Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Anarcafeminismo
Anarcafeminismo
Anarcafeminismo
Libro electrónico494 páginas7 horas

Anarcafeminismo

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El verbo empoderarse es el peor que las feministas liberales podrían haber elegido y el que mejor las describe. La tarea del feminismo actual no es alcanzar el poder sino subvertirlo.
Siguiendo a Federici y otras teóricas marxistas, este trabajo da cuenta de cómo el capitalismo necesitó inventar a la mujer para hacer un trabajo no asalariado por amor, al igual que necesitó esclavos que sólo el concepto de raza podía legitimar. Lo mismo que identidad racial, el dispositivo binario sexo/género que produce hombres y mujeres no es un dato natural sino una constitución cultural que Occidente globalizó. Otras sociedades pre-coloniales no sólo pensaron terceros géneros, sino que se organizaron en función de otros criterios, como la edad.
Chiara Bottici da razones objetivas y contrastadas de la sinrazón que nos constituye. Apuesta por el anarquismo haciendo uso de la lengua del amo. Gran golpe al opresor, que pensaba que sólo sabíamos escribir poemas impotentes y aislados.

«Una obra amplia, clara y revolucionaria que atraerá tanto a los lectores que están comenzando a leer sobre filosofía feminista, como a aquellos que llevan tiempo trabajando en el tema».
Judith Butler
IdiomaEspañol
EditorialNed Ediciones
Fecha de lanzamiento28 feb 2022
ISBN9788418273599
Anarcafeminismo
Autor

Chiara Bottici

Chiara Bottici se autodefine como una anarcafeminista. Es profesora asociada de Filosofía y directora de Estudios de Género en The New School for Social Research y en el Eugene Lang College de Nueva York. Es conocida por su trabajo sobre cómo las imágenes y la imaginación afectan a la política y por sus escritos experimentales feministas. Es autora de A Philosophy of Political Myth (2007), Imaginal Politics (2014) y Per tre miti, forse quattro (2016), que abordan la historia de la filosofía, la teoría crítica, el psicoanálisis y el feminismo. También ha coeditado The Anarchist Turn (2013).

Lee más de Chiara Bottici

Relacionado con Anarcafeminismo

Libros electrónicos relacionados

Ciencias sociales para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Anarcafeminismo

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Anarcafeminismo - Chiara Bottici

    74580.jpg

    © Chiara Bottici, 2021

    Esta traducción de Anarcafeminismo se publicó por acuerdo con Bloomsbury Publishing Plc.

    © De la traducción: Sion Serra Lopes

    Corrección: Marta Beltrán Bahón

    © De la imagen de cubierta: Irie Wata

    Montaje de cubierta: Juan Pablo Venditti

    Primera edición, 2022

    Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

    © Ned ediciones, 2022

    Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

    ISBN: 978-84-18273-59-9

    La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

    Ned Ediciones

    www.nedediciones.com

    ÍNDICE

    Prólogo. Añadir mujeres y batir. De Laura Llevadot

    Introducción. El feminismo como crítica

    PARTE UNA. Cuerpos en plural y su opresión

    Cadenas de opresión, luchas en intersección

    Anarquismo más allá del eurocentrismo y del sexismo

    Dentro del feminismo y contra él: encuentros queer

    Intermezzo: In nomine matris

    PARTE DOS. La filosofía de la transindividualidad

    De la individualidad a la transindividualidad

    La filosofía de lo transindividual como filosofía transindividual

    Mujeres en proceso, mujeres como procesos

    Intermezzo: Itinerarium in semen

    PARTE TRES. Primero el globo

    La colonialidad del género: por un feminismo descolonial y desimperial

    Comunismo somático y el modo capitalista de (re)producción

    El medio ambiente somos nosotras: ecofeminismo como ecología queer

    PRÓLOGO

    AÑADIR MUJERES Y BATIR

    En Calle de dirección única (1928) hallamos un certero aforismo que lleva por título «Ministerio del Interior». En él, Walter Benjamin establece una punzante distinción entre el político anarco-socialista y el político conservador. El primero, nos dice, «ha de someter su vida privada a las normas que quiere convertir en la ley propia de la sociedad futura». El segundo, por el contrario, defiende en público lo que socava en privado, como si se saltase la norma sólo para confirmarla: «Sin el menor remordimiento, entiende secretamente su comportamiento como la prueba estricta y contundente de la inquebrantable autoridad de los principios que él mismo profesa». A la atenta mirada de Benjamin no se le escapó la hipocresía del político conservador. A nosotras tampoco. De noche se va de putas y a la mañana siguiente se opone a cualquier ley que permita sindicar a las trabajadoras sexuales, en público defiende la solidez fundamentada del reglamento para acto seguido saltarse la normativa cuando algún interés espurio lo requiere, lleva traje y corbata durante el día para travestirse de noche y poder colocarse en sus robustas y peludas piernas esas excitantes medias de rejilla que erotizarán el encuentro con su amante. Ellos son los verdaderos queer, sólo que no lo dicen. De eso, su mujer no sabe nada, o quizás sí, pero calla. También a ella le va la conservación de su forma de vida. Detrás del político conservador, también en los de estas tibias izquierdas parlamentarias, conservadoras por definición, palpita el núcleo anárquico del poder, como bien supo ver el Pasolini de Saló o las 120 noches de Sodoma (1975). No hay nada más anárquico que el poder. Es la lógica del soberano. El poder sabe de su falta de fundamento, del vacío sobre el que se sostiene el orden al que en público se aferra, ése que defiende con mil argumentos razonados que jamás llegarán a alcanzar el principio último que los sostendría. Por eso el anarquismo corre por sus venas, salta nocturno sobre alguna cama de pago, se infiltra entre los amigueos de palacio. Cómo explicar si no la corrupción endémica de nuestra clase política, los escándalos sexuales de presidentes, ministros y reyes o las orgías sádicas a las que se libraban los altos cargos del nazismo. El anarquismo encuentra su lugar en el círculo de la represión, pero queda preso. La anarquía halla en la perversión el nido circunscrito que confirma la autoridad de la norma. Ésta es la vida secreta del Ministerio del «interior».

