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¡Sabía que no sabía!: Reflexiones sociológicas contemporáneas
¡Sabía que no sabía!: Reflexiones sociológicas contemporáneas
¡Sabía que no sabía!: Reflexiones sociológicas contemporáneas
Libro electrónico288 páginas3 horas

¡Sabía que no sabía!: Reflexiones sociológicas contemporáneas

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Interrogantes y reflexiones sobre fenómenos sociales y vivencias o mundologías personales.

Analizar no es fácil, hacerse preguntas menos aún. Estas líneas son reflexiones sobre los fenómenos sociales contemporáneos, amalgamados con vivencias propias, pues la vida es lo que somos y nuestras circunstancias. Hemos considerado la imaginación sociológica para reflexionar sobre el quehacer, los rumbos de la sociedad, los fenómenos de la identidad, la cultura, las relaciones humanas, las interrogantes del desarrollo, el progreso y la modernidad y algunas percepciones de vivencias en otras latitudes, como África, Asia y América. Las crónicas corresponden, como luminarias, al mundo sociocultural contemporáneo. Se trata de algo así como una labor de «intelectual público», que intenta compartir con ideas, preguntas o reflexiones, y con la evidencia del «saber que no sabía». El lector también es libre de abordar los temas comenzando por cualquier crónica según su interés, sus preferencias o sus reflexiones.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento21 may 2021
ISBN9788418608278
¡Sabía que no sabía!: Reflexiones sociológicas contemporáneas
Autor

Jaime Llambías Wolff

Jaime Llambías Wolff. Doctor en Sociología y en Derecho. De nacionalidad chilena, española y canadiense. Profesor emérito de la Universidad York en Canadá. Autor y editor de siete libros académicos, un libro de poesía y de diversas publicaciones científicas. Artista autodidacta y colaborador regular de publicaciones y periódicos.

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    ¡Sabía que no sabía! - Jaime Llambías Wolff

    Introducción

    Reflexionar nunca ha sido fácil, y menos en nuestros tiempos de acelerada velocidad en lo cotidiano. Analizar no es fácil, hacerse preguntas aún menos, dado el conocimiento envasado de nuestro siglo xxi. Se fueron así acumulando las palabras, las interrogantes y las percepciones sobre fenómenos o problemáticas sociales tales como la cultura, la modernidad, la globalización, la inmigración-emigración, la familia, las desigualdades sociales, los asuntos de género, la ética, la diversidad cultural, las relaciones Norte-Sur, los movimientos sociales y, por cierto, las mundologías personales. Dichos temas son críticos, descriptivos o simples interrogaciones o vivencias comentadas, que representan situaciones, a veces con más certeza, a veces con dudas. Los relatos, las anécdotas, el análisis, pero principalmente las preguntas, nos convencieron de que, cuanto más se creía saber, menos se sabía. Curiosa sensación.

    Estas percepciones, subjetivas, por lo demás, se hermanan con la reflexión y la emoción convirtiéndose en un conjunto de crónicas, algunas críticas, otras simples descripciones de fenómenos sociales o singulares, pero con un fin definido, a saber, invitar al lector a unirse a estos mundos y reflexionar más allá de la apariencia o de lo que parece verdadero. Por tanto, no pretendemos ofrecer textos de carácter académico o con un lenguaje hermético, aunque diversos temas se analizan con los conceptos propios de las ciencias sociales y con la relativa profundidad que puede permitir el espacio acordado para cada crónica.

    Sin pretensiones intelectuales, sabemos que caemos en nuestros propios descuidos, errores, equivocaciones o torpezas. Los que nos hemos dedicado toda una vida a reflexionar, o al menos a hacernos preguntas, también tenemos el deseo de compartir, si no las supuestas certezas, las interrogantes. En un lenguaje académico, se trata de algo así como la misión del «intelectual público», que pretenciosamente creemos que nos autoriza tácitamente el tiempo recorrido; no solo a creer que se comparte y se aporta con ideas, críticas, preguntas o reflexiones al quehacer cotidiano, sino también con la evidencia de que quizás no sabía que no sabía.

    Nuestro quehacer profesional y nuestra experiencia nómada entre Chile y Canadá nos ha permitido vivir e integrarnos a diversas culturas, geografías e idiomas. Tal vez ahí radique la riqueza que deseamos transmitir en el contenido de este libro, donde la teoría se funde con experiencias culturales, existenciales y globales. Aprendiendo a vivir en la diferencia, creemos que el lector interesado en la cultura, en las vicisitudes del mundo moderno, podrá encontrar atractivos estos análisis y relatos sobre la vida contemporánea y sus múltiples alcances, y que intentan contribuir a reflexionar sobre los fenómenos sociales y sobre la vida cotidiana en el siglo xxi.

