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70 El Novio Paciente
70 El Novio Paciente
70 El Novio Paciente
Libro electrónico181 páginas2 horas

70 El Novio Paciente

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Cuando el Conde de Rayburne regresó de la India, se encontró con que estaba arruinado. Su tío, a quien había dejado a cargo de sus propiedades, le había robado todo y se había marchado a América. Desesperado, decidió pedir un préstamo a Lord Fraser, su vecino. Este aceptó ayudarle pero, con la condición de que se casara con su hija. Al Conde no le quedaba más remedio que aceptar la propuesta. Si quería salvar su finca, tendría que casarse con Ansella... aunque aquel fuera el mayor sacrificio de su vida, él no sabía lo que el destino le reservaba… una sorpresa inimaginable… encontrar el amor que no esperaba…
IdiomaEspañol
EditorialM-Y Books
Fecha de lanzamiento1 ene 2022
ISBN9781788672399
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    70 El Novio Paciente - Barbara Cartland

    CAPÍTULO I

    1872

    No puedo creerlo!

    —Me temo, milord, que esa es la realidad, por desagradable que resulte— respondió el abogado. El Conde de Rayburne se quedó mirando a aquel hombre con una dramática expresión en los ojos.

    —¿Pero, porque no me escribió?— dijo, después de una pausa muy incómoda.

    —No sabíamos que la situación era tan mala— respondió el abogado—, además, Su Señoría le había dado un poder notarial al señor Basil Burne, por lo tanto, cualquier cosa que él hiciera estaba completamente dentro de la ley.

    El Conde no pudo pensar en nada que decir.

    Había regresado de la India esperando vivir en sus propiedades.

    Suponía que todo se encontraría exactamente como él lo había dejado.

    Su padre había muerto en 1868 y él había heredado el título que era muy antiguo.

    El Castillo Rayburne y la enorme finca en Oxfordshire eran unos de los puntos de interés de la zona.

    Cuando Michael Burne salió de Oxford se alistó en la brigada en la que su familia había servido durante generaciones.

    Sin embargo, se sintió encantado cuando más tarde en ese mismo año, su primo, el Conde de Mayo, nuevo Virrey de la India, le había pedido que fuera a reunirse con él.

    El nombramiento del Conde de Mayo por parte de Disraeli, después del retiro de Lord Lawrence, había resultado una sorpresa para todos. Pero Disraeli confió en su instinto, como lo había hecho en muchas ocasiones, y su elección resultó ser genial.

    El Conde de Mayo era un excelente cazador y su joven pariente, Michael Burne, un buen jinete. Ambos se parecían en muchas cosas. Eran altos y fuertes, poseían una fuerte determinación y un gran sentido del humor.

    Su entusiasmo y su magnetismo les ganaban amigos a donde quiera que fueran.

    Para el joven Conde de Rayburne estar en la India en compañía de aquel hombre a quien tanto admiraba y cuya amistad había llenado su niñez, era una invitación que él no podía rechazar.

    Además, todo estaba en orden en su Castillo.

    No había nada que pareciera reclamar su atención y no veía ninguna razón por la cual no ir a la India.

    Todo se hizo más fácil cuando el hermano de su padre, el honorable Basil Burne, se ofreció para cuidar del Castillo y de la finca durante su ausencia.

    —Eres muy amable, tío Basil— dijo él—. ¿Estás seguro de que no te va a resultar una molestia?

    —Creo que he permanecido en Londres demasiado tiempo— había respondido Basil Burne—, me sentará bien estar en el campo; yo cuidaré de todo para que no tengas preocupaciones.

    Entonces el Conde le extendió un poder notarial y emprendió el cansado viaje que duraba meses pues significaba navegar alrededor del Cabo.

    Pero él sabía que al final iba a encontrarse con una aventura como jamás había tenido la oportunidad de disfrutar.

    Cuando llegó a la India se encontró con que su pariente ya había comenzado a ganarse una popularidad que ningún Virrey anterior había disfrutado.

    La presencia dominante de Mayo, su sonrisa, su vigor y su entusiasmo agradaban a los hindúes.

    También ellos apreciaban la magnificencia de sus invitaciones.

    Lord Lawrence había sido más bien austero y poco dado a gastar el dinero.

    El Conde y su esposa llevaron una vez más la alegría y el glamour a la Casa de Gobierno.

    El hecho de que él hubiera asignado a un equipo de gente joven y entusiasta hacía que todo resultara mucho más fácil que antes.

    Michael se quedó encantado desde el primer momento de su llegada.