    El anarquista que lo es de veras no puede con eso. Diréis que es más papista que el papa, y sin duda lo es. Inquebrantable, porque desprecia al papa y no quisiera asemejársele en nada. Ahí radica su fuerza. Menosprecia su hipocresía, su falta de entereza, su mediocridad, sus mentiras. Esos hombrecillos grises que se hacen los queer entre bambalinas. El anarquista si es queer, gay o lesbiana lo demuestra sin complejos. Las medias de rejilla se las pone a plena luz del día. No hay contradicción entre su forma de pensar y su forma de vida. Lo que sí hay es dificultad. Se asume. No resulta fácil vivir sin archē, sin someterse al orden establecido, sin principio regulador, sin doblegarse al comando. Así es la apuesta. Y ni siquiera hace falta ya obrar consecuentemente en vistas a ese sueño de una sociedad futura que el mesianismo de Benjamin todavía albergaba. Se vive así, sin comando, y basta. Se paga el precio.

    Las feministas liberales no habrán hecho más que reclamar la igualdad con esa pandilla de soberanos secretamente anárquicos. El verbo empoderarse es el peor que podían haber elegido y el que mejor las describe. «Añadir mujeres y batir», según la célebre expresión de Fox Keller, habrá sido el gran logro de ese feminismo de la igualdad que pedía poder y nada más, dejando el mundo incambiado. Trabajáis para el enemigo. Habláis el lenguaje del amo. Creéis en el Estado, la razón, el derecho, el fundamento, porque guardáis la inconfesable aspiración de llegar algún día a ocuparlos. Mientras tanto, desengañémonos, el mundo permanece androcentrado. Todavía es un hombre, públicamente heterosexual —en privado, ni se sabe—, quien manda aquí. Y vosotras, que abandonasteis el ángel del hogar, os habéis convertido en las fieles y profesionales secretarias que adoran el patriarcado con la encubierta esperanza de llegar a conquistarlo o reservarse en él un buen lugar. ¿Acaso no sabéis que andáis con puteros? ¿Acaso no os dais cuenta de que la división del trabajo, aún en las altas esferas, la sigue ordenando el dispositivo sexo/género? Un mal aprendizaje con vuestros maridos y padres os hizo pasar sin transición de la mística de la feminidad a la mística del poder, y cuando se entra en la lógica del poder, cuando se venera, hay muchas cosas que no se ven. Demasiadas. Ni siquiera empoderadas y fálicas sois capaces de advertir la hipocresía congénita de vuestros colegas y superiores, el sufrimiento de los damnificados de este orden que os empeñáis en conservar y para el cual trabajáis, ni la violencia estructural que se ejerce sobre vuestras congéneres de manera sistemática. Detengámonos. Quizás haya que escuchar de nuevo a Benjamin para aprender a echar mano al freno de emergencia de este tren que hace ya tiempo que anda desbocado.

