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Espiral
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Libro electrónico428 páginas5 horas

Espiral

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La culminación esperada de la trilogía histórica que comenzó con A Legend of the Future y The Year 200 de Agustín de Rojas, “uno de los más grandes escritores de ciencia ficción de Cuba” - SF Signal.

Ganador del prestigioso Premio David de 1980 en Cuba, Espiral es otra ópera espacial magistral del gran autor de ciencia ficción Agustín de Rojas. Profundamente comprometido con la revolución, Rojas presenta una crítica impresionante del régimen cubano bajo Fidel Castro al invitando a la comparación del universo moral ficticio de Espiral, uno en el que los principios del socialismo del Che Guevara se siguen a la letra, con la realidad brutal de la vida cotidiana en Cuba.

Décadas después el catástrofe devastadora, la Tierra se ha convertido en un páramo radiactivo escasamente poblado por bandas de humanos modificados genéticamente que luchan por sobrevivir con recursos limitados. Una expedición de diez exploradores del planeta Aurora regresa a este paisaje desolado para investigar las misteriosas causas de su destrucción. Pero cuando un invitado inesperado irrumpe en su base, el equipo necesita ejercer todo su poder mental no sólo para dar sentido al planeta indefenso, sino también para permanecer juntos como una comunidad.

Espiral es una novela convincente que se ocupa de la ética de la exploración científica y las relaciones humanas atrapadas en ella. Tejiendo biología, ecología y sociología en esta narrativa de ciencia ficción, Agustín de Rojas logra pintar una imagen devastadora de un planeta desgarrado por dos poderes económicos irreconciliables que se parecen tanto al contexto de la Guerra Fría en el que se publicó la historia.

La novela es muy meticulosa en su exploración de los dilemas profesionales de este equipo de científicos y exploradores que necesitan mantenerse fieles a los valores utópicos que hicieron posible el viaje. Sin embargo, con sus respuestas emocionales como seres humanos las que elevan la trama y hacen de Espiral una historia cautivadora de la resistencia y de la curiosidad para los lectores contemporáneos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 jul 2020
ISBN9781632060112
Espiral
Autor

Agustín de Rojas

Agustín de Rojas (1949-2011) is the patron saint of Cuban science fiction. A professor of the history of theater at the Escuela de Instructores de Arte in Villa Clara, he authored a canonical trilogy of novels consisting of Espiral (Spiral, 1982), for which he was awarded the David Prize; Una leyenda del futuro (A Legend of the Future, 1985); and El año 200 (The Year 200, 1990), all of which are scheduled for publication in English translation by Restless Books. While he was heavily influenced by Ray Bradbury and translated Isaac Asimov into Spanish, de Rojas aligned himself mostly with Soviet writers such as Ivan Yefremov and the brothers Arkady and Boris Strugatsky . After the fall of the Soviet Union, de Rojas stopped writing science fiction. He spent his final years persuaded—and persuading others—that Fidel Castro did not exist. Agustín de Rojas (1949-2011) es el padre de la ciencia ficción cubana. Profesor de historia teatral en la Escuela de Instructores de Arte de Villa Clara, de Rojas es autor de una afamada trilogía que consiste en Espiral (1982), que recibió el Premio David; Una leyenda del futuro (1985); y El año 200 (1990), todas ellas de próxima aparición en traducción al inglés bajo el sello editorial Restless Books. Fuertemente influenciado por Ray Bradbury, de Rojas, que tradujo al español a Isaac Assimov, se sumó a la línea soviética de Ivan Yefremov, los hermanos Arkady y Boris Strugatsky. Luego de la caída de la Unión Soviética, de Rojas dejó de escribir ciencia ficción. Pasó los últimos años de su vida convencido—y convenciendo a los demás—que Fidel Castro no existía.

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    Espiral - Agustín de Rojas

    Prólogo

    Siete días antes

    Formando oscuros torbellinos, se disuelve la nada… Al mismo ritmo de la entrecortada respiración, aumenta y disminuye la ola opresiva que nace del vientre. Por instinto, las manos se dirigen buscando la pesada carga, para desplazarla; inseguras, palpan el vacío… Caen torpemente sobre la piel desnuda; un relámpago doloroso corre por los nervios, llega al cerebro, expulsa violentamente a Derek de la inconsciencia.

    Todavía permanecen unidos los párpados; pero ya se percibe a través de ellos una tenue claridad. Un esfuerzo, los músculos se contraen, los ojos se abren; se cierran, cegados por la deslumbrante blancura. Entre mil confusos recuerdos, brota precisa la identificación. El techo… el techo del Departamento Fisiológico. La atención se concentra en la fuente de malestar que sigue pulsando, allá abajo. ¿Qué hago aquí?. Disgustado, comprueba el desagradable vacío en su memoria.

