Mis personajes singulares
Por Luis Liquete
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Muchos de los personajes que habitan una vida se reúnen en este libro.
Tras una separación familiar que me había dejado lejos de mis hijas y me había sumido en un mar de dudas, empecé a observar a algunos de mis compañeros y a recordar a algunas de las personas que habían pasado por mi vida. Luego, escribí una serie de «semblanzas» que reflejan mi visión del mundo en aquella época.
Las «semblanzas» corresponden a gentes que cualquiera podría haber tratado.¿Quién no ha tenido un abuelo que le contó historias, o un amigo al que perdió de vista allá en su juventud? ¿Quién no se ha encontrado con alguien que se lo sabe todo o es más chulo que un ocho? ¿Quién no tiene un conocido al que le gusta hacerse el gracioso, u otro que, sin pretenderlo, es la mar de entretenido? ¿Quién no sabe de algún individuo que se toma a sí mismo demasiado en serio? ¿Quién no ha disfrutado de la compañía de una amiga encantadora?
Cuando conozcáis a Estrella o a sir James, a Blas o a Candela, a Lug o a Adolfito, podréis decir: «Yo he tenido relación con una persona que es así o se le parece mucho».
Luis Liquete
Luis Liquete (Villasarracino, Palencia, 1952) es licenciado en Ciencias Químicas e Historia Medieval por la Universidad de Valladolid, ciudad en la que ha residido gran parte de su vida. Fue, primero, profesor de Matemáticas, Física y Química y, más tarde, de Historia y Geografía en diversos centros de enseñanza secundaria de Ávila y Valladolid. Ha intervenido en las recopilaciones de cuentos de 1998, 2002 y 2006 editados por los Talleres de Escritura Creativa a Distancia Fuentetaja (Madrid), donde ha sido alumno de Ángel Zapata. Ha participado en las antologías de relatos Valladolid (junio de 2016), Pucela negra y criminal (noviembre de 2016) y Castilla y León, puerta de la Historia (abril de 2018) de M.A.R. Editor. Mis personajes singulares es su primera obra publicada por Caligrama.
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Mis personajes singulares - Luis Liquete
Prólogo
El arte del retrato.
Como decía Oscar Wilde, la mayoría de la gente es otra gente. Sin que sepamos por qué nos reconocemos en los otros, nos buscamos y nos negamos en nuestros congéneres; necesitamos del ajeno reconocimiento para sabernos vivos, para tener constancia de nuestra existencia, para reencontrarnos en un abrazo, sentir la calidez de un beso en nuestro corazón o agarrarnos a una mano como a un destino.
Esto es algo habitual, cotidiano y a la altura de todos los seres humanos que queremos ser vistos, que anhelamos que las miradas se posen en nosotros, aunque el intervalo sea breve y los tiempos no transcurran acordes a nuestros deseos.
Otra cosa muy diferente es hacer de la mirada en el otro una suerte de transformación. Tomar elementos sutiles y, como en una particular alquimia, transformarlos en personajes. En ese curioso juego, la voz del narrador configura las múltiples máscaras que van a ir apareciendo en el salón del relato. En ese baile de historias, los espejos sirven de amplificador, son máscaras que reflejan máscaras y que a su vez reflejan la propia máscara del narrador, que aparece así transfigurado en un nuevo personaje que continúa el juego interminable de hilos invisibles que tejen las diversas historias y que mueven, como avatares sin fin, las mil y una historias; siempre contadas, siempre escuchadas, pero al mismo tiempo siempre nuevas y renovadas. Este eterno renacer es el secreto de toda narración. El vínculo que une de forma misteriosa al escritor, al libro y al lector.
De este modo, el retrato de personajes se convierte en todo un arte. Un juego que exige la destreza en una serie de habilidades que todo buen retratista debe poseer.
La siguiente obra es un claro exponente de estas. Señalaremos algunas de ellas, sin duda, las que nos parecen más relevantes.
En primer lugar, eso que Nietzsche denominaba el «Pathos der Distanz». Una suerte de sutileza y sagacidad que prepara al artista para su juego con la pulcritud, la decisión y la paciencia necesarias. La quietud del observador, el silencio elocuente del que mira, ve y comprende. Pero no debe caer en la trampa de aquel que se abisma en lo observado, como Acteón, que se perdió al ser descubierto y transformado en otro, y pereció por su propio deseo.
En segundo lugar, se requiere finura de orfebre, aprecio al detalle, sensibilidad para los matices, todo cosas tan ligeras, tan livianas, que no pesan y, sin embargo, son fundamentales, pues establecen el centro de gravedad, al descubrir en los rasgos, en los trazos más particulares, más propios y personales, los más universales, que nos vinculan al retrato, ya que al contemplar lo más ajeno, lo más extraño, se abre ante nosotros un abismo que no es tal, sino la diferencia que nos identifica y nos ayuda a comprendernos mejor.
