Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La Huerta de Valencia, 2a ed.: Un paisaje cultural con futuro incierto
La Huerta de Valencia, 2a ed.: Un paisaje cultural con futuro incierto
La Huerta de Valencia, 2a ed.: Un paisaje cultural con futuro incierto
Libro electrónico348 páginas4 horas

La Huerta de Valencia, 2a ed.: Un paisaje cultural con futuro incierto

Por AAVV

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La Huerta de Valencia es un paisaje cultural de valor excepcional. Pocas ciudades europeas disponen de entornos tan singulares y valiosos. Estos entornos singulares, que entablan cada día su particular y desigual combate con la ciudad real, tienen escasas posibilidades de supervivencia de no mediar políticas eficaces de gestión. Sin embargo, no se constatan los cambios que serían necesarios en la ordenación del territorio, en la producción sostenible y saludable, en la gestión de paisajes culturales y en la protección medioambiental. Este estudio, del que se publica ahora la segunda edición, es mucho más que un libro sobre la huerta, una mirada culta, un diagnostico sólido, hace una denuncia severa al mismo tiempo que propone alternativas. Aquí se defiende la idea de que hay posibilidades de futuro y se dan razones de por qué proteger la Huerta es hoy más necesario que nunca.Además, incluye DVD con el documental "La Huerta. A la vuelta de la esquina".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 may 2014
ISBN9788437093468
La Huerta de Valencia, 2a ed.: Un paisaje cultural con futuro incierto

Lee más de Aavv

Relacionado con La Huerta de Valencia, 2a ed.

Títulos en esta serie (48)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Historia para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La Huerta de Valencia, 2a ed.

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La Huerta de Valencia, 2a ed. - AAVV

    1 Condición histórica y

    significado cultural de

    los paisajes hidráulicos

    históricos

    Thomas F. Glick

    Boston University

    I

    La conservación de los paisajes históricos, en particular aquellos que implican sistemas de gestión o distribución complejos, me ha interesado desde hace casi dos décadas. A modo de conclusión anticipada: es inherentemente difícil conseguir que las élites gubernamentales de las ciudades conciban los paisajes históricamente importantes como artefactos humanos. Aunque la huerta rodea la ciudad, la mayoría de los habitantes de las urbes posee escasos conocimientos acerca de su contribución a la vida urbana. En consecuencia, la huerta ha sido progresivamente destruida debido a la invasión de la urbanización incontrolada.

    A pesar de que la huerta entendida como forma específica de paisaje agrícola es común para los valencianos, existen únicamente siete huertas históricas en Europa. Las siete se encuentran amenazadas por una combinación de desarrollo urbano y contaminación del agua. Una de ellas, la huerta de Palermo, prácticamente ha desaparecido. Aunque la reciente expansión de la irrigación en el Este de España, facilitada por los trasvases, puede haber incrementado el área total de cultivos de huerta, las nuevas huertas comportan un uso de la tierra radicalmente diferente. Las huertas periurbanas históricas abastecían a las ciudades de productos frescos y harina molida de cultivo local e importada, y constituían cinturones verdes naturales que incidían de manera positiva en la sensibilidad estética de la ciudad (la barraca es un buen ejemplo), al tiempo que refrescaban la atmósfera urbana llenándola de oxígeno. Además, el carácter artesano de la sociedad urbana se veía acrecentado por la integración de los hortelanos en el tejido social. Las nuevas huertas, en cambio, se construyen lejos de las ciudades, son creadas por las agroindustrias y se orientan al monocultivo comercial y a la exportación. En ellas no vive ningún hortelano, en sucesión ininterrumpida a través de generaciones, como en el caso de las alquerías que se conservan en Valencia.