    Anarcafeminismo de Chiara Bottici es, en este sentido, un freno de emergencia irremplazable, quizás el único capaz de hacernos comprender que la tarea del feminismo actual no es alcanzar el poder sino subvertirlo. ¿Y porqué habría que subvertir nada —preguntaréis— si ya somos todas ciudadanas de pleno derecho, si hasta una mujer negra ha sido nombrada vicepresidenta, si hoy una mujer transgénero puede llegar a ocupar un cargo de subsecretaria? El poder se viste de seda, pero no olviden lo que esconde en su Ministerio del «interior». Que una serie de Netflix sea protagonizada por familias gays, parejas poliamorosas o por estupendísimas transgénero, sólo da cuenta de la relajación moral de una estructura de dominación que ya no necesita recurrir a la vieja moralina cristiana para mantener su soberanía. El capital y el Estado ya no requieren de la moral protestante, como Weber pretendió. Lo que sí necesitan son mujeres, segundo sexo y dispositivo sexo/género. Esto es lo que este libro de Bottici sabe explicar muy bien. Siguiendo a Federici y otras teóricas marxistas, este trabajo da cuenta de cómo el capitalismo necesitó de la invención de la mujer. El dispositivo binario sexo/género, el hecho de que haya hombres y mujeres, no es un dato natural sino una construcción cultural que Occidente ha exportado a escala global. Otras sociedades precoloniales no sólo pensaron terceros géneros, géneros oníricos y fluctuantes, «dos espíritus», sino que se organizaron en función de otros criterios como la edad. Fue la colonización la que impuso la construcción binaria, fue el capitalismo el que concibió la mujer tal y como hoy la conocemos. También así, el colonialismo inventó la raza, y lo hizo por la misma razón. El capitalismo necesitó expropiar el trabajo de las mujeres y hacerlo pasar por cuidados, necesitó por mor de su supervivencia la existencia de un trabajo no asalariado que se hacía por amor, al igual que necesitó esclavos que sólo el concepto biológico de raza podía crear y legitimar. Esto es lo que analiza Federici en Calibán y la bruja, el modo como un feminicidio masivo, el de las llamadas brujas, expropió a las mujeres de su saber medicinal y de control reproductivo para convertirlas en ángeles del hogar. Fue la misma operación que se llevó a cabo con el exterminio de los pueblos colonizados, la que convirtió a los indígenas en esclavos. Ángeles del hogar y negros son un producto del capital. Diréis que el mundo ha cambiado. Nada menos seguro. El empoderamiento de las mujeres blancas en Occidente lo pagan las mujeres racializadas, descendientes de la esclavitud, que cubren los cuidados que antes nos estaban reservados. También las migraciones forzadas forman parte del flujo del capital. Alguien ha de ocuparse del trabajo que ya no hacemos, aunque la mayoría lo sigan haciendo, y de nuevo son mujeres quienes lo hacen. La racialización y la feminización van de la mano, constituyen una clase social. El dispositivo sexo/género, junto al de raza, es el mecanismo categorial que permite dominar a una parte de la población, clasificar los cuerpos en explotables y explotadores en función de un criterio biológico meramente visual. Parece mentira que una operación conceptual tan burda se haya normalizado hasta el punto de hacernos creer que de veras somos lo que nos dicen ser.

    Pero que nadie confíe en el Estado como paliativo al expolio y a la explotación. Durante mucho tiempo creímos que el Estado estaba ahí para compensar la desigualdad que el capitalismo generaba, para ocuparse de la sanidad, la educación, los cuidados. En Europa se creyó en el Welfare State, que se construyó a costa de la explotación de medio mundo, pero ese tiempo está acabado. Hemos asistido pasmados a la venta progresiva de los servicios públicos, a su paulatina externalización, a su desmoronamiento. El neoliberalismo es esa etapa del capitalismo en la que el Estado deja de disciplinar a los ciudadanos y mantener una actitud de laissez faire frente al capital para pasar a desarrollar una actitud proactiva con el mercado. El capitalismo necesita la institución estatal para legalizar y hacer viables cada una de sus operaciones. Los soberanos se cubren de gloria. Hay nombres y apellidos de los responsables de este hundimiento de lo público. Algún día deberían ser nombrados y encausados. Esto es mucho más grave que sus escarceos nocturnos con lo anárquico y sus medias de rejilla. En términos de género, es el Estado el que ordena los flujos de capital y la fuerza de trabajo, el que se encarga de asegurar la correspondencia sexo/género, el que divide la población en mujeres y hombres, el que nos obliga a identificarnos en virtud de nuestro sexo. Los populistas de izquierdas sueñan con tomar la institución y detener los desbordes del capital. Le llaman hegemonía. Pero sabemos que ahí sigue habiendo comando. No sólo porque cuentan entre sus filas a demasiado soberano anárquico que se despojó de la corbata pero no así de sus hábitos machistas y autoritarios, sino porque como explican Dardot y Laval en su último libro, Dominar. Estudio sobre la soberanía del Estado en Occidente (2021), el Estado fue desde el principio el medio institucional a través del cual se organizó el desarrollo del capital. De esto también da cuenta el libro de Chiara, de cómo tanto el género como el Estado fueron una imposición colonial, de cómo la explotación requirió de un dispositivo biopolítico fundacional. Ya sólo por esto, su lectura resulta imprescindible.

