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Inhóspito
Inhóspito
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Libro electrónico668 páginas11 horas

Inhóspito

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Inhspito es una novela con mucho sexo, drogas y rock and roll. Se cuentan mltiples historias sobre el narcotrfico en Monterrey y en Dallas, ciudades base de esta inmensa enredadera de lujuria. Por un lado, en Monterrey, estn Natalia y Miguel, por el otro, en Dallas, estn Paco y Monet. La realidad es cruel para estos personajes. Su vida cambia vertiginosamente de un momento a otro. La accin es constante, desde el principio hasta el final. El dinero, la violencia y los excesos, son las vitaminas de la trama. El lenguaje es duro. Las balaceras y la sangre, corren como potros desbocados a lo largo y ancho de las historias que se entrelazan da a da. Puedes respirar el aire que se respira al cruzar el Ro Bravo de forma clandestina. Puedes aspirar las drogas que todos los gringos aspiran en los antros. Puedes disparar, mentir, traicionar, gemir, gritar, llorar, rer, jugar, correr, sangrar, amar y odiar. Pero no puedes dejar de vivir y morir. Desde el primer verso de Inhspito, comprenders que te subiste a una enorme montaa rusa, de la cual no te querrs bajar, aunque el dolor te rompa y rasgue, pgina tras pgina. Esta historia no es recomendable para personas con una buena conciencia, los efectos secundarios son severos. Esta historia es una guerra, externa e interna. Si no deseas tener convulsiones mentales, no leas esta historia, despus de todo, nadie quiere vivir en un lugar inhspito.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento1 oct 2015
ISBN9781506506821
Inhóspito
Autor

Josué Gabriel de Montemayor

Josué Gabriel de Montemayor: nació en Monterrey N.L. México, en julio de 1974. Aunque estudió administración de empresas, encontró su verdadera vocación como poeta, escritor, periodista, dramaturgo y autor de canciones. Cuenta con cuatro libros publicados y ha participado en cuatro antologías, la última de ellas dentro de la antología de poetas estadounidenses publicado por la Biblioteca de los Estados Unidos. Ha sido invitado a presentar su obra en cuatro ocasiones en el festival internacional de poesía de Austin, Texas. (2004-07). Ha participado en festivales como “días de junio” en Sonora, México, “festival de poesía” en San Antonio, Texas, y “festival de poetas fronterizos” en Yuma, Arizona. Fue parte de la mesa directiva de la feria internacional del libro de Dallas, Texas, por varios años. Fue fundador y director del festival internacional de poetas y cantautores “letra y música” por siete años. Ha colaborado durante más de veinte años en periódicos y revistas con su obra literaria. Fue programador y productor de la cadena de videos y entretenimiento “más música TV” (2001-06). Ha sido presentador y productor de programas de televisión como “plan b”, “rockmanía”, “top 10” y “top 40”, “letra y música radio show”, “conexión con acción”, en cadenas como: Univision, Telemundo, Multimedios (Radio y TV), TV Azteca, MVS Radio, Univision Radio y Radio Éxitos 990AM Dallas. Se ha desempeñado, hasta el día de hoy, como periodista los últimos 12 años en diario la estrella. Ha participado como actor en nueve obras de teatro, la última de ellas presentada en el teatro Rose Marín de Fort Worth, Texas, en 2003. “Inhóspito”, es su primera novela.

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    Inhóspito - Josué Gabriel de Montemayor

    Copyright © 2015 por Josué Gabriel de Montemayor.

    Imagen de portada y contraportada: Alberto Reyes.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 24/09/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    shutterstock_208123510.jpg

    INHÓSPITO

    Josué Gabriel de Montemayor

    Monterrey, Nuevo León, México. Jueves 15 de noviembre de 2007

    Después de mediodía

    Tiroteo

    N ADIE PUEDE MANDAR a la verga a Dios por los padres que le tocaron. Qué hueva, otro déjà vu . Vienen constantes en los últimos días. Señales internas, lo tengo claro. Nada ocurre sin aviso. A veces no sé interpretar estos mensajes. Me distrae el helicóptero de un canal local y vuelvo en mí. Reviso mis armas: dos Kimber Ultra y la nueva Kimber Gold Combat II –una la traigo clavada al cinto de mi lado izquierdo, lista para accionar. Saco de mi escritorio extra cartuchos y los guardo en las bolsas de mi saco. La de reserva, la traigo ajustada a mi tobillo derecho, la cubren mis botines; y en el maletín de trabajo descansa mi nueva Kimber , y varios cargadores.

    Estamos en guerra. Las calles arden y hay que cuidarse. No soy yo quien va a cometer el error. Odio a los informantes, odio a las madrinas, odio a los traidores del gobierno pagados para mentir y a los pone-dedos. Odio a todos los que quieren matarnos. Los odio y me los voy a madrugar primero.

    Mi mente me lanza a otro punto de mis pensamientos.

    Observo la ciudad por la ventana del último piso de la Torre de Babel que mi padre ha construido aquí, en La Sultana del Norte.

    Mi empresa lava lana, realiza la logística del tráfico, paga la nómina y remueve del paso la mierda que se atraviesa en el camino: traidores, contras y gobierno intransigente. Mi padre sigue a cargo de las relaciones especiales y los acuerdos con la gente del negocio. …

    En la televisión, CNN dice que Ciudad Juárez y Monterrey son las ciudades más violentas del país, ¿a poco sí? Pinches novedosos. No saben nada de nada, bola de pendejos. La plaza está en guerra constante. Nos la quieren quitar. Jugamos el juego de la cacería contra los rivales, sean quienes sean. Somos leña verde que prende al menor chispazo y se arma la guerra en donde caiga. De México nunca se ha ido la violencia, está arraigada, enraizada en el terreno, en el arroyo, en la montaña; está en todas partes. El problema es que si se revuelve mucho el agua, como en estos días, se afecta dramáticamente el orden y a todos los negocios alrededor. Por eso mi padre intenta controlar el fuego y las disputas entre las grandes familias de narcotraficantes y políticos. No lo ha logrado. El odio y la avaricia de unos y otros, son incontenibles. Peor para ellos.

    Fijo mirada y pensamiento en un punto del cielo.

    Me distancié de mis padres hace varias semanas, sobre todo de mi padre. No entiende mis intenciones de llevar el emporio a nuevos rumbos. Darle un upgrade al negocio, tanto legal como ilegal, para el caso es lo mismo, van de la mano desde hace muchos años; uno sostiene al otro y viceversa. Ya no quiero depender de los actos y movimientos de los amigos corruptos de mi padre en el gobierno americano.

    Mi enorme barco pirata con alas de ángel aterriza. Firmé los últimos papeles que me pasó mi asistente personal y por fin cerré la carpeta de trabajo que está sobre mi escritorio. No quiero revisar todo nuevamente, por hoy que se joda Wall Street sin mí.

    Voy camino al ascensor con mi equipo de seguridad a un lado. Todo es seriedad porque yo estoy en uno de esos días en los que parece que la Luna es mi casa.