    La conservación de los restos de la huerta histórica ha sido una postura minoritaria. Las perspectivas son difíciles, pues la clase política ha mostrado escaso interés en el proyecto, hasta el punto de no haber implementado planes aprobados a distintos niveles de gobierno. Como resultado, el activismo popular ha ido adquiriendo protagonismo en la conservación de la huerta. Ni siquiera el peligro que la desaparición de la huerta supone para el Tribunal de las Aguas ha conseguido movilizar a los políticos, siempre dispuestos a declarar el Tribunal tesoro nacional. Las amenazas abundan: urbanización, contaminación, y un programa de entubación de acequias mal planteado, que ya ha alterado el ciclo hidrológico en mayor detrimento de la huerta.

    En relación con la promoción del Tribunal como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, parte de esta idea se ha centrado en favorecer o exigir la conservación de la huerta como una de las condiciones de la solicitud.

    El dilema de la huerta es, tristemente, un dilema común. Existen paralelismos interesantes con otros paisajes hidráulicos históricos, los cuales procederé a repasar.

    II

    1. Polders

    Polders

    Un polder es un campo agrícola rescatado del mar por un proceso de construcción de diques y drenaje por molinos de viento, un conjunto ha creado un paisaje singular.¹ Hay tres tipos históricos diferentes de polders: primero, los más tempranos, fueron reclamados del mar por una combinación de entarquinamiento natural hábilmente ayudado por la construcción de diques tan pronto como el siglo X, ubicados sobre todo en los estuarios de ríos. Esto hizo posible el aprovechamiento de tierras de turba ahora más hacía el interior. Pero, al sacar la turba, se formaron lagos los cuales, en el siglo XV, se drenaban con molinos de viento, creando el segundo tipo de polder. El tercer tipo histórico son los formados durante la llamada «Edad de Oro» de reclamación del siglo XVII, cuando comerciantes acomodados invertían dinero en la instalación de molinos para drenar unos lagos enormes. Estos polders están caracterizados por el carácter racional de la formación de los campos, los canales de drenaje formando un círculo (ringvaart) alrededor de los polders, entre los diques, más un molino de viento para drenar el agua del polder en el ringvaart. Algunos de los polders requieren más de un molino y éstos se instalaban en una serie a lo largo de un canal compartimentado, cada molino llenando un compartamento más alto.² Es interesante notar que la organización de las comunidades medievales de drenaje en Waaterschappen (Juntas de Agua) fue muy semejante a la de las comunidades de regantes valencianas.

    La pérdida de polders

    En Holanda, la urbanización presiona el uso tradicional del suelo, sobre todo en el área de los llamados polders viejos en las cercanías de Ámsterdam, ciudad que crecía desde 80.000 ha en 1900 a 450.000 ha en 1980. [better figure?] La pérdida anual de polders en esta zona se ha calculado en 13.000 ha anualmente.³ Los polders drenados por sistemas de ringvaart se consideran más valiosos y son beneficiarios de alguna protección en la planificación rural. El proceso de planificación regional en Holanda, dispone de mapas de infraestructura ecológica y cultural que incluyen paisajes humanos y monumentos protegidos.⁴ En muchos casos, mientras que los polders no están protegidos, los molinos de viento que los drenan sí lo están.

    2. Las chinampas de México

    Las chinampas son huertos artificialmente construidos en lagos o canales por los Aztecas en el valle de México. Algunas de ellas flotan sobre el agua, mientras que la mayoría se quedan estacionarias cerca del litoral. Se construyeron en capas alternativas de barra y vegetación y daban –y siguen dando– cosechas extraordinariamente ricas en parcelas de entre .025 y 1.5 ha. La formación original de las chinampas probablemente fue facilitada por la construcción de zanjas de drenaje para reducir el contenido acuoso del suelo hasta que fuera cultivable. La regularidad de las unidades de superficie sugiere también algún tipo de esfuerzo centralizado. Las chinampas se han descrito como fósiles vivientes, al parecer operando en la misma manera que en tiempos pre-colombianos. Pero no se sabe exactamente si las funciones de las chinampas de hoy son iguales a la del tiempo de los Aztecas, y los cultivadores de hoy no saben cómo fueron construidas en el primer lugar.

