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Crecimiento urbano en la zona central de Colombia: Implicaciones ambientales y miradas locales
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Crecimiento urbano en la zona central de Colombia: Implicaciones ambientales y miradas locales

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Este libro aporta a la discusión sobre los procesos de crecimiento urbano en la zona central del país, desde la perspectiva de los actores locales que la sufren y que tienen sus propias percepciones y consideraciones sobre esta dinámica. La urbanización no es solamente un proceso de aumento en la densidad de construcciones, es ante todo un proceso sociocultural y económico que cambia el paisaje y con este las relaciones que tradicionalmente se establecen en los lugares. Las implicaciones ambientales y socioculturales del crecimiento urbano y la urbanización de vastas áreas antes consideradas de usos rurales se enmarcan en temas relacionados con la ocupación de suelos con vocaciones agroecológicas, seguridad alimentaria, desecación de fuentes hídricas y la contaminación. No obstante, también hemos de considerar que la ciudad alberga diversidad y se constituye en un horizonte por alcanzar por parte de los grupos sociales que habitan las zonas aledañas a la gran ciudad. Esta publicación muestra esas percepciones que tienen los pobladores sobre los procesos de cambio que están ocurriendo en sus territorios tradicionales.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 abr 2019
ISBN9789587874815
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    Crecimiento urbano en la zona central de Colombia - Yolanda Teresa Hernández Peña

    La ciudad y el proceso de urbanización

    La ciudad se constituye en el escenario de la dinámica socioeconómica, política y cultural del mundo. Para la mayoría de ciudadanos es un mal necesario, porque vivir allí implica una serie de interacciones y de retos generadores de estrés; sin embargo, también es el territorio deseado y se constituye en el propósito para la vida de gran cantidad de personas que aún habitan las zonas rurales. El objetivo de este capítulo es presentar algunas reflexiones sobre la ciudad como categoría analítica, que permiten entender su importancia en el tema de las dinámicas poblacionales y sus implicaciones en el análisis del tema ambiental.

    Con la aparición de los australopitecos, aproximadamente hace cuatro millones de años, y junto con este, el afarensis, hace 3,7 millones de años (Edey, 1994), se da la génesis del Homo sapiens sapiens y el surgimiento de una nueva esfera en la dinámica del planeta, la antropósfera, la cual ha sido el motor de una serie de transformaciones en la litósfera, la atmósfera, la hidrósfera y la biósfera.

    El proceso generado por los seres humanos transforma el medio y hace que ese homo se transforme a sí mismo. Para Ángel Maya (1999), el significado de la revolución neolítica es la ruptura con el orden ecosistémico. En efecto, la domesticación de las plantas y animales significó una transformación nunca antes vista, dada la imposición de una racionalidad tecnológica al conjunto del ecosistema, con consecuencias irreversibles. El ser humano, a través de esta tecnología, introduce nuevas fuentes energéticas, como la tracción animal; modifica los ciclos de los elementos materiales, y acorta los escalones de las cadenas tróficas. Finaliza Maya planteando que este nuevo orden establecido para beneficio de una sola especie ya no puede ser controlado por las leyes homeostáticas del ecosistema, sino que depende del equilibrio dinámico establecido por leyes que dependen del cálculo racional. Sin embargo, ese cálculo racional, a menudo, se encuentra fuertemente influenciado por el interés económico y por lo que las personas consideran un deber ser, sobre concepciones de naturaleza, que se reflejan en modelos de ocupación de los territorios.

    Para Lynch (1985), la ciudad representa un salto a la civilización; nace de una sociedad campesina que puede generar excedentes y así honrar un lugar considerado con cualidades especiales y así este lugar se sacraliza y se erige un templo, a partir del cual emerge una dinámica que permite ceremonias y la aparición de sacerdotes como oficiantes de estos rituales y otro sinnúmero de especializaciones y servicios para las necesidades espirituales de las poblaciones circundantes. Así es como:

    […] la ciudad es un gran lugar, una liberación, un nuevo mundo, y también una opresión. Su distribución se planifica cuidadosamente para que refuerce el sentimiento de admiración y a fin de que sirva a las ceremonias religiosas de escenario magnífico. (Lynch, 1985, p. 15)

    Este tipo de hipótesis sobre el origen de la ciudad ha sido documentado en distintas ciudades antiguas en distintos lugares del mundo. En su ya tradicional documento, Redfield y Singer (1954) señalan la ciudad como un hecho cultural donde ocurren cambios, y estos se pueden entender de dos tipos: ortogénicos y heterogénicos. De esta manera, una ciudad de transformación ortogénica se entiende como la ciudad del orden moral, de la cultura transmitida, donde se combina el desarrollo cultural con el poder político y el control administrativo. Son ciudades características de las primeras civilizaciones, una matriz cultural se fortalece y ejerce una influencia sobre otros territorios; por su parte, las ciudades heterogénicas se conciben como las ciudades del orden técnico, las culturas locales se han desintegrado, y predomina el interés por la expansión económica, por el control económico; es la ciudad racional de la producción de bienes.