    Se despliegan las puertas, salgo del elevador, doy los primeros pasos hacia el estacionamiento y me aturde el estruendo de una explosión. Enrosco el gatillo de mi escuadra, sólo mentalmente, porque mis dedos jamás hicieron caso a la orden que dictó mi cerebro de sacar la Kimber Ultra y tronarla en combate.

    El impacto de la granada es ensordecedor. Las esquirlas rompen los cristales de los autos. Mi mente no quiere procesar la información de lo que está pasando. Estaba tan espectacularmente distraído en mí que no logro salir de mi trance, así que en lugar de reaccionar, salir de mi obcecado pensamiento y agilizar mis movimientos, me voy más adentro de mi mente, hacia el punto más profundo, hacia el bache de la indiferencia en el que ha caído mi relación familiar. Me voy a ese lugar, en caída libre, mientras la emboscada se sucede.

    En estos tiempos es muy peligroso, para cualquiera de nosotros, andar cada quién por su lado, dijo mi padre apenas ayer. No pasa un día sin que reciba alguna de sus llamadas. Ya lo sé, soy yo quien está enojado con él porque no deja que desarrolle mis proyectos, y sé que me comporto como si fuera un niño, un estúpido adolescente empecinado en hacer su voluntad. Esto muestra la inmadurez que aún me atribuye mi padre. Para qué me hago el pendejo si es verdad. Tengo que cambiar mi forma de ser y de actuar, de eso no hay duda. Debo de ser paciente y esperar mi momento; pronto vendrá, como él dice, pero soy tan desesperado a veces, o siempre, ¡ya qué chingados!

    Bueno, por lo pronto tengo que salir de aquí, de mí mismo. Lo intento, trato de salir de mí pero no puedo; algo me detiene a la fuerza. De nuevo siento la caída libre. Algo me dice que tengo que salir de mí pero no puedo o no quiero. Estoy tan a gusto dentro de mí, rodeado de mis pensamientos más íntimos, ignorando la realidad, huyendo de ella. La realidad se empeña en querer joder mis pensamientos. Me perturba cada día más.

    Escucho una nueva explosión y siento cómo mis guardaespaldas me cubren, me jalonean de un lado a otro, buscando protección. Gritan entre ellos, me estrujan… yo sigo perdido en una galaxia sin nombre. No puedo salir de allí.

    Pienso que hoy es un día especial para mi familia y para mí. Tendré el placer particular de salir con mis hijos, llevarles a ver la nueva película de los Simpson en una función especial de nuestra cadena particular de cines, como siempre, una semana antes de que toda la ciudad tenga acceso. Me fascina tener toda la sala del cine para nosotros. Hacemos lo mismo que los demás, comemos palomitas con coca cola, nachos con queso amarillo y pico de gallo, hot dogs y chocolates eme y eme; en fin, puro mugrero y comida chatarra. Aunque no soy el típico padre de familia, trato de hacerles la vida más llevadera a mis hijos. Es una vida dura, estresante, con innumerables decisiones que tomar todos los días, decisiones de las que dependen miles de personas en todo el mundo. Muy pocos saben que detrás de mi edificio y del cúmulo de empresas que represento se esconde un imperio de negocios legales e ilegales, y todos remuneran a mi familia cantidades más o menos equivalentes. Tenemos de nuestro lado una buena cantidad de la riqueza del país. Y yo vivo en medio de todo eso.

    Escucho las descargas de metralla como si fueran sonidos aleatorios o como si viviera una vida virtual. Disparos que no parecen tener fin. Sigo bloqueado, en shock, en un lugar muy adentro de mí, un espacio que no conocía. De nuevo intento salir de donde estoy, pero no puedo.

    Todo el tiempo debemos cuidarnos la espalda porque nunca sabes cuándo te van a llegar. Voy acompañado de un lado a otro de la ciudad por una docena de guardias, nunca salgo sin ellos, nunca, desde que tengo uso de razón. Entonces recuerdo que nunca he ido ni al Seven de la colonia sin al menos un cabezón de éstos junto a mí.

    Ahora veo todas mis células corriendo a toda velocidad. Veo mi sangre en un intenso tráfico de rojos y blancos y, al final, veo luces, resplandores, diversos tonos como si fuera el escenario de un musical. De pronto aparece Catalina. La veo hermosa, como cuando la vi la primera vez en aquella fiesta. Me dio una cita para esta noche, después de ir al cine con los niños. Es como un chiste para los demás pero es nuestra realidad: nos damos citas para vernos porque es tan absorbente mi trabajo que no tengo tiempo para nuestra relación que aún existe gracias a ella. Es indispensable para mí que Catalina tenga el aplomo y el valor que demuestra para la familia, por algo estamos juntos.

    Además de tener esta noche libre, pensamos dejar a los hijos en casa de mis suegros y escaparnos este fin de semana a Broadway. Siempre que salgo con mi mujer y vamos a New York, aunque sea así, de entrada por salida, regresamos felices y con más energía. Tal vez gracias a la tranquilidad que tenemos al estar solamente ella y yo juntos, hablar solamente de nosotros, hacer el amor sin el estrés de la vida familiar y mis negocios, qué necesario es eso para nosotros. Además, los espectáculos a los que acudimos son tan diferentes a los de Monterrey, que sencillamente nos gusta escaparnos para allá.

    Ninguno de los dos apreciamos mucho la idea de los juegos de azar, aunque mi vida sea una inmensa apuesta: siempre la contradicción estropeándolo todo y haciendo el papel de encrucijada. Cata siempre gana jugando Black Jack en Atlantic City, yo no tengo la misma suerte. Cualquiera diría que llevando la vida que llevo debería agregar en mi life style el rollo de las apuestas, el famoso sex, drugs and rock and roll. Pero en mi caso, y en el caso de mi familia, no es así. Los negocios que hacemos requieren de una mente despierta, libre de drogas y alcohol, libre de presiones externas pues cada decisión que tomamos exige una inmensa concentración y armonía en todas las piezas del juego: un ajedrez viviente de carne y hueso y sangre derramada por doquier.

    Algo me impulsa con fuerza a buscar la salida de mí mismo, pero no puedo. Quiero salir de aquí.

    Sonrío cuando pienso que mi vida personal no encaja con la típica idea que se tiene de los hombres que dirigen la empresa de import/export de sustancias y mercancías a los Estados Unidos. La gente común se cree las fantasías y siempre le gusta más la mentira que la verdad. Por eso me gustó la serie de Los Sopranos, aunque no la vi completa, salvo algunos episodios, pero eso me bastó para sentirme atraído por su historia. Por un lado sé que no me puedo comparar porque nosotros tenemos más dinero que esa familia y, por el otro, estamos en guerra civil aunque nadie quiera aceptarlo; una guerra innecesaria desde el punto de vista de mi padre. Pienso que no hay guerra sin muertos de un lado y otro de los bandos en disputa, y que a esta guerra aún le faltan muchas batallas por librar antes de que los intereses económicos de Estados Unidos y los de México se fumen la pipa de la paz. Además, echando bala se gana mucho dinero, nadie gana si las armas están guardadas en las bodegas. La puta historia sin fin que coge a morir con el cuento culero de nunca acabar.