    Al nuevo Virrey le había favorecido el hecho de que el gobierno en Inglaterra hubiera cambiado mientras él se encontraba de viaje. El Conde de Mayo, al igual que Disraeli, era un conservador, pero un gobierno liberal bajo la dirección de Gladstone acababa de tomar el poder.

    Aquello pudo haber resultado penoso.

    Sin embargo, resultó ser una ayuda ya que los liberales no parecían interesados en interferir en los asuntos de la India, lo que le otorgó al Virrey mano libre.

    La gente se había burlado y habían dicho que él no sabría como gobernar un país tan grande.

    Sin embargo, su experiencia en Irlanda y su amor por los campesinos de su propio país era lo que lo hacían un Virrey tan especial.

    Estaba especialmente preocupado por el hombre.

    Aquello era algo con lo que él ya se había encontrado en Irlanda durante los años cuarenta.

    Él también deseaba que la India tuviera escuelas y hospitales, así como trenes, canales y muchos más caminos.

    También quería verlo todo personalmente, una de las razones por las cuales había invitado a su joven amigo Michael para que lo acompañara.

    La mayor parte de sus viajes a través del país los hacía a caballo.

    El único ayudante de campo que podía seguirle el paso era Michael.

    Aunque él no se había dado cuenta, Michael Burne había comenzado a aprender a mandar a la gente tan bien como lo hacía su pariente.

    Lo que el Virrey buscaba era hombres con entusiasmo, que quisieran mejorar las cosas y lucharan para lograrlo.

    Michael no tardó mucho en desarrollar el mismo entusiasmo que tenía su jefe.

    Pronto comenzaron a encomendarle asuntos difíciles que a los demás ayudantes de campo no les interesaban.

    Todo parecía ir muy bien durante los primeros cuatro años del Gobierno del Virrey.

    Le quedaban dos años por servir y parecía que, sin duda, él iba a ser el Virrey más popular de toda la historia de la India.

    En febrero de mil ochocientos setenta y dos el Virrey organizó una visita a las islas Adaman, así como un recorrido por el penal de Port Blair.

    Era el deber del ayudante de campo asegurarse de que se tomaran las medidas de seguridad más estrictas y todo resultó muy bien.

    Por la tarde, el Virrey visitó otra isla del grupo.

    Entonces cuando los compromisos oficiales del día habían terminado, cruzó hasta la isla principal y escaló el monte Harriet.

    Sólo Michael estaba ansioso por acompañarlo.

    Era una escalada muy empinada hasta una altitud de casi mil pies.

    Los dos hombres rechazaron los ponéis y llegaron hasta la cima.

    Se sentaron durante diez minutos para admirar la puesta del sol y el Virrey exclamó:

    —¡Qué hermoso, realmente que hermoso!

    Para cuando el grupo bajó hacia la costa ya había oscurecido.

    La lancha esperaba para llevar al Virrey de regreso a su barco. Los portadores de antorchas indicaban el camino y el Virrey caminaba entre Michael y el comisionado principal de las Adaman.

    Justo cuando el Virrey se disponía a abordar la lancha, el comisionado dio una orden.

    Los guardias que habían acordonado el muelle abrieron filas para dejarlo pasar.

    Antes de que pudieran cerrarlas una vez más, un hombre entró a toda velocidad por la abertura y se abalanzó como un tigre sobre la espalda del Virrey.

    Lo apuñaló dos veces entre los hombros.

    El hombre fue retirado, pero el Virrey se tambaleó hacia un lado del muelle.

    Se levantó él mismo de las aguas poco profundas y dijo:

    —¡Lo han logrado!

    Momentos más tarde se desplomó.

    Lo subieron a la lancha pero cuando llegaron junto al barco, ya había muerto.

    Para Michael aquello fue una pesadilla. Apenas podía creer lo que había sucedido.

    El hombre a quien él había querido y admirado jamás le volvería a decir: «¡Vamos, Michael, tú y yo podemos hacerlo!»

    Después del funeral su único pensamiento era alejarse de sus recuerdos y de lo que había sido la época más feliz de su vida.

    Regresó a su casa.

    El viaje de regreso fue muy diferente al de ida hacia la India.

    El canal de Suez había sido inaugurado en 1869, un año después de su llegada a la India.

    Ahora los barcos de la P. & O. tardaban poco más de diecisiete días en llegar a Inglaterra.

    Michael subió al primer barco disponible, sin dejar de pensar en el Virrey muerto.

