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Calypso Iii: La Última Misión: Portadores Y Mensajeros De La Alegría Perfecta
Calypso Iii: La Última Misión: Portadores Y Mensajeros De La Alegría Perfecta
Calypso Iii: La Última Misión: Portadores Y Mensajeros De La Alegría Perfecta
Libro electrónico546 páginas7 horas

Calypso Iii: La Última Misión: Portadores Y Mensajeros De La Alegría Perfecta

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Este libro habla sobre la Alegría Perfecta.

La Alegría Perfecta es la serenidad que surge cuando después de orar y de luchar con todas nuestras fuerzas por aquello que pensamos correcto y adecuado, aceptamos con humildad el resultado, sabiendo que es la voluntad de Dios para nosotros. Esta paz sólo surge cuando en el pasado hemos experimentado que Dios es suficientemente poderoso para intervenir y cambiar el curso de la historia si Él así lo quiere. Esta paz sólo surge cuando hemos puesto todo nuestro esfuerzo por hacer aquello que pensamos era lo correcto. Pero si después de orar y de luchar incansablemente las cosas no salen como uno las hubiera anhelado o querido, el permanecer serenos y en paz, eso es la Alegría Perfecta, así como lo captó San Francisco de Asís.

La vivencia y el anuncio de la Alegría Perfecta es la Revolución que el mundo necesita. Los verdaderos revolucionarios serán aquellos hombres que se vuelvan Portadores y Mensajeros de la Alegría Perfecta.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento28 may 2018
ISBN9781506525419
Calypso Iii: La Última Misión: Portadores Y Mensajeros De La Alegría Perfecta

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    Calypso Iii - Carlos Hoyos Tello ofs

    INTRODUCCIÓN

    Cuando era joven, mi sueño más profundo era convertirme en oceanógrafo. Soñaba con navegar por los mares poco frecuentados del planeta, descubriendo secretos y misterios desconocidos hasta entonces. Soñaba con compartir de muchas formas y de mil maneras, mis descubrimientos y conquistas. Soñaba con colaborar en la conservación y regeneración de la riqueza submarina, para beneficio de las generaciones presentes y futuras. En fin, soñaba, desde el fondo de mi corazón, zarpar en mi propio Calypso y finalmente, convertirme en un nuevo Cousteau. Sentía que la realización de ese sueño me daría una alegría indescriptible.

    Con toda humildad puedo decir que Dios me concedió realizar ese gran sueño, pero de manera diferente. En efecto, El me llamó a ser Oceanógrafo de Dios y me dio los útiles necesarios para responder a su llamado, a pesar de mi pecado, a pesar de mi infidelidad, a pesar de mi miseria. Este libro narra esta experiencia extraordinaria. Este libro narra mi experiencia con ese Océano de Ternura Infinita que me hizo descubrir lo que San Francisco de Asís llamó la Alegría Perfecta.

    Pero hagamos un poco de historia, para entender las motivaciones profundas que me empujaron a escribir este libro.

    Antes de terminar mis estudios de bachillerato (o estudios pre-universitarios), yo ya había tomado la firme decisión de comenzar los estudios de Oceanografía a nivel universitario y posteriormente a nivel de maestría y doctorado. Tenía una idea bastante clara del lugar y los tiempos para ello. La carrera la estudiaría en el Tecnológico de Monterrey, Campus Querétaro y Campus Guaymas y la maestría y doctorado en el Scripps Institution of Oceanography, de la Universidad de California en San Diego. Al terminar mi doctorado volvería a México para ejercer mi profesión de Oceanógrafo ayudando sobre todo a mi propio país.

    Cuando terminé mi bachillerato, mis papás me impulsaron -como al resto de mis hermanos- a pasar un año en Estados Unidos donde podría consolidar mi aprendizaje del inglés para así comenzar mejor mis estudios universitarios en septiembre de 1979.

    Sin embargo, un poco antes de terminar mi bachillerato, concretamente en mayo de 1978, fui invitado a participar en unas misiones cristianas en el pueblo mexicano de Agua Verde, cercano a la ciudad de Mazatlán. Yo vivía en la ciudad de México. Esta invitación se hizo a ciertos jóvenes que habíamos vivido ya un proceso importante de evangelización fundamental, unos en la ciudad de México y otros en la ciudad de Mazatlán. La misión duraría una semana. Éramos como 30 jóvenes que habíamos recibido una preparación para esta misión de evangelización.

    Al principio yo me resistía a ir a esa misión, pero mi mamá, que participaba activamente en la evangelización y catequesis del centro católico llamado El Altillo (el que impulsaba la misión), me convenció de que era una buena idea. Al final acepté pensando que quizá esta aventura llenaría un vacío que desde hace tiempo había comenzado a sentir en mi interior. Años después comprendí que ese vacío que sentía y que es característico de todo ser humano, sólo se llena con la presencia de un Dios vivo, cercano, presente y actuante en nuestras vidas. Pero en ese entonces, sólo sentía el vacío y me dije a mi mismo: total, no pierdo nada y quizá aprenda algo interesante.