    La ciudad y todos los productos que de esta se derivan son los principales productos materiales y simbólicos de la sociedad humana. Investigadores como Zambrano (2002) establecen que la vida urbana se inicia con los adelantos agrícolas y la posibilidad de asentarse en un lugar determinado para cuidar los cultivos y domesticar animales; posteriormente, se da un proceso de diversificación de la producción, mejoramiento en la movilidad colectiva, y se inicia la estratificación de las poblaciones y la generación de ciertos oficios de rango como el sacerdocio y la vida militar, fundamentados en los oficios agrícolas y de producción, todo ello configurando una aldea de tipo agrícola.

    Muestra Zambrano (2002) que, gracias a la constitución de las aldeas, se proyecta una plataforma para la posterior vida urbana; por ejemplo, se destaca que con la ciudad se da la posibilidad de conservar los alimentos, se construyen los bancos, el arsenal, la biblioteca, y surge el concepto de almacén. De igual manera, se presentan adelantos en infraestructura, como son la acequia, el canal, el estanque, el foso, el acueducto, el desagüe y la cloaca. Por tanto, señala el autor, la ciudad es un recipiente de recipientes, esto teniendo en cuenta que:

    Con el surgimiento de las ciudades se logró que muchas funciones hasta entonces diseminadas y desorganizadas fueran reunidas dentro de una superficie limitada y se mantuvo a las partes integrantes de la ciudad en un estado de tensión dinámica e interacción. (Zambrano, 2002, p. 124)

    Esta concentración de funciones tiene unas ventajas para la toma de decisiones desde las administraciones territoriales, permite el control de las dinámicas y orientarlas de acuerdo con determinados intereses.

    La ciudad también es un centro de poder; por ello, se enuncia que la ciudad es un hecho político antes que económico o demográfico (Zambrano, 2002, p. 138), y también desde la ciudad se configura un estatus jurídico, escenario de sociabilidad y de la emergencia cultural. En consecuencia, la ciudad demarca el surgimiento del Estado y la residencia del poder; en la ciudad habitan las clases hegemónicas o los señores que detentan el poder. Esta característica se constituye en un factor más que hace muy atractivo vivir en la ciudad, porque existe el imaginario que a veces se torna real sobre la ciudad como el sitio de la oportunidad para el progreso.

    Desde otra perspectiva, las ciudades se pueden entender como el producto de múltiples prácticas y estrategias generadas para la dominación o domesticación. Así lo señalan Allen, Lampis y Swilling (2016). En efecto, las ciudades representan la domesticación tecnoinfraestructural de la naturaleza para dominar los recursos clave, pero a la vez las ciudades son profundamente indomables, pues están conformadas por complejas redes de prácticas institucionales y cotidianas, que son producidas voluntaria o involuntariamente.

    El proceso de urbanización, entendido como el proceso de desarrollo de la ciudad, tradicionalmente concebido como de carácter físico y que está relacionado con parámetros como número de habitantes, morfología de los asentamientos, tasas de crecimiento y declinación, es complementariamente entendido como un proceso social de cambio. Para Redfiel y Singer (1954) existían dos tipos de urbanización: la primaria, entendida como el proceso en el cual una cultura nuclear avanza a medida que las culturas locales se urbanizan y transforman; caso opuesto al que sucede en un patrón de urbanización secundaria, en el cual la cultura local se encuentra influenciada por culturas diferentes o por invasión de otros grupos, lo que produce una nueva forma de vida urbana que puede entrar en conflicto con las culturas populares locales.

    Por tanto, la ciudad, y con ella el proceso que lleva adelante, la urbanización, es un efecto de la intervención de diversos factores y dimensiones entre los que se cuentan: la economía, la demografía, las políticas públicas y el factor sociocultural.