    Las manos se deslizan, ascienden, bajan, retroceden, palpando, identificando, limitando el foco doloroso: La boca del estómago. Minuciosamente, analiza las sensaciones que llegan del cuerpo: ¿Habrá algo más?. Intenta leves, cuidadosos movimientos: un giro apenas insinuado, flexión ligera de las piernas, tenues oscilaciones de la cabeza, esperando temeroso el latigazo eléctrico…

    —Abre los ojos, querido. Por fortuna, no ha sido nada grave.

    Alma; es Alma. Derek entreabre los ojos, gira la cabeza hacia la voz, la mirada buscando, encontrado el rostro joven entre cabellos cenicientos, deteniéndose en los sonrientes ojos verdosos que mostrarán desconcierto, preocupación, duda, apenas él pregunte:

    —¿Qué me pasó, Alma? ¿Por qué estoy aquí?

    Tres días antes

    Gradualmente, la pared se desvanece, irrumpe un torrente de clara luz… En la distancia, el dentado borde montañoso, recortándose nítido contra el azul celeste; más cerca, el inabarcable mar verde amarillento llegando hasta las inmediaciones de la Base, donde se rompe, disgrega en grupos de bajos matorrales hasta desaparecer, morir junto al anillo de tierra desnuda. Ya dentro de la invisible cúpula, resalta la animación sobre el cuadrilátero gris —la pista de aterrizaje— donde en torno de la planetonave mayor se atarean, laboriosos, los autómatas de servicio. Dos figuras humanas, una alta, la otra baja, aún cubiertas por los trajes de protección cósmica, van de un lado para otro, supervisando, controlando, ordenando el trasiego de la carga hacia el Edificio Principal.

    Parte el último container; detrás, cerrando la marcha, las dos figuras humanas lo siguen; una a largas zancadas regulares, la otra con paso presuroso, casi corriendo… Sheila se aparta de la pared transparente, llega junto al panel, presiona un contacto: poco a poco, la pared se oscurece, el cuadro viviente desaparece, dejando una habitación de paredes indistinguibles, iluminada por una luz que parece brotar del mismo aire. Sentándose a la oblonga mesa, Sheila revisa despacio los ordenados montoncillos de grises tarjetas. No habrá que esperarlo mucho; cinco minutos, todo lo más.

    —¿Pero realmente no recuerdas nada, Derek? Imposible. Haz un esfuerzo; estabas en la sesión diaria del arte de combate, tú e Igor empezaron un duelo…

    La imagen resucita: Derek ve ante él a Igor inclinándose, enderezándose, adoptando el invulnerable Molot; se recuerda, convertido en un torbellino de fugaces fintas, buscando, provocando la grieta necesaria, la creciente conciencia de que esta vez no existiría; la decisión: el breve retroceso, las manos ascendiendo, tomando la posición Eolota… Impenetrable, reaparece el muro de las tinieblas.

    —Algo recuerdo, Alma. Pero poco, no sé cómo pudo…

    El labio inferior de Alma entra, sale debajo de los blancos dientes; las cejas se unen, haciendo brotar arrugas en la lisa frente.

    —Malo, malo, Derek. Necesitamos tu explicación; hasta ahora, no podemos entender cómo pudo ocurrir. Estaba presente cuando Igor hizo su historia, puedo contártela, quizás así…

    La superficie aparentemente intacta de una pared se desgarra en una ranura vertical; la grieta se ensancha, descubriendo la figura alta ya vista en la descarga de la planetonave, ahora sin el traje de protección cósmica.

    —Entra y siéntate, Arne; tenemos mucho que discutir.

    En silencio, el hombre entra, se sienta frente a Sheila, los grises, inexpresivos ojos fijos en su faz.

    —Empecemos desde el principio; el día después de que tú y Noreen partieron hacia la Altair, Derek realizó un duelo con Igor.

    —Y cuando tú viste que esta vez Igor no se dejaba engatusar, pasaste a la posición Nube, que era lo que él esperaba. Según dijo, llevaba casi un mes… más exactamente, desde que nos instalamos en la Base, practicando una secuencia de dos movimientos, no recuerdo bien sus nombres…

    —¿Serp y Tucha?

    —Exactamente… ¿Y cómo puedes saberlo? No llegó a aplicarlos.

    —Tú mejor que nadie conoces mis entrenamientos, Alma.

    —Ahora veo que para algo te sirven. Sigamos; no llegaste a completar la posición Nube. Igor dice que parecías sorprendido, asombrado de verlo; despacio, bajaste la guardia. Explicó que de tener en frente a Arne o Brenda, o inclusive a Wu, él también hubiera abandonado su posición. Pero para decirlo con sus propias palabras, Ya antes de que Derek llegara a ser el campeón imbatible de Aurora, su astucia era proverbial. Yo al menos no puedo negarlo, tengo que admitirlo…

    Derek no puede evitar devolver la sonrisa.

