Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Silvestre o el sueño de un imperio
Silvestre o el sueño de un imperio
Silvestre o el sueño de un imperio
Libro electrónico643 páginas9 horas

Silvestre o el sueño de un imperio

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

No es fácil responder a la pregunta de quién era realmente el general Manuel-Fernández Silvestre Pantinga. Convertido durante su vida en una leyenda, y tras su muerte en una víctima propiciatoria, Silvestre no ha pasado a la historia como el caudillo militar que logró la pacificación de Marruecos, sino como el causante de la mayor catástrofe militar de un ejército colonial y como origen de la puesta en cuestión de las acciones de Alfonso XIII en relación con el problema de Marruecos, que desencadenó la crisis que dio fin a la monarquía restaurada en 1875.
Pero con independencia del juicio sobre sus últimos días, Silvestre fue un líder indiscutible, un militar carismático, aparentemente áspero y duro, pero de trato bondadoso, siempre preocupado por el bienestar de sus soldados, honrado y de firmes convicciones. Se puede dudar de que su decisión de no sobrevivir a la derrota fuera la más adecuada, pero, en cualquier caso, su trágica figura merece el respeto debido a los que han sucumbido a un destino adverso.

Manuel Serrano nos descubre, en una de las biografías sobre el general Silvestre más reveladoras, aspectos de su vida y su personalidad, así como de sus posibles motivaciones, más allá de la resonancia que tuvo el desastre de Annual, que por desgracia propició que numerosos contemporáneos del general y estudiosos posteriores nos hayan dejado un retrato demasiado superficial del valiente militar. En general, hay coincidencia en sus rasgos más característicos, pero el conjunto de los que le conocieron bien y de los que lo trataron no dejan de señalar rasgos que matizan la imagen pública de un hombre del que se suelen destacar sus aspectos más propicios a la caricatura.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento3 may 2018
ISBN9788417418434
Silvestre o el sueño de un imperio

Relacionado con Silvestre o el sueño de un imperio

Libros electrónicos relacionados

Biografías y memorias para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Silvestre o el sueño de un imperio

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Silvestre o el sueño de un imperio - Manuel Serrano Vélez

    1. Así nace un mito

    10.jpg

    El 11 de enero de 1898 el capitán Manuel Fernández Silvestre, que acababa de cumplir 26 años, cargó en el Potrero de la Caridad contra los mambises cubanos. Lo hizo al frente del segundo escuadrón de caballería del Príncipe que mandaba el comandante Nicanor Poderoso. En su arrojada acción recibió dos heridas de bala que no detuvieron su ímpetu y en el transcurso del combate recibió tres balazos más, once heridas de arma blanca y murió el caballo que montaba. A pesar de que en un primer momento se le dio por muerto, fue trasladado en gravísimo estado al Hospital Militar de Morón, en donde permaneció dos meses antes de trasladarse con licencia durante otros dos meses para reponerse, primero en Santiago de Cuba y luego en La Habana.(1)

    Aunque ya había dado con anterioridad muestras de su acometividad y había recibido el bautismo de sangre en 1896 en los combates de Sabana de Maíz, la acción del Potrero de la Caridad marcará definitivamente la figura de Silvestre en la memoria del Ejército español y con el tiempo la narración del hecho alcanzará proporciones míticas. Llegó a escribirse que causó veintiocho muertos al enemigo por arma blanca, que los mambises le ataron a las ramas de un árbol y lo acuchillaron hasta dejarlo por muerto y que fue rescatado por los españoles, casi desangrado, llevándolo al Hospital de Morón.

    Juan Pando(2), con más rigor, cuenta que en su segunda carga pasó por un bosque de machetes de los que trece le hirieron en la cabeza, tronco y extremidades. Cayó al suelo junto con su caballo muerto, y pareció que aparentemente había fallecido, gracias a lo cual no fue rematado por los combatientes enemigos. Lo cierto es que recibió un total de 21 heridas que, sumadas al balazo de Sabana de Maíz, totalizaban 22.

    De las gravísimas heridas recibidas en este combate le quedarán cicatrices permanentes muy visibles y una importante limitación del uso del brazo izquierdo que Silvestre logrará disimular con habilidad durante toda su vida.

    En el reconocimiento al que fue sometido por la Junta de Sanidad Militar el 4 de mayo de 1898 se detallan sus heridas con la austera prosa de los documentos militares: cuatro de arma blanca en la cara, seis en el codo y el antebrazo izquierdo y en ambas manos, seccionando en la izquierda huesos y tendones de los dedos índice, medio y anular. Cuatro de arma de fuego en el hombro y en el muslo derecho que afectan a la parte superior del prepucio y glande, y otras dos en el antebrazo derecho y pierna izquierda.

    Como consecuencia de estas heridas, presentaba cicatrices lisas y bien consolidadas en las regiones parietal y occipital hechas con machete; otra cicatriz por arma de fuego en la región deltoidea derecha; otra de machetazo en el antebrazo derecho; otra de arma de fuego en el mismo antebrazo con fractura consolidada de cúbito; otra cicatriz de machetazo en la palma de la mano derecha; otra de machete en la parte posterior del codo; dos en el antebrazo y mano izquierda; dos cicatrices de machete en la cara; una entrada y salida de bala en el tercio superior del muslo derecho, y otras dos de bala en la pierna izquierda. La mayor parte de estas cicatrices no presentaban problemas funcionales, pero sí las de la mano derecha y el codo izquierdo.(3)

    El doctor Joaquín Moreno de la Tejera, que presidió la Comisión Militar que examinó su maltrecho cuerpo en La Habana, quedó asombrado por el número y la gravedad de las heridas, y, pese a los intentos de Silvestre de reincorporarse al servicio sin estar del todo restablecido, aconsejó una licencia de cuatro meses y su traslado a la península. Silvestre embarcó en el vapor Montserrat el 16 de agosto, cuando prácticamente ya había terminado la Guerra de Cuba con la derrota de España ante los rebeldes cubanos gracias a la decisiva intervención de la escuadra y del Ejército norteamericanos.

    El 21 de septiembre de este mismo año 1898, el ministro de la Guerra, Miguel Correa y García, comunicó a Manuel Fernández Silvestre que se le había concedido el empleo de comandante de Caballería por sus méritos en el combate del Potrero de la Caridad en el lugar del Ciego de Ávila. Así pues, a los 26 años, merced a su arrojo y sus méritos en campaña, el joven segundo teniente que había desembarcado en Cuba el 19 de junio de 1895 en tan solo tres años se había convertido en comandante, iniciando así lo que prometía ser una fulgurante carrera en la milicia.

