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Casandra se desvanece
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Casandra se desvanece

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La filosofía occidental primaria se conoce a través de fragmentos. Así parece terminar, en estructuras tan condensadas que son, como antes lo fueron desde su pedacería, meras abstracciones. Esa fragmentación es la misma que somete a los miles de millones de seres humanos confinados por la pandemia, quienes ahora concluyen aquel contraseño de la razón occidental: el aislamiento biológico, en algo infinitesimal (al fin fragmento) que colapsa totalidad.El fragmento es lo pequeño, lo que se encuentra desprendido del todo. La pandemia del covid-19 invisible. Además de los cuerpos humanos que sufren sus consecuencias, la condición microscópica de la peste requiere mediaciones, algo que le otorgue narratividad, un acto ideológico de dominio porque es una interpretación. La pandemia absorbe y paraliza todo lo demás. Como si la historia abriera un gozne, un intervalo: ahora concluye y comienza ¿que?De un día para otro se cumplió la sentencia marxista: todo lo sólido desvanecido en el aire. Lo sólido era la costumbre, el imaginario de la normalidad. Al suspenderse los procesos comunes, el individuo volcado hacia afuera queda encerrado en su interior subjetivo todo el tiempo, sin el agridulce encuentro somático con los demás. El idiota, según la etimología griega, es el que está encerrado en lo particular. Pascal vuelve a tener agobiante razón: los problemas de la gente derivan de no saber, no poder quedarse en casa.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 may 2022
ISBN9786075712284
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    Casandra se desvanece - Fernando Solana Olivares

    Escolios desde la peste

    El nihilismo está ante la puerta, ¿de dónde nos viene éste, el más siniestro de todos los huéspedes?

    Federico Nietzsche

    La filosofía occidental primaria se conoce a través de fragmentos. Así parece terminar, en estructuras tan condensadas que son, como antes lo fueron desde su pedacería, meras abstracciones. Esa fragmentación es la misma que somete a los miles de millones de seres humanos confinados por la pandemia, quienes ahora concluyen aquel contrasueño de la razón occidental: el aislamiento biológico, un algo infinitesimal (al fin fragmento) que colapsa una totalidad.

    El fragmento es lo pequeño, lo que se encuentra desprendido del todo. La pandemia del covid-19 es in visible. Además de los cuerpos humanos que sufren sus consecuencias, la condición microscópica de la peste requiere mediaciones, algo que le otorgue narratividad, un acto ideológico de dominio porque es una interpretación. La pandemia absorbe y paraliza todo lo demás. Como si la historia abriera un gozne, un intervalo: ahora concluye y comienza ¿qué?

    De un día para otro se cumplió la sentencia marxista: todo lo sólido desvanecido en el aire. Lo sólido era la costumbre, el imaginario de la normalidad. Al suspenderse los procesos comunes, el individuo volcado hacia afuera queda encerrado en su interior subjetivo todo el tiempo, sin el agridulce encuentro somático con los demás. El idiota, según la etimología griega, es el que está encerrado en lo particular. Pascal vuelve a tener agobiante razón: los problemas de la gente derivan de no saber, no poder quedarse en casa.

    La crisis sanitaria (que será económica, política, civilizacional) deja al desnudo las brutales carencias provocadas por el asalto del neoliberalismo salvaje al sistema público. Una versión extrema sobre el súbito proceso afirma que desembocará en la muerte del capitalismo (Zizék). Otra, más atenuada, sostiene que el capitalismo abandonará la obsesión por la máxima ganancia, aquella que ha conducido a las profundas desigualdades planetarias y a la catástrofe ambiental, para construir un proceso económico de partes interesadas (Benioff).

    En medio del cierre de la sociedad abierta, la de la libre circulación de personas, mercancías y capitales, la pandemia recuerda la función básica de los Estados nacionales: proteger a sus ciudadanos (Meyssan). Sin embargo, hoy el Estado es suicida y autofágico (Safatle). El capitalismo continuará con más vigor tras el confinamiento y se generalizará el modelo burocrático policial chino que con autoritaria eficacia y rapidez contuvo la propagación del virus (Byung-Chul Han). El estado de excepción será normalizado como vida cotidiana (Agamben). La conmoción es el momento donde se instalan formas golpistas de gobierno (Klein).