    Decidí ir a la misión. El pueblo de Agua Verde es un pueblo cuyos habitantes se dedican esencialmente a la pesca del camarón. La misión comenzó: se nos enviaba, de dos en dos, a los distintos sectores del pueblo para anunciar la buena nueva del Reino de Dios. Teníamos que dar un mensaje corto y preciso en cada hogar. Si había enfermos en la casa visitada, se nos pedía orar por la sanación de esos enfermos. Al final de la visita, invitábamos a los habitantes a una asamblea de oración que terminaba con la celebración de la eucaristía y que se realizaba cada día, alrededor de las 7:00 de la noche, en el único templo del poblado.

    En el tercer día de la misión, estando reunidos en la asamblea de oración, nos sentíamos un poco desalentados porque veíamos que la gente del pueblo no asistía ni participaba activamente en las asambleas y eucaristías a las que los habíamos cordialmente invitado. Le pedíamos a Dios que nos iluminara, que nos ayudara, que nos indicara el camino a seguir.

    Súbitamente, una de las coordinadoras de nuestro grupo misionero se levantó y comenzó a orar profundamente. Comenzó a pedirle a Dios que mandara esa lluvia que los pobladores del lugar le habían dicho que necesitaban para que los esteros de mar se llenaran a un nivel adecuado para permitir la reproducción del camarón, de cuya pesca dependía el pueblo entero.

    Yo me quedé boquiabierto. Nunca antes había visto orar a nadie de esa forma. Se estaba pidiendo algo tan concreto, tan preciso y tan necesario. Se estaba pidiendo un milagro de una forma pública y directa. Eso me cimbró por dentro. Por primera vez en mi vida, yo también comencé a orar con mucha fuerza para que Dios mandara ese milagro al pueblo de Agua Verde. Al mismo tiempo le dije directamente a Dios: Señor, si tú mandas esa lluvia, yo dejaré de lado mi pecado y cambiaré radicalmente mi vida.

    Al día siguiente el sol brilló intensamente. Pero yo no perdí la fe. Seguía orando en mi interior, confiando que Dios iba a manifestarse a su modo y a su tiempo. Al acercarse la tarde, organizamos la oración comunitaria pidiendo otra vez a Dios el milagro de la lluvia. Después de un breve espacio de tiempo, comenzó una llovizna que se volvió rápidamente aguacero incontenible.

    Nunca olvidaré la intensidad de aquella tormenta memorable. Todos los participantes en la misión, descalzos y empapados, bailábamos y cantábamos alabando a Dios por esa lluvia limpia que nos purificaba, que nos acariciaba, que curaba todas esas llagas que llevábamos por dentro. A partir de ese milagro, el pueblo de Agua Verde reaccionó a la misión de una forma extraordinaria y a partir de ese día mi vida ya no pudo ser la misma. Había sido testigo de un milagro. Había sido testigo del poder de un Dios que se manifestaba a mí como una Tormenta de ternura, de perdón y de poder. Esa experiencia fortaleció la fe de todos los que participábamos en la misión y en los días posteriores, varios enfermos sanaron, después de que hubiéramos orado por ellos en las visitas que realizábamos casa por casa. Yo mismo sentí el impulso de Dios para orar por una persona enferma que visité con mi pareja en los días posteriores al milagro de la lluvia. Esta persona yacía en una silla de ruedas desde mucho tiempo atrás y gracias al poder de Dios pudo incorporarse.

    Al poco tiempo de esa experiencia impactante, terminé mis estudios de bachillerato y me fuí un año a los Estados Unidos, como ya lo había planificado junto con mis padres. Quería consolidar mi inglés para poder emprender, de forma más adecuada, el estudio y profesión de oceanógrafo. Afortunadamente me fui con una tía que vivía en Los Angeles y que, llena de Dios, me apoyaba en todas mis iniciativas espirituales.

    Yo me sentía diferente, yo me sentía un hombre nuevo. Cursé el último año de High School en la ciudad de Los Angeles, California. Busqué participar en grupos de oración, dentro y fuera de la escuela, busqué asistir a eventos religiosos. Imperceptiblemente pero firmemente, comencé a sentir el llamado irresistible del Océano que me pedía volverme su profeta. Era el final de 1978. En ese entonces el llamado lo interpreté como entrar a un seminario para volverme sacerdote. Pero no sabía muy bien si esto era verdad.

    Le pedía a Dios que me clarificara ese llamado. Yo estaba dispuesto a hacer lo que Dios me dijera, siempre y cuando me lo dijera claramente. Dios me respondió de una forma singular. A través de un pequeño libro de un pastor protestante que aún conservo en mi librero, Dios me dijo: "Todo progreso en la vida cristiana es por fe. Dios guía cuando nos movemos en fe, no cuando nos sentamos en duda…Ve y verás si te quiero sacerdote".

    Decidí confiar en Dios. Decidí caminar en fe. Olvidé mi sueño de volverme oceanógrafo porque el Todopoderoso me estaba llamando a seguirlo a una misión mucho más importante y trascendente. A mediados de 1979, entré a la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo, congregación que había conocido desde niño y a cuyos templos había asistido toda mi vida. A través de los Misioneros del Espíritu Santo había sido evangelizado y había sido catequizado. Con el impulso y consejo de un Misionero del Espíritu Santo que trabajaba en El Altillo había podido asistir a la Misión de Agua Verde. Así que decidí caminar en fe, sabiendo que Dios hablaría y señalaría el rumbo en el momento adecuado. Lo importante era caminar y confiar.