    He matado en defensa propia, así, pecho a pecho, de frente; desfigurando a quemarropa con la ametralladora a culeros y pasados de verga. He matado por placer, porque soy el que manda y lo puedo hacer, y eso no tiene nada que ver con la típica frase de cualquier puto mafioso de la televisión norteamericana: ‘No es nada personal, son sólo negocios’. Qué mamada tan grande repiten en las películas de Hollywood. Cuando asesinas todo se vuelve un asunto personal, y los muertos te acompañan y nunca se van de ti, nunca, aunque se piense que sólo se acuerda uno del primero y los demás van cayendo solitos al aro. De hecho, vivo rodeado de tanta violencia que para mí es normal. Putas contradicciones. Nunca voy a contar todo lo que hago porque, además de que no soy un pinche soplón de mierda, nadie lo creería. Ni yo mismo lo puedo creer. Y justo de eso se trata, de que nadie crea nada de lo que hacemos. Ese gran público, ‘la sociedad’, no tiene por qué enterarse de nada, no es de su incumbencia; ahí sí que me gusta el dicho del mafioso creado por Hollywood: It’s not your business. La discreción es un arte que difícilmente se adquiere, sobre todo cuando tienes tanto poder. Ser un anónimo en este negocio te salva la vida todos los días. Cuántos quisieran convertirse en un animal en peligro de extinción, cuántos quisieran ser como yo; pero no, no hay quien me iguale. Esta es mi vida y aunque no la elegí, me gusta el poder y no pienso alterar el curso de mi existencia y menos voy a dejar que unos pendejos la cambien.

    Se escucha una nueva detonación y por la explosión salimos disparados al suelo. Me golpeo en el impacto y es cuando logro despertar del coma en movimiento que sufrí los últimos segundos. Ahora veo que lo que explotó fueron dos camionetas estacionadas en el interior del garaje.

    Nos levantamos y corremos porque nos disparan desde el fondo del aparcamiento. Salimos al estacionamiento sin techo y quedamos a merced de nuevos disparos que salen de todas direcciones. Afuera nos esperan un chingo de sicarios para cocernos a balazos. Regresamos al espacio techado y mis hombres planean una maniobra ofensiva. Se despachan a los pistoleros que había del otro lado del lugar y subimos a dos de las camionetas blindadas.

    Salimos.

    Los sicarios apostados a la entrada del edificio revientan a balazos las llantas de las dos camionetas. Mis hombres arman una segunda defensiva y me cubren para que pueda salir del vehículo.

    Mi sangre hierve.

    Me transformo en un animal. Sale de pronto el asesino que tengo en el corazón, el que llevo en la sangre y que he tenido que reprimir ante los demás. Todo sucede tan rápido que lo único que puedo hacer es disparar, gritar y seguir disparando.

    -Señor Garza, señor, ¿me escucha?

    -Sácame de aquí por favor. ¡Aaauch!

    -No se mueva señor, está gravemente herido, ya viene la ayuda en camino.

    -¿Quién eres tú?… No te veo muy bien. ¡Chingado! Me estoy desangrando, me siento muy débil. ¡Puta madre!

    -Soy Juan Escutia, el poli de la entrada, señor, el guardia de seguridad.

    -Bien, bien. Dile a alguno de mis hombres que venga y me saque de aquí –Intento incorporarme pero estoy muy dolido.

    -Nadie quedó vivo, señor, todos están muertos. –La noticia logra impacientarme aún más.

    -¿Qué? ¡No puede ser! ¡Aaauch! –En vano intento levantarme, el dolor me tumba de nuevo.

    -No se mueva, señor, está muy herido. Tranquilícese. Ya viene una ambulancia en camino. –El guardia procura que esté a gusto en su regazo mientras llega una ambulancia la cual, gracias al sonido de la sirena, me parece que no está lejos.

    -Levántame y sácame de aquí –Ordeno con los dientes intrincados.

    -Pero señor…

    -¡Haz lo que te digo! Busca las llaves de alguna de las camionetas y sácame de aquí –Le doy una segunda orden, ahora más directa y con una voz entrecortada.

    Las sirenas se escuchan cerca. Me ayuda a subir como puede a la camioneta más cercana, despega al chofer del volante, cae al suelo y nos vamos de ahí.

    Las escenas de lo que acaba de suceder poco a poco llegan a mí. Debí haberme desmayado con el último disparo recibido.

    ¡Chingada madre! Apenas avanzamos a la salida de Lázaro Cárdenas y pienso que era más fácil quedarme y explicar que todo había sido un intento de secuestro; pero hui como lo hacen todos los cobardes. Al final me traicionó la verdad que me sangra por los tres agujeros que me han hecho. Salió el delincuente y la culpa. Tan pronto el gato encontró la salida corrió con la prisa que lleva consigo el miedo, el instinto natural de supervivencia; esa sabiduría programada que tiene todo animal y que reacciona tan pronto se enfrenta a una adversidad. Hui como huyó mi padre cuando tuvo que hacerlo. A final de cuentas de nada me sirvió el supuesto gran poder, la protección y el pinche niño intocable, hijo del señor cuasi-todopoderoso de la ciudad. Al final, quienes jugamos este pinche puto juego de poder, de ser los dueños, nos convertimos en sirvientes. De ser el cazador, ahora somos la presa. ¡Puta madre, ya qué chingados!

    Vino a mi mente la primera vez que sentí el miedo. Tenía unos once años y estábamos todos los primos adolescentes reunidos en uno de los ranchos de la familia. Salimos muy valientes a dizque explorar la Sierra Madre. Nos internamos en los cerros y en un claro de la montaña comenzamos a ver mucha sangre y cuerpos de animales destripados. De frente, como a unos veinte metros, había una manada de jabatos: los jabalíes que tenemos en nuestra fauna local. Y toda la primada comenzamos a correr, patas pa’qué las quiero ¿no? Íbamos, literalmente, como alma que se las quiere llevar el Diablo, la chingada y los jabatos. En putiza corriendo y casi volando bajamos del cerro. Los pinches perros salieron disparados delante de nosotros nada más se olieron entre animales. Se encararon, y los perros saben que no puedes meterte con un rival así. Huyeron despavoridos y aullando de miedo. Nosotros también veníamos gritando de miedo. Allí, en ese puto día que nunca voy a olvidar, fue que conocí por primera vez el miedo: la sensación te corre por todo el cuerpo en un segundo, aumenta tu adrenalina al máximo y huir y salvaguardar tu vida, se vuelve una ciega y vehemente prioridad. Estos pinches culeros son mis nuevos jabatos: puercos hambrientos de sangre.

    Todo pasa demasiado rápido. Siento que mi ausencia podría ser una oportunidad para que mis enemigos piensen que me han matado y ganar tiempo para realizar un contraataque, ¡porque esto no se queda así!