    Muy pocas semanas antes del embarque de Silvestre para Cuba, en junio de 1895, había estallado la que sería la última guerra de la Independencia en la isla tras producirse el Grito de Baire o de Oriente el 24 de febrero de 1895 siguiendo las órdenes de José Martí. Pese al heroísmo derrochado por oficiales como Silvestre, el Ejército español era incapaz de derrotar a los sublevados cubanos, y, tras la intervención militar de Estados Unidos en la isla con el pretexto de la voladura del Maine, la derrota de las tropas españolas sería inevitable.

    20.tif

    Naufragio del USS Maine, ca. 1898.

    2. Infancia y juventud de Silvestre

    Manuel Fernández Silvestre, hijo de Víctor Fernández Villar y de Eleuteria Silvestre y Quesada, nació el 16 de diciembre de 1871 en El Caney, localidad cubana a cinco kilómetros de Santiago.

    Prácticamente, nadie de los que ha escrito sobre Manuel Fernández Silvestre ha evitado definir su carácter y su conducta. Se le ha calificado como un hombre resuelto, abierto, impresionable, llano, aunque de trato aparentemente áspero, de lenguaje pintoresco, fanfarrón, convencido de su buena estrella, brusco, impulsivo, imprudente, irreflexivo, ambicioso, arrogante… Casi todo lo que se ha publicado sobre él es cierto, pero, en conjunto, más que una biografía, sobre Silvestre se ha edificado una leyenda que se ha impuesto sobre los hechos reales de su vida.

    Ninguno de sus biógrafos ha dedicado especial atención al ambiente familiar en que se había criado de niño ni a la influencia que sobre él pudo tener su padre, teniente del Ejército español en la isla. Apenas se ha destacado que el padre de nuestro protagonista, Víctor Fernández Villar, citado muchas veces como Víctor Fernández Pantinga, fue un oficial que no pasó por ninguna academia.(4)

    Ingresó en el Ejército como recluta en la caja de quintos de La Coruña el 27 de febrero de 1861 a la edad de 20 años. Había nacido en Olloniego, lugar a ocho kilómetros de Oviedo, el 15 de marzo de 1841, hijo de Manuel Fernández y de Javiera Villar. Encuadrado en el Regimiento de Caballería a pie, embarcó en Cádiz para la capital de la isla de Santo Domingo el 30 de marzo. En septiembre ascendió a cabo segundo, y el 1 de mayo de 1862, a cabo primero.

    Era, con toda seguridad, un hombre echado para adelante. Participó en diversos combates y en junio de 1864 fue trasladado al Regimiento de Cuba que, a pesar de su nombre, estaba destinado en Santo Domingo. Por su actuación en las luchas en el río Jaina bajo el mando de Valeriano Weyler, a quien su actuación le valió la Laureada, le fue concedida una Cruz Militar. Entre el 13 y 15 de octubre participó en los combates de protección a un convoy y por su determinación en los mismos fue ascendido a sargento.

    Con motivo de la evacuación de la isla de Santo Domingo, el 5 de junio de 1865 su unidad fue trasladada a Santiago de Cuba. En febrero de 1867 ascendió al grado de sargento primero por antigüedad y el 27 de septiembre de 1868 alcanzó el grado de alférez por su actuación en los combates en defensa de la Villa del Cobre, empleo que consolidó como recompensa por su participación en la acción ocurrida en el Ingenio del Caney el 20 de febrero de 1869. En 1870 siguió combatiendo en diversos frentes, y por los méritos mostrados alcanzó el grado de teniente, consolidando el empleo en el mes de octubre. En 1871 se le concedió la orden de San Hermenegildo, en 1876 fue ascendido a capitán y el 28 de febrero de 1878, a comandante, empleo que consolidó en el mes de noviembre del mismo año.

    En 1882, tras más de veinte años en el Caribe, desembarcó en Cádiz, quedando de reemplazo en Valladolid hasta que al año siguiente fue destinado al Regimiento de Húsares de Pavía, donde desempeñará el puesto de cajero del cuerpo. A partir de 1886, se arraigó en Alcalá de Henares, aunque también residió algunas temporadas en Madrid. En 1887, tras alcanzar el grado de teniente coronel, solicitó el retiro, que le fue concedido con carácter definitivo en 1889 con el 90% del sueldo.

    Desde luego, Víctor Fernández no fue un hombre vulgar, y, aunque en familia siempre usó su nombre de Víctor Fernández Villar, así aparece en la esquela de defunción de su esposa Eleuteria, es posible que, tras su ascenso a oficial del Ejército, adoptara el nombre de Víctor Fernández Villar y Pantinga por parecerle más apropiado, y así aparece en su acta de matrimonio. Probablemente, un hombre hecho a sí mismo como Víctor Fernández inspirara a su hijo Manuel no solo la vocación militar, sino también la convicción de que el tesón, la audacia y el valor eran instrumentos imprescindibles para ascender en la escala social y alcanzar la cúpula de la institución a la que iba a dedicar su vida.

    Así pues, como tantos jefes que alcanzaron su fama en África, Manuel Fernández Silvestre había nacido en una familia de militares destinada en Cuba. Compartía pues origen social y geográfico con los generales Dámaso y Federico Berenguer, José Cavalcanti, Oswaldo Capaz, Emilio Mola, el coronel Gabriel Morales y los tenientes coroneles Enrique Manera y Claudio Temprano.

    Su madre, Eleuteria Silvestre y Quesada, era natural del Caney, donde residía su familia materna, mientras su padre, Juan Silvestre, era oriundo de la provincia de Gerona, concretamente de Bagur. Era viuda de Francisco Dragó y Ávila cuando contrajo segundo matrimonio el 16 de enero de 1871 con Víctor Fernández, entonces teniente de Artillería.

    Eleuteria, junto con sus hijas Ángeles, Mercedes y Carmen, vivirá estrechamente ligada a su hijo, especialmente desde la temprana viudez de este. No parece que gozara de una situación económica especialmente desahogada, y, tras la muerte del general Silvestre, el diario oficial del Ministerio de la Guerra de 5 de diciembre 1922 publicó la concesión de una pensión extraordinaria de 20.000 pesetas anuales que comenzaría a percibir desde el 1 de septiembre del mismo año.