    Hice mi formación de noviciado en la ciudad de México y en la ciudad de Querétaro. Fue una formación de dos años. Después, durante otros dos años, estudié la filosofía en la ciudad de Guadalajara. Posteriormente, volví a la ciudad de México para tener una experiencia apostólica, en un lugar llamado CUVIC (Centro Universitario de Vida Cristiana), también por otros dos años. Esa etapa de apostolado era una etapa previa al estudio final de la teología que duraría 4 años y que incluiría los votos perpetuos y a la ordenación sacerdotal.

    Al final de mi experiencia en CUVIC y después de 6 años de vida religiosa, pedí un permiso especial a la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo, para estar un corto tiempo fuera de la misma (1 ó 2 años). Era el año de 1985.

    Sentía necesidad de madurar fuertemente, antes de realizar los votos perpetuos y antes de recibir la ordenación sacerdotal. Para esa maduración sentía que era importante tomar una terapia psicológica que yo mismo pudiera pagarme con un trabajo asalariado. Sentía necesidad, al mismo tiempo, de vivir en un barrio popular para tratar de experimentar, como cristiano, al menos por un tiempo, esa opción preferencial por los pobres que la Iglesia Latinoamericana había priorizado tanto.

    El permiso fue concedido. Comencé a trabajar intensamente, comencé a tomar una terapia cotidiana y me fui a vivir a la colonia popular de Pedregalito, al sur de la Ciudad de México. Así mismo, comencé a participar en el apostolado de la parroquia de San Pedro Mártir. Me involucré de lleno en esa aventura que me llevaría por rumbos desconocidos, pero siempre importantes y trascendentes.

    Poco a poco, de forma suave pero firme, fui entendiendo que en la vida uno puede escoger varios caminos buenos (u opciones o personas). Entendí que en la vida no existe un único camino bueno, del que dependa nuestra felicidad si lo tenemos o nuestra infelicidad si lo perdemos. Entendí que existen varios caminos buenos (u opciones o personas) y lo importante es decidirse en un momento por uno sólo, con lo positivo y con lo negativo que cada opción lleva consigo, asumiendo todas las consecuencias. Concretamente Dios me dijo: "No importa tanto el dónde opte uno SINO el cómo opte uno".

    Decidí no volver más a la congregación: conocía sus cualidades y sus defectos. No había hecho todavía mi consagración definitiva y en todo caso era el momento adecuado para tomar mis propias decisiones. Por otro lado, me sentía feliz participando activamente en el apostolado de la Parroquia de San Pedro Mártir. Me sentía realizado siendo parte fundamental de los proyectos populares que trataban de combatir el hambre y la pobreza de la gente del lugar. Además, soñaba con tener una familia a la cual pudiera transmitir todo mi amor y mi experiencia de vida. Me sentía libre… Dios me había liberado. Escogí seguir el llamado que Dios me había hecho, el llamado a ser su profeta, pero como laico seglar y no como religioso y sacerdote. Era un camino bueno y válido y eso me atraía. Libremente escogí ese camino y nunca me arrepentí de esa decisión tan fundamental que hice en ese entonces.

    Cuando tomé esa decisión tan importante para el resto de mi vida, hice un viaje a Campeche y a Cancún. Quería estar una semana entera, a solas, con mi Dios, meditando frente al mar. En Punta Cancún, sentí la voz de Dios que me decía: En la decisión que has tomado, Yo soy Mar, Yo soy Roca, Yo soy Luz…Tú eres tierra seca, polvo débil, noche sin estrellas. Eso sucedió el 10 de marzo de 1987. Sentí que Dios me apoyaba en el camino bueno que libremente había elegido.

    Habiendo quemado mis naves, inicié de lleno la misión que Dios me había encomendado en el lugar que yo había libremente escogido. Me involucré en el apostolado de la Parroquia de San Pedro Mártir y comencé a trabajar de tiempo completo en los proyectos populares del Movimiento Popular de Pueblos y Colonias del Sur, concretamente en el proyecto de lucha contra el hambre y por el derecho a la alimentación. Este proyecto creció vertiginosamente hasta volverse un movimiento a nivel local, regional, nacional e internacional. Los detalles de esta etapa maravillosa serán narrados en detalle en el primer capítulo del libro.

    En el año 1988 comencé mi relación con Ana, que vivía en Pedregalito y que participaba activamente en la catequesis infantil y en el coro de la iglesia. Aunque veníamos de mundos diferentes, nos unía la fe y la fraternidad que se genera cuando uno cree en el proyecto del Reino de Dios. A los ojos de Dios había muchas más similitudes que diferencias entre nosotros. La relación avanzó muy rápido y al poco tiempo decidimos casarnos. La boda se celebró el 4 de marzo de 1989.

    Dios siempre nos sorprende. Cuando estuve en la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo, Dios me habló, de forma personal, en contadas ocasiones, eso sí, en momentos importantes a lo largo del proceso. Me acuerdo de que un día de noviembre de 1982, El me dijo claramente: "La oración es la solución a todos tus problemas". Pero sus palabras, en los años de mi vida religiosa, fueron cortas y contadas. Yo caminaba en fe, sabiendo que no podemos manipular a Dios y pedir que nos hable cuando nosotros queremos que lo haga.