    ¡Puta madre! Ya me habían metido un balazo hace tiempo pero no quería recordarlo. Se querían chingar al mayor de los hijos del señor. ¡Puta madre! Son tres balazos y me están doliendo mucho, sobre todo el del hombro, espero que no sea grave. Ya comienzo a sentirme débil, no soporto que me saquen sangre. Aquí cerca tenemos a un amigo de la familia que tiene un taller, en donde hacemos negocios. Como puedo dirijo al guardia hacia allá, no está muy lejos. Llegamos en un dos por tres. Me ven pasar los niños que juegan al fútbol en la calle. Se quedan viendo absortos, veo en el espejo del copiloto y me doy cuenta que tengo el rostro ensangrentado. Frente al negocio, le digo al tipo de seguridad que accione el claxon. Aparece un rostro conocido, es Gregorio, me reconoce y abre la reja del taller. Vienen otros dos a socorrerme. Le pido a Gregorio que tome mi celular, porque ya le marqué a mi hermano menor, él sabe quién es.

    -Dile que estoy herido, que venga de inmediato con toda la gente.

    Gregorio asiente y luego me señala al guardia.

    -Dale cinco mil pesos y luego ya sabes qué hacer –contesté y desmayé.

    Después de un momento, reacciono. Dos tipos me ayudan a bajar de la camioneta, dejo un rastro de sangre. Gregorio le está explicando a mi hermano que estoy herido y que estoy con él en el taller de Lázaro Cárdenas. Rompen el pantalón para ver mejor la herida, no se ve muy bien y me duele un chingo; no sé por qué pero me duele aún más el tiro en el hombro. Quitan mi camisa para revisar el tiro del abdomen y me dice Gregorio que fue un rosón pero que al parecer, la bala en el hombro, me voló un pedazo de hueso.

    -¡Dame algo que me estoy muriendo de dolor, chingada madre! –Le grito a Gregorio, y es que la verdad me está doliendo un chingo.

    Llega mi hermano con la gente y sé que estaré a salvo. Afuera está toda la cuadra rodeada por los hombres de la familia.

    ¿Cómo está, está vivo? –Escucho preguntar a mi hermano aunque no lo veo del todo bien pues se me está nublando la vista.

    Mi hermano me lleva a la clínica que tenemos para estos casos. En el trayecto pienso en lo que acabo de vivir. Todo sucedió tan rápido que, apenas pude reaccionar y salir vivo. No sé ni cómo escapé, aunque aún falta que no muera de camino al hospital.

    Pienso que hasta el Gobernador debe estar involucrado, todo es un caos en ésta ciudad. Tenía que venir a meterse a mi plaza el hijo de la chingada, es tan grande el país y tenía que venir hasta mi casa, entrometerse en mis asuntos y meter su pinche gente en mi territorio. Es el colmo, ¡me tiene hasta la madre el cabrón!

    Esos cabrones sabían la hora exacta en que saldría del edificio. Algo recuerdo del episodio que guarda esta ciudad como leyenda urbana, de cuando asesinaron al dueño de la Cervecería afuera de su fábrica, y justo querían hacer lo mismo conmigo. Parece que matar al más chingón de la ciudad afuera de su negocio es la onda. Hasta mi madre debe de saber que me pusieron un cuatro y que me quieren joder a la mala. Estoy seguro que ahora mismo se está desgañitando tratando de entender por qué mi señor padre y mis hermanos no enviaron un ejército al rescate. En estos casos siempre hay alguien que tiene que morir para compensar los muertos del otro lado. Y ese alguien iba a ser yo.

    Siento mucho dolor a pesar de la droga que me inyectó Gregorio a como pudo. No tiene la culpa de estar tan pendejo, al menos lo intentó, está perdonado. Estoy molesto, lleno de rabia y sentimientos encontrados, sobre todo contra mi familia. Nadie puede mandar a la verga a Dios por la pinche familia que le tocó. Peor es no tener padres y familia, vivir la calle y la tranquiza diaria por la supervivencia del más fuerte. La calle hereda un tatuaje imborrable, un pesado y fuerte olor verdinegro, y en estos tiempos se traduce en muerte segura. Un ritmo de vida que se ha vuelto difícil de llevar por cualquier feligrés hasta de la más insulsa de las cantinas. Creo que el único que podría escribir un corrido sobre estos días sería Don Eulalio González, ‘El Piporro’, con la ironía y el sarcasmo necesarios para hacernos sonreír mientras sostenemos una cerveza Bohemia en la mano y la ciudad es asaltada por una jauría de balazos. Ni hablar, ésta puta ciudad ya se jodió.

    Mi cerebro repasa los rostros de mis guardias. Los mataron a todos. Eran los mejores guardaespaldas que alguien hubiera querido tener, entrenados por los mejores y hasta la madre de armas y municiones. Cómo nos íbamos a salvar si caímos en una puta emboscada, aun así no se rajaron y todos murieron en la raya. Todos serán vengados. Sé perfectamente que los códigos de seguridad sólo los sabemos los miembros de mi familia: mi padre, mis dos hermanos y yo. Así que mi padre o alguno de mis dos hermanos o alguien de los suyos debieron dar el pitazo. Si fue él, sé que ahora está que se lo lleva la chingada por haber permitido que se acercaran a mí. Si fue él, entonces me vendió a los enemigos para salvar a la familia, y por fin poner paz entre los dos bandos y acabar con tantas ejecuciones en esta ciudad, entre el smog de los autobuses urbanos. Aun así, mis hijos nunca se lo perdonarán. Si fue él, sé que aquél puto de mierda debió de haberle exigido sacrificar a uno de sus hijos para poner paz entre las familias. Ojo por ojo y diente por diente. No somos judíos o pinches sicilianos ni putos rusos, pero nos regimos por las mismas pinches reglas, así es la mafia en todos lados.

    Siempre cargo una súper y una nueve conmigo, la escuadrita de relevo la traigo en mi portafolio para lo que pueda ofrecerse, y lo bueno es que me llegó mi Kimber de lujo, la nueva, con cuatro cargadores, funcionó como pinche fiera endiablada. Me dio una corazonada por la mañana y me traje la caja de municiones completa, no sé ni cómo ni por qué aunque, ahora que lo pienso, tal vez alguien arriba, en el cielo, quiere que siga vivo o al menos que muera peleando. Me llevé a la chingada a los más pendejos en cortito, los deshice a balazo limpio y directo a la cabeza. A la mayoría los tumbaron mis escoltas, sin embargo, entre tantas balas mis guarros fueron cayendo uno a uno y quedaron ahí, todos regados en el suelo; uno por allá. Otro con una docena de balas, adentro de la camioneta, con la cabeza acribillada y lo que quedó de ella, apostada al volante. Son imágenes imborrables ahora.

    ¡Me los voy a chingar a todos! ¡Se los va a cargar la verga a todos ustedes, hijos de su puerca puta madre, se los va a cargar la verga, culeros!