    Pérdida y protección de las Chinampas

    El drenaje del valle de México redujo el área chinampera a Xochimilco, prácticamente el único lago que quedó. Las chinampas remanentes se utilizan para hortalizas destinadas a mercados de la ciudad, con cosechas riquísimas, aunque son amenazadas no sólo por la expansión de la ciudad como por la contaminación del aire y agua. Ya en 1988, la zona chinampera de Xochimilco fue declarada patrimonio mundial por la UNESCO, lo que prevee una gran zona de protección ecológica, la creación de un parque ecológico, y un esfuerzo de mejorar la calidad del agua, reduciendo el ingreso de aguas negras en el lago. Los labradores son conscientes de la importancia del turismo para asegurar la continuidad de su forma acostumbrada de vivir. Para atraer a turistas se había de limpiar los canales para que corriesen llenos todo el año, y eso resultó un beneficio para los agricultores. Entonces las chinampas van convirtiéndose en una especie de «museo vivo» informal. Las que fueron destinadas para aquel papel como «chinampas de demostración» son, no obstante, poco visitadas debido a su distancia de la concentración mayor de ellas.

    El fin turístico de las mejoras de Xochimilco se entendía desde el principio (tanto por proponentes como pro oponentes al Plan de rescate) como elementos central del proyecto:

    Desde que se hicieron las primeras crónicas de chinampearía en lengua europea, ya se la celebraba como un área que ofrecía una alta claridad recreativa por la mismo riqueza de su trabajo agrícola. Pasear en canoa cuando desde ellas se podía ir contemplando las superficies cultivadas de las chinampas, entre largas hileras de ahuejotes, era algo que fue contado por poetas y escritores diversos. Esta calidad única de asociar la reacción estética con la vitalidad del intenso trabajo chinampero es algo que vale la pena cultivar, más que perder en aras de un concepto creativo tipo Reino Aventura.

    Los ejidatarios no se oponen a que se mejore el servicio turístico regional, pero sí piden que se respete el trabajo agrícola. Y al respecto, sugieren también un nuevo concepto de servicio: El ecoturismo que permite ofrecer un acercamiento del paseante no sólo al canal con mariachis y comida, sino a los sitios arqueológicos y las áreas de trabajo agrícola con diferentes formas de cultivo chinampero. Esto podría abrir un diálogo que ayudará a revalorar la propia cultura chinampera y al mismo tiempo, permitirá al turista ganar en conciencia ambiental. Los nuevos canales que proponen abrir los ejidatarios pueden servir muy bien a ese propósito.

    Quiero sugerir que la situación actual de la huerta Valenciana es comparable, aunque con prospectiva quizás peor que los dos paisajes históricamente importantes que acabo de discutir. Quizás la lección de la chinampas es que la amenaza de destrucción ha de ser total antes de que el pueblo o bien las entidades estatales se muevan seriamente. No cabe duda de que las chinampas se han beneficiado de una consciencia relativamente alta en México debido a su representación de la civilización azteca.

    También se entiende perfectamente que la restauración de las chinampas está ligada afirmativamente con el turismo y, a la vez, el rescate ecológico de la zona:

    La intensa vida turística, fuente de divisas importantes, fue considerada y, poco a poco, hizo al gobierno repensar el futuro de la región, tomando más en cuenta a sus habitantes campesinos. Los planes oficiales no obstante, ya preveían una expropiación para decretar Distrito de Riego toda el área lacustre y ponerlo bajo control gubernamental...tal como fue formulado por una comisión de la cámara de Diputados en 1982. Por ese mismo tiempo un famoso bufete de arquitectos, el del arquitecto Mario Pani, preparó todo un proyecto turístico «de lujo» para el área ejidal y chinampera al norte de Xochimilco. Fueron antecedentes del actual proyecto gubernamental.

