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Gayo y la justicia
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Libro electrónico318 páginas4 horas

Gayo y la justicia

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SOS que lanza Gayo sobre la mentira en la justicia y remedios que propone.

Ante la problemática en el país de Gayo (Gayovia) de la institución de la justicia, incapaz de satisfacer o procurar «la perpetua y constante voluntad de dar a cada cual lo suyo», Gayo, jurista que desarrolla su trabajo diario inmerso en dicha justicia y en frontal disconformidad con algunos aspectos de la misma, intenta revelarnos los puntos más sórdidos de dicha institución -cuando menos los que lo son para él-; y lo hace proponiendo medidas o claves para alcanzar una justicia más simplificadora, aprovechadora de los avances técnicos existentes y de todos los que puedan llegar a proponerse igualmente válidos, y comprometida con la necesidad incuestionable de hallar la verdad en cada controversia que le sea planteada.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento25 ene 2020
ISBN9788417947866
Gayo y la justicia
Autor

Antonio Cavas Díaz

Antonio Cavas Díaz (La Aljorra, Cartagena, 1952). Casado, padre de familia numerosa y católico convencido. Es licenciado en Derecho y ejerce como abogado colegiado en Cartagena desde hace veinticinco años; su especialidad es el derecho civil, y dentro de él todo lo relacionado con ejecuciones. El pueblo donde nació es un pueblo del campo de Cartagena y allí trabajó en agricultura y ganadería, con lo que compaginó sus estudios de derecho hasta los treinta y ocho años. Al comenzar la década de los noventa tomó los estudios con mayor seriedad -animado especialmente por su madre (q.e.p.d.) y su esposa, sus apoyos incondicionales- hasta concluir la carrera de Derecho en 1994. Hasta la fecha ha escrito varias cosas, pero sin llegar a publicar nada. Le inquieta la actual situación judicial y el mundo jurídico en general, hasta el punto de que continúa en activo sin hacer caso a la edad de la jubilación, que ya ha empezado a llamar a su puerta.

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    Gayo y la justicia - Antonio Cavas Díaz

    Gayo y la justicia

    Gayo y la justicia

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417947361

    ISBN eBook: 9788417947866

    © del texto:

    Antonio Cavas Díaz

    © de esta edición:

    Caligrama, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Dedicatoria

    Dedico este trabajo a todas aquellas personas a quienes quiero y por las que me siento querido; a Am, mi esposa, por haber sido tan paciente conmigo mientras ocupaba todo el tiempo de que disponía fuera del trabajo en su redacción, prescindiendo, por consiguiente, de dedicarle a ella el que sin duda se merecía; a mis hijos, Elena, Antonio y José Luis, por ser esos auténticos motores que dieron consistencia y sentido al funcionamiento de todo mi ser conforme fueron naciendo cada uno de ellos, sin haber dejado de hacerlo en ningún momento, sino, muy por el contrario, haciéndome sentir joven con el paso del tiempo, con ganas de hacer cosas y de emprender nuevas aventuras como esta; a mi hermano; cuñados; ahijados y sobrino; compañeros y colegas, tanto actuales como antiguos; demás familiares y amigos, y a mis paisanos aljorreños.

    Va por todos vosotros. A todos os ruego que seáis los primeros en dispensarme tanto de todo aquello que le ocurra a mi personaje que penséis que bien podría haberse evitado, como de la manera de expresar todos sus avatares, que, sin duda, estará lejos de ser la idónea. Ello en la total certeza, o, al menos, en mi convencimiento prácticamente absoluto de que, si así lo hacéis vosotros, estaré feliz, tanto más si así me lo hacéis llegar, aunque lo sintáis solo, como suele decirse, «de la boca para fuera».

    Introducción

    En esta introducción da el autor una breve pincelada respecto del personaje, Gayo, y explica en un único capítulo cuál es el propósito que ha movido a este a contarnos todo lo que nos cuenta, que no son sino vivencias, la inmensa mayoría suyas, que él considera de interés público, de ahí que haya decidido contarlas, para lo cual describe la situación existente en su país, Gayovia, durante el tiempo que él ha invertido en descubrirnos–o, al menos, eso cree estar haciendo–todo lo que nos está contando. Hace, asimismo, un esbozo de la forma que ha adoptado para relatar lo que relata, en el convencimiento de que con ello facilita la lectura; después, con cierta humildad, pide ser disculpado de todo aquello que no guste al lector o piense que debería haber tocado de otra manera o, quizás, no haber tocado; incluye también una somera explicación de la normativa e instituciones existentes en Gayovia, que de alguna manera tienen que ver o sirven para explicar lo que explica. Para terminar, hace ver al lector, con la idea de que comience este a ir conociendo su manera de pensar en relación con las cuestiones que toca, un pequeño adelanto sobre lo que son y lo que significan para él la justicia y el poder judicial.