    Sin embargo, a partir del año 1991, participando activamente en el apostolado de San Pedro Mártir y participando activamente también en el trabajo popular en torno al derecho a la alimentación, ya no solamente a nivel local sino también a nivel regional, nacional e internacional, Dios decidió hablarme como nunca pensé que lo haría. En un hermoso día de febrero de 1991, Dios me reveló mi misión con unas palabras que jamás olvidaré. El me dijo: "Te quiero Oceanógrafo de Dios".

    Y a partir de ese momento comenzó a hablarme de una forma prodigiosa. Por eso afirmo, sin miedo a equivocarme, que Dios me ayudó a cumplir el sueño que tenía desde muy joven, el sueño de ser un Oceanógrafo, pero no a mi manera, sino a la manera querida por Dios. Él quiso que, a pesar de mi pecado y de mi limitación, me convirtiera en "Oceanógrafo de Dios". Muchas de las revelaciones que comencé a sentir desde ese entonces se narrarán en el capítulo II de este libro.

    Mi misión en San Pedro Mártir duró unos 10 años (1987-1997). Esta misión la he llamado Calypso I. A finales de 1996 y principios de 1997 se generó un conflicto y una persecución que nadie se esperaba. Decidimos, como familia, salir del país y pedir la protección de Canadá. Dios no nos dejó solos en esos momentos amargos y difíciles. Junto con Ana y nuestras dos hijas hermosas (Ana Cristina, nacida el 8 de enero de 1993 y Paulina, nacida el 24 de octubre de 1994) iniciamos una nueva vida en Canadá.

    El 9 de abril de 1997 llegamos a Montreal, Canadá, donde nos establecimos y donde inicié, desde cero, una nueva misión llena de retos, obstáculos, alegrías y tristezas. A esta misión la he llamado Calypso II. Esta misión ha sido más callada y menos espectacular que la primera. Esencialmente ha sido una misión silenciosa, de trabajo arduo y cotidiano, en la que yo he procurado ayudar, aconsejar y representar profesionalmente, a un gran número de refugiados e inmigrantes que buscan en Canadá una mejor opción para sus vidas.

    Sin embargo, en los últimos años he sentido que Dios me pide iniciar una nueva etapa – Calypso III – a fin de promover, ya sin preocupaciones de lenguas y fronteras, y utilizando los medios tecnológicos más actualizados, una nueva conversión que nos permita volvernos verdaderos Portadores y Mensajeros de la Alegría Perfecta.

    Esta nueva misión se fue preparando desde hace varios años en que sentí, también de forma irresistible, el llamado a volverme un laico comprometido de la Orden Franciscana Seglar. Uno de los objetivos de esta orden, plasmada en su Regla, es precisamente volvernos Portadores y Mensajeros de la Alegría Perfecta.

    Desde niño me gustó escribir todo el tiempo. He tenido innumerables cuadernos, libretas y apuntes, en donde he escrito prosa, poesía, pero también lo que siento que Dios me dice, a través de la oración, en los momentos precisos en lo que lo siento y lo vivo. La pluma y el cuaderno siempre han estado a mi lado en los momentos fuertes de oración, a lo largo de mi vida. Y precisamente, a través de la oración, una y otra vez, he sentido que Dios me pide dar a conocer una parte de esos escritos espirituales.

    De hecho, dos años después de llegar a Canadá, concretamente en el año 1999, decidí escribir un libro que pudiera narrar mis experiencias espirituales que había vivido hasta esa fecha. Ese libro fue editado en forma casera y repartido entre amigos y familiares cercanos. Ese libro fue titulado: "Viento del Océano Azul – Espiritualidad, Compromiso Social, Derechos Humanos".

    Sin embargo, 19 años han pasado desde que escribí "Viento del Océano Azul…". Hace muchos meses he sentido que Dios me pide volver a escribir mis experiencias de fe, pero mi pecado, mi rutina y las preocupaciones de la vida han impedido que esa tarea, tan querida por Dios, se haga realidad.

    Pero Dios nunca se olvida de nosotros.

    En agosto de 2017, pude hacer un viaje en familia a Cancún. Antes del viaje, les comenté a mi esposa y mis dos hijas que sentía que Dios me iba a revelar el título de mi libro en ese viaje tan anhelado por todos nosotros.

    El viaje fue lleno de significado y de momentos de serenidad y de quietud. Un día visitamos Punta Cancún donde Dios me había hablado 30 años antes. Finalmente, en ese ambiente lleno de paz y de alegría, con ayuda de la oración y de mi familia, descubrí ya no solamente el título de mi libro sino también el nombre de esta nueva etapa de mi vida: "Calypso III: La última misión – Portadores y Mensajeros de la Alegría Perfecta".

    Este libro ha sido muy difícil de escribir. Ha habido dudas, tentaciones y caídas. He tardado mucho en escribirlo. Estoy seguro de que una fuerza maligna me ha empujado a no escribirlo. Sin embargo, Dios, en su infinita misericordia, siempre me ha liberado de las garras del Maligno y me ha recordado claramente que tengo que terminar esta tarea tan importante que El me encomendó hace tanto tiempo. El me nombró Oceanógrafo de Dios y no quiero defraudarlo.