    Falleció el 12 de julio de 1926, según consta en una esquela publicada en el diario ABC:

    La Excma. Sra. Dña. Eleuteria Silvestre y Quesada, viuda de Fernández Villar, madre del general Fernández Silvestre, ha fallecido el día 12 de julio de 1926 habiendo recibido los santos Sacramentos y la Bendición apostólica. Su Director espiritual, el reverendo padre Secundino Martín OP; sus hijos, doña Ángeles, doña Mercedes, Carmen Fernández Silvestre y don Poliano Drago Silvestre (ausente); hijo político, don Domiciano Villalobos y Belsol; nieto, D Manuel Fernández Silvestre y Duarte; hermanas, sobrinos y demás parientes. Conducción del cadáver: hoy martes 13 a las cuatro y media de la tarde desde la casa mortuoria Velázquez 120 al cementerio de Alcalá de Henares, según expresa disposición de la finada.

    El joven Manuel Fernández Silvestre se graduó como bachiller en 1887 en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, y, tras realizar estudios en una academia preparatoria, cursó el 13 de mayo de 1889 la solicitud de Ingreso en la Academia General de Toledo(5). Se presentó al concurso de Ingreso en la misma, que comenzaba el 15 de julio del mismo año, consiguiendo aprobar con una nota media de 8’65 obtenida en los exámenes de Aritmética, Álgebra y Geometría, Francés y Dibujo. En la Academia de Toledo fue un buen alumno que aprobó las asignaturas de los dos cursos con holgura, con notas superiores a 8 en Álgebra y Trigonometría, Física y Química, Geometría, Mecánica, Higiene, Literatura, Ordenanza y Táctica, y tan solo por debajo, 7’70 en Dibujo de primer curso. En el segundo curso superó igualmente con comodidad la Topografía, la Instrucción a pie y caballo, y la Equitación, y con mayor brillantez la Teoría de tiro, armamento y material de guerra, y la de Puentes y Minas.

    Tras aprobar los exámenes finales en Toledo y el curso preparatorio para la aplicación de Caballería, se incorporó a la Academia de Valladolid el 28 de agosto de 1891. Fue un alumno ejemplar con muy buenas calificaciones, ya que obtuvo notas medias de 8’6 en Álgebra, Geometría y Francés, de 9 en Literatura, Ordenanzas y Táctica, y de 10 en Equitación, Higiene, Gimnasia y Mecánica. Compañero suyo de promoción fue otro cubano natural de Los Remedios, cerca de La Habana, llamado Dámaso Berenguer, más joven, de menor estatura, menos atrevido y con muchos más problemas para superar las asignaturas que cursaban que el alto, corpulento, audaz y campechano Manuel Fernández Silvestre, al que sus condiscípulos apodaron «El Salvaje».

    Tras terminar con aprovechamiento el primer año de estudios en esta academia, alcanzó el empleo de Alférez alumno de Caballería por Real Orden del 29 de julio de 1892, con antigüedad del 9 de julio, y se graduó como segundo teniente de Caballería el 31 de julio de 1893, a los 21 años de edad, correspondiéndole ocupar el número 28 entre los 77 de su promoción.

    Su primer destino fue el Regimiento de Cazadores de María Cristina, de guarnición en Madrid, a donde se incorporó el día 17 de agosto. El 10 de septiembre de 1894 fue trasladado con su Regimiento al Cantón de Alcalá de Henares, donde permaneció hasta el día 20 con motivo de las maniobras verificadas por el Primer Cuerpo de Ejército. Aunque en esta ocasión su estancia en la ciudad alcalaína fue breve, lo cierto es que la familia Silvestre y él mismo estuvieron siempre ligados a Alcalá, donde de niño tuvo su residencia junto a sus padres, pasó varios veranos y conoció a la que sería su esposa.

    Permaneció en el Regimiento de María Cristina hasta finales de mayo de 1895, cuando causó baja por haber sido destinado al Escuadrón Expedicionario de Cuba, perteneciente al Regimiento de Cazadores de Tetuán según Real Orden del 16 de mayo confirmada el día 31. Salió para Cuba desde Cádiz embarcado en el vapor Buenos Aires, formando parte de su escuadrón expedicionario, y desembarcó el 19 de junio en el puerto de Nuevitas, marchando el mismo día por ferrocarril a Puerto Príncipe, en cuya provincia entró inmediatamente en acción en el curso de las operaciones de campaña previstas.

    1.jpg

    El coronel Berenguer y sus Regulares en el campamento de Carabanchel, adonde habían acudido para la jura de bandera, 1913.

    3. Silvestre en la guerra de Cuba

    La guerra a la que se incorporó el joven segundo teniente Manuel Fernández Silvestre no iba a ser precisamente un paseo militar. Pese a su inferioridad numérica inicial y a su deficiente armamento, los sublevados hicieron una guerra de guerrillas en toda la isla, perfectamente adaptada al terreno y letal para un ejército como el español, mal preparado y abastecido. Escribe Stanley G. Payne(6) que la Guerra de Cuba no debe equipararse a las guerras coloniales que han librado otros países y en las que ejércitos bien equipados derrotaban a fuerzas desorganizadas de sociedades desunidas o poco estructuradas. La de Cuba fue la primera de las guerras sucias de emancipación colonial en la que los insurgentes estuvieron apoyados por los habitantes de la colonia y, por consiguiente, era muy difícil conseguir la victoria militar.

    Si bien no es posible cifrar las bajas de la guerra con absoluta exactitud, se calcula que entre 1895 y 1898 el Ejército español tuvo un total de casi 49.000 muertos, de los que 44.000 eran españoles y el resto, voluntarios cubanos. De este número de muertos solo poco más del 5% murió como consecuencia de los combates o de las heridas recibidas en los mismos. Se repatriaron a España, además, 11.000 soldados calificados de inútiles y 34.000 como enfermos.

    Apenas había transcurrido un mes desde su llegada a Cuba cuando tuvo lugar el bautismo de fuego de Manuel Fernández Silvestre el día 26 de julio de 1895 en la acción de Maraguaya. El mismo día, en el Ingenio de Oriente, la fuerza de la que formaba parte causó al enemigo dos muertos y varios heridos, además de hacer cinco prisioneros y capturar varios caballos con sus monturas, armas y municiones.(7)

    El 30 de julio, a las órdenes del comandante de Caballería José Cuesta Manzano, participó de la conquista del campamento principal del general insurrecto Máximo Gómez, y durante el mes de septiembre peleó en el potrero Dababo, en el lugar denominado Las Delicias, donde batió a la partida del capitán rebelde Serapio Recio, que murió en combate, causando numerosas bajas y capturando numerosos pertrechos al enemigo. Los partes de sus superiores reflejan que el joven teniente Silvestre desde su llegada a la isla permaneció en vanguardia, destacando muy pronto por su rápida adaptación al terreno y la acometividad de que hizo gala.