    Y sin embargo, en este libro hay mucho más. Cuando se ocupa un cuerpo feminizado, en su imaginario, en su posición social, en el rol que se le asigna dentro de la estructura familiar, se porta también una herida. Somos todas hijas de madres que por amor claudicaron, hijas de padres más o menos autoritarios, hemos sido jóvenes deseadas por hombres viejos y compulsivos, trabajadoras acosadas o ninguneadas en virtud de la percepción de nuestro género. Escuchamos a diario cómo mueren mujeres a manos de sus amantes, conocemos los feminicidios planificados en tantos lugares del mundo, recibimos con frecuencia el maltrato, unas veces silencioso, otras atronador, de nuestros compañeros sentimentales, asistimos atónitas a juicios en los que los inculpados por violaciones colectivas son absueltos bajo suposición de que la víctima gozaba. Probablemente, como afirma Malabou, ser mujer no sea más que esto: tener un cuerpo sobreexpuesto a la violencia. Pero, justamente porque lo que nos define es la violencia infringida, la feminidad se extiende a todo cuerpo feminizado, ya sea el de los homosexuales, los trans, las queer e incluso los niños..., a todos esos cuerpos que ocupan el eslabón menor en esta jerarquía de la dominación y que están por ello sobreexpuestos a la violencia. El poder no tolera el anarquismo de los cuerpos a plena luz. Castiga el goce. Debe recordarnos a cada paso quién manda aquí. En realidad, podría decirse, como hace Zizek, que no hay sino un género, el masculino, y que «la mujer es la primera trans». Es otro modo de decir que no hay sino segundo sexo, y que a este sexo pertenecemos todos los que no somos identificados como hombres cis y que por ello somos susceptibles de ser explotados y dañados. Esta sola idea, que también Bottici defiende, zanjaría de raíz las vanas disputas entre feministas y trans que no hacen más que alimentar al opresor, esos señores que conservan en público lo que desdicen en privado.

    Portadora de esta herida, que es política, a la escritura de Chiara le ocurre lo que a la vida privada del anarquista. Si fuera del todo consecuente nadie la escucharía o acabarían con ella de un plumazo, como se hace con el niño indócil que se salió de la fila. En este capitalismo cognitivo hay que hacerse escuchar. Sabemos bien quién manda aquí. Por fuerza hemos aprendido vuestra lengua. Hoy a Walter Benjamin ni siquiera le publicarían, mucho menos en una revista de alta indexación. Hubiésemos querido escribir como esas estrellas huérfanas de las que hablaba John Berger. Él abogaba por una conspiración de huérfanos, quizás hoy la de este segundo sexo, que no constelaban, que no hacían comunidad, que se sabían solitarios y outsiders, que bastante tenían con pensarse a sí mismos fuera del archē que todo lo ordena. Es el precio que paga el anarquismo por su terror a la comunidad y el comando, por su aversión a «las obligaciones del amor que nos destruyen», como dice Nathalie Zaltzman. Y sin embargo, Chiara habla la lengua del amo, hace uso de sus protocolos de expresión, de sus supuestos preceptos de objetividad, discute la literatura sobre el tema. Chiara Bottici es capaz de dar razones objetivas, contrastadas y académicas de la sinrazón que nos constituye. Apuesta por el anarquismo haciendo uso de la lengua del amo. Gran golpe al opresor, que pensaba que sólo sabíamos escribir poemas impotentes y aislados. Y sin embargo, en el transcurso de este lenguaje razonado a la altura del opresor supuran intersticios en los que respira otra voz. Alguien habla de una madre con un pie roto que no quiere ir al hospital, que duerme con su nieta porque, pobrecita, no tiene padre. Algo real y vivo grita entre las líneas argumentadas de este trabajo. Los académicos neoliberales son de este modo interpelados. Con la otra mano, en otro lugar, Chiara escribe una Manifiesto Anarcafeminista (2021). Busca voces, formas de expresión que digan algo más que lo que la racionalidad neoliberal soporta, que llegue a lugares donde no se la espera, que despierte a alguna de esas mujeres que, reclamando la igualdad, andan mano a mano con puteros. La voz de Chiara, en el Manifiesto, en los Intersticios de este libro, es la voz de las que faltan, las que han sido sacrificadas para que el orden pueda conservarse. ¿La escucháis? Dice lo mismo que lo que se arguye aquí, pero apela a otra forma de escucha. La escucha de quien todavía no está tan podrido como para escindir su decir público de su vida privada. ¿Oís? Quizás también en ti more una anarquista dispuesta a someter su vida privada a las normas que quisiera para el mundo en lugar de limitarse a añadir mujeres y batir.

    LAURA LLEVADOT

    INTRODUCCIÓN

    EL FEMINISMO COMO CRÍTICA

    A día de hoy es prácticamente un tópico argumentar que, para luchar contra la opresión de las mujeres, hay que desmontar primero el modo como se interseccionan distintas formas de opresión. No se puede decir que un solo factor como la explotación económica o la dominación cultural, o el nacerse o hacerse, sea suficiente para explicar de por sí las múltiples caras y causas del patriarcado y del sexismo. La interseccionalidad se ha convertido así en principio rector para un número creciente de feministas, tanto del Norte como del Sur global. Algunas llegaron a declarar que la interseccionalidad es la contribución más importante de los estudios de mujeres hasta la fecha.¹ En consecuencia, mientras la interseccionalidad es acogida como término de moda por muchos actores del debate, la mayoría de las publicaciones de teoría de género se han hecho, de una forma u otra, con el concepto —ya sea para promoverlo, criticarlo, o simplemente posicionarse con respecto a él—.