    Las crónicas, como pretende el título del libro, corresponden, como luminarias, al mundo sociocultural contemporáneo incrustado en esta vorágine tecnológica e inserta en una economía de mercado llamada globalización. La confrontación con este corpus en la arena social comprende macro y microtemas, pues creemos que una experiencia individual también se puede estilizar en una percepción global representativa. En este sentido, hemos considerado la «imaginación sociológica» del sociólogo norteamericano Wright Mills, quien valoraba la pertinencia de la vida cotidiana en las percepciones sociológicas.

    ¿De dónde venimos? En épocas «normales», en donde, obviamente, la normalidad la define uno mismo, las respuestas se buscan en formas conocidas o, al menos, de manera más ortodoxa. Bueno, la ortodoxia también cambia y depende de los tiempos, y vaya que nuestra generación en esto sí que buscó caminos alternativos que marcaron la época. Nos rendimos ante la evidencia de que somos contemporáneos y simultáneamente de otra de época; peor, ni siquiera de otro siglo, sino de otro milenio. Sin embargo, también rebeldes e innovadores. Los baby boomers del mundo de Mayo del 68 éramos la generación de «la imaginación al poder», de Woodstock, de la Revolución cubana, del jipismo, entre los Beatles y los Rolling Stones, la guerra de Vietnam, la elección de Allende en Chile y un golpe de Estado, el exilio, la reforma universitaria, la minifalda y los pantalones pata de elefante, etcétera.

    En forma más docta, nuestra fuente de información era relativamente simple: un libro, el libro de biblioteca, ese que había que retirar, leer y devolver. Como los ejemplares no eran muchos, había que reservarlos con su debido tiempo. ¿Cómo no encontrarse entonces hoy frente al abismo de la ignorancia, la más absoluta, al observar y vivir la experiencia de que con un solo clic la información que se busca es multiplicada por la magia de internet? Una pregunta, un dato, un refrescar la memoria de algún hecho histórico o un autor y son cientos de noticias, publicaciones, entrevistas, libros, debates. Es casi una intoxicación. ¿Qué se puede hacer sino quedar perplejo y fosilizado frente al todo y a la nada? ¿Arrancar, meditar o seguir el rumbo como si nada pasara?

    La vida es lo que somos y nuestras circunstancias. Somos conscientes de que nuestras miradas reflexivas y críticas no están exentas de un cierto determinismo sociocultural. Sartre decía que un individuo es lo que otros han hecho con él. En términos sociológicos, significa que la mirada del sujeto que observa o investiga, analiza e interpreta, está determinada por su cultura, sexo, religión, edad, historia, educación, formación profesional, origen social; por todo aquello que ha jugado un rol determinante en el proceso de socialización. La subjetividad es inseparable del objeto de estudio. Vemos cómo nuestras experiencias de vida como individuos y como parte de un todo social han dado lugar a una forma de percibir las interacciones socioculturales diferentes a las que concebíamos en el último cuarto del siglo xx.

    Las líneas fueron emergiendo así, como una sesión de jazz, con «improvisaciones preparadas». Es decir, líneas que se caracterizan por tener una estructura base de ritmo y acordes sobre la cual los músicos-escritores van improvisando diferentes relatos con intervenciones solistas y compartidas, con una voluntad de sincopar que, en este caso, en vez de romper un imaginario ritmo musical, buscaron alterar el relato de la composición, pasando del análisis a lo vivencial, de lo global a lo más específico, de lo concreto a lo más abstracto.

    El presente trabajo está divido en cinco secciones, que se inician con algunas reflexiones sobre el ser que somos y que nos llevan a una introspección sobre la vida, nuestras interrogantes sobre el quehacer, el humano consumista y los caminos de una sociedad que va por esos rumbos, el concepto de la amistad y de la convivencia y las lecciones humanistas de un gran escritor. La segunda sección se concentra en la identidad, en la cultura y nosotros, en qué somos, cómo somos, las relaciones generacionales y las relaciones de género, cómo parecemos, y también en esa extraña y fructífera relación entre lo que somos como individuos y seres sociales. También, como individuos que viven, según las circunstancias de la vida, la emigración-inmigración que marcó nuestras existencias. La tercera sección se interesa por las interrogantes sobre el desarrollo con algunas de sus preguntas ligadas en particular a la calidad de vida, a la salud y a nuestro hábitat. En la cuarta sección nos interrogamos sobre el progreso y la modernidad y sobre su significado cuando hay miradas diferentes. También apelamos a la cultura en la modernidad, que nos transforma, nos identifica y nos interpela como seres humanos. La idea del Renacimiento no es lejana, como cambio de paradigma, y nos interrogamos si no estaríamos latentemente en esa búsqueda. Finalmente, en la última y quinta sección, nos dedicamos a viajar y a relatar algunas percepciones de lugares de encuentros, tan lejanos en lo geográfico, pero también cercanos en lo humano, pasando por ciudades de África, Asia y América para encontrar el relato de las vivencias.