    El 11 de noviembre de 1895 fue ascendido a primer teniente de Caballería con antigüedad del 31 de julio y siguió prestando sus servicios en el mismo escuadrón. Participó tanto en acciones de campaña contra los insurrectos como en tareas de protección y conducción de convoyes de aprovisionamiento de las guarniciones más avanzadas hasta finales de febrero de 1896, cuando por una orden del nuevo capitán general de la isla, Valeriano Weyler, fue trasladado al recién creado Regimiento de Caballería Expedicionario del Príncipe número 3.

    El Regimiento del Príncipe estaba destinado a operar en Camagüey, hasta que el 14 de abril embarcó en Nuevitas con destino a Regla, permaneciendo en La Habana, donde, después de ser revisados por el general en jefe, el regimiento bajo las órdenes del coronel Pablo Landa, formando parte de la Brigada Melguizo, participó activamente en los duros combates que tuvieron lugar en las cercanías de la capital de la isla.

    A comienzos de 1896, la situación política y militar en la isla de Cuba había cambiado sustancialmente tras dimitir el 17 de enero el capitán general de la isla Arsenio Martínez Campos. El vencedor de la guerra de los 10 años estaba convencido de que la situación no se podría resolver de forma favorable a los intereses españoles y de que el conflicto costaría a España no solo un río de sangre, sino unos gastos que la nación era incapaz de soportar. Llegó a la isla Valeriano Weyler, un duro militar partidario de responder a la guerra de los insurrectos con más guerra.

    Weyler desembarcó en Cuba en febrero de 1896 provisto de numerosos refuerzos en hombres y material, y dispuesto a emprender una intensa campaña basada en poderosas columnas móviles, el establecimiento de trochas para impedir los movimientos de los rebeldes y en el establecimiento de una política de concentración de población civil que disponía en un bando publicado en octubre de 1896(8) que:

    1. Todos los habitantes de las zonas rurales, o de las áreas exteriores a la línea de ciudades fortificadas, serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días. Todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas será considerado rebelde y juzgado como tal.

    2. Queda absolutamente prohibido, sin permiso de la autoridad militar del punto de partida, sacar productos alimenticios de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes.

    3. Se ordena a los propietarios de cabezas de ganado que las conduzcan a las ciudades o sus alrededores, donde pueden recibir la protección adecuada.

    Esta medida provocó una hambruna generalizada que, unida a las malas condiciones de salubridad en las concentraciones, terminó diezmando la población campesina de la isla. Como militar, la capacidad y acometividad de Weyler era reconocida hasta por sus enemigos, pero su decisión de llevar la guerra hasta las últimas consecuencias favoreció la campaña de prensa dirigida a inculcar en la opinión pública de los Estados Unidos la necesidad de que el país entrara finalmente en la guerra.

    La actividad militar de Silvestre a finales del mes de abril de 1896 y durante todo mayo fue frenética, de acuerdo con la intensa campaña emprendida por el capitán general para castigar a los sublevados antes de que llegaran las lluvias que paralizaban la actividad militar durante los meses de junio, julio y gran parte de agosto, en los que las fiebres y las enfermedades diezmaban al Ejército español.

    En este periodo Silvestre combatió en las fuerzas que eran mandadas directamente por el general en jefe participando del hecho de armas del cafetal Toledo el 28 de abril, donde se dispersó la partida del cabecilla Delgado. Los insurrectos tuvieron seis muertos, y las tropas españolas capturaron gran número de caballos, monturas, armas y municiones. El día 2 de mayo, según su hoja de servicios, en el regreso del Regimiento de San Antonio de los Baños a Bejucal, muy cerca de La Habana, combatió con otra partida enemiga a la que causó dos muertos.

    El 8 de mayo de 1896 combatió en la importante acción de Arango bajo el mando directo de su coronel Pablo Landa, participando de la enérgica carga del Regimiento, y, machete en mano, causó 28 muertos al enemigo, capturando gran cantidad de material y dispersando la partida de Collazo y los restos que quedaban de la de Delgado. Por esta acción fue uno de los felicitados por telegrama por el general Valeriano Weyler. Es posible que el capitán general recordase que el padre de Silvestre había destacado en Santo Domingo también bajo sus órdenes en la defensa de Jaina que le valió la laureada. Por cierto, en algunas de las biografías de Silvestre se afirma incorrectamente que fue en este combate y no en el del 11 de enero de 1898 en el potrero de La Caridad donde recibió las numerosas y gravísimas heridas de bala y de arma que milagrosamente no le causaron la muerte, y cuyas cicatrices le acompañaron de por vida del mismo modo que su fama de buena estrella.

    De la dureza e intensidad de los combates en los que estuvo implicado Silvestre, da fe el que tuvo lugar en el Ingenio Mosquera el 9 de mayo y el del día 10 una carga de su regimiento en la que batieron al enemigo en el lugar de la Laguna Caimán, en Batabano. Horas más tarde, volvieron a combatir en Rosario, y, al día siguiente, se batieron en Montes de Miranda y en el Potrero Guzmán. El 16 de mayo peleó Silvestre en el lugar de Jordán en un durísimo combate en el que causaron 13 muertos al enemigo y en el que el joven teniente destacó de tal forma que fue nuevamente felicitado por telegrama por Weyler, y el 24 de octubre le fue concedida por su distinguido comportamiento en esta acción la Cruz de Primera Clase del Mérito Militar con distintivo rojo.

    La Guerra de Cuba y la actitud decidida del capitán general Valeriano Weyler parecían estar hechas a medida para que jóvenes oficiales como Silvestre, resueltos y ambiciosos, destacasen en su deseo de impulsar su carrera militar más allá de los rutinarios ascensos por antigüedad. Todavía durante este mismo mes de mayo participó en acciones en Santa Lucía y el Ingenio Palomino, siempre en la provincia de La Habana, hasta que el día 29 fue trasladado con su regimiento a Artemisa, en la Comandancia de Pinar del Río, para vigilar la trocha que se extendía entre Mariel y Majana.