    Sin embargo, llama mucho la atención que en toda la bibliografía relativa a la interseccionalidad no haya prácticamente ninguna referencia a la tradición feminista que, en el pasado, reivindicó durante mucho tiempo esa misma cuestión: el feminismo anarquista o, como preferimos llamarle, «anarcafeminismo». Este término fue introducido por movimientos sociales con el intento de feminizar el concepto y así visibilizar una dimensión específicamente feminista en el ámbito de la teoría y práctica anarquistas. Esta tradición anarcafeminista, ampliamente ignorada tanto en el ámbito académico como por la opinión pública, tiene una contribución particularmente vital que hacer en el momento actual. Recuperar esa tradición fue la razón que nos llevó a empezar a escribir este libro.

    En primer lugar, junto a la labor rompedora de la teoría queer, orientada a desmantelar el binarismo de género que opone «hombres» a «mujeres», es crucial volver a reivindicar la necesidad de un tipo de feminismo que haga frente a la opresión de personas percibidas como mujeres y discriminadas precisamente con base en ello. Nótese que estamos empleando el término «mujer» en un sentido que incluye a todos los tipos de mujer: aquellas asignadas femeninas al nacer (AFAN),² o bien asignadas masculinas al nacer (AMAN) y, no menos importantes, mujeres femeninas, mujeres masculinas, mujeres lesbianas, mujeres trans, mujeres queer y todas las otras mujeres. Pese a la supuesta igualdad de derechos, las mujeres y todas las personas percibidas como pertenecientes a esa categoría siguen siendo objeto de discriminación estructural. La señal más llamativa de opresión sistemática contra las mujeres son los datos relativos a las violencias del género, es decir, la vertiginosa cantidad de violencia infligida a mujeres y a cuerpos percibidos como cuerpos de mujer.³ Algunos datos apuntan a la desaparición de entre 140 y 160 millones de mujeres del recuento global de la población —lo que quiere decir que, como resultado de los abortos e infanticidio selectivos por sexo y de desigualdades en la prestación de cuidados, la población mundial se caracteriza por un agujero macroscópico formado por todas esas «chicas» que «faltan»—.

    Lejos de ser una cuestión del pasado, el feminismo, la lucha contra la opresión de todas las femina, es más que nunca un imperativo. Por «femina», el término latino del que deriva feminismo, entendemos todas aquellas personas excluidas del «primer sexo», o sea de la categoría «hombre» (homo), la que define, a la vez, un sexo específico y el género neutro de los humanos en general.⁴ Comparados con los cisgénero masculinos, todos los demás sexos y géneros ocupan un «segundo» lugar porque ninguno de ellos puede aspirar a ser, a la vez, una posición específica y el término neutral. Por ejemplo, sólo en Estados Unidos de América, casi una de cada seis personas transgénero han sido encarceladas al menos una vez a lo largo de su vida.⁵ La violencia del género no sólo atañe a las mujeres que al nacer fueron asignadas como tal, sino que incluye a las mujeres trans y a todos los cuerpos femeninos que son objeto del feminicidio global. El término «transmisoginia»⁶ fue creado precisamente para señalar cómo la transfobia y la misoginia pueden ir de la mano y, de hecho, reforzarse mutuamente. Junto al «femicidio», el acto de causar muerte a mujeres individuales, está teniendo lugar un «feminicidio», una discriminación exhaustiva y sistemática, causando incluso la muerte de «féminas», a menudo con la complicidad de los Estados, ya sea por aplazamiento de la ejecución penal o por impunidad.⁷

    Por eso mismo el feminismo es necesario y urgente, pero se tiene que sostener en una liberación de las mujeres articulada de tal forma que no cree más jerarquías, y es precisamente aquí donde el anarcafeminismo puede intervenir. Mientras otras feministas de izquierdas han cedido a explicar la opresión de las mujeres con base en un solo factor, o han apresado la liberación de las mujeres en un estrecho marco de comprensión de la «femineidad», las anarquistas siempre han dejado muy claro que, para luchar contra el patriarcado, tenemos que combatir sus múltiples formas ateniéndonos a la diversidad de factores —económicos, culturales, raciales, políticos, sexuales, etc.— que concurren para promoverlo, incluyendo, si cabe, aquellos factores que nos llevan a privilegiar ciertas nociones de femineidad en detrimento de otras.

    Esta negligencia —por no llamarlo amnesia histórica— de una importante tradición de izquierdas, es seguramente el resultado de la censura que el anarquismo padeció en la academia en particular y en el debate público en general, los cuales ofrecieron casi siempre un retrato falaz del anarquismo como un simple llamado a la violencia y al desorden. Esta censura se basa en la confluencia semántica de «anarquía» como ausencia de gobierno y «anarquía» como desorden. Anarquía no significa desorden; lo que significa es la búsqueda de un orden sin «ordenante», es decir, una forma de socialidad espontánea que no es producto de una orden. Quienes entienden la anarquía apenas como sinónimo de desorden hacen converger el sentido del «orden» como existencia de ciertos patrones conductuales (sin los cuales no habría sociedad) con el de «la orden» como dictamen, sin la cual las sociedades son no solamente posibles, sino deseables. El olvido negligente de la tradición anarcafeminista fue así activado en detrimento del rigor conceptual, de la inclusividad y, como veremos, de la eficacia política.