    3. Los Bostans irrigados de Estambul

    Los problemas de la huerta están relacionados no sólo con otros paisajes hidráulicos de importancia histórica y cultural, sino también con un fenómeno más general propio de los espacios agrícolas urbanos, que están (o estuvieron) presentes en todas las principales ciudades del mundo hasta hace relativamente poco, y que desempeñaron un papel fundamental en el abastecimiento de verduras frescas y en la promoción de los barrios y otras formas de solidaridad local. Tomaré como ejemplo los bostans o huertos de Estambul. Son parcelas más bien pequeñas (1-1.2 h) –mucho más grandes, por tanto, que los allotments o huertos municipales de Inglaterra. Permiten alimentar a la familia del propietario y obtener excedentes para el mercado. Estos huertos proporcionaron verduras a los ciudadanos de la Constantinopla bizantina hasta el siglo XII y se mantuvieron durante el periodo otomano cuando los campesinos fueron asentados en las aldeas periurbanas para proporcionar alimentos a la ciudad. Con la expansión de la ciudad se convirtieron en espacios agrícolas urbanos. El historiador otomano del siglo XVIII Evliya Chelebi informó a cerca de 4.392 huertos en la jurisdicción de la ciudad, un total de, quizás, 16.5 kilómetros cuadrados. Los Bostans estaban situados en nacimientos de agua –arroyos, manantiales y pozos artesianos. Aquí encontramos una diferencia ecológica crucial si comparamos los bostans con la huerta valenciana: los primeros carecen de la conectividad proporcionada por los canales de irrigación y forman trozos de hábitat agrícola desagregados. Un bostan típico produce de quince a veinte tipos de hortalizas y permite satisfacer las necesidades de verduras frescas de cientos de personas. La masiva invasión de población inmigrante en los últimos veinte años ha provocado la destrucción de algunos bostans, pero ha creado otros en los márgenes de la ciudad, construidos por personas que han ocupado el espacio público o propiedad urbana abandonada. Es posible que existan unos mil bostans tradicionales en el área metropolitana de Estambul.

    El bostan representa otro ejemplo de agricultura tradicional que durante siglos ha proporcionado beneficios nutricionales, estéticos (frecuentemente colindan con parques) y sociales de manera satisfactoria, y que, no obstante, no sobrevivirá al avance del desarrollo urbanístico.

    La percepción de que los bostans son marginales, ineficaces o antihigiénicos refleja un mito común que pone trabas a la agricultura urbana en todo el mundo. A menudo, prácticas tradicionales que siguen siendo respetadas son desplazadas hacia los márgenes económicos, sociales e incluso legales⁹. Sin embargo, como observó Kaldjian: «A pesar del ritmo y la magnitud del crecimiento de Estambul, la agricultura urbana persiste, enraizada en sus antecedentes culturales e históricos. El agroecosistema del bostan es un contenedor de conocimiento local que podría servir de catalizador para futuros o renovados programas de agricultura urbana.»¹⁰

    III

    Los espacios irrigados se degradan por diversos motivos: el suministro de agua puede desviarse hacia otras partes, el desarrollo urbanístico puede hacer desaparecer parte del terreno agrícola y tecnologías poco acertadas pueden alterar el ciclo hidrológico, entre otras causas. Cada espacio irrigado es una micro-región y cualquier perturbación puede tener consecuencias que alcancen a la totalidad del sistema. Del mismo modo, si se rompiese la cohesión de los irrigadores, las consecuencias serían tan funestas como en el caso de la contaminación del agua.

    Aquí en Valencia, la tendencia actual es deshacerse de los canales superficiales y distribuir el agua a través de tuberías de plástico. Sin embargo, la obsesión por el uso eficiente del agua no ha tenido en cuenta los costes sociales (sin mencionar las inesperadas e imprevisibles consecuencias de interrumpir la recarga natural o alterar las pautas climáticas estacionales interfiriendo en el ciclo hidrológico).

    ¿Cómo podemos convencer a la gente común y a las autoridades de que estos paisajes son artefactos humanos, con frecuencia de gran belleza y siempre de gran ingenio? La pérdida de dichos paisajes representa la pérdida (a veces aparentemente intencionada) de la identidad cultural. Estos grandes sistemas agrícolas tradicionales en los que se basaba la riqueza de los Aztecas, la edad dorada del mercantilismo holandés, o la riqueza comercial valenciana de los siglos XV y XVI, fueron proveedores estables y duraderos de alimento. No obstante, su importancia prácticamente se ha esfumado de la conciencia de los habitantes de la ciudad.