    El mundo cambió de pronto y sin aviso: entramos a una circunstancia cuya gravedad inmoviliza el tiempo común. Aun los arcaísmos que niegan la biología de la pandemia forman parte de este momento que la historia llama cuenta larga por sus efectos, pero sucedido como una disolvente cuenta corta que pareciera circunstancial. El mundo sin síntesis de nuestros tiempos despiadados para nombrar. Una escuela del pensamiento perenne afirma que todo fin de un mundo no es más que el fin de una ilusión.

    Sólo las catástrofes transforman, destruyéndolas casi, a las culturas. La estructura mitológica —una memoria común de todas las conciencias, aunque las actuales no estén conscientes de ello— las alude, las conjura o las invoca. Las épocas inician y terminan mediante esa amarga partera. La caja de Pandora del covid-19 desamarró (o soltó, como dice el significado del viejo diccionario) lo que estaba atado con vínculos materiales y morales.

    Pablo Alzate observa que esas fuerzas desatadas están aprovechando la pandemia para aplicar un programa eugenésico de dimensiones planetarias. Los viejos representan la categoría de población prescindible para un capitalismo neoliberal darwinista que impone la supervivencia del más apto. Los viejos dejan de ser tales, consumen recursos y fondos de pensiones, ambicionados espacios de ganancias a explotar. El desmantelamiento de los sistemas públicos de salud y los negacionismos de las derechas son parte de una siega en la cual débiles y malogrados deben perecer. Así se corta el bambú: primero los abuelos, luego los hijos, al final los nietos.

    Aunque la crisis pandémica es planetaria, la globalización impuesta en todo el globo terráqueo (la extraña dictadura neoliberal difundida también como una peste imparable) ha sido incapaz de articular una respuesta común. Revela así su condición ontológica: socializar pérdidas y privatizar ganancias. El credo materialista extremo que solamente puede sobrevenir al final de un ciclo histórico, cuando las categorías espirituales de lo humano se han vaciado de sentido para el imaginario cultural hegemónico y donde nada más queda lo tangible, lo sensorialmente percibido, lo inmediato percibido. Aquello que a pesar de su aparente solidez es ilusorio porque no cumple la realización existencial que ofrece. Deformes triángulos escalenos: antes fue ser, después era tener, ahora es parecer.

    El sacrificio del hijo de Dios y su resurrección son el misterio principal del cristianismo. Suspender la escenificación pública de ese drama cósmico es un signo dentro de otro: el ritual religioso se cancela por causas de fuerza mayor. La Plaza de San Pedro está vacía mientras un viento lúgubre la recorre. El Papa celebra sus oficios en soledad. Durante el Medioevo la gente habría salido a las calles en Viernes Santo clamando por la protección divina. Ahora ya no, está encerrada en sus casas. ¿A dónde se fue Dios?

    No sabíamos que ayer apenas éramos felices en medio de nuestra infelicidad. El virus representa una narración integrada por treinta mil letras (nucleótidos) que forman su material genético. En cada contagio colectivo va modificándose la versión, su narrativa está en metamorfosis. En tres, cuatro, cinco años, dicen los pronósticos médicos, toda la población estará infectada. Habrase logrado para entonces vacunas y cierta inmunidad colectiva luego de suspender las prácticas sociales e imponer estados de excepción, entre los que estará el control de la población a través de los sistemas fisiológicos.

    El distanciamiento es una técnica teatral y filosófica. Platón le llama Teatro del Logos al debate filosófico escenificado en el ágora. Las diversas posiciones se representaban con máscaras para ilustrar que las ideas son una distancia sobre las cosas, que no son las cosas. Un aislamiento social de meses, como propugnan voces que se consideran autorizadas y por ello administran el miedo, será un acto de reclusión sólo tolerable al modo de los prisioneros políticos birmanos: aprendiendo algo, meditando sistemáticamente, ejercitándose en espacios reducidos. Un método monástico laico o una ascesis de renunciante que se impone en medio del materialismo radical. Pareciera representar una lección del espíritu, aunque la enajenación mayoritaria siga absorta en los minúsculos espectáculos de la pantalla espectral.

    Asumamos que la doctrina de la aparición simultánea es verdadera: donde surge el problema está la solución. Hay lo que hay, no otra cosa, los territorios de lo real en cuarentena cada vez más distópicos y crepusculares. El sensato pensamiento realista, el positivo, tiene una sensata narrativa realista sobre el covid-19 (el realismo consiste en contar las cosas desde una sucesión lineal), y encuentra una causa-efecto meramente biológica para explicar el surgimiento de la enfermedad. El escenario parece ser distinto. Desde el 11-S la civilización entró a otra dimensión. Quedó atrás el mundo de los riesgos imaginables para entrar a la época de la incertidumbre, lo inesperado, la disolución de la normalidad.

