Fascinable
Por Yurre Ugarte
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Fascinable - Yurre Ugarte
FASCINABLE
Bitartean ibillico dira becatutic becatura amilduaz;
oraiñ pensamentu batean, gueroseago itz loyak gozotoro aditzean:
oraiñ escuca, edo queñada batean, guero musu edo laztanetan:
oraiñ ipui ciquiñac contatzen, guero dantzan,
edo dantza ondoan alberdanian.
J.B. Agirre
La versión original en euskera de este libro fue editada en 2020 con el título
Lilurabera por ALBERDANIA.
Este libro ha recibido una ayuda a la edición del Departamento de Cultura
y Política Lingüística del Gobierno Vasco.
1ª edición: abril de 2021.
© 2021, Yurre Ugarte
© De la presente edición: 2021, ALBERDANIA, SL
Istillaga, 2, bajo C - 20304 Irun
Tel.: + 34 943 63 28 14
alberdania@alberdania.net
www.alberdania.net
Portada: Igor Baiona.
Impreso en Ulzama (Huarte, Nafarroa)
ISBN digital: 978-84-9868-652-4
ISBN papel: 978-84-9868-651-7
Depósito legal: D. 400/2021
V
FASCINABLE
YURRE UGARTE
ALBERDANIA
narraciones
El tedio es precisamente el reverso de la fascinación: ambos dependen de estar fuera y no dentro de una situación, y uno conduce a la otra. Como apuntó Arbus, se alcanza la fascinación a través del tedio
Susan Sontag
Bien, bien, hay un sentimiento oh tan real en cada ser humano
En el tiempo (sobre el tiempo), um um ha ha
Hay un magnetismo cuando no sabes lo que estás haciendo
Hay un ritmo cuando no sabes lo que estás haciendo
A tiempo (sobre el tiempo)
Sly & The Family Stone
LIGEREZA
Parecen dos rayas,
pero son dos ojos. Cuántas fotos habré hecho a los ojos de Ninbe. Cuando nos conocimos éramos estudiantes de Bachillerato, y pasábamos horas en las escaleras de la parte trasera del polideportivo, donde yo me empeñaba en fotografiar sus ojos en primerísimo primer plano. Utilizaba la antigua cámara de mi madre, una Pentax analógica, y rogaba como una pedigüeña: ábrelos completamente, abre los ojos del todo, como diciendo ¿no puedes ampliar más el circulo ocular, redondearlo un pelín?, deja que mi iris gris verdoso colocado en el visor de la cámara se adentre por ahí y capture el fondo de ese par de rendijas horizontales. Pero a Ninbe justo en ese preciso momento le daba por sonreír, y sus ojos, en vez de abrirse, se obturaban aun más, por lo que yo aprovechaba para atrapar la efervescencia de la línea formada por las dos rayas, que se desvanecería al segundo, ese instante en que los destellos de Ninbe sonriente, atravesando el objetivo y el visor de la cámara, me agarraban desde las pupilas hasta lo más hondo.
Con la paga semanal que me daba mi madre me llegaba tanto para el carrete como para el revelado, sin que me sobrara ni un céntimo para el botellón del fin de semana con las amigas, lo cual me dejaba sin opciones de emborracharme. A pesar de ello, no pensaba en abandonar las fotos. Apenas tenía la paga en la mano iba a comprar un carrete Agfa o Kodak. Vivía en un clic permanente, descubriendo el uso de la luz y las sombras, derrochando rollos fotográficos. Cuando me acercaba a la tienda a recoger el revelado, no me contenía, y miraba el resultado sin salir de la misma: aunque las fotos defectuosas me fastidiaran, las guardaba para poder examinar con atención los fallos en el color (luz), el encuadre y la composición (muchas veces, el error era solo el tema elegido). En caso de que alguna me encantara, me abalanzaba a comprar otro carrete al instante y lo dejaba a deber: mi madre pasará a pagarlo, Beatriz Beristain
dni
tal y tal. Luego resultaba que mi madre no se acercaba a la tienda a saldar las deudas, sino que me proporcionaba, una vez más, el dinero para que lo hiciera yo misma. Hasta que un día se hartó, y en vez de dinero, me alargó la cámara digital compacta de mi padre, una Olympus barata como la que tenía todo quisqui, animándome a usarla. El trastecito de marras únicamente me sirvió para tomar lo que yo denominaba apuntes-imágenes, así que, en los meses que lo utilicé, sobre todo me dediqué inevitablemente a beber con la cuadrilla.