    El 7 de octubre 2017, tanto Ana -mi esposa- como yo, pudimos hacer nuestra consagración definitiva como miembros de la Orden Franciscana Seglar. Una vez más, Dios me recordó mi última misión: fomentar el que muchos hombres y mujeres de este mundo seamos auténticos Portadores y Mensajeros de la Alegría Perfecta, una alegría que pueda dar esperanza, fortaleza, serenidad y confianza, a tantos hombres que hoy en día se sienten perdidos, frustrados, confundidos y llenos de ansiedad, adicción, pesadrumbre y depresión.

    Este libro tiene cuatro capítulos que, por cierto, son independientes entre sí y podrán leerse separadamente:

    •  Capítulo I.- Bitácora de viaje.

    •  Capítulo II.- Revelaciones submarinas.

    •  Capítulo III.- Poemas misioneros.

    •  Capítulo IV: Reflexiones submarinas.

    En el primer capítulo de este libro – Bitácora de Viaje - narro cronológicamente las experiencias más significativas de fe que Dios me ha permitido vivir a su lado. Está dividido en etapas o misiones: Pre-Calypso I, Pre-Calypso II, Calypso I, Calypso II y Calipso III. En todas y cada una de las etapas o misiones, Dios se ha manifestado claramente y con signos muy palpables.

    En el segundo capítulo – Revelaciones submarinas – comparto con el lector algunos de los momentos claves de oración, en los cuales he escuchado la voz de Dios, esa voz poderosa que, a pesar de mis innumerables períodos de infidelidad y de pecado, ha curado mis heridas, ha serenado mis pasiones, ha iluminado mis noches sin estrellas y me ha dado una paz y una alegría que ya nadie ni nada me podrán nunca quitar, una alegría que el mundo no puede dar porque es una alegría que emana sólo del Dios verdadero. Ahí narro las intervenciones claves de Dios en mi vida –lo que algunos llamarían milagros-, esas intervenciones que nos han mostrado que Dios no nos deja solos, que El siempre está junto a nosotros para apoyarnos, para enseñarnos, para sanarnos.

    En el tercer capítulo de este libro –Poemas Misioneros- presento algunos poemas escogidos que tratan de reflejar algunas de las emociones espirituales que he vivido cuando he sabido hacer silencio en mi interior para escuchar los murmullos de los otros y del Absolutamente Otro, esos murmullos que siempre han estado ahí pero que muchas veces no sabemos escucharlos por estar rodeados de innumerables ruídos interiores y exteriores, que nos impiden percibir la realidad.

    Finalmente, en el cuarto y último capítulo del libro –Reflexiones Submarinas- presento breves reflexiones, compuestas en el trajín de la misión. Estas reflexiones simples y sencillas han surgido al confrontar ciertas realidades de nuestro mundo actual con la realidad y la experiencia del Reino de Dios. He querido que sean reflexiones simples y sencillas porque Jesús utilizó esa metodología en su misión. El no dio grandes discursos ni escribió grandes tratados. El nos enseñó con ejemplos cortos y sencillos los elementos fundamentales del Camino, de la Verdad y de la Vida.

    Dedico esta obra a mi padre que, aunque ya partió a la Casa de Dios, supo, con su serenidad, su bondad y su claridad, hacerme un hombre mejor. Dedico también esta obra a mi madre, esa Nube de Dios que fue dejando la huella del Altísimo por donde quiera que pasó. Sin ella, nunca hubiera descubierto el rostro alegre del Océano Azul. Ella también partió hacia la Casa del Padre. Estoy seguro de que mis padres interceden activamente por mí, desde el cielo, para que este libro refleje con toda claridad la tarea que Dios me encomendó.

    Esta obra es en realidad un testamento espiritual en el otoño de mi vida.

    La entrego, en primer lugar, a Ana, mi esposa y en segundo lugar a Ana Cristina y a Paulina, mis hijas. Que ellas sepan conservarla y transmitirla a otros cuando el tiempo así lo indique. Sin embargo, Dios me ha indicado que este mensaje espiritual no está reservado únicamente a los miembros de mi familia nuclear.

    Con alegría y en toda libertad entrego también este testamento espiritual a todos mis familiares y mis amigos. Así mismo, la entrego a mis hermanos cristianos y a mis hermanos de la Orden Franciscana Seglar, de los cuales tanto Ana como yo formamos parte.

    En fin, entrego este testamento espiritual a todos los lectores que sientan la necesidad de unas palabras que los alienten, los fortalezcan y los reanimen en el largo y sinuoso camino de la Alegría Perfecta.

    Que el lector no crea que mi vida ha sido fácil, que el lector no crea que siempre ha habido éxitos y victorias en este peregrinaje hacia el Padre. Al contrario. El camino ha estado lleno de dificultades, lleno de retos, lleno de lágrimas y de sufrimiento. El Maligno ha estado bien presente y ha sabido atacar, ahí donde más duele.

    Sin embargo, Dios siempre ha prevalecido, un Dios que en mí y en mi familia se ha manifestado como un Dios de poder, un Dios capaz de hacer milagros por difíciles que parezcan, un Dios capaz de devolvernos la serenidad a pesar de las angustias más agudas y de las noches más obscuras.