Y, en tercer lugar, la perspectiva. La perspectiva es la verdad. Es descubrir el azar, que la existencia es absolutamente fortuita, que expuesta a la temporalidad su ineludible destino es la nada. Es el punto de vista, el rasgo y la característica. Es la risa y la alegría de ver la vida como un baile de personajes singulares: los personajes singulares de Luis Liquete.
José Luis Prieto (Neka)
Introducción
Tirar de la oreja con cariño a Teseo, dar una palmada amistosa en el hombro a Sebastián, mirar con perplejidad no exenta de ternura a Policarpo. ¿Qué fue de don Celedonio? Miss Margareth estaba a punto de casarse con el licenciado Bocadulce, ¿sería feliz? Veía danzar a Susana y cuchichear a Ermelinda, gentes quizá tan desorientadas como yo, que ya es decir. ¿Quiénes eran para mí esos hombres y mujeres con los que convivía en el tiempo y en el recuerdo? ¿Qué significaban para mí esas personas próximas y tan lejanas, familiares y tan extrañas?
El oficio de fantasear podía darme caricaturas, reflejos, sombras, y a la vez mostrar mi ignorancia, mi orgullo, mi delirio.
¡Qué difícil es mirar a los ojos a la gente que tenemos cerca! ¿Por qué unos se alejan tan rápido, otros parecen caminar en zigzag y no nos encontramos nunca, y algunos pasan ansiosos a nuestro lado y nos miran retadores? ¿Piensan que les debemos algo, que todas sus posibilidades se mantendrían intactas si no hubiéramos llegado nosotros para llenar unos huecos ahora más vacíos?
Mis personajes singulares empujaban, y yo me sentía un tanto confuso. Sería preciso captar los instantes de bondad, los arrebatos de mal humor, la ilusión latente en la mirada, los sueños ocultos tras el bosque que crece cerrándonos el paso a medida que intentamos avanzar.
Vamos allá. Pensé que si las ciudades, reales o fantásticas, tenían características propicias o adversas, nos sugerían contingencias y nos planteaban encrucijadas, las gentes que encontrábamos por el camino también nos brindaban oportunidades y nos proponían disyuntivas.
No voy a ir más lejos, esto es lo que hay. Y desde mi grandeza y mi miseria intuyo mi probabilidad de error, mi capacidad de discernir y, cómo no, mi inseguridad ante semejante pretensión. No me gustaría equivocarme demasiado. Por eso, me limitaré a dar una breve pincelada de cada personaje, aquello que me venga a las mientes más deprisa. Sin duda, en ello se reflejará mi sentir. ¿Qué puedo hacer? Solo salvaguardaré mi libertad de expresión mostrando en estos retratos, más o menos imaginarios, atributos que responderán, unas veces, a mi precipitada huida y, otras, a mi inevitable querencia.
Captar en pocas líneas un mundo es imposible. Acaso, si lo intentara, cada personaje se me iría juntando a los demás y, al final, la masa informe me llevaría a perderme. Yo me dejo llevar, nadie se debe dar por aludido.
I
Un personaje especial
Por lo común, estas personas no se consideran especiales, aunque en bastantes casos lo son, y mucho; por su generosidad sin aspavientos y su habilidad para hacer las cosas bien sin apenas meter ruido. Son personajes que no incomodan y, si está en su mano, te facilitan un poco la vida sin ningún tipo de pretensiones, como no sea una sonrisa o un saludo; sin ningún interés, al menos manifiesto, de quedar por encima o de parecer mejores.
Suelen ser magnánimos, verdaderos profesionales y hasta grandes soñadores, pero no apabullan ni se jactan de nada ni empujan a nadie. Hasta donde yo sé, no se creen perfectos ni superiores, no te miran con condescendencia, no te crean obligaciones, no adulan ni aceptan la adulación, no se imaginan elegidos por ningún dios ni con derecho a avasallar. Son mujeres y hombres encantadores con los que da gusto pasar unas horas, porque te hacen sentir cómodo y te quedas con la sensación de haber estado bien acompañado.
Por lo que parece, son buena gente que quiere cumplir sus sueños, mientras dejan a los demás tranquilos para que puedan cumplir los suyos. Ellos llevan adelante su tarea con verdadero empeño, puesto que no ignoran que, en este mundo, si no se puede alcanzar la felicidad, al menos, debe intentarse. Y entienden que, para eso, no es necesario mirar a los que pasan a su lado como si les debieran algo. Y, con frecuencia, logran sus metas, pues luchan con la ilusión de quien aspira a mejorarse a sí