Llegar a casa haciendo eses no es algo que se pueda disimular, y menos cuando tu madre tiene la costumbre de esperar a tu regreso cada vez que sales. A veces ella aguardaba leyendo en la sala; otras veces trabajando en su habitación-oficina, donde traducía libros al euskera –en aquella época, los Diarios completos de SylviaPlath– y olvidaba, dicho sea de paso, que me estaba esperando. Tras acercarse para olfatear mi aliento y el tufo de mi ropa, me echaba en cara que mis noches de farra, mis esporádicas gaupasas, le impidieran trabajar con tranquilidad. Sylvia Plath me entendería, Leire, agregó una madrugada en que, incapaz de desvestirme, me eché de bruces sobre la cama.
A veces, aquellas mañanas de domingo regresaba a casa con dos cruasanes y un pan recién horneado bajo el brazo, con el único deseo de que mis padres tuvieran un dulce inicio de día: las dos medias lunas eran mi ofrenda en el altar del matrimonio, mi conjuro contra la separación, la masa que mantendría unida a la pareja. Porque para entonces el deterioro matrimonial avanzaba sin pausa. No se oían gritos, pero el ambiente estaba lleno de silencios que sólo significan una cosa: mi madre sabía, mi padre sabía, yo sabía.
En 2003 se comercializaron
los primeros teléfonos móviles con cámara, y ese año, el día que cumplí diecisiete años, mi madre me regaló además del libro Sobre la fotografía, de Susan Sontag, material para revelar e imprimir fotos: líquidos, cubetas, lupa para enfocar, pinzas, ampliadora, papel y rollo de negativo en blanco y negro, esto es, lo suficiente como para montar un pequeño laboratorio fotográfico casero. Era de segunda mano y pertenecía a un antiguo conocido de mi madre que había ejercido como fotógrafo y que se lo había vendido bien barato. Agradecida y a la vez asombrada, ¿qué hay del cuarto oscuro necesario para organizar todo eso? pregunté a mi madre, pues en nuestra casa de dos habitaciones, también oficina profesional de mi madre, no sobraba ni un centímetro.
El cuarto de baño, sin ventana alguna, bastaría, según ella. Cubrimos la bañera con un panel de pladur, donde ubicamos la ampliadora. El resto del material lo tenía que distribuir entre el lavabo, el inodoro y el bidé, y acordar con mi madre un horario de instalación y de uso. Mi padre ya no vivía en casa, la ruptura se había materializado unas semanas antes: el
wc
-laboratorio se convirtió en mi refugio.
Primer plano de un cruasán en blanco y negro: sombras muy oscuras entre los pliegues crujientes, y el resto, muy blanco, con fuerte contraste de luz que no refleja ni pizca de la delicia pastelera. Sin embargo, aquella foto forma parte de mi historia fotográfica, aquella imagen del tamaño de un folio fue la primera fotografía elaborada por mí en su totalidad en el laboratorio-regalo y, aprovechando que el cruasán que había logrado como resultado era similar a un escudo, lo coloqué a modo de blasón en la puerta de mi habitación, mi asidero simbólico en el renovado aire hogareño. Además, la lección que me dio el cruasán que en nada se parecía a los que venden en las pastelerías ha perdurado hasta ahora: la muerte del cruasán real supone la victoria de la fotografía. ¡Viva el arte y viva el artificio!
Dentro del liquido revelador, la imagen fotográfica era un fantasma que pugnaba por su visibilidad, al acecho de una nitidez siempre incierta y que, como consecuencia de mis fallos de principiante, segundos o minutos de más volverían brumosa o enteramente negra, imagen ausente, carente de rayos y letras de luz, fantasma total. Eso me aterrorizaba, me asaltaba el miedo paralizante de no ser capaz de tomar la medida a la iluminación. Entonces me escapaba a la zona trasera del polideportivo, donde se encontraba la mayor porción de realidad de la que me apropiaba con la cámara (bueno, y sin ella también). Era la Trasera, detrás de, atrás, culo, culo del mundo. Aunque hayan transcurrido casi diecisiete años desde entonces, ya con miles de fotografías profesionales a mis espaldas, las que realicé en la Trasera, que es como le llamábamos, permanecen vívidas en mi memoria.
Estamos sentadas en la amplia escalera de incendios situada en la pared Trasera del polideportivo municipal. Es viernes, y tras salir de la fábrica, el grupo de amigas nos hemos dirigido directamente aquí. La mayoría somos chicas, la mayoría muy harta del instituto de bachillerato donde el objetivo único y totalitario es producir para el examen de selectividad, no es casual que lo hayamos bautizado como «la fábrica».
En los oídos,
mp4, Ipod, Berri Txarrak, Libre ©, Sorkun, Kuraia, Cranberries, Jane´s Addiction, Etsaiak, o nada. Entre los dientes de algunas, cigarrillos o porros. Las camisetas