    Nuestra propuesta es remendar ese hiato formulando un abordaje específicamente anarcafeminista adaptado a los desafíos actuales. La cuestión no es simplemente visibilizar una tradición anarcafeminista, que fue un componente vital en anteriores luchas feministas, y así reestablecer alguna continuidad histórica —si bien ésta sería sin duda una valiosa iniciativa—. Además del rigor histórico, recuperar las intuiciones anarcafeministas tiene la función crucial de ampliar las estrategias del feminismo justo cuando varios factores se juntan para ejercer aún más opresión sobre las mujeres al profundizar las barreras de clase, raciales y culturales entre ellas.

    En un momento en que el feminismo es testigo de amargas divisiones entre el cis y el transfeminismo,⁸ en que al feminismo en su conjunto se le acusa de ser un simple privilegio blanco, esta tarea resulta más crucial que nunca. La emancipación de (algunas) mujeres del Norte global puede efectivamente darse a expensas de otras mujeres del Sur global, cuyo trabajo reproductivo en el hogar es utilizado a menudo como sustituto del que antes realizaban las mujeres ahora supuestamente «emancipadas». Es precisamente cuando adoptamos esta perspectiva global, tanto más necesaria a día de hoy debido al enmarañado global de la reproducción social, que percibimos la cadena asociativa del trabajo dividido por género a nivel mundial, y se hace evidente la actualidad del anarcafeminismo. Necesitamos abordar la dominación desde varios frentes. En particular, necesitamos un abordaje capaz de incorporar distintos factores así como distintas voces oriundas del mundo entero. Como escribió la anarcafeminista china He Zhen en los albores del siglo XX en Sobre la cuestión de la liberación de las mujeres:

    La mayoría de las mujeres ya sufren tanto la opresión del gobierno como la de los hombres. El sistema electoral no hace sino incrementar su opresión al introducir un grupo gobernante: mujeres de la élite. Aunque la opresión persiste, aún hay una minoría de mujeres que se beneficia de la mayoría de mujeres. [...] Cuando unas pocas mujeres dominan a la mayoría de mujeres desprovistas de poder, una diferenciación entre clases desiguales es introducida en el conjunto de las mujeres. Si la mayoría de las mujeres no quiere ser controlada por hombres, ¿por qué querrían ser dominadas por otras mujeres? De esta manera, en lugar de competir contra hombres por poder, las mujeres deberían luchar por derrocar la forma de gobierno de los hombres. Cuando se les quite a los hombres los privilegios que tienen, estarán en igualdad con las mujeres. No habrá mujeres sumisas ni hombres sumisos. La liberación femenina es esto.

    La relevancia de estas palabras escritas en 1907 demuestra cuán profético fue el anarcafeminismo. La liberación no significa que las mujeres deban compartir los privilegios de que disfrutan algunos hombres, sino que no haya «mujeres sumisas ni hombres sumisos». Estas palabras dan una primera respuesta a nuestra cuestión: ¿por qué el anarcafeminismo? Porque es el mejor antídoto contra la posibilidad de que el feminismo se vuelva un privilegio y, por consiguiente, una herramienta en manos de unas pocas mujeres que dominan a todas las demás. En una época donde la elección de una mujer presidenta se exhibe como una liberación para todas las mujeres, donde el feminismo se puede convertir en un instrumento al servicio de marcas corporativas, el mensaje fundamental de las anarcafeministas del pasado se vuelve más urgente que nunca: «El feminismo no es sinónimo de poder corporativo en femenino o de una mujer presidenta: significa que no haya poder corporativo ni presidente».¹⁰ Con otras palabras, significa la liberación de todas las mujeres.

    Aunque recuperar voces olvidadas del anarcafeminismo es una tarea importante para las feministas de hoy en día, no es nuestro principal objetivo. Este libro empezó como un intento de rescatar la tradición anarcafeminista, pero acabó siendo algo más. Y es que cuanto más buscábamos a la «tradición anarcafeminista» e intentábamos identificar el «canon anarcafeminista», más perdíamos el interés en hacerlo. A medida que fuimos investigando para escribir este libro, se fue haciendo obvio que el concepto de «tradición anarcafeminista» e incluso el de «canon anarcafeminista» está cargado de tensiones internas, por no decir directamente que es una contradicción. La idea de «tradición» implica la transmisión intencional de un cierto corpus de pensamiento de una generación a otra, lo que a su vez implica la existencia de un corpus relativamente estable de obras que se suponen «clásicas» y que por ello vale la pena que se transmitan. Es más: la idea de «canon» implica que un corpus de pensamiento y prácticas de ese tipo haya sido transcrito en forma de libros, aceptados como auténticos y fundacionales, e incluso sagrados. Sin embargo, el término «anarquía» pide deshacerse de jerarquías, tanto políticas como canónicas o ideológicas. La noción misma de «anarquismo clásico», como veremos, se convierte muchas veces en un instrumento de exclusión y vigilancia hacia un supuesto «canon» anarquista que resulta en larga medida eurocéntrico y androcéntrico.¹¹ ¿No habrá una contradicción performativa en el intento de forjar una tradición anarcafeminista, y más aún un canon?