    Capítulo único

    Breves apuntes sobre lo que se contiene en el presente trabajo y lo que lo ha condicionado

    Ún.1. Propósito a que responde el presente trabajo

    El principal propósito no es otro que una llamada de atención a los posibles lectores respecto de la disconformidad del personaje principal, un abogado o simple «picapleitos» de nombre Gayo, por su especial simpatía hacia el jurista romano de igual nombre, con el modelo de Estado en que siente hallarse inmerso. Estado que predica de sí mismo –y así pretender hacérselo sentir a los ciudadanos que lo integran–su condición de democrático, que resulta más que discutible, especialmente en cuanto a la forma de desenvolverse los poderes que lo constituyen.

    Quizás lo que más llame su atención sobre el particular sea el hecho de que uno de sus más representativos centros de actuación o poderes, el Instituto de la Justicia, no solo deja mucho que desear en cuanto a ese carácter democrático, sino que, en su opinión, ni siquiera desempeña el papel que a su nombre corresponde y que debería desempeñar. Si «justicia» se refiere a lo justo y significa ‘lo equitativo’, ‘lo que corresponde’, ‘lo que debe y ha de ser’, parece lógico–al menos, a él se lo parece–que todo Estado en el que exista una institución o simplemente un servicio que se denomine «justicia» tenga obligatoriamente que referirse al instituto o servicio público estatal encargado de la procuración perpetua y perenne de que lo justo impere sobre lo injusto y, por consiguiente, que lo real impere sobre lo irreal o que la verdad impere sobre la mentira y el engaño, que tampoco es diferente.

    Entiende Gayo que, desde un punto de vista lógico, cualquier otro instituto o servicio que tenga propósitos distintos se podrá llamar también «justicia», pero llevará ese nombre como usurpado y sin corresponderle en absoluto y será como si se le hubiese buscado una denominación bonita a una realidad que no lo es, en un intento de disfrazar las vergüenzas de esta con la hermosura de la denominación o, lo que no es muy diferente, hacer algo de una determinada manera a sabiendas de que no es la adecuada, pero buscando la mejor estrategia de que se alcen en contra el mínimo posible de voces discordantes. Esto, de alguna manera, parece asemejarse a cuando en el seno de las dictaduras se les dan a tales regímenes distintas denominaciones, todas ellas distintas a «dictadura», por más que a nadie de los que están inmersos en ella se le oscurezca que se está y se vive en una auténtica y real dictadura.

    Para empezar, según entiende nuestro personaje, la justicia tendría que ser justa, de manera tal que, al referirnos a ella, estuviéramos pensando en algo superior, como sagrado, que nos obligara a hacerlo teniendo muy presente que se trata de esa institución solemne y superior que a todos se nos viene a la mente cuando utilizamos cualesquiera de los términos que a ella hacen referencia: justicia, justo, jurisdicción, jurista, justamente, juzgado, juzgar, etcétera. Esto, a la hora de su escritura, debería implicar necesariamente una especie de obligación tácita, pero arraigada en lo más profundo de nuestro ser, cuya inicial mayúscula sea una constante imposible o, cuando menos, nada fácil de obviar.

    Efectivamente, Gayo es de los que piensan que esa denominación es merecedora de que la inicial mayúscula permanezca siempre presente en nuestra mente a la hora de escribir, mencionar o simplemente pensar en la palabra «justicia», no por ninguna imposición, sino simple y llanamente porque incluso de manera involuntaria esa referencia o mención nos sugiere o provoca necesidad de hacerlo, porque se siente irremediablemente esa necesidad como si derivase de una voluntad superior, si no sublime, y con una expectativa clara de misión última y de máxima, cuando no extrema, importancia. Así, cuando algo se desvíe del camino de lo justo, tendrá que darse de bruces con esa fuerza, la Justicia, implacable, inaplazable, invencible y capaz, por tanto, de devolver las cosas a la normalidad simplemente imponiéndose, es decir, devolviendo aquellas aguas desviadas a su verdadero y único cauce por el que han de fluir, que no es otro que la vía de lo justo.

