MIRANDO ATRÁS
El siglo XIX arrancó con la caída del Antiguo Régimen y su sustitución por –efímeros– regímenes liberales. La herencia de la Revolución Francesa proclamaba “libertad, igualdad, fraternidad” y se fundamentaba en principios tan nobles como la equidad ante la ley y el rechazo de los privilegios de clase; pero ese pacto olvidaba por completo a la mujer. La discriminación por sexo era, desde la cuna, una fuente de derecho. Era una marginación interdisciplinar: la política, la economía, la cultura y la religión prescindieron de las mujeres por considerarlas imperfectas y no aptas para la vida pública. El mismo filósofo John Locke (1632-1704), defensor radical de la autonomía del individuo –“Nadie puede ni debe someterse a otro”–, apoyaba en cambio la imposición del hombre sobre la mujer.
DE SIERVA A ÁNGEL DEL HOGAR
En España,, de Fray Luis de León: “No las dotó Dios ni del ingenio que piden los negocios mayores, ni de fuerzas (…); conténtense con lo que es de su suerte, y entiendan en su casa y anden en ella, pues las hizo Dios para ella sola”. Era un modelo adaptado a la economía de subsistencia de la época: la mujer debía cuidar la casa y ayudar tejiendo o en faenas agrícolas al incremento del patrimonio del marido.
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