Gaspar
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Soy una mezcla entre La naranja mecánica y Alicia en el País de las Maravillas.
Paul, empleado del Hotel Emperador, tendrá que salir en búsqueda de Jacques Minogue, actor que se alojaba junto con su compañía ahí, pero que decidió desaparecer antes de llegar a Burdeos. Lo que él no se podía imaginar era que conocer a aquel singular artista cambiaría su mundo.
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Gaspar - Raúl Meoz Ibiricu
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.
Gaspar
Primera edición: junio 2018
ISBN: 9788417426323
ISBN eBook: 9788417447540
© del texto:
Raúl Meoz Ibiricu
© de esta edición:
, 2018
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
A Alberto
Capítulo 1
El hotel Emperador es el más lujoso de todo Burdeos. No hay edificio que se le compare, ni siquiera los monumentos más famosos de la urbe francesa. Este hotel cuenta con más de doce plantas, todas cubiertas por amplias ventanas de más de dos metros de altura. Las paredes de piedra blanca esconden doscientas habitaciones decoradas con el gusto más exquisito de Europa. Todo está muy cuidado, hasta el más mínimo de los detalles: no hay rincón que no deslumbre poderío. Desde las imponentes gárgolas que vigilan debajo del tejado, hasta el cuarto de calderas en el sótano, todo parece perfecto.
De esas doscientas habitaciones, normalmente todas suelen estar ocupadas, es más, incluso hay lista de espera para depende qué fechas. Sus huéspedes acostumbran a contar con un alto nivel adquisitivo, a ser intelectuales que buscan inspiración y demás personas de alto interés. Como buena ciudad francesa, Burdeos acoge grandes ferias, exhibiciones y diferentes eventos, cuyos asistentes más selectos eligen el hotel como segundo hogar durante esos días. En definitiva, se podría decir que en el Emperador se aloja lo mejor de lo mejor. Pero dentro de una de esas suites tan solicitadas, hay un inquilino que todavía no ha llegado.
Él puede que aún no, pero su compañía de teatro sí. Este grupo ha ocupado toda la segunda planta, más de treinta habitaciones albergan en su interior la locura que los actores suelen traer consigo. No hay momento en que no se oiga a algún secundario ensayar su papel y a cualquier principal emborrachándose solo, o acompañado, en el mini-bar. Es habitual que se pidan ropa entre ellos, que busquen en las maletas de los demás objetos que consideran perdidos y que por cualquier alcoba pasen más de quince personas al día. Eso es el mundo del espectáculo: algo tan dinámico que ninguno de sus componentes paran quietos ni un segundo. Desde que han llegado, no hay minuto de silencio en el Emperador. El director grita por los pasillos, las actrices se insultan entre ellas y los actores chillan en tono de broma. Con la compañía también ha llegado el caos.
En esta ocasión hay una preocupación que comparten todos los artistas: Jacques Minogue, el actor principal, todavía no ha aparecido. No es nada raro que el joven siempre llegue tarde, ya que suele demorarse por cualquier tontería que se cruce en su camino, incluso es capaz de retrasarse por quedarse hablando con cualquier desconocido en una cafetería aleatoria. Pero esta vez es diferente: la función será en menos de un día y nadie sabe nada de él.
Todos están colocados en una fila india que llega hasta la puerta de la alcoba que tendría que ocupar Jacques: los técnicos, el equipo de producción, la escenógrafa, los decoradores, las maquilladoras, la peluquera, los secundarios, los protagonistas y, encabezándolos a todos, Daniel, el director. La cara de preocupación se puede ver en todos los rostros, ya que sin protagonista no se puede interpretar nada. La representación más importante está a tan solo diez horas y el caprichoso actor ha desaparecido de la faz de la tierra.
—Tiene que estar por la ciudad—decía Valeria en un intento de calmar a Daniel.
—Yo no sé dónde está, pero si no aparece en diez minutos te aseguro a dónde nos vamos a ir todos—los demás le miraron ansiosos de la respuesta—¡a la mierda!
—Cálmate, Dani—continuó la joven.
—Te juro que lo mato, yo a este me lo cargo ¡Por qué tendrá el puñetero móvil apagado!—El director no quería decir estas palabras, bueno, en realidad sí; lo que no quería hacer es matarle.
—Ya sabes que Jacques es un poco excéntrico, a lo mejor se ha ido a dar un paseo por ahí—comentó una de las actrices principales.
—El no es excéntrico, es un niñato malcriado con muchos aires de grandeza. ¡Como tú!—y señaló a Valeria. Está claro que Daniel no llevaba nada bien la situación y no podía creer lo que estaba ocurriendo. Por este motivo nadie tomaba en serio lo que decía.
Justo en ese momento apareció por el ascensor el señor Brochant, el encargado del hotel. Siempre ha sido un hombre muy correcto, educado en cada instante de su existencia, y con una paciencia digna de entidades divinas. Había oído bastante barullo en la segunda planta, más de lo habitual, y, pensando que habría algún problema, había decidido subir a ver qué pasaba. Este señor se dirigió al director:
—¿Ocurre algo?—preguntó Brochant.
—Sí, que Jacques no está aquí para que pueda estrangularle con mis propias manos.
—Oh, si puedo hacer algo para remediarlo— Brochant no había entendido la ironía de Daniel—A lo mejor puedo mandar a alguien en su busca.
Los ojos del director se iluminaron como la Estrella Polar al caer la noche. La ciudad es grande, por lo que encontrar a Jacques es difícil, pero a algo tenía que aferrarse. Lo único que sabían es que el actor desaparecido había llegado a Burdeos en tren desde Biarritz, solo, puesto que había insistido en que nadie le acompañase. Su equipaje lo habían traído en un taxi desde la estación y los botones lo habían depositado en la habitación correspondiente, por lo que Minogue tenía que estar a la fuerza en la urbe gala.
Para emprender la búsqueda, Brochant llamó a Paul, un servicial empleado del hotel. Este señorito tenía poco más de veinte años y tan solo llevaba uno trabajando ahí. Su juventud le hacía estar dispuesto para todo aquello que le pidiesen, daba igual lo que fuera. Si tenía que estar ayudando en cocina, ahí que se encontraba; si tenía que sustituir a un botones, nadie cargaba maletas mejor que él; si tenía que limpiar las suites, todas quedaban impecables. Es por esto que aceptó el encargo de buena gana. La única objeción que puso fue: «¿Por dónde lo busco?»
Como nadie podía darle ninguna respuesta, comenzó a preguntarle a cada miembro de la compañía. El interrogatorio seguía siempre el mismo esquema: ¿Ha estado el señor Minogue antes en la ciudad? ¿Qué gustos tiene? ¿Bebe mucho? ¿Tiene buena orientación? Aunque algunas de ellas parecían sencillas, la verdad es que nadie podía afirmar o negar nada con total seguridad, puesto que el desaparecido era un enigma para todos sus compañeros. Él siempre se había mostrado hermético ante todo el mundo. En la compañía no había persona que supiese de él poco más fuera de lo relacionado con el teatro.
—Es un muchacho peculiar—comentó María de la Soledad en su turno de preguntas. Ella era una veterana del noble arte del teatro, ya que tenía ochenta años y sesenta de carrera actoral. Toda su presencia desprendía la elegancia de una leyenda viva—. A