    Me siento mal, sin fuerza ni energía. Siento que he perdido mucha sangre y, es probable que no me salve. De nada nos sirvieron las camionetas blindadas, nos agarraron antes de subirnos. El guardia que más me duele es Víctor, lo confundieron conmigo; le vaciaron los cuernos, lo llenaron de tiros. Era mi doble. Vestía un traje azul marino, igual al mío, y el mismo tipo de lentes para sol que uso yo. Éramos de la misma complexión y del mismo tono y corte de cabello. Nuestro parecido a lo lejos fue perfectamente reconocido por un aspirante a francotirador, le disparó un dardo que al contacto le pintó todo el pecho de color amarillo chillante; después de identificar el blanco a eliminar, los demás se ensañaron con él. No tuvo salida. Lo vi recibir una lluvia de balas y vi cómo le iba cambiando el rostro con cada bala expansiva que iba entrando a su cuerpo. De nada valieron los chalecos antibalas porque los culeros usaban las mismas municiones que nosotros: las que traspasan la pechera. Deben traerlas de Arizona, como nosotros de Houston. Pinches gringos, haciendo negocios con unos y otros. Puro pendejo de fast and furious. Si salgo de ésta, me voy a coger a los pinches generales gringos y chicanos que nos venden armas y balas, seguro que por hacer más billete, se las vendieron también a ellos. La pinche puta avaricia consumiendo todo a su paso. Son unos putos codiciosos. Hay traiciones por todos lados y cuando una traición aparece, significa que vienen muchas más en camino. Efecto dominó. No hay final hasta que aquello que propició el inicio, ha desaparecido toda huella y rastro.

    Estoy perdiendo el control, me está ganando el coraje y el puto sentimentalismo. ¡Ya qué chingados!

    Algunos de mis guaruras tenían hijos y soy padrino de algunos, se enterarán por las pinches noticias de la tarde que sus padres han muerto en una balacera. Nada será igual.

    No sé por qué pero me estoy acordando de un libro que leí sobre Pancho Villa. ¡Puta madre! Tengo un chingo de imágenes brotando en mi mente como cuando el agua sale sin control. Pienso en mis padres y me da un chingo de coraje. Si muero, perderme así será lo peor que les pudiera pasar en la vida, sobre todo por la manera en que tuvieron que entregarme. Sé que en mi casa hubieran preferido jugársela y aventarse una guerra en el rancho de China, y morirnos todos echando bala y al frente de batalla como Dios manda, como hombrecitos, de frente, no traicionados ni emboscados a la mala. Imagino a mi señor padre, debe estar como un pinche león enjaulado pensando que me dejaron irreconocible, y sí, ni yo mismo me reconozco, físicamente estoy igual, pero mi interior cambió: mi mente quedó desfigurada. Víctor terminó con más balas que sangre en el cuerpo y yo me quedé con todas las imágenes grabadas en la mente. Ahora me doy cuenta de que si logro sobrevivir, nunca olvidaré lo que pasó.

    Aún recuerdo cómo nos metimos en esto. El abuelo tenía varios ranchos, uno en China, otro en Cerralvo y otro más en Linares, todos aquí en Nuevo León. Mi abuelo era ganadero, pero hubo tiempos difíciles y entró poco a poco en el negocio. Primero sólo en el rancho de China, luego hizo amigos en Cerralvo, sobre todo en el tiempo del presidente aquél, y terminó por sembrar allí. Después extendió la siembra hasta en el rancho de Linares, el que se suponía sólo era como nuestra casa de campo y donde sin embargo se hicieron montones de recolecciones. Una cosa lleva a la otra y sin pensarlo mucho, fue involucrando a sus hijos y con el tiempo, a los nietos. Yo soy el mayor de sus nietos así que naturalmente estoy en camino al trono. Al trono del reino, del Nuevo Reino de León. Éste es mi reino y éste es mi trono, el mismo que estos pendejos me quieren arrebatar.

    Soy una figura pública, un respetado empresario regiomontano y padre de familia; voy a la iglesia los domingos y mis contribuciones filantrópicas son reconocidas por todo México, en especial aquí en mi ciudad. Y ahora voy camino al hospital en una puta ambulancia y parece que voy en un caldo de sangre. No me puedo mover, el único que sigue generando movimiento es mi cerebro. Las imágenes entran en mi mente como un balde de agua fría cuando cae sobre la espalda.

    Uno de mis guardias me pasa una de sus armas. Comenzamos una nueva ofensiva. Mis hombres ubican rápidamente los puntos en donde están los pistoleros. No quieren levantarme ni quieren rehenes: me quieren muerto. Mis hombres me cubren como pueden. Uno de mis guardas perdió su arma y está herido, le lanzo la que tengo y saco mi arma.

    Tengo la pistola recargada y los sicarios me están esperando del otro lado del edificio. Sé que me tienen rodeado, que lo más probable es que me matarán, que mínimo quince tiros albergará mi cuerpo cuando me entierren en el panteón junto a mis abuelos. Pero ellos no saben que tengo más que un cartucho en mi sangre. Me odian y me quieren acabar por haber mandado matar a uno de sus jefes, pero él se lo buscó. Estábamos bien cada quién en su territorio, pero tenía que venir a chingar la madre el cabrón.

    Me tienen copado. Estoy justo detrás de una barda, refugiado por un muro y unos contenedores de basura. No creo resistir mucho tiempo.

    No me han matado y los asesinos me están gritando que salga y me dé por vencido, que no lo haga más difícil. Los pendejos quieren que les haga las cosas fáciles.

    -¡Pinches pendejos! ¡Vengan por mí, pendejos! ¿No tienen huevos o qué?

    Salen balazos de todos lados, están presionándome, quieren amedrentarme vaciando sus ametralladoras. Estoy esquinado, sólo es cuestión de que uno se atreva a brincarse los contenedores de basura y me alcance con su arma. ¡Chingada madre, ya qué chingados!

    Estos idiotas me tienen copado y tienen más balas que yo. Pero a ellos les tiemblan las piernas con sólo pensar que tienen que venir a buscarme. Me quieren acabar porque saben que yo soy el más chingón y más verga de la familia. El que dirige la orquesta. Y saben que mi padre, después de que me hayan liquidado, va a hacer la paz y terminar con ésta guerra entre familias. Sólo falto yo, necesitan matarme para lograr esa paz entre los bandos. Qué irónico, tienen que matarme para lograr la paz. Nunca existirá la paz en México, no de este modo. De pronto me llega a la mente la salida: ellos saben que ya mataron a su objetivo. Yo soy un simple cabo suelto. Un peón. Y tan pronto pienso en eso… ¡Aaagggsss! ¡Muérete, pinche hijo de la chingada, muérete hijo de tu puta madre!

    Le di a otro más. Me tienen acorralado y no pueden conmigo, son unos pendejos. Y ya se quieren escapar los que quedaron porque las sirenas están muy cerca.

    -¿No tienen huevos o qué?

    Si los sicarios que aún quedan no llegan a mí en veinte segundos, esto se va a llenar de policías y todo va a valer madre, tendré que mentir y decir que fue un intento de secuestro, y no una ejecución ex profeso.

    Me tengo que escapar, pero aún quedan varios pistoleros cubriendo la salida y no puedo huir. Mientras estos segundos corren como balas buscando un destino, pasan por mí las imágenes de los momentos más felices que he pasado con mis hijos, como si fueran señales de que ya se llegó mi hora.