    Como familia hemos tenido la experiencia directa de ese Dios Poderoso. Baste mencionar los últimos dos milagros asombrosos que hemos experimentado: por un lado, la liberación milagrosa de mi hermano Augusto que había sido apresado, de forma totalmente injusta y arbitraria, por la venganza de un hombre poderoso (el libro tocará más a fondo ese milagro, en el capítulo IV); por otro lado, la sanación interior de mi hija Ana Cristina, que había caído en una depresión profunda, larga y misteriosa.

    Ya no puedo callar un minuto más, esta experiencia tan profunda que me ha marcado. Es momento de salir y pregonar, de mil maneras, esa Alegría Perfecta, capaz de contrabalancear toda la adversidad que encontramos en este mundo.

    La Alegría Perfecta es la serenidad que surge cuando después de orar y de luchar con todas nuestras fuerzas por aquello que pensamos correcto y adecuado, aceptamos con humildad el resultado, sabiendo que es la voluntad de Dios para nosotros. Esta paz sólo surge cuando en el pasado hemos experimentado que Dios es suficientemente poderoso para intervenir y cambiar el curso de la historia si El así lo quiere. Esta paz sólo surge cuando hemos puesto todo nuestro esfuerzo por hacer aquello que pensamos era lo correcto. Pero si después de orar y de luchar incansablemente las cosas no salen como uno las hubiera anhelado o querido, el permanecer serenos y en paz, eso es la Alegría Perfecta, así como lo captó San Francisco de Asís.

    Que esta obra brinde alegría y esperanza a los hombres de toda condición: tanto a aquellos que comienzan el camino de la Alegría Perfecta como a aquellos que, habiendo avanzado un buen trayecto, ahora se sienten abatidos, estancados, desesperados y sacados de la ruta. Que esta obra sea buena noticia para aquellos que atraviesan una noche obscura.

    Ojalá que esta obra brinde pan a los hambrientos, agua a los sedientos, vestido a los desnudos, ayuda solidaria a los extranjeros, salud a los enfermos y encuentro misericordioso a los presos de la vida.

    Que este libro sea un aporte humilde a la enorme tarea de convertirnos en verdaderos y auténticos Portadores y Mensajeros de la Alegría Perfecta.

    La vivencia y el anuncio de la Alegría Perfecta es la Revolución que el mundo necesita. Los verdaderos revolucionarios serán aquellos hombres que vivan y transmitan esta Alegría Perfecta que trasciende el dolor, la tristeza, las calamidades, el pecado, la rutina, la tortura, la división, el rechazo, el enfrentamiento, la guerra, la injusticia y la muerte. La Alegría Perfecta es…lo demás, no importa.

    20 de mayo de 2018 (Pentecostés)

    CAPITULO I: Bitácora de Viaje

    Siempre me gustó escribir. Desde niño lo hice de forma sistemática. Sabía que la escritura era la única capaz de reflejar el alma, lo que uno lleva adentro.

    Cuando me decidí a escribir este libro lo primero que hice fue ordenar todo lo que había escrito a lo largo de mi vida. Había muchos textos de prosa, ya sea en forma de diario personal, ya sea en forma de reflexiones cotidianas. Había algunos textos publicados en boletines religiosos o en folletos y libros sobre compromiso social y derechos humanos. También había mucha poesía. Finalmente había una gran sección de escritos espirituales, textos surgidos en su mayoría en los momentos en que, a través de la oración, me sumergía en el Océano de Dios.

    Todo este material ha sido la base inicial para la elaboración de esta obra. Una selección de escritos espirituales se presenta en el capítulo segundo. Una selección de la poesía en el capítulo tercero y una selección de algunos textos de prosa, en el cuarto y último capítulo del libro.

    Sin embargo, todo el material escrito, aunado a los recuerdos retenidos en la mente, fue la materia prima para la redacción de este capítulo primero. Bitácora de Viaje es el testimonio del paso de Dios en las distintas etapas de mi vida. De cómo Dios ha sido la fuente y la motivación de todas las decisiones importantes que he realizado a lo largo de mi historia. De cómo Él ha acompañado el viaje y la aventura extraordinaria que me ha invitado a vivir.

    No quiero que este capítulo sea una autobiografía narcisista y complaciente. Al contrario, quiero que refleje dos cosas principales: mi pobreza, mi limitación, mi pequeñez, pero sobre todo la grandeza, el poder y el amor del Océano Azul.

    Todo Oceanógrafo lleva siempre presente su bitácora de viaje, ese cuaderno indispensable donde anota día a día lo importante de su exploración marina. Yo he hecho otro tanto. Nunca he dejado de anotar aunque sea de carrera el itinerario de mi existencia, las etapas de mi exploración, las alegrías y tristezas de mis viajes.

    Ojalá esta Bitácora de Viaje refleje bien este itinerario. Procuraré, en la medida de lo posible, evitar la mención de nombres propios que puedan herir la susceptibilidad de personas que aún están vivas. Lejos de mí lanzar un juicio o una condena a cualquier persona que a lo largo de mi historia me haya lastimado quizá sin darse cuenta. Los nombres propios que menciono, por necesidad, son de personas que estuvieron envueltas en situaciones que fueron públicas y conocidas por mucha gente. En la medida en que las situaciones fueron poco conocidas, evito mencionar, en lo posible, el nombre de las personas ahí involucradas.