    Diversos autores, entre ellos Pacione (2002), han establecido las profundas relaciones entre el factor económico y la urbanización, dado que las transformaciones en el capitalismo inducen cambios en la forma como se generan y consolidan los asentamientos urbanos. Para el autor, desde la emergencia del capitalismo en el siglo XVI, este ha pasado por varias fases: la del capitalismo competitivo, desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, donde hay una preeminencia del libre mercado y de la competencia; la del capitalismo organizado, surgido desde el siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando se crean una serie de criterios de carácter científico para la producción en serie, y la de la tercerización de la economía hacia los servicios, surgida en la Segunda Guerra Mundial, cada una caracterizada por los asentamientos urbanos, que han desempeñado el papel de apoyo para la transformación y la producción económica. Así es como en la última fase, denominada capitalismo avanzado o capitalismo organizado,¹ sobre el cual Pacione (2002) declara la aparición de efectos no contemplados hasta el momento, por ejemplo, los mercados masivos saturados, los sistemas de producción masiva que declinan y muchas empresas buscan especializarse en nichos de mercado. Además, debido a la estandarización y a la especialización, requiere sistemas de producción flexible y, por tanto, el sistema mundial urbano se acopla a esta transformación.

    Para Pacione (2002), la transición al capitalismo avanzado, estuvo acompañada por un incremento de la globalización de la economía en la cual las corporaciones transnacionales operaron más allá del control de los gobiernos nacionales o uniones laborales; es lo que se ha denominado como globalización.

    Con relación a los vínculos entre capitalismo y urbanización, Pacione (2002) establece que el capitalismo plantea una serie de cambios en el territorio con relación a qué va a ser producido, cómo y dónde, lo cual va unido a un proceso de urbanización, propiciando el surgimiento o la consolidación de asentamientos urbanos, suburbanos y los fenómenos de metropolización que actualmente se presentan en la mayoría de las regiones del mundo.

    Los territorios deben ser el sustrato para la expansión del capitalismo. Para Silveira (2009), los territorios se cargan de técnica, que es útil para propiciar la eficiencia del mercado a través de procesos de modernización necesarios a la expansión del capital, con contenidos diferenciales de ciencia y de técnica, y es precisamente la diferencia en esta distribución de los contenidos lo que lleva a procesos de competencia y disputa por dónde localizar las infraestructuras o cadenas necesarias para la producción, distribución y comercialización, concomitante con decisiones acerca de la accesibilidad, la proximidad y los recursos limitados; de allí que —según la autora— se generen procesos de escasez y de segregación espacial, que son muy comunes en las ciudades latinoamericanas.

    Esta segregación espacial, que supone la existencia de vastos contingentes de población con escasez de recursos y dificultades para insertarse en los mercados urbanos formales y para acceder a las facilidades urbanas, para Silveira (2009), en Latinoamérica, el número de pobres es importante, pero estas personas tienen también una demanda y un efecto en el mercado a través del consumo, por ello se plantea que:

    […] la ciudad no es solo el reino de las grandes corporaciones y de los grandes bancos, el reino del circuito superior, sino también el lugar del trabajo no especializado, de las producciones y de los servicios más comunes, de las acciones vinculadas a los consumos populares. (2009, p. 48)

    En su expansión, el capitalismo genera transformaciones sobre los territorios; por ello, cuando se dan los ciclos de decrecimiento, esto se refleja en las ciudades latinoamericanas. De esta manera, Ciccolella (2009) habla de cambios estrepitosos en estas urbes, con resultados negativos con lo que el autor denomina, el agravamiento de una estructura socio-económica-territorial históricamente desigual (p. 103). Hacia dentro de las urbes latinoamericanas proliferan en los actuales momentos conjuntos cerrados, que son abastecidos por hipermercados y megacentros de esparcimiento, con servicios de salud y educación privados, temas que generan transformaciones en la manera como se relacionan los ciudadanos con la urbe.

    En efecto, mientras proliferan estos conjuntos cerrados de edificios con múltiples apartamentos, también se evidencia la presencia de periferias donde los ciudadanos de menos recursos habitan a su manera la ciudad; pero hacia las zonas centrales pueden existir zonas de deterioro urbano, tal vez a la espera de una mejor renta del suelo, merced a la intervención pública-privada en infraestructura o proyectos de renovación.