    Salgo del encierro para asomarme y saber cuáles son mis opciones. Me disparan. Ahí me di cuenta que aún están lejos. Me aviento y salgo por detrás de los contenedores y me refugio tras una camioneta. La deshacen a balazos. Dos camionetas de ellos se van de la escena, pero dejan a dos putos changos para que limpien lo que aún queda vivo.

    Se aventuran los sicarios y me buscan los dos, cada uno por un lado, yo me les cuelo por debajo de la camioneta y, cuando se dan cuenta, le disparo a uno en los pies e inmediatamente salí de abajo por el otro lado y le di al otro pistolero a quemarropa: le volé parte del cerebro con un solo tiro. Volví para dispararle al que estaba arrastrándose por el suelo y lo maté de una puta vez. Entrenar aquel verano en Israel dio resultado.

    Descanso un instante. Se escuchan las sirenas de la policía a lo lejos, sabía que no tardarían en llegar las patrullas. Me pongo de pie y me cercioro de que todos los sicarios estén muertos; mientras reviso a los más cercanos, se reincorpora un cabrón que estaba tirado en el estacionamiento y me dispara. El primer tiro me alcanza un hombro, el segundo la pierna izquierda y el último y más certero, me da en el vientre. Le descargo todas las balas que me quedan y le doy en la cara y el cuello. Cae chorreando sangre. Me doy cuenta de que la bala no entró en mi estómago. Entró y salió de mi cuerpo, por la grasa que me sobra a los costados. Me quedé tirado en el piso y me perdí.

    ///

    Por fin llegamos al sanatorio de la familia. Mis padres ya están allí. Veo a mi padre, su rostro se rompe en mil caminos. Con su voz terrosa me pide perdón delante de todos los médicos y ayudantes que están asistiéndome. Este momento nunca lo voy a olvidar, es la primera vez que veo a mi padre suspirar. Aquel hombre fiero e inamovible sufre una tempestad acuosa en sus córneas pero la resiste con su gran estatura emocional y entereza.

    -Usted sabe que si tengo que dar la vida por la familia, lo haré, pero no con esos pendejos, esos pinches putos no valieron verga. La deuda ya está saldada, tuvieron la oportunidad de matarme y tal vez Dios no quiso o no sé qué pasó, pero aquí estoy, rifándome la vida. Y ahora soy yo el que se los va a chingar. ¡A la verga con todos! ¡Ya qué chingados!

    Tomo mi arma y me levanto como puedo y le apunto a mi padre. Mi madre grita algo que no quiero entender y no quiero escuchar. Todo está fuera de control en mi mente, tengo una sensación horrible, quiero acabar ahora mismo con mi padre, quiero que sienta lo mismo que yo. Los médicos y enfermeras se hacen a un lado, todos gritan de miedo y yo grito de coraje.

    -¡Por qué me hizo esto! -le apunto a mi padre a la frente.

    -¡Yo no tuve nada que ver, no digas pendejadas! –me contesta.

    -Si no fue usted, entonces ¿quién me vendió a esos putos? –contesto y siento que las fuerzas se me van.

    -¡Baja el arma cabrón, no mames! –grita mi hermano.

    Mi madre llora, la escucho lamentarse y se dirige a mí a toda prisa.

    -¡Baja tu pistola, estás herido, deja tu pistola, hijo! ¿Qué no sabes que nadie en esta familia atentaría contra ti? -grita mi madre y se pone en medio de mi padre y de mí.

    -¡Mi gente ya tiene a los culeros que te hicieron esto, yo mismo voy a ir a verlos al rastro! ¡Los voy a partir en pedazos y a enviarlos con su jefe de mierda! –grita mi padre y hace a un lado a mi madre, se pone frente al arma que aún le sigue apuntando-. Si la sacas y la apuntas en la frente, la tienes que disparar, así que tú dirás.

    Por un segundo titubeo pero, inmediatamente, me arrepiento de haber levantado el arma contra mi padre. Todo sucedió tan rápido y mis reacciones son de supervivencia y venganza. Fui educado al estilo de que si alguien se metía conmigo sería lo último que hiciera en su vida. Los médicos volvieron a lo suyo por instrucciones de mi padre con un ademán. Dejo caer mi arma y mi hermano la levanta.

    -Perdón, apá, estoy muy mal, me siento muy mal; sólo ustedes saben los códigos de seguridad, nadie más. ¿Cómo entraron al edificio, cómo burlaron a toda la seguridad? Está claro que se apalabraron con alguien para entrar sin forzar nada. No hubo violencia.

    -Lo sé, pero no puedo creer que hayas pensado que alguien de tu familia te haya entregado. No sé por qué no sientes y mantienes en tu mente que primero pelearía, hasta la muerte de ser necesario y preciso, antes de que yo entregara a alguno de ustedes. Primero me entrego yo. ¡Primero me llevan a mí antes que a alguno de ustedes! ¿Te queda claro, pendejo? –Alzó la voz mi padre visiblemente en sobresalto.

    -Es que ¡mataron a todos! –sólo digo eso y me salen cientos de lágrimas de impotencia, dolor, coraje, adrenalina, venganza, rencor y odio.

    Mi madre me abraza. Los médicos le dicen a mi familia que van comenzar con la anestesia y la intervención quirúrgica, todos tienen que salir.

    -Estoy muy confundido ahora y me empieza a dar mucho sueño –le digo a mi madre, despacio.

    -Es la anestesia, te van a intervenir ahora, aquí te esperamos, todo va a salir bien ya lo veras, relájate –me susurra al oído.

    -Tu madre y yo hablamos de algo muy importante, tengo que contarte una historia de la familia que aún no sabes ni tus hermanos tampoco, algo que aún no les hemos contado, sé fuerte, vas a salir de ésta. Cuando estés mejor hablamos –expresa mi padre ya más tranquilo.

    -Te amamos y nunca dejaremos que nada malo les suceda a ti o a alguno de tus hermanos. Como dijo tu padre, mañana será otro día. Sé fuerte y lucha por vivir; no pienses en nada más que en recuperarte –dice mi madre con ese tono tan maternal y convincente por ende, mientras voy camino a la plancha.

    Qué miseria, estoy hecho mierda, pienso en mis hijos y en Cata, espero que no me muera en ésta porque sin mí, serán presa fácil de mis enemigos. ¡Chingada madre! Me los voy a chingar a todos, a la verga, van a ver esos hijos de su pinche perra y puta madre. ¡Qué vayan y que chinguen a su puta madre los hijos de su pinche perra y puta madre!

    DALLAS, TEXAS.

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    Dallas, Texas. Jueves 15 de noviembre de 2007.

    Antes de la medianoche.