    Iniciada ya la estación de las lluvias, disminuyó lógicamente la presencia de Silvestre en los combates, aumentando, en cambio, sus tareas de reconocimiento y vigilancia que efectuó partiendo del campamento del Pilar, la principal base de la línea de vanguardia de las tropas españolas que luchaban contra los insurrectos. En el mes de julio, bajo el mando del teniente coronel Antonio de la Fuente, jefe accidental del escuadrón, hubo de defender el campamento del Pilar de los ataques rebeldes ocurridos los días 7 y 21, y, si bien posteriormente no se libraron combates de importancia, mantuvo frecuentes tiroteos con el enemigo en sus tareas de reconocimiento del terreno y protección a los convoyes de aprovisionamiento.

    En octubre, con el fin de las lluvias, se intensificaron las operaciones en el afán de expulsar a los sublevados de las provincias occidentales de la isla. El día 5 causaron seis muertos a los rebeldes en Tablones, y el 8 batieron a las fuerzas de la partida del cabecilla Perico Delgado desalojando sus posiciones de San Nicolás y destruyendo los campamentos que tenían en Bejarano y San Miguel. El 22 defendió Artemisa, cañoneada por los rebeldes y rechazó el intento de cruzar la línea defensiva del cabecilla Marcos.

    En noviembre de 1896 fue destinado con su escuadrón a la escolta de Weyler durante el reconocimiento que efectuó el capitán general de la provincia de Pinar del Río, y en dicha labor mantuvo varias escaramuzas con grupos rebeldes, principalmente en los lugares de Rosario, la Merced y Rubí. El 30 de noviembre comenzaron los combates bajo el mando de Weyler en Sabana del Maíz, en los que participó Silvestre mostrando su coraje y determinación y recibiendo su bautismo de sangre merced a una bala que pudo matarle, pero que le causó únicamente un rasponazo en la frente del que conservó como recuerdo durante toda su vida una señal cárdena. Por resolución del capitán general, en recompensa por su distinguido comportamiento en esta acción se le concedió la Cruz de María Cristina, una de las condecoraciones militares más prestigiosas.

    Hasta finales de este año de 1896, participó en numerosos combates, destacando una vez más por su arrojo en el ocurrido en la Dolorosa, en el curso del cual le mataron tres caballos, pese a lo que continuó combatiendo hasta la huída del enemigo. Especialmente fructíferos fueron los desarrollados el 31 de diciembre en Sabana la Mar y Guaisimas, donde que hicieron varios prisioneros, además de capturar importantes documentos y numerosas armas blancas y de fuego y municiones de campaña.

    En enero de 1897 continúa sus operaciones en la provincia de Pinar del Río hasta que, a comienzos de febrero, fue trasladado a la provincia de Matanzas, siempre bajo las órdenes del teniente coronel De la Fuente Castrillo. Tomó parte en el importante combate de Los Chivos y en los sucesivos que tuvieron lugar en Plátano, Estancia Vieja, Romances, Nuevas y Merino. El 2 de mayo destacó sobremanera en la acción de La Rosa, por la que se le concedió la Cruz Roja de Primera Clase del Mérito Militar, pensionada. En menos de dos años de campaña en Cuba, el joven Silvestre había recibido ya tres importantes recompensas militares.

    Entre mayo y septiembre, pese a ser la época de lluvias, la participación de Silvestre en las operaciones fue constante y destacada en numerosos combates. Su comportamiento llamó una vez más la atención del capitán ceneral de la isla, hasta el punto de que, por resolución de Weyler del 29 de octubre, se le concedió el empleo de capitán de Caballería por los méritos contraídos entre el 1 de julio y el 30 de septiembre de 1897, empleo confirmado el 30 de diciembre del mismo año, cuando ya había sido nombrado tercer ayudante de su regimiento, en el que se permitió su permanencia, pese el ascenso conseguido.

    Hasta finales de 1897, pese a su activa presencia en los combates y la herida recibida en Sabana de Maíz, Silvestre había tenido suerte. Pero, sin embargo, como uno más de los 232.000 combatientes que entre 1896 y 1897 ingresaron en los hospitales, y de los que muchos no salieron, el 10 de julio de 1897 fue internado en el Hospital de Placetas con fiebre intermitente, consecuencia de un brote agudo de paludismo del que afortunadamente pudo recuperarse con bastante rapidez gracias a su buena constitución física, como consta en la hoja de filiación de ingreso en el hospital, que lo describe además como hombre de ojos castaños, simpático y de idiosincrasia y predisposición desconocidas. También volvió a estar enfermo en el Hospital de Placetas 8 días en el mes de septiembre del mismo año.

    Tras las gravísimas heridas sufridas el 11 de enero de 1898 en la Caridad, y pese a que sin terminar de reponerse se incorporó a la representación de Marianao para prestar servicio, la etapa cubana de Silvestre había concluido. Junto con la licencia de cuatro meses para recuperar la salud, se aprobó que pasase a la península con abono del pasaje por cuenta del Estado, como correspondía a un herido en campaña. Se dispuso también que en el viaje fuera acompañado por el soldado de su regimiento Eduardo Jordán Mirelles para que pudiera afrontar con más comodidad las eventualidades de la travesía.

    Cuando todavía se encontraba en el hospital, el 22 de febrero de 1898 fue ascendido a comandante por la acción del Potrero de la Caridad, ascenso que será confirmado el 21 de septiembre cuando Silvestre se encontraba ya en la península. Su permanencia en el escalafón de capitanes del ejército había durado poco más de tres meses.

    El día 16 de agosto embarcó el jovencísimo comandante en el vapor Montserrat, por cuyo motivo causó baja en su regimiento a finales del mes de agosto, por pase a comisión activa y reemplazo, según una orden firmada el 22 de agosto por el capitán general, Ramón Blanco, que había sustituido a Weyler en la Capitanía de La Habana. El 29 de agosto Silvestre desembarcó en La Coruña y emprendió viaje hacia Alcalá de Henares, donde fijó su residencia, para hacer uso de los cuatro meses de licencia concedida por sus heridas en campaña. Apenas instalado en Alcalá, causó alta el 1 de septiembre en el Regimiento de Caballería de Reserva de Madrid número 39.

    Pero en este año de 1898 no solo finalizó la estancia en Cuba de Manuel Fernández Silvestre, sino también la presencia española en la isla. El 16 de julio de 1898, un mes antes del embarque de Silvestre para España, tropas norteamericanas y rebeldes cubanas habían conquistado la ciudad de Santiago de Cuba 13 días después de la destrucción de la escuadra de Cervera en aguas de su bahía. Con el armisticio que se firmó inmediatamente y la aceptación de las condiciones para la paz el 7 de agosto por el Gobierno español, terminaba en la práctica la guerra colonial en la isla.