    Otro ritmo es el que impone el lector, que se identifica o no se identifica, que acepta o que rechaza, que encuentra su propia explicación, que puede reconocerse en el relato y lo interpreta según sus propias vivencias. «Esto ya lo toqué esta mañana», dice Johnny Carter, protagonista de El perseguidor en la obra de Julio Cortázar, que habla sobre el tiempo y sobre la persecución. Improvisar es entrar en el ascensor del tiempo. No son las palabras, sino lo que está en un modesto e imperfecto relato. Admitimos así una multitud de variaciones con la cordura y la ignorancia de la edad vivida, con la certeza y la incertidumbre de no saber nada o cada vez menos, con la convicción de insistir en lo que se cree y con la duda de no saber si lo que se cree es verosímil, con la voluntad de hacer un aporte desde el análisis y con la necesidad de no olvidar lo vivido. El lector es libre de abordar según el orden que prefiera y según su interés, sus preferencias o sus preocupaciones. Invitamos al lector a leer y a releer, a saltarse páginas, a no leer, a leer en voz alta y en voz baja, a leer en cualquier parte, a leer y olvidar, a leer y comentar, a leer y reflexionar.

    Los autores

    Sección 1

    Preámbulo: ¿por qué escribimos?

    1

    Caminando

    Jaime Llambías Wolff

    Cuando se camina por la vida, se camina. Muchas veces, el sendero que se planea termina siendo otro. Observamos si el presente por donde vamos y esta marcha nos permiten avizorar el futuro. Aludiendo al poema de Machado, «Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar», el futuro se va construyendo al paso del tiempo, luego miramos atrás y nos damos cuenta de que en nuestro recorrido mucho de lo soñado y buscado es el resultado de lo que somos y de las circunstancias. Hacerse preguntas pasa a ser una obsesión. ¿Quién sabe por qué? Y, lo peor…, ¿para qué?

    Hijo de una interesante mezcla cultural y nacido en un rincón geográfico al sur del mundo, se agregaba como otra variante al sinuoso camino por la vida. Abuelos mallorquines y andaluces, por un lado, y alemanes, por el otro, con un cierto tinte sueco, eran una interesante conjunción cultural. Es decir, el resultado de ese especial e ilógico ensamblaje de la naturaleza.

    Las circunstancias del pasado fueron la emigración del bisabuelo zapatero, luego de quedar arruinado como consecuencia de la guerra entre España y los Estados Unidos, que se disputaban Cuba. La del abuelo prusiano, que emigró a inicios del siglo xx en busca de horizontes más lejanos al sur del mundo o el bisabuelo sueco que dejó su huella en todos los bares del puerto de Valparaíso, en Chile.

    El calendario pasa volando y uno cree por inercia que allí vive y vivirá siempre. Pasó tiempo para interiorizar que mi padre fue la primera generación en tierra chilena, donde nací, y después, por las circunstancias del exilio, terminé en tierra nórdica canadiense, cambiando el mar del Pacífico por valles nevados de temperaturas glaciales, el idioma castellano por el francés y el inglés, y los partidos de fútbol por algo jamás imaginado, el hockey sobre hielo, tratando de emular más tarde a mi hijo, que sí lo aprendió desde pequeño.

    Siempre fue algo inextricable y enigmático saber de dónde se es o para dónde uno va y era aún mucho más complicado decidir o incluso imaginar si debía celebrar con paella y sangría española o con Apfelstrudel y cerveza alemana. Lo cierto es que viví —y vivo— con esta cara casi multicultural, que después me tocó, por esas mismas vicisitudes del destino, aprenderlo o entenderlo mejor en Montreal y en Toronto, ciudades multiculturales por esencia misma. Esta experiencia facilitó la integración a mis nuevas ciudades. De ahí que afirmo que somos el resultado de nuestras circunstancias y nuestro camino se hace al andar.

    El familión español, donde todos hablan al mismo tiempo y en círculos se enfrentaban ya al racionalismo kantiano alemán, donde se habla en orden y en línea recta. Las salidas de fiesta hasta el amanecer y el sentido del deber del mañana eran tensiones intrigantes en mi diario vivir. Y también lo fue en mis estudios, pues me equilibraba entre el derecho y la sociología, ya que de abogado tenía poco, interesándome más en reflexionar sobre el derecho, que parecía que importaba menos a la mayoría de mis profesores. Ellos formaban, y quizás en buena hora, abogados. La sociología les dio un valor agregado a mis estudios de Derecho y viceversa, pues fue esa sinergia entre ambas disciplinas la que fue facilitando el conocimiento para el desarrollo de mis inquietudes, de mis valores, de mis desafíos. Cosas que, se presume, nos hacen felices y dan transcendencia a nuestro propio ser interior y a nuestros objetivos de vida.