    En el siglo

    iv

    antes de Cristo–¡que no queda precisamente cercano!—, Platón y Aristóteles ya hablaban de la Justicia como «la necesidad de procurar que cada cual haga lo suyo»; después, el insigne jurista romano clásico Ulpiano, en la última parte del siglo

    ii

    y primera del

    iii

    de nuestra era, lo entendió como «la virtud de dar a cada cual lo suyo», que tampoco difiere de la definición que hace el Diccionario de la Lengua de Gayovia, patria de nuestro personaje.

    Entiende Gayo que las referidas son todas razones de peso que deberían llevar a que una Justicia que se precie nunca deba ni pueda pasar por alto ninguna injusticia. Puesto que el terreno en el que él se mueve a diario como letrado en ejercicio son los juzgados y tribunales, una de las injusticias que más le preocupa y por cuya erradicación hace votos es la que pueda darse otorgando la razón en un pleito a quien probadamente no la tiene. Y, lo que aún es peor y a él le preocupa más, que algo de esa índole pueda llegar a consolidarse, es decir, que se lleve la injusticia al extremo de darle vitola o estatus de resolución definitiva, sobre la que ya no cabe ningún tipo de recurso ni alternativa.

    Pues bien, la justicia con la que siente estar conviviendo nuestro personaje–la institución o poder público establecido en Gayovia—, la que impera en su Estado, que, para más inri, se hace llamar «de derecho», según entiende y así nos lo cuenta, no solo está pasando por alto injusticias y hasta llegando a servir en determinados casos para consolidarlas, sino que, y ahí está lo que él ve como más lamentable, muy posiblemente esa forma de actuar ha podido convertirse en una constante, en un auténtico hábito o costumbre. Considera Gayo que, si se trajesen a colación las sentencias ya consolidadas de uno cualquiera de los juzgados de Gayovia recaídas en un ejercicio anual, no sería nada difícil encontrar dentro del propio seno jurisdiccional a alguien que estuviera dispuesto a jugarse algo valioso a que no menos de un 30 % de las recaídas en procedimientos declarativos–excluidos los de prueba tasada, como desahucios, interdictos, etcétera–en ese juzgado y en ese año suspenderían si fuesen sometidas a la prueba de la verdad.

    Así, lo que en el país de Gayo se llama justicia–y él cree que quizá en otros muchos no sea diferente–no va más allá de ser una institución del Estado encargada de resolver los conflictos entre los particulares y entre estos y las instituciones públicas que no siempre aplica criterios justos. Por el contrario, la práctica más comúnmente utilizada es la aplicación de los criterios subjetivos de una persona, el juez, algunas veces contra toda lógica y otras incluso, para que nos resulte aún más difícil asimilarlo, contra toda razón; criterios que terminan imponiéndose y convirtiéndose en productores de todo tipo de efectos jurídicos, unas veces por ser irrecurribles y otras por terminar confirmándose por otro tribunal superior.

    Ún.2. Necesidad que ha visto Gayo de exponer cuanto expone: origen y motivos

    Es ese objetivo ciudadano convertido en sentimiento casi generalizado de afán de justicia, de que algún estamento estatal se ocupe de que sea impartida justicia entre las personas y grupos, no de justicia al uso común, sino de auténtica Justicia, el que ha despertado en nuestro personaje lo que él entiende como necesidad ineludible de dotar su consecución de todo tipo de garantías con las que quede perfectamente asegurado que se logra lo que se quiere y necesita, no algo distinto. Dicho de otra manera, para que quede perfectamente garantizado que la justicia conseguida, buscada con tanto afán y anhelo, es realmente justa. Para que sea eso, en definitiva, Justicia.

