminará por acoger los valores personales de una mayoría de legisladores, para imponer conductas en el espacio personal de los individuos, cualesquiera sean sus valores propios. Como el tema de base es biológico –embarazo sí/no–, se da el caso de una ley biopolítica que incluye y excluye por criterios de democracia dañada, porque los legisladores no actúan como representantes de sus mandantes, sino como fieles a sus propios valores personales. Mientras más restrictiva es una biopolítica, menos incluyente será, terminando por ser insuficiente para resolver el problema que se proponía abordar, sin contribuir a la paz social y a resolver las persistentes inquietudes de la salud pública.

    Ha casi un siglo que el sociólogo alemán Max Weber señaló que en sociedades complejas la ética no podía nacer de la conciencia individual, debiendo ser reemplazada por la ética de responsabilidad, por cuanto los actos humanos decididos en libertad deben responder ante los afectados por estas decisiones. Distinguía, así, la ética de conciencia (de convicciones) y la ética de responsabilidad.

    La política, no siendo una maquinaria, es realizada por seres humanos que deben responder doblemente por sus acciones: en tanto toman decisiones que afectan a la ciudadanía, y en tanto son responsables ante sus electores.

    Esta mínima gavilla de normas básicas de convivencia queda amenazada por precipitados y sorprendentemente toscos proyectos de ley sobre aborto y sobre eutanasia, que son anunciados con la arrogante propuesta de que el parlamento procederá a limar, lustrar y pintar el proyecto hasta ofrecer una ley que ha de satisfacer a la ciudadanía. Cosa ímproba, por cuanto en asuntos sensibles la normativa prohibitiva y carente de tolerancia crea irritación social por menoscabar la voluntad autónoma, así como las permisiones desacotadas desordenan respetadas tradiciones culturales.

    Estas consideraciones generales cobran actualidad a raíz de iniciarse en nuestro país el debate parlamentario de una ley que despenaliza el aborto en determinadas circunstancias, debate que ha sido postergado para el año 2016. El tema eutanasia ganó presencia a raíz de una carta dirigida al Colegio Médico de Chile por el médico Manuel Almeyda, solicitando que la institución iniciara la deliberación de hombres justos sobre el tema. Hecho público, el breve escrito provocó un impacto mediático con numerosas discusiones y algunos intentos de debate, que dejaron a la vista la necesidad de un acucioso y urgente proceso de esclarecimiento para desplegar la pronta elaboración de una agenda normativa al respecto. La iniciativa legal fue rechazada en la Comisión de Salud del Senado chileno (2015).

    La pregunta básica es acaso los extremos de la vida –reproducción y muerteson asunto privado o público, y si la fundamentación teórica y las sugerencias prácticas para una normativa han de provenir de convicciones religiosas o de visiones existenciales seculares, o en respeto de ambas. La distinción es tan radical que es imposible pensar en resolverla, ni es deseable aspirar a un consenso, pero sí a una convivencia tolerante y mutuamente respetuosa.

    La ética transita por la historia en unión con la religión, fundadas en lo trascendente, lo extramundano que no se puede conocer, en lo que solo es dado creer para sostener una ética de convicciones presentada en la Biblia de Jerusalén bajo el acápite Intransigencia de Jesús, en Lucas 11, 23: El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. La ética basada en convicciones alberga a sus acólitos y no valida a adherentes de otras creencias, quedando aprisionada en sistemas de inclusión/exclusión, que a la reflexión bioética le son incómodos y alienantes. El otro filtro que colorea los discursos de la ética es la confianza en el conocimiento científico de la realidad, el saber que pretende explicar el qué y cómo de la conducta humana libremente emprendida. La ciencia lleva en sí sus limitaciones, sabe que no podrá conocerlo todo y seguirá bregando, aunque con visos de perder, por ser inmune a la reflexión ética pretendiendo, por el contrario, explicar científicamente el origen material de la ética. Desde la neurociencia y la genética, se pronostica que serán las neuronas, no el libre albedrío, las que explicarán –¿y controlarán?– nuestra conducta.

    Creencia religiosa y confianza en la ciencia se encontrarían en la Ley Natural, menos reconocida por la filosofía que por expresiones del sentido común que confía en saberes que son inherentes al ser humano creado. La Ley Natural, escribe Jacques Maritain (2001), basado en Tomás de Aquino, es "un concepto de una ley que es natural no solo en su expresión del funcionamiento normal de la naturaleza humana, mas también en tanto es naturalmente conocida, es decir, conocida por inclinación o por connaturalidad y no mediante conocimiento conceptual y por modo de razonamiento" (p. 20).

    Esta explicación racional del saber no racional se fundamenta en convicciones que satisfacen a unos, dejan perplejos y contrariados a otros. Ni las convicciones ni el conocimiento científico, como tampoco el naturalismo, otorgan un fundamento universal a lo ético que subyace a todo quehacer humano.