    4. De guarnición en la península

    El 1 de septiembre de 1898 Manuel Fernández Silvestre, que todavía no había agotado sus cuatro meses de licencia, causó alta en el Regimiento de Caballería de Reserva de Madrid número 39. A pesar de haberse criado en el seno de una familia militar y haber conocido la vida de un oficial de guarnición en la península, para el arrojado Silvestre debió de ser frustrante el contraste entre la vida de acción que había llevado en la campaña de Cuba y la rutinaria vida de los cuarteles del Ejército español, lejos de los frentes de batalla.

    La llegada de los repatriados a la península, y Silvestre no deja de ser uno de ellos, llevó hasta el último rincón de España el símbolo vivo del desastre. La elite política no había podido ni querido evitar una guerra por temor a la explosión de la opinión pública contra el sistema o a una revuelta de los militares, poco propicios a la claudicación sin combate, y la mantuvo condicionada por una prensa irresponsable que enardecía a las muchedumbres y presionaba a los gobiernos.

    El ambiente en el que se tuvo que integrar Silvestre tras su retorno a la península es el de un conjunto de oficiales de clase media, mal pagado, pero con ínfulas aristocráticas, y tan hipertrofiado que tenía 499 generales, 578 coroneles y 24.705 jefes y oficiales para un conjunto de 110.926 suboficiales y soldados, de los que una buena parte ejercía de asistentes de la oficialidad. En España había un oficial por cada 4 soldados, mientras que en Francia había uno cada 23, y en Italia y Alemania, uno cada 20. La principal actividad de los oficiales eran los pesados servicios de guarnición, la participación en escasas maniobras de muy discutible valor y el ejercicio del orden cerrado en el patio del cuartel.

    Era un ejército vencido y amargado, muy susceptible ante las críticas de la sociedad civil, sumido en una profunda crisis moral, cuyos oficiales estaban dolidos por su escasa paga y la lentitud de su carrera y vivían muy alejados de una sociedad en la que una parte les adulaba y otra era profundamente antimilitarista.

    Tras la caída de Cuba, cuando Silvestre se incorporó a la guarnición de Madrid, se inició una fuerte oposición de la opinión pública a un presupuesto militar que en su 75% se destinaba al pago de salarios a generales, jefes y oficiales. Uno de los motivos del antimilitarismo de las clases populares era el anacrónico sistema de reclutamiento. En Europa se había extendido a partir de 1870 el reclutamiento obligatorio, pero en España se mantuvo el anticuado procedimiento del sorteo y la redención a metálico, que obligaba a los pobres a perder tres años de su vida durante su presencia en filas, cinco en movilización inmediata y seis en reserva. No era de extrañar, por tanto, el elevado número de prófugos y desertores, además de las trampas y sobornos para ser declarados exentos de la prestación de servicio. En los años finales de la guerra de Cuba había provincias en las que no se podía reclutar ni siquiera al 50% de los mozos que aparecían en los censos.

    En este ambiente social, el arraigo de Silvestre en la ciudad de Alcalá de Henares se fortaleció gracias a su noviazgo con Elvira Duarte Oteyza, con quien contraerá matrimonio el 15 de diciembre de 1899, cuando apenas ha transcurrido un año de su vuelta a España. Del matrimonio nacerán dos hijos: Manuel, que seguirá la carrera militar de su padre, y Elvira, muerta a edad muy temprana, que está enterrada en la misma tumba donde posteriormente se trasladó a su madre.

    Confirmado su ascenso a comandante, Silvestre prestó sus servicios en el Regimiento de Caballería de Reserva de Madrid número 39 hasta finales de abril de 1899, cuando pasó a la nómina de comisiones activas y de reemplazo de la Primera Región Militar. El 21 de febrero de 1900 fue destinado al Regimiento de Lanceros del Rey, primero de Caballería, ubicado en Zaragoza, al que se incorporó el 1 de marzo.

    Silvestre inició así la rutina obligada de los oficiales peninsulares, alterada únicamente por los frecuentes traslados de regimiento y de residencia. Para un temperamento como el suyo, propio de un hombre de acción que había destacado en la campaña de Cuba, donde había sufrido graves heridas que le dejaron su huella durante toda su vida y conseguido rápidos ascensos, el ambiente de los cuarteles tras la depresión moral provocada por la pérdida de las colonias no debía ser precisamente el que más le agradaba. Este guerrero rudo, noblote, generoso y poco intelectual solo en la vida familiar de recién casado debió encontrar la felicidad en estos tiempos.

    Apenas sí hay acontecimientos destacables durante su estancia en Zaragoza, que duró más de dos años, entre el 1 de marzo de 1900 y el 30 de mayo de 1902, salvo la propuesta para desempeñar el cargo de comandante mayor del Regimiento, que fue aprobada por el general subinspector de la Quinta Región Militar el 8 de junio de 1901. A pesar de que aquí nació su hija Elvira, su integración en la sociedad zaragozana no debió de ser muy profunda, pues permanecía ligado emocionalmente a la ciudad de Alcalá de Henares, hacia donde se desplazaba durante sus permisos y licencias, algunas de casi un mes, como la de abril de 1901.

    El 30 de mayo de 1902 se incorporó al Regimiento de Reserva de Guadalajara, en el que también fue inmediatamente propuesto para desempeñar el puesto de comandante mayor, y, simultáneamente, se dispuso que desempeñara el cargo de delegado militar en la Junta Provincial del Censo de Ganado Caballar y Mular de la provincia de Guadalajara. Pocos meses después, el 1 de octubre se le concedió el uso de la Medalla de Cuba con dos pasadores, recuerdo de sus acciones en campaña.

    Alcalá de Henares estaba siempre presente en el corazón de Silvestre, y el 1 de diciembre del mismo año se incorporó a esa ciudad como miembro de la Comisión Liquidadora del disuelto Regimiento de la Reina, desempeñando el cargo de jefe de incidencias de la comisión. El primer día del año 1903, terminados sus trabajos en la Comisión, se incorporó al Regimiento de Lanceros de la Reina, segundo de Caballería, que tenía también su cuartel en Alcalá de Henares, del que el 3 de agosto será nombrado también comandante mayor. Silvestre continuaba recibiendo distinciones, y el 1 de mayo de 1903 se le concedió el uso de la Medalla de Alfonso XIII, que había sido creada en junio del año anterior.