    Ha sido aquí donde Gayo ha percibido, por un lado, que tanto deseo de Justicia necesitaba ser satisfecho, pero también, por otro, que existe peligro de que la preocupación por la necesidad pueda haber producido cierta despreocupación por que lo que se termine logrando contenga todos los ingredientes fundamentales que a la Justicia realmente justa no pueden faltarle. Así, a base de oír repetir a diferentes personas y medios de comunicación una y otra vez frases como «todos tenemos derecho a acceder a un juez» o «todas las personas tienen derecho a obtener la tutela de jueces y tribunales», etcétera, él ha caído en la cuenta de que no basta con que todos tengamos derecho de acceso a un juez, ya que, junto a ello y tan importante o más, está que tengamos plena garantía de que el juez al que accedamos nos va a hacer verdadera Justicia, nos va a dar lo nuestro y nos va a privar de lo que no lo sea por esa necesidad convertida en obligación ineludible de dárselo a aquel de quien sí lo sea.

    Para ello, claro, hay una exigencia convertida en obligación primordial que no puede faltar, exigencia u obligación que es precisamente la que echa en falta Gayo en el sistema jurisdiccional gayoviano, exigencia u obligación que consiste en que estén puestas las directrices fundamentales y los mecanismos imprescindibles que hagan imposibles futuras desviaciones de la senda de lo justo de todas las personas que intervienen en los procedimientos judiciales, de tal manera que la más mínima desviación de cualquiera de ellos le delate de manera inmediata y hasta, si es necesario, le aparte sin remedio de dicho procedimiento. Gayo entiende que dicha exigencia u obligación en el sistema jurisdiccional gayoviano está ausente actualmente y, por ello, dedica buena parte de estas páginas a exponer tanto todos y cada uno de los momentos en que es fácil detectarlo como lo beneficioso que sería para el sistema–y, por consiguiente, para los ciudadanos de Gayovia–que aquellas exigencias u obligaciones tuviesen una presencia cada vez más viva y eficaz.

    Ún.3. Breve pincelada de la situación en Gayovia, esencialmente a nivel social, en el momento de plasmarse en este volumen las vivencias de Gayo

    En cuanto al momento histórico, ha de entenderse que las vivencias y percances de Gayo de los que va a dar cuenta aquí han tenido lugar, en su inmensa mayoría, durante el período histórico que transcurre desde 1993 hasta finales de 2019, si bien los primeros párrafos del presente manuscrito comenzaron a elaborarse en la primera mitad de la segunda década del siglo

    xxi

    . Curiosamente, ha sido el Día de los Santos Inocentes del año 2015 la fecha que puede tomarse a todos los efectos como de «puesta de la primera letra» en el proceso de redacción propiamente dicho de la presente «relación de acontecimientos, percances y reflexiones».

    Durante estos días, bien entrado ya el año 2019, están redactándose las últimas ideas y las noticias de mayor impacto en Gayovia y en otros muchos países durante toda esta segunda mitad de la segunda decena del siglo

    xxi

    han estado relacionadas con la corrupción política; el nivel de paro, que alcanza un elevadísimo porcentaje de la población en edad de trabajar y aumenta ampliamente en la horquilla de los jóvenes, más aún aquellos que esperan su primer empleo, aunque, por suerte y en honor a la verdad, cabe decir que parecen vislumbrarse–quizás no lo suficientemente próximos–síntomas de cambio; la grave situación de crisis a todos los niveles bastante perceptible, sobre todo económica, cuyos efectos beneficiosos, pues por el momento parece remitir, no están incidiendo de una manera uniforme y homogénea sobre toda la ciudadanía; y la inseguridad ciudadana, como consecuencia precisamente de la crisis, con asaltos habituales a casas y demás propiedades, que se han convertido en una preocupación para la inmensa mayoría, pues ya nadie se siente a salvo de estas agresiones. Y, como uno de los temas que más tinta y páginas de todos los medios está ocupando en los cuarenta o cincuenta últimos meses, está ese problema nuevo que ha ido avanzando con pasos de gigante en estos años y que no es otro que los popularmente conocidos desahucios en que culminan las ejecuciones hipotecarias, que tantas y tantas veces recaen sobre la vivienda habitual del más necesitado o sobre el negocio del que vive toda una familia, ¡nada menos!