    —Continuemos; pensó que era una de tus tretas. Que querías provocar un golpe especial…

    —¿Un Ruka?

    —Exacto. ¿Ya recuerdas?

    Un breve movimiento negativo de la cabeza de Derek hace apagarse la momentánea chispa en los ojos de Alma.

    —No importa, ya recordarás… Igor decidió sorprenderte a su vez, usando otra técnica que tuviera bien ensayada, de modo que no pudieras escaparte aprovechando tu velocidad. Recurrió al Tucha, suprimiendo el Serp.

    Derek asiente, pensativo.

    —Es lógico; no necesitaba crear una brecha en la guardia que no existía.

    —Eso dijo. En el momento en que lanza el golpe, tú apartaste la mirada de él; nos explicó que así no hubieras podido amortiguarlo, y se trataba de un golpe mortal. Él no sabe cómo pudo hallar la solución, y mucho menos cómo pudo aplicarla; contrajo la pierna lanzada, flexionó la de apoyo, tratando que por lo menos el golpe no diera en el plexo solar. Cuando pudo llegar a tu lado, se asombró de encontrarte vivo, aunque inconsciente. Nos avisó e inmediatamente te trajimos aquí; no tienes lesiones internas, solo las contusiones. Igor salió mucho peor; tiene desgarramientos musculares en la cadera y muslo izquierdos, provocados por el esfuerzo que hizo por detener el golpe…

    Derek deja de escuchar; se esfuerza en apresar la sombra resbaladiza que ha pasado, antes de que termine de ocultarse en las profundidades de su mente… Relaja el cuerpo tenso, brilla durante un segundo la satisfacción en sus ojos, antes de ser apagada por la inquietud.

    —Recordé, Alma, recordé…

    —Cuando de repente perdió la memoria, no sabía donde se encontraba, quién tenía enfrente, qué estaban haciendo; su actitud mental era una mezcla de temor y curiosidad. No pudo precisar más detalles; el estado de amnesia no tuvo una duración mayor de cinco o diez segundos, lo interrumpió el golpe dado por Igor, dejándolo inconsciente. Al despertar había recobrado la normalidad, aunque al principio no recordaba lo pasado. Sí, Arne; sé que como amante del arte de combate te agradaría conocer los detalles del encuentro. Después los podrás ver, están allí.

    La mano de Sheila señala las tarjetas sobre la mesa; Arne asiente.

    —Podrás imaginarte mi sorpresa. Bien sabes que las pruebas en Aurora fueron rigurosas, rigurosísimas; ninguno de nosotros, y mucho menos un analista que encima es el segundo de Wu, puede padecer ningún tipo de amnesia. Al principio pensé que pudo deberse al efecto residual de la anabiosis prolongada, que hubiera afectado su sistema nervioso. Le efectué las pruebas necesarias… Y no hay ningún cambio en sus parámetros. Absolutamente iguales. Luego, no puede ser amnesia. Pero tampoco existe alguna otra causa que pueda producir efectos similares… Como única conclusión, no debió ocurrir nada.

    Un chispazo humorístico atraviesa los ojos de Arne.

    —Todo hubiera quedado así; si no hubiera tenido al otro día, al amanecer, su segunda ausencia Derek. Le he dado ese nombre de manera provisional al fenómeno, mientras averigüemos qué es. Volvamos a Derek; esta vez pudo procesar mejor sus sensaciones, la duración de su estado fue de alrededor de un minuto, según su impresión subjetiva. La extrañeza ante lo que lo rodeaba había disminuido un tanto, pero el temor se había incrementado notablemente. Comenzó con mucha dificultad a reconocer algunos de los objetos que le rodeaban…

    Frunciendo el ceño, Sheila se detiene un instante. ¿Importante o no? Mejor dejar juzgarlo a Arne.

    —Derek no acepta el término reconocer para describir el proceso efectuado. Prefiere decir aprender, pese a la inexactitud conceptual del término; si aprendió, ¿de quién lo hizo? Dejemos esta digresión. De forma brusca, el proceso de reidentificación se efectúa; de golpe, todo vuelve a ser normal, conocido. Comprenderás que esta recaída me preocupó bastante; estando tú y Noreen en la cosmonave, solo quedaban aquí cuatro analistas; era imposible que Derek dejara de participar en las guardias. Me parecía el máximo de complicación posible… pero la verdadera crisis ocurrió en la noche de ese mismo día; Wu tuvo su primera ausencia.

    Una pausa intencionada… Que pueda calibrar la magnitud del peligro; el jefe de la Expedición y su segundo, afectados por una enfermedad desconocida, que ataca de modo imprevisto, privándolos de su capacidad normal…. Lenta, una sombra oscura se extiende por el rostro de Arne.