    Pre-Calypso I (1959-1978)

    Dios siempre estuvo presente en mi vida, como las nubes están siempre presentes en el cielo.

    Es posible que uno no vea las nubes, pero no por eso dejan de existir en algún lado del cielo. Estas nubes portan el agua, que condensada del Océano se transformará posteriormente en lluvia, granizo o nieve. Lluvia y nieve terminarán alimentando los cursos de agua o, al infiltrarse, las capas subterráneas. Estas aguas permanecerán por un tiempo en los lagos o en los embalses creados artificialmente por el hombre; pero más tarde o más temprano, acabarán igualmente en el mar. Tales son las grandes etapas del agua ¹.

    Así es Dios. Puede ser que uno no lo vea, pero no por eso dejará de existir y de estar presente en la historia del hombre, de manera manifiesta unas veces, de manera escondida otras veces. Pero siempre estará ahí dándonos vida, sentido, vigor y consistencia.

    La primera parte de mi vida la podría caracterizar como una etapa de lluvia ligera de Dios. Dios fue manifestando su amor, poco a poco, a través del cuidado y educación que recibí de mis padres, a través de la formación cristiana que me brindaron desde que yo era pequeño. Siempre existió en mí una receptividad hacia el mensaje de Dios aunque con el tiempo esta receptividad se volvería deseo profundo de Infinito y anhelo intenso de Tormenta y de Océano.

    La primera parte de mi vida (Pre-Calypso I) fue una llovizna constante de Dios. Con el tiempo esta lluvia haría germinar el fruto del anhelo intenso de Dios y el anhelo del compromiso por el Reino.

    A finales de septiembre o principios de octubre de 1959 mis padres me engendraron. Mi madre intuía que sería hombre y comenzó a preparar la ropa para el segundo varón de la familia y el tercer hijo del matrimonio de Carmen Tello Mier y Augusto Hoyos Bravo, 25 y 31 años respectivamente, por aquél entonces.

    Llegué a este mundo el 26 de junio de 1960. Mis padres decidieron tenerme en el famoso Hospital Francés de la Ciudad de México, hoy desaparecido. El parto fue traumático ya que tenía un tamaño demasiado grande para mi madre y quizá, por no haber recurrido a la cesárea, mi madre estuvo desangrándose de tal manera que estuvo a punto de morir. Sin embargo, al final las cosas marcharon bien para fortuna de todos.

    Antes de mí había nacido mi hermana Carmelita, en el año de 1957. También mi hermano Augusto en 1958. Después de mí nacerían mis hermanas Mónica en 1962 y Claudia en 1964, para completar la familia de 7 miembros.

    Por gracia de Dios nací en el seno de una familia responsable y amorosa, que siempre buscaría darnos la mejor formación y atención posible. Todo eso marcaría mi vida. A través de esta familia captaría existencialmente el amor de Dios, porque éste se reveló desde un principio, a través del amor de mi madre y de mi padre.

    Los primeros años de mi vida fueron un poco contradictorios. Si bien tenía gozaba de la atención y responsabilidad de mis padres, me faltaba el cariño totalmente incondicional que todo ser humano anhela desde pequeño. Mi padre se iba a trabajar cotidianamente buscando el pan que a nosotros nos hacía tanta falta. Mi madre, con la educación y formación recibida, no se daba abasto para amar convenientemente a cada uno de sus hijos. Pero ¿qué ser humano es capaz de amar convenientemente a sus hijos?

    El hecho fue que, al ser el tercer hijo de la familia, yo percibía que no se me daba el cariño que yo necesitaba y así fui generando como un coraje hacia mis padres. Me resistía a hablar adecuadamente y solamente una terapia de lenguaje pudo desatorar la problemática que yo actuaba de pequeño. A través de mis travesuras fuertes buscaba jalar la atención de mis padres. Y la obtenía, aunque cargada de enojo y no de ternura.

    En aquellos años idos mi madre estaba todavía muy ligada a su propia familia. La problemática de los Tello que nunca se terminaría, por aquél entonces la afectaba profundamente.

    El kinder y la pre-primaria fueron cursados en el Félix de Jesús Rougier. Yo era un niño especialmente travieso e inquieto. Casi no me aguantaban, pero al final, a pesar de mis travesuras, sabía ser noble y bueno con los demás.

    En aquellos años vivimos en una casa rentada de Tasqueña, que era una zona nueva de la clase media mexicana de la Ciudad de México. Recuerdo mucho cuando mi padre nos traía juguetes después de algún viaje a Guadalajara o a Chihuahua, viajes a los que era enviado como Contador de la empresa Mexalit, especializada en láminas y tinacos de asbesto-cemento.

    Mi madre no dejaba de buscar respuesta a sus problemas. Por aquél entonces la solución parecían ser los Ejercicios Ignacianos de una semana o la participación activa en el Movimiento Familiar Cristiano. Mi padre la acompañaba en todo eso. Mi madre se comprometía activamente. Buscaba en Dios la fuerza para superarse radicalmente.

    Comenzaron años hermosos. La nevada del ‘67 en la ciudad de México fue un acontecimiento vivido como una predilección de la historia a nuestra generación. ¿Y cómo no sentirse privilegiado si todo ayudaba a acrecentar este sentir?