    Para Michael éste había sido el Virrey ideal, una gran pérdida que el joven pensó que jamás podría olvidar.

    Nunca más conocería a alguien que pudiera despertar en él el entusiasmo y la sensación de alegría por todo lo que hacía.8

    Cuando el barco en el cual viajaba llegó a Tilbury, la sensación de agonía había disminuido un poco.

    Ahora anhelaba ver una vez más su Castillo y sus fincas.

    Estaba seguro de que su tío lo habría mantenido todo en orden, tal y como se lo había prometido.

    Se dirigía al Castillo que había sido su hogar desde su nacimiento y lo iba a encontrar exactamente como lo había dejado.

    Los sirvientes que lo habían atendido desde niño estarían allí.

    Montaría los caballos con los que su padre siempre había tenido llenas las caballerizas.

    Como había dejado la India con tanta prisa, Michael no había avisado para que alguien fuera a recibirlo.

    Después del corto viaje desde Tilbury hasta la estación central de Londres, allí tomó un tren a Oxford y luego contrató un coche de posta para que lo llevara hasta el Castillo Rayburne.

    Alquiló el mejor carruaje que pudo encontrar.

    Llegó al Castillo en menos de una hora.

    Cuando entró por la avenida le pareció que las viviendas estaban desiertas lo cual se le hizo extraño.

    El camino mismo le pareció irregular y descuidado.

    Cuando vio el Castillo, por un momento le pareció que se veía como siempre, muy bello, recortado sobre los árboles que estaban detrás.

    Había sido construido en el siglo XIII, pero cada generación de los Rayburne le había añadido algo para mejorarlo.

    Finalmente, en el siglo XVIII, el décimo Conde había modificado toda la fachada.

    El Castillo original estaba en un extremo de ésta.

    El resto del edificio, que para entonces ya no era muy simétrico, recibió una nueva fachada.

    Esto le hizo muy bello y mucho más impresionante.

    Las modificaciones fueron diseñadas por los hermanos Adam, considerados como los mejores arquitectos de su tiempo.

    Ahora, cuando el sol brillaba en las ventanas del edificio, el joven Conde sintió como el orgullo crecía dentro de él.

    Ni siquiera en la India había visto él un Palacio más impresionante ni de gusto más exquisito que su propio hogar.

    El carruaje lo llevó a través del puente que cruzaba el lago hasta el patio que estaba frente a la puerta principal.

    El Conde se bajó para pagar al cochero y le entregó una muy generosa propina.

    Mientras lo hacía se sorprendió al ver que crecía musgo entre los escalones de la puerta principal.

    Varias de las ventanas estaban quebradas o rotas.

    La puerta estaba abierta y cuando el carruaje se alejó el Conde entró al Castillo.

    Fue entonces cuando se quedó como paralizado.

    El vestíbulo, que él recordaba como muy elegante, estaba sucio. Había cenizas en la enorme chimenea y un ambiente de descuido que él pensó debería ser parte de su imaginación.

    No se veía a nadie.

    Él recordaba muy bien que siempre había dos lacayos de guardia.

    El mayordomo estaba siempre cerca.

    Por fin llegó hasta la cocina.

    Fue allí donde se enteró de la verdad de boca del señor y la señora Marlow quienes habían sido el mayordomo y la cocinera desde antes de que él naciera.

    Cuando él se fue para la India, su tío Basil Burne, comenzó a economizar en todo.

    Despidió a casi todos los empleados, no sólo de la casa sino también de la finca.

    —Nosotros no podíamos creerlo, amo Michael— dijo la señora Marlow con voz llorosa—, y yo seguía esperando que usted regresara de la India para que detuviera lo que estaba haciendo ese hombre horrible.

    El Conde descubrió que lo que aquel hombre había hecho era tomar todo el dinero que él poseía para ponerlo a su nombre.

    Como tenía un poder notarial, Basil Burne había vendido todas las acciones que su sobrino poseía.

    También vendió todo lo que encontró en el Castillo y que no estuviera en fideicomiso para el sucesor.

    Afortunadamente no había muchas cosas fuera del fideicomiso.

    Pero otras que habían pertenecido a su madre ya no estaban, como tampoco estaba la colección de cajitas de rapé de la cual su padre se había sentido tan orgulloso.

    A la mañana siguiente, después de una noche sin dormir, el Conde se dirigió a Oxford para ver al abogado de su padre.

    El viaje no fue rápido. En las caballerizas solo quedaban dos caballos que su tío había conservado para su uso hasta el momento de su desaparición.

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