    —Puedo tranquilizarte un poco; exceptuando el caso inicial de Derek, las demás ausencias no han ocurrido en momentos que puedan calificarse de críticos. Pero no sé si esto sea así siempre… Concluyamos: Derek recae sistemáticamente todas las mañanas, alrededor de una hora antes del amanecer; casi todas las noches, después de oscurecido. El caso de Wu es menos grave: a veces tiene una ausencia diaria, a veces ninguna. Y Esther tuvo su primera ausencia ayer.

    Con gesto semiconsciente, la delgada mano femenina se alza, cubre, oprime los ojos un instante, desciende dejando las corneas aun más enrojecidas… Sheila continúa:

    —Nada aparece en las pruebas. Todo normal, normal, absurdamente normal. Ahí tienes la situación, Arne.

    Dos días antes

    Veamos; están Derek, Esther, Arne, Wu… Falta Noreen. ¿Dónde se habrá metido? Hace cinco minutos que su guardia terminó. Sheila se reacomoda en el asiento, impaciente.

    La pared gris se abre, descubre la pequeña figura entrando en el Salón de Conferencias, sentándose entre Arne y Esther, esbozando una sonrisa de disculpa… Sheila se levanta con lentitud; los susurros se apagan.

    —Todos los presentes han experimentado un estado sumamente curioso… e inquietante. Hasta ayer, nos encontrábamos en las tinieblas más completas en cuanto a su origen; ya no. Apenas llegado a la Altair, Arne se reunió conmigo y analizamos conjuntamente sus casos…

    Atentamente, Sheila sigue los leves cambios de expresión de la cara de Arne, mientras rumia los términos del problema… Al fin, sus delgados labios se entreabren, dejando escapar dos palabras:

    —¿Un virus?

    Sheila deja escapar el aliento retenido; mueve negativamente la cabeza.

    —Ya pensé en eso… En todo caso, debían haber alteraciones en los parámetros sicológicos. De todas formas, no quise descuidar ninguna posibilidad, ni siquiera esa; hablé con Esther. Ella afirma categóricamente que ningún virus puede haber atravesado la cúpula de protección biológica. Pude convencerla de que examinara muestras de tejido nervioso de los afectados, tiempo perdido, no apareció nada anormal.

    —Todos analistas… Singular, ¿no?

    —Demasiado singular: de acuerdo a las pruebas hechas en Aurora y aquí, son los de mayores estabilidad nerviosa, y sin embargo…

    Sheila no concluye la frase; demostrativamente encoge los hombros.

    —¿Todas las ausencias iguales?

    —No. Hay variaciones, a medida que pasan los días. Disminuye la sensación de extrañeza, el número de los objetos totalmente desconocidos… Aunque los que reconocen, es solo de una forma superficial.

    —¿Acciones en las ausencias?

    —Según sus impresiones subjetivas, no. Pero no tenemos ningún registro de algún ausente. Haría falta; pienso proponerle a Wu que conecte de forma sistemática los registradores, a las horas habituales…

    El habla pausada de Sheila se ha cortado de súbito. ¿Será…? Puede ser; debe ser. Una rápida ojeada al reloj: Las 19:31 horas. La mirada regresa a las facciones sutilmente transformadas de su interlocutor. ¿Conectar los registradores? Esther está de guardia, habría que solicitar la autorización de Wu, no hay tiempo, mejor observarlo sola, recordarlo bien, dura poco. Sheila retiene la respiración, se inclina hacia delante, tensos los músculos…

    Rozando, palpando, sopesándolo todo, los ojos de Arne recorren el Departamento Mental; se detienen con largueza en el módulo de terapia hipnótica; luego continúan, hasta encontrarse con la escudriñadora mirada de Sheila. Qué curiosa falta de expresión… ¿y si probara? La oportunidad es única. Pulsa el contacto del fonoregistrador, articula lenta, pausadamente:

    —Yo soy Sheila. Tú eres Arne. Somos los sicólogos de la Expedición Fénix…

    Los labios de Arne tiemblan levemente; asciende, desciende convulsiva la nuez… con visible dificultad, salen las palabras:

    —¿Qué… es… Expedición Fénix?

    Simultáneamente, alarma y satisfacción tiñen los pensamientos de Sheila: No me equivoqué. Adelante.

    —¿Lo has olvidado? Regresamos a la Tierra, para averiguar lo ocurrido y ayudar a los sobrevivientes…

    —¿Y Gazel?

    La sorpresa entorna a los ojos de Sheila: ¿Qué tiene que ver? Ah… Entiendo.

    —Su cuerpo había experimentado demasiadas modificaciones, Arne. El sistema de protección biológica no lo pudo reconocer como un ser humano; tardamos demasiado en darnos cuenta…

    La espasmódica contracción de la garganta le impide seguir añadiendo, amontonando justificaciones: De todas formas, la culpa es nuestra. Debimos prever la posibilidad, ajustar a las nuevas condiciones el sistema.

