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La última canción de tu guitarra y otros cuentos
La última canción de tu guitarra y otros cuentos
La última canción de tu guitarra y otros cuentos
Libro electrónico112 páginas1 hora

La última canción de tu guitarra y otros cuentos

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Información de este libro electrónico

En estos cuentos, Sebastián imprime un tono marcadamente generacional a los grandes temas de la literatura: la violencia, el deseo, la nostalgia, la muerte, lo prohibido. Su escritura limpia y precisa, con un aire inocente, se vuelve, en algunas de las historias de este libro, repentinamente tétrica. Todo esto se concentra en La última canción de tu guitarra, una narración redonda que funciona como una obra de teatro. Dejará a más de un lector sin muchas ganas de escuchar cierta canción de los Rolling Stones.
Alberto Ortiz, elDiario.es (España)

Desde el inicio hasta el final sentirán un interés desmedido por saber más acerca de cada historia. Con un estilo directo y sin tapujos, que fluye con una cadencia perfecta, La última canción de tu guitarra y otros cuentos interpela a los lectores por medio de tópicos de la vida cotidiana como la amistad y la adolescencia, la familia o el amor. Este libro les producirá tanta emoción como curiosidad, en un viaje lleno de intriga y sorpresa.
Florencia Gagliardi, Narratinta (Argentina)
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 may 2022
ISBN9789878725604
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    La última canción de tu guitarra y otros cuentos - Sebastián Meresman

    Prólogo

    Por Yesica Brumec

    Mi tarea aquí de adelantar los grandes temas que están por venir es sencillamente inútil. Meresman sabe de música y puedo asegurar que su promesa de canciones y guitarras no es en absoluto inocente.

    Como los discos, este libro tiene sus propios ritmos, armonías y tempos. Por eso es inútil anticipar, porque marca su propio compás. Los hilos entre las historias se trazan y descubren entre sí a medida que emergen: familia que irrita y reconforta, juventud plena e incómoda, amores pasados por los que el cuerpo sonríe y rabia desordenado, vínculos posibles y ácidos y sexualidad. La sexualidad está ahí presente, a veces sutil, otras, explícita. Tranquila, al borde y con decoro. Como si no se hubiera enterado de que alguna vez fue tabú.

    En este libro hay cuentos que podrían ser obras de teatro, cortometrajes o sitcoms. Pero, por sobre todo, hay personajes que buscan en pos de su deseo. ¿Dónde está su deseo? ¿Es esa historia que se escapó y hay que retomar para volver a lo ya sentido o es lo que ella sembró en uno mismo pero afuera ya no existe más? No saben, lo buscan. No encuentran y siguen. Son páginas sobre los que desean, serenos, o afiebrados en la mente y en las vísceras.

    Meresman cuenta historias como quien comparte las canciones que sacó desde el fondo de su guitarra y se leen resquicios de un año en cuarentena. Palabras vagabundas y feroces. Esas nacidas de cuando todos dijimos que escribir fue sobrellevar pero, en realidad, queríamos decir sobrevivir.

    La última canción de tu guitarra

    1

    Un mes antes de morir, Mar entraba por primera vez al departamento de Claudio. El living era pequeño, con paredes color crema y sin ventanas. Solo había dos sillas enfrentadas al costado de un escritorio sobre el que había una notebook, un paquete de pañuelos descartables, un cuaderno y un reloj.

    —Ponete cómoda —le dijo Claudio, mientras señalaba la silla que tenía el tapizado del respaldo más gastado.

    Mar se sacó la campera de cuero y aprovechó esos segundos para observar el lugar. Había dos cuadros, uno de una frutera con manzanas, peras, bananas y uvas, y otro de un árbol, en blanco y negro. Vio unas líneas de humedad que se asomaban por detrás de los marcos y supuso que Claudio los había colgado para esconderlas. Había una sola planta, un potus con hojas amarillentas que agonizaba en un rincón.

    Mar se sentó con los pies juntos y las rodillas pegadas una a la otra. Apoyó la cartera sobre el regazo y notó que Claudio le prestaba atención a su postura. Se sintió juzgada.

    —¿Es la primera vez que hacés terapia? —le preguntó.

    —¿Se me nota?

    Él le sonrió y, por la forma en que lo hizo, Mar se imaginó que tendría un hijo o una hija de la misma edad que ella.

    —¿Querés contarme qué te trajo acá?

    —¿Así, de una?

    Claudio no respondió. Abrió el cuaderno, agarró la lapicera y apoyó la punta en el primer renglón con los ojos clavados en Mar, que notó que el capuchón tenía la punta mordida.

    —¿Qué tengo que decirte? —insistió ella.

    —Lo que quieras.

    —No sé. Preguntame algo, por favor.

    —¿Mar es tu nombre, un diminutivo o un apodo?