    A L FIN SALGO del trabajo, es casi medianoche. Antes de encender mi auto busco en mi cartera un detalle. Me doy dos llavazos. Uf, uf. Listo. Qué chido. La sangre comienza a galopar por mis arterias y por mis venas a una velocidad en aumento, como en el hipódromo Lone Star a donde voy cada semana a apostar. Me gusta jugar a los caballos. Bueno, bueno, focus, focus . Al encender el auto también enciendo al Santo Asesino y Maldito Poeta Maldito que soy. Estoy poseído por una jauría de genocidas que fueron arrojados a este mundano mundo moribundo que morirá. Cada día vivo descalzo de herramientas y busco la forma de resarcirme de tiempos y glorias. Está llegando mi límite, no creo que aguante más tiempo. No me dejan dormir y en el día soy el White Zombie de Béla Lugosi. Siento que todos los puentes se mueven al atravesarlos y la tierra tiembla bajo mis pies. Pero yo venceré. No sé aún muy bien cómo me zafaré de toda esta gran mierda en la que he caído, pero lo haré.

    Otros dos llavazos. Uf, uf. ¡Chido! Soy muy compartido con mi preciosa nariz, uno para cada orificio con vicio y beneficio, con pericia y malicia, y así todos contentos, sin envidias la vida gira mejor.

    Dallas está comenzando a emborracharse, y yo ya estoy cansado de andar todo el pinche día de un lado para el otro del restaurante, como meserito charolero o como dijeron mis compas, meserito ‘charolastra’. Ser mesero no está mal si estás en un buen lugar como en La Cantina de Juan en la que estoy, y sobre todo, si practicas el famoso slogan de la facultad en donde estudié un semestre administración: la UNI: si transas, avanzas.

    A muchos restaurantes los han nombrado cantinas y no porque en sí lo sean, sino porque los gringos novedosos asocian el nombre con emotivos centros de consumo masivo de alcohol, y vaya que sí lo son. La cantina en la que trabajo está en Frisco, al norte de Dallas, y la mafia restaurantera y esas cosas que siempre se dan, como el moche al gerente en turno para desaparecer y repartir el efectivo que cae, y todo un reverendo show y ‘qué sé yo’, como dicen mis compas boludos que mueren por el River. Ahora que lo veo bien, trabajar en un restaurante como éste, se parece a una carpa itinerante de los cuarentas, las que iban de pueblo en pueblo llevando risas y ocurrencias por todos los rincones, de aquél México que tanto hablaban los abuelos, y que ahora sólo lo vemos a través de un canal del cable: cine mexicano clásico. Un México revolucionario y de armas tomar. Un México tan lindo que nunca se rajaba ante nada ni nadie. Aunque los gringos nos hayan pasado por encima y nos hayan invadido dos siglos atrás y hayan puesto su banderita, supuesto símbolo de la libertad y la democracia hoy día, durante nueve meses en pleno Castillo de Chapultepec. No, si eso no se nos olvida, como tampoco los territorios perdidos que en un incomprendido ataque hormiga los estamos recuperando, poco a poco y con nuestros muertos y heridos al paso de la frontera. Diez mil muertos mexicanos por año, contra un solo agente de la patrulla fronteriza que es nada más y nada menos que un pinche chicano maricón, que resulta ser el perro más culero con su propia sangre, así es la vida de mierda de éstos mierdas sin patria ni credo, tampoco identidad; porque de que sí es una guerra eso que ni qué, lo es, sólo que muy mal librada; es más, creo que es la peor que hemos dado. Nos ha dolido y nos sigue doliendo, nos ha costado y nos sigue costando, pero aquí estamos y no nos vamos aunque nos saquen a golpes, a mordidas de sus perros tan perros como ellos mismos y a punta de insultos y balas; y deportaciones masivas cada día. Si el Río Bravo hablara, escupiría sólo sangre y llenaría todo el Golfo de México de un azul rojizo único y lleno de lágrimas, lo escuchan gringuitos, ¡el Gol-fo es de Mé-xi-co, Mé-xi-co, ra-rra-rrá! Aunque el Golfo de México está cada vez más negro, por culpa de tanto derrame de Pemex y su inacabable corrupción a todos niveles (me estás oyendo inútil). En fin, México lindo y qué herido. Cada vez que he ido a Houston tengo que pasar por la pinche estatua del cabrón de mierda de Sam Houston. En la educación básica de México no se habla de él, es más, sólo se toca el tema muy levemente y claro, como buenos pinches malinches que somos, le echamos más la culpa de los territorios perdidos al puto presidente de aquél momento que fue Santa Ana. Pero la verdad, después de leer sobre la invasión norteamericana a México y saber cómo el cabrón de Sam Houston estuvo azuzando tanto al presidente estadounidense de entonces, que ahorita ni me acuerdo el nombre, para que se apoderara de todo México de ser posible, te das cuenta que el mierda ése debe de estar muy incómodo en su tumba o al menos eso espero, sobre todo sabiendo que estamos recuperando piano a pianito, los estados perdidos. Aunque pensándolo bien, decir esto es una reverenda pendejada porque no estamos recuperando ni madres, ¡oh, sí! Algo hemos recuperado en cantidades bastante generosas: odio racial. Qué pinche mundo tan culero, me cae de a madre, chingado.

    Y es que ya nos habían quitado hasta el Río Colorado y el cabrón de Sam Houston quería irse hasta el Río Suchiate, y entonces el presidente de entonces le dijo que se conformara con haberles quitado hasta el Río Bravo y ya no más. Que mierda el tipo ese. Se mete a tu casa, cena, se acaba tu comida, viola a tu mujer, mata a tus hijos, te deja vivo para que veas morir a tu familia y luego te mata a ti, después se queda con todo lo tuyo, ¿qué tipo tan chingón, no? ¡Vete a la verga, pinche culero! La única esperanza y lo bueno, es que existe en el universo una partícula muy peculiar que se llama justicia poética y las cosas, mira, paso a pasito, papacito, ‘con el tiempo y un ganchito’. Nos ha tomado casi dos siglos, pero ahí la llevamos. Qué encanto de pelado el tal Sam Houston para los gabachos, ellos dirán, claro, cada quien según su conveniencia. Y acá en el gabacho les encanta celebrar el cinco de mayo, claro, porque corrimos a los pinches franceses según ellos, porque entre ellos se pelearon y les quitaron otros territorios también. En Francia cualquier mexicano es mejor recibido que cualquier estadounidense, y eso cualquier francés te lo demuestra por debajo del agua, aunque nadie lo reconozca públicamente y, si no, allí está Duverger, él sí sabe de historia mexicana, y como siempre, un extranjero sabe más que un mexicano promedio de su propio país, qué vergüenza, pero ni modo, así nos tocó ser: unos somos pendejos, otros somos más pendejos y otros somos aún más, los más desafortunados somos, muy, pero muy, pendejos. ¿Quién se avienta el clavado y decide cambiar el rumbo de las cosas? Y es que en Monterrey, y casi en todo México en general, los Estados Unidos nos llegan por todos lados pero, principalmente, por la televisión y el cine. Monterrey está totalmente agringado pero sigue teniendo un espíritu más que mexicano, muy regiomontano, y muy genuino. Yo tengo metido en la sangre el ‘Ánimo Magnánimo de Don Diego’, nuestro colonizador español, a menos que a estas alturas nos vengan con otra cosa. Somos más europeos que estadounidenses. En cosas como la arquitectura y diseño de las ciudades, que eso marca mucho la diferencia, porque aquí en Gringolandia todo se produce en serie y todo es de color beige y lo compras todo en Home Depot, o al menos en Texas así es la cosa. Pero bueno, ya no sabes quién es mejor realmente y, además, habrá mucha gente que así le guste, ¡ahhss, qué pinche hueva todo!