    —Nunca volverá a ocurrir, Arne. Nunca más.

    Algo se desvanece en la faz del ausente; los rasgos endurecidos se dilatan en una débil sonrisa.

    —Otro caso más, Sheila.

    Arne y Noreen regresaron ahora mismo, estuvieron cinco días en la Altair; Arne no me ha dicho que les haya ocurrido también… Mejor preguntar.

    —¿Es la primera vez que te ocurre, Arne?

    La cabeza pelirroja se inclina en un gesto de asentimiento. Comenta reflexivamente:

    —Rara experiencia. No del todo desagradable. ¿Cuánto tiempo?

    —No creo haberlo registrado con toda precisión, debo haberme demorado algo en comprender lo que tenías. Sería preferible que me dieras primero tu impresión subjetiva, temo falsearla.

    —Minuto y medio; dos minutos, todo lo más.

    —Coincide, registré un minuto con treinta y nueve segundos. Pasemos ahora al análisis de tus recuerdos. Por favor, trata de ser extenso.

    Arne sonríe mientras se acaricia el mentón, fijos los ojos en el techo.

    —Al comienzo, igual que los demás. Extrañeza, algunos objetos vagamente conocidos, otros no. Diálogo muy interesante. Difícil comprender tus palabras, casi un idioma desconocido. Mucha curiosidad, deseo conocerte, conocernos; también temor. Ante tus explicaciones, duda y deseo de creerte, mezclados. Al mencionar nuestra tarea, el inmediato recuerdo del hombre araña, pero vivo. De verdad curioso. Mucha carga emotiva en su imagen; resentimiento agudo, dolor. Oscuras tus explicaciones sobre su muerte, pero comprensión de lo fundamental; algo estrictamente accidental, no voluntario. Entonces, tranquilidad… Y todo normal otra vez.

    —Hum… El hombre araña. ¿Dices que lo recordaste como si estuviera vivo? ¿El resentimiento podría atribuirse al hecho de que fuimos los causantes involuntarios de su muerte? ¿La tranquilidad nació al saber que no se trataba de algo premeditado, intencional?

    Los sucesivos asentimientos de Arne acentúan la expresión triunfal de Sheila; relaja su cuerpo, arrellanándose satisfecha en el asiento.

    —Ya lo tengo, Arne. Resulta todo tan sencillo…

    Sheila apoya las manos sobre la mesa ovalada, desplaza hacia adelante el peso de su cuerpo, observa atentamente los chispazos de comprensión que comienzan a nacer en las expresiones de las caras atentas…

    —Hay que reconocer que la muerte de Gazel nos ha afectado de manera profunda a todos. Sí, hasta a los que no hemos tenido ausencias. Pero debemos estar conscientes de que es algo irremediable; no podemos resucitarlo. Ya ha pasado el tiempo de las lamentaciones, tenemos que seguir adelante, y seguimos. Pero dentro de nosotros algo queda removiéndose, susurrándonos implacablemente: Gazel murió, por tu culpa…. Hasta que llega el momento en que se vuelve intolerable; cuánto quisiéramos ser otros, no relacionados con su muerte; cuánto daríamos por olvidar… Como es natural, nos controlamos; tenemos mucho que hacer. La tensión se va acumulando… y de repente, lo olvidamos todo: absolutamente todo. Durante un minuto o dos minutos, nada tenemos que ver con la muerte de Gazel. Después, reacciona el organismo: el desahogo ha sido suficiente, se vulva dominante la necesidad de afrontar nuestro trabajo: despertamos.

    Hay un brillo sospechosamente húmedo en la mirada de Noreen; rítmico, un músculo salta en la mejilla de Esther. Se ha logrado el efecto requerido. Sheila concluye:

    —Ya conocen la causa de sus ausencias: desaparecerán. Claro, no de inmediato; cada vez serán menos marcadas, les será más familiar lo que los rodea, no habrá temor, tendrán conciencia de ser ustedes mismos… Y llegará su final; estarán curados, completamente curados.

    Un día antes

    El insistente susurro llega hasta la dormida conciencia: despierta… despierta… despier… Con un estremecimiento, Esther se incorpora. ¿Por qué? Ah, recuerdo; la guardia. Con movimientos aún torpes, extrae del oído el pequeño audífono… Puedes callar, ya cumpliste tu trabajo. Procurando no despertar al dormido Igor, se incorpora, camina hasta la pared más próxima, la tantea hasta que aparece una cavidad; extrae algo blando, blanco, suave; lo desdobla, comienza a introducirse dentro de él. Una mirada al reloj: Las 23:54 horas, debo apurarme, llegaré tarde. Ajusta rápida los cierres del mono. Listo. Silenciosa, se dirige hacia la pared opuesta; la puerta se abre, se cierra: Igor queda solo en la habitación.

