Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

13 relatos
13 relatos
13 relatos
Libro electrónico109 páginas1 hora

13 relatos

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

A través de las múltiples miradas de sus personajes, que habitan en un mundo que se actualiza pero que no cambia demasiado, Pablo Babini incursiona con humor, suspenso y profundidad en todo tipo de historias: dramáticas, humanas, absurdas, experienciales. Un recorrido original y atrapante, caracterizado por la diversidad de estilos y propuestas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 abr 2022
ISBN9789878725406
13 relatos

Relacionado con 13 relatos

Libros electrónicos relacionados

Relatos cortos para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para 13 relatos

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    13 relatos - Pablo Babini

    cover.jpg

    PABLO BABINI

    13 relatos

    Babini, Pablo

    13 relatos / Pablo Babini. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

    Libro digital, EPUB

    Archivo Digital: descarga y online

    ISBN 978-987-87-2540-6

    1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.

    CDD A863

    EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

    www.autoresdeargentina.com

    info@autoresdeargentina.com

    Índice

    El local

    Los recuerdos

    Vecinos

    Dolores de cabeza

    Espejos

    Pobre Mamá

    Preocupado

    Violencia de género

    Extraterrestres

    Reflexiones de café

    Oportunidad

    Toda comunicación tiene doble sentido

    La reunión resultó como temía

    Acerca del autor

    A la memoria de Nora Skliar,

    la mujer de mi vida

    El local

    1

    Algo le hizo pensar que detrás de ese muro de ladrillos irregulares que tapiaba el frente de una antigua casa baja, estaba el local que buscaba. Pasaba por allí todas las tardes con el colectivo, al volver del trabajo, pero nunca hasta ahora le había prestado atención. Cuando volvió a pasar, al día siguiente, pudo anotar el número de celular que figuraba en el cartel de venta.

    Se sentía extrañamente ansioso, y empezó a llamar incluso antes de llegar a su casa. El teléfono sonaba pero nadie atendía. Aprovechó para analizar la escasa información con que contaba. El terreno debía tener los típicos 8,66 de ancho y una profundidad aceptable, porque estaba ubicado bastante cerca de la mitad de cuadra. Ni vestigios de la puerta de acceso, a la que uno podía adivinar justo en el centro, flanqueada por un par de ventanas, o tal vez a un costado, cerca de una de las medianeras, y en vez de ventanas un balcón francés, obviamente despojado de baranda y herrajes antes de que la casa fuera ferozmente tapiada para cerrarle el paso a eventuales ocupas. Suposiciones lógicas.

    Los ladrillos pegados con desprolijidad dejaban ver, en cambio, unos pocos tramos de la pared original. Ningún relieve ni siquiera insinuado, ninguna forma (solo un cambio de tonalidad o tal vez la mezcla con un aspecto más reciente) que pudiera sugerir que allí debió haber estado la entrada.

    Ahora el teléfono sonaba.

    Ustedes tienen una casa en venta, de una sola planta, en la calle Venezuela, que está completamente tapiada... Me interesaría conocer las características, porque yo estaba buscando algo así por el barrio. Hubo una pausa, una respiración profunda y una respuesta. Déjeme ver... Ya sé cuál dice. Sí, esa tiene casi 120 metros, ambientes grandes. ¿Usted para qué la quería?

    Como local de venta al público y depósito.

    Venta al público y depósito, repitió el otro como si tuviera que pensar demasiado para comprender ese tipo de uso de un local. Ajá, dijo finalmente, y pareció que se decidía a explicarle algo realmente importante. Es que... hay un problemita...

    ¿Qué problema?, preguntó rápidamente, sin disimular su interés. Le parecía inapropiado que existiera un problema, habiendo un cartel de venta y el número de teléfono de un vendedor.

    Se hizo un silencio del otro lado, y sintió una punzada que le cortó por un instante el aire. Desde su primer contacto visual con el local, había sido amor a primera vista. Es este, se había dicho, imaginando la disposición de los estantes, la luz, la conversación con los clientes, el éxito del negocio.

    Hay un pequeño inconveniente, se corrigió el otro. El propietario anterior era medio... usted me entiende... Y mandó tapiar la casa como si fuera... ¿cómo se llamaba esa película...? Como si fuera un refugio antiatómico. Y ahora es medio imposible tirar abajo esa pared, se necesitaría un obús o el disparo de un tanque, con suerte...

    Me está cargando...