    Una de las estrategias de conservación de la huerta ha sido la búsqueda de reconocimiento como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad del Tribunal de las Aguas. El Tribunal goza de un estatus mítico en Valencia y sus méritos son pregonados por los mismos que están vendiendo la huerta, campo a campo. Dos o tres canales están tan amenazados por el desarrollo urbanístico que se encuentran al borde del colapso. Sin embargo, se ha puesto freno al deterioro, pues sin el sistema de ocho canales funcionando más menos ordenadamente, desaparecería el Tribunal de las Aguas. Esto es significativo, pues muestra cómo la estrategia para la conservación de paisajes históricos es a menudo indirecta. Otro ejemplo, bastante distinto, es el de los polders holandeses, que no están protegidos, mientras que los molinos que los drenan sí lo están, por lo que en realidad los polders también están protegidos.

    El programa de Patrimonio Mundial puede ser una respuesta a la necesidad de dar protección a estos valiosos elementos integrantes de la identidad cultural. El esfuerzo es francamente admirable aunque ha demostrado no ser suficiente. Los mejicanos lo hicieron todo bien: las chinampas son patrimonio de la humanidad y están protegidas frente a la invasión del desarrollo urbanístico. Pero sigue sin ser suficiente porque el medio ambiente está demasiado degradado (por la contaminación del aire y del agua) como para permitir su supervivencia.

    La cohesión social que los paisajes hidráulicos demuestran (o demostraron) se basa en procedimientos operativos de sistemas de irrigación, que codifican valores sociales. En general, estos procedimientos operativos (siendo la irrigación el más significativo) no valoran la eficiencia económica tanto como el resto de variables, es decir, la equidad, la justicia y el control local. De este modo actúan en contra de las predicciones de la teoría de la elección racional, la cual presupone que la mayoría de personas actúa, ante todo, para maximizar su propio beneficio económico. Cuando los franceses se propusieron «modernizar» la irrigación en el Norte de África a finales de la década de los 40 y principios de los 50, deliberadamente decidieron racionalizar y centralizar los acuerdos de distribución del agua, frecuentemente en contra de la voluntad de los regantes. Tales acuerdos, como los turnos de riego computerizados (una idea que más tarde los ingenieros franceses venderían al gobierno marroquí), donde la entrada de agua en los campos se abre y cierra automáticamente, sin participación alguna por parte de los regantes, debilitan, una vez implementados, la cohesión social, puesto que dicha cohesión es el resultado de un largo y duradero proceso de negociación entre los regantes (normalmente miembros del mismo clan) en el que se mantiene el control local en vez de cedérselo a las burocracias.

    Finalmente, quiero referirme a la viabilidad de los sistemas agrícolas tradicionales, en particular aquellos que, debido a motivos históricos y culturales, merece la pena conservar, a través de un concepto que puede denominarse conocimiento intensivo («knowledge intensively»). Los sistemas agrícolas tradicionales se basan en un conocimiento intensivo (del mismo modo en que pueden estar basados en el trabajo intensivo). Al cultivar una micro región particular durante siglos, sus habitantes aprenden colectivamente todo lo que hay que saber sobre ella, sobre sus microclimas, su suelo, características del agua y demás. Todos los agrosistemas tradicionales están bien adaptados a su entorno por definición, puesto que, de no ser así, habrían desaparecido. El sistema completo se transmite de forma colectiva a través de las mentes de los vecinos, los agricultores y regantes, hombres y mujeres por igual. Ese conocimiento ha sido sintonizado con precisión. Cada aspecto del medio ambiente local es conocido, y uno u otro cultivo crece en cada parcela adecuada para la agricultura. Esto es particularmente cierto en el caso de la huerta, con su complejo sistema de plantación. Puesto que el sistema de irrigación se ha modernizado, la comunidad ha perdido una institución común, y esa pérdida menoscaba la solidaridad colectiva y deriva hacia una forma de agricultura que se basa, por definición, en una forma menos intensiva de conocimiento, con normas técnicas sobreimpuestas que reemplazan la intensidad del conocimiento.