    Primera parte

    Retorno al viejo hogar

    Pues esta es tu casa. Toda la Tierra es tu casa. Esta es la casa más grande del mundo entero, de todo el Universo.

    Vladimir Kolubaev, La casa más grande

    Capítulo I

    Noreen comienza su jornada

    Agujas quietas, oscilando, girando a derecha e izquierda: cifras constantes, cambiantes, apareciendo, desapareciendo: luces rojas, blancas, verdes, doradas, azules, violetas, naciendo, parpadeando, muriendo… Involuntariamente, Esther cierra los ojos: Irresistible… y ni un análisis que hacer. Nada pasa, ni siquiera el tiempo. Tan solo queda esperar que llegue el relevo. Ahoga el insipiente bostezo: por enésima vez, busca una posición más cómoda en el sillón giratorio. Apoya las mejillas en las manos, los codos en el delgado borde del tablero de control. ¿Qué hora será? Mejor ni verla, una tortura más. Debo hacer algo, si no acabaré por dormirme… Quizás dar los toques finales al poema. Cuidado, Esther; no es el momento ni el lugar adecuados. No se puede dividir la atención… Callan los Señores de las Ruinas… No me acaba de gustar este comienzo: debe existir otra combinación de palabras que exprese mejor una desesperación sombría, la maldad agazapada, lista para saltar; la torva, empecinada negación de todo lo vivo. Todo tan fácil de decir y tan terriblemente difícil de hacer… Esther, Esther, recuerda lo convenido; nada de poesía ahora. Veamos; nada anormal, ninguna lucecilla roja, todo funcionando a la perfección… Algo informe, gogloteante, oculto en el fondo de un pantano. No, no es tan evidente. Mejor algo en apariencias normal: tan solo una leve distorsión, un halo equívoco, siniestro; apenas un ligero toque de perversidad… ¿Otra vez? Eres incorregible, Esther.

    A sus espaldas, la puerta se abre, se cierra; mas Esther no se ha dado cuenta de que ya no está sola en la Sala de Dirección. Está comprobado; no basta con ver las imágenes desde el Departamento de Exploraciones. Habría que estar en personas en las excavaciones, junto a los robots… No sería difícil convencer a Igor; a él le encantaría. El problema sería convencer a Wu….

    —Buenos días…

    El saludo susurrado junto a su oído hace que Esther salte, dé media vuelta, mire el rostro sonriente frente a ella. Suspira.

    —¿Es esta una manera adecuada de saludar, Noreen?

    —Excúsame; te vi tan abstraída, me hiciste temer que si te saludaba en voz alta… No me mires así, Esther: y yo que pensaba que me felicitarías por mi puntualidad. No vale la pena esforzarse tanto. Anda, levántate. ¿O piensas seguir de guardia? Dímelo, nada me gustaría más que seguir durmiendo.

    Estirando el envarado cuerpo, las piernas entorpecidas, Esther se levanta; muy a pesar suyo, sonriendo. Está visto; no puedo enfadarme con ella, aunque más de una vez se lo ha merecido… pero sería en vano: siempre será así. Sobre el asiento abandonado se instala la nueva analista de guardia, lo hace girar.

    —Demasiado alto, demasiado lejos: hay que ajustarlo…

    Rápidas, sus manos se deslizan sobre el tablero; suavemente el asiento se achica, acerca a los controles. Noreen vuelve la cabeza, esboza un mohín de compasión:

    —Se ve que no has tenido una guardia muy animada que digamos…

    Esther suspira, sin interrumpir el movimiento circular de sus manos sobre la nuca.

    —¿Qué se puede hacer? Tan solo cuando crezcan mis nietos habrá gente suficiente como para cubrir los cuatro turnos diarios. Mientras tanto, estas guardias nocturnas serán insoportables. Por suerte tenía algunos análisis pendientes; pero apenas duraron un par de horas. Después, cuatro horas interminables…

    La cabeza de Noreen oscila compasiva.

    —Vas ha hacer que me remuerda la conciencia: debo confesarte que tengo unos análisis pendientes… No muchos; los estrictamente necesarios para llenar este molesto vacío entre esta hora y las ocho, cuando comienza la lluvia de problemas para que el mago de guardia los resuelva con un toque de su varita mágica… Y si no puede hacerlo, si por desgracia se equivoca, ¡pobre de él!

    De súbito, el rostro móvil de Noreen se transforma; las cejas se unen, los labios se convierten en delgadas líneas horizontales, las arrugas atraviesan la frente; Esther tiene ante sí la réplica exacta del rostro de Wu cuando alguien equivoca los contactos. La risa estalla incontenible, disolviendo la imitación; el rostro de Noreen es ahora todo júbilo.

