Asesinato del Sr. Dr. D. Florencio Varela
Por José Mármol
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José Mármol
José Mármol (1818-1871) was an Argentine poet, novelist, and journalist. Born and raised in Buenos Aires, he left law school for a career in politics. In 1839, he was arrested by the regime of Juan Manuel de Rosas and was forced to flee within two years for his political opposition. In Montevideo, he befriended a vibrant community of fellow exiles including Esteban Echeverría and Juan Bautista Alberdi. Several years later, Mármol fled to Rio de Janeiro following the siege of Montevideo by Manuel Oribe, an ally of Rosas. He returned in 1845 and remained in Uruguay for seven years. In the Uruguayan capital, he founded three journals and gained a reputation as a prominent political poet. His twelve-canto autobiographical poem El Peregrino (1847) and a collection of his lyric poems placed Mármol at the forefront of the Latin American Romantic school. He is perhaps remembered most for his Costumbrist novel Amalia (1851), which was recognized as Argentina’s national novel following the defeat of Rosas in 1852. Mármol returned after thirteen years in exile to serve as a senator, national deputy, and diplomat to Brazil. From 1858 until his retirement due to blindness, Rosas served as the director of the Biblioteca Nacional de la República Argentina, a position later held by his fellow countryman Jorge Luis Borges.
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Asesinato del Sr. Dr. D. Florencio Varela - José Mármol
Asesinato del Sr. Dr. D. Florencio Varela
Copyright © 1849, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726681901
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
I
El año 48 ha sido testigo de muchos desengaños y de muchas desgracias en el Plata.
Entre estas últimas, el acontecimiento del 20 de marzo resalta sobre todas, sea por su importancia política, o por la fealdad del crimen que contiene. Y vamos a ocuparnos de ese episodio tan fúnebre de nuestra historia contemporánea.
Debemos esta tarea penosa, más que a nuestros deseos, al país en que nacimos, pues tendría derecho de preguntar algún día a los compatriotas, a los amigos del señor Varela: qué hicieron cuando en un país extranjero, el puñal de un asesino partió aquel pecho que ardía por la gloria y la libertad de su patria, y dobló helada aquella cabeza que no habían abatido diez y ocho años de infortunios y que ofrecía desde el destierro, una de las promesas más bellas de la regeneración argentina. ¡Qué hacer, extranjeros y proscriptos como él! Lo vimos desaparecer a nuestros ojos en una ola de su sangre; lloramos sobre su cadáver; comprendimos que el delito que nos lo arrebataba quedaría impune; y no teniendo una patria a quien confiar su venganza, la esperamos sólo de la justicia divina.
Ni la política, ni la justicia, ni la moral pública, han recibido reparación de ese ultraje sangriento. La tierra que cubrió el cadáver de la ilustre víctima, parece que cubrió también el proceso de sus asesinos, y la venganza de una causa, a quien acababan de arrebatar el primero de sus campeones
Lo único que sus amigos pueden hacer, es legar a la posteridad su juicio sobre ese acontecimiento, y con la sangre de la víctima, salpicar la frente del asesino.
El señor don Florencio Varela fue asesinado el 20 de marzo. Fue evidentemente un asesinato político, como se va a ver. Dejemos al ejecutor que se escapa de Montevideo, y entremos a resolver esta cuestión: ¿quién lo mandó asesinar? Por medio del razonamiento buscaremos primero el más interesado y más caracterizado para ese crimen, y en seguida presentaremos pruebas de otro valor más incontestable que tenemos en nuestro poder.
Las palabras del señor Varela habían llegado a un grado tal de aceptación y respeto en todos aquéllos que seguían de cerca las reflexiones y las noticias del Comercio del Plata, que bajo el poder mismo de Rosas, era un nuevo poder contrario que iba creciendo y aumentando en solidez cada día.
Esto era natural. Bajo la dirección del señor Varela, la prensa de la revolución, había realizado por la primera vez, ese sistema de verdad, de reposo, de decencia y de buena fe que tanto convenía a los intereses tan graves que se discutían en ella, y que el extravío de la pasión política, o el calor febril de inteligencias jóvenes, que antes que él habían dirigido la prensa, hubieron, sino desconocido su necesidad, olvidádola a lo menos, arrebatados por el vuelo de la juventud o de las pasiones.
El señor Varela, tomando la pluma de periodista a los treinta y nueve años de su vida, no dijo como Camilo Desmoulins: Es necesario dejar el lápiz lento de la historia, con que yo la trazaba al lado del fuego, para tomar la pluma rápida y palpitante del periodista, y seguir a toda brida, el torrente revolucionario
. Pero sí dijo: quiero escribir la historia contemporánea en las páginas de un periódico, y con la verdad, los hechos y la filosofía imparcial de ellos, demostrar a estos pueblos su estado y las causas de sus males, para que ellos lo mejoren extinguiéndolas.
Y con el reposo y la energía de esa edad media de la vida, en que la experiencia y la instrucción hacen alianza con el vigor del espíritu, trazaba día por día, el cuadro histórico de todas las cuestiones sociales, políticas y económicas de estos países, en que naturalmente resaltaban sin esfuerzo, todos los vicios de la dictadura, y la ausencia de todos los bienes de un pueblo, perdidos con su libertad bajo el imperio de aquella. Lleno de espíritu, de instrucción, y de elegancia en su estilo, las cuestiones más áridas se hacían interesantes en su pluma, para unos pueblos no acostumbrados al influjo de la inteligencia, y que no habían sentido siempre por la prensa, sino una fundada desconfianza de su buena fe, heridos por el punzante encono personal de sus palabras. Todo esto unido al interés presente de las cuestiones de que se ocupaba, daba al Comercio del Plata, esa importancia política que debía inspirar fundados celos a la dictadura.
La especie de tolerancia que en su sistema de terror había introducido Rosas desde algún tiempo, como una necesidad transitoria de su gobierno, y que debía terminar más tarde, por un golpe nuevo más alarmante y más bárbaro que los degüellos de los años 40 y 42, servía a una cierta franquicia en la introducción del periódico anhelado en Buenos Aires; y en su circulación cundían luego las ideas de una oposición bien sostenida y mejor fundada. El Comercio