    Cuanto más profundizamos en ese espacio, más obvia se vuelve esa tensión. La filosofía «anarcafeminista» está diseminada en un conjunto de libros, obras e ideas en constante mutación que difícilmente se podrían enclaustrar en un determinado canon. Además, muchas autoras anarcafeministas no tienen siquiera un interés prioritario en etiquetarse como tales. Algunas simplemente se focalizan en cuestiones específicas, mientras otras prefirieron la opacidad como estrategia. En consecuencia, si bien leer e involucrarse en grupos que se identifican a sí mismos como anarcafeministas es siempre útil, el caso es que hemos encontrado algunas de las intuiciones anarcafeministas más productivas en escritoras, filósofas y activistas que no se identificaron como tales. Lo mismo se aplica a muchas y variadas formas de anarquismo. Por ejemplo, aunque hay relativamente pocas «anarquistas negras» que se hayan identificado así, abundan en la literatura de la tradición radical negra y del feminismo negro expresiones de ideales y sentimientos anarquistas, como algunas han señalado.¹² ¿Cómo resolver entonces esa tensión? ¿Cómo pueden convivir ambas posibilidades?

    La tensión desaparece cuando ponderamos el sentido mismo de «anarquía» y el de «anarquismo» en cuanto filosofía y praxis de la anarquía. Si anarquía quiere decir, como veremos, ausencia de arché, es decir, de figura ordenante y de un principio totalizador, y nos invita a buscar un orden sin ordenante, queda claro por qué muchas anarquistas no tienen como principal interés acogerse a una u otra clasificación, ni mucho menos en construir un «canon» anarquista. Muchas pensadoras del anarquismo se interesaron sobre todo en desmantelar cualquier arché, por lo que lucharon desde las particulares trincheras que su tiempo y lugar les ofrecían, sin intervenir necesariamente en el ejercicio (académico) de identificar tradiciones y textos canónicos. Por eso es perfectamente viable desarrollar una forma de «anarconegritud» y no por ello querer identificar una «tradición anarquista negra» en concreto, al igual que se puede desarrollar ideas anarcafeministas sin atribuirse ese título, o sin ser consciente de que dicha tradición exista. Ésta es probablemente la fortaleza del anarcafeminismo, ya que lo protegió de un endurecimiento con tendencia a la ortodoxia, pero también su debilidad, pues muchas de aquellas que le aportaron su contribución cayeron fácilmente en el olvido.

    Con este libro queremos transformar la debilidad en fortaleza, es decir, utilizar la versatilidad de la filosofía anarcafeminista como una vía para crear un diálogo entre textos, proyectos políticos e ideas filosóficas que no se suelen asociar. Al hacerlo, nos referiremos tanto a teóricas y activistas que se autodefinen como anarcafeministas como a otras que no lo hacen. Así, este libro no es tanto una reconstrucción fiel de todas las teorías anarcafeministas como un intento de caracterizar en su singularidad una filosofía anarcafeminista que responda a los desafíos actuales. Más que una etiqueta para clasificar a textos o personas, o un programa filosófico-político que quede escrito de una vez por todas, el anarquismo es un método¹³ que cuestiona todas las formas de jerarquía e invita por ello a investigar cómo éstas se refuerzan mutuamente. Aplicado al feminismo, el prefijo anarca tiene la función de subrayar que ni el sexo, ni la clase ni la raza, ni la cis- o heteronormatividad, ni ningún otro producto que podamos sacar de nuestras estanterías de género, podrá alguna vez aspirar a ser el factor único, el origen decisivo, el arché que explica, y por eso rehúye explicar, el pluralismo causal de la opresión de las mujeres.

    Éste es el sentido de «anarcafeminismo» que hallamos en textos históricos escritos por anarquistas que se consideraron a sí mismas feministas, pero también en aquellos escritos por teóricas y activistas que abrazaron estas ideas sin forzosamente acudir a esa etiqueta: lo que tenían en común era la consciencia de que hay algo específico en la opresión de las mujeres, y de que las distintas formas de opresión se refuerzan unas a otras, de tal modo que no es posible liberarse de una de ellas sin tenerlas a todas en cuenta. En resumen, todas ellas comparten la convicción de que una no puede ser libre si todas las demás personas no son igualmente libres.