    Por desgracia hablo en serio. Nadie podría tener más interés que yo en vendérsela. Ojo..., igual la puede comprar, no es que no esté a la venta. Lo que le tengo que advertir, porque soy una persona honesta, es que no va a poder usarla.

    Estaba perplejo, pero la curiosidad lo impulsó a continuar. La curiosidad y una especie de intuición que se apoderaba de él. Escuchemé... Si no se puede usar, ¿para qué la pone en venta?

    Bueno... El propietario actual, por ejemplo, la compró en estas condiciones. Como inversión.

    ¡¿Cómo inversión?!

    Claro. Ahora la vende un poco más cara de lo que la compró, porque subió el metro cuadrado.

    Pero, ¿cómo voy a comprar un local... una casa... así, sin verla? ¿Cómo sé que tiene la superficie que usted me dice?, argumentó estúpidamente.

    Por eso no se preocupe. Le puedo mostrar fotos del interior, incluso un video panorámico. Y también están los planos del catastro. Hacemos todo esto con un escribano de por medio, todo legal, tranquilizó el tipo.

    ¿Y quién me dice que mañana va a aparecer un comprador?, escuchó estupefacto su propia voz. ¿Quién me asegura que no bajará el metro cuadrado? No digo subir, pero por lo menos no bajar..., insistió.

    Mire: cuando esto se bloqueó, el propietario original encontró un comprador que le pagó lo suficiente para cubrir perfectamente la inversión en el amurallamiento, los gastos de escritura y hasta el plus que tuvo que poner para que no le impidieran la operación. Él le podría mostrar los recibos.

    Un silencio.

    Por supuesto, como se imagina, esto tiene un precio muy especial: el 30 por ciento del valor de mercado del metro cuadrado en el momento de la venta. Usted saca 120 metros cuadrados por una plata con la que no compraría ni 40.

    ¿No puedo verlo?, intentó débilmente, como si quisiera burlar retóricamente ese muro presuntamente inexpugnable, o tal vez para confirmar lo absurdo de una compra que sin embargo seguía cada vez mas interesado en concretar. Si le decían que sí, entonces la pared se podría derribar y la operación le resultaría una pichincha, se ilusionó.

    Verlo sí, pero de afuera. El tipo se estaba poniendo reiterativo.

    ¿No se puede subir al techo? ¿Intentar entrar por arriba?

    El techo tiene el mismo tratamiento. Y el fondo igual, y las medianeras. Es más inviolable que la bóveda de un banco.

    ¡Era loco, ese tipo!, se indignó.

    De pronto, tuvo como una inspiración. ¿Y usted cómo sabe que esa historia es cierta? Mire si el tipo los jorobó a todos, y se mata de risa de los tontos que se creyeron el cuento...

    Ese señor no se ríe más de nadie, porque murió hace algunos años. Y no crea que no lo intentó, el propietario actual. Vino con una cuadrilla, y hasta contrató a un especialista en violar cajas de seguridad.

    ¿Y...?

    Y nada. Resultó cierto: no se podía abrir ni un orificio de un milímetro.

    Perdió como loco..., le salió decir.

    No. Si la logra vender en las condiciones en que la compró, gana plata. Incluso tuvo una oferta de una empresa constructora que quería el terreno para construir una torre, pero no se animó a mentirles sobre las características peculiares...

    2

    Un odio inexplicable se apoderó de él. Tuvo una idea maldita: intentaría comprobar por sus propios medios si esa pared era tan invulnerable como le decían. Y aun suponiendo que el piso también estuviera reforzado y no se pudiera ingresar cavando por debajo, siempre quedaba la posibilidad de trabajar desde las dos casas linderas, abrir una brecha de separación y despegar el local, levantarlo íntegro con una de esas grúas gigantes que seguramente se alquilaban, y descargarlo en algún vaciadero especial.

    Comprendió rápidamente que necesitaba socios... y convencer a los vecinos de ambos lados de que le permitieran trabajar desde las medianeras. En el Ministerio de Defensa lo iban a sacar corriendo, y aun en el supuesto de que tuviera recursos propios suficientes para alquilar un equipo de demolición tan sofisticado, capaz de levantar y trasladar esa construcción, no tenía ningún derecho de propiedad sobre ese local como para contratar a alguien. Además, ¿adónde depositaría la edificación, si eventualmente la lograba despegar? ¿Cómo trasladarla por las calles mas angostas? Para no hablar de lo que le quedaría: un terreno desnudo, no un local.

    Llegó a su casa sumergido en el

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1