    —Me llamo María Noel.

    —¿Cuántos años tenés?

    —Veintitrés.

    —Y, contame, ¿por qué decidiste empezar terapia?

    —¿Ya arrancamos? ¿No me vas a preguntar nada más sobre mí?

    —¿Qué te gustaría que te preguntara?

    —¿No necesitás saber si tengo hermanos, hermanas, mamá, papá, si me crio un perro, si soy drogadicta?

    —¿Lo sos?

    La pregunta la tomó por sorpresa, a pesar de que ella la había sugerido.

    —No, nada que ver.

    Claudio se vio tentado de tomar nota, pero intuyó que era mejor no asustarla. Odiaba las primeras sesiones, siempre eran complicadas. La mayoría de los pacientes llegaba con una coraza y daba vueltas para evitar hablar de sus problemas. Mar no era la excepción. Claudio no disfrutaba las sesiones. Había pasado los últimos quince años dando clases en una universidad privada, pero se vio forzado a volver a tomar pacientes tras la muerte de su esposa. Mar era la primera persona que atendía.

    —Te propongo un juego, vos me hacés preguntas a mí y yo te hago otras a vos y de a poco nos vamos conociendo. ¿Te parece? —sugirió ella.

    —¿Hay algo en especial que te gustaría saber de mí?

    Mar dudó, pero decidió aprovechar la oportunidad.

    —Sí, pero juguemos. Así es más descontracturado esto, menos solemne. ¿Tenés hijos?

    —Sí, dos. ¿Y vos?

    —No, yo no. ¿Cuántos años tienen?

    —César tiene dieciséis y Verónica diecinueve. ¿Y cómo está compuesta tu familia?

    —Mi papá se llama Diego y mi mamá Violeta. No tengo hermanos. ¿Estás casado?

    —Lo estuve, ahora no. ¿Vivís con tus padres?

    —No. Bueno, justo ahora sí, pero es temporal. ¿Y vos por qué ya no estás casado? ¿Te separaste o sos viudo?

    —Mar, si hay algo que vos realmente sentís que necesitás saber sobre mí, preguntámelo. Pero lo aconsejable es mantener un vínculo analítico centrado en vos, que nuestro tiempo no sea una charla convencional —dijo Claudio, que después de una breve pausa añadió—: Me dijiste que había algo específico que necesitabas saber sobre mí. No creo que sea mi estado civil. ¿O sí?

    —No.

    —¿Qué te gustaría saber?

    —¿Vos creés en lo sobrenatural? En los milagros, los espíritus, esas cosas...

    —Te puedo asegurar que a vos te voy a creer lo que me cuentes.

    —¿Creerías cualquier cosa que yo te contara?

    —Creería en lo que vos me digas que te está pasando.

    Mar se paró y empezó a caminar por el consultorio. Esquivaba la mirada de Claudio.

    —Mar, ¿estás bien?

    —No. No sé qué hacer.

    —¿Con qué?

    —Con Rupert.

    Claudio anotó el nombre en el cuaderno, Mar lo miró de reojo.

    —Anotá que es mi pareja también. Nos tomamos un tiempo, pero voy a volver. O puede ser que no. No pongas nada, mejor, poné Rupert, nada más.

    —¿Rupert era tu pareja y discutieron?

    Mar acercó su silla a la de Claudio. Se sentó, enojada.

    —¿Vos te pensás que yo soy una nenita de mamá que vino a terapia porque se peleó con el noviecito?

    —Yo no dije eso, decime vos por qué estás acá.

    —Estoy acá porque quiero dejar de sufrir.

    El ataque de llanto la sorprendió. Llevaba semanas conteniendo la angustia. Claudio la dejó llorar. Se ausentó unos pocos segundos y volvió con un vaso de agua. Mar le agradeció con una sonrisa que se perdió entre el pelo que le caía sobre la cara. Cuando se recompuso, tomó la mitad del vaso de agua de un solo trago.

    —Gracias.

    —De nada. Se ve que tenías muchas cosas contenidas.

    —Perdón, yo no soy así.

    —¿Así cómo?

    —Débil.

    —Se requiere mucho valor para admitir que algo nos duele.

    —Pero ahora me siento peor.

    —¿No estás un poco mejor después de haberte permitido llorar?

    —Llorar puedo llorar en mi casa, acá vengo para saber qué hacer.

    —¿Con qué?

    —Rupert me propuso casamiento.

    —¿Querés casarte?

    —No lo sé. En realidad, creo que sí, porque lo amo, pero hay algo cómo decirlo, algo raro que pasa con él. Bueno, no sé si le pasa o no, no sé bien qué creer, pero siento que se me acaba el tiempo para decidir. Le pedí un tiempo para pensarlo y me vine para Argentina, llegué este lunes.

    —¿Dónde vivías?

    —En

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