    Sin embargo, tal como una columna de humo disipándose en el aire, la vida se deshizo y hubo que rehacer los tiempos cortados y unir los retazos. Ello sucedió en Canadá, que acogía y aún acoge a los parias de muchos continentes, sean exiliados, refugiados o simples personas que no logran sobrevivir en su propio país, y, por cierto, también fue acogedora con los que nuestro país expulsaba, luego del golpe de Estado en 1973 que me llevó al exilio, donde encontré a la compañera de mi vida, que me hizo descubrir otro país y ser también acogido en una nueva familia.

    Antes de ello trabajé como obrero, fui lavandero, impartí clases de español, hice aseo y aprendí francés. Aquel tiempo, si bien no muy largo, comenzaron estas nuevas experiencias que nos llevan a valorar lo antes invalorado, a mirar lo antes ignorado, a imaginar lo que era posible. Ser asistente lavandero y subordinado de Roger, francocanadiense bilingüe, pero analfabeto, fue muy sugestivo para aprender de la vida. El paso por la lavandería era solo una etapa, no como los dos checos que llevaban dos décadas en eso. Estas relaciones humanas me permitían avanzar en el descubrimiento de las personas de distintas historias, culturas y lenguas, características que enriquecen hasta hoy la ciudad de Montreal. Fueron momentos atractivos de mesura, de sacrificio y de pruebas personales. Mi sueldo no alcanzaba para mucho y caminaba de ida al trabajo en temperaturas polares, descongelándome cada diez minutos en alguna caseta de teléfono pública para poder ahorrar lo suficiente en transporte para una visita semanal al supermercado. Luego vinieron otros tiempos.

    También tuve la oportunidad de colaborar en terreno con los condenados de la tierra en países de África —Etiopía, Senegal, Burundi, Togo, Camerún, Ruanda o Burkina Faso—, tratando de asistir en proyectos humanitarios y de desarrollo agrícola, de agua, nutrición o salud. Una experiencia inolvidable, que me permitió relativizar angustias, dudas y prioridades. El mejor regalo lo tuve en una aldea en Etiopía, en donde los vecinos me daban la bienvenida con lo más preciado, un vaso de agua y una sonrisa.

    Haciendo honor a Voltaire, entendí que la discordia es el gran mal de la humanidad y que la tolerancia es su único remedio. La vida se ha mezclado en algo inesperado, social, cultural y geográficamente, que difícilmente haya podido imaginar. Como decía F. Ford Coppola, el mejor modo de prever el futuro es inventarlo. Ya Séneca escribía que la vida se divide en tres tiempos: el presente, el pasado y el futuro, en donde el presente es brevísimo, el futuro es dudoso y lo único cierto es el pasado.

    No sé lo que nos deparará la vida. Hay que darle el valor agregado, que ahora viene con la sabiduría de los viejos que nos dan los años caminados. Entre tanto caminar uno no se da cuenta, pero las raíces están desparramadas, mis abuelos y mis bisabuelos fueron inmigrantes de primera generación y, sin buscarlo, he recorrido caminos similares en otras tierras. Como escribió John Lennon: «Life is what happens to you while you are busy making other plans» (la vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes).

    2

    De dónde vengo para dónde voy: confesiones de un inmigrante no melancólico

    Juan Carlos Aguirre

    Recuerdo haber leído que García Márquez le dijo a su biógrafo inglés, Gerald Martin,¹ que todo individuo tiene tres vidas: la íntima, la privada y la pública. Quizás mezcle partes de cada una, pero me reservo un diez por ciento como «secreto bancario». Deseo empezar confesando que mi vida de inmigrante es la experiencia más extraordinaria que he vivido. Modificó mi historia para siempre. Aprendí a vivir en la diferencia, comprendí mejor el mundo —y el mío propio—. Sé que hay situaciones que nos cambian la existencia, como encontrar al ser amado, ser padre, vivir el duelo de un ser querido, tener un infarto y sobrevivir, estar preso y luego libre o ganarse los millones en la lotería. En mi caso, ha sido todo eso y algo más, pero sin los millones. Como hojas al viento unidas por un hilo invisible, algunas se fueron con el tiempo, otras nacieron a orillas de la nostalgia y muchas se hicieron a la luz sin darme cuenta.

    Mi primera tierra de inmigración fue Edmonton, en el oeste canadiense. La ciudad más monótona y millonaria que he habitado en mis años de inmigrante. Aterricé con mi joven familia, la víspera de mis veinticinco años, arrancando de una corta estadía que no quería repetir en el regimiento Buin de Santiago. El dictador Pinochet era el capataz mayor de Chile —los grandes patrones eran

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