    Las necesidades de orientación moral están en alza porque las sociedades actuales, coaptadas en vertiginosos procesos globalizantes, requieren un diseño mínimo de valores para no desentonar con los ciudadanos consumidores. Nacen las éticas aplicadas, entre ellas la bioética, que es una reflexión moral sobre los valores comprometidos en actos humanos que intervienen en procesos vitales y naturales. Los procesos más trascendentes de lo humano son nacimiento y muerte, dando motivo a que la intervención humana en procesos concernientes a los extremos de la vida corpórea sea campo de estudio y esclarecimiento insoslayables. Todos tenemos en común un cuerpo que nació y la certeza que moriremos, ¿cómo no, entonces, pensar, debatir o, al menos, conversar de la vida del cuerpo, sus comienzos y su inexorable finitud, enfatizando que no se trata de filosofar sobre la vida humana, sino pensar en el cuerpo singular de cada uno? (Kottow, 2015).

    Quien busque en este texto argumentos de una militancia pro o en contra del aborto y de la eutanasia, será defraudado, no encontrará alimento para posiciones férreas. Debates que son precedidos por juicios previamente establecidos, son más bien discusiones o disputas que buscan convencer antes que concordar. Es efectivo que todo argumento o deliberación se funda en creencias ya ancladas, no siendo posible posicionarse en el limbo utópico de seres racionales situados fuera de contexto e ignorantes de su propia trayectoria biográfica. Las éticas racionales, que sugieren una comunidad ideal de debatientes o proponen situarse detrás de un velo que pretende ignorar la realidad desde la cual se habla, son, mas que utópicas, irrespetuosas con la realidad corporal en que la razón ancla. La filosofía y la sociología del cuerpo señalan que todo discurso arraiga en el cuerpo y en sus atributos de edad, sexualidad, trayectoria biográfica y posición social. Siendo seres sexuados, todos los seres humanos se adscriben a un género, lo deplorable y condenable es que ello lleve a discriminaciones morales y de trato.

    Del mismo modo, quien debate lo hace desde una condición etaria determinada, su trayectoria de vida es breve o dilatada, su perspectiva frente al asunto a deliberar difiere a los 20 que a los 60 años de edad; si no fuese así sería signo de una rigidez impropia para el intercambio de ideas. Nuevamente, es esta una constatación de hecho, que de ninguna manera permite presuponer que los jóvenes no tienen experiencia o, al revés, tienen un frescor de mirada que inspira la imaginación. Es ilegítimo decir que una persona de edad avanzada es tozuda o, a la inversa, posee la voz de la experiencia. La deliberación tiene que ser racional, por cuanto ese es el terreno común que todos habitamos y donde han de nacer los acuerdos y las convivencias. Esa razón solo existe en el cuerpo y desde allí tiene diversos modos de manifestarse, siempre a través del cuerpo. Los individuos se distinguen por su singularidad, sin que ello legitime desigualdad de trato, de respeto, de atención y escucha, de plena participación en la comunidad de seres morales corpóreos.

    Presentarse al debate con pre-juicios indiscutibles niega lo que Humberto Maturana denomina la legitimidad del otro en cuanto otro, puesto que un prejuicio siempre tiene pretensiones de verdad y califica al otro de relativo o errado. Los prejuicios son inamovibles, quien los presenta no va al debate sino a la discusión, a la disputa. La diferencia es contundente, pues el debate es un intercambio de ideas con miras de esclarecimiento, mientras que la discusión consiste en blandir argumentos con la intención de convencer y desacreditar al contrario. En el ámbito académico predomina, o debiera de hacerlo, la contrastación de ideas con ánimo de concordia y acuerdo. La disputa es, en cambio, parte del arsenal político dispuesto a triunfar y negociar, montándose en ideologías supuestamente portadoras de la verdad.

    Premisa ineludible de cualquier acercamiento a la complejidad de reflexionar sobre los extremos de la vida humana, es confiar en la buena fe de quienes proponen un procedimiento que reduce sufrimiento humano o, por el contrario, se oponen a toda interferencia porque estiman que ello está más allá de las potestades éticas permisibles al ser humano. La ética comunicativa insiste que la deliberación ha de ser comprensible –al alcance de todos–, honesta –coincidencia entre lo que se piensa y lo que se dice–, veraz –concordante con lo que es generalmente aceptado como verdad– y atingente –mediada por un discurso que sugiere y persuade, pero se niega a la coerción e imposición–. En tanto no se cumplen estas premisas, las disputas son estériles, irritantes e inconducentes a normativas éticamente sólidas y aceptables para la ciudadanía.

    Este texto es una invitación a la deliberación sobre temas que no toleran más el silencio, la indiferencia, la deshonestidad de sostener algo que no resistirá en el momento cuando la experiencia solicite decisión, no argumentación. No obstante, sostener una perspectiva neutral es en sí contradictorio, pues, lo decía Ortega y Gasset: Donde está mi pupila no hay ninguna otra. El filósofo contemporáneo, Thomas Nagel (1986), escribe un libro sobre un solo problema: cómo combinar una determinada perspectiva personal al interior del mundo, con una visión objetiva de ese mismo mundo. También en temas bioéticos, el intento de ser estrictamente objetivo puede derivar en escepticismo o nihilismo.