    Por muy a gusto que se encontrara en Alcalá de Henares, era evidente que esta vida de guarnición peninsular tan rutinaria y burocratizada no estaba hecha para el temperamento de Silvestre, que había desarrollado su carrera militar en Cuba en medio de continuos combates. Antes de que terminara el año, pidió destino en África, la única posibilidad de que un militar de acción desarrollara sus capacidades, y el 1 de marzo de 1904 se incorporó a Melilla como primer jefe del Escuadrón de Cazadores de Melilla.

    9.jpg

    En 1904, Antonio Maura presidía el Consejo de Ministros. Fotografía tomada por Kaulat (seudónimo de un sobrino del presidente Antonio Cánovas del Castillo).

    5. Llegada de Silvestre a África

    Cuando Silvestre llegó a Melilla en marzo de 1904 como primer jefe del escuadrón de Cazadores Alcántara de Melilla, el comandante militar de la zona era el general Venancio Hernández, un militar ilustrado que consiguió que los incidentes armados que se producían en los alrededores no afectaran a la ciudad, de cuya moderna urbanización fue uno de sus más decididos alentadores, impulsando entre otras obras la creación del emblemático parque que lleva su nombre. Fue también el fundador de la Academia de Árabe, uno de los instrumentos más decisivos para la posible expansión de España en la zona oriental de Marruecos. Apenas dos meses después de la llegada de Silvestre, visitó la ciudad Alfonso XIII, y en esta ocasión tuvo probablemente el primer contacto Silvestre con el rey, ya que durante los trayectos por la ciudad fue el escuadrón bajo su mando el que dio escolta al monarca.

    A comienzos del siglo XX, perdidas las colonias, África, y más concretamente Marruecos, era el único territorio posible para colmar las ansias expansionistas de los que no se resignaban a una España sin posesiones exteriores. De todos los países europeos, España era el país más afectado por las cuestiones marroquíes por su cercanía geográfica, por la seguridad del sur de la península y de las Canarias, y porque allí se habían instalado ya algunos miles de colonos. Surgió un movimiento africanista que aunaba intereses económicos con pretensiones civilizadoras en el que participaron también militares ambiciosos que veían al otro lado del estrecho de Gibraltar el territorio en el que justificar la existencia del ejército e impulsar al mismo tiempo sus carreras dentro del mismo. Entre ellos se encontraba indudablemente el comandante Fernández Silvestre, un nativo antillano que, como muchos otros, nunca se encontrará cómodo en la España peninsular.

    El Gobierno liberal de Sagasta negoció con Francia un tratado de demarcación de las zonas de influencia española y francesa, pero, cuando en 1902 ya estaban redactados y acordados sus 11 artículos, se produjo una crisis ministerial, y el político conservador Silvela, que había sustituido a Sagasta, no firmó el acuerdo por la doble razón de que prefería mantener el statu quo existente en Marruecos y por el temor a provocar un conflicto con la Gran Bretaña. La zona que se reconocía a España alcanzaba los 250.000 kilómetros cuadrados, incluyendo la rica y fértil zona del Reino de Fez.

    El 8 de abril de 1904 Francia e Inglaterra firmaron un tratado de no agresión que dio lugar a la llamada Entente Cordiale, que marcó el fin de una larga época de conflictos intermitentes entre ambos países y el inicio de una etapa de coexistencia pacífica. En esta declaración se regulaba la expansión colonial de ambas naciones y se dejaba en libertad a Inglaterra para intervenir en Egipto y a Francia en Marruecos, reconociendo el derecho de España a obtener una zona de influencia propia en torno a Ceuta y Melilla. En aplicación de este tratado, el 3 de octubre de 1904 se firmó el Acuerdo hispano-francés sobre Marruecos.

    La cuestión marroquí provocó la convocatoria de la Conferencia de Algeciras, que tuvo lugar entre el 16 de enero y el 7 de abril de 1906 con la participación de 13 países. Como resultado de la Conferencia, se firmó el Acta de Algeciras el 7 de abril por parte de España, Alemania, Francia, Reino Unido y, posteriormente, Marruecos. En virtud de los acuerdos tomados, se designaron instructores españoles y franceses para la policía marroquí, y, en definitiva, fruto de la reunión fue la participación española en la gestión del Protectorado de Marruecos. También se oficializó el reparto de las zonas de influencia, se estableció la figura del jalifa, se reconoció Ifni como territorio ligado a España, se garantizó la libertad religiosa y se decidió que la ciudad de Tánger sería dotada de un estatuto oficial.

    Los dos primeros años de estancia de Silvestre en el ejército acuartelado en la ciudad fueron de cierta inestabilidad en el mando supremo, ya que el general Venancio Hernández murió repentinamente el 7 de agosto de 1904, y su sustituto, el general Manuel Serrano Ruiz, lo hizo el 16 de diciembre del mismo año. Su sucesor, Enrique Segura, hubo de embarcar gravemente enfermo para la península en octubre de 1905, y murió a los pocos días. Por fin, llegó la estabilidad con el general José Marina Vega, que estuvo al mando durante casi 5 años, y cuya vida se cruzará con la de Silvestre no solo en Melilla, sino más tarde, en 1913, en la zona occidental del Protectorado marroquí.

    Antes de terminar 1904, se produjo una reordenación de las tropas en Melilla, y Silvestre hubo de cesar como primer mando de su escuadrón al haberse elevado la categoría del grado para ejercerlo, aunque continuó prestando sus servicios en el escuadrón y desde el 7 de enero de 1905 fue designado comandante mayor del mismo.

    Cuando el 21 de noviembre de 1905 tomó posesión el general Marina como comandante general de la Plaza, había un proyecto en ejecución que constituía una grave amenaza para la prosperidad de la ciudad de Melilla. Un cabecilla rebelde, Yilali Ben Dris Abd es Salam el Yusuf, llamado El Rogui, aspirante al trono de Fez desde su reducto de Zeluán, había cedido terrenos por un periodo de 100 años en la zona de la Restinga a una compañía francesa para que se levantara una factoría comercial a solo 25 kilómetros de la ciudad. En principio, estuvo pensada para proveer al Rogui de armas y municiones, pero aspiraba también a atraer hacia ella el tráfico comercial que se hacía desde Melilla.

    Durante todo el año 1906 siguió Silvestre desempeñando el cargo de comandante mayor del escuadrón y participó activamente en las maniobras que tuvieron lugar entre el 5 y el 15 del mes de diciembre. Como jefe del arma de Caballería, Silvestre fue en Melilla un gran impulsor de los acontecimientos hípicos. El Telegrama del Rif daba cuenta el 15 de septiembre de 1906 de que durante dos jornadas se habían celebrado carreras de caballos en la Plaza, y elogiaban al comandante Silvestre por ser el alma de la organización de las citadas carreras.