    Cambio de casa a la colonia residencial de más moda por aquél entonces en la Ciudad de México: Jardines del Pedregal; escuela lasallista de renombre: Colegio Simón Bolívar; las Olimpiadas del ‘68 en la Ciudad de México; la llegada del hombre a la luna en el ‘69; el Campeonato Mundial de Futbol en el 70 realizado en nuestro país. Además, era una época, para la clase media y alta mexicana, en la que todo sonreía. Mis papás al fin pudieron ir a Europa (¡aquello era vivido como un acontecimiento trascendental en la vida de cualquier mexicano!). Al año siguiente nos llevaban a California para visitar Disneylandia, Yosemite, San Diego. Yo me sentía privilegiado en grado sumo.

    Mi escuela primaria la hice del año 1966 al año 1972. Hasta tercero de primaria fui mal en la escuela. Estaba en otro mundo: el mundo de la infancia, el mundo de la fantasía. Soñaba con ser el único, el mejor, el salvador. En el fondo ansiaba un cariño intenso. A partir de cuarto de primaria empecé a sobresalir en el Colegio. La disciplina siempre me costó trabajo, pero en la aplicación empecé a sobresalir notablemente.

    Siguió habiendo algunos problemas con los Tello: divorcios, rupturas, chismes, confusión, etc. Mi madre sufría por eso terriblemente. Quizá por no estar tan problematizados externamente (más no internamente), a nuestra familia se nos empezó a ver como algo especial, como una playa firme en medio de la tormenta familiar.

    Recuerdo como gran amigo de esos años a Jesús Cantú en cuya alma yo aprendía demasiado lentamente a confiar y a comprometerme. Me costaba mucho en aquella época. Me resistía a ser querido y a querer. Abandonaba para que no me abandonaran.

    En 1971 comencé un pequeño diario. Del mismo saco estas informaciones:

    El 26 de junio de 1971, en mi pequeño mundo familiar, todo iba sobre ruedas. Ese día de mi cumpleaños me regalaron un juego de plumas Parker ya que había cumplido 11 años y me llevaron a ver la película Cupido Motorizado para después llevarme a cenar al restaurante Lynis. ²

    Durante ese verano fui a tomar clases de inglés al Instituto Anglo Mexicano de Cultura, A.C. Mi mamá estaba muy cerca de nosotros, compartiendo las vacaciones escolares. ³

    Poco después yo comencé el 6o. año de primaria, con el profesor Magallanes como titular ⁴, y por las tardes jugaba pin-pon, con mi hermano Augusto ⁵. Los domingos íbamos a misa de 1 de la tarde con el P. Reyes, en donde se respiraba un ambiente litúrgico de alegría juvenil ⁶. En las tardes iba al Círculo de Oración, un grupo cristiano para adolescentes, dirigido por Tesha Martínez Báez. En este grupo comencé a experimentar un tipo de religiosidad adaptado a mi edad, dinámico y con temas de actualidad ⁷. Mi mamá daba catecismo los viernes por la tarde, lo que era reflejo de toda una inquietud espiritual vivida a lo largo de toda su vida ⁸.

    Todas las actividades de mis hermanos y mía, transcurrían alrededor de la educación y la formación. Mis hermanos Carmelita y Augusto iban a la escuela (tercero y segundo de secundaria respectivamente) y por las tardes asistían a clases de inglés, guitarra y círculo de oración. Mis hermanas Mónica y Claudia también iban a la escuela (4o. y 2o. de primaria respectivamente) y los viernes por las tardes asistían al catecismo. Yo por mi parte asistía a 6o. de primaria, a inglés y al círculo de oración. Era intensa la formación, pero nos abría un campo interesante para el futuro.

    De la escuela primaria pasé a la Escuela Secundaria (1972-1975), ya no en la colonia del Pedregal sino en otra colonia de clase media. El golpe de pasar de una escuela por excelencia burguesa a una que no lo era tanto fue benéfico. Seguí con los lasallistas, pero ahora en la Secundaria ubicada en Río Mixcoac donde confluían gentes con menos recursos que mis compañeros del Pedregal. Poseía una agresividad latente y explosiva. Por vengar una afrenta que un maestro le hizo a un amigo mío rallé el coche del maestro, siendo descubierto y sancionado. Mi papá tuvo que pagar la pintura nueva de dicho carro. Seguía peleándome periodicamente. Era como una necesidad de ser reconocido, valorado, aunque fuera por regaños.

    Amigos de aquella época fueron Fernando Iñarra y Francisco Barragán. La amistad con Jesús Cantú siguió su curso con sus altibajos. Con Fernando y con Francisco pasé grandes momentos de mi vida: subidas al Popocatépetl, huidas al cine, travesuras de adolescentes. Francisco intentó jalarme hacia el grupo cristiano Opus Dei pero algo me decía que no era lo correcto y después de un tiempo decidí no involucrarme más en este grupo tan conservador. Mi maestro lasallista Paco Serrano me invitó a participar en su grupo Juventud Lasallista, grupo anti-aborto pero de corte militar y fascista. Cuando descubrí estas características dejé el grupo.

    Participé en un grupo cristiano de adolescentes conducido por Tesha Martínez Báez. Ahí empecé a captar otro tipo de

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