    Es esta consciencia anarcafeminista, por ejemplo, la que llevó a Emma Goldman, una de las fuentes de inspiración de este libro, a rechazar la etiqueta «feminismo» y acoger solamente la de «anarquismo». Para ella, como veremos más adelante, la lección del anarquismo fue la unidad de la vida, y por consiguiente el hecho de que todas las formas de opresión se encuentran en un mismo punto, mientras que el «feminismo», en el Nueva York de principios del siglo XX, fue principalmente asociado con un movimiento compuesto por mujeres de clase media que no tenían un interés declarado en superar la explotación de clase y otras formas de dominación. Por eso, la filosofía de Emma Goldman plantea la cuestión de la liberación de las mujeres a través del concepto de anarquismo y rechaza la etiqueta «feminismo», pero, como veremos, da cobijo a perspectivas claramente anarcafeministas.

    El término «anarcafeminismo» fue, por el contrario, usado explícitamente en los años setenta del siglo XX por movimientos sociales feministas en búsqueda de otro tipo de feminismo, y se veían a sí mismas como anarquistas, enfatizando esa importante confluencia —percibida además con tal intensidad que algunas activistas llegaron a afirmar que «el feminismo practica lo que el anarquismo predica»—.¹⁴ En efecto, muchas feministas de los años 1970 compartieron objetivos anarquistas tales como acabar con todas las formas de jerarquía, capitalismo, estereotipos de género y violencia interpersonal, y a menudo utilizaron técnicas usadas tradicionalmente por anarquistas, desde el recurso a la formación de consenso en grupos de afinidad hasta el énfasis en que «lo personal es político», o aquello a lo que las anarquistas tradicionalmente han llamado «política prefigurativa».¹⁵

    Con todo, como veremos más adelante, es innegable que no todas las formas de feminismo han sido históricamente anarquistas. Para muchas autodenominadas feministas, el sentido del feminismo es alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres, buscando para ello las condiciones legales y políticas necesarias para que las mujeres lleguen a disfrutar la misma posición de poder de la que disfrutan los hombres. Pero no todos los hombres ocupan igual posición en la jerarquía del poder, así que cuando el feminismo aspira a lograr igualdad con los hombres, en verdad es a unos pocos que se refiere. De este modo, el feminismo puede fácilmente convertirse en una forma de elitismo, es decir, un intento por parte de (algunas) mujeres para disfrutar de los mismos privilegios que algunos hombres. Al revés, en este libro entendemos el feminismo no como una lucha por la igualdad con respecto a algunos hombres, sino como una lucha contra la opresión de todas las mujeres,¹⁶ así como una lucha contra la opresión perpetrada mediante la imposición de un sentido muy limitado de «femineidad».

    En consecuencia, el feminismo no es un movimiento únicamente preocupado con cuestiones que atañen a las mujeres, sino una forma de crítica de todo el orden social que, en la actual situación de gravedad, es inseparable, como veremos, del «sistema de género moderno/colonial»¹⁷ que reduce los roles de género a un dimorfismo biológico y patologiza a quienes se desvían de él. Las normas de género y las dicotomías binarias de «hombres» versus «mujeres» son opresivas para cualquiera, no sólo para las personas a las que se asigna el sexo femenino al nacer, pese a que los hombres pueden efectivamente beneficiarse de un sistema de género binario donde tienen muchas más posibilidades que las mujeres de ocupar una posición predominante. Esto se debe a que unas y otros participan en la producción y reproducción de roles de género.

    Considerar el feminismo como una lente que permite visualizar una crítica general del orden social permite, además, profundizar nuestro conocimiento acerca de la opresión gracias a un análisis de modos interiorizados de dominación. Las teóricas feministas del pasado fueron capaces de despezar los mecanismos de dominación de una forma muy sutil. Aunque, ciertamente, hay algo único con respecto a la opresión de las mujeres, también es verdad que discernir esa peculiaridad puede arrojar luz sobre los mecanismos de dominación en general. Para algunas feministas, el carácter insidioso de la dominación proviene de la dimensión erótica del poder o de lo que otras anarquistas han llamado «los dilemas de la servidumbre voluntaria». Como observó en su día Étienne de La Boétie, el principal motivo por el que ciertos gobernantes permanecen durante tanto tiempo en el poder es porque la multitud obedece voluntariamente.¹⁸ Para la mayoría de las personas bastaría con dejar de obedecer para causar la disolución de ese tipo de poder. ¿Por qué las personas se siguen sometiendo? ¿Por qué persiste el patriarcado? Si nos fijamos en la literatura feminista, podemos encontrar varias ideas acerca de los mecanismos por los que las mujeres han reproducido voluntariamente los mismos roles de género y estereotipos que las han oprimido durante tanto tiempo. Simone de Beauvoir, por ejemplo, hace más de setenta años, llamó la atención para este problema: hubo casos en que, por un período más corto o más largo de tiempo, una categoría de humanos se hizo con el control sobre la otra, y normalmente era la desigualdad numérica que permitía que este privilegio se diera y se mantuviera a lo largo del tiempo, pero en el caso de las mujeres claramente no se trata de eso. No es que las mujeres estén en minoría numérica y por eso sean oprimidas, sino al revés:

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1