    Surgieron la interconexión e interdependencia de los sistemas globales; la economía especulativa de casino, esa forma última y más patológica del capitalismo; el crecimiento exponencial de los transportes masivos; el pre-apocalíptico calentamiento global; la complejidad tecnológica y productiva de la vida 3.0; el Estado orwelliano y la dominación subliminal de la mente de las masas; las nuevas formas de guerra; la inteligencia artificial generalizada; la violencia estructural del entretenimiento, de las sociedades, gobiernos e individuos; los éxodos bíblicos de las migraciones planetarias; el desengaño democrático y los fascismos populistas; el empobrecimiento radical del lenguaje, entre otras manifestaciones de un cambio cultural catastrófico.

    Emerge entonces algo que no muy paranoidemente puede ser percibido como bioterrorismo en una fase superior contra la población prescindible —ensayado antes con otras pestes a escalas más reducidas—, y un control cuasi absoluto de los individuos y la no sociedad que ello provoca. Será llamado bioseguridad. Mateo Dinucci informa que el Foro de Davos comenzó preparativos para enfrentar una pandemia de coronavirus en 2020, meses antes de que se declarara. En los sitios electrónicos que influyen la mente colectiva se difunde con admiración la capacidad anticipatoria del filántropo Bill Gates, quien desde 2015 advirtió con detalle la inminencia de una peste planetaria así.

    Tal anticipación, usando mecanismos lógicos como el principio de economía de la navaja de Occam (En condiciones de igualdad, la explicación más sencilla suele ser la más probable), la falsificación denunciada por el empirismo (Es verdad porque lo creen firmemente y lo creen firmemente porque es verdad), o el análisis del discurso que no considera el enunciado (él dijo) sino la enunciación (él dijo que él dijo), empleando todo ello y algo más simple como el sentido común, tanta anticipación profética lleva a una desconfianza fundada.

    El Decamerón de Bocaccio agrupa una serie de historias que diez jóvenes, siete mujeres y tres hombres, se cuentan entre sí cuando se refugian de la peste bubónica en una casa de campo no lejos de la ciudad de Florencia. Corre el año de 1348 y los vínculos evaporados de la sociedad se reconstruyen a través de las narraciones contadas. Al hablar, sorprenderse y reír los jóvenes ponen en práctica una gramática de la pertenencia mutua. El vehículo es el lenguaje que evoca, su combustible la imaginación que fantasea, la memoria el espíritu que cuenta. ¿Puede hacerse algo equivalente ahora, cuando el aislamiento ha sido impuesto a millones de personas cuya vida diaria está suspendida y ellas aguardan encerradas a solas en su cogitación?

    La vieja receta del dios de las pequeñas cosas: sólo hay que tenerle miedo al miedo, será una medicina crucial en estas horas. Charles Baudelaire escribió que la treta superior del demonio es convencernos de su inexistencia. René Guénon menciona el secreto mejor guardado de todos: la formidable empresa de sugestión que ha producido y nutrido la mentalidad actual. Negándose además dicho proceso y atribuyendo su existencia a razones espontáneas. El racionalismo condena toda teoría de la conspiración, es la causalidad desacreditada en la historia moderna por el pensamiento que nos piensa para que no pensemos en ello.

    Una campaña oficial china que la Red Voltaire califica como reinformación acaba de hacer tres preguntas públicas al gobierno estadounidense: a) ¿cuántos casos de covid-19 hubo entre los veinte mil muertos de gripe en ese país durante septiembre de 2020?; b) ¿por qué el cierre repentino de un centro de investigaciones bioquímicas en Maryland y la aparición en seguida de casos de neumonía?; c) ¿por qué altos funcionarios norteamericanos vendieron grandes paquetes de acciones antes de la caída de la bolsa de valores, mientras aseguraban al público que la epidemia era controlable? No hubo respuesta alguna. Desde el comienzo de la pandemia el gobierno gringo insistió en hablar del virus chino.

    El encierro domiciliario de la población es una medida sin precedentes históricos. Thierry Meyssan afirma que son los estadísticos de la epidemiología quienes imponen la medida para evitar la saturación de los hospitales. De lo que se trata no es de prevenir y curar sino de mostrar al público que algo se está haciendo. Una hipótesis más señala que las poblaciones que dosifican correctamente el encierro aplicando cuarentenas solamente a las personas contagiadas se previenen de olas de contagio incontrolables. Las experiencias del sudeste asiático pueden acreditarlo.