    —¡Lo conseguí! Ya pensaba que esta guardia había ahogado para siempre tu buen humor; pero sigues siendo la Esther de siempre…

    Esther trata de recobrar la seriedad; con todo, quedan vestigios de risa en su voz al advertir:

    —Procura que Wu no vea la copia, si no quieres sufrir el original, Noreen.

    —Puedes tranquilizarte; esto lo reservo únicamente para las grandes ocasiones. No creas que tengo ganas de ver el original; haré todo lo posible porque mi registro se mantenga en blanco.

    —De todas formas, no te confíes. Bueno, tengo que dejarte…

    Sin completar la despedida, Esther se detiene en el umbral de la puerta; mira intrigada sobre el hombro:

    —Noreen, ¿no tendrás otra ausencia?

    —Ni remotamente; estoy en perfectas condiciones.

    —¿Y realmente crees que tendrás mucho trabajo después de las ocho?

    —Claro. ¿Qué estás tratando de insinuar, Esther…? ¡Cómo pude olvidarlo! La conferencia…

    La puerta se ha cerrado tras las espaldas de Esther: en el centro de la Sala de Dirección, Noreen permanece inmóvil, frotándose inconscientemente la punta de la nariz con el índice. Y precisamente Alma va a presentar el trabajo que hicimos juntas; imperdonable no acordarme. ¿Y qué hacer ahora? Aurora, Aurora, hay que extrañarte; allá nunca pasaba esto. Aunque debió pasar; los primeros expedicionarios debieron conocer estas guardias vacías… Ahora los admiro más. De todas formas, es una desgracia ser tan solo un puñado. Pero no podíamos demorar más, 138 años son muchos, demasiados ya; solo ahora podemos apreciar cuánto nos necesitan los sobrevivientes… Divago: veamos si hay alguna cosa que pueda llenar el vacío. Decidida, se sienta frente al tablero. Los análisis alcanzarán hasta las ocho, no más. ¿Y después? ¿Ver la reunión por los registradores? No, me conozco. No podré contenerme, intervendré, y como consecuencia veré el original por descuidar la guardia. Hay que buscar otra ocupación…. La mirada vaga al azar por las paredes cubiertas de paneles de controles. De repente, se ilumina: ¡Eso es! Los documentos del antiguo Instituto de Investigaciones Especiales; no he visto ni la milésima parte de las traducciones, y seguramente allí habrá muchas cosas interesantes dentro de la ingeniería genética, además de los virus. Tendré trabajo hasta las doce y mucho más. No perdamos tiempo, rápido, la inspección.

    Ágiles, los dedos recorren el tablero; en la pantalla se suceden ininterrumpidamente las cifras. De forma automática, el cerebro de la analista de guardia compara, valora, extrae conclusiones; cualquier anomalía sería tan visible como una mancha de tinta sobre un papel. Empecemos por el sistema de abastecimiento genético… Las coordenadas reales de los satélites receptores… coinciden con las teóricas.

    Queda amplio espacio para asociaciones, recuerdos; por caminos separados del cerebro que trabaja, se arremolinan agradablemente…

    Amenazadoramente cercano, el tormentoso Sol; pese a las escafandras de ultraprotección, hasta la piel llega su vaho ardiente. Lentas, se despliegan las gigantescas placas transparentes; pacientemente, Arne y ella comprueban la interminable superficie; un kilómetro cuadrado, palpado centímetro a centímetro con los ultrasensibles instrumentos. Todo perfecto: Arne hace girar el reóstato, la placa receptora se torna opaca. De súbito, se animan los indicadores, reflejando el acelerado ingreso energético; se aproximan a los topes… Brota, más brillante que el mismo sol, el destello rumbo a la Tierra. Las agujas caen vertiginosamente; antes de llegar al cero, reanudan la ascensión, otra vez llega al máximo, otra vez el fulgurante disparo de energía concentrada… El cuarto satélite receptor está funcionando: Arne sonríe.

    Energía captada, la máxima. Fue un buen trabajo; el primero juntos, Arne y yo. Parece mentira que haya tenido que ser en una tarea riesgosa… Parámetros de los satélites estacionarios, normales… La vieja ley del cosmos; labores que impliquen riesgos de vida para quienes las efectúen, deberán hacerse en parejas, esposo y esposa juntos… Transmisión al satélite energético principal, perfecta… La versión moderna de siempre unidos, ante la vida, ante la muerte. Y qué bella la vida. Una nueva imagen comienza a delinearse…

    Los rostros adheridos al grueso cristal; desde la galería de observación de la Altair, Arne y Noreen contemplan el espacio. Naciendo del negro vacío, deslumbrantes relámpagos cruzan rítmicamente ante ellos, convergiendo en el invisible satélite energético principal; más pálido y constante, el delgado hilo de la columna luminosa nace de él, lo único en la oscura Tierra; el cordón umbilical que alimenta a la Base… El rostro ensimismado de Arne, alternativamente oscuro y resplandeciente, al ritmo de la secuencia destello-oscuridad-destello.