    Los otros factores influyentes en el proceso de urbanización son, de acuerdo con Pacione (2002), la tecnología, la demografía, las políticas públicas, la sociedad y la cultura; cada uno y en relación con los demás permite la transformación y consolidación de la urbanización. Por ejemplo, señala que las modificaciones del desarrollo urbano ocurren de manera más fuerte durante los ciclos de crecimiento económico. Los cambios tecnológicos que directamente afectan la forma urbana ocurren en el ámbito local, por ejemplo, en la suburbanización, los sistemas de comunicaciones posibilitan la implantación de zonas residenciales en la periferia; con relación a la demografía, esta se encuentra influida por las políticas de migración, las tasas de mortalidad y fertilidad, al igual que la distribución etárea; en cuanto a las políticas públicas, influyen en las ciudades a través de decisiones sobre la economía, el ambiente y los servicios sociales; por último, la sociedad y la cultura influyen en la urbanización a través de las actitudes sobre el control natal, la segregación espacial, lo que los políticos, planificadores y habitantes piensan sobre el empleo y la migración, el consumo sobre bienes materiales, y con este la generación de nuevos equipamientos, lo cual ha influido en lo que algunos han denominado posmodernismo, manifiesto en algunas tendencias arquitectura y en las industrias culturales.

    El proceso de globalización es el producto de influencias suprarregionales entre las que se debe considerar la económica; pero a la vez es producto de factores internos propios de cada región del planeta, es decir, responde a influencias globales, pero también se manifiesta de manera diferencial, trátese de Europa, Norteamérica, Latinoamérica o Asia.

    Uno de los efectos globales de la urbanización se manifiesta en los problemas ambientales, que tienen una representación intraurbana, pero también sobre sus áreas de influencia, que pueden generar un deterioro de la calidad de vida, para lo cual la misma antropósfera genera una serie de estrategias, políticas, reglamentaciones para tratar de paliar estos efectos y asegurar, de nuevo, una determinada calidad de vida para sus poblaciones.

    La dimensión ambiental está profundamente afectada por el crecimiento urbano y los procesos de densificación correlacionados; de ahí que los impactos ambientales se observen a diferentes escalas: se encuentra el cambio climático a escala planetaria o los cambios ocurridos en lo local, debido a terremotos y deslizamientos.

    Sobre el tema de los impactos ambientales negativos que afectan a poblaciones urbanas, dichas afectaciones son diferenciales y, en ocasiones, se relacionan con espacios donde predomina población con bajos ingresos. Romero (2009) plantea que debido a la urbanización no controlada, se genera una mayor insustentabilidad ambiental, social y cultural que afecta a sus habitantes, pero de manera desigual, donde los más afectados son los pobladores más vulnerables:

    […] la pérdida de los servicios ambientales causada por la urbanización de espacios previamente naturales y de cuencas ambientales completas se expresa finalmente en la aparición de un conjunto de indicadores negativos, entre los que se encuentra el surgimiento de islas de calor, humedad y ventilación, la degradación de la biodiversidad y el aumento sistemático de la contaminación del aire, agua y suelos. (2009, p. 281)

    Es decir, ante las dinámicas de la urbanización y sus efectos positivos, pero también negativos, la sociedad responde con diversos instrumentos para resolver problemáticas globales o particulares de una determinada región del planeta. Convenios internacionales, políticas de población, estrategias de manejo al crecimiento urbano, procesos de planificación, entre otras. En Colombia, tenemos una rica normativa al respecto, las políticas urbanas, los documentos del Consejo de Política Económica y Social (Conpes) y los instrumentos que de ello se han derivado: la Ley 9 de 1989, de Desarrollo Urbano; la Ley de Desarrollo Territorial; la Ley Orgánica de Áreas Metropolitanas, por citar algunos casos.

    La urbanización a escala mundial tiene distintas manifestaciones, conurbaciones, áreas metropolitanas, sistemas de ciudades, ciudades-región y megalópolis:

    Las conurbaciones. Tienen lugar debido al proceso de crecimiento no planificado de una ciudad que avanza linealmente, debido a la existencia de una vía de comunicación, hasta los límites de otro asentamiento urbano, borrándose sus límites y generando un continuo urbano, lineal, con importantes implicaciones en los temas ambientales. Dada la inexistencia de zonas de amortiguamiento, particularmente para la zona de la sabana de Bogotá, van der Hammen (2003) plantea los problemas generados por la conurbación, en especial para las zonas de Bogotá-Funza-Mosquera y Bogotá-Chía-Cota. Esta conurbación, según su opinión, estaría acabando con la Sabana de Bogotá, creando una situación ambientalmente más desastrosa (2003, p. 185).

    Las áreas metropolitanas. Se caracterizan por la existencia de más de dos ciudades cuya dinámica está influida por una ciudad núcleo, dado que existe una articulación de las ciudades a partir de un eficiente sistema vial, existen acuerdos formales para el manejo de los suelos, la infraestructura y el sistema ambiental. De esta forma, se genera una estructura territorial planificada. Para la zona central del país o la relación Bogotá-sabana de Bogotá, Gouëset (2005) determina que "el proceso de expansión

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