    Se cuantifican los costos económicos de la pandemia y se afirma que habrá una crisis económica más profunda que la Gran Depresión del 29 hace noventa años. Las instituciones globales advierten sobre procesos de descontento social que podrán extenderse por todo el planeta. En todas partes se pierden cientos de miles de puestos de trabajo. Pero otras consecuencias síquicas y emocionales son poco aludidas: la vida al interior de las familias nido de alacranes, la violencia homo y heterodestructiva propia de los espacios concentracionarios, la soledad radical del aislamiento, la supresión de los contactos físicos, el final de la masa como proximidad somática, la cancelación del deporte espectáculo y sus públicos, el cese de los encuentros comunes, de las conferencias, las cátedras, las clases presenciales, los actos colectivos.

    La noción de progreso no se remonta en Europa más allá del siglo xviii promovida por Turgot y Condorcet. Aunque ahora sea acríticamente establecida por el pensamiento único como un impulso ontológico y existencial inherente al espíritu humano, como una semiosis para alcanzar la realización individual (éxito = progreso = felicidad), esa pulsión es completamente ajena al Oriente y a todas las civilizaciones tradicionales anteriores al racionalismo moderno. La pandemia es producto del progreso exponencial de contagios, de un crecimiento inexorable de la fragilidad orgánica y social. Las patologías también progresan.

    El apartheid biológico estará impuesto por el miedo al otro como un contagiante potencial. Antes fue la sensación de alteridad —aquel vínculo de oposición entre el sujeto pensante, el yo, y el sujeto pensado, el no yo— la que fijaba la relación con los demás. Ahora será determinante la paranoia de un temor irracional cuya naturaleza es invisible. No se querrá tener con el otro ni siquiera una relación de oposición, no se querrá ningún trato físico. La alteridad, un encuentro fenomenológico basado en los sentidos, se experimentará como un contenido mental más. El cuerpo ya no será utilizado como guía para el impulso y la acción. Este tóxico dualismo cartesiano, una infeliz separatividad entre la mente y el cuerpo que no puede dejarse atrás.

    Van empobreciéndose las características esenciales de la condición humana. El lenguaje, sistema inmunológico del espíritu, es la principal de ellas. Las palabras representan perspectivas, su olvido concluye con la psicología de la mutabilidad, ese complejo de ideas y conceptos del habla y la escritura, para confinarse en el espacio unidimensional de la simplificación y reducción verbal inhumana. Si toda inteligencia es un alcance lingüístico, perder lenguaje es disminuir la facultad de pensar. Decía Joseph de Maistre que toda degradación es en sí misma una degradación del lenguaje. Las interpretaciones con que la modernidad reemplazará a los hechos fueron palabras, perspectivas, puntos de vista, puntos de fuga en el bosque del lenguaje. Fueron. Corren el riesgo de no serlo más.

    Las metáforas muertas, las palabras de madera pretenciosas e imprecisas, empleadas para adornar aseveraciones elementales con las que se busca trasmitir a los demás la sensación que se sabe de lo que se habla. Eufemismos, preguntas y respuestas a modo, vaguedades, digresiones. Una fraseología hueca que, en palabras de George Orwell, es necesaria para nombrar las cosas sin evocar imágenes mentales de ellas. El coronavirus agota sus sinónimos para el término cuarentena: aislamiento, incomunicación, retiro, encierro, clausura, suspensión. Es tema único y sus tópicos se repiten sin solución de continuidad. Pandemia del lenguaje. Significantes vacíos que no se corresponden con el significado verdadero de lo existente que aun sin verse está ahí.

    Patético es aquello que agita el ánimo con sentimientos vehementes de dolor, tristeza o melancolía. Las imágenes de los niños franceses de prescolar regresando a la escuela después de la cuarentena son tales: los pequeños no deben tocarse entre sí, han de guardar distancia los unos de los otros, y cuando salgan al patio de recreo quedarán limitados a rectángulos individuales trazados en el piso con instrucciones de no salir de ellos. Al niño que no obedezca (o no pueda hacerlo) habrá de diagnosticársele déficit de atención. La diosa de la salud o la Némesis médica lo corregirán medicándolo.

    El cristianismo confiscó el cuerpo, lo

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