    De lo que va a hablar aquí nuestro personaje no es de todo ello, sino solo de algunas cosas; en concreto, muy primera y principalmente, de los graves e importantes problemas que sufre la justicia en Gayovia y de la solución que se viene pretendiendo dar a los mismos por las autoridades competentes, que a él le parece radicalmente equivocada; son ejemplos la implantación manu militari de una ley de tasas judiciales a todas luces improcedente que, desgraciadamente, aún no se ha suprimido en Gayovia, como ha ocurrido en otros países del entorno. También nos hablará del que no es precisamente un problema menor, el de las ejecuciones hipotecarias y su resultado final inevitable: la pérdida del bien y el lanzamiento judicial del desdichado ejecutado en caso de no producirse su abandono de manera voluntaria, que tantas veces se realiza, en su opinión, de manera improcedente y hasta ilegal.

    El paro, si bien constituye también en Gayovia un auténtico problema y es, quizás, la consecuencia más directa de la situación de crisis económica que se vive en el país, no es, sin embargo, un aspecto social al que en estas líneas se vaya a dedicar atención, por razón tan simple como la de que no ha sido esa concreta cuestión la que ha animado a Gayo a contarnos lo que nos quiere contar, por más que existan, sin duda, motivos más que sobrados que lo justificarían. Desconociendo él sus auténticos entresijos y no disponiendo tampoco de referencias lo suficientemente cercanas y válidas, tendrá que comprenderse–y dispensársele–que tampoco tenía fácil acometer su estudio pormenorizado, ni siquiera si hubiese tenido interés en hacerlo.

    En aquella otra materia, en los problemas de la justicia actual y más concretamente de las ejecuciones hipotecarias, quizás por haber tenido él un contacto cercano y directo con dicha temática y, asimismo, con otros letrados compañeros suyos que han invertido su tiempo y esfuerzo, como él, en defender a un buen número de estos ejecutados, es donde ha fijado uno de los principales objetivos de estas páginas. Y, dentro de dicha materia, por ser quizás el fenómeno de la usura el que para él más atención merece ante el aparente descuido que hacen de él las autoridades gayovianas, sí que será uno de los temas en que intentará centrarse Gayo aquí, tratando de explicar algunos de sus aspectos más llamativos.

    Ciertamente, de dicho problema, a pesar de ser real y de afectar a auténticos desvalidos, pues los desaprensivos que la practican suelen elegir a sus víctimas de entre los más vulnerables y con menor capacidad para obstaculizar sus artificios, apenas se viene hablando en Gayovia, aunque está tan en boga en todo el país el tema de las ejecuciones hipotecarias, los llamados «desahucios», con lo que viene pasando casi inadvertido a pesar de su extraordinaria trascendencia. Sin duda, ocurre así porque afecta a un número menor de ciudadanos, pero, dado que sus entresijos son sangrantes, entiende nuestro personaje que no deben permanecer ocultos, entremezclados o, de alguna manera, ensombrecidos, como viene ocurriendo, con los problemas de las ejecuciones hipotecarias de bancos y cajas de ahorro–que también los tienen e importantes, según el Tribunal de Justicia de la Unión de Países Alineados con Gayovia (UPAG)–y son los que constituyen la inmensa mayoría de este tipo de ejecuciones.

    Si tiene interés Gayo en airear aquí los aspectos negativos de estas operaciones usurarias, tal como se vienen tratando en la justicia gayoviana, es para que se conozca que su problemática, sin ser distinta a la de las demás ejecuciones hipotecarias en cuanto a dificultades de oposición del ejecutado en el proceso, responsabilidad del mismo con todos sus bienes presentes y futuros, etcétera, lo que hace es ir precisamente un paso más allá. Efectivamente, va un paso más allá porque, si bien en las ejecuciones hipotecarias más comunes, efectuadas normalmente por entidades bancarias, la coincidencia de voluntades entre prestamista y prestatario suele ser total, mediante una entrega de dinero para su devolución con intereses, esa coincidencia de propósitos suele faltar en estas ejecuciones usurarias, ya que el concedente del préstamo que después ejecuta la garantía o bien ha abusado del prestatario, que simplemente se ha fiado de él, o bien se ha beneficiado de la situación de superioridad que suponía disponer del dinero que el otro necesitaba, o bien ha aprovechado el estado de angustia o lo limitado de la capacidad psíquica del otro para lograr su fin. La definición de «usura» en Gayovia se halla en los artículos 1 y 2 de la todavía vigente Ley Contra la Usura de finales del siglo

    xix

    .