    La reflexión bioética ha sido acusada, no sin razón, de deliberar al extremo de quedar en la indecisión, en la indeterminación, sin respuestas siquiera tentativas, hasta confirmar el aforismo Acaricia un círculo y se volverá vicioso. El tantas veces escuchado Otra cosa es con guitarra podrá invocarse en la vida privada, pero es impropio en lo público donde, si hay discrepancia entre lo expresado y lo vivido, es preciso llevar la guitarra al espacio social.

    Toda persona con discernimiento se pregunta a lo largo de su existencia sobre la razón de estar en el mundo, su destino final y, directa o indirectamente, sobre la gestación de nuevos seres humanos. La tecnociencia despliega instrumentos para fomentar o inhibir la fertilización, interrumpir o sustentar la reproducción, de manera que tener hijos ya no es un proceso puramente natural, más bien pende de una serie de decisiones cuya legitimidad es asunto central en la vida de las personas, enmarcadas en disposiciones públicas. En el transcurso de su vida, todo ser humano se pregunta cómo morirá, acaso tendrá la bella muerte del infarto final o las penurias de los aquejados de enfermedades progresivas, incurables, atravesado por dolores, impotencia, angustia, premoniciones sombrías de un bregar que no gana batallas, menos aún la guerra. Querer morir y pedir morir son los ejes éticos en torno a los cuales es permisible y necesario desarrollar un ideario que aspire a esclarecer aspectos que hoy, más que en toda la historia de Occidente, producen intranquilidad social y claman por normativas que sean rigurosas a tiempo que tolerantes, racionalmente fundadas y respetuosas de diversas doctrinas.

    Todo lo que se haya dicho sobre los extremos de la vida humana merece ser atentamente escuchado. No es difícil identificar la preferencia por argumentos que sean más tolerantes que excluyentes, detectar mayor simpatía por valores y creencias que son más ampliamente compartidas que las doctrinas cuya validez e influencia no van más allá de sus propios límites. Queda explícita una desazón por normas restrictivas y la preferencia por una visión de permisión con límites precisos, tendiendo a acoger más que segregar, insistiendo cómo la bioética de los extremos de la vida ha de velar porque tanto restricciones como permisividades claramente acotadas requieren mantener y reforzarse mediante argumentos razonables, dispuestos a la corrección y al acuerdo.

    Al incursionar en deliberación y diálogos serios con quienes discordamos, tendremos mayores probabilidades de evitar los extremismos que se presentan cuando el proceso deliberativo se limita a grupos homogéneos... Legislar en forma responsable requiere los insumos de diversos cuerpos deliberantes, incluyendo el público general, los legisladores, expertos políticos, asociaciones científicas y otros, cada uno ejerciendo un rol importante en asistirnos para, al ir afinando valores en competencia, encontrar un compromiso razonablemente negociado (Farrell, 2007, pp. 219, 222).

    La democracia deliberativa requiere un abanico amplio de actores, desde académicos que conocen todo el contenido de este texto, hasta el lector ilustrado pero lego, que no ha de ser atiborrado de bibliografías y notas al pie, sino acompañado en su búsqueda de claridad conceptual oxigenada y ajena a la clausura apodíctica.

    Lo propuesto no solo carece de originalidad, de hecho expresamente la rehúye. Los temas sensibles y de preocupación pública son maltratados cuando el ingenio pretende ser novedoso y discurre ideas aberrantes: afirmar que la dignidad es un concepto inútil, que el derecho a no nacer puede alimentar juicios de compensación, que los argumentos que sustenten el aborto procurado debieran valer para el aborto neonatal, son todas cabriolas impropias de una disciplina cuyo norte es ser razonable. La originalidad en bioética solo sería aceptable si ayudase a esclarecer, no a embrollar los asuntos de su incumbencia.

    Pero el libro no es mera recopilación; su matiz propio reside en relevar ciertos argumentos que están demasiado dispersos: que las posturas del comienzo de la vida se basan en creencias que fundamentan argumentos y, por ende, deben convivir y no desgastarse en mutua destrucción; que la muerte interferida ha de pensarse distinguiendo mismidad de alteridad; que las proscripciones absolutas crean más problemas de los que pretenden resolver; que las permisiones tampoco son absolutas o así llamadas libres, sino que han de encuadrarse en marcos legales claramente diseñados y estrictamente cumplidos.

    Por su pretensión de no ser un texto secamente académico que acoge, critica pero no silencia ideario alguno, es que incorpora una bibliografía reducida que no puede ser más que una selección de la ingente masa de publicaciones pertinentes.

    1.2. El Juramento Hipocrático y los fines de la medicina

    La invocación de un juramento se trivializa en el lenguaje en expresiones como Te lo juro, Juro por Dios, Júrame amor eterno que, en sentido riguroso, podrían ser vistas como blasfemias al tomar el nombre de Dios en vano. La

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