    Si ese conocimiento se pierde, jamás se recuperará. Un buen ejemplo local es la casi completa desaparición de los recolectores locales de dátiles de Elche. Esa forma de conocimiento prácticamente se había perdido a nivel local, pero fue recuperado por los productores de dátiles que aprendieron ciertas técnicas de los marroquíes. En varias partes de Asia, cuando la Revolución Verde fracasó, fue ya demasiado tarde para reintroducir la próspera agricultura tradicional que la precedió porque nadie recordaba cómo se realizaba.

    Todos sabemos que existe una cultura del agua que codifica la cultura popular de las sociedades de regantes. Pero existe la tendencia de que la «cultura» (tal como se usa el término aquí) subsuma la cohesión social. No hemos de olvidar que la estrecha relación entre la irrigación y sus prácticas culturales características genera formas típicas de sociabilidad que desparecen une vez desparecida la irrigación. El precio del «progreso» en el desarrollo urbano inevitablemente conlleva pérdidas sociales.

    Notes

    1. Véase Walter Reh, Sea of Land: The Polder as an Experimental Atlas of Dutch Landscape Architecure (Wormer: Stichting Utigeverj Noord-Holland, 2007)

    2. Audrey M. Lambert, The Making of the Dutch Landscape: An Historical Geography of the Netherlands (Londres: Seminar Press, 1971), pp. 49-126; G. J. Borger, «Draining-Digging-Dredging: The Creation of a New Landscape in the Peat Areas of the Low Countries,» en Fens and Bogs in the Netherlands: Vegetation, History, Nutrient Dynamics and Conservation, ed. dirigida por J. A. T. Verhoeven (Dordrecht: Kluwer, 1992), pp. 131-171; Chris de Bont, «Reclamation Patterns of Peat Areas of the Netherlands as a Mirror of the Mediaeval Mind,» en L’Avenir des paysages ruraux européens entre gestion des heritages et dynamique de changement (Lyon: Université Lumière Lyon 2, 1994), pp. 57-64.

    3. David Stanners y Philippe Bourdeau, Europe’s Environment. The Dobris Assessment (Copenhagen, European Environment Agency, 1995), p. 181.

    4. Myrian Daru, comunicación personal, 18 de febrero de 1997. Véase también Johannes Renes, «Landscape History for Planning: Development and Background of Applied Historical Geography in the Netherlands,» en L’Avenir des paysages ruraux (nota XX, supra), pp. 69-76.

    5. Gene C. Wilken, «A Note on the Buoyancy and Other Dubious Characteristics of the ‘Floating’ Chinampas of Mexico,» en I. S. Farrington, ed. Prehistoric Intensive Agriculture in the Tropics (Oxford: B.A.R., 1985), I, 31-48, en la pág. 43.

    6. Phil Crossley, comunicación personal, 3 de marzo de 1997; Arturo Gómez-Pampa, comunicación personal, 5 de marzo de 1997.

    7. Alfonso González Martínez, «Los más recientes planes gubernamentales y el plan ejidal alternativo para el rescate ecológico de Xochimilco,» en Rescate de Xochimilco, pp. 37-49, en la pág. 48.

    8. Ibíd., p. 37.

    9. Paul J. Kaldjian, «Istanbul’s Bostans: A Millennium of Market Gardens,» The Geographical Review, 94 (2004), 284-304, on p. 287. Yao Dong and Di Xia, «Bostons: Agricultural Generators for Istabul’s Urbanization,» conciben los bostans como núcleos productivos alrededor de los cuales pueden formarse los nuevos barrios de inmigrantes.