    Columna luminosa: normal. Terminado el sistema energético. Pasemos al resto de sistemas de abastecimiento; a ver, el agua: presión de las fuentes… normal. Concentración de sales… dentro de los parámetros permisibles. Contaminación, nula. Los pensamientos están lejos, muy lejos; a diecisiete años luz.

    Miradas asombradas, perplejas; murmullos, comentarios. Nace, irrevocable, el humorístico veredicto: Unión de contrarios; falta la lucha. ¿Pero esto qué puede importarle a Noreen? El Bión de Aurora ha aprobado su unión con Arne. Y pasean su fresca felicidad por la recién inaugurada Tercera Base, el brazo de Arne apoyado sobre su hombro como si ella fuera un bastón… Y verdaderamente eso parece la pequeña y delgada Noreen, al lado del corpulento Arne: ¿pero qué importa? Se quieren.

    Complejo de Cultivos Nutritivos, Oxigenación… normal. Se cumple el suministro de elementos primarios… Hay el incremento esperado de la biomasa… Mutaciones perjudiciales ausentes. Desde el estómago se expande angustiosamente lenta la sensación de repugnancia, permeando cada fibra de su cuerpo. No debo pensar en comida… que solo hallamos podido traer este minúsculo complejo; apenas diez sabores, y qué sabores; tan solo recordarlos me da náuseas… Pero antes te gustaban, Noreen. La culpa de todo está aquí….

    Suavemente, su mano desciende, roza leve el vientre aún terso; adentro, aún imperceptibles, los suaves pálpitos de una vida nueva.

    Pequeñín, pequeñín, cuántos deseos de verte… Sí, puedo imaginarte: una bolita rosada, gritona, indefensa… Pero allí estará tu mamacita…. Los ojos ven de repente las pantallas vacías; la sonrisa se evapora, las manos vuelven a correr sobre el tablero… Hasta luego, pequeñín; ya ves, por tu culpa interrumpí la inspección; eso no debes hacerlo, mientras mamá está trabajando… La fábrica de materiales sintéticos; veamos el programa de hoy… Elaboración de los módulos de los centros de extracción y procesamiento de minerales. Automáticamente la mirada se desvía hacia el indicador del depósito de metales: hoy más que ayer, la aguja se acerca peligrosamente a la línea roja… Malo, malo; pronto tendremos que recurrir a las reservas de emergencia. Por suerte Igor ha concluido los emplazamientos: esta tarde debe comenzar el montaje. El tiempo muy escaso, el programa muy justo… y las limitaciones de recursos: solo dos robots universales. Y hacen falta mucho más, para poder construir todos los centros de abastecimiento material; pero para poder satisfacer las necesidades de la fábrica de robots, son imprescindibles los centros. Un verdadero círculo vicioso, del que tardaremos en poder salir… Pero para poder traer todo lo que necesitaríamos, habría que haber demorado la salida otros cien años; no es tan fácil sintetizar la cantidad necesaria de combustible… Y esa solución sí es imposible.

    En la pantalla ha cesado el monótono desfile de cifras sobre las piezas que salen incesantemente de la fábrica de materiales sintéticos: Ahora, regulación ambiental… Temperatura, 25 grados; humedad relativa, 75 %; ionización del aire, normal. Veamos el sistema de prevención de accidentes.

    Oprime algunos contactos; sucesivamente parpadean tranquilizadoras y verdes lucecitas. Perfecto; le toca el sistema de exploración exterior. Comencemos por los exploradores atmosféricos. Con atención, observa los datos que cruzan en la pantalla; sonríe. Igual que ayer; un magnífico día, claro y soleado. Nítido, surge un cuadro semiolvidado…

    El cielo eternamente despejado de Aurora, iluminado por el brillo implacable de Altair: hasta el horizonte, más allá del horizonte, se extienden las resecas planicies; más lejos, más cerca, se levantan ocasionales remolinos de polvo, se depositan lentos… de nuevo, el cielo calmo, el ojo deslumbrante, casi inmóvil; la planetonave sigue volando hacia el cosmódromo…

    "Puedes borrar esa imagen, Noreen; allá han pasado diecinueve años, ya su cielo no debe estar vacío, seguramente han aparecido las primeras nubes. Cumplimos nuestro deber con la Madre Tierra; ahora deben estar concentrados en la tarea de saturar de agua nuestra árida Aurora.

    Pero cuesta trabajo imaginárselo; allá, aquí, diecinueve años; pero en la cosmonave apenas siete… Y si contamos con el efecto de la anabiosis prolongada, apenas hemos envejecido dos años; de los dieciocho a los veinte… Mi adorada Katleen debe ser ya una mujer madura, orgullosa de sus hijos casi adultos: y sin embargo, tenía apenas dieciséis años cuando me

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