    A finales de agosto de 1907, el día 29, salió Silvestre con destino a Pinto y a Pamplona con el fin de asistir a un curso de instrucción de la Sección Primera de la Escuela Central de Tiro, que le ocupó todo el mes de septiembre. No pudo incorporarse a su escuadrón hasta el 25 de octubre por un retraso, autorizado por el capitán general de la primera región militar a consecuencia de la interrupción de la circulación por un conflicto ferroviario.

    A la vuelta de Silvestre a Melilla, el panorama en la zona de influencia de la Plaza, había empeorado sustancialmente como consecuencia de la lucha entre las fuerzas rebeldes del Rogui y las mehalas enviadas por el sultán de Marruecos. Se redoblaron las precauciones para la vigilancia y seguridad de la ciudad, instalando un campamento en el exterior de las defensas de la ciudad en el que se instaló Silvestre con fuerzas de su escuadrón.

    Su estancia en Melilla reforzó la vocación africanista de Silvestre, pese a que, a comienzos de 1907, había sufrido una dura tragedia familiar. Elvira, su bella y joven mujer, sufrió el 19 de enero de 1907, en el momento de levantarse de la cama, una hemorragia cerebral que le privó del sentido, muriendo a las cinco de la tarde. Su súbito e inesperado fallecimiento dejaba al joven comandante viudo, a cargo de dos hijos pequeños, en una complicada situación familiar que pudo resolver gracias a la ayuda de su madre y de sus hermanas.

    El Telegrama del Rif el domingo 20 de enero escribía en una tópica necrológica:

    Una tremenda noticia, de esas que anonadan al hombre de más temple, ha venido a herir al bizarro comandante de Caballería y querido amigo nuestro don Manuel Fernández Silvestre: la casi repentina muerte de su joven y bella esposa doña Elvira Duarte.

    Ayer mañana se levantó esta señora en perfecto estado de salud y sin que nada hiciera presagiar su próximo fin. A las 10, sufrió una hemorragia cerebral que le privó del sentido para no recobrarlo más, pues a las cinco exhalaba el último suspiro, siendo inútiles los esfuerzos de la ciencia para salvar la vida de la distinguida dama, modelo de esposas y de madres.

    La triste nueva se propagó rápidamente causando el general sentimiento.

    Hoy a las tres y media tendrá lugar la conducción del cadáver al cementerio de San Manuel.

    Reciba el señor F. Silvestre la expresión de nuestro sentido pésame y sírvale de lenitivo a su duelo, que en toma parte toda Melilla, donde su infortunada compañera gozaba de generales simpatías por las apreciables dotes que la adornaban.

    Descanse en paz.

    Como Silvestre parecía haber planeado que su carrera militar transcurriera en territorios africanos, era lógico que se matriculara en la Academia Oficial de Árabe de Melilla, donde el 5 de diciembre de 1907 recibió la comunicación de que había aprobado los dos cursos de que constaban los estudios con la nota de «Muy Bueno». El 7 de agosto del año siguiente, cuando Silvestre ya conocía la noticia de su nuevo destino en Casablanca, recibió el diploma que acreditaba la posesión completa del árabe, un premio de 2.000 pesetas y otras ventajas, en vista del brillante resultado obtenido en los exámenes.

    Jerónimo García Fernández en la Revista Ejército afirma que esa calificación era la mejor de los 14 alumnos, 13 de ellos militares que cursaron con él sus estudios. Para titularse como Intérprete de Árabe había tenido que traducir varios manuscritos y mantener una conversación con dos interlocutores: un colaborador de la escuela, Si-al-Lal El Uarty, ilustrado comerciante de Melilla, y un entonces casi desconocido profesor de árabe en la Escuela, llamado Abd el Krim, que le dio la nota de sobresaliente.

    El Rogui, que no tenía ningún poder sobre la cabila Beni Urriaguel totalmente opuesta a sus pretensiones, necesitaba el apoyo de España. Para mantener su prestigio recurrió a una treta muy habitual en aquellas tierras: pactar una acción militar ficticia con el general Marina. De acuerdo con este plan, Marina hizo una advertencia oficial al suegro y representante del Rogui adelantando que España ocuparía la Restinga para que no se repitieran las luchas que tanto nos perjudicaban, y para que no se estableciera ninguna factoría extranjera en la Mar Chica. El 14 de febrero de 1908 tuvo lugar un aparatoso desembarco en La Restinga de las tropas españolas compuestas por alrededor de 500 hombres.

    Para dejar clara la idea de que España estaba dispuesta a controlar la zona, el 8 de marzo a las siete de la mañana Marina salió con 40 jinetes del escuadrón de Caballería de Alcántara mandados por Silvestre y estableció la comunicación con La Restinga por tierra. La acción, definida por la prensa y el Gobierno como una «excursión militar», recorrió los 32 kilómetros entre la Plaza y el campamento español en la Restinga con el objetivo de dejar asegurada las comunicaciones por tierra entre ambos puntos. Aunque la expedición regresó el mismo día por la tarde a Melilla, hacía más de dos siglos que no pisaban tropas españolas estos territorios y la maniobra sorprendió e impresionó a las cabilas, pues nunca hasta entonces habían salido los españoles de sus límites en defensa de nuestros intereses. Este aumento de respeto hacia España propició que, a petición de algunos notables, se ocupara el Cabo del Agua. Tras estas demostraciones, o paseos militares, que García Figueras(9) calificará como «primer acto de nuestro Protectorado», el ferrocarril y las minas operaron con tranquilidad, respetadas por las tropas del Rogui. De todos modos, El Telegrama del Rif publicó un número extraordinario escrito en árabe y repartido profusamente entre la población mora, asegurando que no había por parte de España deseos de conquista, sino únicamente de asegurar la paz en el territorio.

    En la península, la ocupación de la Restinga, como casi todos los sucesos de Marruecos, fue recibida con división de opiniones. La Correspondencia de España, siempre atenta a los asuntos africanos, se mostró favorable y dio la noticia de la expedición del general Marina, destacando el papel de Silvestre, que dirigía la vanguardia de la operación mientras parte de su escuadrón cubría además los flancos y la retaguardia de la misma.

    El 20 de julio de ese mismo año de 1908, Silvestre recibirá un destino que cambiará sustancialmente su vida y supondrá una aceleración súbita de su ya rápida

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1