    10. Kaldjian, «Istanbul’s Bostans,» p. 298.

    2 La huerta de Valencia

    ¿Qué porvenir?

    Roland Courtot

    Aix-Marseille Université

    Maison méditerranéenne des Sciences de l’Homme

    Aix-en-Provence

    La huerta de Valencia es una antigua conocida para mí, ya que la atravesé por primera vez en el verano de 1966 camino hacia Benidorm donde iba a asistir a un curso de verano de la Universidad de Valencia. Como asistente de geografía de la Facultad de Letras de la Universidad de Aix-Marseille, tenía la intención de buscar un tema de tesis de geografía en España y para ello debía aprender rápidamente una lengua que ignoraba completamente hasta entonces. Volví la primavera siguiente con un tema de investigación definido entre épocas: «ciudades y campos en las regiones de regadío de las provincias de Valencia y Castellón», para conocer a los geógrafos valencianos, en este caso, los del departamento de geografía de la Universidad (situada entonces en el edificio histórico de la calle de la Nave) cuyo rector era don Antonio López Gómez, asistido por dos colegas. Así pues, la huerta del Turia no era más que una parte de mi campo de tesis, ya que el sistema de relaciones ciudad-campo que yo quería estudiar estaba, en aquel momento, desarrollado en el inmenso vergel de cítricos que cubría, desde el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, la llanura litoral desde el Ebro hasta el cabo de la Nao. Allí pude constatar la instalación de un sistema socioespacial entre ciudad y campo que tenía muchos puntos en común con el que el geógrafo Raymond Dugrant (del cual había recibido enseñanza en Montpellier) había descrito para el viñedo de producción en masa y las ciudades del Bajo Languedoc. Sí investigué mucho en los catastros y las comunidades de regantes de las regiones citrícolas de las dos provincias, pero no tanto de la huerta, excepto en las comunidades de regantes de la parte norte, es decir, de la orilla izquierda del Turia, pues, al mismo tiempo que yo, un joven valenciano empezaba una tesis sobre la huerta sur, que defendería con brillantez (Burriel, 1971). Sin embargo, la huerta estaba incluida en mi campo de investigación, así como el arrozal de la Albufera y del Bajo Júcar, y seguí su historia durante todo el tiempo de mi investigación (Courtot, 1989) hasta hoy. Conocí el tren de Rafelbuñol y el tranvía de la Malvarrosa (cuyos vagones se invadían, a veces, de efímeras mariposas, cuando atravesábamos los campos de la acequia en las tardes de otoño), las tartanas de los huertanos y en las aceras de la ciudad los puestos de helados en forma de cubas protegidas con corcho y hierro, vendedores de horchata, durante los días calurosos del verano. Esta visión exterior, extranjera, de un espacio que llegaría a serme muy familiar a lo largo de los años está quizás menos aguzada que la de los geógrafos valencianos que, desde la maestría de Antonio López Gómez, no han dejado de recorrer y estudiar «su» huerta, y de enriquecer su conocimiento en numerosos escritos: han sido acompañados en esta tarea por los representantes de otras disciplinas, historiadores, economistas, agrónomos, sociólogos, urbanistas..., y nunca hemos estado tan informados sobre este territorio como desde que vemos que se reduce inexorablemente ante nuestros ojos. La cuestión de la supervivencia de la huerta en Valencia no es nueva, pero es cada vez más urgente encontrar respuestas. Se está elaborando un nuevo plan de actuación territorial de protección de la huerta de Valencia por la Generalitat Valenciana, éste sucede a las propuestas del PGOU de 1986 y a las del «Plan verde de la ciudad de Valencia» en 1992, que han obtenido pocos resultados en los treinta últimos años.

    1. La huerta de Valencia, un «sistema» socio-espacial emblemático

    La cuestión de la desaparición de la huerta periurbana en Valencia es un caso particular del hecho de geografía urbana de las «periferias hortícolas». En el Mediterráneo noroccidental, éstas han tenido un desarrollo más considerable y una historia mucho más larga que las de las ciudades de

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1