    Así pues, ese va a ser el contenido esencial de la exposición de nuestro personaje, por más que también toque otros aspectos de las ejecuciones y de la justicia, pues, en definitiva, todo está dentro de ella, y lo hará dedicando críticas o halagos a las distintas respuestas que los tribunales han dado en su ya dilatada trayectoria como letrado en ejercicio a los problemas tanto de sus propios clientes como de los de algunos compañeros suyos, siempre de acuerdo con los merecimientos en uno u otro sentido que para él hayan alcanzado.

    Ún.4. Forma de la redacción y estructura

    Si el comienzo de la elaboración fue el que ha quedado dicho, el propósito primitivo no iba más allá de quedarse en el ordenador como algo a lo que, si acaso, poder recurrir su redactor en momentos puntuales a recrearse en lo que una concreta etapa de su vida había tenido la paciencia de escribir. Así se fueron redactando diversos apartados del trabajo sin tenerse demasiado claro por quién los estaba escribiendo, si, en caso de decidir algún día darlo a conocer, lo haría como algo serio propio de un jurista o, por el contrario, le daría ese sesgo, que ha terminado imponiéndose, de crear un personaje para que sea él quien vaya contando los percances que supuestamente le han ido sucediendo en los centros donde se cuecen y se ventilan los problemas judiciales y en los que tiene lugar el desarrollo del trabajo diario de tal personaje como letrado.

    El Día de los Santos Inocentes, tal como ha quedado indicado, fue el momento de inflexión en que el autor empezó a considerar la posibilidad de continuar dicha redacción un poco más en serio hasta otorgarle ese cariz de obligación diaria que antes no había pasado de simple entretenimiento. A partir de ahí, se intentó que el personaje fuera contando de la manera más ordenada posible determinadas vivencias dignas de ser aireadas, algunas de las cuales están inspiradas en experiencias propias del autor, por más que en ese paso de la memoria al papel hayan experimentado importantes alteraciones respecto de la forma en que de verdad sucedieron.

    En su elaboración tampoco se ha seguido un orden que coincida con el que finalmente ha quedado estructurado el trabajo, sino que, en concordancia con la pretensión de hacer una crítica de los problemas más acuciantes de la justicia gayoviana del momento por un personaje exigente y poco dado a conformismos, se ha terminado hablando de todo aquello que, según este, ha venido causando mayor impacto tanto a sus compañeros letrados más allegados como a él mismo en su ejercicio durante los últimos veintitantos años.

    Junto a ello, el propio personaje no deja de proponer ideas y novedades que entiende que toda justicia que aspire a ser justa debería acoger; para, así, ir haciendo una especie de denuncia de todo aquello que, según entiende, funciona incorrectamente dentro de la parcela social en donde él, como los demás profesionales del derecho, realiza su actividad diaria, esbozando asimismo formas alternativas tanto para la consecución de aquella justicia ideal como de los que considera objetivos que la misma no puede dejar de marcarse.

    Es por ello que, como fácilmente puede verse, hay partes del trabajo que parecen tener mejor encaje en apartados distintos en los que finalmente han sido incluidos. Si se ha optado por dejarlo tal cual ha sido porque Gayo entendía que quizás abundar en las ideas desde distintos puntos de vista y desde distintos escenarios puede ser eficaz para que sus explicaciones terminen entendiéndose más fácilmente.

    Ún.5. Ruego de Gayo a los posibles lectores

    No quiere dejar pasar nuestro personaje la oportunidad de indicar que es perfecta y absolutamente consciente de que, al contarnos sus vivencias, quizás no siempre acierte en su interpretación de los conceptos a los que esté haciendo referencia o, lo que es lo mismo, que cabe la posibilidad de que lo que aquí se exprese sobre un determinado tema, fruto de lo que piensa Gayo al respecto, pueda estar viciado ya desde el origen por una mala asimilación por su parte de alguno de los conceptos jurídicos tomados en consideración, dándose con ello lugar a manifestaciones erróneas y, quizás, diferentes de lo que en realidad correspondería decir de haber tenido una concepción más acertada sobre el particular. En suma, lo que nos quiere advertir Gayo es que él no es ni aspira a ser ningún catedrático en su oficio y puede tener conceptos equivocados, incluso de los más elementales, y lo que trata de adelantarnos es que, al aproximarnos a ellos, no es de extrañar que salgan a relucir los errores.

    Es aquí donde el mismo autor quiere llamar la atención sobre el hecho de que

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