    Además, ahora que vivo acá me entró por todos los poros el racismo atroz. Yo no le tenía odio a nadie, pero acá comprendí las canciones de Los Tigres del Norte y el por qué le hace uno el fuchi a ciertas etnias: fuchi, fuchi, fuz, fuz. Ahora ya sé por qué tantas canciones de mojados acaudalados y ese especial orgullo que es tan inverosímil para muchos hoy día en México, y lo era antes igual de intrascendente para mí. Pero este pinche patriotismo desmedido en muchos paisanos al grado de andar cantando a grito abierto las rancheras junto a don Vicente, la verdad estaría con madre sentirlo, si México nos diera comida, vestido y vivienda a todos sus hijos, ya no digas una vida decente, porque el término decencia se perdió hace muchos años en México, pero un trato un poquito más cordial, un derecho universal por el sólo hecho de ser humano y haber nacido en México. Y yo sé que la República Mexicana sí que puede dar de comer a sus hijos mexicanos naturales, porque el territorio es inmensamente rico en recursos a pesar de los siglos de exterminio y saqueo que hicieron los gachupines, y que siguen saqueando las sanguijuelas del gobierno en turno. Pero ahora y siempre el problema está en los güeyes que tiene el gobierno sentados en los puestos de control: esos pinches culeros. ¿Quién chingados se creen esos putos güeyes, hijos a su vez de su real y gran puta madre, para repartirse el país entre ellos y dejar a la inmensa mayoría sumida en la peor de las pobrezas, ésa en la que ves a unos cuantos culeros comer, mientras que tu familia y tú se están pudriendo de hambre? En México vive tanta gente como las pinches ratas: en los basureros y las alcantarillas, y eso sí que es para que baje Dios y queme con un rayo a todos los putos políticos de mierda que piensan ‘primero mis dientes y luego mis parientes’ y saquean y se tragan a los hijos de México como los peores caníbales que hayan pisado la Tierra.

    Vivir fuera de México ha sido la mejor y peor cosa que me ha pasado. Todo en la vida tiene un precio. Debería ser menos doloroso, no digo fácil, pero debería ser menos grosero el puente para hacer cualquier cosa, pero no lo es, todo cuesta y tiene precio. Ah no, y si se trata de los jodidos, pues que nos jodamos más todavía, y si se trata de los putos ricos, ah sí, que se hagan más pinche ricos los méndigos desgraciados hijos de su pinche puta madre. Qué hueva me da todo, la neta, qué pinche puta hueva. A ver, a ver, otros dos, otros dos, móchate cabrón, así está bien, muy bien, uuufff, uuufff. Listo: par de corazones para la princesa de la respiración maléfica.

    En el restaurante donde trabajo sólo un diez por ciento es gente bolilla, muchos no aguantan el ritmo, son huevones, no les gusta hacer el trabajo duro. En todos los restaurantes a los que fui a solicitar empleo, al principio de mi aventura gabacha, en ninguno había cocineros de otra raza que no fueran mexicanos, bueno, alguno que otro compa centro o sudamericano también, claro, pero no se ven güeros más que en las mesas, siendo deliciosamente atendidos y alimentados por trabajadores mexicanos y comida cocinada al estilo de México, cuéstele a quien le cueste y caiga quien caiga. No sé por qué ando tan pinche patriota, tan orgulloso de mi país, si allá ni me pelaron; fui ninguneado ferozmente. Yo también formo parte de las cifras que un pendejo de padre bolillo daba por la teve, ese guey es un pendejo que llegó a presidente por culpa de un orejón, no tan pendejo, más bien, se pasó de pendejo y dejó al país más pendejo de lo que está ahora con este pendejo de mierda que tuvimos de presidente y que, por su culpa, este pendejo que soy yo, y para servirle a usted, se tuvo que venir al gabacho a sufrir por culpa de otros pendejos, muy güeritos, pero igual de pendejos. Y el pendejo que está ahora, chingada madre, espero que no pinte para lo mismo y realmente haga algo, porque su gobierno panadero, o al menos sus normas y reglas, son una mierda retrógrada y sólo miran para sus bienes y raíces. A ese partido en especial, el país le vale madres; se buscan y ayudan entre ellos, una mafia religiosa y muy mocha, mocha de mierda, la neta, chusma, chusma, pum, pum. Y qué pinche hueva da eso de que ‘como México no hay dos’, y qué bueno que no hay dos, porque si no, qué chinga nos hubieran arrimado con dos países igual de jodidos, corruptos y criminales. No es fácil vivir la migración a un nuevo país y estilo de vida y peor aún, vivir la inmigración: estancarte en un círculo vicioso que es lo más parecido a un barril sin fondo. Vivir en Estados Unidos de ilegal es como colarte a una fiesta de ricos, entre comillas, porque la neta, ¿ricos en qué? Bueno, una fiesta a la que obviamente no fuiste invitado, perdón por la redundancia pero era necesaria, y que te descubran como colado los anfitriones, pero gracias a un dios que aún no sabemos cuál es, te la pasan y se hacen de la vista gorda, pero con una condición: que les ayudes a servir a todos sus invitados de comer y beber, para que ellos plácidamente puedan estar compartiendo, tan dueños de la gran e inmensa casona, de sus invitados. Al final terminas recogiendo, barriendo y te dicen, que no te vayas, que te quedes a dormir en la cochera o garaje, que por ellos no hay problema, pero que mañana les ayudes a limpiar la casa y podar el césped y hacer de comer y cuidarles a los niños y te dan el salario mínimo del estado de Texas, pero que es, obviamente y para eso venimos, mucho más de lo que ganarías en tu casa, allá en el pueblo, rancho, ejido, y como escribió Roberto Gómez Bolaños, ‘sin querer queriendo’, te quedas ahí por la necesidad de cubrir tus necesidades básicas: techo, comida y vestido. Algo más constantes y seguros que en tu rancho, aunque sean de segunda, pero al menos es diario y es confiable, no como en tu casa, que a veces no comías y a veces tampoco. Esa es la pinche puta mierda historia de todos los inmigrantes del mundo, ¿y, si no? Allí está el pez dorado de Le Clezio, a ver díganle algo al francesito, ¿no verdad? Ahí sí nadie dice nada si se trata de un europeo, pero bien que chingan y siguen chingando a México, ¿verdad? ¡Culeros, vayan y chinguen a su pinche puta madre! -¿A quién chingados le mientas la madre güey?- ¡Al pendejo que le caiga el saco! -Ah, bueno, así por las buenas, ni hablar-. Hasta dónde has caído pinche pendejo, hablas solo y le mientas la madre al viento, me cae que estás bien cerquita de cruzarte al otro lado: loco de mierda. A ver, a ver, regresa y deja de decir pendejadas. -¿Ya ves cómo te aloca la mente y te suelta los perros bravos que tienes encerrados esa mierda que te metes por

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